Sólo cuando estás
sobrio, de lo contrario, bebido -ebrio, señora-, el pasado pesa menos que una
pluma… Ninguna ofensa regresa, ningún
muerto vuelve a existir jamás.
(quédate atrás, mundo, que es privilegio de aldea que allí sea el bueno
honrado por bueno y el ruin conocido por ruin, lo cual no es así en la corte ni
en las grandes repúblicas…)
Hábito blanco de
dominico… que ceñía una larga cadena de oro veneciano y de la que colgaban
graciosamente una plegadera, una navajita y unas tijeras, todas ellas también
de oro. Y por debajo de la bata disciplinaria asomaban dos pies pequeños y
delicados calzados en unas pantuflas de tafilete rojo bordadas en oro.
¡Cebadito Honoré de Balzac!
¿Escribir…?
Escribe cartas de
amor: ¿no se ha dicho que las cartas de amor más efectivas son aquellas que
para lograr sus propósitos sólo requieren 58 palabras, 314 letras? Esa, pues,
es la fórmula.
¡Escritor! ¿Acaso no
se vendió el mismo Cervantes por 4 gallos y 45 gallinas?
Venga, un diariecito,
unos escuetos pensamientos, una docenita de aforismos, una frasecita ingeniosa,
alguna salidita sabatina, los secretitos…
¿Un diario? ¡Cielos!
Se han escrito millones… millones de anécdotas de unas vidas preciosas y…
prescindibles: el diario (Mi Querido
Diario) de la niña del tercero, el diario de Gide, los interminables
diarios de Anais Nin, las miles de cuartillas del diario de Renard, las 16.000
páginas del diario de Amiel, los tomos inmisericordes de los Goncourt, los más
inmisericordes todavía de Emerson, ¡los diarios de Goebbels…! ¡El Diario de Ana María! ¡El Diario de
Daniel!
JD.: Parecía que de su
casa a París-Valencia había un camino de rodera. Salía de su habitación,
alcanzaba la calle y el carro iba solo. A veces, compraba el libro equivocado.
Y el burro, tirando
(eras tú…)
Por otra parte,
carezco de, digamos, cierta disponibilidad de espíritu para, digamos, registrar
las minucias de una, digamos, singularidad (la mía) de la que descreo.
Un diario, bah… (Como
los cristales de la ventana estaban sucios, la realidad de afuera se le antojaba
sucia, triste, sombría.)
Es un fenómeno muy
común. Más de lo que te imaginas. Has escrito algo, y estás satisfecho de cómo
lo has expresado finalmente, haya costado poco o mucho, y luego, un día, por
los motivos que fueren, alguien lo lee, o echa un simple vistazo a esas páginas
o las escudriña, qué más da, y a partir de entonces te sientes incómodo si lees
de nuevo lo escrito, y no por que hayan proferido un comentario bueno o malo,
sino por el mero hecho de que esas líneas han sido leídas por otros, desnudadas
por sus ojos, hasta mancilladas, y desde ese día ya no las consideras propias,
tuyas, algo exclusivo e intransferible, y lo escrito deja de interesarte
absolutamente, se transforma ya en algo usado, hasta imperfecto, con restos de
suciedad real o imaginaria, y adquiere un tono de farsa, y lo sientes
prescindible, un cachivache literario desprovisto de entidad, una auténtica
nulidad. ¡Al cubo de la basura!
Sé anónimo, chico.
Inestable como una
cefeida, leyó, e inmediatamente el señor Umbral arrojó el libro a la piscina.
(quédate atrás, mundo, que en la corte, aunque no tenga uno enemigos, le
desasosiegan los suyos propios.)
Respecto a…:
Mire, usted, dudo
mucho que ese tipo que tanto nos asombra estando vivo a su muerte conquiste la
gloria o la inmortalidad. Ha tenido demasiado éxito en todas las cosas menores
de la existencia, entre ellas, la misma literatura que practica, lo cual es muy
sospechoso.
Escribía en la noche
profunda, a la luz del apestoso candil, páginas y más páginas de un diario inacabable:
No hay nada más
simple, más fácil de entender que el sol, que una estrella que es, en
definitiva, lo que alimenta la vida y finalmente la destruye, ese motor tan
básico, tan elemental en su única función, que transforma hidrógeno en helio
hasta que se agota y muere, y esa reacción tan desmesurada, tan simple y
monstruosa a la vez, propicia algo tan complejo no como el cuerpo del hombre y
sus mecanismos físicos, sino algo como el cerebro, la conciencia de ser, y ser
en el universo.
A éste le vamos a
hacer un diagrama floral.
A estas horas ya me
duele la amígdala.
¿Cuál de ellas?
La del cerebro.
Si le debo la vida a
Dios también le debo mis males y mis pecados, y Él me debe la absolución. Ahora
bien, ¿cómo se devuelve una deuda de tan humana desmesura? El pago es la muerte
o, antes, el desprecio.
De modo que el tipo de
la mujer española, en este año del señor de dos mil ocho, de acuerdo los
resultados de un sesudo estudio antropométrico realizado conforme un muestreo
de más de diez mil féminas de edades comprendidas entre 12 y 70 años a través
de un código de cuatro parámetros –altura, pecho, cintura y cadera-, resuelve
finalmente, e identifica, tres tipos morfológicos de las españolas: cilindro, diábolo y campana.
Mire, usted, me
intereso por un salto de cama para
una diábolo. ¿Azul celeste, rosa
palo, rojo furia…? O tal vez una negligé…
Mira que si es una campana…
A veces cree que tiene
la edad del universo, viejo y corroído antes de los cincuenta, y no entiende lo
que ha llegado a ser, porque él se siente otro, el que era, el que siempre
creía que iba a ser: l’homme enfant
con el mechón de cabello sobre la frente, la sonrisa inocente y perversa a la
vez, la seducción…
Pero todavía no he
llegado a la insolencia cínica y al desahucio intelectual del pobre tipo que
desprecia lo que ignora para disimular su poquedad.
Breve conversación con
A.D., frente a una sucursal bancaria, en el campus de la Politécnica:
¿Optas a la cátedra?
En la mano (lunes,
25), la billetera repleta con los billetes de la nómina.
Me conformo con lo que
tengo: bastante dinero y poco trabajo: te brindo a ti, oh, bella y bien amada
por los dioses, la oportunidad y la fatiga de las intrigas de campanario.
¿Enciendo la luz? De
ninguna manera. Para convocar fantasmas nada mejor que la oscuridad. Es en ella
donde mejor se les ve, incluso la penumbra las emborrona: oscuridad total.
El suicidio, al menos
el racional, nunca es una salida o entrada de nada; es, sencillamente hablando,
el poder de uno sobre sí mismo y sobre todo lo demás cuando siente que el
cuerpo y la mente, resquebrajados o no, se prestan a darte a ti y a lo que
representas de verdad la dentellada final.
¿Cómo voy a suicidarme
con la billetera a rebosar?
Uno en el fondo, y en
la forma, sólo es información para sus sucesores, un soporte caduco que
perpetúa a través de su modificación la fórmula precisa para existencias
futuras, acaso menos perfeccionables que las que las han posibilitado.
¡Cuántas miradas al
cielo de la nada, cuántas plegarias desatendidas, cuánta inocencia y
sufrimiento maltratados por el silencio!
Él empezaba a emitir
su opinión y Paula, ante el asombro general, le espetó:
¡Tú cállate, que sólo
tienes pene y ninguna razón!, bramó la feminista.
¡Formidable respuesta!
Quevedo de las
entrañas, cuánta razón, cuanto aviso previniste: marido o mujer que dura un mes
se vuelve plaga.
Se escriben libros a
veces (al menos en su caso) no con la intención (él lo juraría por su sueño
eterno, sin sobresaltos ni despertares para toda la eternidad), de que sean
leídos por los demás, sino por el mero placer (o la mera tortura) de
escribirlos para sí: toma, esto te escribí como regalo, pero no se lo enseñes a
nadie más.
Su padre (quien ríe el
último, ríe mejor; la venganza es un plato que se sirve frío, y, como dijimos,
siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo)
coleccionaba los suplementos culturales de los sábados (o en años anteriores,
de cualquier otro día) de El País, El Mundo y ABC, como antes había hecho amontonando los suplementos literarios
de Diario16, Las Artes y Las Letras de Informaciones
y las tres paginillas literarias en letrería roja y negra de Pueblo. Los ordenaba en perfectos
rimeros en una esquina de su despacho, sin leerlos... Eso lo hacía con dos y
hasta tres años de retraso y entonces, mientras leía esas páginas feas y
amarillentas, de fechas y asombrosas noticias ya caducadas, no dejaba de reírse
en todo momento de una cultura efímera y endiosada por interes espurios que al
paso del tiempo había acabado arrumbada en el olvido (reír conejilmente, más
arriba señalamos tal característica). Adiós, obras maestras… de un día, adiós
novelas, adiós poetas, adiós novelistas de una semana… Adiós, genio de ayer hoy
olvidado… Ji, ji, ji.
Viajar… con lo
imprescindible: salud robusta, una tarjeta de crédito inagotable y la bolsa de
Hemingway donde salvaguardar la docena de libros (de bolsillo) esenciales para
ti.
Pero ahora ya no
puedes dejar la casa mínima y en orden, alejarte de la ciudad y recorrer los
caminos bajo el sol o la benéfica lluvia ligero de equipaje y ávido de
fusionarte con todo lo de la vida de afuera, no porque no existan esos caminos,
sino porque ya no hay inocentes ni dioses a los que descubrir.
¿Cuántas dimensiones
se agazapan tras la sosa apariencia de este Brell que soy yo? Las que se
quieran suponer… Yo, y todos los que me contemplan, sabemos de su figura
física, tocable y activa… Pero puede esconder todos los monstruos conocidos y
el germen de alguno todavía por definir en sus líneas maestras
perversas.
¡A formar filas!,
ladraba el padre Basilisco (¿o era Basilio?), fuera del aula, ya en el pasillo,
a la hora del recreo. ¡Orden de alturas!, conminaba severo y amenazador. Y bien
formados, en orden decreciente, con el almuerzo en la mano y aire marcial la
columna bajaba hasta el patio de recreo, donde los niños traviesos de primaria,
escondidos de nuevo en sus baberos, enjaulados en aulas y parvularios, ya
habían tenido tiempo suficiente para llenar de alfileres los caños de la fuente
colectiva: junto con la refrescante agua, las afiladas agujas se deslizaban por
las gargantas de los abusones de los mayores hasta quedar clavadas en sus
tripas.
Tu Colegio: donde
quiera que estés compórtate como alumno digno de él.
JD. pudo haber escapado una y mil veces antes de la huida
final.
Pero entonces no sabía que existía la huida.
Creía en la revolución (no personal).
Huye de España, le
decía la gordita y blanda inglesita a JD, recibido
ya de bachiller, tanteando sus primeros pasos universitarios.
Y serás feliz en la
casita blanca con los marcos de las ventanas pintados de rojo (o negros, no
recuerdo) en Camden, donde allí viven los ricos, los muy ricos, los
desahuciados, los muy desahuciados…
Ah, España, de
glorioso pasado, tierras y hombres protegidos de Dios donde nunca se ponía el sol
(recuérdalo tú y recuérdaselo a otros)…
Padre burlón, egoísta,
sabio, descreído y comodón, deslizaos,
mortales, no os apoyéis…
Papá, que tanto
despreciaba tantas cosas de España, reía (conejilmente, ya es sabido) socarrón
al fijar la vista sobre el bello mapa coloreado de Sebastian Münster, una
Europa recreada como el cuerpo de un monarca con el cetro y la corona en las
manos: Hispania la cabeza (¡ja!), Gallia el corazón, Germania la barrigona, un
brazo la Italia, Anglia y Scotia islitas…
Fin de la fiesta.
A soñar.
Otra vez la
cancioncita, pertinaz, taladrando el cerebro… ¡gusano de oreja!
Él era… era como esos
tipos que viven en el extremo siempre, en el borde mismo del peligro, pero sin
caer jamás en el crimen o la fatalidad.
Se soñaba… ¡él mismo!
(Pero… otro.)
Impostó la voz
hipócritamente, buscaba la complicidad, no la comprensión de ella,
impresionable, alumna poco aventajada, de fácil seducción, la cama lista…
He sido un luchador.
Sólo puedo ofrecerte cicatrices…
Y para sí, sin
absolverse, mirando a lo lejos (de él y de todo):
He luchado (poco, casi
nada) en esta vida (una lucha jacobina) sin saber por qué, y sabiendo que
siempre acabas vencido de antemano…
Lo primero que hay que
hacer con las chicas, haciendo caso omiso de la disyuntiva de que les guste o
no, es enseñarles a tomar por el culo. Esa es la forma más segura de joder con
una mujer sin que… (El puño se estampó en su sien derecha.)
Ni pierdes la
virginidad, tontita, ni te quedas, Dios nos libre, embarazada. Déjame hacer, te
gustará, ya lo creo que va a gustarte… ¡Hostia…!, exclamó abatido en el suelo
por el puñetazo con la polla en la mano.
Como en el juego del
ajedrez, la única diversión es el juego por sí mismo: ¡Jaque!, te amenaza la
voz, y te vas sintiendo acorralado, empequeñecido, hasta que…
¿Juegan al ajedrez el
padre y el hijo?
¿Aún está de moda el
ajedrez?
Borges, que descubrió
desde muy joven que era un mediocre jugador de ajedrez, descalificaba el juego
hasta llegar a su propia refutación, alegando que no podía tomarse en serio una
lid en la que ambos contendientes se esforzaban por conseguir idéntica
recompensa al tiempo que respetaban y defendían las mismas reglas.
Le cuesta admitir su
no-eternidad… Pero entonces ¿qué clase de juego cruel y absurdo ha sido la vida
biológica e intelectiva de un ser humano? ¿Será semejante nadería terrenal como
el inconsciente pisotón mortal sobre la hormiga que se afana en su trabajo sin
saber nada de nada más allá de estar en
acto?
Estudia al griego…
No es que los
filósofos antiguos fueran de una mente especial o poseedores de un espíritu
clarividente, modelo casi irrepetible para sus semejantes del futuro, que les
hiciera comprensible una naturaleza y una materia humana tan nuevas aún, tan
moldeables… Lo pensaron todo (todo el mundo suyo de entonces tan ajeno al mundo
tecnológico y digital de nuestros días) antes que otros porque estuvieron antes que otros.
¿Hay un camino de
vuelta?
(Paula. Nota bene. Acabó vegetariana, así que las tripas le estarían
creciendo, los sesos aminorando su tamaño… Dentro de un millón de años volvería
a andar a cuatro patas, miraría golosa las copas de los árboles y las plantas y
sus frutos.)
Si deja de ser lo que
es ahora, cuando ya es tarde para
todo, ignora qué caminos recorrerá y qué desventuras o felices casualidades le
saldrán al encuentro, pero sabe con absoluta certeza, se ha mirado tanto desde adentro, ese espejo que devuelve tu
imagen sin las máscaras del azogue exterior, que terminaría alojado en el
miedo, paralizado por el terror a la nada que ya avanza la mano, se posa sobre
él…
Nació en la casa de la
contracultura…:
A los acordes de La Casa del Sol Naciente:
sin que él, niño
feliz, supiese nada de nada durante aquella época de alternativas a todo lo
asentado y tradicional, y creció, y fue finalmente inocuo y trivial porque aquella no era su época, y se fue
muriendo despacio, poco a poco, a traición, él, adulto tan niño feliz en sus
plurales placeres, pequeñas rebeliones, transgresiones, dejaciones…
Así que otra vez
leyendo…
Se acabó escribir,
¡menudo fastidio! Ahora sólo leo. Soy el Lector Impenitente. Como tú, padre.
Ya veo. ¿Y qué lees?
Pla. Dice de Baroja
que añade los adjetivos como los burros lanzan pedos. Y a renglón seguido
confiesa que le gusta esa prosa sin peluquería ni guante blanco.
Más o menos como la
del mismo Pla.
Las carotas de los
tres diablos apenas reconocibles ya por los desgarros, príncipes de las
tinieblas a los que habría que arrojar a las calderas de Pedro Botero, en el
mismo centro de la diana de los dardos sujeta en la puerta del dormitorio de Fiodorov: Friedman, Von Mises, Hayeck:
los colgajos de papel, sus pieles, sus carnes podridas...
(Aguardaba turno, o
era duda, el rostro de Popper, clavada la fotografía un poco más allá de los
verdaderamente malvados.)
Grandes cavilaciones
sembraban en el espíritu aquellos entretenimientos lectores y sus distinciones
titulares, abstrusos, de ardua comprensión a pesar de los denodados esfuerzos:
Materialismo dialéctico
Materialismo histórico
Socialismo científico
Padre, ¿y, ahora, qué?
¡Y a mí qué me dices!
Pregúntale al sapientísimo Kalikatres… o echa mano del profesor Franz de
Copenhague, pequeño mastuerzo metomentodo, mierdecilla insondable.
(Julio, 1990. Y pensar
que su hermano Carlos ya se volvió loco, que se veía venir, ¿no bastaba con él
a solas? Y el otro, clandestino y ceniciento, pero tal vez salvado al fin vaya
usted a saber dónde, pero aquel, Carlos, irrecuperable, dañado y al cabo roto
completo, juguete aciago: Padre, ve amontonando piedras…, dejó escrito en la
nota, debajo mismo de sus pies tiesos colgando en el vacío. Y eso fue todo. Y
no le dieron sepultura. Porque no hubo santidad que absolviera sus pecados ni
hubo inhumación… Y el hermoso acto terminó con una rápida incineración y un
ligero refrigerio y qué le vamos a hacer y adiós, adiós…)
Patriarca de los
Brell, no temas, éste tu benjamín ha
sido bien encauzado: finalmente cuando supere los cincuenta años (que todos no
caben en estas páginas, apuramos hasta los cuarenta y ocho) de vida regalada su
mayor preocupación será su pene prensil, se agarra a cuanto puede y donde
fuere:
¿Me ves gorda?
No, en absoluto,
mintió con seriedad y grande hipocresía.
La víctima junto a la
cama, ya en cueros, al alcance pecador de Boceto,
tenía más carnes que una olla podrida.
Mírate, Brell,
cuarenta y ocho años, pareces un cerdo, le
diría este narrador a nuestro personaje intentando enderezar su malhadado
destino, tratando de salvarle de su condenación y de las llamas del infierno,
advirténdole en buena conseja.
Tuve un encuentro con
Circe.
Serían… tus entrañas,
cínico del demonio.
¿Hablamos de puercos?
Ronca el cerdo y…
sueña en esta madrugada de cornudo del día del Señor del sábado 19 de abril de
2008, horas antes del gran festín que se da como prólogo a la abstinencia.
Ella…
Ella empieza (todo
empezó ¿Todo? ¡Esto!) siendo una niña comme
il faut…
Pierde el hilo, algo
entrecruza el sueño principal… Surrealismo puro, como el que practicaba aquél
literato peruano que supo que era poeta cuando, de niño, fue violado por una
negra sin bañarse desde hacía semanas.
En seguida un coro
celestial de nínfulas rodea a Míster Chaplin, desnudo todo él salvo el
grasiento y estropeado bombín en la cabeza, el bastón en la mano y los
disparatados zapatones de suela agujereada corrompiendo una nieve blanca, pura,
resplandeciente (Vevey, Suiza).
Prohibido a las mayores de 18 años.
Tolerado menores.
Mirando las aguas
grises y frías del lago Leman, de donde surgen los monstruos que ahogan a la
ninfa como el que aspira el aroma de una flor.
Inmóvil, paralizado,
como pegado a el imán gigantesco que son las cosas, los demás, la vida en su
vaivén (que es lo que realmente se mueve). Una inmanencia después de todo
fértil por lo que tenía de reflexiva: también se puede vivir quieto como un
mineral sabiéndose vivo.
Padre, ¿no nos querías
quietos?
Mejor hubiérais sido
de piedra.
Nietos de burgueses,
hijo de burgueses y estos me han salido con conciencia y moral de obreros… bajo
unas maneras y una educación burguesas que no engañan a nadie. No tardarán en
acabar con ayuda del tiempo esos temporales disfraces en los deshilachados
harapos del desengaño. ¡Señoritos de mierda!
Brell el Viejo,
riéndose de todo… menos de…, menos de…, y también menos de…, y, sobre todo,
menos de su café americano de media mañana: Por favor, buen hombre, vierta un
café solo en la taza y traiga una jarrita con agua caliente de la que yo me
serviré, y de su café con leche de media tarde: por favor, buen hombre, que sea
en taza grande con un café solo y leche vaporizada.
¿Qué hacer?, se
preguntaban los militantes.
Domingo por la mañana
temprano; el niño, aburrido, no deja de alborotar:
Anda, vete al Parterre
a ver a esos catalanes tan serios bailando sardanas.
