domingo, 18 de febrero de 2024

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Era imposible desmontar ese tinglado siniestro. Y una no puede andar por la vida con la osamenta desnuda a cuestas, como los crustáceos.

“El mundo nos lo debía todo sólo por haber nacido.” La Sonrisa (imborrable, inobjetable, admirable) detenida en el Tiempo, lo espera todo: existe la muerte, (pero también la eternidad, piensa ella).

El mundo es lo que ves y lo que nombras.

Llamar a las cosas por su nombre las esclarece.

Pero la realidad puede que se halle muy distante de esas fáciles premisas.

Su padre: el mundo son las palabras. Si no sabes nombrar lo que te rodea, tu existencia sólo es un espejismo, una visión infructuosa y desalentadora.

Tu decorado es la espesura, no la caligrafía colorista, mironiana.

El bruto de Pollock es el telón de fondo, el trapo shakesperiano pintarrajeado que ornamenta la tragedia de tu vida en este Gran Teatro del Mundo donde la plegaria ablanda las piedras y no a los dioses.

Oh, maldición:

“No ha habido lugar para la guerra, una escaramuza ha bastado para liquidarme… Pero me dio tiempo para emponzoñar la copa que llevaréis a los labios.”

La fábrica de ese mundo son las palabras, querida, pero el material y la sustancia de los que está hecho es la imaginación.

Papá te ha enseñado a hablar.

Mamá te ha enseñado a callar.

La familia, miembros del mismo tronco malherido, es el origen de todo nuestro descontento. A veces por su opresión y su constante recelo hacia nosotros, por su incomprensión y hasta crueldad en los momentos que más los necesitamos; a veces, por la pena que nos infligen, por las miserias que les azota, por la fatalidad irremediable que nos une, por la cruda desnudez que, al igual que todos los seres humanos, exhiben para enfrentarse a los rigores y calamidades del mundo exterior.

Diciembre sin el dios de los gentiles.

Hanukkah: las luces deberían alentar entendimientos: ve la llama erguirse como la punta de una mínima saeta roja, amarilla y azul: ocho días de ceguera: regalitos y juegos.

Así que a los ocho años le escribes poemas a mamá, eh.

Bien. Ya te lo pagará a su debido tiempo.

Con creces, insensata.

(Retrato en tres tiempos).

Evchen.1

Le gusta el 9.

El 5 no le anda muy a la zaga.

Le gusta el color azul (probablemente, también el rojo).

Sin saber de la existencia de Rimbaud, le pone nombre de color a los días de la semana (el lunes es negro).

El azul se me perdió un lápiz.

El verde discutí con Helen.

El rojo papá nos llevó al parque.

Le gustan los viernes. “Te llamaré Viernes”, dice papá Crusoe.

Ella aún no tiene una idea muy clara de quién es ella.

Tal vez el perrito cordial y juguetón de sus papás; el teddy bears

de su hermana mayor.

¿Cómo andamos de los dientes? Es una sonrisa dental, sana (de leche virginal), confiada: el mundo me quiere.

¡Odiaré toda mi vida el marrón de esta semana!

No me acuerdo absolutamente de nada de lo que ocurrió el gris.

(En una postal desde Schweizer’s Kinder Camp, en la cercana New Jersey,  envía a los papás tres líneas de noticias y… 119 besos en forma de morritos.)

Violeta, 20 de julio, 1944.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx….

Bye, bye.

                  Eva

Evchen.2

Se reconoce en todas las fotografías, pero se reconoce en el estado intelectual y emocional en que se hallaba en el instante de prepararse para posar, y ello le certificaba en el futuro sin ningún género de duda la irreprochable autenticidad del personaje retratado que es ella: recuerda a la perfección lo que sentía, lo que experimentó al estirar las comisuras de los labios, el cálculo de la pose, el parpadeo previo de los ojos para la mirada estudiada… Podía recrear hasta la luz de ese día, o el leve aire perfumado si era abril o el viento inclemente de octubre, la mañana clara y azul de Central Park, la tarde dorada y lánguida de un domingo en el apartamento de Washington Heights cuando todo, adentro de la casa y afuera en la calle, discurre extrañamente silencioso.

Evchen.3

A ella no le inspira ni la poesía ni el alcohol. Le basta con actuar. Y actúa. Con las manos vacías.

Alguien dijo, un filósofo o vaya usted a saber, que pensar es fácil; lo difícil es actuar, y lo más difícil actuar conforme como piensas.

(Pero necesita el material, el residuo, por así decirlo, de su magnífica decisión.)

“La obra soy yo.”

¿Quién, si no?

(Malcom Lowry: “Trabajo con la pluma y la botella.”)

(Ella: “Labro la piedra con la ponzoña que ha de matarme.”)

¡A ver quién puede más!

La vida soy yo.

Vosotros… y todo cuanto se alza como un grito al cielo silencioso: mero suceso epifenoménico.

La consciencia: si mi obra es mi pensamiento hecho materia, los añicos de algo sublime de mi interior es… ¡qué embrollo!

¡O qué magnífica solución el otorgar materia a lo invisible, a lo inaprensible, al mismo aire, a la nada…!

Hang-Up es mi obra más querida: no puede ser más absurda, una perfecta réplica al sinsentido, hasta la ingenuidad de su construcción, su absoluta simpleza todavía me llenan de asombro. “Es ridícula”, me digo cuando la contemplo en alguna de las fotografías de catálogo, y esa desconexión que parece proclamarse desde su desafío grotesco con todo lo de la realidad me lleva a pensar que instaura una nueva forma de percepción de lo desconocido.

En U7 (aún no demasiado lejos, pues) una mañana cósmica y universal de brisa fresca y negra lee con indisimulado orgullo pero también con tristeza las páginas (especialmente iluminadas) del Vogue de marzo de 1973.

A Special Woman, Her Surprise Art.

¿De verdad eres tan importante?

“Las cosas no están demasiado claras.”

“Hay cosas de las que no puedes defenderte”, piensa a punto de las lágrimas.

“Pamplinas, uno tiene que ser capaz de todo”, afirmó desdeñosamente el hombre-seguro-de-sí-mismo-que-tiene-las-ideas-muy-claras.

“De acuerdo”, contestó ella. “Te cambió mi tumor cerebral por dos de tus cromos de la colección de la NBA 1969 (y no hace falta que sean John Havlicek o Jerry West).”

Hoy tenemos clase de interpretación:

Ante La Obra (magníficamente iluminada por lo focos):

1.- Y esto, ¿qué es?

2.- En lugar de un espectador parece usted un vendedor de palomitas… Actúe, hombre, actúe… Créase lo que ve, el arte no tiene que ser complaciente con usted. Su única obligación es ser creyente, nada más.

En efecto, le has sacado mucho jugo a los 1.300 pavos de los abuelos: 1930-1945 (a martillazos les arrancaban la funda de oro de los dientes): 1969-1970 (final de una década prodigiosa).

En 1960 intentabas radiografiarte en la medida en que las máscaras de los lienzos eran capaces de revelar, cuales médiums,  las muecas y colores de un alma en pena; en 1970 son los escenarios el imaginario real y tangible, absurdo hasta lo incomprensible, de las preguntas.

De los espectros al decorado objetual e indescriptible de las guaridas de los monstruos.

Del  millón de identidades que escondes en la cueva de tu interior (según se entra por la laringe a la derecha), después de tu cháchara inconexa, el señor psiquiatra ha elegido para este bonito miércoles una de ellas que sea la más adecuada al color de tu falda. De modo que ahí estáis los dos (la “doble” y el farsante, haciendo juego), manoseando el barro primigenio con que dotar de facciones un ser imposible e innecesario. En agradecimiento (compasivo), le regalas uno de tus más horripilantes retratos al óleo sagrado con los ojos amarillos muy abiertos, la boca verde torcida y la nariz abierta por un río de lava roja: una formulación de De Kooning aderezada con el enunciado colorista de Albers; en definitiva, una figuración disparatada y hasta cachonda del 60. (La chica salió aplicada.)

No existe la frontera que separa lo normal de los monstruos; las que creemos que nos mantienen a salvo de ellos y nos defienden de la locura y la perversión son imaginarias. Nada de la vida separa de la muerte, de la enfermedad y la desesperación, de lo abyecto y lo abominable, de la ridiculez del fastidio de una tarde aburrida.

Algo de monstruo tienes, joven mujer: una rara partenogénesis propicia el alumbramiento de la artista: para ello tuviste que repudiar al marido, que muriera el padre… que con griego y trágico (afectado) desplante desgajaras de ti a la esposa y a la hija.

El no-arte era… la nada.

¿Has sido capaz de vender la nada?

Ya lo creo: andamos en tiempos de credulidad, ¿o no quedamos en eso?

Era una nada consciente, sin engaño: la propia obra se desintegra a sí misma al cabo de un tiempo: el tiempo de la vida de un hombre, con los días contados, con el destino justo, que el arte muera con él (... y aquel coleccionista se llevó al averno sus entretenimientos, nada dejaría tras de sí.)

En el 67, cuando hundes los brazos hasta el codo en esa charca tóxica, en ese lago de prohibiciones, encuentras la piedra filosofal tan buscada, y esa inversión te costará la vida: hará de ti escoria, y la materia revelada en el crisol destellará a la luz del astro. Váyase lo uno por lo otro.

Se lamenta, poco antes del amanecer: “Soy imprevisible, cambiante, exagerada…”

Una squaw que oteara el horizonte aún en el aire del amanecer.

Exactamente como el día que empieza clarear al otro lado de la ventana (donde todo parece suceder, donde todo puede empezar o acabar, ser o ser humo, pensamiento, sueño, ocurrencia, grandes distracciones).

Right After:

216 pies de fibra de vidrio recubierta de resina.

¡Cuántas cosas caben en esa línea…! Centenares de páginas se adentran en tamaña caligrafía, en ese lío fenomenal se enreda el mundo y tú misma, puro azar de sus vueltas y revueltas: la mesura y el control minimalista se disuelven en este vitriolo, en esta agua regia que con todo puede y desordena tu biografía.

Y coges el extremo de esa cuerda de 70 metros y empiezas a escalar (o a recorrer) por todos los caminos que la imaginación quiera llevarte. Sin cortapisas. Sin orden ni concierto. Del principio hasta el final. Sin respiro. Hasta alcanzar el otro extremo de la cuerda que te haga caer sin remisión a este lado del paraíso o del abismo. Esa línea que con sus caprichos y marañas podría ser el curso de tu correría vital, la biografía terrible de tus sueños y pesadillas, el electrocardiograma de una conciencia que va y viene entre fracasos, logros, secretos, contradicciones…

(Pero esa línea, esa topografía intelectual y física, cambia a cada instante, se modifica, se entorpece a sí misma, se anuda y se desata, se entremezcla, se separa, se confunde, convoca interrelaciones, estratos, conexiones, honduras…)

¿Qué poción es ésa?

Lo inextricable: una mezcla de obstinada meditación ante lo incomprensible y el absurdo de la naturaleza (que sí tiene sus leyes y causas lógicas, pero que ante lo humano se muestra de una estupidez grandiosa: bebés que mueren antes de abrir los ojos al mundo, leucemias adolescentes, tumores juveniles, seres contrahechos o juguetes sombríos o grotescos de la locura) y el rechazo irrenunciable a simplificarla mediante los contenidos más gráficos y de mayor simpleza.

¿Tenemos Cábala, pequeña judía? ¿Es tu mirada hostil o indagadora? ¿Qué cálculos son los tuyos? ¿A qué oscuridad nos conduces? ¿Nada de lo oculto te es ajeno? ¿De verdad ordena un Método ese barullo de Right After?

