Era imposible desmontar ese tinglado siniestro. Y una no puede andar por la vida con la osamenta desnuda a cuestas, como los crustáceos.
“El mundo nos lo debía
todo sólo por haber nacido.” La Sonrisa (imborrable, inobjetable, admirable)
detenida en el Tiempo, lo espera todo: existe la muerte, (pero también la
eternidad, piensa ella).
El mundo es lo que ves
y lo que nombras.
Llamar a las cosas por
su nombre las esclarece.
Pero la realidad puede
que se halle muy distante de esas fáciles premisas.
Su padre: el mundo son las palabras. Si no sabes
nombrar lo que te rodea, tu existencia sólo es un espejismo, una visión
infructuosa y desalentadora.
Tu decorado es la espesura, no la caligrafía
colorista, mironiana.
El bruto de Pollock es el telón de fondo, el
trapo shakesperiano pintarrajeado que ornamenta la tragedia de tu vida en este
Gran Teatro del Mundo donde la plegaria ablanda las piedras y no a los dioses.
Oh, maldición:
“No ha habido lugar para la guerra, una
escaramuza ha bastado para liquidarme… Pero me dio tiempo para emponzoñar la
copa que llevaréis a los labios.”
La fábrica de ese mundo son las palabras,
querida, pero el material y la sustancia de los que está hecho es la
imaginación.
Papá te ha enseñado a
hablar.
Mamá te ha enseñado a
callar.
La familia, miembros
del mismo tronco malherido, es el origen de todo nuestro descontento. A veces
por su opresión y su constante recelo hacia nosotros, por su incomprensión y
hasta crueldad en los momentos que más los necesitamos; a veces, por la pena
que nos infligen, por las miserias que les azota, por la fatalidad irremediable
que nos une, por la cruda desnudez que, al igual que todos los seres humanos,
exhiben para enfrentarse a los rigores y calamidades del mundo exterior.
Diciembre sin el dios de los gentiles.
Hanukkah: las luces deberían alentar
entendimientos: ve la llama erguirse como la punta de una mínima saeta roja,
amarilla y azul: ocho días de ceguera: regalitos y juegos.
Así que a los ocho
años le escribes poemas a mamá, eh.
Bien. Ya te lo pagará
a su debido tiempo.
Con creces, insensata.
(Retrato en tres
tiempos).
Evchen.1
Le gusta el 9.
El 5 no le anda muy a la zaga.
Le gusta el color azul
(probablemente, también el rojo).
Sin saber de la
existencia de Rimbaud, le pone nombre de color a los días de la semana (el
lunes es negro).
El azul se me perdió
un lápiz.
El verde
discutí con Helen.
El rojo papá
nos llevó al parque.
Le gustan los viernes.
“Te llamaré Viernes”, dice papá Crusoe.
Ella aún no tiene una
idea muy clara de quién es ella.
Tal vez el perrito
cordial y juguetón de sus papás; el teddy
bears
de su hermana mayor.
¿Cómo andamos de los dientes? Es una sonrisa
dental, sana (de leche virginal), confiada: el mundo me quiere.
¡Odiaré toda mi vida
el marrón de esta semana!
No me acuerdo
absolutamente de nada de lo que ocurrió el gris.
(En una postal desde Schweizer’s Kinder Camp, en
la cercana New Jersey, envía a los papás
tres líneas de noticias y… 119 besos en forma de morritos.)
Violeta, 20 de
julio, 1944.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx….
Bye, bye.
Eva
Evchen.2
Se reconoce en todas
las fotografías, pero se reconoce en el estado intelectual y emocional en que
se hallaba en el instante de prepararse
para posar, y ello le certificaba en el futuro sin ningún género de duda la
irreprochable autenticidad del personaje retratado que es ella: recuerda a la perfección lo que sentía, lo que experimentó
al estirar las comisuras de los labios, el cálculo de la pose, el parpadeo
previo de los ojos para la mirada estudiada… Podía recrear hasta la luz de ese
día, o el leve aire perfumado si era abril o el viento inclemente de octubre,
la mañana clara y azul de Central Park, la tarde dorada y lánguida de un
domingo en el apartamento de Washington Heights cuando todo, adentro de la casa
y afuera en la calle, discurre extrañamente silencioso.
Evchen.3
A ella no le inspira
ni la poesía ni el alcohol. Le basta con actuar. Y actúa. Con las manos vacías.
Alguien dijo, un
filósofo o vaya usted a saber, que pensar es fácil; lo difícil es actuar, y lo
más difícil actuar conforme como piensas.
(Pero necesita el
material, el residuo, por así
decirlo, de su magnífica decisión.)
“La obra soy yo.”
¿Quién, si no?
(Malcom Lowry:
“Trabajo con la pluma y la botella.”)
(Ella: “Labro la piedra con la ponzoña que ha de
matarme.”)
¡A ver quién puede más!
La vida soy yo.
Vosotros… y todo
cuanto se alza como un grito al cielo silencioso: mero suceso epifenoménico.
La consciencia: si mi
obra es mi pensamiento hecho materia, los añicos de algo sublime de mi interior
es… ¡qué embrollo!
¡O qué magnífica
solución el otorgar materia a lo invisible, a lo inaprensible, al mismo aire, a
la nada…!
Hang-Up es mi obra más querida: no puede ser más
absurda, una perfecta réplica al sinsentido, hasta la ingenuidad de su
construcción, su absoluta simpleza todavía me llenan de asombro. “Es ridícula”,
me digo cuando la contemplo en alguna de las fotografías de catálogo, y esa
desconexión que parece proclamarse desde su desafío grotesco con todo lo de la
realidad me lleva a pensar que instaura una nueva forma de percepción de lo desconocido.
En U7 (aún no
demasiado lejos, pues) una mañana cósmica y universal de brisa fresca y negra
lee con indisimulado orgullo pero también con tristeza las páginas (especialmente
iluminadas) del Vogue de marzo de
1973.
A Special Woman, Her
Surprise Art.
¿De verdad eres tan
importante?
“Las cosas no están
demasiado claras.”
“Hay cosas de las que
no puedes defenderte”, piensa a punto de las lágrimas.
“Pamplinas, uno tiene
que ser capaz de todo”, afirmó desdeñosamente el
hombre-seguro-de-sí-mismo-que-tiene-las-ideas-muy-claras.
“De acuerdo”, contestó
ella. “Te cambió mi tumor cerebral por dos de tus cromos de la colección de la
NBA 1969 (y no hace falta que sean John Havlicek o Jerry West).”
Hoy tenemos clase de
interpretación:
Ante La Obra
(magníficamente iluminada por lo focos):
1.- Y esto, ¿qué es?
2.- En lugar de un
espectador parece usted un vendedor de palomitas… Actúe, hombre, actúe… Créase
lo que ve, el arte no tiene que ser complaciente con usted. Su única obligación
es ser creyente, nada más.
En efecto, le has
sacado mucho jugo a los 1.300 pavos de los abuelos: 1930-1945 (a martillazos
les arrancaban la funda de oro de los dientes): 1969-1970 (final de una década
prodigiosa).
En 1960 intentabas
radiografiarte en la medida en que las máscaras de los lienzos eran capaces de
revelar, cuales médiums, las muecas y colores de un alma en pena; en
1970 son los escenarios el imaginario real
y tangible, absurdo hasta lo incomprensible,
de las preguntas.
De los espectros al
decorado objetual e indescriptible de las guaridas de los monstruos.
Del millón de identidades que escondes en la
cueva de tu interior (según se entra por la laringe a la derecha), después de
tu cháchara inconexa, el señor psiquiatra ha elegido para este bonito miércoles
una de ellas que sea la más adecuada al color de tu falda. De modo que ahí
estáis los dos (la “doble” y el farsante, haciendo juego), manoseando el barro
primigenio con que dotar de facciones un ser imposible e innecesario. En
agradecimiento (compasivo), le regalas uno de tus más horripilantes retratos al
óleo sagrado con los ojos amarillos muy abiertos, la boca verde torcida y la
nariz abierta por un río de lava roja: una formulación de De Kooning aderezada
con el enunciado colorista de Albers; en definitiva, una figuración disparatada
y hasta cachonda del 60. (La chica salió aplicada.)
No existe la frontera
que separa lo normal de los monstruos; las que creemos que nos mantienen a
salvo de ellos y nos defienden de la locura y la perversión son imaginarias.
Nada de la vida separa de la muerte,
de la enfermedad y la desesperación, de lo abyecto y lo abominable, de la
ridiculez del fastidio de una tarde aburrida.
Algo de monstruo
tienes, joven mujer: una rara partenogénesis propicia el alumbramiento de la
artista: para ello tuviste que repudiar al marido, que muriera el padre… que
con griego y trágico (afectado) desplante desgajaras de ti a la esposa y a la
hija.
El no-arte era… la
nada.
¿Has sido capaz de vender la nada?
Ya lo creo: andamos en
tiempos de credulidad, ¿o no quedamos en eso?
Era una nada
consciente, sin engaño: la propia obra se desintegra a sí misma al cabo de un
tiempo: el tiempo de la vida de un hombre, con los días contados, con el
destino justo, que el arte muera con él (... y aquel coleccionista se llevó al
averno sus entretenimientos, nada dejaría tras de sí.)
En el 67, cuando
hundes los brazos hasta el codo en esa charca tóxica, en ese lago de
prohibiciones, encuentras la piedra filosofal tan buscada, y esa inversión te
costará la vida: hará de ti escoria, y la materia revelada en el crisol
destellará a la luz del astro. Váyase lo uno por lo otro.
Se lamenta, poco antes
del amanecer: “Soy imprevisible, cambiante, exagerada…”
Una squaw que oteara el horizonte aún en el
aire del amanecer.
Exactamente como el
día que empieza clarear al otro lado de la ventana (donde todo parece suceder,
donde todo puede empezar o acabar, ser o ser humo, pensamiento, sueño,
ocurrencia, grandes distracciones).
Right After:
216 pies de fibra de
vidrio recubierta de resina.
¡Cuántas cosas caben
en esa línea…! Centenares de páginas se adentran en tamaña caligrafía, en ese
lío fenomenal se enreda el mundo y tú misma, puro azar de sus vueltas y
revueltas: la mesura y el control minimalista se disuelven en este vitriolo, en
esta agua regia que con todo puede y desordena tu biografía.
Y coges el extremo de
esa cuerda de 70 metros y empiezas a escalar (o a recorrer) por todos los
caminos que la imaginación quiera llevarte. Sin cortapisas. Sin orden ni
concierto. Del principio hasta el final. Sin respiro. Hasta alcanzar el otro
extremo de la cuerda que te haga caer sin remisión a este lado del paraíso o
del abismo. Esa línea que con sus caprichos y marañas podría ser el curso de tu
correría vital, la biografía terrible de tus sueños y pesadillas, el
electrocardiograma de una conciencia que va y viene entre fracasos, logros,
secretos, contradicciones…
(Pero esa línea, esa
topografía intelectual y física, cambia a cada instante, se modifica, se
entorpece a sí misma, se anuda y se desata, se entremezcla, se separa, se
confunde, convoca interrelaciones, estratos, conexiones, honduras…)
¿Qué poción es ésa?
Lo inextricable: una
mezcla de obstinada meditación ante lo incomprensible y el absurdo de la
naturaleza (que sí tiene sus leyes y causas lógicas, pero que ante lo humano se
muestra de una estupidez grandiosa: bebés que mueren antes de abrir los ojos al
mundo, leucemias adolescentes, tumores juveniles, seres contrahechos o juguetes
sombríos o grotescos de la locura) y el rechazo irrenunciable a simplificarla
mediante los contenidos más gráficos y de mayor simpleza.
¿Tenemos Cábala,
pequeña judía? ¿Es tu mirada hostil o indagadora? ¿Qué cálculos son los tuyos?
¿A qué oscuridad nos conduces? ¿Nada de lo oculto te es ajeno? ¿De verdad
ordena un Método ese barullo de Right
After?
¡Qué talismánica
función albergan tus enredos? ¿O sólo se trata de antojadizos y hasta
aleatorios entrecruzamientos, gordianas ataduras que la mirada basta para
deshacer?