Los militantes
hicieron un viaje a la Barcelona libertaria, un underground entonces y unas risas y unas animaciones recíprocas que
ni siquiera, una docena de años después, acallarían los suicidios, el sida y
las sobredosis de unos tipos esqueléticos como fundidos en las paredes mohosas
del Raval o derrengados, esqueletos encogidos sobre sí mismos y muertos en el
apestoso lavabo de algún bar zarrapastroso de Las Ramblas.
Concibieron –y
perpetraron- Los Salvadores de la Libertad (una militante prochina del Partido
del Trabajo, JD, Fiodorov y un ex
sacerdote del Partido Comunista Reconstituido) un libro que recogiera El Gran
Pensamiento Marxista de la Época, el vademécum
espiritual definitivo del hombre concienciado.
Imprimieron dos
ejemplares (117 páginas de autoría anónima) con una vietnamita del amigo de un amigo de su primo el de
Letras.
Entonces les hablaron
de un editor progre (1973) de Barcelona. Un tal no sé qué.
En marcha (gritaron al
unísono como una consigna).
En el 600 de la
hermana del camarada (por entonces en la cárcel) novio de la prochina, una
brumosa mañana de fines de otoño salieron de Valencia hacia la ciudad del Ter. Cada 45 minutos le
echaban agua a aquel trasto que parecía que iba a romperse en cualquier
momento. Lo hizo tres días después, durante el viaje de vuelta: primero fue un
crujido desalentador, un ruido siniestro, inesperado, y luego, en seguida,
detenido ya el vehículo, una humareda oscura se elevó del morro achatado y
lleno de abolladuras universitarias: el pobre bicho se detuvo finalmente a la
altura de Sagunto: Bueno, se dijeron encogiéndose de hombros, ya estamos en
Valencia, como quien dice.
Pero antes:
En la ciudad condal se
gastarían el presupuesto alimentario en docenas de copas zascandileando por
Zeleste, Las Cuevas y Magic, trasnochando con todos esos tipos que dibujaban en
El Rrollo o te llenaban la mochila con los astrosos libros de Star Books,
mochuelos que parecían jugar a financieros desastre. Ay de ti, si no pagabas su
codiciada compañía.
¿Qué va a ser?
Vitaminas y un bistec.
De postre una botella
de un cuarto de litro de Cutty Sark.
A las dos noches
aprendieron la lección: no soltaban un ochavo aunque les pusieran (entonces) el
Manifiesto Comunista apuntando al corazón o (diez años más tarde) la
jeringuilla usada en la sien.
Cargados con varias
docenas de elepés suministrados por un tipo que se aprovisionaba de ellos en alguna
de las Tower Records de la Europa de por entonces, aquellos tiempos tan
felices, volvieron con la rotunda negativa del editor progre a jugarse los
cuartos con aquel centón de ideas aforísticas: de momento, chicos, me conformo
con editar teorías políticas, no ocurrencias. Quizás más adelante...
Una pena que ella, la
ladrona de libros (la propiedad privada es un robo), sólo robara libros de
poesía porque aquel tipo, que no tardaría en enriquecerse a base de saquear el
bolsillo de los progres barbudos mediante títulos sabiamente escogidos, no editaba poesía ni amenazándole de muerte,
así que la prochina no hubiera sabido, una vez en las librerías, qué birlar de
sus ediciones. ¿Poesía?, se dice el listo editor, hasta ahí podíamos llegar
(quizás la de algún desastrado o suicida, por el morbo: Plath, Thomas, Celan,
Ferrater…). ¿Qué tal si incendiamos la nave donde almacena los libros? Bah, no
merece la pena, qué más da, después de eso seguirá editando libros (una novela
del siglo cada mes hasta bien entrado el
siglo XXI) como si tal cosa, se hará rico, se tornará aburrido y un día se
morirá luego de haber escrito unas memorias anecdóticas donde se escamotea todo
el entramado comercial con sus autores, sus trapisondas ladronescas, no vaya a
ser qué la furia de los represaliados…
¿Tú eres estudiante?
¿Tú eres rojo?
¿Tú sabes lo que les
ocurre a los estudiantes rojos en 1969?
Yo te lo diré: se
vuelven locos de remate y se lanzan desde las ventanas de los séptimos pisos
creyendo que son capaces de volar, y claro, se pegan unos trompazos contra las
aceras que se matan, se despanzurran, vamos. Nosotros, la policía, los cuerpos
y fuerzas de seguridad del estado, probos funcionarios y ciudadanos ejemplares
de la Brigada Político Social, no damos crédito a lo que sucede ante nuestros
ojos: ¡Pero serán suicidas! ¡Qué muchachos, qué desperdicio de vidas! ¡Qué gran
pena, qué desconsuelo acabar estrellados como un huevo en el suelo!
Padre, ¿no nos querías
quietos?
Quieto como momias,
reconocibles pero amojamados, momias.
Helo ahí, en el sueño.
¿Y si no despertara jamás?
La idea de huir
animaba algunas veces su imaginación. Pero, ¿adónde escaparía? ¿Qué clase de de
identidad se forjaría, qué personas y lugares conocería? Se dejaba llevar
durante un tiempo en brazos de la fantasía: confusas imágenes, una neblina
esperanzadora que apenas definía secuencias inconexas de una vida aventurera de
atractivos desórdenes y excitación o plácidas armonías y reuniones secretas con
lo maravilloso sobrenatural… hasta que, al final, al fondo del pasillo,
aparecía su triste figura y en su mano
lo mismo de siempre: la copa… vacía.
Rechazó aún
adolescente, entre risas, a ese tipo propenso al dictum: Soy el que soy. En efecto, nadie puede ser otra cosa de lo
que es salvo que se disfrace con la traición a sí mismo y con el engaño a los
demás:
Y apareció el viejo,
el ser harapiento y leproso que tanto temías, baboso, hasta gimoteante tal vez,
cobardón e impotente:
no era una soledad
nostálgica y pacífica, conformada ante la vastedad del mundo y la propia
insignificancia; era la soledad sucia llena de fraudes, manías y vicios del
egoísta, del viejo solitario y ruin que había espantado de sí a manotazos
durante toda su vida la comprensión, la ternura y la generosidad hacia otro ser
humano.
Y apareció antes,
mucho antes, en el tiempo de las doradas vides y el esplendor en la yerba que
cegara al poeta, El Ángel del Señor en forma de serena belleza pero de ojos
trágicos: Carlos Brell supo la llamada: recién universitario con el Derecho
Romano y un ensayo de Bertrand Rusell en la mano y en la otra sosteniendo el
Camel, se revelaba sacrificable y futuro acólito entusiasta paseando
peripatético por los claustros, y ella, La Enviada, luciente bajo el sol otoñal
casi veraniego aún, de enhiestos pechos bajo la blusa roja y los jeans negros
muy ceñidos, de larga cabellera de color castaño claro que la brisa mañanera
agitaba con gracia, se le acercó decidida, le encaró de frente con aquellos
ojos verdes que parecían emerger de un fondo marino y aciago. La Virgiliana de
perfumada mano no tardó en averiguar cuál era su pensamiento, su ideal y su
predisposición a que definitivamente las
cosas cambiaran en este país. Almorzaron juntos en la cafetería de la
facultad. A la hora del café la pregunta axial de todo prolegómeno intencionado
terminó de romper el cerco:
¿Te interesaría formar
parte de un grupo dedicado al estudio de las causas y los problemas que
atenazan a los españoles conscientes de la falta de libertades… de todo tipo?
La conversación,
cauta, no eludía comentarios más inocentes.
Sé quién eres…
¿Tan pronto?, medio
sonrió el presunto acólito algo temeroso.
Bueno, sé quien es tu
padre. Mi hermano asiste a sus clases. En Historia del Arte.
Entiendo… Pero me
parezco muy poco a mi padre. Saber acerca de él dice muy poco acerca de mí.
Ella asintió risueña,
dirigiendo sus ojos comunistas a los de él.
¿Y ese libro?
Russell.
¿Russell? –exclamó
sorprendida, a punto de la carcajada-. ¡Ese fabiano…!
Él se quedó sin
palabras…
Pero ábrele las
meninges y verás su ardiente imaginación...:
Tengo el síntoma
Bibliotek: estaría años encerrado entre libros: sólo un cuarto para dormir,
otro para comer y otro más para defecar y asearme. Un libro me contagia en
seguida su mudez y riqueza extraordinaria.
¿Qué hace a un sumo
sacerdote? ¿Qué lo identifica?
¿Bastan alba, estola y
casulla?
Carlos Brell, Fiodorov, excitado por las palabras de
La Enviada, los dos tercios, el coñac y el café corto: cargado e hirviendo,
como textualmente había pedido ella,
pensó que:
Debería ponerme inmediatamente a hacer prácticas de tiro.
Un militante más en el
bote: a este paso me gano la cubertería antes de final de mes ( calculó ella).
Compañeros de la misma
célula, cuando cayó Fiodorov cayó
ella, sólo que desde más altura: una marioneta planeando sin hilos en el aire
marino de otoño hasta acabar estrellada sobre el pavimento con las dos piernas
rotas, la mandíbula destrozada y una fractura craneal. Sobrevivió: pero sus
ojos, ahora del color y la transparencia del ámbar sucio, polvoriento, sólo
despedían hasta el final de los tiempos una tristeza inconmensurable: a la
mañana siguiente de la muerte de Franco (nunca se supo en realidad cuando había
muerto, pero en la cama) unos, somnolientos, se lavaban la cara y las manos,
bajaron al metro y con el hedor del subterráneo años 70 se fueron a trabajar al
tajo o a la fábrica; otros, ajustaron el nudo de la corbata, en silencio se
desayunaron con café con leche y unos churros en el bar de la esquina, cogieron
el coche y se dirigieron a las oficinas y a los despachos; y otros hubo, sin
trabajo urgente entre manos, atentos ya a las sinecuras, futuros políticos y
funcionarios del Nuevo Estado que empezaba a cimentarse esa misma madrugada,
que comieron faisán y bebieron champán francés… Muchos habían sido valientes en
la intimidad: Y eso fue todo lo que tengo que contar señor juez y señora Nueva
Sociedad, yo soy un mandado, un servidor de la ley, 30 años de seriedad y
pundonor… Un buen español.
A La Enviada sucedió
El Instructor. Y Una Biblioteca Escogida.
¿Has leído a Gramsci,
a Politzer, el Anti-Düring de Engels,
a Fanon, a Satre?
No, pero he leído Temas militares (Akal, Madrid, 1975,
comprada de tapadillo en la Dávila aún en el pasaje, en Sangre):
(…) El general esperó el momento en que experimentaría el
placer de bombardear el barrio más poblado de París para hacerlo pedazos…
Era el fin de la batalla de barricadas en la revolución de
junio. Afuera, en las puertas de la ciudad, los combates con los
francotiradores continuaron, pero carecían de importancia. Los insurgentes
fugitivos fueron dispersados en los alrededores y capturados uno por uno por la
caballería …
La burguesía no declaró que los obreros fuesen enemigos
comunes a los que hay que vencer, sino que los consideró enemigos de la
sociedad, a los cuales se destruye (…) La barbarie con que la burguesía
procedió en esta batalla se manifiesta en todos los detalles. Abstracción hecha
de la metralla, granadas y cohetes incendiarios, consta que no se dio cuartel a
nadie en las barricadas tomadas por asalto. Los burgueses mataban sin excepción
a todos los que encontraban allí, sin respetar mujeres y niños…
También he leído el Manifiesto comunista, que según observa
el camarada Trotsky (Literatura y
Revolución, Moscú, 1923) en sus páginas se halla más ciencia verdadera que en bibliotecas enteras de compilaciones,
especulaciones y falsificaciones profesorales sobre filosofía e historia.
Y hubieron pisitos
cochambrosos, y naves destartaladas y modernos apartamentos minúsculos por la
parte de Blasco Ibáñez, universidades clandestinas y preclaras, agujeros
inmundos que disfrazaban su sordidez con
pósters y litografías en las paredes, libros de bolsillo, tufo estudiantil,
estuches de condones, botellas de aguardiente tabernario y sopas de sobre (la
más gustosa: fideos con pollo y verduritas).
La voz imperiosa,
brutal.
¡Enséñeme el carnet de
identidad!
¿Quién? ¿Yo?
¡Sí, usted! ¿Hablo
para tontos?
Sí, señor policía…
Quiero decir, no, señor policía. Yo sólo soy un estudiante de Derecho. Mire,
precisamente aquí tengo el carnet de la facultad…
¿Eres sordo? ¡Quiero
el Documento Nacional de Identidad! ¡Ese otro te lo metes donde te quepa,
payaso!
Sí, señor policía.
Menudos cabrones
estáis hechos todos los hijos de papá. Si por mí fuera…
Sí, señor policía.
Circulad, mierdas…
Moved el culo. Y separaditos unos de otros cincuenta metros. Cada uno por un
lado… A casita.
Sí, señor policía.
A estos les metía yo
la porra hasta el mango y les rompía el culo. En lo sucesivo iban a cagar la
mierda como la alcachofa de la ducha derrama el agua, a caño suelto, qué digo,
¡a lo regadera!
Ahora ya somos una
célula, dijo muy ufano sosteniendo una edición mexicana de Materialismo y Empiriocriticismo:
Prólogo a la segunda edición: La presente edición, si se
exceptúan algunas correcciones del texto, no se diferencia de la anterior…
Etcétera.
¿Para cuándo las
armas?
Un paso adelante, dos
pasos atrás. ¿Es lo que quieres?
¿Sigues leyendo a
Russell?
Ahora también a
Wilheim Reich y a Marcuse y a Horney y Adorno…
Mucho cuidado con lo
que hacéis: os estamos analizando políticamente cada minuto… Todavía oléis a
barniz burgués, a esos tics pequeñoburgueses… Y, por favor, quitaros de la cara
ese puto aire de conspiradores con el Triunfo
debajo del sobaco.
Y entonces entraron en
las luchas intestinas de las matizaciones, de las diferenciaciones semánticas,
de la división, de la praxis imprevisible y la teoría reconfortante y
dialéctica…
Hasta la caída final.
¿Qué te está pasando?
¿Qué ocurre, Boceto? El Tiempo.
Como a todos los
borrachos que son de verdad, y no, digamos, espirituales, no le producían
ningún temor las pesadillas del sueño, era a las otras, las de la vigilia con
los ojos bien abiertos y la mente despierta, las que le anegaban de pavor y
desasosiego, y eso sólo lograba disiparlo… otra copa más, y el olvido.
¿Y si te recompones?
Buena alimentación,
ejercicio, vida al aire libre, puro…
¡Pobre Kafka! De
pronto, un día, quiso tener un cuerpo de Adonis siguiendo escrupuloso… las
tablas gimnásticas del avispado Muller y trasegando bebidas reconstituyentes.
JD. despreciaba
cualquier tipo de prescripción espiritual o material.
Un verdadero comunista
le señaló, ante la aquiescencia general, que en sus textos, aún iniciáticos, de
aprendizaje, sobrevolaban como pajarracos negros lo que el Partido consideraba caprichos estéticos.
Lo definitivamente
desalentador era pensar que todo, todo en absoluto, seguiría igual en el
universo si ningún ser humano poblara un planeta ínfimo y escondido en la
esquina de una de las miles de millones de galaxias que navegan por el cosmos.
JD., que amaba la
tierra por encima de todo: ¿Qué romper? ¿Qué empezar?
Al día siguiente
(debió ser el 12 de junio, o quizás el 31 de septiembre, o el 10 de noviembre
del año de La Pronta Revolución de 1977) JD. rompió en pedazos el carnet que
abría la puerta del paraíso a los proletarios. Ético ya lo era; ahora, quería
ser estético.
¿Ideología política?
Vagamundo.
El fiel de la balanza
se inclinará hacia la culpa. Igual podría inclinarse al de la indiferencia:
¡cosa de humanos!
¿La culpa?
Lo sé. Ese fardo es lo
que me impulsa a seguir adelante.
¿Vas a cambiar de
chaqueta?
Sepa usted, caballero,
que el jamón que yo degusto procede de cerdos (triste destino el del cerdo)
nutridos a base de vino, higos y miel.
Pues a mí, jornalero
de la tierra, me basta un sándwich, y no precisamente el Elvis (plátano, bacon y mantequilla de chocolate: 1.000 calorías):
me basta con uno de tomate, lechuga y salchichón… para coger la azada al día
siguiente.
El sufrimiento no te
sirve de nada. No te libra de las pesadillas ni de las culpas, tampoco de los
castigos inmerecidos. Sufrir es perfectamente inútil.
Mira qué guapa me he
puesto:
2.500.000 pesetas.
La gorda gira sobre
sus talones invitando al espectáculo de sí misma.
Y el sorprendido
marido, grueso y graso, pudiente y con serios problemas de impotencia, veía en
su reflotada e hinflada consorte unos ojos sin vida, unos labios hinchados, los
pómulos tirantes, la inaudita rigidez del rostro como si fuera a estallar en
mil pedazos de un momento a otro.
Él era el hombre del
sándwich (tomate, lechuga y salchichón).
Él, JD., a diferencia
de gordos adinerados y cuasi impotentes, hombre atado a la tierra, se enamoraba
de mujercitas sencillas, modistillas, empleadas de comercio. Todas llevaban
rebecas, esa prenda de muertas, que les quedaban un poco estrechas y cortas.
(JD., antes de que se
lo engullera la Tierra, escribía poemas. Era lo último que escribió… ¡Y qué
poemas! Tenían ocho esquinas, y podías cogerlos, sacarlos de la página y jugar
con ellos en las manos como si fuesen el condenado cubo de Rubick.)
La literatura se ha
quedado tan antigua como las carreras de sacos.
¿Entonces?
Entonces caigan de los
cielos novelas históricas donde se reinvente la historia antigua, sus vicios,
sus crímenes, sus intrigas, y lluevan desde lo alto narraciones de pistola en
mano y laberintos urbanos y relatos de los del sexo (a elegir) en la boca de
nuestros protagonistas y lloren desde las nubes confesiones jocosas o trágicas
de cuarentonas divorciadas o en trance.
El literato (ahora
probo funcionario. conserje, portero de noche o muerto de hambre) se lamentaba
demasiado tarde, pues aquellas lecciones que le habían incapacitado para
convertirse en un escritor como Dios manda y el mercado requiere ya le habían
malogrado por los siglos de los siglos, amén:
He aquí algunos de los
tóxicos pasados que lo invalidaban:
Ulises, Paradiso,
Rayuela, Antagonía…
de las drogas:
Veredas: Gran Sertao, El hombre sin atributos, En
busca del tiempo perdido, El castillo,
Las olas…
de los ácidos:
El ruido y la furia, Pedro Páramo, El innombrable,
El tambor de hojalata, Juan sin tierra, Octubre, octubre…
Renuncia al azar. Da
dos, tres vueltas a la llave en la cerradura. Todo es silencio. Calla.
Pues este silencioso
pero letal (mortífero para él) ejército y sus variaciones intelectuales le
habían conducido a la más aplastante y definitiva derrota en estos tiempos de
frivolidad colectiva, aforismos chistosos y fáciles entretenimientos lectores.
Y nunca más se puso el literato en pie sobre esas heridas sangrantes. Se reconvirtió
(cojeaba un poco, pero en fin) y sonreía enigmáticamente al ver pasar los días,
uno detrás de otro inexorablemente para él… y también para todos los otros
hicieran lo que hiciesen: trabajaba de 8 a 15 horas en un ministerio, o atendía
una conserjería (a sus pies, míster Follet; deje que le ayude con el bolso,
miss Morton, cuánto bueno por aquí, míster Brown) o dormitaba con la cabeza
sobre al mostrador de pulida y cálida madera de un hotel de tres estrellas
(sólo alojamiento).
Back to basic, se dice la guionista
Paula Coloma sin pestañear lo más mínimo. Dos o tres cosas claras, y a rodar.
Había aprendido en
primer lugar lo más básico (él vivito y coleando en el mundo -inmundo-), y
luego lo esencial: ¿Cómo puedo sublimarme? Atacándome a mí mismo. A fin de
cuentas, toda esa retórica negativa con que te acribilles no va a afectar de
ningún modo tus relaciones con los demás y lo que estos piensen de ti, bueno o
malo. Las cartas, y además boca arriba, hace mucho tiempo que están echadas.
¿Tu tumba sagrada? ¿El
Reposo de la Testa? ¿La Gloria? Los huesos de los muertos no sirven ni para
sustanciar un caldo.
Vive, aunque sea con
una copa pegada a la mano.
La pena sería abrir un
blíster de jamón cocido, acompañarlo con un repugnante manojo de rúcula y
canónigos y una botella de agua mineral y sentarse delante del televisor para
acabar viendo un documental de la 2 donde unos predadores despedazan y se
meriendan a unos pobres herbívoros que se han roto una pata.