¡Qué talismánica función albergan tus enredos? ¿O sólo se trata de antojadizos y hasta aleatorios entrecruzamientos, gordianas ataduras que la mirada basta para deshacer?

Bonito pasatiempo al que dedicarse en estas aceleradas épocas de los setenta: descubrir laboriosamente, como en el juego de los siete diferencias, los misterios ocultos.

¿Qué Zohar te instruye y te guía?

¿A qué salvación nos abismas?

¿Eres tú Nuestra Luz?

¡Oh, querida, sólo tú me interesas!

(Y acaso algunos demonios y ciertas clases de peces, san Malcolm, 1,1.).

En verdad, en verdad te digo que este desfile de provocaciones visuales bien merece una carta a Helder donde… explicites, explicites, explicites en abrumador ejercicio deconstructivo las intenciones, los símbolos (o no símbolos), los estratos invisibles a las groseras apariencias, las referencias, las alusiones, los enigmas, las soluciones, las yuxtaposiciones, los enhebrados, los vínculos, el homenaje, la razón, el imperativo categórico…

“Son palabras, es lo único que tengo, y a pesar de ello, me van faltando, la voz se confunde; bien, bien, conozco eso, debo conocerlo, será el silencio…”

-¿Qué es esto?

-Nada.

-Si creas cosas que son nada, son nada.

(Pensar en la lógica y hasta en la irrebatible coherencia de la muerte –mucho más entendible aunque injusta que la propia vida, pues ésta aun siendo un fenómeno inexcusable e inevitable de las cosas de la naturaleza emerge de la nada, eras nada, de la nada vienes a lo vivo donde todo existía ya- no le impedía el deseo de exorcizar su maldad ante la dolorosa evidencia que la  vida de los otros proseguiría a su ausencia. Esa otra nada era en definitiva lo que se le antojaba inaceptable.)

(Nada en la realidad perceptible revela unos vasos comunicantes que hagan posible que nos trasvasemos al conocimiento de uno u otro lado, pero y si…)

La niña Hesse, curada de los espantos y del océano oscuro y temible que había dejado atrás, veía el mundo como un caleidoscopio imaginativo, cambiante y vistoso, de brillantes colores y formas afortunadas contra el fondo de luz soberbia. ¿Qué ve ahora? Los contornos irregulares sin inspiración y feamente iluminados de una linterna mágica loca y desmedida.

Cuando ya no sirven el paseo extravagante y sin rumbo por la ciudad, la placidez del bosque y el lago, la charla con un amigo, la copa, el libro, el beso… Cuando nada del arte importa ya, entonces… eso es mi obra. ¿Qué otra cosa puede ser?

 1966.

Hesse mirando “Hang up”:

los años que han de sucederme depararán acontecimientos y cosas que me son imaginables  (tecnología invisible, aventuras mentales sintéticas, dioses verdaderos, aunque mecánicos,  tiempos y espacios fabricados…)

Pero ahora excavo más y más hasta dar con los auténticos yacimientos del absurdo, allá en lo más oscuro donde subyace la verdadera clave de la vida: el sinsentido…

En todo caso, tiene su propio significado, por eso puede ignorarse tranquilamente cualquier otro que se le confiera, incluso desafía la desaprobación o el desprecio.  

¿Épater le bourgeois?

Demasiado ensimismada, y más allá de la propia vanguardia, lejos de cualquier alienación (incluida aquélla, en manos de circenses), apegada a la realidad más que ningún otro artista, absorta en la “mismedad” del vacío, de la auténtica nada.

Cuidado: “… las húmedas brumas de noviembre…”

El noviembre de Melville, el noviembre de Lowry, el noviembre de.

Todo este libro no es más que un borrador (o no: el borrador de un borrador)… Señor, dame Tiempo, Fuerza, Dinero, Paciencia (Melville)

¡para dejarlo como está!

El arte nace con la muerte. Es una ofrenda a los muertos.

Vosotros gritáis demasiado.

Dos muescas en la lápida de un neanderthal de hace 50.000 años es la prueba artística más antigua que se conoce.

A ti, muerto.

Right After:

elimina a Dios del Universo a la manera beckettiana: ha eliminado al artista: la primera obra sin firma.

Dioses…

Pues un día, les dijo la neoyorquina en el Año I de la Fibra de Vidrio, han de bajar a la tierra los dioses menores venidos de algún punto inescrutable del universo:

”Somos el dios al que rezáis y venimos de ese lugar extraño por ignoto e indescriptible al que eleváis vuestra mirada suplicante. Pero no os llaméis a engaño, somos tan ignorantes como vosotros, puesto que tampoco sabemos el nombre ni la sustancia de aquello, materia o aliento, que nos concibió a nosotros.”

Bueno, él, El Listo, está en los primeros treinta (pero ya más cerca de los cuarenta que de los veinte), no es expresidiario, no tiene los ojos alegres: bueno, está bien, vamos a hablar de la luna… bueno, y al final se muere uno (se abre las venas, por ejemplo), y lo cargan en una carreta en compañía de gatos y perros callejeros muertos, bueno, qué iban a hacer, lo arrojan al vertedero de la ciudad, pero qué más da entonces: la estética para los vivos, el mundo de los muertos es todo oscuridad, y el arte es luz, bueno, pues antes de eso anda y anda por las calles, como si huyera de algo o tuviera prisa por llegar a algún sitio (viene a ser lo mismo), pero no anda a ciegas, y todo lo ve, lo ve como se ve un cuadro, una escultura, el pensamiento feliz de un filósofo, la poesía, la buena prosa de aquellos que esconden una pata de conejo en el bolsillo (el izquierdo, naturalmente, bueno).

Y por la noche sueña con un matadero de cerdos. Grandes cerdos muy blancos con una cruz roja pintada en el lomo.

¿Todo encaminado a un fin?

¡Qué torpe presunción humana!

Nada del futuro me es mostrado, y ese empecinamiento teleológico no guía mis pasos ni justifica una obra que se nutre de la savia antigua y pródiga.

¿Ha de ser mi muerte estúpida y prematura necesaria para un futuro sin mí?

Todo futuro es pasado.

¡Qué farsa, el futuro, los cielos… ¡el cielo! Palabras que pierden todo su sentido al imaginarlas como meros puntos invisibles en el negror del cosmos.

“Hemos muerto los dos a la vez”, le dijo en el año 2008 E. G. O’Brian (también llamado Charles Willis), a la artista Eva Hesse, muerta treinta y ocho años antes.

“¿Cómo es eso?”

“¿No estamos ahora uno frente a otro?”

“Pero, ¿de dónde vienes tú?”

“De ahora mismo. De donde tú estás.”

Gimen de espanto los monolitos, alertan del mal de la especie maldita.

“Soy una artista figurativa”, dijo sin ironía.

¿Cómo puede ser abstracto “algo” que se adivina perfectamente lo que es a la primera ojeada?: es lo chocante de su disposición y enunciado plástico lo que de veras confunde: el trozo de aluminio, de cuerda, o de plástico que ves te desconcierta (incluso se “disfraza a sí mismo”) porque nunca lo hubieras supuesto en ese orden, en esa exhibición, en esa instrumentación, en lo que te invito a exaltar…

Entropía.

(Del gr. έντροπία, vuelta, usado en varios sentidos figurados).

1. f. Fís. Magnitud termodinámica que mide la parte no utilizable de la energía contenida en un sistema.

2. f. Fís. Medida del desorden de un sistema. Una masa de una sustancia con sus moléculas regularmente ordenadas, formando un cristal, tiene mucho menor entropía que la misma sustancia en forma de gas con sus moléculas libres y en pleno desorden.

3. f. Inform. Medida de la incertidumbre existente ante un conjunto de mensajes, de los cuales se va a recibir uno solo.

Podría haber sido una artista muy distinta. Lo factorial es muy persistente en lo biográfico: si no hubiera huido de Alemania, si  hubiéramos naufragado antes de divisar la isla de Ellis, si mamá no hubiese saltado por la ventana, si hubiera estudiado corte y confección para ser una buena amita de casa, si hubiera aprendido de memoria las canciones de la radio de los maravillosos años cincuenta cuando…

El secreto no consiste en el conjunto ni en la suma de moléculas y átomos, sino en su orden perfecto… y variable a cada momento.

Una se muere antes de que su producción acabe registrada en las nobles, olorosas y satinadas páginas a todo color y mínimo texto de un coffee table book.

Una se muere a su debida hora.

(Facilitando reimpresiones.)

Right After:

La bruja, que esconde la sonrisa y propina escobazos con sus… esculturas.

(-¿Esculturas…?

-Sí, ¿por qué no? Sin duda, lo son.)

¿Truco o trato?

Esa obra… que como todas bucea en la infancia, o en los terrores o en las felicidades de la infancia, no podía ser hecha de otra manera (aunque si podía haber sido concebida de otra forma), no podía mostrarse de otro modo que desde su luz peculiar: “Soy de una generación que veía los dibujos animados en una televisión en blanco y negro.”

Una pista perfecta para una análisis interpretativo:

tales paisajes antes de la batalla.

Enero-70: las calles blanqueadas por una nieve aún amable y limpia.

Paisajes: cuando de todo se duda, ¿qué ves? Lo inexpresable: “… y puesto que del azul ya lo sabes, del verde te diré…”

¿Sería ella como uno de esos “genios” ya agostados y en liquidación de temporada que acaban cavilando sobre el tablero de ajedrez bajo la sombra de los árboles de Washington Park? ¿Acabaría ella salmodiando por lo bajini mantras y viviendo en uno de esos bohemios estudios del SoHo con olor a incienso, agua de flores podridas en los búcaros y con los cuadros a medio pintar vueltos contra la pared? “Aquella artista prometía…” Etcétera.

¿Cómo hilvanar esos objetos? ¡Qué sutil (que por feble, precaria) ligazón! Hilvana con la imaginación (plural, de incontable flujo).

-Esa cuerda…

-Para ti es sólo una cuerda; para mí es mucho más que una cuerda.

-Entonces, ¿por qué la exhibes?

-Porque la exhibición es el símbolo esencial del arte que practico.

Esa obra en el extremo opuesto de la autodestrucción: una labor diabólica  que es capaz de desnudar al adulto hasta encararlo con la misma locura, el vacío y la desesperación: la poetisa austral pergeñó unas diabólicas sumas con el fin de averiguar la cantidad total de veneno farmacéutico, así que reunió cuidadosamente 50 pastillas que tomaría hasta la muerte con estudiada parsimonia: suplantó finalmente la poesía por la matemática, una lírica controlada por el cálculo horrendo y obsceno contra la vida, aunque bien mirado también podía haberse envenenado del todo consumiendo durante meses decenas y decenas de tabletas de chocolate, a la manera de la solitaria joven depresiva tumbada en el solitario dormitorio de su apartamento en la solitaria tarde de luz eléctrica de un domingo silencioso de noviembre.

En soledad se labra el verso…, en soledad se amartilla la pistola, a hurtadillas se amontonan las píldoras homicidas en una esquina del escritorio donde perpetras las confesiones, en silencio se anuda el lazo de la horca que ha de uncir y romper tu cuello.

No desveles mi embeleso, no despiertes mi sueño…

No pise el césped.

(El otro poeta pobre y expeditivo prefirió la baratura infalible: unos buenos tragos del frasco de tinte para el pelo y al otro barrio de una manera rápida e indolora: magnífico suicidio: Hemos rebajado los costes para usted.)

Otra vez la adolescente hurgando significados profundos en pensamientos brillantes: ¿esto que veo finiquita mi obra?

“El horizonte no es el límite” (Brontë -una de ellas, una de las tres-.)

¿Licencias filosóficas?, ¿creaciones léxicas?

¿A estas alturas… las Brontë?