Bonito pasatiempo al
que dedicarse en estas aceleradas épocas de los setenta: descubrir
laboriosamente, como en el juego de los siete
diferencias, los misterios ocultos.
¿Qué Zohar te instruye
y te guía?
¿A qué salvación nos abismas?
¿Eres tú Nuestra Luz?
¡Oh, querida, sólo tú
me interesas!
(Y acaso algunos demonios y ciertas clases de peces, san Malcolm,
1,1.).
En verdad, en verdad
te digo que este desfile de provocaciones visuales bien merece una carta a Helder donde… explicites,
explicites, explicites en abrumador ejercicio deconstructivo las intenciones,
los símbolos (o no símbolos), los estratos invisibles a las groseras
apariencias, las referencias, las alusiones, los enigmas, las soluciones, las
yuxtaposiciones, los enhebrados, los vínculos, el homenaje, la razón, el
imperativo categórico…
“Son palabras, es lo único que tengo,
y a pesar de ello, me van faltando, la voz se confunde; bien, bien, conozco
eso, debo conocerlo, será el silencio…”
-¿Qué es esto?
-Nada.
-Si creas cosas que son nada, son nada.
(Pensar en la lógica y
hasta en la irrebatible coherencia de la muerte –mucho más entendible aunque injusta que la propia vida, pues ésta aun siendo
un fenómeno inexcusable e inevitable de las cosas de la naturaleza emerge de la
nada, eras nada, de la nada vienes a lo
vivo donde todo existía ya- no le impedía el deseo de exorcizar su maldad
ante la dolorosa evidencia que la vida de
los otros proseguiría a su ausencia. Esa otra nada era en definitiva lo que se le antojaba inaceptable.)
(Nada en la realidad
perceptible revela unos vasos comunicantes que hagan posible que nos
trasvasemos al conocimiento de uno u otro lado, pero y si…)
La niña Hesse, curada
de los espantos y del océano oscuro y temible que había dejado atrás, veía el
mundo como un caleidoscopio imaginativo, cambiante y vistoso, de brillantes
colores y formas afortunadas contra el fondo de luz soberbia. ¿Qué ve ahora?
Los contornos irregulares sin inspiración y feamente iluminados de una linterna
mágica loca y desmedida.
Cuando ya no sirven el paseo extravagante y sin
rumbo por la ciudad, la placidez del bosque y el lago, la charla con un amigo,
la copa, el libro, el beso… Cuando nada del arte importa ya, entonces… eso es
mi obra. ¿Qué otra cosa puede ser?
1966.
Hesse mirando “Hang up”:
los años que han de
sucederme depararán acontecimientos y cosas que me son imaginables… (tecnología invisible, aventuras mentales sintéticas,
dioses verdaderos, aunque
mecánicos, tiempos y espacios fabricados…)
Pero ahora excavo más y más hasta dar con los
auténticos yacimientos del absurdo, allá en lo más oscuro donde subyace la
verdadera clave de la vida: el sinsentido…
En todo caso, tiene su
propio significado, por eso puede
ignorarse tranquilamente cualquier otro que se le confiera, incluso desafía la
desaprobación o el desprecio.
¿Épater le bourgeois?
Demasiado ensimismada,
y más allá de la propia vanguardia, lejos de cualquier alienación (incluida
aquélla, en manos de circenses), apegada
a la realidad más que ningún otro artista, absorta en la “mismedad” del
vacío, de la auténtica nada.
Cuidado: “… las
húmedas brumas de noviembre…”
El noviembre de
Melville, el noviembre de Lowry, el noviembre de.
…Todo este libro no es más que un borrador (o no: el borrador de un
borrador)… Señor, dame Tiempo, Fuerza, Dinero, Paciencia (Melville)…
¡para dejarlo como
está!
El arte nace con la
muerte. Es una ofrenda a los muertos.
Vosotros gritáis
demasiado.
Dos muescas en la
lápida de un neanderthal de hace 50.000 años es la prueba artística más antigua
que se conoce.
A ti, muerto.
Right After:
elimina a Dios del
Universo a la manera beckettiana: ha eliminado al artista: la primera obra sin
firma.
Dioses…
Pues un día, les dijo la neoyorquina en el Año I
de la Fibra de Vidrio, han de bajar a la tierra los dioses menores venidos de
algún punto inescrutable del universo:
”Somos el dios al que
rezáis y venimos de ese lugar extraño por ignoto e indescriptible al que
eleváis vuestra mirada suplicante. Pero no os llaméis a engaño, somos tan
ignorantes como vosotros, puesto que tampoco sabemos el nombre ni la sustancia
de aquello, materia o aliento, que
nos concibió a nosotros.”
Bueno, él, El Listo,
está en los primeros treinta (pero ya más cerca de los cuarenta que de los
veinte), no es expresidiario, no tiene los ojos alegres: bueno, está bien,
vamos a hablar de la luna… bueno, y al final se muere uno (se abre las venas,
por ejemplo), y lo cargan en una carreta en compañía de gatos y perros
callejeros muertos, bueno, qué iban a hacer, lo arrojan al vertedero de la
ciudad, pero qué más da entonces: la estética para los vivos, el mundo de los
muertos es todo oscuridad, y el arte es luz, bueno, pues antes de eso anda y
anda por las calles, como si huyera de algo o tuviera prisa por llegar a algún
sitio (viene a ser lo mismo), pero no anda a ciegas, y todo lo ve, lo ve como
se ve un cuadro, una escultura, el pensamiento feliz de un filósofo, la poesía,
la buena prosa de aquellos que esconden una pata de conejo en el bolsillo (el
izquierdo, naturalmente, bueno).
Y por la noche sueña
con un matadero de cerdos. Grandes cerdos muy blancos con una cruz roja pintada
en el lomo.
¿Todo encaminado a un
fin?
¡Qué torpe presunción
humana!
Nada del futuro me es
mostrado, y ese empecinamiento teleológico no guía mis pasos ni justifica una
obra que se nutre de la savia antigua y pródiga.
¿Ha de ser mi muerte
estúpida y prematura necesaria para
un futuro sin mí?
Todo futuro es pasado.
¡Qué farsa, el futuro,
los cielos… ¡el cielo! Palabras que pierden todo su sentido al imaginarlas como
meros puntos invisibles en el negror del cosmos.
“Hemos muerto los dos
a la vez”, le dijo en el año 2008 E. G. O’Brian (también llamado Charles
Willis), a la artista Eva Hesse, muerta treinta y ocho años antes.
“¿Cómo es eso?”
“¿No estamos ahora uno
frente a otro?”
“Pero, ¿de dónde
vienes tú?”
“De ahora mismo. De
donde tú estás.”
Gimen de espanto los
monolitos, alertan del mal de la especie maldita.
“Soy una artista
figurativa”, dijo sin ironía.
¿Cómo puede ser abstracto “algo” que se adivina
perfectamente lo que es a la primera ojeada?: es lo chocante de su disposición
y enunciado plástico lo que de veras confunde: el trozo de aluminio, de cuerda,
o de plástico que ves te desconcierta (incluso se “disfraza a sí mismo”) porque
nunca lo hubieras supuesto en ese orden, en esa exhibición, en esa
instrumentación, en lo que te invito a exaltar…
Entropía.
(Del gr. έντροπία,
vuelta, usado en varios sentidos figurados).
1. f. Fís. Magnitud termodinámica que mide la
parte no utilizable de la energía contenida en un sistema.
2. f. Fís. Medida del desorden de un sistema.
Una masa de una sustancia con sus moléculas regularmente ordenadas, formando un
cristal, tiene mucho menor entropía que la misma sustancia en forma de gas con
sus moléculas libres y en pleno desorden.
3. f. Inform.
Medida de la incertidumbre existente ante un conjunto de mensajes, de los
cuales se va a recibir uno solo.
Podría haber sido una
artista muy distinta. Lo factorial es muy persistente en lo biográfico: si no
hubiera huido de Alemania, si hubiéramos
naufragado antes de divisar la isla de Ellis, si mamá no hubiese saltado por la
ventana, si hubiera estudiado corte y
confección para ser una buena amita de casa, si hubiera aprendido de
memoria las canciones de la radio de los maravillosos años cincuenta cuando…
El secreto no consiste
en el conjunto ni en la suma de moléculas y átomos, sino en su orden perfecto…
y variable a cada momento.
Una se muere antes de
que su producción acabe registrada en
las nobles, olorosas y satinadas páginas a todo color y mínimo texto de un coffee table book.
Una se muere a su
debida hora.
(Facilitando
reimpresiones.)
Right After:
La bruja, que esconde
la sonrisa y propina escobazos con sus… esculturas.
(-¿Esculturas…?
-Sí, ¿por qué no? Sin
duda, lo son.)
¿Truco o trato?
Esa obra… que como
todas bucea en la infancia, o en los terrores o en las felicidades de la
infancia, no podía ser hecha de otra manera (aunque si podía haber sido
concebida de otra forma), no podía mostrarse de otro modo que desde su luz
peculiar: “Soy de una generación que veía los dibujos animados en una
televisión en blanco y negro.”
Una pista perfecta
para una análisis interpretativo:
tales paisajes antes
de la batalla.
Enero-70: las calles
blanqueadas por una nieve aún amable y limpia.
Paisajes: cuando de
todo se duda, ¿qué ves? Lo inexpresable: “… y puesto que del azul ya lo sabes,
del verde te diré…”
¿Sería ella como uno
de esos “genios” ya agostados y en liquidación de temporada que acaban
cavilando sobre el tablero de ajedrez bajo la sombra de los árboles de
Washington Park? ¿Acabaría ella salmodiando por lo bajini mantras y viviendo en
uno de esos bohemios estudios del SoHo con olor a incienso, agua de flores
podridas en los búcaros y con los cuadros a medio pintar vueltos contra la
pared? “Aquella artista prometía…” Etcétera.
¿Cómo hilvanar esos
objetos? ¡Qué sutil (que por feble, precaria) ligazón! Hilvana con la
imaginación (plural, de incontable flujo).
-Esa cuerda…
-Para ti es sólo una
cuerda; para mí es mucho más que una cuerda.
-Entonces, ¿por qué la
exhibes?
-Porque la exhibición
es el símbolo esencial del arte que practico.
Esa obra en el extremo
opuesto de la autodestrucción: una labor diabólica que es capaz de desnudar al adulto hasta
encararlo con la misma locura, el vacío y la desesperación: la poetisa austral
pergeñó unas diabólicas sumas con el fin de averiguar la cantidad total de
veneno farmacéutico, así que reunió cuidadosamente 50 pastillas que tomaría
hasta la muerte con estudiada parsimonia: suplantó finalmente la poesía por la
matemática, una lírica controlada por el cálculo horrendo y obsceno contra la
vida, aunque bien mirado también podía haberse envenenado del todo consumiendo
durante meses decenas y decenas de tabletas de chocolate, a la manera de la
solitaria joven depresiva tumbada en el solitario dormitorio de su apartamento
en la solitaria tarde de luz eléctrica de un domingo silencioso de noviembre.
En soledad se labra el
verso…, en soledad se amartilla la pistola, a hurtadillas se amontonan las
píldoras homicidas en una esquina del escritorio donde perpetras las
confesiones, en silencio se anuda el lazo de la horca que ha de uncir y romper
tu cuello.
No desveles mi
embeleso, no despiertes mi sueño…
No pise el césped.
(El otro poeta pobre y
expeditivo prefirió la baratura infalible: unos buenos tragos del frasco de
tinte para el pelo y al otro barrio de una manera rápida e indolora: magnífico
suicidio: Hemos rebajado los costes para
usted.)
Otra vez la
adolescente hurgando significados profundos en pensamientos brillantes: ¿esto
que veo finiquita mi obra?
“El horizonte no es el
límite” (Brontë -una de ellas, una de las tres-.)
¿Licencias
filosóficas?, ¿creaciones léxicas?
¿A estas alturas… las Brontë?
Al final lo que te ahuyenta del mundo es que
recorres el camino inverso de aquel que busca el placer en lugar de la
felicidad: lejos del placer, es tu obra la que te hace feliz.