Quizás ése sea el
verdadero descanso del guerrero…
Que pase el tiempo,
que pase el tiempo…
Pero que no pase yo.
Aunque a los que nunca
hay que hacer caso es a los jóvenes, un auténtico fraude: sólo son futuros
viejos.
Dos meses para el
verano: Paula: una tarde fisgando en Z: finalmente, compra media docena de
bikinis: la parte superior la tira en seguida a la basura: los senos al
descubierto ya es un atrevimiento infantil: la parte inferior, ah, amigos míos,
qué tiempos, está confeccionada con un tejido especial que deja pasar los rayos
del sol, permitiendo así un bronceado integral sin necesidad de desplazarse (y
esconderse, ella, devota de la Malvarrosa, olas tan cerquita de la Glorieta,
del Ensanche) a una playa nudista a decenas de kilómetros…
Aunque bien podría
elegir en este festival de exhibiciones (lo verás pero no lo tocarás) un
trikini, un shortkini, un camkini, un skirtini…
El verano que llega…
pero ahora primavera.
Dulcemente roncaba
sobre el lecho…
Triste destino el del
cerdo… ¿Sabías que en algunos laboratorios de investigación cardiovascular les
provocan infartos a los sanotes y cándidos puercos para estudiar su posterior
evolución clínica?
Cabrones.
¿Hay alguna maldad que
no pueda imaginar el ser humano?
Su perversa
imaginación no tiene límites. El hombre es el mal en la Tierra, su inteligencia
animal el germen de todo desatino hacia los otros seres vivos de un planeta que
ha de sobrevivirlos a todos ellos.
(Y cuando se agote,
echa mano de las crónicas de Holinshed, las Vidas
Paralelas de Plutarco o los entretenidos relatos de Bandello y Cinthio.)
Pero su imaginación
para los modernos males…
¿Todo es un camino de
rosas para este Brell cerdo durmiente?
Ah, no. No le importa
la soledad, qué remedio, le importa yo…
Y eso es lo malo, lo pavoroso al fin, enfrentarse a él mismo, y no al del
espejo, que en el azogue aparece simplemente en cueros o en figura de fantoche
ataviado con ropas de marca, el otro maquillaje de los débiles, a ese ser
proyectado de afuera con sus deterioros y la huella de sus depravaciones
mayores o menores pero capitales al decir de quienes de estas cosas entienden
(lujuria y gula, especialmente), ese no le inspira horror, en el fondo (valga
el oxímoron) una cáscara andante como todos, teme al de adentro, al oculto y
omnipresente, al yo sin disfrazar de
duchas y trapos que mangonea entre los malos olores del alma que son las
vísceras. Ese es el que le corroe, el que aún en sueños no descansa, al que no
engaña tu imagen, el que te revela a ti mismo por mucho que te escondas a los
ojos de los demás.
A veces, sí, una
cierta desazón, a veces…
Tu abuelo Antonio
Miguel era un depresivo vividor de mucho cuidado, y no digamos tu abuela, su
mártir esposa.
Al fin, primos
terceros: se merecían el contagio.
¿Quién habla bien de
sus suegros?
Quien no los tiene
cerca.
A veces, un
desaliento…
En esa época infausta
aún había señores (médicos, empleados de banca, doctos docentes, funcionarios
del INP…) que los domingos, con Las
Provincias o el ABC en la mano,
sacaban a su señora de la cocina, deja preparada la comida para las dos,
querida, la llevaban a tomar un aperitivo a la calle Ribera y a dar un paseíto
por Reina y la Virgen y por la tarde, leído ya el periódico y hecha la
digestión, también la sacaban y se iban a la sesión de las siete y treinta a un
cine de estreno o a deambular por los Viveros, o se sentaban frente a una mesa
en la terraza de San Remo a ver pasar gente, o andaban despacio de regreso a
casa atravesando el centro, y veían escaparates, y…
Buenas noches.
Buenas noches nos dé
Dios.
Buenas gentes, buenas
noches.
Buenas noches.
Hasta mañana. (Hoy.)
Sabías que ese tipo
tenía un verdadero peligro aunque no lo aparentase, pero había en él un aire
amenazador, invisible como la radiación que se esparce y flota letal por el
paisaje más pacífico en la hora más inocente.
¡Qué aspecto inofensivo!
Como el árbol de las aceras, como el semáforo, como la parpadeante cruz verde
de las farmacias…
Barrigones padres de
familia (la parejita, puede que hasta un gato capado o un perro mustio, y el
coche de gama media, y el viaje a Praga, y el chaletito en construcción, y…):
un alto en el trajinar de la oficina, quizás a la hora del almuerzo: En
confianza, amigo Llopis, esas drogas existen… Sólo tienes que echarla en la
bebida de la tipa… y es toda tuya, puedes hacerle las guarrerías que quieras,
someterlas al antojo más sucio y bruto, a la mañana (o a la noche, o a la
tarde) siguiente no recordará nada, esas sustancias anulan la voluntad,
producen desinhibición, burundanga bendita, la tienes a tus pies, puedes
revolcarte sobre ellas como un verdadero animal, insultarlas, orinarte encima
de ellas, mancillarlas del todo, abrirles la vagina con las manos como si fuese
un monedero, su propio monedero, ja, ja, hurgar ahí adentro, husmear el tesoro
de la cueva, robarle las moneditas, ja, ja, es una sumisión absoluta, y a la
mañana siguiente (o a la noche, o a la tarde) no queda ni rastro de esas
sustancias, milagrosas escopolamina, benzodiacepina, zolpidem, esas
maravillosas drogas desaparecen rápidamente del organismo, ni una huella, son
indetectables al poco tiempo, y ella nada recordará, nunca sabrá nada de nada…
Nadie te acusaría jamás porque nadie sabría nada de nada, ni ella misma, ya te
digo ¿Te imaginas, tú te lo imaginas…? Además, Llopis, no se trata de hacer
daño a nadie, sólo un poquito de diversión, ja, ja, ja… diversión tan sólo.
¿El agua siempre baja
de las montañas?
Ya no existen (o
pronto dejarán de hacerlo) las nieves perpetuas, puras como el cielo azul que
las hace resplandecer.
JD. no acabó barrigón
ni buenas gentes. Tampoco es que no
se riera por lo bajo de ese buen hombre fabricante de lápices, ese melifluo
Thoreau que se escabulló a la naturaleza salvaje… a menos de doscientos metros
de la civilización, de la casa de su madre, del pastel de carne y de una buena
jarra de cerveza fría. Donde JD. huyó para siempre jamás (igual se lo zampó el grizzly que dio buena cuenta de
Treadwell y su novia o acabó como aquel otro, aquel thoreauniano Chris
McCandless que se murió de inanición mirando el cielo hostil en un autobús
ruinoso y abandonado en medio de la nada) no existe un hueco para aburridos
sentimentales, idealistas, ecologistas de fin de semana, parejas de ejecutivos
con dinero de sobra que estrenan botas de 300 euros y se llenan uno o dos de
los mil bolsillos de su pantalón campero recién comprado en El Corte Inglés de barritas energéticas,
marginales sin un duro creyendo que los corderos crecen junto a las lechugas (y
además, gratis) y algún santón que la ciudad ha desechado como se libra uno de
los desperdicios y basuras indeseables y que, perdido ya del todo en su huida
eternamente iniciática, pretende vivir en una égloga a lo Virgilio o, más
cercano en el tiempo, a lo Jean Giono.
JD., pequeñoburgués y
mal poeta (pero había leído a los beatniks
y a Gary Snyder, modelo y mito de Kerouac…), que mudó de piel y se convirtió en
serpiente y ahora entre piedras y maleza se desliza bajo el sol de la montaña
buscando alimañas... como tú, lecteur.
Todo, a la postre,
resulta ser un viaje espiritual. Y cuanto más analfabeto es uno, más efectivo
es el tránsito, sin mudanzas espurias que malogren esa postración vegetal, ese
verdadero ensimismamiento con el que sueñan muchos humanos.
(Aliméntate de
hierbas, y si quieres que te sienten bien, ignora su nombre.)
Yo como muy sano,
afirma el tipo, y no sabe que la camisa y el pantalón que le visten son capaces
de matarle a base de formaldehído, prendas de vestir portadoras de sustancias
criminales como las perfluoradas o polifluoradas que van a causarle un
verdadero estropicio en su sistema endocrino.
Pues andaré desnudo
por la casa, lejos del peligro.
¿Y qué me dices
entonces de la pintura y revestimentos de las paredes? Te escupen a cada
momento emisiones de tóxicos como el tetracloroetileno y el tolueno, y ese
diseño tan simpático de Korchea, ese
mecano tan entretenido de montar fabricado con contrachapados y madera
conglomerada, esa genial idea sueca de ahorrarse obreros, resulta ser una
amenaza cancerígena de primer orden y en menor medida alérgica hasta el ahogo.
Me esconderé en el
cuarto de baño.
Error. Esa cueva luminosa
y perfumada se halla repleta de puñales homicidas como el éter de glicol, de
ftalatos y benzofenonas: a esos asesinos les dejas el cuidado de tu piel y el
lavado de tu cabello, infeliz, y da gracias si sólo te quedas calvo.
Está bien, me
encerraré en el desván con una buena provisión de manzanas y, hale, a verlas
venir.
¿Manzanas? Pobre
diablo, 6.695 toneladas de pesticidas cubren su mondadura.
Pero, buen hombre, ¿de
qué hay que huir? ¿A qué ese deseo darle la espalda no ya a lo que las cosas
son, sino a lo que uno es?
Uno ha de ser un
muerto.
Pero, cuanto más
tarde…
Lo dijo el clásico:
¿Y aquel entierro que pasa?
Es el tuyo.
¡Muerto yo!
A mediados de los
ochenta, cuando el logotipo de Milton Glaser figuraba hasta en la tapa de los
inodoros, las cosas empezaron a oler mal.
¿A pesar del slogan?
A pesar de todo.
Uno se apretaba la
nariz: era el momento justo de dar el portazo.
¿Y fue así?
Bueno, algunos nos
dejamos arrastrar unos pocos años más…
Dinámico→Movimiento→Estático
Estático→Inmóvil→Dinámico
Los tiempos había cambiado definitivamente, así
de simple, de modo tan imperceptible, natural, como sobreviene el amanecer.
El diseño sustituyó al
hippie primero y, no demasiado tiempo
después, al idealista, al comprometido, al perdedor de todas las épocas.
Los dejó con el culo
al aire a esa tropa de reconvertidos.
En carne viva, un leve
insecto que si hubiera posado sobre alguna parte de su cuerpo le hubiera
producido el dolor más inenarrable.
Se refiere usted… ¿a
su alma?
Vamos a decirlo de ese
modo, sí, esa cosa con sabor a sangre en el pensamiento.
Siempre hay quien,
extraviado, apuesta por una ganancia inferior al coste de su obtención: tipos
que se gastan un billete de 50… ¡para obtener como premio uno de 20!
Caramba, esa gente
sería mi negocio redondo.
Ya lo es, amigo. El
mundo está lleno de ellos: a la par que engordan la panza enflaquecen el
entendimiento.
A por ellos, pues.
Míralo ahí roncando
sobre la cama de 3.476 euros, el colchón de 1.290 euros, las sábanas
primorosas, tan suaves al tacto, 225 euros el juego, la almohada especial
anti-contracturas, 750 euros…
El Profesor descansa
luego del arduo ejercicio intelectual.
Este también tiene
alma. La tienen hasta los gatos, que siempre, siempre, te miran inquisitivos:
para ellos somos gatos gigantes.
¿Qué soñará ese pobre
cuerpo (la mente, el alma, cuerpo son)?: escalando el Sinaí en busca de la
revelación.
Profesor, háblenos de
Goya.
Y Lucientes.
Hablas demasiado: a
todos los tipos teóricos como tú deberían cortaros la lengua, estirarla como se
estira un alambre en el laminador, convertirlas en hilos de acero y ahorcaros
con ellos.
Paula:
¿Te has quedado atrás,
querido? Tu clase está llena de millennials,
y no tardará mucho tiempo, un amanecer, un atardecer, un anochecer que se
invada de zetas con curiosas y
aterradoras presunciones acerca del arte: Piensa en digital y córtate las
manos. Bienvenido caos. La teoría ya no sirve para la ocurrencia. Todos tus
alumnos más que por su profesor dinosaurio (aunque reciclado sigue apolillado
por el mundo analógico en el que nació), están irremediablemente influidos y
dulcemente envenenados por los indestructibles gennarrators.
Oh, dios de los
móviles, se han quedado sin batería: y
todos ellos han muerto de repente, con los ojos abiertos, sin creérselo, los
labios rígidos en un rictus de perplejidad infinita, como ya el eterno vacío de
sus almas.
¿Cuál era el gusto de
su época más allá de Barrio Sésamo?
Él se dormía feliz en
el seno acogedor de la familia Telerín trotando en un pijama en blanco y negro
por las esferas azules.
El gusto de su época…
No podía asimilarlo,
ni tan siquiera imitarlo, ni despreciarlo porque… no sabía cuál era el gusto de
su época, ni tampoco su sentido (aunque sí su final, se dijo con una sonrisa
lamentable).
Yo entonces era yo,
antes de que el mundo me hiciera suyo, me comprara, me modificara y me
aniquilase finalmente.
Pero nunca entre el
nacimiento y la muerte, se afirmó a sí mismo con la mirada perdida en el vacío,
fui uno de esos tipos que achacan todos sus males y sus fracasos de estudiantes
a la impericia y cruel mediocridad de sus profesores, a fin de cuentas otros
pobres tipos que se limitan a seguir el dictado y la mecánica procesual de
libros y textos ajenos, pues no era de ellos, dómines a sueldo, cobardes y de
ducha semanal, realmente la culpa: haber estudiado por tu cuenta, virgiliano,
como el árbol, como la planta asida a la tierra de la que se sustenta al borde
del río del que se vivifica, creciendo al aire, al sol, libre.
Un siglo antes: hablas demasiado…
(Aprendió del todo la
lección),
3º-A (Tu Colegio: donde
quiera que estés compórtate como alumno digno de él), asignatura Geografía y Ciencias
Naturales, de 12 a 13,15, lunes. Una mañana aburrida, los minutos se hacen
largos, extrañan por eternos.
Actores:
Profesor herr padre
Aurelio Bermúdez Trapaza.
Alumno Ignacio Brell
Gay, estudiante aplicado y obediente hasta ese mismo día.
Coro: esa multitud de pequeños cobardes
mudos compañeros de pupitre (¿un coro que no despegaba los labios?, pues no
serían griegos, son españolitos de andar por casa).
Ignacio Brell: Padre Aurelio, ¿qué importancia
tiene saber
de memoria los afluentes del Ebro?
(Que son, creo,
veinticuatro, quince en una orilla, y nueve en la otra, vaya usted a saber a
estas alturas del 2008 si no se han secado de una maldita vez….)
El padre Aurelio, una
araña negra de metro ochenta y cinco (un gigante para la época), delgado y
oscuro, de cabeza pequeña, piel olivácea y pelo negro y rizado y pequeños ojos
también negros esquinados detrás de los lentes de pasta negra…
¡Oh, Dios, viene hacia
aquí con su fétido olor a gusano negro y muerto!
El padre Aurelio
impasible, embozado y agrio bajo el hábito negro agustino, con la sangre llena
de negros venenos hirviendo, avanzó lentamente entre los pupitres hasta él,
llegó a su lado y le propinó un revés en la boca, no muy fuerte, pero sí lo
bastante para hacerle daño. Fue mayor la humillación que sintió que el dolor
que le quemaba los labios: ahora, ya, lo vio todo negro.
Padre Aurelio: Así aprenderás a
hablar cuando es conveniente y como es debido.
Lo que aprendió fue a
pensar despacito y buena letra a partir de entonces. Hablar ya había
descubierto que era demasiado fácil y demasiado arriesgado. Pero memorizó los
24 afluentes del Ebro en diez minutos… para recitarlos y olvidarlos para
siempre diez horas después. Hoy no sabría nombrar ni uno solo de ellos.
Pensar… (Desde su
posición en el pupitre, junto al ventanal, podía ver el mundo de afuera por
encima del patio de recreo y el convento de las monjas aledaño al colegio. ¿Y
qué hace Brell en lugar de atender las declinaciones latinas que les descifra
el bondadoso fray Camilo? Volando, está volando, sobrevuela los edificios, las
calles, las miserias humanas…, un pequeño diablo cojuelo jodiendo al personal,
entrometiéndose en sus vidas, en sus
camas, en sus intimidades pacíficas o asquerosas. Y desde lo alto, al
final de algún relato, le gustaba mirar las hojas de los árboles movidas por el
viento, las ramas oscilantes al antojo de éste, los papeles revoloteando sobre
el suelo… Todo lo que el aire mecía cobraba vida, una vida extraña, silenciosa
y apacible.)
¿Hablas demasiado?
Sólo lo justo.
Profesor, háblenos…
¿Hablar?
(No te cortes la
lengua como Timischa.)
Podría, sí, ¿por qué
no?
De lo que se trata,
bellos durmientes despiertos, es de percatarse de las nuevas y desconcertantes,
y por ello extraordinarias, expresiones plásticas producto de estos
maravillosos y libérrimos tiempos. Sabed que las nuevas formas de
representación visual son hijas bien amadas de las nuevas tecnologías e innovaciones
informáticas… El Impresionismo, el Expresionismo (y hasta el Puntillismo) de
nuestros días son el vídeo, los programas de ordenador, las simulaciones
digitales, los móviles interactivos, Internet… He ahí las nuevas fieras,
queridos… los nuevos prometeos, los fauves
del siglo XXI.
Sobrecogedor.
Esa es la idea.
Cualquier medio a
nuestro alcance sirve para una gloriosa epifanía.
Manos (córtatelas) a
la obra… sin artesanía, sin oficio.
Mas, queridos
discípulos míos, no basta con que hacer arte actual, hay que pensar moderno…
Esa es la cosa.
Empezó a seducir con
patrañas, encandilantes patrañas y… hechos
comprobables: Hesse: 5 millones de dólares; Gorky: 50 millones de dólares;
Hockney: 75 millones de dólares; Francis Bacon: 100 millones de dólares; coste
de la última instalación de la astuta
Abramovic…
El Profesor pasea la
vista (la mirada más picante pícara que el carolina reaper) sobre su audiencia entregada: les hago soñar con
su propia genialidad, se dice complacido…
De cabeza al hoyo.
El Profesor de
Historia del Arte de Nuestros Días es un prestidigitador o un trilero, pero
ante todo un acicate, un estimulante: debería venderse en las farmacias en
forma de píldoras como las del doctor Andreu o encerrado en una cajita metálica
como las juanolas.
Ser artista… a tiempo
parcial: desde la tarima docente alimenta a sus hijos (en su defecto, a sus
queridas) como se hincha el hígado a los patos.
Los negocios son los
negocios: pasta, y además de pasta, gansa.
La vida es un mercado…
pero los animales comen gratis.
Cada loco con su tema,
este muerde grifos, aquel se masturba como un mono todas las noches ignorando
olímpicamente a su sesentona, rayada y deformada consorte, el otro se levanta
al amanecer, coge la caña de pescar, una Penn con un reel squidder modelo K que
se llevó gran parte de sus ahorros y conduce hasta El Saler, y a ver pasar las
horas, el calmo mar, y el cielo azul, ah, tan alto, encima de su cabeza de
pescador reflexivo: el cielo, qué cosas, ah, las nubes, el cosmos, ah, el vasto
mar…
Nuestro antiguo
condiscípulo Justo Leyva se ha comprado un simulador de vuelo que le ha costado
cerca de 50.000 euros.
¿Y llega a la Luna?
Hasta Saturno llega.
El chasis electrónico y los distintos módulos, tan reales, te hacen creer que
tienes en las manos un Boeing 737. Incluso puedes programar el viaje en visión
nocturna. El tipo no saldría jamás de esa cabina… montada en la parte de atrás
de su chalet en Campo Olivar, una vez
dentro ni se te ocurre aterrizar en la prosaica tierra de nuevo. Se lo pasa de
miedo el hombre viajando de un país a otro al lado de su piscina…
A Roberto Henar (otro
condiscípulo agustino) le ha dado por escribir.
Creí que le daba a la
acuarela cuando la fábrica le dejaba un rato libre…
Eso era antes. Ahora
escribe.
Excelente terapia para
fabricantes de tornillos.
Un ejemplo de su
inspirada prosa:
¡Qué mujer!, pensó.
Tiene el cutis tan fino, tan fino como el tejido testicular.
Buena comparación.
¿Te ha gustado?
Como analogía es
bastante audaz.