Al final lo que te ahuyenta del mundo es que recorres el camino inverso de aquel que busca el placer en lugar de la felicidad: lejos del placer, es tu obra la que te hace feliz.

“Sin título”: qué superior el arte a la escritura, a ese montón de palabras que en forma de novela, de relato o de poema exigen el epígrafe, el rótulo, la etiqueta, la credencial que lo ampare ya desde el mismo comienzo.

Imperfecta, inacabada… no incorregible.

Aunque todo a tu alrededor se desintegra (“todo”, eres tú y tu obra; lo demás…)

¿Dónde aprendiste ortografía?

En Aegis Plastics.

(Escribe hasta los acentos.)

¿Qué sabes de los inhibidores de rayos ultravioleta?

Todo ha sido demasiado rápido:

6 de abril de 1969:

Contingent

(bonita coincidencia)

(“Compre su número, hoy puede ser el día de su suerte, ¿qué le hace dudarlo?, nadie sabe lo que deparará el próximo instante, arroje los dados, elija el color, coja su carta… Hola, tumor.)

Un golpe invisible, impalpable, la desploma al suelo.

Te ha encajado la cabeza en su quijada de hierro: no te soltará.

Feliz 1970.

“¡Mundo, jódete!”, le aconsejaba Sol LeWitt que gritara a los cuatro vientos en 1965.

La judía, ahora en una Alemania inocente ya de culpas, con la carta en la mano, sin saber todavía que camino escoger, piensa que piensa demasiado: atada a la noria de la maldición milenaria, a sus miedos ancestrales, a la infancia rota en mil pedazos.

Emprende tu camino. No es un éxodo a ninguna parte. Ya estás en la Tierra Prometida.

Goethe: “En la vecindad de los dioses paganos…”

5 años. “Es todo lo que necesito”, dijo (escribió ladinamente que dijo ella su biógrafo en el 2014).

Ese tiempo era la eternidad.

En 2030: tu obra se ha deshecho, ella sola se ha destruido a sí misma.

¿Ya lo sabíamos, no?

Sí, pero, ¿y ahora qué? ¿Qué quedará de mí?

Tú. Eso es lo que queda detrás de ti. Y es suficiente.

¿Ni siquiera un pedacito de látex y una titirita de fibra de vidrio, un grumito de polímero que pueda exponerse años después en el elegante Jewish Museum de la Quinta Avenida?

(Y en un descuido cogió un gran trozo de resina, modeló un muñecote y lo metió dentro de una urna de cristal rebosante de formaldehido: por los siglos de los siglos. Amén. Tres siglos más tarde a un distinguido desocupado con la pluma en la mano se le ocurre diseccionar La Sagrada Escultura: retira las capas de piel y de grasa, aparta los músculos, deja a la vista los nervios y los vasos sanguíneos, hurga y hurga, y alcanza el corazón: que late, está latiendo, al rojo vivo, y vive. ¡Inmortal Hesse!)

“¿Sabes lo que significa Häagen Dazs?”

Pero ahora ya no provoca la estética, sino lo pueril. Cuanto más trivial sea la pregunta, más sesudos se vuelven los honrados contribuyentes fiscales de renta media que se quedan sin palabras en el instante de analizar las obras artísticas que les plantean los nuevos prometeos de la modernidad en las galerías de arte excelentemente iluminadas. “Pienso, luego existo; luego esto que veo es verdad.”

Artista (ella):

Y si estás muerta, dos veces mejor (bien muerta, suicidada o jodidamente muerta joven e inesperadamente muerta).

Como el cadáver se pudre, haremos una leyenda, una interesante estatua a la que venerar.

Todas las leyendas son invisibles.

Et debita proportio: a su debido tiempo, medida evocación, con las justas palabras, la aparición calculada de reliquias, con el primer millón de dólares… (¡las primeras biografías calamitosas!).

Dijo: el arte que dejó de ser en función de algo (la religión, el retrato, una representación jocosa o costumbrista…) pronto se convirtió en un asunto puramente económico, puesto que la cosa en sí tiene muy poco de bello, placentero o evocativo.

“Me interesa más la forma que el color; el material que su textura, el lugar que el espacio…”

Evoluciona hacia delante porque pertenece a una especie… Si por ella fuera lo haría hacia atrás, hasta el primer gruñido, puro y sonoro, ininteligible.

Lejos (¡por encima de todo!) de la mainstream plástica.

Vivo el tiempo desde adentro, no lo “sufro” ya desde el exterior. Claro, así todo me sabe a metal hundido en un charco de sangre.

Alguien que debió nacer

se perdió

y yo vagaba cuando la tierra se quebraba

yo vagaba como una frágil sobreviviente

alguien que debió nacer y no morir

alguien que murió temprano

y no debió vivir…

Pero ni siquiera ahora tengo nada contra la vida.

(No huí  a Alemania en busca de mí, de lo epifánico, del arte… fui en busca de un pasado que había de fortalecerme, de acabar de construirme, pero el futuro, lo que no es, era la trampilla del cadalso por la que ambos íbamos a desaparecer del todo, yo y el pasado… y el presente.)

El pasado no es: ha sido: de poco ha de valerte: e una cosa mentale.

Nochebuena, 1969.

¿Eres judía?

Hasta los tuétanos.

Pero le gustan los cuentos:

Ese viejo (viejo como la eternidad) de triste mirada azul, de ropa talar de colores apastelados, de luenga cabellera plateada y noble barba algodonosa, desvía avergonzado la vista de tus ojos, el rubor cubre la piel de su rostro sereno e inmutable…, y lo confiesa finalmente con un hilo de voz celestial: “Yo también he sido creado… y tampoco sé por quién.”

Olympia Press NO RECHAZA ORIGINALES: una lolita a lo Nabokov, una famélica vagina a lo Schiele, los enormes penes capitulares de Beardsley…

HESSEDavid Grau: anda que te andarás…

¿Me alcanza la idea desde el uso de los nuevos materiales… o es la idea la que me impulsa a los nuevos materiales?

¡Qué pregunta de estafador!

Por lo demás, ¿cuál es el método? (Eso siempre ha estado claro: el absurdo.) Desde mi nacimiento, todo en mi vida es absurdo.

El pasado sólo adquiere sentido desde el presente, ese viaje hacia atrás lo posibilita el hecho único de organizar e interpretar la realidad de tu yo ahora.

El ojo fuera de ti, como un objeto aislado, separado de tu cuerpo, como una entidad física autónoma girando en el espacio hacia delante y atrás, arriba y abajo, moroso o acelerado, enviándote sin cesar imágenes en las que tú también estás incluida, una mirada exenta que envía sus chispazos a tu cerebro ciego pero voraz. “Anda, ojo, licenciado Cleofás, ve al fondo abisal del océano, escala el Himalaya, traspasa la estratosfera, penetra en galerías subterráneas y en las habitaciones de los hoteles y en los cuartos rojos de los burdeles, atisba secretos, airea vicios y crímenes, desvela maquinaciones, descubre farsantes, desbarata hipocresías y pon en su lugar exacto a los mediocres y a los guardianes (rufianes) de las Falsas Constituciones Que Eternizan Las Falsedades.” Y luego, obediente, bolita rodante, el ojo acaba en tu mano y luego en el fondo del bolsillo como una canica, y allí a oscuras, lejos de la luz, se apaga.

Se enciende, se apaga: 1970, 1943, 1968, 1939, 1953 (17 añitos, los libros bajo el brazo)…

No hagamos un guión del estilo de…

La perfección todo lo mata:

¿Qué lees?

¿Qué le importará a éste?

Pero, en fin:

Doktor Faustus (a los 17 añitos).

Bien.

¿Bien?, ¿bien qué? ¿Bien la compostura de esos mamarrachos sin un libro entre las manos que ha de encontrarse una de modo inevitable? Acechantes, antes que los libros miran los senos puntiagudos tras la blusa cuando una desciende la escalinata a la vera de los leones: y allí se esconde a plena luz del día otra bestezuela depredadora a la captura de la fácil presa, allí aguardan pacientes, con las manos en los bolsillos y la sonrisa de sabihondos caricaturizando el rostro de imberbes estudiantes de segundo grado, ensayando mentalmente la voz engolada, la salida de una huérfana, una solitaria de caderas llamativas, la jovencita incauta y demasiado sociable, una empollona hormonada hasta la raíz del cabello que esconde el cuerpo soberbio (quizás) bajo el vestido talar de verano. Pero… nada de eso. Ella es ella, ELLA, con mucho que hacer y sin ganas de engañar al tiempo como tú lo haces, idiota: ¡silencio, cara picada!, vete a ligar a una patinadora de Central Park, si es que tienes suerte con esa facha de pajillero y de futuro vendedor de coches de segunda mano en una ciudad del medio oeste.

No ven el libro jamás. La enseña de su ambiciosa identidad.

Me hice a mí misma. Como la piedra sin moverse, sólo con el viento y el tiempo. Luego…

Una escultura… ¿eso?

Pues, sí.

Por Dios…

Una escultura: me proyecté a mí misma lo más alto, a los cielos negros.

¿Cómo puedo acariciar con la yema de los dedos contorno tan irregular y extravagante, tan informe e imprevisible, despreciable al tacto, de línea antojadiza, de material indescriptible, de…?

Es fácil, hágalo. Acaricie con la mirada y el entendimiento contorno tan irregular… etcétera.

¿Qué hay detrás de ella?

¿Puede ser delante?

8, domingo, febrero del 70: sale del cine y se adentra en la noche fría y aletargada por una niebla húmeda del brazo del hispano: The Connection, de Shirley Clarke…

Esperar, esperar, se dice de regreso a casa con el ánimo hundido en el abismo de esa ciénaga de la desesperanza y el miedo, agarrada fuertemente al brazo protector que tira para adelante: esperar la muerte no como una fiesta, sino como una ceguera, como espera el yonqui la llegada del camello y ninguna otra cosa parece tener sentido, como esos tipos entre el jazz y el hastío, insolentes hacia la muerte…

Leverkühn, el difunto, inoculado por la peor y más destructiva enfermedad, sometido a los vaivenes crueles que agobian a todos los iluminados, los elevados…

(Más le valiera aun con la lepra de la sangre enferma y la piel pecadora dejar de andar de pactos con el diablo: parlotear, beber vino tinto, gandulear, ser huésped del mundo, y, después, nada, se quejará del hígado, de los riñones, del estómago, del corazón, del intestino, y, después, nada, se irá arrastrando unos pocos años más, y, después, nada…)

Maldito el barro: modela tu semejanza, hilvana la cruel cronología de la especie sobre la tablilla cocida.

Maldito el escriba en uno u otro aspecto.

Benditas las mentiras (haz de tu obra lo más mentiroso posible, puesto que tú si eres verdadera).

Ahora que lo preguntas

la mayor parte de los días

no consigo recordar.

Camina vestida, sin marcas ni brillantes etiquetas. ¡Lo que ella oculta…!

Sólo ahora languidece: de terror (que esconde a los ojos de los otros). Languidece, como jamás languideció en los brazos de un hombre al que dejaba hacer sobre su desnudez, languidece en la nada que es la muerte (no puede tocarse), a la que sólo reconoce sus garras y colmillos invisibles por la debilidad de su propio cuerpo febril deseoso y suicida de acabar de una vez por todas con su yo, descubre a la muerte a la que sabe invencible ya confundiéndose con su aliento por esa rara postración de la sangre que la hace sentir exánime y como fuera del mundo y sus pocos, casi despreciables privilegios.

Escucha conversaciones en el hospital: siente vergüenza: a veces sobra el hablar (acerca de la vida): como suenan triviales esos comentarios obligados de la gente a la salida de los cines (acerca de la película).

La botella de agua en la mano, la boca seca, la mirada triste (o apagada, o temerosa, o incrédula…, incrédula sobre todo), los asientos rígidos de plástico, la luz desmayada, blanca y sucia, el silencio, las bocas cerradas, los labios blancos).