“Sin título”: qué superior el arte
a la escritura, a ese montón de palabras que en forma de novela, de relato o de
poema exigen el epígrafe, el rótulo, la etiqueta, la credencial que lo ampare
ya desde el mismo comienzo.
Imperfecta, inacabada…
no incorregible.
Aunque todo a tu
alrededor se desintegra (“todo”, eres tú y tu obra; lo demás…)
¿Dónde aprendiste
ortografía?
En Aegis Plastics.
(Escribe hasta los
acentos.)
¿Qué sabes de los
inhibidores de rayos ultravioleta?
Todo ha sido demasiado
rápido:
6 de abril de 1969:
Contingent
(bonita coincidencia)
(“Compre su número,
hoy puede ser el día de su suerte, ¿qué le hace dudarlo?, nadie sabe lo que
deparará el próximo instante, arroje los dados, elija el color, coja su carta…
Hola, tumor.)
Un golpe invisible,
impalpable, la desploma al suelo.
Te ha encajado la
cabeza en su quijada de hierro: no te soltará.
Feliz 1970.
“¡Mundo, jódete!”, le
aconsejaba Sol LeWitt que gritara a los cuatro vientos en 1965.
La judía, ahora en una
Alemania inocente ya de culpas, con la carta en la mano, sin saber todavía que
camino escoger, piensa que piensa demasiado: atada a la noria de la maldición
milenaria, a sus miedos ancestrales, a la infancia rota en mil pedazos.
Emprende tu camino. No es un éxodo a ninguna
parte. Ya estás en la Tierra Prometida.
Goethe: “En la vecindad de los dioses paganos…”
5 años. “Es todo lo
que necesito”, dijo (escribió ladinamente que
dijo ella su biógrafo en el 2014).
Ese tiempo era la
eternidad.
En 2030: tu obra se ha
deshecho, ella sola se ha destruido a sí misma.
¿Ya lo sabíamos, no?
Sí, pero, ¿y ahora
qué? ¿Qué quedará de mí?
Tú. Eso es lo que
queda detrás de ti. Y es suficiente.
¿Ni siquiera un
pedacito de látex y una titirita de fibra de vidrio, un grumito de polímero que
pueda exponerse años después en el elegante Jewish Museum de la Quinta Avenida?
(Y en un descuido
cogió un gran trozo de resina, modeló un muñecote y lo metió dentro de una urna
de cristal rebosante de formaldehido: por los siglos de los siglos. Amén. Tres
siglos más tarde a un distinguido desocupado con la pluma en la mano se le
ocurre diseccionar La Sagrada Escultura: retira las capas de piel y de grasa,
aparta los músculos, deja a la vista los nervios y los vasos sanguíneos, hurga
y hurga, y alcanza el corazón: que late, está latiendo, al rojo vivo, y vive.
¡Inmortal Hesse!)
“¿Sabes lo que significa Häagen Dazs?”
Pero ahora ya no
provoca la estética, sino lo pueril. Cuanto más trivial sea la pregunta, más
sesudos se vuelven los honrados contribuyentes fiscales de renta media que se
quedan sin palabras en el instante de analizar las obras artísticas que les
plantean los nuevos prometeos de la modernidad en las galerías de arte excelentemente iluminadas. “Pienso, luego
existo; luego esto que veo es verdad.”
Artista (ella):
Y si estás muerta, dos
veces mejor (bien muerta, suicidada o jodidamente
muerta joven e inesperadamente muerta).
Como el cadáver se
pudre, haremos una leyenda, una interesante estatua
a la que venerar.
Todas las leyendas son
invisibles.
Et debita proportio: a su debido tiempo,
medida evocación, con las justas palabras, la aparición calculada de reliquias,
con el primer millón de dólares… (¡las primeras biografías calamitosas!).
Dijo: el arte que dejó
de ser en función de algo (la religión, el retrato, una representación jocosa o
costumbrista…) pronto se convirtió en un asunto puramente económico, puesto que
la cosa en sí tiene muy poco de bello, placentero o evocativo.
“Me interesa más la
forma que el color; el material que su textura, el lugar que el espacio…”
Evoluciona hacia
delante porque pertenece a una especie… Si por ella fuera lo haría hacia atrás,
hasta el primer gruñido, puro y sonoro, ininteligible.
Lejos (¡por encima de
todo!) de la mainstream plástica.
Vivo el tiempo desde
adentro, no lo “sufro” ya desde el exterior. Claro, así todo me sabe a metal
hundido en un charco de sangre.
Alguien que debió nacer
se perdió
y yo vagaba cuando la tierra se quebraba
yo vagaba como una frágil sobreviviente…
alguien que debió
nacer y no morir
alguien que murió temprano
y no debió vivir…
Pero ni siquiera ahora tengo nada contra la vida.
(No huí a Alemania en busca de mí, de lo epifánico,
del arte… fui en busca de un pasado que había de fortalecerme, de acabar de
construirme, pero el futuro, lo que no es,
era la trampilla del cadalso por la que ambos íbamos a desaparecer del todo, yo
y el pasado… y el presente.)
El pasado no es: ha sido: de poco ha de valerte: e una cosa mentale.
Nochebuena, 1969.
¿Eres judía?
Hasta los tuétanos.
Pero le gustan los
cuentos:
Ese viejo (viejo como
la eternidad) de triste mirada azul, de ropa talar de colores apastelados, de
luenga cabellera plateada y noble barba algodonosa, desvía avergonzado la vista
de tus ojos, el rubor cubre la piel de su rostro sereno e inmutable…, y lo
confiesa finalmente con un hilo de voz celestial: “Yo también he sido creado… y
tampoco sé por quién.”
Olympia Press NO
RECHAZA ORIGINALES: una lolita a lo
Nabokov, una famélica vagina a lo Schiele, los enormes penes capitulares de
Beardsley…
HESSEDavid Grau: anda
que te andarás…
¿Me alcanza la idea
desde el uso de los nuevos materiales… o es la idea la que me impulsa a los
nuevos materiales?
¡Qué pregunta de
estafador!
Por lo demás, ¿cuál es
el método? (Eso siempre ha estado claro: el absurdo.) Desde mi nacimiento, todo
en mi vida es absurdo.
El pasado sólo
adquiere sentido desde el presente, ese viaje hacia atrás lo posibilita el
hecho único de organizar e interpretar la realidad de tu yo ahora.
El ojo fuera de ti,
como un objeto aislado, separado de tu cuerpo, como una entidad física autónoma
girando en el espacio hacia delante y atrás, arriba y abajo, moroso o
acelerado, enviándote sin cesar imágenes en las que tú también estás incluida, una mirada exenta que envía sus
chispazos a tu cerebro ciego pero voraz. “Anda, ojo, licenciado Cleofás, ve al
fondo abisal del océano, escala el Himalaya, traspasa la estratosfera, penetra
en galerías subterráneas y en las habitaciones de los hoteles y en los cuartos
rojos de los burdeles, atisba secretos, airea vicios y crímenes, desvela
maquinaciones, descubre farsantes, desbarata hipocresías y pon en su lugar
exacto a los mediocres y a los guardianes (rufianes) de las Falsas
Constituciones Que Eternizan Las Falsedades.” Y luego, obediente, bolita
rodante, el ojo acaba en tu mano y luego en el fondo del bolsillo como una
canica, y allí a oscuras, lejos de la luz, se apaga.
Se enciende, se apaga:
1970, 1943, 1968, 1939, 1953 (17 añitos, los libros bajo el brazo)…
No hagamos un guión
del estilo de…
La perfección todo lo
mata:
¿Qué lees?
¿Qué le importará a
éste?
Pero, en fin:
Doktor Faustus (a los 17 añitos).
Bien.
¿Bien?, ¿bien qué?
¿Bien la compostura de esos mamarrachos sin un libro entre las manos que ha de
encontrarse una de modo inevitable? Acechantes, antes que los libros miran los
senos puntiagudos tras la blusa cuando una desciende la escalinata a la vera de
los leones: y allí se esconde a plena luz del día otra bestezuela depredadora a
la captura de la fácil presa, allí aguardan pacientes, con las manos en los
bolsillos y la sonrisa de sabihondos caricaturizando el rostro de imberbes
estudiantes de segundo grado, ensayando mentalmente la voz engolada, la salida
de una huérfana, una solitaria de caderas llamativas, la jovencita incauta y
demasiado sociable, una empollona hormonada hasta la raíz del cabello que
esconde el cuerpo soberbio (quizás) bajo el vestido talar de verano. Pero… nada
de eso. Ella es ella, ELLA, con mucho que hacer y sin ganas de engañar al
tiempo como tú lo haces, idiota: ¡silencio, cara picada!, vete a ligar a una
patinadora de Central Park, si es que tienes suerte con esa facha de pajillero
y de futuro vendedor de coches de segunda mano en una ciudad del medio oeste.
No ven el libro jamás.
La enseña de su ambiciosa identidad.
Me hice a mí misma.
Como la piedra sin moverse, sólo con el viento y el tiempo. Luego…
Una escultura… ¿eso?
Pues, sí.
Por Dios…
Una escultura: me
proyecté a mí misma lo más alto, a los cielos negros.
¿Cómo puedo acariciar
con la yema de los dedos contorno tan irregular y extravagante, tan informe e
imprevisible, despreciable al tacto, de línea antojadiza, de material
indescriptible, de…?
Es fácil, hágalo.
Acaricie con la mirada y el entendimiento contorno tan irregular… etcétera.
¿Qué hay detrás de ella?
¿Puede ser delante?
8, domingo, febrero
del 70: sale del cine y se adentra en la noche fría y aletargada por una niebla
húmeda del brazo del hispano: The
Connection, de Shirley Clarke…
Esperar, esperar, se dice de regreso a casa con
el ánimo hundido en el abismo de esa ciénaga de la desesperanza y el miedo,
agarrada fuertemente al brazo protector que tira para adelante: esperar la
muerte no como una fiesta, sino como una ceguera, como espera el yonqui la
llegada del camello y ninguna otra cosa parece tener sentido, como esos tipos entre
el jazz y el hastío, insolentes hacia la muerte…
Leverkühn, el difunto,
inoculado por la peor y más destructiva enfermedad, sometido a los vaivenes
crueles que agobian a todos los iluminados, los elevados…
(Más le valiera aun
con la lepra de la sangre enferma y la piel pecadora dejar de andar de pactos
con el diablo: parlotear, beber vino tinto, gandulear, ser huésped del mundo,
y, después, nada, se quejará del hígado, de los riñones, del estómago, del
corazón, del intestino, y, después, nada, se irá arrastrando unos pocos años
más, y, después, nada…)
Maldito el barro:
modela tu semejanza, hilvana la cruel cronología de la especie sobre la
tablilla cocida.
Maldito el escriba en
uno u otro aspecto.
Benditas las mentiras
(haz de tu obra lo más mentiroso posible, puesto que tú si eres verdadera).
Ahora que lo preguntas
la mayor parte de los días
no consigo recordar.
Camina vestida, sin
marcas ni brillantes etiquetas. ¡Lo que ella oculta…!
Sólo ahora languidece:
de terror (que esconde a los ojos de los otros). Languidece, como jamás
languideció en los brazos de un hombre al que dejaba hacer sobre su desnudez,
languidece en la nada que es la muerte (no puede tocarse), a la que sólo
reconoce sus garras y colmillos invisibles por la debilidad de su propio cuerpo
febril deseoso y suicida de acabar de una vez por todas con su yo, descubre a la muerte a la que sabe
invencible ya confundiéndose con su aliento por esa rara postración de la
sangre que la hace sentir exánime y como fuera del mundo y sus pocos, casi despreciables
privilegios.
Escucha conversaciones
en el hospital: siente vergüenza: a veces sobra el hablar (acerca de la vida):
como suenan triviales esos comentarios obligados de la gente a la salida de los
cines (acerca de la película).
La botella de agua en
la mano, la boca seca, la mirada triste (o apagada, o temerosa, o incrédula…,
incrédula sobre todo), los asientos rígidos de plástico, la luz desmayada,
blanca y sucia, el silencio, las bocas cerradas, los labios blancos).