Tengo apaño yo para el
símil.
¿Lo crees realmente?
¡Hostia, claro!
Escribía en hojas
amarillas, como tantos novelistas y aprendices de escritores estadounidenses…
para que pasado el tiempo lo allí escrito no pareciera que se tornaba
amarillento, zarrapastroso, rancio…
Francamente, amigo
mío, yo no sé, pero el tiempo… La obra de algunos autores de libros es tan
ingente que uno acaba maravillado al pensar en la cantidad de tiempo que
emplearon en llevarla a cabo. Tomemos como ejemplo a Unamuno (no cuentan tipos
como Balzac, que escribía sólo para engañar a sus acreedores, o Proust, que se
pasó media vida tumbado en la cama sin necesidad de dar golpe, y así es fácil
escribir, o Pérez Galdós, que era un solterón sin vicios conocidos salvo el
tabaco de picadura y algunos puteríos de muy barata compra, o Franz Kafka, un
enfermo insomne que se hurtaba de sus obligaciones laborales, un ventajista,
vamos, o Joyce, al que finalmente le mantenía una resignada cohorte de amigos
que no cesaban de rascarse el bolsillo para que el tipo tuviese tiempo libre,
ni tampoco Alejandro Dumas, que ni siquiera sabía sostener la péndola en la
mano y se limitaba a dictar a una pandilla de negros, y mucho menos cuenta
Martínez Sierra, pues la totalidad de sus libros y dramas los escribía su mujer
y los firmaba él), Unamuno, digo, cuyas obras de pensamiento y creación suman
once gruesos tomos de apretadísima letrería, tuvo más de media docena de hijos,
impartía clases en la universidad y, además de todo ello, escribió cerca de
50.000 cartas, de modo que uno no puede por menos que preguntarse no ya cuando
encontraba tiempo para comer sino de dónde lo sacaba para aliviarse de las
sobras de lo comido.
Es fácil saberlo,
mientras escribía.
Nulla dies sine linea…
Sentado en el mismo
trono desde el que departir la conseja, todo en uno.
De un escritor no me
importa que sea un hijo de puta. De hecho, la mayoría de los que leo sus libros
lo son o lo han sido cuando vivitos y coleando. Pero, ¿qué importa eso? Me
importan los buenos textos, lo que realmente está bien concebido y bien
escrito, y cuando ello sucede me concentro de tal modo en su lectura que al
acabar ni siquiera echo una mirada al nombre de quien lo ha escrito. Me
fascinan mucho más Rojo y negro, Don Quijote
de la Mancha o Hamlet que los
tipos, hediondas encarnaduras bajo tierra devoradas por gusanos hace tiempo,
que escribieron esos libros, meros instrumentos humanos incluso inconscientes
de lo que iba a sobrevivirles.
In latrinis…
Ensoñación erótica del
viejo Brell:
Tenía sus culpas, sus
devaneos.
No hay caso para
algunas jubilaciones.
En los años ochenta
más de una vez podría haber sido visto saliendo de un meublé de la avenida del Oeste, esquina con Quevedo.
La gobernanta era de
armas tomar. Una especie de criminal chistosa: se dedicaba a la trata de
blancas (y rubias, venidas de la Europa oriental). La policía, de resultas de
alguna denuncia, interrogaba sin pasión, por mero oficio, guardando los
billetes de modo subrepticio: ¿A qué se dedica usted, señora? Y la señora,
indefectiblemente, sin mover un solo músculo de la cara, sin el menor signo de
ironía, contestaba: Transporte de ganado.
Ensoñación erótica
sobre Paula: ¡Viejo indecente! ¡Es la esposa de tu hijo, la futura madre de tus
nietos! ¡Aleja la tentación!
¿Cómo andamos del
pene?
¡Cómo vamos a andar!
La polla (sinónimo más
frecuente en boca –sin segundas- del macho hispano) se torna morcillona… Es
suficiente con eso.
Pobre viejo Brell.
Finalmente, doblegaba
el desvarío con mecanismos de defensa ciertamente singulares y hasta
reprobables.
El solo pensamiento…
Paula promiscua…
Esta pequeña
serpiente…
Mujer, origen de todo
mal, pestilente diablillo… ¿Cómo andamos de vaginitis bacteriana? ¿Ha aumentado
el flujo, se halla equilibrada la flora vaginal?
Esta sirena despide
por los bajos un olor a pescado podrido realmente insufrible, siempre
rascándose la vulva, como si de esa abertura carnosa y cavernícola salieran
gusanos…
Infecta, ve al médico.
Vuelve al Klee, viejo
escribidor, y déjate de ensoñaciones cargadas de melancolía, rencor… y hasta de
pasión.
Brell el Viejo, por lo
regular, hacía gala de una parsimonia abacial, pero se notaba en sus ojos
comprimidos, de un brillo acerado, que la furia y el desprecio le corrían por
dentro.
Yo bebía una copa de
vodka… Ella una cosa, no sé, quizá una infusión de hojas de baobab… o algo semejante.
Profesor, háblenos…
Miembro titular del
DCADHA.
(Departamento de
Comunicación Audiovisual, Documentación e
Historia del Arte).
Tamaña denominación
propende a perpetrar desmanes ontológicos de todo tipo. ¿Quién lo impediría?
¿Qué motivos podría aducir para ello?
Historia de un arte sin historia. Fundamentos axiológicos del todo y la nada
en una plástica generativa de ideas innatas.
(Se matricularon un
centenar de alumnos. Un lleno total: entradas agotadas. Reserve su butaca para
la próxima temporada. Descuentos del 30%/50% si anticipa su reserva por
Internet.)
Tus ojos lacrimosos de
bebedor confunden al personal mozo: qué tipo sensible (lo creen así debido a su
poca malicia experiencia):
Una vida desdichada:
los mejores días son aquellos que no te pegan demasiado fuerte, magulladuras
tan sólo, te levantas, te elevas, recompones el gesto, adelante, pues no existe
otro mandamiento que valga, pero…:
Al final cada día es
una herida, dijo (aunque un toque de inesperada dignidad le impidiera imprimir
a sus palabras un tono compungido, bajar la cabeza, cerrar los párpados, fingir
un poco más.)
La ruina y la muerte a
todos nos alcanzan finalmente, pero algunos, como muchos de los poetas de mayor
estimación, las precipitan de muy shakesperiana manera.
Tu padre murió de
repente. El pobre hombre no pudo hacer nada por evitarlo. Ni siquiera le
pasaría por la imaginación, ni aun fugaz y vertiginoso como el dibujo del rayo
en la oscuridad, rebelarse con el ímpetu de algunos de los personajes trágicos
de la historia. La muerte le cogió a traición, en zapatillas de orillo y sin
lavarse los dientes, no pudo emplear contra ella ninguno de su trucos: mira,
hagamos un pacto, o, relájate, amiga cerda, ¿a qué esas prisas?, o, se ha
equivocado de puerta, gilipollas, es en el tercero izquierda lo que busca, o,
sí, es aquí, pero ha salido y no sé cuando vendrá, ¿quiere dejarle algún
recado? Él nunca precipitaba nada de nada: deslizaos,
mortales… etcétera. Amortajado, lucía bien antes de su incineración,
perfectamente trajeado, sereno el semblante, solemne la palidez. De vivo, de
bien vivo y pujante, en la sastrería elegía telas inglesas e italianas
especialmente, confeccionadas luego con hilo alemán. Su problema son las
mangas, le hacía observar uno de los sastres con el jaboncillo azul celeste
retocando sobre el tejido: así que había que hilvanarlas a mano antes de pasar
a máquina. Y los hombros, amigo Brell, algo irregulares de línea… Pues
soluciónelo, amigo Picher, soluciónelo conforme su buen oficio. Al cabo salía
de del obrador del sastre como un pincel, y el sombrero de fieltro ladeado
ligeramente a la derecha, la figura esbelta, ágil el andar y la mirada adelante
sin humillarla a los lados, el bigote muy recortado que resalta una boca muy
bien dibujada, y las manos el sostén siempre de algo, un libro, un par de
revistas, el periódico de la mañana recién comprado que leerá por la noche o
habrá leído en el Ateneo antes de regresar a casa.
Hablemos, pues del
patriarca Brell… (No hay prisa, ya hablaremos largo y tendido –cómodo lugar
común-.)
No son los tiempos, son los hombres, dice la
máxima senequista.
Lucha, hombre.
Ni por pienso.
Su padre nunca decía
nada que pudiera interpretarse como una crítica. Sus comentarios sobre los tres cerditos resultaban inocuos las
más de las veces, y siempre alejados de la censura destructiva. Estará
esperando que criemos nalvas para zurrarnos la badana, pensaba cabizbajo el
joven Brell. En parte el viejo Brell lo consiguió: los dos ausentes se
convirtieron en blanco de sus sarcasmos e incluso de cierto velado (y cobarde)
menosprecio.
Ah, Brell el Viejo,
qué hombre singular… Reconducía, en todo caso una conducta, un hábito… Sugería
a la valenciana.
Sin estridencias,
sutil, convincente. (Le dio de lleno el proyectil.)
Su padre le arrojó con
fuerza el libro contra el pecho. No era un libro grueso. De pequeño formato,
liviano como un poemario.
Comulga con lo que te
prescribo, mierdecilla.
Corpus domini Iesu
Christi custodiat animan tua in vitam aeternam, Amen.
Amen, padre. Soy tu perfecto hijo… que no ha
de inmolarse por nada ni a causa de nada de este mundo. Por mí el mundo que se
vaya al garete en cuanto yo cierre los ojos definitivamente. Que el sol se lo
engulla y estalle como un petardo
fallero.
¿Te escondes?
No de mis pecado. Sólo
del mundanal ruido.
Yo te absuelvo.
¿Acaso no nos
recluimos todos? Son muchos de sus amigos y conocidos los que acaban recluidos
en una gran celda informe, inmersos en un sinfín de actividades empezadas y
nunca acabadas, en un ir y venir al cabo a ningún sitio, reclusos de su propia
inconstancia y su frívolo trajinar… Eso sí, al aire libre, sin límites, a la
luz del sol (que para todos sale entre cuatro paredes o no).
Pero ¿de dónde le
viene a este su aversión hacia toda clase de competividad? De los millones de
años que le separan del mono aquel, todavía en activo, sin bajar del árbol, que
enciende el culo de colores para atraer a las hembras.
¿Qué queréis ser?,
tronaba el padre Mateo. Podéis ser príncipes o porquerizos. Podéis serlo todo…
o nada. Y extendía los brazos a lo alto y luego los bajaba con rapidez a los
flancos a la vez que cerraba los párpados y alzaba el perfil al cielo del techo
pintado de azul claro.
Tu Colegio: donde
quiera que estés compórtate como alumno digno de él:
De horrendo gusano, la grácil mariposa; del travieso y
zascandil Jeromín, el noble y aguerrido, el sin par don Juan de Austria,
invicto capitán de la cristiandad…
(Él quería ser eterno.)
Ignacio Brell Gay, alumno de tercero de bachiller, para sus
adentros, medio sonriendo, con los ojos semientornados.
Del austero, sabio y bondadoso doctor Jekyll al perverso
míster Hyde sin solución de continuidad.
Toca lectura: Energía
y Puereza.
Brell, de lector inesperado.
Brell, al encerado. Hoy, leerás tú. Página cincuenta y
tres.
He perdido el libro.
¿Cómo que has perdido el libro, desgraciado?
Mi papá tiró al señor Toth al cubo de la basura de los
libros desaparecidos.
¿En qué te vas a convertir, pequeño diablo?
(En lo que seré aunque le pese al dios.)
Digamos que está a una
escala por encima (peón especial): al contrario que el espectador exclusivo de
los cines de doble sesión (más de una treintena en la ciudad), él acudía a los
cines de reestreno inmediato, como el Metropol o el Avenida, e incluso alguna
tarde (de miércoles, preferentemente) que se pelaba las clases llegaba a subir
a la general de un cine de estreno.
Sus abuelos aún
pegaban la hebra sacada de la petaca de cuero; su padre ya extraía con
elegancia los players de una cajita
metálica primorosamente decorada, y hasta introducía sin prisas el cigarrillo
en el extremo de una boquilla de plata y marfil… Él fuma Lucky Strike sin filtro, aunque en estos tiempos mojigatos del
señor, 2008, años de miseria y gran intransigencia, sigue fumando donde puede y
no sin sobresalto, temiendo que algún pacifista, vegano o ecologista o
mercenario de Greenpace llame a la
policía o a los bomberos o él mismo como buen pacifista le rompa la crisma con
la cruz de sus censuras y mandamientos bienintencionados.
Grandes tiempos: ha
nacido el hombre que inventará el palo.
Yo también fui un niño
que jugaba con un palo (se transformaba fácilmente en lanza, stick de hockey o
fusil de asalto).
De adulto, pues se
cumplió la maldición, dejó de fantasear: era el hombre que inventó el palo:
mirad qué bien se desenvuelve entre la mezquindad y la inepcia de sus
semejantes.
Escribió:
Al contrario que el
principito de Saint-Exupéry, él parecía que estaba vivo, pero en realidad
estaba muerto (y no estaba hecho para ser jardinero).
Escribió (y en seguida
borró la frase de la pantalla):
Yo también fui un
niño… etcétera. ¡Mentiroso!
Es algo que nos ocurre
a todos: debemos pasar por ese tránsito.
Esa es la cosa, esa es
la lástima.
En la memoria el
pasado está lleno de rotos.
No regreses al lugar
de donde partiste: se fue contigo –aunque vayas ligero de equipaje-, y al paso
de los años se transformó en la feble materia de la melancolía.
Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud.
Un Kerouac
desalentado: ese camino pedregoso que antaño conducía al karma hoy es una
autopista local que te mete directamente en el burger de un centro comercial plagado de niñatos chillones con su
batido de chocolate en la mano todavía manchada de los restos de la
mansturbación matinal.
Muchos ven sucia la
ciudad y sus asuntos, por eso, precisamente por eso, porque los cristales de la
ventana están sucios o empañados por sus imaginaciones.
Mediocracia (¿te
revuelves en la blandura de sus brazos, durmiente sabelotodo?): el único
talento que se reconoce en ella es la astucia y amoralidad para medrar bajo sus
alas: 7 horas de trabajo semanal no dan para mucho más que satisfacer como sea
el interés personal, obtener alguna prebenda (una más) y ejercitarse en el
combate del ego.
¿Mediocres los señores
de Brell, don Ignacio y doña Paula? A esos dos los llaman ruiseñor y lechuza…
¡Menudos dos pájaros de la noche!
¡Quería tanto a Paula!
Anda, envía a la Biblioteca Ambrosiana un mechón de su cabello.
Lejos de ese, ese…
Anda con la lengua fuera como un piernas…
¡agarrotado!
Entre todos esos tú
eres poco menos que nadie, porque todos esos no son nadie, sólo te ven como un
igual, y aunque fueses alguien importante, el emperador de la china o el número
uno de los cuarenta principales, merecedor de una atención especial, también
les daría igual, porque en seguida te convertirían en nadie, te bajarían al
suelo lleno de cáscaras, papeles arrugados y apestosas colillas. ¿Qué quieres,
amigo? ¿La llave del lavabo? Tendrá que pagar antes la consumición.
Ahora la sesera,
durmiente roncador, está quieta, han cesado sus latidos de araña, de insecto
infatigable, han cesado de revolotear los pájaros negros y blancos del
discurrir, ahora ya no bulle el pensamiento… En el mundo del sueño es la carne,
la sangre, las vísceras, el tuétano de los huesos los que urden los absurdos
mimbres de la existencia y su anécdota infinita.
¿Duerme solo? ¿En el
lecho conyugal?
Mejor.
Y tú, ¿cómo los ves?
Boceto analizador usurpaba la silla de otro
(desde la que ver el mundo y sus debilidades y sus trapisondas, como si
estuviera biografiando lo que no debiera):
Todos esos son un tipo quebradizo en el fondo, él, El
Analizador, consciente de su poder, siempre tenía la sensación de que si
elevaba una octava tan sólo el tono de su voz se rompería en mil pedazos ese tipo múltiple, en realidad, ese tipo también era un ser
inapreciable, de modo que no importaría gran cosa que sucediese algo así. ¿Qué
haría con todos los pedazos? ¿Recogerlos y depositarlos en un contenedor o
simplemente dejarlos tirados por el suelo?
Hay cada tipo…
A los cinco minutos ya
te está contando el viaje que anoche le pegó a su mujer entre las piernas, como
si eso tuviese algún mérito reseñable en el haber. Y es que hay algunos que
están tan desesperados que hasta copulan con los ojos cerrados con la propia (y
los cacharros de la cena sin fregar en la pila).
Nosotros, los Brell…
¿Existen las familias perfectas?
Bueno, a mi padre poco
le faltó para ser un padre pingüino.
¡Qué me dices!
Y tres eran los huevos
que tenía que mantener entre sus patas a buen
recaudo del frío y la desolación hasta que la otra volviera.
¿Existen las familias
perfectas?
Las familias perfectas
son aquellas cuyos miembros se han disparado entre sí durante la última
Nochebuena y ahora están perfectamente muertos.
Tan buen dialéctico… y
tan callado.
Sólo durmiendo.
Miembro…
Ilustre profesor del
DCADHA.
Qué tiempos los
actuales…
Por fortuna, querido
colega, ya no te vienen al aula tipos de aquellos que se han pasado años
dibujando muñecotes de escayola con el temible carboncillo puntiagudo en
ristre.
Tiene que difuminarme
más esta sección.
Sí, don Gregorio.
Trabaje más el
claroscuro, caramba, realce los volúmenes… ¡Esa figura se le está quedando
plana como el papel…!
Sí, don Gregorio.
Y eso, no… Eso sí que
no, hasta ahí podíamos llegar, el dibujo es una ilusión de corporeidad, y la
primera regla, la primera de todas, el principal objetivo, es conseguir esa
corporeidad. ¿Está claro, joven artista?
Sí, don Gregorio.
¿Tú te sabes el cuento
de la buena pipa?
Hombre, grosso modo…, contesta con la barra de
difuminar en la mano.
¿Crees en el arte
moderno?
Pues, no sé…
Bueno, da lo mismo. El
arte moerno no es Dios. Puedes creer o no en él. Y no te vas a ir al cielo o al
infierno en ninguno de los dos casos porque lo creas o dejes de creerlo.
Con el arte, querido,
pasó como con la religión occidental, que murió en el siglo XIX con la muerte
de Dios, según presuponían Niestzche y Dostoievski por boca de Kirilov, o sea,
al mismo tiempo, más o menos, que en el arte comenzó una nueva era. Y si Dios
(el Arte) ha muerto, todo está permitido.
¿Podemos empezar?
Sí, podemos empezar.
Pues, señor, el cuento
de la buena pipa…
Es como mirarse en dos
espejos enfrentados, en ese fondo marino infinito e inamovible.
¿El arte es como un
espejo?
El arte es como una
divagación entretenida, aunque es muy posible en nuestros días que traspase
alguna de las rayas rojas y se transforme en un espectáculo, en algo lúdico,
sorprendente y desde luego desconcertante: un escenario de ideas, ocurrencias.
Borges temía los
espejos.
Borges temía
demasiadas cosas (aunque en el fondo se riese absolutamente de todo).
El viejo Brell gustaba
de algunas de las obras ínfimas (a veces) de Borges, pocas páginas y nada de
marear con intrigas: pero sospechaba de su suficiencia porteña respecto a la
literatura clásica española, producto sin duda de un complejo de inferioridad,
de su falta de un pasado literario. El Borges viejo, piensa el Brell viejo,
tenía una cara de celestina que echaba para atrás, y además, esa máscara
amparaba una voz meliflua capaz de provocar todos los recelos… ¡Leer el Quijote
en inglés!
Algo tienen, sí, los
espejos de traidores, de multiplicadores de la infamia…:
¿Tú sabes que los
espejos se guardan todas las imágenes que proyectan?
No, no lo sabía.
Pues ahora ya lo
sabes. Guardan todo lo que en ellos se contempla, es una especie de disco duro
imborrable, nada de lo capturado por él se desvanecerá en el olvido.
¿Eso es cierto?
Un helor sobrecogedor
le recorrió de arriba abajo (de pescuezo a rabadilla) la espina dorsal… ¡Qué
mierda, la de cosas que ha hecho él delante del espejo solo o acompañado!
Después de todo, él es
un hombre culto, debe guardar los miramientos, salvaguardar una reputación, es
un hombre de libros, dedica su tiempo libre al claroscuro y a la lectura de…
literatura ilustrada.