La artista, a la hora de la inauguración, se colocó a un extremo de la puerta enteramente abierta ataviada con túnica talar y un gorro de papel al estilo de Napoleón encasquetado en la cabeza. A un par de ocasionales visitantes incluso les guiñó un ojo.

Lo de afuera es una gran celda blanca, una prisión inexpugnable que no permite intrusión alguna. Un enemigo brutal que te inmoviliza por la indefensión tuya que sabes ante él. Tres días encerrado el biógrafo de la calamidad y la pena en el apestoso apartamento donde la penumbra y la desolación nacen de adentro, cuando las puñaladas se abren paso desde las vísceras a la cruda realidad. Nieva en Nueva York desde el lunes. Nieva eternamente. Un viento gélido, desbocado y rugiente alcanza los cien kilómetros por hora y se abalanza sin dar tregua sobre las calles y avenidas convertidas ahora en cañones antárticos. La sensación térmica es muy inferior a los diez grados bajo cero que marca el termómetro en la escala Celsius. En Long Island la ventisca propicia una visión alucinante, como si la isla hubiese sido engullida por el mar blanco. Una capa de traidora blancura, de más de 60 centímetros de nieve, cubre las aceras. (Revelarán cadáveres y reliquias durante el deshielo de abril). Y un extraño silencio (que también nace de mí) se apodera de la larga noche a oscuras. 11 de enero de 1971.

¿Eres verdadera? ¿Era verdadera?

¡A qué teodicea nos obligas, diosa!

Sucumbe a la emoción del salvaje: créelo todo.

La razón empobrece la fantasía. Sin embargo, él fantasea.

Mi gemela, la auténtica, irrepetible, sin fractura, es la muerta que será: ¡qué de diálogos a través del día y la noche…! Y a veces se me aparecía físicamente… en el sueño, la sombra muda de mí… Hola, sabia.

¿Quieres que contemplen tu obra o te vean a ti? Tendrás que optar por una u otra cuestión en la escala de lo verdaderamente importante. En el primer caso vive muchos años (puedes tener hasta un hijo, o dos, ¡y dinerito ganar!, crea y sé feliz con tus ahorritos y tu casita de chocolate); en el segundo, muere pronto resignada o inconsciente o tarde, muda y sabia, qué más da, fracasada o exitosa y abatida por la fatalidad: te ven, te adoran como al becerro de oro de la inteligencia, te veneran, te… ¡invierten en ti! Pues, así están las cosas, querida.

Imposible la pausa: se trata de un continuum.

Y, además, es un arte encantado.

¿El que harían las hadas?

El que harían las brujas.

Imposible la pausa.

¿Cómo puede hacerse una cosa así?

Sin pensarlo.

¿Sin pensarlo…?

Una especie de attaca… a lo Beethoven.

¿Una especie de… qué?

De…

De pequeña (¿cuánto de pequeña?) imaginó que de mayor (¿cuánto de mayor?) sería una pintora importante: podría vender a excelente buen precio, si se lo propusiera, hasta los títulos: Calma nocturna, Amaneceres de hierro, El parque amarillo, El perro que ríe… A un dólar la docena.

Y también de pequeña descubrió que sólo los artistas menores, muy menores, llevan adherido a su carácter la vanidad, la necesidad de un público alrededor de ellos (a los buenos artistas les basta, soberbios pero discretos, con la genialidad que se suponen a sí mismos, su espacio lleno de soledad, de soledad altiva, y esa indiferencia silenciosa hacia lo inútil les impide tirar por la borda el sentido de la dignidad y actuar como un ridículo mono amaestrado con el culo encendido de colores: “Pues si tal lo deseáis, madame, hasta bailo en la cuerda floja”).

“Nunca me he analizado con mayor minuciosidad que cuando he estado enferma: todo parece ahora tan lúcido… transparente porque apenas soy ya…”

“No soy artista, pero estudio Historia del Arte” (ese último refugio de los mediocres, al decir de la Lucette de Nabokov).

Los pormenores: tal cosa la desquiciaba por entero. Pintar y basta; esculpir, y basta… El arte, y basta, desnudo, sin estética.

Sin embargo, al arte lo conduce a la impotencia lo analítico y medroso de un pensamiento escudriñador, de constante indagación. Esto guardaba cierto tipo de relación con el hábito torpe e infantil de empequeñecer las dimensiones reales del mundo al mirar en torno a sí encerrado entre las cuatro paredes del apartamento un domingo por la tarde (y, encima, de noviembre). El planeta, que puede medirse centímetro a centímetro a lo ancho y a lo largo, ya no puede crecer más, al contrario que el universo que lo acoge en un ínfimo punto de su escala cósmica: el mundo está más allá del “mundo” del planeta Tierra, puesto que somos conscientes de la existencia real de aquello que somos incapaces de ver a simple vista pero presentimos y sabemos. El mundo no es, ni muchísimo menos, sólo lo que ves debajo o arriba de tu camastro alquilado, ni tampoco es los dos libros que has leído, los seres que has amado, el dolor o la angustia que a veces en soledad tratas de reprimir confiando inocentemente en el imposible día de mañana.

La duda, “la verdadera” duda, es el auténtico elemento adhesivo en la mente de un creador: no es lo que crea lo que le hace dudar, sino el mero hecho de crear en un universo que no deja de hacerlo interminablemente y de la forma más natural impulsado por el origen de una fuerza misteriosa.

Déjalo ya…

(HESSE, Eva, Incipientes Tentativas de Elaborar una Teoría del Arte desde el Lecho Clínico, Nueva York, 1970)

¿Andas en el Sheol, entre buenos y malos?

Ahora sólo entre los buenos, en el Gehenna:

saludaba a Picasso y compañía, todos (suicidas, borrachos, drogadictos, ladrones, farsantes, caraduras…) buenos chicos en el fondo.

¿Hay algo que deje al azar?

Todo lo medita, es escrupulosa hasta en los mínimos detalles.

Meticulosa, ¿te has parado a pensar que también el azar se halla encerrado en el cerebro? Todo pensamiento u ocurrencia provienen de él como sus contrarios, a su antojo, súbitos destellos aleatorios que despiden sus neuronas y proyectan sus axones: podría ser azul… o podría ser rojo.

Lo que es… podría no haber sido o ser de otra forma. Y no hubiera importado nada.

Esa pieza tiene los objetos que necesita. Ni uno más, ni uno menos.

¿Quién lo dice?

Su creador.

Y desde luego que existe el arte artificial, al igual que no cabe dudar de que determinados individuos exhiben ante sus semejantes una personalidad artificial por los motivos que fueren y sin que sea necesario obtener por ello algún tipo de beneficio como no sea crecer unos centímetros sobre los zapatos que calzan (crecimiento que nadie advierte, por supuesto).

Se calzó las botas de siete leguas, o los zapatos rojos, o los divertidos zuecos, o.

Al despertar, nacen sueños; no los “vives”  (al menos, no los vives ) mientras duermes, sólo al abrir los ojos existen lejos de lo fantasmal: ya eres . Ah, pero no están los sueños en el aire, ni los pensamientos, ni las ideas: brotan de adentro de ti; si mueres, mueren, se pudren contigo, no huyen, no salen en desbandada de la fetidez humana que los arruina ahora, poco tiempo después de descarrilar el vagón que los conduce… ¿O tienen tiempo ante de la podredumbre de poner pies en polvorosa?

Pero… ¿adónde?

¿Adónde va una sin visiones, sólo con palabras?

No es una, es dos: padre y madre a la vez: del padre, la disciplina; de la madre, la desfachatez hacia la vida y la razón, lo suicida crece y crece como una planta regada por la locura que no ha de morir al paso de los años: te matas y no dejas de crecer: lo haces porque no has dejado que el cuerpo se muera a sí mismo: “¡Jódete, cabrón!”, maldices aún con el sabor del tóxico en la lengua, o mientras caes al vacío y todo parece ralentizarse a tu alrededor,  o mientras observas somnolienta salir el gusano de la sangre a flor de piel serpenteando por el brazo hasta verterse en la baldosa fría del suelo…

¿Por qué hablo en tercera persona?

Peor aún: ¡en segunda!

(Aquella tarde permitió que aquel salvaje copulante, un animal, un auténtico Tom, la penetrase cuantas veces gustase: híncala más, estácala, a ver, a ver hasta donde llegas, potro imbécil…)

Intentas recuperar aquella Eva Hesse de abril de 1966, cuando, todavía bajo el influjo de Oldenburg, modosita atisbaba por los rincones del taller de Marisol, enjuiciando la neófita escultora el trabajo y los tallados de madera y otros materiales imposibles de aquella artista experimental y reflexiva, calculadora al tiempo que manipulaba con sus manos, sin descuidar composiciones, ángulos, perspectivas, retocando, cerca del diseño ya, acabando en lo decorativo (“…lo que le priva del misterio…”): tú, segura de ti misma, qué primavera fértil, anticipadora…

Cuidado con las primaveras.

Cuidado con los clichés.

“Nada de lo que conciba prolongará el pasado, resucitará sus muertos o renovará sus paisajes.”

“Lo que hago se lo arrebato al futuro, lo entresaco de su textura inextricable…, como si cortara con tijeras a ciegas un trozo de él, lo recompongo, lo reinvento, lo exhibo, lo nombro… Concreto esas visiones atrapadas con absoluto descaro…”

Imágenes que se ven borrosas, claro. ¿Cómo iba a ser de otra forma…? También los objetos son raros. ¿Quién podría negarlo? ¿Pero quién va a dibujar de manera precisa las cosas, los hechos y los símbolos del futuro, incluso los no-símbolos? Es el presente lo que hacemos avanzar, no el futuro.

No es zurda, pero… ¿Por qué en las películas cogen los bolígrafos de una manera distinta a como lo hace ella?: los entrelazan con los dedos, entretejidos a ellos, de estrambótico modo sujeto a los dedos, de rarísima forma, me sería imposible hacer una cosa así con mis propios dedos y la punta del pérfido instrumento para escribir. Los dedos que…

Que no anochezca.

Que no amanezca.

La cronófoba quiere detener el tiempo, ese contacto viscoso que, aunque sólo acariciante, la mata.

Bajo del metro en la calle 6. Subo aturdida a la calle. Pero estoy en mi terreno, cerca de casa, debería sentirme protegida… Una gran bola de demolición me ha golpeado la cabeza en una esquina de la Primera Avenida donde están echando abajo edificios enteros viejos y llenos de fantasmas, la ha partido en mil pedazos, cada ojo reventado por un sitio, las orejas en el suelo, la boca hundida en la nuca, un trozo de lengua colgando de un agujero en la mejilla, sin nariz, vuela un pómulo, se desintegra en el aire una ceja, en el cráneo abierto por la parte superior, como un pequeño cráter aún calentito, anida una avecilla…

Ahí afuera, a las puertas del estudio, en plena acera, se yergue panzudo una gran caballo de madera, de sus enormes tripas surgen hombrecitos armados como bacterias, surgen…

Sol LeWitt: “¿Puedes decirme de una puta vez lo que estás pensando? ¡Siempre escondes en tu interior alguna argucia para confundirnos!”

Caída la escultura del pedestal, sus trozos son mucho más relevantes, esa quebradura realza la sustancia del material, convoca nuevas formas sorprendentes: rompamos, pues, la escultura de piedra solemne (en mil pedazos, en un millón de pedazos), convoquemos el engendro magnífico e inspirado.

Al asalto, tía.

A la frialdad minimalista habrá que oponer la chapuza genial, el manotazo (y aun el escupitajo) a los pulcros y medidos límites.