La artista, a la hora
de la inauguración, se colocó a un extremo de la puerta enteramente abierta
ataviada con túnica talar y un gorro de papel al estilo de Napoleón
encasquetado en la cabeza. A un par de ocasionales visitantes incluso les guiñó
un ojo.
Lo de afuera es una
gran celda blanca, una prisión inexpugnable que no permite intrusión alguna. Un
enemigo brutal que te inmoviliza por la indefensión tuya que sabes ante él.
Tres días encerrado el biógrafo de la calamidad y la pena en el apestoso
apartamento donde la penumbra y la desolación nacen de adentro, cuando las
puñaladas se abren paso desde las vísceras a la cruda realidad. Nieva en Nueva
York desde el lunes. Nieva eternamente. Un viento gélido, desbocado y rugiente
alcanza los cien kilómetros por hora y se abalanza sin dar tregua sobre las
calles y avenidas convertidas ahora en cañones antárticos. La sensación térmica
es muy inferior a los diez grados bajo cero que marca el termómetro en la
escala Celsius. En Long Island la ventisca propicia una visión alucinante, como
si la isla hubiese sido engullida por el mar blanco. Una capa de traidora
blancura, de más de 60 centímetros de nieve, cubre las aceras. (Revelarán
cadáveres y reliquias durante el deshielo de abril). Y un extraño silencio (que
también nace de mí) se apodera de la larga noche a oscuras. 11 de enero de
1971.
¿Eres verdadera? ¿Era
verdadera?
¡A qué teodicea nos
obligas, diosa!
Sucumbe a la emoción
del salvaje: créelo todo.
La razón empobrece la
fantasía. Sin embargo, él fantasea.
Mi gemela, la
auténtica, irrepetible, sin fractura, es la muerta
que será: ¡qué de diálogos a través del día y la noche…! Y a veces se me
aparecía físicamente… en el sueño, la sombra muda de mí… Hola, sabia.
¿Quieres que
contemplen tu obra o te vean a ti? Tendrás que optar por una u otra cuestión en
la escala de lo verdaderamente importante. En el primer caso vive muchos años
(puedes tener hasta un hijo, o dos, ¡y dinerito ganar!, crea y sé feliz con tus
ahorritos y tu casita de chocolate); en el segundo, muere pronto resignada o
inconsciente o tarde, muda y sabia, qué más da, fracasada o exitosa y abatida
por la fatalidad: te ven, te adoran como al becerro de oro de la inteligencia,
te veneran, te… ¡invierten en ti! Pues, así están las cosas, querida.
Imposible la pausa: se
trata de un continuum.
Y, además, es un arte
encantado.
¿El que harían las
hadas?
El que harían las
brujas.
Imposible la pausa.
¿Cómo puede hacerse
una cosa así?
Sin pensarlo.
¿Sin pensarlo…?
Una especie de attaca… a lo Beethoven.
¿Una especie de… qué?
De…
De pequeña (¿cuánto de
pequeña?) imaginó que de mayor (¿cuánto de mayor?) sería una pintora
importante: podría vender a excelente buen precio, si se lo propusiera, hasta
los títulos: Calma nocturna, Amaneceres de hierro, El parque amarillo, El perro que ríe… A un dólar la docena.
Y también de pequeña
descubrió que sólo los artistas menores, muy menores, llevan adherido a su
carácter la vanidad, la necesidad de un público alrededor de ellos (a los
buenos artistas les basta, soberbios pero discretos, con la genialidad que se
suponen a sí mismos, su espacio lleno de soledad, de soledad altiva, y esa indiferencia silenciosa hacia lo inútil les
impide tirar por la borda el sentido de la dignidad y actuar como un ridículo
mono amaestrado con el culo encendido de colores: “Pues si tal lo deseáis,
madame, hasta bailo en la cuerda floja”).
“Nunca me he analizado
con mayor minuciosidad que cuando he estado enferma: todo parece ahora tan
lúcido… transparente porque apenas soy ya…”
“No soy artista, pero
estudio Historia del Arte” (ese último refugio de los mediocres, al decir de la
Lucette de Nabokov).
Los pormenores: tal
cosa la desquiciaba por entero. Pintar y basta; esculpir, y basta… El arte, y
basta, desnudo, sin estética.
Sin embargo, al arte
lo conduce a la impotencia lo analítico y medroso de un pensamiento
escudriñador, de constante indagación. Esto guardaba cierto tipo de relación
con el hábito torpe e infantil de empequeñecer las dimensiones reales del mundo
al mirar en torno a sí encerrado entre las cuatro paredes del apartamento un
domingo por la tarde (y, encima, de noviembre). El planeta, que puede medirse
centímetro a centímetro a lo ancho y a lo largo, ya no puede crecer más, al
contrario que el universo que lo acoge en un ínfimo punto de su escala cósmica:
el mundo está más allá del “mundo” del planeta Tierra, puesto que somos
conscientes de la existencia real de aquello que somos incapaces de ver a
simple vista pero presentimos y sabemos.
El mundo no es, ni muchísimo menos, sólo lo que ves debajo o arriba de tu
camastro alquilado, ni tampoco es los dos libros que has leído, los seres que
has amado, el dolor o la angustia que a veces en soledad tratas de reprimir
confiando inocentemente en el imposible día de mañana.
La duda, “la verdadera” duda, es el auténtico
elemento adhesivo en la mente de un creador: no es lo que crea lo que le hace
dudar, sino el mero hecho de crear en
un universo que no deja de hacerlo interminablemente y de la forma más natural
impulsado por el origen de una fuerza misteriosa.
Déjalo ya…
(HESSE, Eva, Incipientes Tentativas de Elaborar una
Teoría del Arte desde el Lecho Clínico, Nueva York, 1970)
¿Andas en el Sheol, entre buenos y malos?
Ahora sólo entre los
buenos, en el Gehenna:
saludaba a Picasso y
compañía, todos (suicidas, borrachos, drogadictos, ladrones, farsantes,
caraduras…) buenos chicos en el fondo.
¿Hay algo que deje al
azar?
Todo lo medita, es
escrupulosa hasta en los mínimos detalles.
Meticulosa, ¿te has
parado a pensar que también el azar se halla encerrado en el cerebro? Todo
pensamiento u ocurrencia provienen de él como sus contrarios, a su antojo,
súbitos destellos aleatorios que despiden sus neuronas y proyectan sus axones:
podría ser azul… o podría ser rojo.
Lo que es… podría no
haber sido o ser de otra forma. Y no hubiera importado nada.
Esa pieza tiene los
objetos que necesita. Ni uno más, ni uno menos.
¿Quién lo dice?
Su creador.
Y desde luego que existe el arte artificial, al
igual que no cabe dudar de que determinados individuos exhiben ante sus
semejantes una personalidad artificial por los motivos que fueren y sin que sea
necesario obtener por ello algún tipo de beneficio como no sea crecer unos
centímetros sobre los zapatos que calzan (crecimiento que nadie advierte, por
supuesto).
Se calzó las botas de
siete leguas, o los zapatos rojos, o los divertidos zuecos, o.
Al despertar, nacen
sueños; no los “vives” (al menos, no los
vives tú) mientras duermes, sólo al
abrir los ojos existen lejos de lo fantasmal: ya eres tú. Ah, pero no están los sueños en el aire, ni los pensamientos,
ni las ideas: brotan de adentro de ti; si mueres, mueren, se pudren contigo, no
huyen, no salen en desbandada de la fetidez humana que los arruina ahora, poco
tiempo después de descarrilar el vagón que los conduce… ¿O tienen tiempo ante
de la podredumbre de poner pies en polvorosa?
Pero… ¿adónde?
¿Adónde va una sin
visiones, sólo con palabras?
No es una, es dos:
padre y madre a la vez: del padre, la disciplina; de la madre, la desfachatez
hacia la vida y la razón, lo suicida crece y crece como una planta regada por
la locura que no ha de morir al paso de los años: te matas y no dejas de
crecer: lo haces porque no has dejado que el cuerpo se muera a sí mismo:
“¡Jódete, cabrón!”, maldices aún con el sabor del tóxico en la lengua, o
mientras caes al vacío y todo parece ralentizarse a tu alrededor, o mientras observas somnolienta salir el
gusano de la sangre a flor de piel serpenteando por el brazo hasta verterse en
la baldosa fría del suelo…
¿Por qué hablo en
tercera persona?
Peor aún: ¡en segunda!
(Aquella tarde
permitió que aquel salvaje copulante, un animal, un auténtico Tom, la penetrase
cuantas veces gustase: híncala más, estácala, a ver, a ver hasta donde llegas,
potro imbécil…)
Intentas recuperar
aquella Eva Hesse de abril de 1966, cuando, todavía bajo el influjo de
Oldenburg, modosita atisbaba por los rincones del taller de Marisol,
enjuiciando la neófita escultora el trabajo y los tallados de madera y otros
materiales imposibles de aquella
artista experimental y reflexiva, calculadora al tiempo que manipulaba con sus
manos, sin descuidar composiciones, ángulos, perspectivas, retocando, cerca del
diseño ya, acabando en lo decorativo (“…lo que le priva del misterio…”): tú,
segura de ti misma, qué primavera fértil, anticipadora…
Cuidado con las
primaveras.
Cuidado con los
clichés.
“Nada de lo que
conciba prolongará el pasado, resucitará sus muertos o renovará sus paisajes.”
“Lo que hago se lo
arrebato al futuro, lo entresaco de su textura inextricable…, como si cortara
con tijeras a ciegas un trozo de él, lo recompongo, lo reinvento, lo exhibo, lo
nombro… Concreto esas visiones atrapadas con absoluto descaro…”
Imágenes que se ven
borrosas, claro. ¿Cómo iba a ser de otra forma…? También los objetos son raros.
¿Quién podría negarlo? ¿Pero quién va a dibujar de manera precisa las cosas,
los hechos y los símbolos del futuro, incluso los no-símbolos? Es el presente
lo que hacemos avanzar, no el futuro.
No es zurda, pero…
¿Por qué en las películas cogen los bolígrafos de una manera distinta a como lo
hace ella?: los entrelazan con los dedos, entretejidos a ellos, de estrambótico
modo sujeto a los dedos, de rarísima forma, me sería imposible hacer una cosa
así con mis propios dedos y la punta del pérfido instrumento para escribir. Los
dedos que…
Que no anochezca.
Que no amanezca.
La cronófoba quiere
detener el tiempo, ese contacto viscoso que, aunque sólo acariciante, la mata.
Bajo del metro en la
calle 6. Subo aturdida a la calle. Pero estoy en mi terreno, cerca de casa,
debería sentirme protegida… Una gran bola de demolición me ha golpeado la
cabeza en una esquina de la Primera Avenida donde están echando abajo edificios
enteros viejos y llenos de fantasmas, la ha partido en mil pedazos, cada ojo
reventado por un sitio, las orejas en el suelo, la boca hundida en la nuca, un
trozo de lengua colgando de un agujero en la mejilla, sin nariz, vuela un
pómulo, se desintegra en el aire una ceja, en el cráneo abierto por la parte
superior, como un pequeño cráter aún calentito, anida una avecilla…
Ahí afuera, a las
puertas del estudio, en plena acera, se yergue panzudo una gran caballo de
madera, de sus enormes tripas surgen hombrecitos armados como bacterias,
surgen…
Sol LeWitt: “¿Puedes
decirme de una puta vez lo que estás pensando? ¡Siempre escondes en tu interior
alguna argucia para confundirnos!”
Caída la escultura del
pedestal, sus trozos son mucho más relevantes, esa quebradura realza la
sustancia del material, convoca nuevas formas sorprendentes: rompamos, pues, la
escultura de piedra solemne (en mil pedazos, en un millón de pedazos),
convoquemos el engendro magnífico e inspirado.
Al asalto, tía.
A la frialdad
minimalista habrá que oponer la chapuza genial, el manotazo (y aun el
escupitajo) a los pulcros y medidos límites.