Y esta noche de alcohol
y ronquera…, de ningún sueño porque literalmente se ha desmayado sobre la cama…
Esta noche no verá el
fantasma de la blanca faz: la adúltera Paula ni siquiera se esconde debajo de
alguna de sus horripilantes mascarillas de efecto inmediato. Anda en la orgía
de la noche de Venus. ¿Tú sabes lo que son los ingredientes filmógenos? La
señora se embadurna desde el nacimiento del cuero cabelludo hasta el final del
cuello: Tenemos una buena colección en sobres y en tarros: efecto lifting, antioxidante, hidratante... La
más asquerosa, una masa verde de superficie festoneada de grumos, es la
energizante.
Y, sin embargo,
¡canallas!, él, el otro buen español de 40 horas de trabajo semanal, proletario
hijo de proletarios y nieto de campesinos, cuando abandona al mediodía el
taller, aún con la llave inglesa en la mano, siempre repone fuerzas comiendo en
alguno de los Confucio u Oriente que proliferan por su barrio. Se
ha convertido en un auténtico especialista en rollitos de primavera: ha
analizado sabiamente los servidos por cada uno de los cuatro chinos de la zona, materia prima,
texturas, grado de fritura, cantidad de glutamato, temperatura, color… y sabor.
Literatura ilustrada…
¡Hay que ver! ¡Los
tiempos adelantan que es una barbaridad!: antes se llamaban tebeos; luego,
comics; ahora se llaman novelas gráficas. ¿Qué será lo de después?
Literatura ilustrada.
¿El arte es como un
espejo?
¿Y qué refleja ese
azogue travieso?
El cuento de la buena
pipa.
¿Se miraría mamá en el
espejo?
¿Apresa el espejo esa
última expresión desesperada?
La última imagen que
conserva de mamá rebrota nítida en su mente cuando así se lo propone, o,
inopinadamente, le asalta el recuerdo sin venir a cuento: fue la tarde anterior
a la definitiva huida de ella del hogar (Dios
proteja este hogar): salía del despacho de su padre con ojos lacrimosos,
atravesó veloz el largo pasillo curvo, pasó a su lado como sin verle y se metió
en el dormitorio. Sólo vestía unas enaguas de seda azul pálido con puntilla de
encaje, de escote suelto, apenas cubriendo sus senos generosos, despeinada. No
volvió a verla de carne y hueso jamás: alguna fotografía en los periódicos, una
entrevista en televisión…
El cuento de la buena
pipa…
Pues, señor…
El arte ya es una
postura: más que una prenda de vestir, un objeto de diseño, una bebida exótica
o un estilo de canción es una actitud. Cada año muda de piel. Sólo es un moda.
Y tiene sus mercaderes y plumillas interesados que abogan por su estatus.
Su padre, muy
enfadado: Eres… ¡superfluo, niño! Él tenía siete años, la madre desapegada, los
hermanos mayores, larguiruchos y distantes, misteriosos y serios, también con
un algo de sonrisa cruel… Lo comprendió todo entonces: un arte es la vida,
drama o comedia, el juego del arte, el arte de la vida, el arte del juego, la
vida del arte, el juego de la vida…
Todo se desgasta, se
finiquita en el polvo de los días y los hechos de atrás.
El niño, ese niño, ve como el mundo de hoy se
derrumba al anochecer, y emerge de nuevo al disolverse la noche y vuelve a
venirse abajo cuando el día oscurece.
Cada día es un
caballo.
A rodar.
Yo una vez, relató con
voz todo lo más neutra que pudo, conocí a un tipo en un bar que me sonrió al
comprobar que iba por la tercera copa. Estábamos sentados a la barra, envueltos
en una media luz muy confortable, encaramados en sendos taburetes, como los dos
tipos bebedores de Hopper, aunque sin el sombrero de fieltro.
El tipo no dejaba de
mirarme, y tampoco de sonreír.
No tiene usted muchas
ganas de llegar a casa, dijo al cabo con la copa en la mano, manteniendo la
cara ladeada hacia mí.
No tardé ni un segundo
en reaccionar.
A mí eso me da igual.
Estar en casa o en este santo lugar de la soledad, le contesté. Giré la cabeza
y detuve la mirada en mi copa que, en realidad, era en ese momento todos mis asuntos.
Ya veo, dijo sin
borrar la sonrisa del rostro (eso lo supuse). Hubo una corta pausa de silencio,
aunque enseguida reinició la cháchara. Me ha tocado el bebedor parlanchín
impertinente, pensé con ganas ya de abandonar el bar y poner tierra por medio,
pero antes hay que apurar el cáliz.
¿Sabe? Voy a decirle
algo, prosiguió el tipo, no hace ni dos semanas que abandoné la cárcel. Desde
entonces no pasa una sola noche que no beba un par de copas para celebrarlo.
Confieso que a partir
de ese momento le miré con creciente curiosidad. Me resigné a escucharle. Él se
dio perfecta cuenta de mi interés.
Se estará preguntando
que me llevó a la cárcel…
Bueno, si hablar de
ello le hace sentirse bien…
Se hizo un silencio
cruel.
Maté a mi mujer. Y
llevo exactamente trece días de libertad después de haber estado quince años
entre rejas. Desde entonces no dejo de celebrar ambas cosas: haberme librado de
la cárcel y de mi mujer.
La tercera copa bebida
acodado en cualquier barra de cualquier bar de cualquier medianoche al lado de
cualquier tipo es la más peligrosa…, me dije caminando presuroso hacia el
coche. Lo sabes de sobra, chico. La tercera, y hasta la cuarta o la puta sexta,
que es la que te tumba, siempre, siempre en casa, estirado en tu bendito y
mullido sofá, encerradito entre cuatro paredes.
Tomad nota, capullos:
derrumbaros en casa sin dar la nota.
Existen las cosas y el
deterioro de las cosas (que es el tiempo). Fuera de las cosas, más allá de
ellas, o sin ellas, no está el tiempo, porque el tiempo son las cicatrices, la
muerte, el desgaste, el derrumbe.
Incipit (a considerar):
Antes que mi yo, mi encarnadura interior, devorase el
tiempo, lo cristalizase, estaban los
hechos, mis correrías y pensamientos. Yo
era el tiempo y en mí podíais descubrirlo potente, visible e innegable como mis
ojos lo veían en vosotros.
Shakesperiano a ratos
y a deshoras:
Para engañar al mundo,
parécete al mundo.
Mas, ay, has
envejecido las cosas del mundo… El vino de la vida se ha agotado y en la bodega
sólo queda el poso…
(Este hombre es mi
gran influencia, el faro que ha de salvarme de los personales naufragios, de
las impotencias…):
Piensa en tu mujer, en
la mujer…
Pocas honduras había
en ella: la vaginal, la anal, la esofágica… Ninguna de ellas intelectual, a lo
que parece. Era, digámoslo de ese modo, una mujer superficial, meramente
epidérmica en el terreno, digámoslo de ese modo, especulativo.
Digámoslo de ese modo.
¿Y qué eras tú para ella? Un mierda.
Aprovechando que hoy
es el día mundial de las rosquillas de vainilla (¿o fue ayer…?, no, ayer fue el
día mundial del perro color canela y mañana es el día de la sandía y pasado
mañana el día de los abuelos centenarios y al otro de después el día mundial de
los chistes verdes…)
Querido, lárgate al
ficus de una vez. Sólo verte me produce un estrés irreprimible, y tengo el
magnesio y el triptófono por los suelos. Anda, coge la linterna y la manta y
haz marcha, escudriña las misteriosas oquedades de su tronco milenario,
disfruta de sus laberintos.
Qué tiempos los
actuales de frivolidad y menudencias, de cuidados innecesarios.
No sabría decirte a
qué se dedica el tipo, algo parecido a un
camarero o a un hostelero… Un profesional del maridaje, creo que así se
autodenomina él mismo tan ufano para darse pisto.
Todas esas masas de
sueldo fijo y dinero sobrante constituyen el objetivo de un instrumento
imperceptible: nuestro interés. Ellos son manipulables hasta una evidencia que
raya lo grotesco. Sólo son los recipiendarios de nuestros mandatos y nuestras
intenciones, y no subliminales. Les damos las medicinas que alivian el tedio de
su vidas: tendencia y moda. A estos tipos y tipas hay que reciclarlos todas las
noches, nuestra consigna es que por la mañana abandonen la cama con nuevas
aspiraciones, apetencias y talante. Variemos los disfraces, las costumbres, los
ritos, su liturgia de codiciosos y desprevenidos, su maquillaje trimestral:
¿El mundo está
dividido?
Señor, los rosados
marcan nuestro tiempo. Un vino glamuroso, delicado, lejos de la tosquedad de
los demasiado sobresalientes taninos. Un excelente caldo de primavera y verano,
imprescindible diría yo, y las modernas innovaciones ya contribuyen a que
existan los rosés de crianza, aunque poco tánicos. Deguste este rosa pálido de
la Provenza, mi buen amigo. Fresco, con un aroma a frutas irresistible, ligero,
fácil de beber, exquisito en boca y nariz, para un paladar exigente... como el
suyo. El mundo, querido, en esta dulce primavera, y así será asimismo en el
verano cercano, se halla divido finalmente entre los que acompañáis una
grasienta paella con tinto de verano o un refresco de cola en un chiringuito
sin pretensiones y los que tomamos un delicado rosé con media docena de ostras
en la barra del bar del hotel Magnolia.
¿Quiénes sóis, gente malvada y peor aconsejada?
Somos del País de las
Redes Sociales. Podemos crear una tienda on-line en cinco minutos, protocolar una merchandising en dos días y medio y alcanzar 50.000 seguidores en
una semana. Mi buen amigo, somos un equipo de medio centenar de profesionales,
cada uno líder en su sector, capaces de convertir a una adolescente frívola en
una asesina en serie y a un criminal barbudo en una pacífica y bondadosa niñera
propensa al sentimentalismo llorón y pendiente hasta de sus ciclos ováricos
imaginarios.
Inventa… e invéntalos
también a ellos, o sus servidumbres y deseos, que viene a ser lo mismo.
Un estudio de la
universidad de Stanford revela que tener un árbol cerca alivia la depresión y
mejora la memoria, atenúa los males de la depresión: crece el árbol, yo, que
soy mi alma…
Seguro que ese estudio
no lo ha financiado un leñador.
No, señor. Dos semanas
atrás de tan sorprendente declaración cuatro conserjes y un profesor de la
citada universidad habían emprendido un nuevo negocio: Compre un árbol y sea feliz (donde puede adquirir su árbol desde 50
dólares).
Mételes también un
poco de miedo. Tengo unos miles invertidos en acciones de laboratorios
farmacéuticos.
Sentado frente la
pantalla del ordenador junto a una impresora, con las posaderas en una silla y
los codos sobre una mesa minimal compradas en Korchea: pobre diablo, no sabe que se está envenenando a base de
bien, intoxicándose su hogar lleno de drácenas, espatifilos, gerberas y
crisantemos.
¿Quién es tu
jardinero?
Un equipo de
científicos de la NASA.
Como la gripe de nueva
cepa de invierno, siempre podrás echar mano de un equipo de investigadores de
una universidad que ampare tus inversiones o proteja el producto de tus
fábricas de chocolate, de tejidos, de materiales de construcción…
(No sirve de nada
escribir bien o mal: basta con que vendan tus libros los tipos a los que
previamente te has vendido tú.)
¿Oye, pequeño
escribiente, ya has leído La araña negra,
de don Vicente?
Sí, señor. Y
también La Hija del destino, La
venganza del morabito, El penado 113, El pastelero del rey y María,
la hija de un jornalero, de don
Wescenlao Ayguals de Izco.
Menudo elenco. Vamos
por buen camino.
(Se equivocaba, Salammbó estaba a la vuelta de la
esquina, y El hombre que ríe y La bestia
humana y Arroz y tartana…)
¿Y el caballero de
nuestro siglo XXI?
Pues, las mismas lecturas,
grosso modo, aunque, eso sí,
disfrazadas con pistolas, rubia, decorados urbanos, ordenadores, teléfonos
móviles, escenas de cama y enrevesada trama.
No hay que desviarse
de ese camino, disfrazado o no.
Añadiré en días
próximos la demorada y provechosa lectura de Historia de una buhardilla.
Ese bagaje, voto a
bríos, ha de encaramarle a lo más alto de la lista de los… best-sellers de esta semana.
Con tales mimbres
acaba usted en el mejor de los Hollywood (lleno de rubias y latinas ociosas y
lascivas con navaja en la liga).
¿Y para cuándo entrega
a la estampa sus escritos?
Ando enredado en lo
autobiográfico, aunque pronto le daré buen fin a estas endiabladas cuartillas:
Siempre había habido
diversos grados de compromiso y las subsiguientes variaciones formales. En la
facultad de Derecho, año del Señor de 1975, los futuros jurisconsultos
arrojaban sillas a los guardias montados sobre caballos que piafaban y con sus
pezuñas profanaban el noble campus, y desde las abiertas ventanas de Filosofía
y Letras los poetas, funcionarios años más tarde, y los futuros comerciantes
textiles o de salazones les lanzaban las tazas de los retretes a los esbirros
del poder, y desde los altos y la azotea de Económicas llovían como puñales los
crucifijos que presidían sus aulas, lo que ya era una declaración de guerra
absoluta, la lucha final en toda
regla.
Éramos jóvenes, y no
sabíamos cómo éramos.
Eran los ojos ajenos
los que nos hacían unos a otros.
Yo veo un cerdo
durmiendo, un profesor con los billetes seguros de la soldada, dos meses de
vacaciones y felices sueños.
En todo caso, un cerdo
inocente. Ese roncador profesor titular de universidad, trabajador de 120 horas
anuales, no tiene culpa de nada. Dios es culpable. Y, si no, la Naturaleza.
Bastante tiene el hombre con su roncopatía y no pasar la raya roja de la
ebriedad (sin don de ninguna suerte). Conste: soy funcionario ejemplar.
No se puede decir la
verdad, nadie debería decir la verdad, porque no decirla es el engranaje invisible capaz de hacer que todo vaya
adelante, pobres y ricos. ¡Qué folletín!
Brell el Joven, si no
estuviera con los ojos cerrados, si permaneciera con los ojos abiertos, o
aunque no abiertos tuviera abierta la sesera, días como hoy vería venir hacia
él el carro de la muerte, guiado por nadie, por una fuerza invisible,
misteriosa, inexpugnable y tenaz, y vería sin horror, tan fatigado está de sí
mismo, cómo unos brazos también invisibles y misteriosos lo arrojaban al montón
de los apestados tapados por un nicho.
De modo que…
La vida es una cosa
seria.
¿Sentido de la vida?
¿Qué somos? ¿Adónde v…?
Esas preguntas y
devaneos terminan explotando en tu cerebro como las espinillas en el rostro de
los adolescentes, únicos aficionados serios a tales acertijos.
No pienses lo que vas
a hacer, simplemente hazlo, le advertía su padre.
Tampoco él, el viejo
Brell, se aplicó el cuento. Eternizaba la espera, porque él vivía a gusto en la
espera, más allá de lo que finalmente viniera o no viniera en forma de lo que
fuere.
¡Ignacio, Ignacio,
santo, en tiempos de desolación no hacer mudanza!
Quieto como el árbol a
ti llega el aire, y la luz, y el agua, en la tierra, bajo el cielo.
No tardará en dar la
vuelta la tortilla.
Tiene que llover,
tiene que llover, tiene que llover…
Tiene que llover y
fertilizar los campos del Señor de las barbas.
¿Para cuándo la
Revolución, jefe?
No me llames jefe,
coño. Y se actuará cuando las condiciones objetivas así lo aconsejen.
¿Y qué son las
condiciones objetivas? Estoy ya cansado de andar pendiente de las condiciones
objetivas. Me pesan como una losa, me atenazan con sus invisibles brazos de
hierro, me sepultan definitivamente sin resurreción posible.
Las condiciones
objetivas son… Digamos que se trata de cuando el momento sea propicio, para que
lo entiendas.
Ahora lo comprendo…
Así que las condiciones objetivas, ¿eh?
Eso es, el momento
adecuado. Así será de fácil, sin vuelta atrás.
O sea, cuando los
curas celebren desde sus púlpitos el amor libre, los militares se queden
dormidos en casa por la mañana con la taza del café en la mano, el cañón de los
tanques se doble sobre sí mismo como una polla exhausta, los grises se
aficionen a leer la poesía de Góngora o la de don Ángel González y el dinero de
los empresarios y los financieros se pudra irremisiblemente en sus billeteras.
Camarada, estas no son
charlas para tenerlas en una barra de bar a la hora del aperitivo, justo antes
de llenar la panza.
¿Ah, no?
No.
Pues, venga, dos copas
más mientras esperamos las condiciones objetivas. Y una de bravas.
Padre, estos
socialistas sólo hablan de dinero.
Perdónalos porque no
saben lo que se dicen.
Padre, estos
socialistas han cambiado las monedas sueltas del bolsillo de pana por la Visa
Oro.
Perdónales porque no
saben lo que se hacen.
Padre, antiguos
comunistas engrosan ahora las listas electorales de los partidos de derecha
disfrazados de liberales.
Olvídalos porque ya
están muertos.
Queríamos derrocar la
pérfida dictadura que tiranizaba a todos los españoles.
No a todos.
A la práctica
totalidad de ellos.
Así que, derrocar.
¡A derrocar! Sí, todas
nuestras acciones estaban encaminadas al derrocamiento de ese régimen opresor…
y a concienciar a los españoles todavía afectos a él y soldados por el culo a
la poltrona de alguna sinecura. El derrocamiento se imponía necesario.
Y cómo iban a hacerlo,
¿a pedradas?
Los Fiodorov, barbudos y de mirada feroz,
ajenos al cante de su indumentaria, a su manifiesta condición de desafectos, lo harían con un libro en la
mano, los ojos encendidos, la boca a punto de la blasfemia, larga la melena, la
tez cerúlea, encubiertos y uniformados todos ellos por la trenca azul lobo de
mar con capucha, trabillas de madera y forro a cuadros escoceses.
Un paso adelante, dos
pasos atrás. (Pero no lo sabían.)
¿Ahorcado? ¿Corroído
por el cáncer? ¿Desfigurado y en carne viva por el fuego? ¿Palpitante aún pero
roto por la caída mortal?
Su hijo está
desahuciado.
Mátenlo. Ya hemos
llorado todo lo que podíamos llorarle. Lo peor ya ha pasado para nosotros.
Ahora el infierno sólo lo sufre él. De Valdés Leal somos hijos. Sin embargo,
lejos de lo trágico…
Tan evidentes,
clasificables y afectos como esos
viejecillos pulcros y solitarios con Las
Provincias en la mano que pasean por Marqués del Turia entre el mortecino
estanquillo de El Llauraor y los prohombres Teodoro
Llorente y el Marqués de Campo, a la caída de la tarde, algo aturdidos por la
salvaje algarabía de los cientos de miles de estorninos que desde los grandes
árboles ya cenicientos por la luz sepultan el estrépito del tráfico incesante
de alrededor del paseo central y parecen precipitar la noche.
¡Qué gran
coleccionista fue el abuelo Antonio Miguel, joyero, ciclista, pescador! También
él era uno de esos hombrecillos pulcros y solitarios con Las Provincias bajo el brazo. Su colección de maquetas y trenes en
miniatura precisaba para su montaje cerca de cincuenta metros lineales (la
totalidad del suelo del salón, la sala de estar contigua y parte del pasillo de
la casa de Caballeros); los 87 minicars,
desde el Hispano-Suiza de 1905 hasta el modelo Bentley de 1947, ocupaban las
cinco estanterías de una vitrina destinada sólo para su exhibición; sus
botellines de minibar sumaban 241, todos expuestos en otra vitrina rectangular
de dos metros de alto, y en los amplios cajones de una cómoda fabricada
exclusivamente para ello se guardaban en exquisito estado de conservación 23
álbumes totalmente completados de cromos ilustrados con gran magnificencia,
incluido Héroes del Pedal, 1900-1950,
que el buen hombre tardaría año y medio en reunir debido a que el número 12, el
plano general de un belga del que nadie recuerda el nombre ascendiendo el
Tourmalet, sólo fue replicado 19 veces.
¡Ah, el pasado, el
pasado traidor…!
Al final, o témporas, o mores, todo el mundo acaba
comiendo los frutos de un árbol que nadie sabe quien ha plantado. Eso parece
ser el taimado pasado salvo un montón de nombres no del todo anónimos y sucesos
no del todo tergiversados que no exculpan aquella injusticia.
Dicen que muchos
abuelos huelen a pachulí. No sé, yo nunca he sabido lo que es el pachulí. Lo
juro por Dios… y por mi abuelo.
Aquel, hombre que fue
joven y vigoroso, coleccionista amante de lo infinito entre las cuatro paredes
de su mundo chiquito, tu abuelo…
También se salvaría de
lo triste, como tú, padre. No asistiría a su ruina, a lo polvoriento de la
agonía, a la fetidez de la muerte brotando de una boca desdentada.