Manos a la obra: se arremanga (ya lo hemos visto) y mete los brazos hasta lo más hondo del vientre abierto y sangrante de la bestia.

Y otra tarde perdió tres horas de su vida tratando de descifrar los textos y ensayos que reunidos bajo la edición de Gregory Battcock aparecieron en el 68 publicado por Dutton: Minimal Art: a Chritical Antology. ¡Probó su propia medicina! ¡Qué diablos, se lo tenía merecido! ¡Qué barullo una cosa, qué barullo la otra cosa!

Quiere reconocerse, saber más de sí misma, del bagaje intelectual que la justificaba ante el comentario trivial o el desdén de un público fácil y desinformado que eludía lo reflexivo y se abandonaba a lo acomodaticio de unos referentes y conocimientos ya contrastados:

(Se tornó muy humilde a partir del 69.)

Se supo vulnerable, así que…

El cuerpo es tu casa: si vuelas por una de sus ventanas abiertas y te estrellas contra el pavimento, adiós, criatura… ¡Se acabó la partida!

El gris, a la vez que define el absurdo, subraya la fragilidad e impostura con que la naturaleza de un modo irónico, o peor, grotesco, inviste a sus víctimas (como ella).

En la vida real no todo es blanco o negro… es gris.

De acuerdo, ¿qué clase de gris?, ¿gris-blanco?, ¿gris-negro?

Es capaz de utilizar nueve líneas bien colmadas de palabras para describir una vulgar disposición que, curiosamente, ¡termina imponiéndose a ella misma, la autora!, ¡¡como si tal cosa!!:

“… tan pronto como comenzaron a caer [las cuerdas de Ennead] lo hicieron, sin que yo me lo propusiera, de muy diferentes maneras, y a medida que bajaban hasta el suelo más caótica parecía la composición…” Pero en el “caos” no es preciso que gobierne el mismo azar, basta con enredar las cosas y que empiecen a urdir su propia algarabía.

“Ah… Hago cosas demasiado hermosas, y demasiado correctas (?)…”, se afirma a sí misma convencida la chica de los “Bowery Boys”.

Podríamos hacer un robot sensacional, chicos:

“Y de cronista la Lippard; Andre, los huesos; Serra, los músculos; Hesse, el cerebro..”

Cerebro… ¡tanto hurgaron ahí!

(“Big” Eva Hesse, hacia 1954, dictamina con autoridad: “Niña, dos veces por semana, al loquero.”

¿Quién va a pagar?

Serás una chica del OPR.

¡A qué precio!

No hay alternativa a ese programa de ayuda (demasiada pasta para mí y para tu padre).

¡Dios, una pequeña vangogh!

¡Un Van Gogh con vagina…!

Arte y locura: es una combinación usual, para qué vamos a negarlo.

Otra vez junto a una ventana, mirando afuera: todo lo irreal por pasajero, por efímero: todo “eso” será imposible dentro de mil años: otros colores, otros ruidos, y las gentes, quien sabe de qué y cómo y dónde…

Naturaleza humana… temporal es tu definición.

La muerte de los otros sólo corrobora la nada que les espera a todos los vivos.

Daddy murió demasiado pronto.

“¿Sabes lo que significa Häagen-Dazs?”

Todo ha sido demasiado pronto en mi vida.

Otra vez la tarde tan amarilla que parece que se va a trocear de un momento a otro, a desplomarse en pedazos, a romperse o a convertirse en un fluido amarillo, una espesura de amarillo intenso, como saliendo del tubo del óleo (sagrado).

Una ya no actúa: espera. La aturde el miedo. Sabe lo que va a pasarle, pero no lo que pasará después. Aunque…

Vacía por dentro. Lo notas, sientes como el vacío va ocupando el lugar del corazón, el hueco de los órganos, secando las venas. Cuentas los minutos hasta que la cáscara se desmorone sin apenas ruido, como si nada.

En 1966, en agosto: “¿qué pasará después de esto? Pero eso era todo… Hasta hoy.”

Nunca dejó de pensar como una huérfana.

“Aunque también llegó el terror y la angustia y algo sembraron en mí, y ahora ha nacido y brota, quiere su espacio, su lugar donde crecer, nutriéndose de mí, matándome…”

La muerte de los otros sólo corrobora… Etcétera.

Trabajar aun siendo un autómata, como el condenado a muerte a quien van a ejecutar y continúa respirando, continúa boqueando, continúa…

Basta de lloriquear... siempre a solas, sin dios:

todo dios es oscuridad, nunca se dejan ver (y lo que se ve nada tiene de ellos, ni un átomo de su etérea sustancia tiene la roca, el agua, el cielo), ni por un instante abandonan las tinieblas…

(En efecto, Biberkoph.: un hombre tiene derecho a esperar del destino algo más que un pedazo de pan.)

¿Divagas? Divago.

Una puede experimentar con el pensamiento como experimenta con el material, una es artista, el soporte es la imaginación, incluso el disparate puede serlo, la incongruencia, lo imprevisible de lo inmediato y peregrino.

Albers entró por la puerta con un montón de periódicos: “Aprenderemos a trabajar con materiales baratos”, dijo cuando yo era inmortal, en los cincuenta.

(El pensamiento es gratis, incluso puesto negro sobre el blanco de una hoja de papel).

Acto seguido, repartió a cada uno de los alumnos las grandes páginas ante el desconcierto general sin dejar de advertirnos, extrañamente, que no era necesario que leyéramos antes las noticias y los artículos impresos: “Trabajar con un material tan frágil, y tan sólo con sus manos, sin ninguna herramienta, exige solucionar problemas: ése será el arte de ustedes en los próximos días, hallar soluciones.”

Más adelante: ¿Era el color un material? Sin duda, puesto que enmaraña el de su soporte.

Serra lanza una porción (¿calculada?) de plomo derretido sobre una de las paredes de Leo Castelli: al escurrirse de la superficie, crea una forma en movimiento hasta que se detiene y crea otra más inesperada: “Yo, el artista, sólo soy el material electo, el lanzamiento, lo procesual… He ahí la forma como accidente, sin correcciones, a la prima.”

Toda pedagogía artística ha de ser subrepticia, refractaria al mandato, proyectada a la libertad del recipiendario.

Pues, ¿qué tiene el arte principos generales?

(¿Pedagogía? Siendo una cría, Evchen sólo tenía ojos para contemplar los barcos que cruzaban el gálibo del Georges, en Washington Heigths… Apenas observaba la estructura fenomenal que colgaba por encima, ¡lo escultórico! El agua, y el aire, eso parecía bastar.)

Ahora, ¿qué serías? ¿Una rosa, el trébol, la levedad del jazmín…?

¡Una planta carnívora, una planta venenosa, la hiedra y su abrazo mineral (sic)...!

No hay reglas. Bienvenido, disparate.

(Beethoven, al final de su vida, ya sólo imaginaba la música: ¿qué sonidos habrían brotado de aquellas postreras ocurrencias? Tal vez se hubiera sentido horrorizado de haber podido oír lo que escribía en el papel pautado nacido en absoluto silencio, una  potencia desconocida, inaudita, que irrumpía poderosa, inesperada.)

En el desvelo, cercada por la noche, Hesse ve sus obras futuras, con la imaginación trajina la materia y los espacios, las formas y su ordenación; pero también anticipa los teatros y escenarios del arte absurdo de cincuenta años después: Koons y Hirst son ya la mueca del payaso, la burla no menos inteligente, definitiva.

Comprende ahora que desde lo oscuro de los tiempos lo litúrgico, si bien alejado o no de cualquier tipo de solemnidad y estrictos reglados, ha prevalecido y salvado el arte hasta su siglo de lo gratuito: el que sobreviniera tras ella, de ella misma como artista, desdeñoso con el ritual, escéptico ante su carácter esencial, sólo apelaría en el mejor de los casos al ingenio, y en el peor de ellos al divertimento o al espectáculo transitorio. Ni siquiera un trivial pitagorismo se hallaría presente en ese arte inclinado ante intereses espurios y alejados de todo ceremonial.

El símbolo, los significados ocultos (que tampoco ella consideraba necesarios, y así lo admitía en ocasiones), de haberlos (aunque los artistas del futuro no se resistirían a proclamarlo de ese modo), no serían en tales obras sino un adose posterior a la imagen y sus construcciones materiales, y nunca el origen de su existencia plástica.

Hacía muchos años ya del descrédito que suscitaba la sola mención de la palabra “inspiración”: ésta se había convertido en un simple estado de ánimo, bueno o malo, jovial o huraño, que acompañaba el motor real de cualquier ejercicio de orden plástico o intelectual: trabajo y esfuerzo, tiempo y maquinación.

¿Acaso no se forjaba antiguamente el bronce a mano? No había soplo divino, ni seráficos cuchicheos al oído.

Ella había endurecido sus manos en los potingues químicos. No la arredró nunca esa forja venenosa que modelaba sus ocurrencias. Nadie le dictaba la advertencia o el consejo: libraba sus batallas y su desconocimiento a solas. Los peligros de su aventura no habían sido previstos: a esta diosa, atenta únicamente a prodigios antes inimaginables y nunca guardiana de la viveza del fuego que alentaba las visiones ajenas, y que con gusto dejaría apagar, la enterraría viva el azar infausto (pero también su audacia).

Y, por fin… desaparece el nimbo (que tanto has supuesto alrededor de tu mollera, oh, santa).

Deja atrás el arte… tan viejo, tan manido, tan caído en manos ruines, ingeniosas, circenses, codiciosas, mediocres o sutiles.

Y sonríes desdeñosa, das media vuelta y sales, te alejas sin volver la vista atrás, tras de ti cierras la puerta de una vez. Descanse en paz El Arte. Definitivamente.

Y sale el director de la pista: Queridos niños, queridas niñas…

A rodar.

La gran artista no necesitaba materiales de ninguna clase: por fin su cuerpo, su mismo peso físico, era su material (el tacto sobre la piel de los otros, el pulso de la sangre, el respirar,  la mirada, el gesto, el movimiento, el sabor en el paladar, el hablar, el vestir, el comer, el leer, el temblor del amor, el soñar), el arte único que proyectaba invencible (puesto que era de verdad): sin ataduras ya, sin concesiones a lo manual e incluso a lo intelectual.

Basta el sol en la cara. La caricia leve del aire cálido, terrenal, ¡oh, madre tierra!

El cuerpo es la verdadera religión: has alcanzado el arte más excelso. Sin necesidad de pintarlo, tatuarlo, disfrazarlo, violarlo. El cuerpo era la jaula de cristal de su alma de artista.

El cuerpo podía sonar diferente, no obstante.

Un cuerpo actuante, lejos de la pasividad del moribundo o del anciano.

Otras lo vieron…

Ana, la niña que voló agarrada a las alas de Campanilla.

-Señor Andre, debería explicarse, todo esto parece criminal.

-No sabría cómo hacerlo. Y nada tengo de criminal: soy artista.

-Ella voló.

-¿Y qué culpa tenía yo si ella tenía la cabeza llena de pájaros?

El pincel… quiero decir el escoplo, el martillo, el cuchillo, el hacha, la sierra, el soplete de Ana Mendieta eran su carne y hasta su sangre y sus lágrimas de desheredada:

Tu última obra… ¿el estropicio de la carne despachurrada sobre el pavimento estridente, canalla y sucio de cincuenta metros más abajo de la ventana?

He ahí la heroína del paisaje, la huella térmica del alma, la artista total.

Y, además de la pinturita (por así decir), ¿había algún otro ocio?

¿No se había purgado lo suficiente leyendo El evangelio de Sri Ramakrisná y las inocentadas del yogui de Yogananda?:

jamás perdía el tiempo entregada a pueriles fanatismos: profanaba su cuerpo con el maquillaje y la violencia. En sus “obras” escondía la mente, la fábrica de la idea: mostraba el cuerpo, banco de pruebas inagotable, el rescoldo despreciable del fuego invisible de la carne mortal y pronto olvidada.