Manos a la obra: se
arremanga (ya lo hemos visto) y mete los brazos hasta lo más hondo del vientre
abierto y sangrante de la bestia.
Y otra tarde perdió
tres horas de su vida tratando de descifrar los textos y ensayos que reunidos
bajo la edición de Gregory Battcock aparecieron en el 68 publicado por Dutton: Minimal Art: a Chritical Antology.
¡Probó su propia medicina! ¡Qué diablos, se lo tenía merecido! ¡Qué barullo una
cosa, qué barullo la otra cosa!
Quiere reconocerse,
saber más de sí misma, del bagaje intelectual que la justificaba ante el
comentario trivial o el desdén de un público fácil y desinformado que eludía lo
reflexivo y se abandonaba a lo acomodaticio de unos referentes y conocimientos
ya contrastados:
(Se tornó muy humilde a partir del 69.)
Se supo vulnerable,
así que…
El cuerpo es tu casa:
si vuelas por una de sus ventanas abiertas y te estrellas contra el pavimento,
adiós, criatura… ¡Se acabó la partida!
El gris, a la vez que
define el absurdo, subraya la fragilidad e impostura con que la naturaleza de
un modo irónico, o peor, grotesco, inviste a sus víctimas (como ella).
En la vida real no
todo es blanco o negro… es gris.
De acuerdo, ¿qué clase
de gris?, ¿gris-blanco?, ¿gris-negro?
Es capaz de utilizar
nueve líneas bien colmadas de palabras para describir una vulgar disposición
que, curiosamente, ¡termina imponiéndose a ella misma, la autora!, ¡¡como si
tal cosa!!:
“… tan pronto como
comenzaron a caer [las cuerdas de Ennead]
lo hicieron, sin que yo me lo propusiera, de muy diferentes maneras, y a medida
que bajaban hasta el suelo más caótica parecía la composición…” Pero en el
“caos” no es preciso que gobierne el mismo azar, basta con enredar las cosas y
que empiecen a urdir su propia algarabía.
“Ah… Hago cosas
demasiado hermosas, y demasiado correctas (?)…”, se afirma a sí misma
convencida la chica de los “Bowery Boys”.
Podríamos hacer un
robot sensacional, chicos:
“Y de cronista la
Lippard; Andre, los huesos; Serra, los músculos; Hesse, el cerebro..”
Cerebro… ¡tanto
hurgaron ahí!
(“Big” Eva Hesse,
hacia 1954, dictamina con autoridad: “Niña, dos veces por semana, al loquero.”
¿Quién va a pagar?
Serás una chica del
OPR.
¡A qué precio!
No hay alternativa a
ese programa de ayuda (demasiada pasta para mí y para tu padre).
¡Dios, una pequeña vangogh!
¡Un Van Gogh con
vagina…!
Arte y locura: es una
combinación usual, para qué vamos a negarlo.
Otra vez junto a una
ventana, mirando afuera: todo lo irreal por pasajero, por efímero: todo “eso”
será imposible dentro de mil años:
otros colores, otros ruidos, y las gentes, quien sabe de qué y cómo y dónde…
Naturaleza humana…
temporal es tu definición.
La muerte de los otros
sólo corrobora la nada que les espera a todos los vivos.
Daddy murió demasiado pronto.
“¿Sabes lo que
significa Häagen-Dazs?”
Todo ha sido demasiado
pronto en mi vida.
Otra vez la tarde tan amarilla que parece que se
va a trocear de un momento a otro, a desplomarse en pedazos, a romperse o a
convertirse en un fluido amarillo, una espesura de amarillo intenso, como
saliendo del tubo del óleo (sagrado).
Una ya no actúa:
espera. La aturde el miedo. Sabe lo que va a pasarle, pero no lo que pasará
después. Aunque…
Vacía por dentro. Lo
notas, sientes como el vacío va ocupando el lugar del corazón, el hueco de los
órganos, secando las venas. Cuentas los minutos hasta que la cáscara se
desmorone sin apenas ruido, como si nada.
En 1966, en agosto:
“¿qué pasará después de esto? Pero eso era
todo… Hasta hoy.”
Nunca dejó de pensar
como una huérfana.
“Aunque también llegó
el terror y la angustia y algo sembraron en mí, y ahora ha nacido y brota,
quiere su espacio, su lugar donde crecer, nutriéndose de mí, matándome…”
La muerte de los otros sólo corrobora…
Etcétera.
Trabajar aun siendo un
autómata, como el condenado a muerte a quien van a ejecutar y continúa
respirando, continúa boqueando, continúa…
Basta de lloriquear...
siempre a solas, sin dios:
todo dios es
oscuridad, nunca se dejan ver (y lo que se ve
nada tiene de ellos, ni un átomo de su etérea sustancia tiene la roca, el agua,
el cielo), ni por un instante abandonan las tinieblas…
(En efecto, Biberkoph.:
un hombre tiene derecho a esperar del destino algo más que un pedazo de pan.)
¿Divagas? Divago.
Una puede experimentar
con el pensamiento como experimenta con el material, una es artista, el soporte
es la imaginación, incluso el disparate puede serlo, la incongruencia, lo
imprevisible de lo inmediato y peregrino.
Albers entró por la
puerta con un montón de periódicos: “Aprenderemos a trabajar con materiales
baratos”, dijo cuando yo era inmortal, en los cincuenta.
(El pensamiento es
gratis, incluso puesto negro sobre el blanco de una hoja de papel).
Acto seguido, repartió
a cada uno de los alumnos las grandes páginas ante el desconcierto general sin
dejar de advertirnos, extrañamente,
que no era necesario que leyéramos antes las noticias y los artículos impresos:
“Trabajar con un material tan frágil, y tan sólo con sus manos, sin ninguna
herramienta, exige solucionar problemas: ése será el arte de ustedes en los
próximos días, hallar soluciones.”
Más adelante: ¿Era el
color un material? Sin duda, puesto que enmaraña el de su soporte.
Serra lanza una
porción (¿calculada?) de plomo derretido sobre una de las paredes de Leo
Castelli: al escurrirse de la superficie, crea una forma en movimiento hasta
que se detiene y crea otra más inesperada: “Yo, el artista, sólo soy el
material electo, el lanzamiento, lo procesual… He ahí la forma como accidente,
sin correcciones, a la prima.”
Toda pedagogía
artística ha de ser subrepticia, refractaria al mandato, proyectada a la
libertad del recipiendario.
Pues, ¿qué tiene el
arte principos generales?
(¿Pedagogía? Siendo
una cría, Evchen sólo tenía ojos para
contemplar los barcos que cruzaban el gálibo del Georges, en Washington Heigths… Apenas observaba la estructura
fenomenal que colgaba por encima, ¡lo escultórico! El agua, y el aire, eso
parecía bastar.)
Ahora, ¿qué serías?
¿Una rosa, el trébol, la levedad del jazmín…?
¡Una planta carnívora,
una planta venenosa, la hiedra y su abrazo mineral (sic)...!
No hay reglas.
Bienvenido, disparate.
(Beethoven, al final
de su vida, ya sólo imaginaba la
música: ¿qué sonidos habrían brotado de aquellas postreras ocurrencias? Tal vez
se hubiera sentido horrorizado de haber podido oír lo que escribía en el papel
pautado nacido en absoluto silencio, una
potencia desconocida, inaudita,
que irrumpía poderosa, inesperada.)
En el desvelo, cercada
por la noche, Hesse ve sus obras
futuras, con la imaginación trajina la materia y los espacios, las formas y su
ordenación; pero también anticipa los teatros y escenarios del arte absurdo de
cincuenta años después: Koons y Hirst son ya la mueca del payaso, la burla no
menos inteligente, definitiva.
Comprende ahora que
desde lo oscuro de los tiempos lo litúrgico, si bien alejado o no de cualquier
tipo de solemnidad y estrictos reglados, ha prevalecido y salvado el arte hasta
su siglo de lo gratuito: el que sobreviniera tras ella, de ella misma como artista, desdeñoso con el ritual, escéptico ante su
carácter esencial, sólo apelaría en
el mejor de los casos al ingenio, y en el peor de ellos al divertimento o al
espectáculo transitorio. Ni siquiera un trivial pitagorismo se hallaría
presente en ese arte inclinado ante intereses espurios y alejados de todo
ceremonial.
El símbolo, los
significados ocultos (que tampoco ella consideraba necesarios, y así lo admitía
en ocasiones), de haberlos (aunque los artistas del futuro no se resistirían a
proclamarlo de ese modo), no serían en tales obras sino un adose posterior a la
imagen y sus construcciones materiales, y nunca el origen de su existencia
plástica.
Hacía muchos años ya
del descrédito que suscitaba la sola mención de la palabra “inspiración”: ésta
se había convertido en un simple estado de ánimo, bueno o malo, jovial o
huraño, que acompañaba el motor real de cualquier ejercicio de orden plástico o
intelectual: trabajo y esfuerzo, tiempo y maquinación.
¿Acaso no se forjaba
antiguamente el bronce a mano? No había soplo divino, ni seráficos cuchicheos
al oído.
Ella había endurecido
sus manos en los potingues químicos. No la arredró nunca esa forja venenosa que
modelaba sus ocurrencias. Nadie le dictaba la advertencia o el consejo: libraba
sus batallas y su desconocimiento a solas. Los peligros de su aventura no
habían sido previstos: a esta diosa, atenta únicamente a prodigios antes
inimaginables y nunca guardiana de la viveza del fuego que alentaba las
visiones ajenas, y que con gusto dejaría apagar, la enterraría viva el azar
infausto (pero también su audacia).
Y, por fin… desaparece
el nimbo (que tanto has supuesto alrededor de tu mollera, oh, santa).
Deja atrás el arte…
tan viejo, tan manido, tan caído en manos ruines, ingeniosas, circenses,
codiciosas, mediocres o sutiles.
Y sonríes desdeñosa,
das media vuelta y sales, te alejas sin volver la vista atrás, tras de ti
cierras la puerta de una vez. Descanse en paz El Arte. Definitivamente.
Y sale el director de
la pista: Queridos niños, queridas niñas…
A rodar.
La gran artista no
necesitaba materiales de ninguna clase: por fin su cuerpo, su mismo peso físico, era su material (el tacto sobre
la piel de los otros, el pulso de la sangre, el respirar, la mirada, el gesto, el movimiento, el sabor
en el paladar, el hablar, el vestir, el comer, el leer, el temblor del amor, el
soñar), el arte único que proyectaba invencible (puesto que era de verdad): sin
ataduras ya, sin concesiones a lo manual e incluso a lo intelectual.
Basta el sol en la
cara. La caricia leve del aire cálido, terrenal, ¡oh, madre tierra!
El cuerpo es la
verdadera religión: has alcanzado el arte más excelso. Sin necesidad de
pintarlo, tatuarlo, disfrazarlo, violarlo. El cuerpo era la jaula de cristal de
su alma de artista.
El cuerpo podía sonar
diferente, no obstante.
Un cuerpo actuante,
lejos de la pasividad del moribundo o del anciano.
Otras lo vieron…
Ana, la niña que voló
agarrada a las alas de Campanilla.
-Señor Andre, debería
explicarse, todo esto parece criminal.
-No sabría cómo
hacerlo. Y nada tengo de criminal: soy artista.
-Ella voló.
-¿Y qué culpa tenía yo
si ella tenía la cabeza llena de pájaros?
El pincel… quiero
decir el escoplo, el martillo, el cuchillo, el hacha, la sierra, el soplete de
Ana Mendieta eran su carne y hasta su sangre y sus lágrimas de desheredada:
Tu última obra… ¿el
estropicio de la carne despachurrada sobre el pavimento estridente, canalla y
sucio de cincuenta metros más abajo de la ventana?
He ahí la heroína del
paisaje, la huella térmica del alma, la artista total.
Y, además de la
pinturita (por así decir), ¿había algún otro ocio?
¿No se había purgado
lo suficiente leyendo El evangelio de Sri
Ramakrisná y las inocentadas del yogui de Yogananda?:
jamás perdía el tiempo
entregada a pueriles fanatismos: profanaba su cuerpo con el maquillaje y la
violencia. En sus “obras” escondía la mente, la fábrica de la idea: mostraba el
cuerpo, banco de pruebas inagotable, el rescoldo despreciable del fuego
invisible de la carne mortal y pronto olvidada.