Muerte temprana, o
repentina, aun injusta pero…
La novela del planeta
acaba mal.
¿Qué era capaz de
sedimentar en su interior, esa pocilga escondidita? Lo malo. Lo bueno que hacía (¿había algo bueno que hacía?)
terminaba disuelto en la nada que era el pasado y el tiempo perdidos para
siempre en lugar de depositarse en el blando y benéfico légamo del otro pasado
y tiempo proustianos, reconfortantes al menos por los fugaces y fragmentarios
esplendores que iluminaban la memoria, desaparecía bajo el ruido y la furia de
la pequeña maldad (nunca el crimen) de la que era capaz (tan capaz como lo son
todos los seres humanos, ni ángeles ni bestias), esas acciones cotidianas
promovidas por el pequeño y tenaz egoísmo del hombre y la mujer, ruindad tan
inocua en el fondo para el devenir de una
naturaleza que ha de sobrevivir sin duda a todos esos sus habitantes
temporales.
Qué más da la losa del
escepticismo o la cínica indiferencia.
Pero no terminar
convertido en ese viejo eterno y universal, frágil y temeroso, y si no frágil
vulnerable y también asustado… Un viejo de los de siempre aún renqueante pero
no yacente, con el aliento oliendo a café con leche y los ojos velados por el
cansancio y la angustia que una vez muerto, salvo un vestuario deslucido y
pasado de moda y un par de zapatos deformados por los juanetes que sus
asqueados sucesores se apresuran a echar al contenedor de la calle, sólo dejan
detrás de sí en el cajón de la mesilla un montón de resguardos de quinielas sin
acertar y décimos de lotería sin premio, una fotografía de sus nietos cuando
niños y la dentadura postiza metida en un vaso de agua.
Sé ante todo lo
terrenal y salvaje y voluptuoso, asnal e indómito que puedas alcanzar a ser:
qué hallazgo, se dijo,
no tengo alma. Ahora el mundo es mío.
Padre, ¿dónde estás?
Silencio.
Ah, pero lo que no se
puede probar tampoco se puede negar.
Su padre con Cambio16 y el Levante en la mano. Su padre con Cambio16 y el Levante
sentado en uno de los butacones de orejas de color granate del Ateneo en la
gran sala de la primera planta. Su padre con Cambio16 y el Levante
sentado en uno de los butacones de orejas de color granate en la gran sala de
la primera planta del Ateneo junto a los grandes ventanales, atardeciendo,
encendiéndose las luces de la plaza entonces de El Caudillo, agrisándose y
enfriándose más y más el aire de afuera, sentado con las hojas del periódico
desplegadas, bañado de gris él también, casi justo delante de la broncínea
estatua ecuestre de ese caudillo que ha de agonizar lenta y cruelmente cuarenta
días bíblicos antes de morir en esas grisuras otoñales.
Padre, ¿por qué no vas
a la hemeroteca de arriba a leer gratis el Levante
y Cambio16?
Su padre, que ni
siquiera mira la calle a través de los ventanales.
Su padre que le miraba
como se mira exactamente a un mierdecilla de quince años que no sabe nada de
nada.
Su padre… entonces tan
distinto a un científico de hoy en día propio de la era de internet y los
textos digitalizados que trabaja mirando en la pantalla del ordenador los datos
y resultados que les pasan los tipos anónimos del laboratorio siempre entre
probetas, tubos de ensayo y microscopios, su padre… lejos de la calle, sus
ruidos, su tecnología.
Tómate una Coca-cola,
anda.
El Levante aún podría leerlo en la hemeroteca
de la sexta planta, en la misma biblioteca, pero no Cambio16, ni Cuadernos para
el diálogo, ni Triunfo, ni siquiera el inocente Informaciones…Al alcance de las manos
respetables de sus viejos socios el Ateneo Mercantil de Valencia provee Las Provincias, ABC, Arriba, Ya, El
Alcázar, La Vanguardia, Pueblo…
Bebe y calla, anda.
O vete al ficus.
O crece despacio hasta
los veinte como las plantas, sabio y mudo.
Padre mío, rey de la
creación, me sobresaltas, disfrazado a cada momento, indescifrable, de mil maneras
distinto, tus cientos de discursos mareadores, apareciendo y desapareciendo por
pasillos y habitaciones… ¡Dame un respiro!
Oh, mierdecilla, ¿qué
interés podrías tener para mí que me saque de esta región de los muertos? Y yo
no aparezco y desaparezco disfrazado por ahí como por encanto. Eso lo hacen los
demonios. ¿Por quién me tomas? Eres tú quien anda como alma en pena por
rincones y sombras, eres pegajoso como las moscas más persistentes.
De mayor, al ficus… Le
disparaba ese butacón de orejas color granate, oculto, imperceptible tras los
mágicos cristales, situado estratégicamente frente la abyección más burda (o
refinada, a elegir) el recuerdo de aquellos otros similares pero mucho más
cándidos diseminados en el espacioso salón donde parte de una burguesía
ilustrada valenciana pasaba las mañanas de jubilado, las horas de café del
rentista, las tardes del médico o el letrado o del profesional liberal
augurando la nueva democracia (conservadora y derechona) y las noches del socio
que frecuentaba las salas de billar, curioseaba por la biblioteca, visionaba
las películas del cineclub o asistía a una representación teatral.
Siéntese el señor, le
decían en suavísimo tono (mas no melifluo).
Insólito y cómodo
butacón de orejas de color granate.
Ante él, bien arrellanado
en el sillón, un gran ventana oval, de límpido cristal:
Podrá ver cuanto
quiera sin límite de tiempo y no será visto desde el otro lado. Usted manda,
caballero. Los chicos y chicas serán sustituidos cuantas veces lo crea
necesario. También cabe la posibilidad de asistir al, digamos, espectáculo,
estando presente en la misma habitación, sin que ello presuponga, como es
lógico, participar directamente en los hechos, algo a lo que no se halla
autorizado. Debemos preservar su absoluta neutralidad en este aspecto. Bajo
ningún concepto debe usted inmiscuirse en algo que podría incriminarle: usted
es, simple y llanamente, un observador pasivo, de ninguna forma actuante, lo
que le protege en todo momento de cualquier imputación futura o de alguna maquinación
insidiosa. No debe intervenir ni tocar a los…
a los actores, aunque se halle, si es su gusto, a un centímetro de
ellos. El tocamiento, por mínimo que
fuese, está totalmente prohibido.
La mujer, en traje
sastre de un color azul funcionarial, y el pelo recogido en un sobrio moño,
perfectamente seria, señaló sobre la mesilla cercana a la butaca un pequeño
mando electrónico con tres botones en la parte central: amarillo, verde y rojo:
Si pulsa el botón
amarillo, las luces del otro lado se apagarán y se quedará a la espera de sus
nuevos deseos.
¿Chico-chica? (pulse
botón verde una vez) ¿Chico-travesti? (pulse botón rojo una vez) ¿Chico-chico?
(pulse botón verde dos veces) ¿Chica-chica? (pulse botón rojo dos veces).
Bastará con
chico-chica.
Pulse el botón verde
una vez.
Y al principio optó
por la alevosía, y se regodeaba viendo a través del mágico espejo (también a él
mismo podía descubrirse interponiéndose, imaginándose,
entre la pareja, experimentado un placer espurio) los cuerpos desnudos y
entrelazados, el enorme sexo del chico, la avaricia copulativa de la chica, la
voraz felación, pero al cabo del rato lo pensó mejor: parecía que estaba viendo
una película, aquello no parecía real, y el alcohol le había envenenado del todo, y
estaba como en un sueño, sí… un sueño… Quería sentir aquellos cuerpos tan
próximos como el suyo aunque misteriosos por aquella primera desnudez, olerlos,
aspirar el sudor de su piel en pleno éxtasis sexual, el vaho de la carne
abatida por una lujuria que si bien mercenaria era tan auténtica como los
mismos estremecimientos que le acaloraban a él, aunque fuese en un sueño, pues
era un sueño, y un sueño él mismo a pesar de los ojos abiertos y el corazón
latiéndole aprisa, más aprisa, y no sabía si era por el alcohol ingerido o por la
atmósfera voluptuosa que le estrujaba los sentidos hasta hacerle daño, incluso
a un millón de kilómetros del éxtasis por culpa del maldito cristal. Así que
apretó el botón amarillo.
El señor dirá.
El señor quiere estar
al otro lado del espejo.
Sígame, señor. Pase
por aquí. Ahora a la izquierda. Espere.
Y al otro lado del
espejo la sensación primera fue como si una embriaguez repentina le alborotase
todos los sentidos a excepción de la vista, hasta sintió en la boca y en los
labios algo temblantes un regusto extraño, nuevo, un sabor terreno y cálido en la lengua, que le ensalivaba las
encías y el paladar, y un olor indefinible, pero humano, potente y también
nuevo. Un vapor emanante se desprendía de los cuerpos desnudos del chico y la
chica, a un metro escaso de él. Creyó desfallecer del todo. Pero se mantenía en
pie, y cada vez más osado, Ahora acercó la cabeza a al miembro del chico metido
hasta la mitad en la boca de la chica, qué ejemplar, qué apéndice descomunal, y
la muchacha que lo engulle, sierpe tragona, se lo introduce más y más en el
esófago, mientras regueros de saliva se escurren por las comisuras de sus
labios, tiene los ojos cerrados, muy aplicada al menester de la grandiosa
felación
se retuerce el cuerpo
del chico brillante, de piel tersa, exhala gemidos, prietas las nalgas, duras
como los mármoles
pero el olor… huelen
los cabellos mojados por el sudor, la piel estragada por la caricia, los labios
húmedos por la saliva y los fluidos que empiezan a brotar de esos dos
autómatas, esas dos bestezuelas corrompidas por el placer libérrimo y el dinero
fácil, pero el olor increíble, saturados de la esencia carnal, de la herida...
No hay belleza
perfecta sin algo extraño en las proporciones.
Paula mi queridísima
puta hija de la gran puta de Babilonia aún te hallas lejos de la… cucurbit pepo.
Máquina perfecta.
Tecnología de la carne
más liberal y pródiga.
Estará follando con un
cachas, el más grande cachas, el de la gran polla totémica, un tipo deportista
con toda la energía, el sudor, los músculos y la expresión auténtica de una runner’s face, faz morena, arrugada,
contraída, curtida.
Mierdecilla, estás
como una cabra. Se diría que naciste con la luna llena de febrero.
¿Y de qué te extrañas?
Desde Edgar Allan Poe sabemos que los cuervos hablan.
Pero ya era un hombre
desgastado por el uso diario de vivir, por el hábito cotidiano de una simple
supervivencia, abatido interiormente a pesar del escrupuloso afeitado y la cara
loción que mitigaba la irritación de la piel, la ropa interior de puro algodón
y de confortable delicadeza, la camisa sin mixturas químicas y el pantalón de
lana virgen, los mocasines de reputado cuero español, sí, abatido y rematado
por todas las erosiones que se iniciaban con el café ya irremediablemente
insípido del desayuno y culminaban con el alcohol anestésico o desmayante del
atardecer o en el inevitable y desolador insomnio de la noche.
(Si echaba una mirada
retrospectiva hacia los años de atrás de su vida una palabra le venía
indefectiblemente a los labios, y, al cabo, la pronunciaba… Y lo declaraba en
voz alta, culpa, de eso se desbordan
tus años, y lo decía sin esconderse de sí mismo, asiéndose como un náufrago a
esa otra lenitiva, benéfica… y profundamente sincera, puesto que estaba solo y
el silencio a su alrededor era total: arrepentimiento.
Pero antes, la culpa.)
Ser otro, haz lo que
no haces:
No me pueden apartar
de lo que quiero hacer sencillamente porque no sé hacerlo de otro modo, así que
los consejos y las opiniones bienintencionadas que tratan de, vamos a decirlo
de esa manera, corregir o torcer mi forma de hacer las cosas no tienen ninguna
influencia sobre mí.
Esa palabrería de
sabihondo era tan ajena a él como un dialecto africano de la sabana.
Tampoco es que hubiera
caído al abismo. De momento estaba al borde de él… pero no como esos, ya en el
fondo de toda superchería y derroche vital…:
Por desgracia, dijo
hablando de él como del otro, su vida había consistido en una sucesión
interminable de hechos y circunstancias que influyeron sobre él sin haberlos
vivido. Ninguno de aquellas vicisitudes y sucesos violentos o encomiásticos le
había tocado de cerca, y, sin embargo, le hacían sufrir, o variar trivialmente
sus opiniones y certidumbres, aquel rosario de imágenes y discursos engolados
que le torturaban llenaban sus días de zozobra o alegría o orgullo o pesar
creyendo firmemente que todo aquel mundo en 625 líneas era consustancial con
él, su singladura vital y su destino último, y eso era, a fin de cuentas, la
televisión, un infinito museo de imágenes que pasaban frente a sus ojos sin
solución de continuidad, y eso era lo que regía ya del todo sus emociones y
pensamientos, la vida, lo real a
pesar de su virtualidad.
De buena me he librado
(de momento).
Escribió malévolamente
en su segundo intento de novela (La rabia, toma primera, escena 1), y
escribió de mentiras, ornando la ficción, que no compró un libro hasta pasados
los veinte, pues la biblioteca familiar le surtía de sobra en cualquier
dirección (porno, filosófica o narrativa): Y entonces, apabullado por el
ejemplo del padre y los hermanos, de una gran timidez, compraba libros varios,
pero desdeñaba entrar en una verdadera librería de listillos y se acercaba a
alguno de los grandes centros comerciales del centro, donde no había libreros
ni comentarios o mal disimuladas miradas inquisitivas, sólo se interponía entre
él, el libro y la salida a la calle una cajera que con gesto aburrido y
oficioso igual despachaba el ticket de compra de un libro que el de un frasco
de perfume o la correa de un reloj…
Entró en la primera
librería de verdad (¿Soriano?, ¿Viridiana?):
Deme usted Las ilusiones perdidas y (disimulando) Rosa Luxemburgo en lucha.
Me gustan las novelas
que dejan entrever, sin contarlas, las cosas, las opiniones, lo sentimientos,
se dijo ya en el exterior.
Lo que no se cuenta no
existe; y si existe, tú no lo sabrás a través de esa ausencia, se contestó a sí
mismo.
Este tira por lo bajo,
como el padre Petavio.
Tolle, lege: Rocambole, sin
escrúpulos, bien afilados el puñal y el florete, ningún hombre vale su bolsa de
contantes y sonantes, ninguna mujer una pena, la acción un remordimiento: el
crimen es el puente a la fortuna.
Sólo si recordaba a
sus amigos de infancia o adolescencia rejuvenecía, se reconocía otro
verdaderamente… más noble.
Señas de identidad:
Su padre era un
volteriano respetuoso (y respetable), un blasquista razonable; el otro era un
cura tolerante: creía en Dios, pero también en el arte abstracto.
Fijaba la mirada en el
rostro de su padre, pero en realidad el foco que precisaba de veras las líneas
y los volúmenes de manera diáfana era el escenario que les rodeaba, el decorado
luminoso o sombrío que sostenía aquel preciso instante irrepetible, la tarde o
la mañana que se disiparían como el humo a pesar de que el cerebro luchara por
retenerlos en su existencia de ahora para que el recuerdo fingiera más adelante
que había atrapado sus olores y colores para siempre. Quería preservar aquel
momento, absorber con plenitud ese presente que muy pronto, inmediatamente, se
tornaba pasado, que de uno u otro modo sólo habitaría en el futuro y que sólo
rescataría del olvido llevándolo a la memoria el azar de una circunstancia
feliz, un objeto, una película, la vista del libro en la estantería, el timbre
de una voz, el tono de una luz, o las correrías de un pensamiento siempre
sometido a los vaivenes indetenibles de la ocurrencia más inesperada en su
incesante ir y venir sin orden ni concierto.
Su madre fue un amor
despechado.
Bruja más que bruja,
su madre… a la que inventa muerta o ya deshaciéndose en pedazos en lenta agonía.
La imagen de mí mismo
a través del tiempo siempre ha sido idéntica, porque no me imagino nunca
físicamente, sino que pienso de mí y mis acciones mediante un yo interior que
ignora las apariencias propias, tan volubles a través del tiempo, un yo sin rostro
o, acaso, una máscara de rasgos muy vagos, naturalmente carnosos, pero
borrosos, indescifrables.
Ignacio (¿de Ignacio
de Loyola?): ¿tiene él mucho de jesuíta? Se burla de Dios… ¡aun no creyendo en
él! En fin, su apariencia desmiente si no su ruindad, que no la tiene, su
conducta en todos los órdenes es tan natural como la de cualquier depredador en
la selva o la sabana, sí su absoluto desprecio por el sacrificio o la entrega
atado de pies y manos a cualquier creencia o ideología de la clase que fueren. El
asunto principal es él, su auténtica devoción jesuítica. Prefiero creer en mí
mismo que en los demás… unos cajones oscuros dificilísimo de abrir sin la llave
maestra.
2008:
Ya he hecho todo lo
que tenía que hacer. Ya he dicho todo lo que tenía que decir. Todo lo que
suceda a partir de ahora será una pérdida de tiempo mía… y de la naturaleza.
Hay que seguir… Pero hay que seguir. Sin saber por qué. Pero hay que seguir.
Es intrigantemente
curioso: cualquiera puede reconocer con facilidad un absoluto parecido de él
con su padre; a un nivel físico es hasta innegable, pero también lo es en los
aspectos más íntimos y personales, y, desde luego, intelectuales. Sin embargo,
respecto a su madre, cuya filiación es de una refutación imposible (ahí adentro
estuvo, y testigos hubo de ello, y de ella el mundo le alumbró), nadie le podía
reconocer ningún similitud ni física ni sentimental ni siquiera emocional, pero
no cabía dudar de ello: carne de mi carne, sangre de mi sangre, has chupado de
mis fluidos, cerdito…
No se engañaba: sólo
los malos escritores son mejores escritores, aun siendo malos, que lectores.
Se estudiaba -sin
piedad se analizaba, hay que reconocerlo-: escribía galimatías de ese tenor,
aunque si prestabas la atención debida terminabas desentrañando el significado
de muchas de sus sentencias dejadas caer en la conversación como el que suelta
en el suelo los vacíos envoltorios de los caramelos.
El cáncer es una
especie de suicidio: uno lo incuba, lo desarrolla, lo alimenta, y una vez la
espada se halla bien afilada te atraviesas con ella el corazón…
Ve y atúrdete en la
algarabía de las festividades.
O escóndete en el
ficus.
Hubo un tiempo que te
esondías debajo de las faldas de Paula, entre sus piernas de seda bronceadas
bellamente, depiladas y perfumadas.
La fiesta más varonil,
la fragancia más anhelada: Coño pour homme.
¿Cómo se consigue
olvidar las heridas inmediatas a la Gran Guadaña?
Componendas y encajes
de bolillos entre lo ridículo y lo sublime. Paula ya lo consigue en presta
carrera al nirvana placentero, sin culpa, candorosa, La Gran Conciliadora:
capaz de combinar la lectura concienzuda de un poema de Barral o de Valente,
incluso de san Juan de la Cruz, con las glamurosas fotografías a toda página de
la revista Hola y el consultorio
médico de Pronto, pues, ¿sabes?, a
ver, yo estoy muy por encima de todo tipo de contradicciones, ¿me entiendes o
no me entiendes?
En su trabajo ella ya
ha vencido en todas las batallas que había que librar. Si echa la vista atrás,
no distingue enemigos, y mucho menos mujeres: a las progres llenas de
ambiciones (prejuicios, pretensiones), con el rostro sin maquillar, con el coño
al aire y la melena al viento, las
aplastó con un solo pisotón de una de sus bailarinas (de color rosa, además), y
las que las sucedieron imitaban demasiado a las otras para ser peligrosas. Se
las veía venir con la pólvora mojada. Así que llegó ella, ellas, las de su generación, apenas treintañeras en el año 2000,
lejos del símbolo y sus vistosas e inútiles revoluciones tan propias del siglo
pasado, y metieron la mano de lleno en las cosas y asuntos de los señores: los
castraron sin necesidad de tijeras. Y ahí estás, Paula, sonriente y guardando
las formas ante el superior, usted primero, señor presidente, usted primero (y
a punto de birlarle la cartera).
Ergo, he ahí las paulas del mundo… unidas, y ahogad en
bilis pura a todos los hombres constructores de futuro, a todos aquellos
intoxicados por todos los libros de bolsillo habidos y por haber que intentan
seducir a la Gran Ramera.