Un enigma, La Gran Caída Final (ante los ojos fríos, racionales y cerrados de un poeta sin gramática, minimalista al cabo).

El guardafrenos no pudo evitar a tiempo que el tren descarrilara:

otra que voló.

La Heroína Posterior a Hesse encuentra acomodo en la misma y profunda huella de su cuerpo desnudo en la tierra pura de la mañana o atrapada en la corteza milenaria del árbol: esta vestal sin hogar propio alienta el fuego sagrado del arte mediante el latido de su sangre y su carne herida o mancillada.

¿El legado de tamaños y artísticos empeños?:

70 películas en súper8 y 9.000 diapositivas de sus manoseos con el cuerpo divino (a imagen y semejanza de Eva en el Paraíso).

No se echa para atrás ante el sacrificio: el de ella como cuerpo de mujer universal (injuriada, humillada, agraviada, golpeada, ultrajada y finalmente asesinada por todos), o el del animal degollado por sus propias manos y cuya sangre, que ella misma vierte sobre el pubis creador y los muslos desnudos, purifica su carne, discurre por la negra pelambrera y los surcos exteriores del molde fabricante de hombres.

No recula esta camarada de Peter Pan ante un planeta viviente del aire y la luz, de la tierra y el fuego: con esos materiales y lo funesto del fin en La Capital del Mundo es fácil labrar una leyenda: cualquier menudencia del pasado (del pasado de la heroína) adquiere dimensiones colosales:

“Aquí puso su mano.”

“Aquí la huella de su pie.”

“Ella salía al amanecer camino a las Grandes Rocas. No regresaba hasta la puesta del sol (la hora sagrada).”

“Esas líneas sobre la piedra inmemorial las trazaron sus dedos de artista.”

“Sentía preferencia por la habitación 108 de cualquier hotel.”

“Sus pies desnudos se posaron en el polvo amarillo de ese camino a las cuevas del agua.”

“Puñados de esa tierra negra la he visto yo coleccionar.”

“Alzaba su perfil al sol majestuoso de la mañana, al sol poderoso e invencible, padre y verdadero dios de todos nosotros.”

“Era silenciosa, pero sus ojos hablaban, hasta gritaban.”

“Era… era como de la tierra…, de tierra y de sol.”

“Víctima y victimario se fusionaban en ella indisolublemente: su propuesta es radical y estremecedora: se mezcla la sangre inocente con la sangre culpable.”

¿Cuál es tu patria?

La tierra y el sol.

Con ellos, hablaba (escondida a los ojos de Maroya).

¿Existen otras formas de hablar?

Eva Hesse (de nuevo):

Laocoonte.

¿Qué es Laocoonte?

[Sólo él, Laocoonte, sacerdote troyano de Apolo el Grande, y Casandra, más grande todavía que fue hija de Príamo y sabia en la adivinación, condenada a no ser creída jamás a pesar de la verdad de sus oráculos, advirtieron de los peligros del gran caballo de madera ideado por Ulises: tras la inofensiva apariencia de su imagen se escondía la ruina de Troya. Por su desafío a los dioses Minerva lo condenó, y dos gigantescas serpientes salidas del mar se aferraron al cuerpo de Laocoonte y al de sus dos hijos asfixiándolos hasta morir. Su iconografía clásica, obra en mármol de tres escultores rodios, es harto conocida.]

¿Advierte la obra de la artista neoyorquina mediante algún indicio perceptible que más allá de su representación eminentemente visual se halla un comunicado espiritual?

¿Existe algo más allá de lo que veo?

¿No es sólo evidente lo que se me ofrece a la vista?

¿No incursiona en superchería una obra plástica cuya ambición es trascender lo visual?

¿No sepulta lo invisible –de haberlo en la intención del artista cuando “construía” su obra- lo visible?

Tan concreto, exclusivo y autónomo como tú debería ser tu arte.

¿Contra quién se enfrenta tu Laocoonte?

Qué Laocoonte haces nacer: ¿el desgarrado por el dolor obra de Virgilio o el del sufrimiento sereno del mármol? Animales de sangre caliente a pesar del papel o la piedra.

¿Cuál de ellos se halla más próximo a tu ánimo de artista?

Sin duda, pictura.

¿Te interesa hacerte entender? ¿O simplemente mostrar?

¿Qué trazas de la estética aristotélica se entrometen en tu mente cuando cavilas una obra?

La niña ha destripado a la muñeca: era más interesante lo de dentro que la aburrida mueca sonriente eterna del plástico rosado.

En su Laocoonte todo está oculto menos el material, ¡qué porquerías, princesa!, desafiante a las miradas de extrañeza o repulsa, desconcertante a causa de un enunciado que, al tiempo que lo identifica de la forma más extravagante, parece querer asimilarlo al mito o a la obra artística imperecedera quién sabe a partir de qué presupuestos intelectuales.

¿Qué es Laocoonte?:

¿Qué has visto realmente en el Museo Vaticano (sábado, 19 de septiembre del 64)?

tubos de plástico

cuerda

alambre

papel maché

tela

pintura gris

(330,2 x 59 x 59 cm.)

Esta antigua estudiante de… ¡pintura! nos ha salido una escultora realmente singular.

Hermética ella, lejos de lo jovial y lo transparente:

Una obra hermética:

Proveniente del latín hermetĭcus:

Por Hermes Trismegistos, legendario alquimista egipcio.

Y a tu vez, entrometido:

¿qué extraño artefacto has pergeñado a base de palabras? Cualquiera de sus líneas parece producto de lo fortuito, del azar, del antojo más libertino y despreocupado…

Ese hombre obstinado, empeñado en sumas pequeñas;

en efecto, su ensamblaje se hurta de la coherencia y propende a una compilación no menos gratificante que la rigurosa métrica para el clásico:

una Hermäa donde el albur y la casualidad construyen la forma (lo informe) de su discurso arbitrario pero asistemático.

En el libro de Burckhardt: sólo dos (2) frases sobre las artes plásticas. Es lo que da de sí todo el Renacimiento, a su entender.

HESSE. -Y tales asuntos de mil y una referencias los contrapones a mi obra, pequeño español, donde toda apelación para el ejercicio de su conformación plástica es meramente ocurrente y a duras penas compromete débito alguno con el mundo exterior, sin ningún otro estímulo que el material y el que su misma praxis depara durante el proceso.

EL NEGRO. -Querida, tampoco es que yo me haya tenido que valer del uso de los 6.000 volúmenes de mi biblioteca, procurada pacientemente con mis solos ahorros y alguna que otra pecadora sustracción perpetrada en mis años mozos… Me han bastado… unos 4.327 libros, un millar de artículos de periódicos y revistas, unos centenares de fotografías y un ratito de navegación nocturna por la… Pero dejemos esto. No lo entenderías.

Cada uno es como es… y alguno incluso más listo:

Judd fabricaba sus obras por teléfono: leía las instrucciones al primer tipo de la fábrica que se ponía al otro lado del hilo, especificaba medidas y colores, colgaba el auricular y se iba a dormir y…: hale, que entren los duendes del zapatero.

¿Para qué pensar demasiado? ¿Adónde nos conduce ponerse a pensar…?

A apartar el pincel del lienzo o de la tabla; a dejar caer el cincel o el palillo al suelo…

“A detener la respiración…”

T. Smith: “Todos esos tíos del minimal, y la mayoría de ellos entraban y salían sin ningún reparo por la puerta de mi taller cuando les apetecía sin mediar aviso alguno, rastreando con la mirada cuanto podían, todos esos tíos piensan demasiado, se dedicaban horas y horas a reflexionar sobre lo que iban a hacer y sin dejar de parlotear desmenuzaban punto por punto las obras que ya habían hecho: bla, bla, bla. Al parecer, necesitaban justificarse intelectualmente ante ellos mismos y explicar sus obras a los otros… Yo nunca pensé nada de lo que hacía. Sólo lo hice. Y, por cierto, mandándoles a otros que lo hicieran en mi lugar.”

Bien diferente se creía ella en lo tocante a una predisposición a lo artístico que remitía inexorablemente a lo trágico, o cuando menos a todos aquellos sucesos del mundo de carácter patético que terminaban conmoviéndola del mismo modo que las adversidades e infortunios acaecidos en su propio ámbito personal, y que, conjuntamente con la prevalencia de los antiguos mitos y lo desorbitado de sus leyendas entre sus preferencias culturales, reforzaba aquella dimensión exagerada que a nivel matérico deparaban obras tan tremendas y solemnes como Right After o la Untitled de 1970, cuando el horror, la blasfemia y la piedad lo invadían todo.

“Sólo trabajando, descubro lo que creo.” Pero nunca nadie es inocente del todo: una mano secreta (incluso una infantil, la tuya de cuando entonces) te guía en tus devaneos y tentativas: te conduce de la incertidumbre al logro… ¡o viceversa! Una termina haciendo lo que es, al menos si no es una farsante o una mercenaria.

“En cualquier caso”, susurró fatigada, “maniobrando es la única manera de que se nos revele lo fundamental, lo que de veras importa; sólo desde las manos, trabajando, cristaliza lo realmente oculto… No una forma, ni una apariencia, sino una idea del arte.”

¡Qué paradójico resulta comprobar en algunos artistas lo barroco presente en sus obras, percibir apabullado la extraordinaria heterogeneidad de sus materiales y su enrevesada composición plástica y al cabo de un rato descubrir más apabullado todavía lo minimalista del concepto y lo simplista de la idea que subyace detrás de todo ello. La falla resultante expuesta a la luz poderosa y cruda de los vatios, la profusión objetual y el exceso, se halla sostenida por una mente reduccionista y austera, incluso pobre, desnuda de ambición ornamental, un simplismo: una contradicción.

¿Pero no es el arte una contradicción?:

Dices algo que no es.

Lo que exhibes, siendo real, cosa u objeto, es mentiroso.

¡Pero es verdad lo que ves!

Sin ti detrás, sin el título o la presunción de la que haces gala, sólo son trastos, piedra, telas, colores…

Deviene presa alquímica, el oro: una conversión. ¿Qué es arte? Lo que yo digo que es arte y como tal lo muestro: su peso en oro.

(Sé un francotirador, dispara a la cabeza. El arte es caza mayor, sé altivo: no hay excusas que valgan, espétalo a la cara: lo tomas o lo dejas, reviéntales los ojos.)

Ella era artista: una mujer técnica (incluso en lo que no precisaba artesanía alguna).

¿Artesanía?

Los disparos van directos a la razón.

Entonces…

Entonces una mujer técnica del pensamiento que se vale de las manos y el pringue que sea menester, inclusive, si preciso fuera, de la sustancia de esa medusa que provoca el mayor dolor conocido e insoportable hasta la muerte en los humanos.

En el 65: “La pintura es una capitulación.”

Pues, si no nos vale…

Al objeto, entonces. ¡A por él!

Empezó a imaginar lo que le gustaría ver. O tal vez veía lo que imaginaba: “Hazlo real”: los materiales son lo que son, y ni una palabra más:

Right After.

¿Qué ha llevado hasta aquí?

No la manía de las grandezas:

“Es a través de lo trágico que se alcanza la redención”, se había dicho tiempo atrás sin comprender demasiado bien qué había que redimir y de qué habría de sentirse culpable desde que cruzó un océano para salvar la vida. Ahora ya lo sabía. Y tampoco había cuentas que saldar (eso, también lo sabía).

¿Qué fue antes…?