Un enigma, La Gran
Caída Final (ante los ojos fríos, racionales y cerrados de un poeta sin gramática, minimalista al cabo).
El guardafrenos no
pudo evitar a tiempo que el tren descarrilara:
otra que voló.
La Heroína Posterior a
Hesse encuentra acomodo en la misma y profunda huella de su cuerpo desnudo en
la tierra pura de la mañana o atrapada en la corteza milenaria del árbol: esta
vestal sin hogar propio alienta el fuego sagrado del arte mediante el latido de
su sangre y su carne herida o mancillada.
¿El legado de tamaños
y artísticos empeños?:
70 películas en súper8
y 9.000 diapositivas de sus manoseos con el cuerpo divino (a imagen y semejanza
de Eva en el Paraíso).
No se echa para atrás
ante el sacrificio: el de ella como cuerpo
de mujer universal (injuriada, humillada, agraviada, golpeada, ultrajada y
finalmente asesinada por todos), o el
del animal degollado por sus propias manos y cuya sangre, que ella misma vierte
sobre el pubis creador y los muslos desnudos, purifica su carne, discurre por
la negra pelambrera y los surcos exteriores del molde fabricante de hombres.
No recula esta camarada de Peter Pan ante un
planeta viviente del aire y la luz, de la tierra y el fuego: con esos materiales
y lo funesto del fin en La Capital del Mundo es fácil labrar una leyenda:
cualquier menudencia del pasado (del pasado de la heroína) adquiere dimensiones
colosales:
“Aquí puso su mano.”
“Aquí la huella de su
pie.”
“Ella salía al
amanecer camino a las Grandes Rocas. No regresaba hasta la puesta del sol (la
hora sagrada).”
“Esas líneas sobre la
piedra inmemorial las trazaron sus dedos de artista.”
“Sentía preferencia
por la habitación 108 de cualquier hotel.”
“Sus pies desnudos se
posaron en el polvo amarillo de ese camino a las cuevas del agua.”
“Puñados de esa tierra
negra la he visto yo coleccionar.”
“Alzaba su perfil al
sol majestuoso de la mañana, al sol poderoso e invencible, padre y verdadero
dios de todos nosotros.”
“Era silenciosa, pero
sus ojos hablaban, hasta gritaban.”
“Era… era como de la
tierra…, de tierra y de sol.”
“Víctima y victimario
se fusionaban en ella indisolublemente: su propuesta es radical y
estremecedora: se mezcla la sangre inocente con la sangre culpable.”
¿Cuál es tu patria?
La tierra y el sol.
Con ellos, hablaba
(escondida a los ojos de Maroya).
¿Existen otras formas
de hablar?
Eva Hesse (de nuevo):
Laocoonte.
¿Qué es Laocoonte?
[Sólo él, Laocoonte,
sacerdote troyano de Apolo el Grande, y Casandra, más grande todavía que fue
hija de Príamo y sabia en la adivinación, condenada a no ser creída jamás a
pesar de la verdad de sus oráculos, advirtieron de los peligros del gran
caballo de madera ideado por Ulises: tras la inofensiva apariencia de su imagen
se escondía la ruina de Troya. Por su desafío a los dioses Minerva lo condenó,
y dos gigantescas serpientes salidas del mar se aferraron al cuerpo de
Laocoonte y al de sus dos hijos asfixiándolos hasta morir. Su iconografía
clásica, obra en mármol de tres escultores rodios, es harto conocida.]
¿Advierte la obra de la artista neoyorquina mediante algún indicio
perceptible que más allá de su representación eminentemente visual se halla un
comunicado espiritual?
¿Existe algo más allá de lo que veo?
¿No es sólo evidente lo que se me ofrece a la vista?
¿No incursiona en
superchería una obra plástica cuya ambición es trascender lo visual?
¿No sepulta lo invisible –de haberlo en la intención
del artista cuando “construía” su obra- lo visible?
Tan concreto, exclusivo y autónomo como tú debería
ser tu arte.
¿Contra quién se enfrenta tu Laocoonte?
Qué Laocoonte haces
nacer: ¿el desgarrado por el dolor obra de Virgilio o el del sufrimiento sereno
del mármol? Animales de sangre caliente a pesar del papel o la piedra.
¿Cuál de ellos se
halla más próximo a tu ánimo de artista?
Sin duda, pictura.
¿Te interesa hacerte entender? ¿O simplemente mostrar?
¿Qué trazas de la estética aristotélica se
entrometen en tu mente cuando cavilas una obra?
La niña ha destripado a la muñeca: era más
interesante lo de dentro que la aburrida mueca sonriente eterna del plástico
rosado.
En su Laocoonte todo está oculto menos el
material, ¡qué porquerías, princesa!, desafiante a las miradas de extrañeza o
repulsa, desconcertante a causa de un enunciado que, al tiempo que lo
identifica de la forma más extravagante, parece querer asimilarlo al mito o a
la obra artística imperecedera quién sabe a partir de qué presupuestos
intelectuales.
¿Qué es Laocoonte?:
¿Qué has visto realmente en el Museo Vaticano (sábado,
19 de septiembre del 64)?
tubos de plástico
cuerda
alambre
papel maché
tela
pintura gris
(330,2 x 59 x 59 cm.)
Esta antigua
estudiante de… ¡pintura! nos ha salido una escultora realmente singular.
Hermética ella, lejos
de lo jovial y lo transparente:
Una obra hermética:
Proveniente del latín hermetĭcus:
Por Hermes Trismegistos,
legendario alquimista egipcio.
Y a tu vez,
entrometido:
¿qué extraño artefacto
has pergeñado a base de palabras? Cualquiera de sus líneas parece producto de
lo fortuito, del azar, del antojo más libertino y despreocupado…
Ese hombre obstinado,
empeñado en sumas pequeñas;
en efecto, su
ensamblaje se hurta de la coherencia y propende a una compilación no menos
gratificante que la rigurosa métrica para el clásico:
una Hermäa donde el albur y la casualidad
construyen la forma (lo informe) de su discurso arbitrario pero asistemático.
En el libro de
Burckhardt: sólo dos (2) frases sobre las artes plásticas. Es lo que da de sí
todo el Renacimiento, a su entender.
HESSE. -Y tales asuntos de mil y una
referencias los contrapones a mi obra, pequeño español, donde toda apelación
para el ejercicio de su conformación plástica es meramente ocurrente y a duras
penas compromete débito alguno con el mundo exterior, sin ningún otro estímulo
que el material y el que su misma praxis depara durante el proceso.
EL NEGRO. -Querida, tampoco es que yo me haya
tenido que valer del uso de los 6.000 volúmenes de mi biblioteca, procurada
pacientemente con mis solos ahorros y alguna que otra pecadora sustracción
perpetrada en mis años mozos… Me han bastado… unos 4.327 libros, un millar de
artículos de periódicos y revistas, unos centenares de fotografías y un ratito
de navegación nocturna por la… Pero dejemos esto. No lo entenderías.
Cada uno es como es… y
alguno incluso más listo:
Judd fabricaba sus
obras por teléfono: leía las instrucciones al primer tipo de la fábrica que se
ponía al otro lado del hilo, especificaba medidas y colores, colgaba el
auricular y se iba a dormir y…: hale, que entren los duendes del zapatero.
¿Para qué pensar
demasiado? ¿Adónde nos conduce ponerse a pensar…?
A apartar el pincel
del lienzo o de la tabla; a dejar caer el cincel o el palillo al suelo…
“A detener la
respiración…”
T. Smith: “Todos esos
tíos del minimal, y la mayoría de ellos entraban y salían sin ningún reparo por
la puerta de mi taller cuando les apetecía sin mediar aviso alguno, rastreando
con la mirada cuanto podían, todos esos tíos piensan demasiado, se dedicaban
horas y horas a reflexionar sobre lo que iban a hacer y sin dejar de parlotear
desmenuzaban punto por punto las obras que ya habían hecho: bla, bla, bla. Al
parecer, necesitaban justificarse intelectualmente ante ellos mismos y explicar
sus obras a los otros… Yo nunca pensé nada de lo que hacía. Sólo lo hice. Y,
por cierto, mandándoles a otros que
lo hicieran en mi lugar.”
Bien diferente se
creía ella en lo tocante a una predisposición a lo artístico que remitía
inexorablemente a lo trágico, o cuando menos a todos aquellos sucesos del mundo
de carácter patético que terminaban conmoviéndola del mismo modo que las
adversidades e infortunios acaecidos en su propio ámbito personal, y que,
conjuntamente con la prevalencia de los antiguos mitos y lo desorbitado de sus
leyendas entre sus preferencias culturales, reforzaba aquella dimensión
exagerada que a nivel matérico deparaban obras tan tremendas y solemnes como Right After o la Untitled de 1970, cuando el horror, la blasfemia y la piedad lo
invadían todo.
“Sólo trabajando,
descubro lo que creo.” Pero nunca nadie es inocente del todo: una mano secreta
(incluso una infantil, la tuya de cuando entonces) te guía en tus devaneos y
tentativas: te conduce de la incertidumbre al logro… ¡o viceversa! Una termina
haciendo lo que es, al menos si no es una farsante o una mercenaria.
“En cualquier caso”,
susurró fatigada, “maniobrando es la única manera de que se nos revele lo
fundamental, lo que de veras importa; sólo desde las manos, trabajando,
cristaliza lo realmente oculto… No una forma, ni una apariencia, sino una idea del arte.”
¡Qué paradójico
resulta comprobar en algunos artistas lo barroco presente en sus obras,
percibir apabullado la extraordinaria heterogeneidad de sus materiales y su
enrevesada composición plástica y al cabo de un rato descubrir más apabullado
todavía lo minimalista del concepto y
lo simplista de la idea que subyace detrás de todo ello. La falla resultante expuesta a la luz
poderosa y cruda de los vatios, la profusión objetual y el exceso, se halla
sostenida por una mente reduccionista y austera, incluso pobre, desnuda de
ambición ornamental, un simplismo: una contradicción.
¿Pero no es el arte
una contradicción?:
Dices algo que no es.
Lo que exhibes, siendo
real, cosa u objeto, es mentiroso.
¡Pero es verdad lo que
ves!
Sin ti detrás, sin el
título o la presunción de la que haces gala, sólo son trastos, piedra, telas,
colores…
Deviene presa
alquímica, el oro: una conversión. ¿Qué es arte? Lo que yo digo que es arte y
como tal lo muestro: su peso en oro.
(Sé un francotirador,
dispara a la cabeza. El arte es caza mayor, sé altivo: no hay excusas que
valgan, espétalo a la cara: lo tomas o lo dejas, reviéntales los ojos.)
Ella era artista: una
mujer técnica (incluso en lo que no precisaba artesanía alguna).
¿Artesanía?
Los disparos van
directos a la razón.
Entonces…
Entonces una mujer
técnica del pensamiento que se vale de las manos y el pringue que sea menester,
inclusive, si preciso fuera, de la sustancia de esa medusa que provoca el mayor
dolor conocido e insoportable hasta la muerte en los humanos.
En el 65: “La pintura es una capitulación.”
Pues, si no nos vale…
Al objeto, entonces. ¡A por él!
Empezó a imaginar lo
que le gustaría ver. O tal vez veía
lo que imaginaba: “Hazlo real”: los materiales son lo que son, y ni una palabra más:
Right After.
¿Qué ha llevado hasta aquí?
No la
manía de las grandezas:
“Es a través de lo trágico que se alcanza la
redención”, se había dicho tiempo atrás sin comprender demasiado bien qué había
que redimir y de qué habría de sentirse culpable desde que cruzó un océano para
salvar la vida. Ahora ya lo sabía. Y
tampoco había cuentas que saldar (eso, también lo sabía).
¿Qué fue antes…?