También él anda buscando
sentar las costuras en cuanto le sueltan de la correa…
Le dice, El profesor
Titular de Historia del Arte, mirándola a los ojos, a la futura gran artista
plástica que ha aceptado encantada la cena, la copa, la libertad hasta más allá
de la medianoche:
Lo que malogra a
muchos artistas y escritores es el ego, un trasto inútil capaz de confundir el
verdadero talento hasta hacerlo desaparecer. El culto al propio ego sólo es
permisible, y hasta aconsejable, en las inteligencias menores, son los dueños
de éstas los que necesitan un maquillaje para aparentar lo que no son.
Respecto a esta
jovenzuela engalanada de Zara y aún no habituada a la carta de 75 pavos y al
vino de Rioja de 40… ¡Bah!
Su fase nootrópica.
Me hinchaba de drogas
legales e inteligentes para, sabes, restaurar la memoria y mejorar mis
capacidades cognitivas, mi agudeza mental, sabes, al cabo de tres semanas sin
dejar de tragar esas píldoras (al cabo de mil años) ha aumentado un 125 por
cien, sabes, y leo 500 palabras por minuto y soy capaz de escribir esa misma
cantidad en diez. Sabes, permanezco en alerta beneficiosa 16 horas al día, como
una uricato en pleno Silicon Valley, sabes.
La de fenómenos de
mujer que ha conocido uno… Esta, que busca subir nota con sonrisa de
complicidad, rizaba el rizo: escribía sonetos en castellano sin puntuación y
sin conjunciones bajo el nombre de… ¡Thomas Rowley!
Le aconsejó que
eligiera: mal asunto andar entre poesis
y pictura.
La palabra tiene su
discurso; la emoción, otro, y el éxtasis que nos produce la belleza otro, y la
inteligencia y el intelecto también tienen otro, y la memoria tiene su
exclusivo lenguaje, y todos ellos se basan en las mismas palabras, en el mismo
orden… pero con distinta magia.
Le sirvieron un plato
de setas de cultivo y armó la de dios es padre: lo quería todo virgen y fresco,
el señor.
En realidad, fingía
delante de ella, casta ante todo, no dejarse engañar nunca, esa clase de
seducciones, humillar al camarero.
En realidad, fingía
delante de él, que se crea el rey del mambo este señor, pues esta hija de su
madre ya ha encandilado a dos docenas de pollas desde el tercer menstruo, muy
bien sabe ella lo que se lleva entre manos... y entre los labios.
Ella, (pensativa): Da el pego, Boceto, todavía lejos del rostro sin
apenas aristas, ni bolsón ni colgajoso, de facciones regulares, digamos,
nobles… Aunque, cuidado con ellos, los cuarentones, son complicados, también
exigentes, hay que darles tiempo y que se aburran por sí mismos… Los tipos
directores generales de algún tinglado son los más fáciles, al anochecer se
duermen como benditos en los brazos de una, blanduchos, algo sucios y
sudorosos, deformados por los pliegues de la incipiente gordura.
No confíes demasiado
en tu juventud, y dentro de muy poco, no confíes absolutamente nada en ella.
Te acechan todos los
peligros, y no han de protegerte de ellos la edad vigorosa, el seso despierto,
la impunidad de tu belleza.
Sida.
¿Y qué son esas
manchas?: 1993.
No toleró la pregunta,
le repugnaba la respuesta, que ya se evidenciaba sin necesidad de quebrar el
silencio.
La respuesta siempre
hiere al que contesta.
Emprendía la veloz
carrera por el parque del Turia, le daba la espalda el Brell inquisidor en ese
encuentro casual, huyendo de todo lo malo y no sólo de él y su indiscreción,
huyendo de la maldición, de la muerte que ya lo ensuciaba y deformaba, que le
subía como una sierpe hasta los ojos, y corría y corría entre los árboles
debajo de la ciudad, corría en una carrera que de nada huía, huyendo imposible
de su sombra, del VHS.
Vulnerant omnes, ultima necat.
A estas edades,
bribón, la noche ya no oculta ni al adúltero ni al conspirador: las fechorías a
plena luz del día (no las castigan).
Pero ¿todo esto es
así.
Si non è vero, è ben trovato.
¿Qué era?
Muy poco… Aunque pudo
salvarse, era inteligente después de todo.
Pero no lo bastante
para no sucumbir a su época: lejos de su familia sería insolvente, conspirador
y romántico… También era una buena persona, un sentimental valiente y riguroso,
así que el suicidio era una incógnita fácilmente despejable desde mucho antes
de su muerte.
Descubrió con horror
inconmensurable que… ¡él sería eterno! (y entonces despertó).
Todo lo contrario de
papá y mamá; uno, sabio y escéptico, pero de grandes decisiones; la otra,
valiente y no sin cálculo: él era medroso. A los doce años una discusión con su
madre lo invadió de ira y violencia. Esa noche, en su habitación, se propuso
escapar de casa. Vació la hucha, metió algo de ropa en una bolsa deportiva y se
sentó en la cama esperando el momento oportuno. Pasada la medianoche, con todas
las luces apagadas, se deslizó tanteando las paredes hasta la puerta de
entrada, la abrió con sigilo y la cerró silenciosamente tras él, no sin antes
guardarse la llave en el bolsillo del pantalón: uno nunca sabe… Afuera un golpe
de aire, tibio y extraño, le dio en pleno rostro causándole un gran
desconcierto: ¿adónde voy yo a estas horas? Dio la vuelta a una esquina, aún a
menos de un centenar de metros de casa. Caminó cada vez más lentamente por la
calle desierta, envuelto en una fragancia a piedra húmeda, a densidad vegetal.
De pronto, el ladrido de un perro invisible en la oscuridad le detuvo en seco.
Se quedó paralizado durante unos segundos, mirando a un lado y a otro de la
acera nocturna desolada bajo la luz naranja de las farolas, pero en seguida,
sin pensarlo dos veces, volvió sobre sus pasos y recorrió a zancadas lo andado
hasta acabar en su cama con la respiración entrecortada. ¡La noche estaba llena
de peligros! ¡Qué no será la vida!
Mis hermanos…
16 años, julio de
1976. ¿Le crecería una cresta en el cabeza?
Tarareaba God
Save The Queen.
Un tipejo adolescente
vestido por Vivienne Westwood.
Un tipejo que tan
pronto quería escribir (despierta, mierdecilla, que ya son las siete y media) y
que se lo cepillara la criada (que se lo cepillaba en sentido estricto) como
saltar por la ventana al vacío cogido de la mano de los Sex Pistols.
¡Muere antes de los
veinte años, cobarde!
Y todo esto
pergeñándose en la casita de chocolate de la abuelita. Verano, al son de la
cigarra.
Soñando despierto en
la noche de jazmín.
Nunca, nunca, como tus hermanos.
¿Quién va a comprarme
la puta guitarra de una vez? ¡Necesito la guitarra ya!
¿Qué tal una Fender?
¿Y por qué no un
piano, mierdecilla?
¿Un Bechstein, un
Steinway quizás?
¿Y por qué no empiezas
por el solfeo?
Soy un genio de
catorce años. No puedo perder el tiempo con zarandajas en papel pautado.
El mundo me está
esperando.
Contestón y
disparatado… ¡Este condenado crío parece salido de El Petit Grillon! ¡Qué de ideas extravagantes le dominan!
Venga, el telón ya se
repliega, encendidos los focos, el público aguarda…
El escenario es mío, folks.
¿Una Fender?
¿Modelo stratocaster?
Una Gibson LP no andaría a la zaga…
Aviso a navegantes…
Gramáticamente, nadie
olvide el contexto…
9,40, bien amanece el
día:
2 marzo 1974: garrote
vil a Salvador Puig Antich.
¿Qué hizo, padre, para
merecer ese escarnio de muerte?
Pregúntaselo a tus
hermanos. Andan por la cocina merendando pan con membrillo, aún los encontrarás
salpicados de sangre.
Así se escribe la
historia…
Machacando una Fender.
Siendo un revolucionario hijo de papá.
Qué tiempos. Qué
sabrás tú de sacar copias a carbón sobre papel cebolla: jodías una palabra al
teclear y jodías el folio por triplicado. ¡Menuda época de mierda para el
cronista!
Bueno, estaba el tipex
milagroso.
¿El tipex?
Qué tiempos aquellos
del tipex cuando un borrón blanco parecía ser toda la solución.
Así se escribe la
historia:
Aquí hay un error… A
ver, alcánzame el tipex… O no, lo dejaremos así, no voy a cambiar el jodido galgo por una simple fecha o un maldito
nombre. ¿Quién se va a enterar?
¿No se ha dicho que la
historia es el folletín de las personas serias? Borra con el maldito tipex esas
muertes…
Somos mucho más
cínicos ahora, padre, porque ni siquiera pretendemos serlo.
Salía bien librado de
todos los lances y chinchorrerías merced al buen uso que hacía de sus cartas de
marear.
Superviviente nato, le
había calificado su progenitor. Pero no eran tanto sus habilidades de estratega
y sobreviviente lo que le mantenía indemne como las confusiones y flaquezas de
una época frívola y superficial que emergía de los fastos de los 90.
¿Qué podemos hacer?
(Ya en el futuro.)
Las horas…
Hechizado por la
rutina, a veces escabrosa, sin duda, y sus costumbres, reprobables la mayoría,
dejaba pasar los días gozando de los placeres del cuerpo e inconsciente de sus
traiciones ocultas.
A tu padre los años le
habían resignado a casi todo menos al dolor, que le parecía una absoluta
cobardía soportar, un auténtico despropósito clínico a las puertas del año
2000, y la llegada de la muerte, cuya inmensidad abismal, perpetua, no lograba
entender, una estafa biológica que para mayor dislate afectaba por igual a los
indigentes apostados a la puerta del supermercado, a él mismo, ilustre
catedrático, imprescindible en el mundo, al emperador de la China y al bebé
cagón.
Divagaba, pero él se
consentía mejorándose: Pienso, se decía.
Pensamientos
indescifrables como letra de médico. Se entretenía con la copa en la mano y la
sonrisa en la boca: Pero cura ese jeroglífico a vuela pluma, esa receta
endiablada de química.
Ocios muy
aprovechables; trabajos, los menos.
Los bálsamos se
compran, y hay dinero para ello.
Ya se dijo (todo
parece haberse dicho antes):
Sobre mi conciencia,
todo; sobre mis espaldas, nada.
Y se planta frente el
ordenador, y consulta el correo electrónico (Brelleljoven@hotmail.es), y luego
cuenta las nuevas visitas desde la noche anterior a su blog, intitulado Paul Klee, work in progress (7, España;
6, Alemania; 5, Suiza; 3, Estados Unidos; 2, Francia; 1, Malasia), y luego
fisgonea en el correo de su santa (PaulaColoma@hotmail.com): le birló,
por fin, la contraseña en un despiste de ella, husmea un rato y luego acaba en
una página de porno artístico, (www.coñosdelmundouníos.com),
donde se exhiben los 198 coños sin depilar de 198 muchachas, mayores de edad,
por supuesto, oriundas de los 198 países que se integran en la ONU; se incluyen
como apéndice 7 coños exóticos extras pertenecientes a regiones aspirantes a
constituirse en países independientes en un futuro más o menos próximo (Región
de Quebec, Escocia, Cataluña, Flandes, País Vasco, Córcega…)
Nota bene. Todas las posturas de las jóvenes de
los cinco continentes remiten hasta en sus más nimios pero llamativos detalles
a El origen del mundo, de Courbert.
Lo que conmueve del
ser humano es que siendo protagonista de una tragedia absoluta, destinado a la
fatalidad ineluctable (nace y todo va ya cuesta abajo), y siendo consciente de
ello, desafía su condición perecedera tratando de ser un eterno feliz por todos
los medio a su alcance, bien sean materiales o espirituales.
-¿Filósofo, padre? Tú
eres un grano socrático en el culo, un disputador terco.
-¿Eso lo has adivinado
tú solito?
-Lo he leído en el Fedón.
-Sócrates, en el
fondo, sólo quería convencerse a sí mismo. Los demás le importaban un ardite.
-Y por eso se deja
morir… Aprender no es más que recordar.
-Puedes resumirlo de
ese modo.
(Rezaban a dioses en
los que no creían; y todavía algo más desconcertante, sin esperar milagros.)
Yo no temo a Dios y
sus castigos, ya que soy un agnóstico total. Yo temo a los creen en Dios y sus
castigos. Huyo de ellos, de sus látigos y sus espadas como de la peste más
tenaz y mortífera.
Creo que desde el
principio de los tiempos no ha habido jamás un solo ser humano que haya
comprendido el mundo y lo que se espera de nosotros. Incluso al final, dentro
de cientos o miles de años, cuando hayan reducido todas sus leyes y su sentido
a una mera ecuación u algoritmo, seguirán sin comprender nada de nada.
Vivimos bajo el
mandato.
La consigna.
El signo de la
incertidumbre absoluta.
Y está la muerte…
Tan indescifrable como
el archivo wow del SETI, que igual
puede ser la Gran Respuesta como la Gran Cagada.
Hicimos lo que pudimos
procediendo de las bestias.
También los humanos
componemos un fantástico reino animal: en él hallamos hombres y mujeres con la
fiereza cazadora y carnívora del león, con el rapaz y vertiginoso interés del
zorro, con la toxicidad y sigilo de la víbora, con la mansedumbre e indefensión
de la oveja, tipos que andan a cuatro patas, tipas que con sus contoneos
incendian de color el culo de los machos…
¿Y qué cuentas? No nos
vengas con supercherías.
¿Todo esto es verdad a
pesar del inevitable aburrimiento que suscita? No me digas lo que tú crees;
dime lo que sabes.
Echaremos mano del factchecking, seguro que ni siquiera tu
nombre es correcto…
¿Censuras a estas
calendas?
Amigo, guardamos las
formas.
Todo tiene que ser
políticamente correcto.
A fin de cuentas,
¿todo tiene que ser verificable?
Y bien empapeladito.
¿Hasta ornado de lazo
vistoso?
Tal cosa obviaremos, a
la rústica.
A su padre le causaba
verdadero asombro este niño, este adolescente que le daba a la polla pero
también, al unísono, a monsieur Stendhal. Lo observaba, a veces, maravillado:
Es tu actitud, esa
retaguardia llena de venenos, más que tus acciones, lo que favorece tus
expectativas. Cabrón de espécimen, que curiosa mezcla explosiva… Pareces
demasiado listo para hacer algo aprovechable y, sin embargo… me temo que
siempre te saldrás con la tuya. Ignacio, hijo, tú eres un superviviente nato,
las babas del dios saliendo por sus comisuras.
Padre, mi Papa negro,
que bebe de ellas.
¿Una película japonesa
sin subtítulos?, preguntó su padre al primogénito José David sin ocultar su
extrañeza.
Son los tiempos,
padre, diría el otro sacrificado, Carlos.
La madre y el Benjamín
sonreían en la distancia.
¡Pero qué demonios…!
Y la vieron los dos
santos laicos hasta el último fotograma.
Por entonces, 1973…
Qué, ¿qué tal?
Bellamente plástica…
Y así…
1972, 19073, 1974: Era
un joven contestatario, dijo con los bolsillos de la trenca repletos de
cuadernos Anagrama que se deshojaban con sólo mirarlos.
2008: ¿Contestatario?
¿Qué diablos significa eso?, preguntó sin dejar de echar un vistazo a la
pantalla del móvil.
1973: Ir de
exposiciones, comprar libros (y leerlos), ver películas lejos de los efectos
especiales, teatro alternativo…
Canta, gallo acorralado
(Valencia-Cinema – Sábado, 10’30).
2008: Yo me entretengo
con Los Soprano, The Wire…
Ya en la indiferencia,
que los problemas sociales los resuelva la Rerum
Novarum dijo (aún no repuesto del kikirikí del gallo de O’Casey).
¿Ni siquiera con David
Foster Wallace?
(A punto de la soga -a
la mierda, mundo-: 2008…)
Los Soprano dio el cierre…
The Wire ha llega a su fin…¡oh!
Efectivamente… ¡El
mundo se ha acabado!
De acuerdo, ahora lo
entiendo. Se conoce que por entonces sería mucho más fácil conseguir tu primer
empleo sin necesidad de vivir con tus viejos en estos tiempos actuales hasta
los treinta y cinco o cuarenta años de edad.
¡Qué desesperación!
¡Qué gran tristeza que a los treinta te tengan que lavar la ropa, alimentarte,
pagar la factura del móvil, la de Internet, la gasolina y los impuestos del
coche, no poder afrontar una hipoteca, que tengan que sufragar tus gastos,
apoquinar con los de tus vicios, la maría,
el condón…!
Arrellanado en medio
del sofá, con papá en un extremo y mamá en el otro cabeceando de sueño, frente
a la pantalla gigante de plasma…
No te tortures, te
susurra (al oído izquierdo) el bueno de Sigmund, haces lo que puedes que es más
o menos lo que sabes.
No te programes. Es
inútil.
Además, en tu vida
eres el perfecto viajero, que es aquel, según se dice, que no sabe adónde va,
lo que hace que disfrute de todo lo que le sale al encuentro sin esperarlo y, a
veces, venga en forma de padres ya viejos, dicha o desgracia, sin merecerlo.
Anduve y anduve…
Tan irreal e infinito
como el tal Chiriboga, mil veces descrito y biografiado. Escondido tras la
máscara de lo tangible, él, una mentira, en manos de quien quiera que dibuje su
destino.
¡Brell, Dios está
mirando!
(Tu Colegio: donde quiera que estés
compórtate como alumno digno de él.)
No escaparás al ojo
del triángulo maldito.
Yo derroto a mis
demonios y enemigos hablándoles en latín. Es algo sabido. (En un aparte): Algo agustino hay en mí. Gracias padre Flecha,
gracias padre Mateo, gracias padre Javier, gracias padre Marcelino, gracias
padre Román.
Un amarillo simpson,
un azul pitufo, un rojo autobús londinense, un verde semáforo, un gris cielo
parisino…
¿Qué estamos leyendo?
Rimbaud, por ejemplo.
Esa mosca cojonera de
la literatura bohemia.
La palabra no basta
para expresar el horror o la belleza: se requiere el acto, tu propia vida, tus
andares, idas y venidas, ese es el único lenguaje posible. Rimbaud es más poeta
con sus acciones, al menos superior al que él pretendía ser, desastrando su
vida a través del desorden de la ignominia, la perversidad y la abyección, que
a través de sus poemas de juventud, memorables fuegos de artificio verbales.
Y como acababa de leer
algún libro de Baroja (en realidad, tratándose de Baroja tendría que haber
escrito: …alguna cosa de Baroja –mucho más barojiana esta
expresión-), principió su magna novela de la siguiente manera: Frisaba nuestro
héroe los 25 años de edad; era alto, esbelto y de enérgicos aunque elegantes
ademanes; aguerrían sus nobles facciones unos ardientes ojos negros y una boca
de perfecto dibujo que sombreaba un
espeso bigote a la borgoñona… (Andanzas,
amores y aventuras de un vizconde español,
toma primera, escena 1.)
Y vosotras, marchad de
aquí a donde os plazca, aguas claras, perdición del vino; emigrad junto a los
serios: aquí hay tioniano pura: esa admonición de Catulo, treinta años más
tarde, o sea, hoy mismo, le llenaba de satisfacción y gran regocijo interior.
Tú ¿dónde aprendiste a escribir?
En los cuadernos Rubio.
Pero eso es caligrafía…
En efecto: la forma condiciona el contenido.
(¿Aún estamos en esas?)
Él, a los diez años
estaba rodeado de bubblegums que
acariciaban sus tiernos oídos: Sugar,
sugar, Wight is Wight, Raindrops
Keep Fallin’on My Head, El baúl de
los recuerdos… Pero a los quince se esforzaba por parecer tan atrabiliario,
áspero y seco, solitario y escurridizo como un Baroja… ¡sin boina! Pero la
guitarra, ¡ah, la Fender!
Me miraba la
adolescente como un turista investigando un plano de la ciudad. ¿Estará vacío
por dentro?
La luz del crepúsculo,
sólida, se diría que hasta pegajosa, le recordó de forma inopinada (los
recuerdos siempre actuaban en él como por asalto) una tarde que se desplazó a
El Saler con su padre acompañados del pintor de acuarelas y el guionista.
Recordaba
especialmente la vuelta a casa, febril y abatido por un profundo desánimo.
No habían llegado
hasta allí, a las dunas frente al mar, para bañarse, a pesar de que era verano.
O más bien finales del verano. El paisaje parecía un poco decadente a esas
alturas, como concluso, agotado de bañistas y sin rastro del bullicio matinal,
casi solitario ya en el atardecer tibio y silencioso. Ahora todo comparecía
ante sus ojos en calma bajo una luz que se atenuaba por momentos. Jamás había
visto a su padre en bañador, ni siquiera lo había sorprendido nunca en
calzoncillos andando en la intimidad doméstica del hogar, había pensado horas
antes no sin sentir sorpresa por aquella revelación tardía que se hacía a sí
mismo. Regresaban a la ciudad en el coche del pintor de acuarelas, un seat 127
de dos puertas con el que les había recogido a primeras horas de la tarde.