El origen fue… la confusión… Nadie crea, si es creador y no un plagiario, sino desde el desconcierto más absoluto e hiriente hasta que ese inicial estupor deviene por misteriosa conjunción de iluminado y oscuro oficiante en puro dinamismo histérico, osado revelador de misterios, de estampas indescriptibles, de figuraciones y desafíos sin fin, de sublimes supercherías, un fraude que, en el caso de serlo, constituye una de las más esforzadas aventuras de la historia por borrar los originales. 

Eres artista, eres un genio (si no, no merece la pena, folks), contrae una lepra Leverkühn, intencionada, invisible, calculada hasta en el mínimo átomo de su poder lento y destructivo, abraza al diablo (tu verdadero amante, aunque no exista), corre todos los peligros, libera los monstruos de tu interior, bucea en las tinieblas… pero si loca, ¡mejor muerta!

¿Qué fue antes, aunque fuese poco o despreciable o accesorio o adicional a lo verdaderamente primordial?

Eres artista, eres mujer: fons omnium viventium.

Eres artista, eres mujer, hasta bruja has sido.

Convertida después en Sybila más que en Circe, predices los maleficios: como Bruja todos los has llevado a cabo en tu cabaña de fuego y niebla en la umbría del bosque. Ahora tan sabia, entre hedores y humos…

Ahora que ya estás sola en la oscuridad de adentro (y la clara mañana de primavera afuera acariciando la piel de los vivos saludables), ahora tan cerca de la nada, con la muerte a la que has dado paso sentada en la salita contigua al recibidor, aún cerca de la puerta de la entrada a la casa, esperando a que la recibas (tú, que andas en zapatillas, con el cabello suelto y los ojos de mayo, una artista con tejanos deshilachados y una T-shirt llena de pringues) muy bien vestidita de traje sastre, como una  vendedora de Avon que aguarda de la dueña la señal para abrir la fragante maleta de las sorpresas (bien escondida la guadaña), muy modosita, con la vista baja y en los labios una leve sonrisa casi imperceptible, con las rodillas juntas y las manos cruzadas sobre el regazo. Adelante, adelante, perdone que la haya hecho esperar, Muerte.

Antes fue todo tan acelerado, tan vertiginoso que parecía posible abolir en el arte aquello que lo había sustanciado hasta ese momento, incluso a Picasso, a quien algunos ya no temían tildar de “artesano”. Era en la abolición, en lo tajante de las respuestas y los hechos lo que dotaba a las prisas de la cualidad de lo fértil y acaso de un inspirador acicate (no pienses, corre y llega cuanto antes) cuando tampoco era desdeñable su naturaleza embrolladora y fácil puente a lo fraudulento: lo urgente había sido en todas las épocas lo que caracterizaba de veras el arte joven y novedoso, al margen de quien lo llevara a cabo, jóvenes o viejos. Importaban las nuevas ideas, y bastante menos las apariencias que podrían hacerlas visibles en formas artísticas. Lo verdadero (lo revolucionario) era matar lo precedente y no modificarlo.

Un artista se tomó el tedioso esfuerzo de sumar todo lo que tenía: 7.004 cosas (el apartamento donde vivía, el Ford del 59, la Zenith del 61, la chaqueta de mezclilla con coderas de cuero marrón, tres pañuelos, la billetera…, hasta un alfiler, una caja de cerillas, un tarro vacío de bovril, un cordón –uno- de zapatos, el sello de correos usado, la moneda de cinco centavos…)

7.004 cosas.

Las destruyó todas. Se quedó sin nada, ni siquiera conservó las obras que había producido hasta ese día.

Reducido a cero.

“Podemos empezar”, dijo con el miedo corroyéndole las plantas desnudas de los pies, y subiendo, subiendo…

Smithson, poco antes de estrellarse y morir a bordo de un avión, en el 73, reclamaba atención para los que partían de la misma nada:

“¿Sabes lo que significa Häagen-Dazs?”

“Eva Hesse se instaló por fin en un lugar donde por más que miraba en derredor no encontraba un referente, un asidero conceptual del que poder evolucionar: estaba en el mismo cero.”

“Hay bastante de intencionalidad en busca de una construcción orgánica: se veía una justificación [y repitió] orgánica en cada uno de los objetos, en su lugar y en el orden dispuestos en la composición.”

“Voy a contar algo”,  dijo (Smithson):

“Exhibió una pieza, “Piedra lunar”, y al lado colocó una nota de su puño y letra explicatoria (¡y reveladora!): Fragmento de ladrillo hallado en un vertedero a las afueras de la ciudad. En efecto, se trataba de un simple pedazo de ladrillo de barro cocido de tintes rojizos, bastante hueco por dentro, un mísero elemento de construcción deteriorado y sin la menor importancia material o plástica.”

¿Entonces?

Déjalo ya…

Tampoco se precisaba para su contemplación incurrir en un acto de fe. Ahora era una piedra lunar. Y esa era toda su conversión, el enunciado ya irrebatible. Adiós, ladrillo. Hola, piedra lunar. Hola, Obra Maestra Desconocida.

Volvemos a las brujas.

Cosas de brujas (de las más jóvenes y hermosas, ñam-ñam, harto apetecibles, ¡mmmmmm!, pues ésas son las verdaderas brujas que gustan de sacrificar, ¡oh, el intenso olor de su carne quemada!, ¡oh, qué desperdicio! Y cuando viejas, pestíferas, borrachuzas temiendo como al diablo el frío, ¡brrrrrrrrr!, pegadas al fuego que tanto aman, ahítas de trapisondas, durmiendo las melopeas,   zzz-zzz-zzz).

Porción arriba, porción abajo (¡qué más da!) de belladona para la transmutación: pronuncias las palabras mágicas y, helas, surge a la vista la obra maestra desconocida (digna de un Lord) como el agua del surtidor del más bello jardín al cielo azul (de la más negra tierra al cielo más negro).

El auténtico artista acaba profanándose: permite, incluso instiga la incredulidad del espectador, al que atrapa con ardides extraños o reconocibles, sabidurías técnicas, falsas inocencias…

¿Como cuáles? ¡Un artista nunca es inocente si ha cumplido ya los siete años!

Inocencia: candor, sencillez

“El arte –dijo (Smithson) que dijo ella- es el cordero de la expiación, una se purifica, se despoja de la culpa… del pasado terrorífico…

Otra más, que se vale del arte para levitar sobre lo terreno…

Smithson:

“De los campos de concentración… si… ella no estuvo nunca y, sin embargo, era un motivo intelectual recurrente, como un postizo oculto que lograba dotar de lo trágico muchas de sus composiciones de la primera etapa como escultora, todas con materiales de Arko Metals Products, de los que se proveía en el 494 de Broome Street… Le iría mucho mejor después, con la fibra de vidrio y los galones de látex que se llevaba a manos llenas de Cementex Company, en Canal.”

Smithson:

“Había un orden básico en su manera de ejecutar una obra…”

Iba tejiendo su autobiografía según los diferentes estados de ánimo sobrevenidos en… ¡una hora!

¿Qué diablos quieres ver en Ishtar?

Pero, ¿hay algo que ver?

Smithson:

“Quizás… sí, es posible que esa obra revele…”

En cierto modo…

Ni el muro más grueso de acero es tan opaco como los frágiles materiales que, al construir Ishtar, tapan cualquier clase de concepto o sentido encerrado entre las tres meninges. Toda metáfora es una suplantación, y esta obra ni siquiera es eso.

Smithson:

“Podría verse un… pene, o a la madre…”

En fin…

Smithson:

“Algo que cuelga, una extensión…”

¿Cuelgan las madres?

Smithson:

“La suya, sí.”

En su flojera (que es casi siempre), los penes cuelgan. Eso es cierto.

…………………………………………………………………………………………….

“Es claro que hablamos de un arte diferente… sugeridor. Puede leerse cualquier cosa en él.”

“Aunque, ¿por qué habría de leerse algo en sus obras? Para eso ya están los libros, antiguos y modernos (algunos son muy entretenidos). En las plasmaciones del arte anterior al XX era fácil reconocer sus motivos y sus modelos, no se… leía nada en ellas.”

“La mente puede crear infinidad de imágenes irreconocibles… no así los ojos, que sólo ven, reconocen, clasifican..., no desean chocar contra la realidad, se empeñan en lo visible: el mundo está bien hecho, etcétera..”

“¿Y qué tal la influencia de… Shakespeare?”

“!!!???”

Cuatro días antes de que Eva Hesse muriera (en coma, sin saber que moría), Sontag escribía en su diario, el 25 de mayo: Yo soy de mi propiedad: tres años después, sin saber por qué ni de qué, a la escritora se le diagnosticó un cáncer de mama metástico de grado cuatro:

“Uno es juguete del azar, que es algo que siempre termina por destrozarlo todo.”

 “De modo que Shakespeare…”

“¿Por qué no?”

“De acuerdo, Shakespeare. ¿Por qué no?”

“En cierto sentido, se trata de forzarlo todo: uno puede creer en los personajes… ¡pero en sus diálogos!”

“¿Qué significa caos?”

caos.

(Del lat. chaos, y este del gr. χάος, abertura).

1. m. Estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la ordenación del cosmos.

2. m. Confusión, desorden.

3. m. Fís. y Mat. Comportamiento aparentemente errático e impredecible de algunos sistemas dinámicos, aunque su formulación matemática sea en principio determinista.

(La cháchara del fool recorre estas páginas.)

“¿Hasta el puto Shakespeare eres capaz de meter aquí?”

“¿Qué otra cosa podemos hacer?”

“No veo la conexión…”

“No hay ninguna conexión.”

(A veces –y no te digo Tirso, Calderón o el mismísimo Lope “el de las mil quinientas”-, Shakespeare complicaba el sentido para favorecer la rima…”

¡Joder! ¡Qué me dices!

“De ahí esas frases brutales, esos giros afilados,  estremecedores y penetrantes del lenguaje, esas maravillas léxicas, esos sentidos de ultratumba...”

¡Joder!

“…el pensamiento inédito, revelado por vez primera en el papel…”

¡Joder!

Sin duda, en esos siglos ruines de hambrunas y reyezuelos indescriptibles la pluma más barroca, la de Quevedo, se encarama a su puesto, el primero: fluye como del vino negro y espeso del terror místico, o del vino rojo del dolor y de la  desesperación o del vino de oro y obsceno de la burla, o el blanco de la nieve, afrutado...

Góngora pone firmes a todos ellos, si de complicación se trata. Acá el metal deviene palabrería, un intríngulis léxico que dispara las entendederas: pasatiempos intelectuales.)

“Y en el fondo, no era complicado… lo de ella. Era, simplemente, una propuesta, entendieras o no entendieras ni por asomo lo que ella se proponía en realidad.”

Respecto a la cuestión biológica…

¿Qué pasa con ella?

¿Mujer?

Poco había de eso.

No era de las que creaba (y creía) a partir del décimo día del inicio del período menstrual, 0h, diosa de la fertilidad: de día, o de noche, ¿qué más da?

“Le había interesado mucho tiempo atrás quién no era ella, bastante más de lo que era, así que, más tarde, hasta el día de su muerte, ya no hubo errores.”

Una obra tan próxima al solipsismo que roza la desesperanza; bucea en una introspección silenciosa y lenta como el fondo del mar.

Deja de ser sustantivo: nada nombra, ninguna cosa, ningún ser.

Descubrió en seguida que en el arte la mujer parecía ser el “accesorio necesario”. Sonrió para sus adentros (no des pistas al enemigo) y se puso en seguida manos a la obra: ¡Se van a enterar!

“Encerrada en el estudio, entre cuatro paredes, el exterior de afuera, la ciudad, la amparaba. En la naturaleza, merodeando por el paisaje, sin techo, con las manos vacías, se hallaba desnuda: ¿dónde está la gente?”

Yo soy de mi propiedad.