El origen fue… la confusión… Nadie crea, si es
creador y no un plagiario, sino desde el desconcierto más absoluto e hiriente
hasta que ese inicial estupor deviene por misteriosa conjunción de iluminado y
oscuro oficiante en puro dinamismo histérico, osado revelador de misterios, de
estampas indescriptibles, de figuraciones y desafíos sin fin, de sublimes
supercherías, un fraude que, en el caso de serlo, constituye una de las más
esforzadas aventuras de la historia por
borrar los originales.
Eres artista, eres un
genio (si no, no merece la pena, folks),
contrae una lepra Leverkühn, intencionada, invisible, calculada hasta en el
mínimo átomo de su poder lento y destructivo, abraza al diablo (tu verdadero
amante, aunque no exista), corre todos los peligros, libera los monstruos de tu
interior, bucea en las tinieblas… pero si loca, ¡mejor muerta!
¿Qué fue antes, aunque
fuese poco o despreciable o accesorio o adicional a lo verdaderamente
primordial?
Eres artista, eres
mujer: fons omnium viventium.
Eres artista, eres
mujer, hasta bruja has sido.
Convertida después en
Sybila más que en Circe, predices los maleficios: como Bruja todos los has
llevado a cabo en tu cabaña de fuego y niebla en la umbría del bosque. Ahora
tan sabia, entre hedores y humos…
Ahora que ya estás
sola en la oscuridad de adentro (y la clara mañana de primavera afuera
acariciando la piel de los vivos saludables), ahora tan cerca de la nada, con
la muerte a la que has dado paso sentada en la salita contigua al recibidor,
aún cerca de la puerta de la entrada a la casa, esperando a que la recibas (tú,
que andas en zapatillas, con el cabello suelto y los ojos de mayo, una artista
con tejanos deshilachados y una T-shirt
llena de pringues) muy bien vestidita de traje sastre, como una vendedora de Avon que aguarda de la dueña la
señal para abrir la fragante maleta de las sorpresas (bien escondida la
guadaña), muy modosita, con la vista baja y en los labios una leve sonrisa casi
imperceptible, con las rodillas juntas y las manos cruzadas sobre el regazo.
Adelante, adelante, perdone que la haya hecho esperar, Muerte.
Antes fue todo tan
acelerado, tan vertiginoso que parecía posible abolir en el arte aquello que lo
había sustanciado hasta ese momento, incluso a Picasso, a quien algunos ya no
temían tildar de “artesano”. Era en la abolición, en lo tajante de las
respuestas y los hechos lo que dotaba a las prisas de la cualidad de lo fértil
y acaso de un inspirador acicate (no
pienses, corre y llega cuanto antes) cuando tampoco era desdeñable su
naturaleza embrolladora y fácil puente a lo fraudulento: lo urgente había sido
en todas las épocas lo que caracterizaba de veras el arte joven y novedoso, al
margen de quien lo llevara a cabo, jóvenes o viejos. Importaban las nuevas
ideas, y bastante menos las apariencias que podrían hacerlas visibles en formas
artísticas. Lo verdadero (lo
revolucionario) era matar lo precedente y no modificarlo.
Un artista se tomó el
tedioso esfuerzo de sumar todo lo que tenía: 7.004 cosas (el apartamento donde
vivía, el Ford del 59, la Zenith del 61, la chaqueta de mezclilla con coderas
de cuero marrón, tres pañuelos, la billetera…, hasta un alfiler, una caja de
cerillas, un tarro vacío de bovril, un cordón –uno- de zapatos, el sello de
correos usado, la moneda de cinco centavos…)
7.004 cosas.
Las destruyó todas. Se
quedó sin nada, ni siquiera conservó las obras que había producido hasta ese
día.
Reducido a cero.
“Podemos empezar”,
dijo con el miedo corroyéndole las plantas desnudas de los pies, y subiendo,
subiendo…
Smithson, poco antes
de estrellarse y morir a bordo de un avión, en el 73, reclamaba atención para
los que partían de la misma nada:
“¿Sabes lo que
significa Häagen-Dazs?”
“Eva Hesse se instaló
por fin en un lugar donde por más que miraba en derredor no encontraba un
referente, un asidero conceptual del que poder evolucionar: estaba en el mismo
cero.”
“Hay bastante de
intencionalidad en busca de una construcción orgánica: se veía una justificación [y repitió] orgánica en cada uno de los objetos, en
su lugar y en el orden dispuestos en la composición.”
“Voy a contar
algo”, dijo (Smithson):
“Exhibió una pieza,
“Piedra lunar”, y al lado colocó una nota de su puño y letra explicatoria (¡y
reveladora!): Fragmento de ladrillo
hallado en un vertedero a las afueras de la ciudad. En efecto, se trataba
de un simple pedazo de ladrillo de barro cocido de tintes rojizos, bastante
hueco por dentro, un mísero elemento de construcción deteriorado y sin la menor
importancia material o plástica.”
¿Entonces?
Déjalo ya…
Tampoco se precisaba
para su contemplación incurrir en un acto de fe. Ahora era una piedra lunar. Y esa era toda su conversión, el
enunciado ya irrebatible. Adiós, ladrillo. Hola, piedra lunar. Hola, Obra
Maestra Desconocida.
Volvemos a las brujas.
Cosas de brujas (de las más jóvenes y hermosas, ñam-ñam, harto apetecibles, ¡mmmmmm!, pues ésas son las verdaderas
brujas que gustan de sacrificar, ¡oh, el intenso olor de su carne quemada!,
¡oh, qué desperdicio! Y cuando viejas, pestíferas, borrachuzas temiendo como al
diablo el frío, ¡brrrrrrrrr!,
pegadas al fuego que tanto aman, ahítas de trapisondas, durmiendo las
melopeas, zzz-zzz-zzz).
Porción arriba, porción abajo (¡qué más da!) de
belladona para la transmutación: pronuncias las palabras mágicas y, helas,
surge a la vista la obra maestra desconocida (digna de un Lord) como el agua
del surtidor del más bello jardín al cielo azul (de la más negra tierra al
cielo más negro).
El auténtico artista acaba profanándose:
permite, incluso instiga la incredulidad del espectador, al que atrapa con
ardides extraños o reconocibles, sabidurías técnicas, falsas inocencias…
¿Como cuáles? ¡Un
artista nunca es inocente si ha cumplido ya los siete años!
Inocencia: candor, sencillez…
“El arte –dijo (Smithson) que dijo ella- es el
cordero de la expiación, una se purifica, se despoja de la culpa… del pasado
terrorífico…
Otra más, que se vale
del arte para levitar sobre lo terreno…
Smithson:
“De los campos de
concentración… si… ella no estuvo nunca y, sin embargo, era un motivo
intelectual recurrente, como un postizo oculto que lograba dotar de lo trágico
muchas de sus composiciones de la primera etapa como escultora, todas con
materiales de Arko Metals Products, de los que se proveía en el 494 de Broome
Street… Le iría mucho mejor después, con la fibra de vidrio y los galones de
látex que se llevaba a manos llenas de Cementex Company, en Canal.”
Smithson:
“Había un orden básico
en su manera de ejecutar una obra…”
Iba tejiendo su
autobiografía según los diferentes estados de ánimo sobrevenidos en… ¡una hora!
¿Qué diablos quieres
ver en Ishtar?
Pero, ¿hay algo que
ver?
Smithson:
“Quizás… sí, es
posible que esa obra revele…”
En cierto modo…
Ni el muro más grueso
de acero es tan opaco como los frágiles materiales que, al construir Ishtar, tapan cualquier clase de
concepto o sentido encerrado entre las tres meninges. Toda metáfora es una
suplantación, y esta obra ni siquiera es eso.
Smithson:
“Podría verse un…
pene, o a la madre…”
En fin…
Smithson:
“Algo que cuelga, una
extensión…”
¿Cuelgan las madres?
Smithson:
“La suya, sí.”
En su flojera (que es
casi siempre), los penes cuelgan. Eso es cierto.
…………………………………………………………………………………………….
“Es claro que hablamos
de un arte diferente… sugeridor. Puede leerse cualquier cosa en él.”
“Aunque, ¿por qué
habría de leerse algo en sus obras? Para eso ya están los libros, antiguos y
modernos (algunos son muy entretenidos). En las plasmaciones del arte anterior
al XX era fácil reconocer sus motivos y sus modelos, no se… leía nada en ellas.”
“La mente puede crear
infinidad de imágenes irreconocibles… no así los ojos, que sólo ven, reconocen, clasifican..., no desean chocar contra la
realidad, se empeñan en lo visible: el mundo está bien hecho, etcétera..”
“¿Y qué tal la influencia
de… Shakespeare?”
“!!!???”
Cuatro días antes de
que Eva Hesse muriera (en coma, sin saber que moría), Sontag escribía en su
diario, el 25 de mayo: Yo soy de mi
propiedad: tres años después, sin saber por qué ni de qué, a la escritora
se le diagnosticó un cáncer de mama metástico de grado cuatro:
“Uno es juguete del
azar, que es algo que siempre termina por destrozarlo todo.”
“De modo que Shakespeare…”
“¿Por qué no?”
“De acuerdo,
Shakespeare. ¿Por qué no?”
“En cierto sentido, se trata de forzarlo todo:
uno puede creer en los personajes… ¡pero en sus diálogos!”
“¿Qué significa caos?”
caos.
(Del lat. chaos, y este del gr. χάος,
abertura).
1. m. Estado amorfo e indefinido que se supone
anterior a la ordenación del cosmos.
2. m. Confusión, desorden.
3. m. Fís. y Mat.
Comportamiento aparentemente errático e impredecible de algunos sistemas
dinámicos, aunque su formulación matemática sea en principio determinista.
(La cháchara del fool recorre estas páginas.)
“¿Hasta el puto
Shakespeare eres capaz de meter aquí?”
“¿Qué otra cosa
podemos hacer?”
“No veo la conexión…”
“No hay ninguna
conexión.”
(A veces –y no te digo
Tirso, Calderón o el mismísimo Lope “el de las mil quinientas”-, Shakespeare
complicaba el sentido para favorecer la rima…”
¡Joder! ¡Qué me dices!
“De ahí esas frases
brutales, esos giros afilados,
estremecedores y penetrantes del lenguaje, esas maravillas léxicas, esos
sentidos de ultratumba...”
¡Joder!
“…el pensamiento
inédito, revelado por vez primera en el papel…”
¡Joder!
Sin duda, en esos
siglos ruines de hambrunas y reyezuelos indescriptibles la pluma más barroca,
la de Quevedo, se encarama a su puesto, el primero: fluye como del vino negro y
espeso del terror místico, o del vino rojo del dolor y de la desesperación o del vino de oro y obsceno de
la burla, o el blanco de la nieve, afrutado...
Góngora pone firmes a
todos ellos, si de complicación se trata. Acá el metal deviene palabrería, un
intríngulis léxico que dispara las entendederas: pasatiempos intelectuales.)
“Y en el fondo, no era
complicado… lo de ella. Era, simplemente, una propuesta, entendieras o no
entendieras ni por asomo lo que ella se
proponía en realidad.”
Respecto a la cuestión
biológica…
¿Qué pasa con ella?
¿Mujer?
Poco había de eso.
No era de las que
creaba (y creía) a partir del décimo día del inicio del período menstrual, 0h,
diosa de la fertilidad: de día, o de noche, ¿qué más da?
“Le había interesado
mucho tiempo atrás quién no era ella,
bastante más de lo que era, así que, más tarde, hasta el día de su muerte, ya
no hubo errores.”
Una obra tan próxima
al solipsismo que roza la desesperanza; bucea en una introspección silenciosa y
lenta como el fondo del mar.
Deja de ser
sustantivo: nada nombra, ninguna cosa, ningún ser.
Descubrió en seguida
que en el arte la mujer parecía ser el “accesorio necesario”. Sonrió para sus
adentros (no des pistas al enemigo) y se puso en seguida manos a la obra: ¡Se
van a enterar!
“Encerrada en el
estudio, entre cuatro paredes, el exterior de afuera, la ciudad, la amparaba.
En la naturaleza, merodeando por el paisaje, sin techo, con las manos vacías,
se hallaba desnuda: ¿dónde está la gente?”
Yo soy de mi propiedad.
Smithson:
“Es el ambiente, los
hechos difíciles o lamentables que rodean a un artista, el que lo crea también… Agrega una perspectiva
diferente a tu trabajo…”
Unas semanas después
de esta reflexión (no acerca de la obra
de Hesse, ni siquiera acerca de ella misma), Robert Smithson moría perseguido
por un destino en el que siempre
confió mientras oteaba desde el cielo el sitio ideal para Yellow Ramp (¿existía el “sitio ideal”?).
Otros, al tiempo,
acaban abriendo un agujero en la tierra y lo convierten en un refugio nuclear
(Morris).
Hesse… muerta, y sus
obras que “viven” en el tiempo…: despiden el hedor de la putrefacción, hierve
la materia orgánica en una lenta destrucción casi casi hasta visible en su proceso post mortem.
¿Qué relación tiene
esta obra con el mundo?… ¡Es en el
mundo!
Déjalo ya…
Un crítico-forense
desmenuza las intenciones, determina las piezas del basural descompuesto,
enumera valiéndose de graciosos tecnicismos los estragos y genialidades
internas del cadáver de la obra artística. El tipo de Christie’s le desliza un
billete de cien dólares en el bolsillo de la bata y le susurra algo al oído:
“Trágica Muerte
Natural”, consigna el destinatario de los cien pavos en la hoja amarilla,
todavía con el escalpelo en la mano.
Todo en orden,
cualquier sabueso por más que meta sus sucias narices en el asunto no ha de
reprobar tan expeditivo examen analítico.
A la subasta.
A rodar.
A fin de cuentas, ¿qué
es la inmortalidad?:
que uno de tus mejores
amigos sobrevivientes a ti se encargue de seleccionar los trastos y fragmentos
desechados de trabajo sobre la mesa de dibujo o arrinconados en algún lugar
polvoriento del estudio (ahora a plena luz del día, ultrajado de luminosidad,
revelando ángulos sagrados de meditación, mancillado por el ojo público, descubriendo
suciedad, pobreza, el desperfecto con el que vivías, los rayos matutinos del
sol te desnudan del todo):
sí, esta es una pieza
estimable; aquella, también; esa otra, no, es un simple trozo de…, y esta de
más allá, quizá estas dos…
que ese amigo en insensata
decisión los convierta en objetos
artísticos y permita su exhibición encerrados en una urna de cristal como
engañabobos para pasmarotes con el caro catálogo en la mano.
“Eres como el jazz del
negro… una improvisación”, le dijeron (equivocados: todo era muy sabio).
Respecto a la
composición…
Hábleme de aquellos
jóvenes.
Le recordaré que
LeWitt era portero de noche en el MoMa, y Flavin y Ryman, también en aquellas
salas conspicuas, guardias de seguridad.
Algo se les pegaría.
Decididamente.
¿Hesse aparecía mucho
por allí?
Todo el mundo ha ido
mucho por el MoMa. ¿Sabe?, se les nota.
Es un arte para
guardar debajo de la cama (Lippard lo hacía de ese modo: allí estaban aquellas
obras de los jóvenes prodigios,
sucias y polvorientas, cubiertas de pelusas).
Hesse debajo de la cama de Lucy Lippard.
Un título excelente.
En realidad, se trata
de un dibujo enmarcado de medidas no excesivas.
Lippard:
(Imbatibles
razonamientos):
“Los artistas (LeWitt,
Hesse, Adams, Nauman, Bourgeois, Kuehn, Sonnier, Viner, Doyle, Plimack,
Mangold, Graham, Bochner, Andre, Morris…) entre
los que me movía solían decir: cualquier cosa que hagamos es arte. De
modo que pensé que si cualquier cosa que hacía un artista era arte, cualquier
cosa que haga un crítico es crítica… Escribí un montón de cosas raras, pero
todo eso era crítica de arte, porque yo era una crítica (¡qué cojones!). Esta
actitud facilitó mucho las cosas, todo era más sencillo visto desde esa
perspectiva. ¿A quién iba a dar explicaciones?
“El arte conceptual ha
hecho artista a mucha gente: ¿quién no tiene un concepto… Todo lo demás, es
plástica, algo visual que es irremediable
aceptar.”
¿Cómo consigue una
mujer entrar en el Whitney Museum por la puerta grande?
Con pitidos y sentadas
a discreción, especialmente los fines de semana, y depositando en el interior
huevos y tampones (manchados o no) por las esquinas: pero no se trata de ser una artista feminista, sólo gritar (ni
siquiera demostrar) que una es artista,
es suficiente con eso… No hace falta que lleves el támpax en la mano, la falda
abierta y el niño cargado a las espaldas.
Tu huella, ahora no es
inocente (¡cuánta cámara secreta se entrelaza en el cachivache o la porquería
del látex y los polímeros!): se incorpora de entre las sábanas, abandona la
cama, sale de la habitación, los pasos se alejan: he ahí que echo mano del
luminor a discreción: la fosforescencia revela la sangre culpable.
El teatro, la máscara,
el fingimiento: el lugar favorito del genio.
Es una amante de la
tradición: sus dibujos abstractos los pergeña con plumilla de oca, desdeñando
la plumilla de acero fabricada en serie.
Esas obras son… como alteraciones tipográficas.
Pero es la tabla de
armonía, esa madera, el alma de un
piano.
Estudio/Aquelarre:
lugar donde “ocurren” las cosas de las brujas, sus asuntillos.
Hesse:
Ante la obra
(cualquiera de ellas desde el 66): “Ni una sola esconde mensajes encriptados.
La encriptada soy yo. Ahí empieza y
acaba todo.”
“Arroja una piedra a
lo lejos:
antes de caer en el
suelo, aún en movimiento: eso es el futuro; luego, caída, soldada a la tierra,
inerme en el presente, intocable.
Nada (material) vuelve
al pasado:
sólo logras ver sus
ruinas, su deterioro por el presente que lo corroe.”
¡Qué terrible es saber
“qué va a ser de mí”! La eternidad es precisamente no saberlo.
Al componer la nada
con objetos lograba determinar, por lo menos, el sinsentido, que eso es
exactamente la nada. A través de los materiales, y sobre todo éstos, tan
desconocidos aún, palpaba la nada, que no significa nada.
Por supuesto que ama
el objeto (la materia) mucho más que la imagen que proyecta. Con los ojos
cerrados podría tocarlo, recomponerlo en
la imaginación, erigir su contorno y sus detalles más nimios aun en la misma
oscuridad: la imagen nueva al nuevo ciego le veda absolutamente toda proyección.
El arte puede tocarse (el lienzo, la piedra o la madera); el cine (salvo la
audición y su soporte intrascendente) y la literatura (¡toca papel!) niegan
toda posibilidad de acercamiento físico, al igual que la música (cuyo soporte
es más intrascendente todavía): he ahí lo artificial a despecho, en el caso de
la música, de lo sublime y el encantamiento etéreo.
Esperaba… pero
esperaba nada, puesto que nada iba a suceder hasta la hora de meterse en el
lecho clínico bajo la luz blanca (de
donde alcanza a pensar y medir el universo todo), y al otro lado de la
puerta blanca el suave deslizar de los pasos sobre los brillantes pasillos
blancos.
Esperaba… queriendo
tenerlo todo aún: ¡como odiaba al tipo aquel!: “Siento tal melancolía esta
tarde, me siento tan mal, que ni siquiera tengo ganas de estar bien…” “Ven,
entonces, ven acá, coge la pajilla, introdúcela en la copa de mi cráneo abierto
rebosante del licor vertido de la crátera, sorbe un poquito de mi tumor, de mi
cáncer líquido como el champán… Todo tuyo.”
Nada en realidad del
mundo hace mal, son ellos, sus
miserias de seres humanos… Y está la enfermedad, que el mundo inocente e
impasible no sabe qué es…
Lee los diarios de…
Uno de los fragmentos registra un paseo melancólico al atardecer, y la parada luego
frente a un puesto de libros de viejo. Escribe: “Compro cuatro.” ¡Maldita, no
menciona los títulos!
“Soy bella y
tranquila”, dijo una de las artistas afamadas de la semana con el aliento
apestando a anfetaminas.
Todo lo que dice lo
desmiente su apariencia de alondra: “Soy nocherniega”, declama absolutamente
seria (y severa). (Pero quizás la anfetamina ayude a eso…)
Ciertos indios del
Brasil confeccionan sus cuadros con materiales absolutamente naturales y
propios de la selva entre cuyos árboles habitan: vistosas alas de mariposa,
plumas coloridas de aves, piedrecitas pulidas, ramas de plantas… y siempre
representan paisajes reales de su entorno. Cuando el arte llega a tal grado de
humildad, de pleitesía y rendición hacia la misma urgencia expresiva y de
fidelidad al misterio de la duplicidad plástica ya no existe la posibilidad de
la mistificación o el fraude del artificio: el artista ya ha devenido el picasso de cinco años de edad que
Picasso siempre anheló ser.
Escribió un poema el
poeta, pero el artista que estaba a su lado agarró
el pedazo de papel, lo cortó en una decena de trocitos y lo amontonó
graciosamente sobre la superficie de la mesa del café ante la mirada atónita de
los presentes. “De qué se extrañan, he ahí la poesía hecha arte… No se puede
pedir más.”
La pintura realista, toda ella, y sé que es
injusto proclamarlo de ese modo, recuerda a aquel tipo que inició su novela
escribiendo “Empezaré a describir mi habitación…”
Y acto seguido, en vez de describirla, se puso a
hacer un inventario.
Explora cuanto está más allá de ella… o sólo
hasta los límites de ella... Pues bien, ¡la obra sería la misma! Al menos, sé
sincera.
Proust es la fiebre real de escribir: y así muere, ardiendo la piel y los labios secos,
y la boca cerrada. El arte, salvo los locos (¿Van Gogh?: jamás estampó una
pincelada en el lienzo durante sus crisis de locura: era demasiado calculador
para eso), no exige la pasión, sólo una especie de discurso falso o calculado
que desdeña el verdadero diálogo, es decir, incluso su legibilidad.
Como artista, tendría el mundo que estar
totalmente despoblado para poder juzgarme a mí misma y a mi trabajo.
¡Claro que te conoces a ti misma, sólo que pasar
a la acción es algo muy distinto!
Ningún arte revela los misterios verdaderos.
Te despiertas, abres los ojos, y el día está
absolutamente desprovisto de matices, con toda inocencia puedes penetrar en su
cruel fealdad, en su estructura falaz y su entramado de desperdicios; sin
colores el día, se descubre fácilmente que sólo es la encarnadura tramposa del
tiempo, una desnudez blanca que cubre una piel de lo más frágil pero que logra
ocultar la muerte despacio y entre dos luces de todos los seres y las cosas,
desfigurarla al menos entre tanto mecanismo de sospechosa precisión.
El sueño nos roba… todos los días. Y en cuanto a
mí…
¿De qué época esa… artista ?
Bien, nació en aquel tiempo que las damas
elegantes exhibían con gracia exquisitos sombreros con velos de seda
transparentes que dotaban al rostro de un toque aterciopelado de fascinante
atractivo. Mujeres intocables (bien enfundadas en faldas tubo o faldas lápiz y
medias de cristal).
Cualquier época es buena para ponerla del revés.
Sobre todo ella, ella que habla consigo misma como con una amiga, hasta se nombra (y
se teme): “Pero, Eva… animalito de sangre caliente.”
Anoche soñé yo, Eva Hesse, con Eva Hesse niña.
Tenía seis años, y nada sabía del cáncer que iba a matarme todavía en plena
juventud. Hoy, 22 de abril, 1970, miércoles, día de Mercurio, es por la mañana,
afuera el aire parece transparente y tranquilo, pero aquí, encerrada en el
estudio, encerrada en la desilusión, tengo seis años. ¿Por qué no? ¿Qué es el
tiempo? Tengo treinta y cuatro años… Y ya nunca más… “Ven, cariño”, y te
agachas y las lágrimas se deslizan por las mejillas al contemplar ante ti el
rostro rosado e inocente de la niña que eras, que avanza hacia ti:
Right
After.
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