Smithson:

“Es el ambiente, los hechos difíciles o lamentables que rodean a un artista, el que lo crea también… Agrega una perspectiva diferente a tu trabajo…”

Unas semanas después de esta reflexión (no  acerca de la obra de Hesse, ni siquiera acerca de ella misma), Robert Smithson moría perseguido por un destino en el que siempre confió mientras oteaba desde el cielo el sitio ideal para Yellow Ramp (¿existía el “sitio ideal”?).

Otros, al tiempo, acaban abriendo un agujero en la tierra y lo convierten en un refugio nuclear (Morris).

Hesse… muerta, y sus obras que “viven” en el tiempo…: despiden el hedor de la putrefacción, hierve la materia orgánica en una lenta destrucción casi casi hasta visible en su proceso post mortem.

¿Qué relación tiene esta obra con el mundo?… ¡Es en el mundo!

Déjalo ya…

Un crítico-forense desmenuza las intenciones, determina las piezas del basural descompuesto, enumera valiéndose de graciosos tecnicismos los estragos y genialidades internas del cadáver de la obra artística. El tipo de Christie’s le desliza un billete de cien dólares en el bolsillo de la bata y le susurra algo al oído:

“Trágica Muerte Natural”, consigna el destinatario de los cien pavos en la hoja amarilla, todavía con el escalpelo en la mano.

Todo en orden, cualquier sabueso por más que meta sus sucias narices en el asunto no ha de reprobar tan expeditivo examen analítico.

A la subasta.

A rodar.

A fin de cuentas, ¿qué es la inmortalidad?:

que uno de tus mejores amigos sobrevivientes a ti se encargue de seleccionar los trastos y fragmentos desechados de trabajo sobre la mesa de dibujo o arrinconados en algún lugar polvoriento del estudio (ahora a plena luz del día, ultrajado de luminosidad, revelando ángulos sagrados de meditación, mancillado por el ojo público, descubriendo suciedad, pobreza, el desperfecto con el que vivías, los rayos matutinos del sol te desnudan del todo):

sí, esta es una pieza estimable; aquella, también; esa otra, no, es un simple trozo de…, y esta de más allá, quizá estas dos…

que ese amigo en insensata decisión los convierta en objetos artísticos y permita su exhibición encerrados en una urna de cristal como engañabobos para pasmarotes con el caro catálogo en la mano.

“Eres como el jazz del negro… una improvisación”, le dijeron (equivocados: todo era muy sabio).

Respecto a la composición…

Hábleme de aquellos jóvenes.

Le recordaré que LeWitt era portero de noche en el MoMa, y Flavin y Ryman, también en aquellas salas conspicuas, guardias de seguridad.

Algo se les pegaría.

Decididamente.

¿Hesse aparecía mucho por allí?

Todo el mundo ha ido mucho por el MoMa. ¿Sabe?, se les nota.

Es un arte para guardar debajo de la cama (Lippard lo hacía de ese modo: allí estaban aquellas obras de los jóvenes prodigios, sucias y polvorientas, cubiertas de pelusas).

Hesse debajo de la cama de Lucy Lippard.

Un título excelente.

En realidad, se trata de un dibujo enmarcado de medidas no excesivas.

Lippard:

(Imbatibles razonamientos):  

“Los artistas (LeWitt, Hesse, Adams, Nauman, Bourgeois, Kuehn, Sonnier, Viner, Doyle, Plimack, Mangold, Graham, Bochner, Andre, Morris…) entre  los que me movía solían decir: cualquier cosa que hagamos es arte. De modo que pensé que si cualquier cosa que hacía un artista era arte, cualquier cosa que haga un crítico es crítica… Escribí un montón de cosas raras, pero todo eso era crítica de arte, porque yo era una crítica (¡qué cojones!). Esta actitud facilitó mucho las cosas, todo era más sencillo visto desde esa perspectiva. ¿A quién iba a dar explicaciones?

“El arte conceptual ha hecho artista a mucha gente: ¿quién no tiene un concepto… Todo lo demás, es plástica, algo visual que es irremediable aceptar.”

¿Cómo consigue una mujer entrar en el Whitney Museum por la puerta grande?

Con pitidos y sentadas a discreción, especialmente los fines de semana, y depositando en el interior huevos y tampones (manchados o no) por las esquinas: pero no se trata de ser una artista feminista, sólo gritar (ni siquiera demostrar) que una es artista, es suficiente con eso… No hace falta que lleves el támpax en la mano, la falda abierta y el niño cargado a las espaldas.

Tu huella, ahora no es inocente (¡cuánta cámara secreta se entrelaza en el cachivache o la porquería del látex y los polímeros!): se incorpora de entre las sábanas, abandona la cama, sale de la habitación, los pasos se alejan: he ahí que echo mano del luminor a discreción: la fosforescencia revela la sangre culpable.

El teatro, la máscara, el fingimiento: el lugar favorito del genio.

Es una amante de la tradición: sus dibujos abstractos los pergeña con plumilla de oca, desdeñando la plumilla de acero fabricada en serie.

Esas obras son… como alteraciones tipográficas.

Pero es la tabla de armonía, esa madera, el alma de un piano.

Estudio/Aquelarre: lugar donde “ocurren” las cosas de las brujas, sus asuntillos.

Hesse:

Ante la obra (cualquiera de ellas desde el 66): “Ni una sola esconde mensajes encriptados. La encriptada soy yo. Ahí empieza y acaba todo.”

“Arroja una piedra a lo lejos:

antes de caer en el suelo, aún en movimiento: eso es el futuro; luego, caída, soldada a la tierra, inerme en el presente, intocable.

Nada (material) vuelve al pasado:

sólo logras ver sus ruinas, su deterioro por el presente que lo corroe.”

¡Qué terrible es saber “qué va a ser de mí”! La eternidad es precisamente no saberlo.

Al componer la nada con objetos lograba determinar, por lo menos, el sinsentido, que eso es exactamente la nada. A través de los materiales, y sobre todo éstos, tan desconocidos aún, palpaba la nada, que no significa nada.

Por supuesto que ama el objeto (la materia) mucho más que la imagen que proyecta. Con los ojos cerrados podría tocarlo, recomponerlo en la imaginación, erigir su contorno y sus detalles más nimios aun en la misma oscuridad: la imagen nueva al nuevo ciego le veda absolutamente toda proyección. El arte puede tocarse (el lienzo, la piedra o la madera); el cine (salvo la audición y su soporte intrascendente) y la literatura (¡toca papel!) niegan toda posibilidad de acercamiento físico, al igual que la música (cuyo soporte es más intrascendente todavía): he ahí lo artificial a despecho, en el caso de la música, de lo sublime y el encantamiento etéreo.

Esperaba… pero esperaba nada, puesto que nada iba a suceder hasta la hora de meterse en el lecho clínico bajo la luz blanca (de donde alcanza a pensar y medir el universo todo), y al otro lado de la puerta blanca el suave deslizar de los pasos sobre los brillantes pasillos blancos.

Esperaba… queriendo tenerlo todo aún: ¡como odiaba al tipo aquel!: “Siento tal melancolía esta tarde, me siento tan mal, que ni siquiera tengo ganas de estar bien…” “Ven, entonces, ven acá, coge la pajilla, introdúcela en la copa de mi cráneo abierto rebosante del licor vertido de la crátera, sorbe un poquito de mi tumor, de mi cáncer líquido como el champán… Todo tuyo.”

Nada en realidad del mundo hace mal, son ellos, sus miserias de seres humanos… Y está la enfermedad, que el mundo inocente e impasible no sabe qué es…

Lee los diarios de… Uno de los fragmentos registra un paseo melancólico al atardecer, y la parada luego frente a un puesto de libros de viejo. Escribe: “Compro cuatro.” ¡Maldita, no menciona los títulos!

“Soy bella y tranquila”, dijo una de las artistas afamadas de la semana con el aliento apestando a anfetaminas.

Todo lo que dice lo desmiente su apariencia de alondra: “Soy nocherniega”, declama absolutamente seria (y severa). (Pero quizás la anfetamina ayude a eso…)

Ciertos indios del Brasil confeccionan sus cuadros con materiales absolutamente naturales y propios de la selva entre cuyos árboles habitan: vistosas alas de mariposa, plumas coloridas de aves, piedrecitas pulidas, ramas de plantas… y siempre representan paisajes reales de su entorno. Cuando el arte llega a tal grado de humildad, de pleitesía y rendición hacia la misma urgencia expresiva y de fidelidad al misterio de la duplicidad plástica ya no existe la posibilidad de la mistificación o el fraude del artificio: el artista ya ha devenido el picasso de cinco años de edad que Picasso siempre anheló ser.

Escribió un poema el poeta, pero el artista que estaba a su lado agarró el pedazo de papel, lo cortó en una decena de trocitos y lo amontonó graciosamente sobre la superficie de la mesa del café ante la mirada atónita de los presentes. “De qué se extrañan, he ahí la poesía hecha arte… No se puede pedir más.”

La pintura realista, toda ella, y sé que es injusto proclamarlo de ese modo, recuerda a aquel tipo que inició su novela escribiendo “Empezaré a describir mi habitación…”

Y acto seguido, en vez de describirla, se puso a hacer un inventario.

Explora cuanto está más allá de ella… o sólo hasta los límites de ella... Pues bien, ¡la obra sería la misma! Al menos, sé sincera.

Proust es la fiebre real de escribir: y así muere, ardiendo la piel y los labios secos, y la boca cerrada. El arte, salvo los locos (¿Van Gogh?: jamás estampó una pincelada en el lienzo durante sus crisis de locura: era demasiado calculador para eso), no exige la pasión, sólo una especie de discurso falso o calculado que desdeña el verdadero diálogo, es decir, incluso su legibilidad.

Como artista, tendría el mundo que estar totalmente despoblado para poder juzgarme a mí misma y a mi trabajo.

¡Claro que te conoces a ti misma, sólo que pasar a la acción es algo muy distinto!

Ningún arte revela los misterios verdaderos.

Te despiertas, abres los ojos, y el día está absolutamente desprovisto de matices, con toda inocencia puedes penetrar en su cruel fealdad, en su estructura falaz y su entramado de desperdicios; sin colores el día, se descubre fácilmente que sólo es la encarnadura tramposa del tiempo, una desnudez blanca que cubre una piel de lo más frágil pero que logra ocultar la muerte despacio y entre dos luces de todos los seres y las cosas, desfigurarla al menos entre tanto mecanismo de sospechosa precisión.

El sueño nos roba… todos los días. Y en cuanto a mí…

¿De qué época esa… artista ?

Bien, nació en aquel tiempo que las damas elegantes exhibían con gracia exquisitos sombreros con velos de seda transparentes que dotaban al rostro de un toque aterciopelado de fascinante atractivo. Mujeres intocables (bien enfundadas en faldas tubo o faldas lápiz y medias de cristal).

Cualquier época es buena para ponerla del revés.

Sobre todo ella, ella que habla consigo misma como con una amiga, hasta se nombra (y se teme): “Pero, Eva… animalito de sangre caliente.”

Anoche soñé yo, Eva Hesse, con Eva Hesse niña. Tenía seis años, y nada sabía del cáncer que iba a matarme todavía en plena juventud. Hoy, 22 de abril, 1970, miércoles, día de Mercurio, es por la mañana, afuera el aire parece transparente y tranquilo, pero aquí, encerrada en el estudio, encerrada en la desilusión, tengo seis años. ¿Por qué no? ¿Qué es el tiempo? Tengo treinta y cuatro años… Y ya nunca más… “Ven, cariño”, y te agachas y las lágrimas se deslizan por las mejillas al contemplar ante ti el rostro rosado e inocente de la niña que eras, que avanza hacia ti:

Right After.

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