Entonces ya advirtió la notoria perplejidad de su padre, y ahora volvía a
observarlo incómodo, humillado por un automóvil propio de estudiantes y
domingueros, a pesar de que tomó asiento junto al conductor. El guionista y él,
cansado, desgreñado y aún dolorido por la paternal pedrada, se sentaron atrás.
Dime, ¿qué quieres ser
de mayor, gángster o caballero de la Tabla Redonda?, le preguntaba el guionista
con los ojos muy abiertos y una sonrisa dental amarillenta y algo maquiavélica.
Él iba a responder que
astronauta, pero lo pensó mejor y permaneció en silencio: Ya soy muy mayor para
esta clase de chorradas.
¿Qué hacía su padre
tirándole piedras a la orilla del mar?
Un rato antes se había
distanciado del trío de hombres que hablaban entre sí algo misteriosos dando
pasitos cortos al borde del mar, y ahora andaba fantaseando con los pies
descalzos, jugueteaba con las olas. La playa estaba prácticamente desierta al
final de la tarde, y la agónica luz del sol, a sus espaldas, adensaba de
matices mágicos el dorado brillo de la arena y se posaba plácidamente sobre la
inasible textura verdiazul del agua.
Se creía solo en el
universo, acunado por el rumor de las olas, embriagado por la brisa marina y su
aroma de salitre. Dentro de su pensamiento sólo cabía él, no había sitio para
nadie más, al menos de momento. Si pudiera volar, se dijo, dejando que la línea
espumosa de una ola le alcanzara hasta los tobillos…, si pudiera andar sobre
las aguas, imaginó con la vista puesta en el nítido horizonte de cielo y agua,
fascinante confín tras el que se podía llegar hasta la misma Estambul, y el
Oriente, si…
Era como estar en una
burbuja de paz, conciencia e infinitud.
Entonces el súbito
silbido de una piedra o guijarro pasando a escasos centímetros de su oreja
derecha, que acabó hundiéndose poco más allá en el mar, le hizo volverse
sobresaltado: a lo lejos pudo divisar a su padre que alzaba un brazo y lo movía
a modo de saludo. Papá, que vigila mis pasos y llama dulcemente mi atención.
Levantó el brazo derecho y lo agitó asimismo en dirección a la distante figura
de su omnisciente protector. Giró sobre sus pasos y prosiguió el caprichoso
deambular por la playa. Si pudiera planear sobre la tierra como esa blanca
gaviota, surcar las profundidades marinas como el pez plateado hasta arribar a
las islas griegas…
Esta vez el guijarro
le dio en el hombro izquierdo, no muy
fuerte, pero notó de sobra el golpe. ¿Se ha vuelto loco el bondadoso patriarca?
¿Pretende lapidarme?
Se volvió de nuevo al
lanzador en la lejanía, y antes de que sus ojos pudieran definir la silueta
paterna otro guijarro le dio de lleno en el pecho. Sintió primero perplejidad,
y luego dolor. Se dejó caer en la arena y prorrumpió en un llanto contenido,
vergonzoso. Un minuto después llegaba su padre a su lado.
Venga, venga, deja de
lloriquear, farsante de cojones, le conminaba con la voz aún entrecortada por
la carrera, sólo estaba jugando. Ni que te hubiera disparado un balazo en la
cabeza. Levántate de una vez. No es para tanto, caramba.
Y chitón, no le diga
nada a mamá…
(¡Hijo de mis
entrañas…!)
…ni una palabra,
¿entiendes? Va a pensar que estamos locos los dos. Sobre todo tú, moribundo de
pacotilla.
Ahora bien, ¿por qué
habíamos ido aquella tarde crepuscular de verano a la playa tamaños
personajes?, se preguntaba. Ninguno de los tres hombres fue allí a hacer algo
especial o que justificara a sus ojos niños la peregrina excursión (si uno va a
la playa en verano es para bañarse): el acuarelista no pintó nada ni fue
posible verle un solo momento trabajando en su block de apuntes; el guionista
no tuvo ni una sola vez la pluma en la mano, pero sí una pregunta estúpida en
los labios (¿qué quieres ser de mayor?), y el catedrático de historia del arte
se dedicaba a lanzarle piedras a su hijo menor y más amado. En cuanto a él, bueno, por entonces era un niño
obediente que acataba las fiestas de guardar y de la mano de su padre se dejaba
llevar hasta el fin del mundo. A Estambul, por ejemplo…
De pequeño…
De pequeño jugaba a
las canicas, pero era un mal jugador, como en casi todos los juegos de
competición (que a esa edad, los once años, ya parecían ser todos) salvo en el
futbolín: ahí era poco menos que invencible jugando partidas individuales,
puesto que en las de pareja siempre le tocaba algún patoso al que, desesperado
de su torpeza, relegaba a la defensa, jugando él con las barras de la media y
la delantera en un intento de que en el transcurso de la partida la bola no
traspasase el centro del juego o, cuando menos, de que alcanzara la propia meta
el menor número de veces. Las canicas, el gua, se le resistía. Especialmente
recuerda una pareja de canicas de color azul piedra que le tenía hechizado.
Nunca encontró donde adquirirlas, a pesar de que en los quioscos y paraetas de aquella época había un
muestrario casi infinito de combinaciones cromáticas y unas mezclas de
coloraciones inauditas, muchas de ellas muy semejantes a las que poseían las
que él ansiaba. Las canicas que le hacían perder el sueño eran propiedad de un
amigo de la calle, un tal Porto (por entonces dividía a los amigos en dos
clases; los del barrio, sus preferidos, naturalmente, y los del colegio,
atildados individuos que no lograban quitarse la pálida máscara de alumno
agustino ni las tardes pecadoras de los sábados). Mucho mejor jugador que él,
nunca pudo ganárselas a su contrincante Porto que, una tarde memorable (no para
él, que fue el perdedor), tras varias partidas, conquistó prácticamente toda su
reserva de canicas, cerca de medio centenar. Aquel tiempo, las canicas, el
futbolín, sus lances inofensivos, pasaron, se dispersaron como el humo de un
incendio inocente. Los juegos de niño quedaron olvidados. En cierta ocasión,
cuando perversos y jóvenes prodigios, fue invitado a una fiesta universitaria.
Conoció a Paula, futura alumna suya, cuando todavía no era Paula. La tonalidad
de su mirada, proyectada desde el rostro de una suave palidez, enmarcado por la
cabellera morena y lisa, era exactamente igual que el azul intenso de las
canicas soñadas. Debería arrancarle los ojos, pensó cuando sus miradas se
cruzaron.
Otro juguete roto.
También él mismo,
juguete roto.
Como esos tipos que
como individuos, a solas en su casa, sin saber donde poner los ojos (salvo en
la pantalla del televisor) ni las manos (sobre las posaderas de su mujer, sobre
su misma polla), no tienen en qué acrisolar el sentido de su existencia de
adulto, ningún objetivo, ninguna aspiración noble o sacrificada, sólo les
justifica su vida social, ese enrevesamiento trivial de comidas, charlas
anodinas y viajes innecesarios.
¡Ah, pero a él le
justifica el Klee!
¡Manos a la obra!
¿Estás hambriento?
No, en absoluto. Acabo
de salir, como diría el bueno de Orwell, de una de mis orgías de pan y
margarina.
Ese solitario
desdichado, abatido por la pesadumbre y la monotonía y tristeza de sus días…
Amigo, en lugar de
lamentar su soledad póngase a celebrarla.
Viejo Brell, los lunes
estreno.
Miércoles: día del
espectador. Que les den: una docena de viejos aburridos apurando el día con
películas fáciles o raras…
Y en unos pocos años
más esos viejos de la residencia sentados mano sobre mano con la mirada vacía,
sin hacer nada, esperando la nada, vigilados
por el aparato de televisión: quietos ahí, sin moverse, moribundos, no os quito
ojo de encima.
Viejos sentados en los
bancos de la estación del Norte viendo venir y marcharse gente, trenes a los
que nunca subirán.
Diablo, llévame a tus
calderas mucho antes de eso, de la angustia del amanecer, de la baba y el
meado, de la quietud al sol, de la mirada perdida sobre los otros, de los
cuidados humillantes de la mano mercenaria, de la ruidosa sopa siempre medio
caliente…
Lea. Sea libre. Y que
no le importunen. Queme el televisor.
Entendámonos, vayamos
un poco más lejos… Un poquito de seriedad, deja de manosear ya a don Quijote:
¿tú has leído Los Trabajos de Persiles y
Segismunda?
¿Qué me dices de la
lira estoica quevediana…?
Nadie llore mi ruina, ni mi estrago,
pues será a mi ceniza cuando muera,
epitafio Aníbal, urna Cartago.
Prosiga con otro de
los ejemplos, Brell, pero deshágase del énfasis en el recitado…
Señor te llamas; yo te considero,
cuando el hombre interior, que vives, miro,
esclavo de las ansias y el suspiro,
y de tus propias culpas prisionero.
Ayer se fue, mañana no
ha llegado, hoy se está yendo.
21 de julio: Dios bajo
a la tierra en forma de El Cristo.
¿Qué quieres que te
regalemos?
La inmortalidad.
No es posible.
El futuro, pues.
Ya es tuyo… ¡pero ya
es pasado!
Entonces…
Entonces mira a tus
espaldas: todos tus enemigos han muerto.
Pues enseñémosles
nuestras traseras partes (que diría, como ya hemos señalado varias veces
páginas atrás, el bueno, grande, genial, amargado y desahuciado Cervantes).
De pequeño eras
bruxómano (y de mayor roncabas como un cerdo ibérico), y a pesar de tus dientes
de leche, despertabas a todo el mundo con tu siniestro rechinar.
¿Qué no era yo
entonces?
Un niño lo es todo
hasta que empieza a morderse a sí mismo.
Malvado eras, a
despecho de los muchos rasgos de candidez con que disfrazabas tus auténticos
propósitos.
¿No podría ser él
incluso inconsciente de la maldad de ellos?
En absoluto, era un
niño pero premeditaba sus acciones en todo momento.
Tenía un ojo morado.
¿Qué pasó, chico?
Me golpeé con una
puerta.
Tómate un filete hamburger heaven, y calma, mucha calma.
Todo brota de él como
la perla de un dolor, de una herida, de una anomalía.
¿Vas a hablarme de tu
madre, Sigmund?
Mejor leer a Goethe,
aquel ladrón de cráneos.
Y ahora, como a
traición, sin venir a cuento, cuarentón:
Mire, usted, yo no
suelo frecuentar la gran pantalla desde el año 5 del nuevo milenio. Demasiado
ruido, demasiadas palomitas, demasiados adolescentes… Demasiado de todo menos
de cine.
Entre otras grandes
invenciones al alcance de la mano, ¿quién no tiene hoy en su santo hogar (Dios proteja esta casa –y en el felpudo:
Benvinguts-) un proyector y un par de
miles de deuvedés? De niño: pirata con parche en un ojo (morado).
Él, bendito Brell,
cuarentón… Él no tenía alumnas, tenía groupies.
(Su padre tenía
amantes.)
Brell, intelectual en
crisis al modo bergmaniano, es decir, pasado de moda (pero le funciona de
maravilla en las artes del amor, en la cátedra, en la tibia desgana del
vivir…).
Por entonces, en la
Prehistoria de la Democracia, Década de la Peste de los Setenta, Los Ausentes
compraban por decenas los libros de Ediciones de Bolsillo y muchos más los de
Alianza con el malévolo atractivo de sus portadas: no había un título de género
que no les sedujera implacablemente; también el catálogo de Barral, ornado con
las dos orcas de Arión, lo agotaban como si de una colección de cromos se
tratase. Hasta alguno comprarían repetido.
Te lo cambio por un
Marcuse.
Venga ese Pavese.
Dos Galdós por un
Beckett.
¿Y ese Gramsci?
Si sueltas el de Eco.
Jodido tipo, tiene una
buena reserva para el canje: Althusser, From, Merleau-Ponty, Derrida… ¡Su puta
madre!
Este va a completar la
colección en un santiamén.
Tus hermanos, su
rancia arqueología…
Una parabellum (o,
mejor, un libro) en lugar de una flor. Nada tuvieron de hippies aquellos dos, y tampoco de pistoleros, que lo único que
visualizaron del rock a través de la
televisión, y ahí se quedaron, fueron los contoneos y convulsiones de Elvis
Presley (quizás llegaran a la guitarra destrozada de Hendrix) y los bailecillos
discretos en blanco y negro de algún grupo nacional con el pelo a flequillo.
Hablarles a ellos de Grateful Dead, Jefferson Airplane, Zapa o Soft Machine es
como hablarte a ti de Plejanov, Bulgarin, Engels, Benjamin o los tomazos de
apretada letrería de la Estética de
Luckas. Aunque, quien sabe, tal vez a todos vosotros os unía, al cabo, el deseo
perfectamente serio de presentar como único dios verdadero al cerdo Pegasus.
Y sólo una muerte, la
de Jim Morrison, bastó para matar a la mitad del ejército que iba a cambiar las cosas de una manera u otra; la otra mitad, en
sorprendente silencio, murió de inanición o se borró a sí misma escondida tras
la corbata tratando de conseguir un buen empleo bursátil, convertirse en
funcionario, contraer nupcias, firmar ventajosamente una hipoteca, comprarse un
coche nuevo y dedicarse a la reproducción.
Ergo…
¿Quién soy yo?
¿Quién eres?
Eres ese tipo al que
nunca parece sucederle nada porque ni lo bueno ni lo malo se han fijado en ti.
Y cómo pasan los
días…, se deslizan con ruido pero a lo tapado, embozados en las hojas del calendario,
y quedan atrás, te desnudan, te despojan hasta dejarte en cueros vivos, vacío
de ilusiones y lleno de picardías, se agosta el cuerpo, se envicia el seso, la
piel enferma de manchas, se amustian sin honor las ambiciones más nobles que se
ven suplantadas por los deseos más sórdidos, la perversión secreta y el
conformismo material.
Qué otra cosa, pues…
¿Escribir?
¡Quia!
Escribir sería como
coser la propia mortaja: en silencio, solo, cavilando la inutilidad de todo,
buceando en la sopa de los sesos, desconfiando hasta del mismo, fútil lenguaje,
y para nadie, porque nadie y nada es el destino.
Aparta de ti ese
cáliz…, ese látigo.
(Recuérdalo tú y
recuérdaselo a los otros: la vida no es copiable.)
Su padre bondadoso,
precavido y sabio: Noble docencia, cobíjale bajo tus alas, asegúrale el pan y
el vino.
En lo que se refiere a
la literatura, el patriarca prodigaba la sonrisa y el comentario irónicos, pero
nunca incurría en el desprecio. Sólo le repugnaba la falsedad, la prosa
convencional, lo literario avieso y el
plagio encubierto:
Plagia a cara
descubierta, cobarde. Con todas las de la ley.
Sin embargo, ni
siquiera esta última circunstancia le hacía perder la compostura puesto que
tampoco ningún libro le hacía perder el tiempo al cabo de unos pocos minutos de
lectura.
Respecto a los tres
cerditos…
Respecto a la Era del
Hierro…
Hélos ahí, uno con Rayuela en el bolsillo de la trenca, el
otro luchando con Paradiso o El siglo de las luces, y el benjamín
subiendo y bajando de los tranvías de la mano de don Pío Baroja.
¿Y papá?
Tenía gustos
literarios dudosos, y hasta de inclinaciones bastardas.
(La única razón de que
el señor John P. Marquand -representado por la plácida y llevadera H. M. Pulham, Esquire, una edición del
51 de la mexicana Hermes- asomase el pico en la biblioteca paterna era que el
novelista y padre literato de Mr. Moto fue el varón que una noche en un
hotelito de París desvirgó a la exquisita Jackie Bouvier (¿Ya está? ¿Esto es
todo?, parece ser que preguntó al final de la cópula la futura mujer de John
Fitgerald Kennedy), Jackie, uno de los mitos eróticos, junto con la Garbo, de
su padre: Ese cabrón de Marquand… se la tiró, solía repetir divertido Brell el
Viejo. Y era un pobre novelista esmirriado no sin cierta mala uva, un
eyaculador precoz.)
¿Escribir?
Terminarás lo que tu
padre empezó.
Tiembla Paul Klee ,
inventaré un Klee y una obra (pobre Klee).
Lejos de la furia del
viento, a salvo del frío de la nieve y a cobijo de la lluvia encarnizada,
ganado el sustento, el techo y los caprichos, ganado el tiempo de todos los
ocios, satisfechas todas las hambres, ah la cátedra, ah el pizarrón:
Escribir, sí,
entonces, sí…
Klee:
Nulla dies sine linea.
¿Quién soy yo?
Un baby-boomer auténtico, de pura cepa, que
lo único que me une a mis dos hermanos es la cópula de papá y mamá.
¿Estaban locos mis
hermanos, Gran Padre?
Era un comunismo
inofensivo, lejos del cóctel Molotov y el cobarde tiro nacionalista en la nuca,
una rebelión de ciclostil armada de libros de bolsillo mal encuadernados que
pronto acababan con sus hojas dispersas en el suelo a merced del viento.
Yo tenía que haberles
cortado la cabeza de chorlito a esos dos y pasearlos un par de horas cada día
en mancuerna, y tú, pequeña sanguijuela silenciosa y letal, tenías que haber
presenciado el cotidiano espectáculo como ejemplo y espejo para avisados.
Pero, padre, tú
siempre defendiste todo aquello por lo que ambos luchaban.
Sin duda… Pero sólo
desde lo ideal, que es lo que hay que hacer, al igual que todos esos filósofos
de la palabra y lo inútil de su intercambio revolucionan el pensamiento de las
masas sentados cómodamente en los chester
de su salón y protegidos de por vida por sus oficios de funcionarios y
enseñantes sin que la pobreza, la mierda o la sangre lleguen a salpicarles
nunca.
Dos décadas después:
los escaños de las Cortes apestan a hediondas posaderas, ahí los tienes con sus
credenciales de vagos diputados, padres de la patria, libres ya de toda penuria
del porvenir, recién comidos y bebidos, haciendo sus digestiones de a la carta y vino aparte con las manos
entrelazadas sobre el regazo, somnolientos y agradecidos por los dones que la
vida les prodiga gracias a sus talentos menores de intrigantes o de vástagos de
afortunadas alcurnia y cuna, luciendo vistosas corbatas y aplaudiendo como
bestias satisfechas y ahítas, riendo las gracias de su portavoz de filas que
perora desde la tribuna.
(Pero muchos cánceres
secretos anidan en esos cuerpos ignorantes de lo que se cuece en su interior:
moriréis, cerdos.)
Sólo los idealistas
recalcitrantes pagan un alto precio por nada, paradójicamente, tan lejos ellos
de lo material, del precio de la moneda y no de la gracia de lo abstracto…
En fin (cuando una
persona dice en fin…), capitula el viejo Brell…: Esos dos tenían que haber
estado en una guardería siete años, como los tiburones.
Después de una hora de
charla con aquellos dos salía uno esterilizado, con el cerebro en una asepsia
total.
En el 72 los
observabas atónito.
Pero años antes habían
empezado a aparecer por todos los rincones las cubiertas plateadas de los
cuadernos ínfimos de Tusquets, con sorprendentes descubrimientos que uno
llegaba a pensar que serían para toda la vida, y los asimismo llamados
Cuadernos Anagrama, un revoltijo que pronto acabaría aglutinando en intrigante
desorden nombres como Chomsky, Althusser, Foucault, Enzensberger, Habermas y
Lévi-Strauss, nómina ratonil e inclemente que no daba respiro y que se
alargaría hasta finales los primeros ochenta, cuando la estética, a la que no
tardó en seguir la frivolidad, la picardía y el culto al dinero se impuso por
fin a la ética y al idealismo y se acabaron los librillos progres y los loores
al proletariado.
¿Estaban locos tus
hermanos?
¿Billar inglés? ¿A
tres bandas?
Americano.
Buen golpe, a la
tronera.
9 veces al hoyo,
¡cabrón yanqui imperialista!
En el 78 los
observabas todavía más atónito. Qué tipos. Y, en efecto, les daban de comer
aparte.
Ya no eran los tiempos
del plumier, ni de los lápices de colores Alpino y la olorosa goma a nata
Milán: dominaba el bic naranja de punta fina, los rotuladores, los carpesanos,
las calculadoras de bolsillo Texas Instrument y hasta alguna Casio científica…
El viejo Brell salvaba
pocos volúmenes devenidos herencia indeseable de ese rimero interminable, o
cuando menos, inútil: Desprecio esos librillos de tus hermanos, pero no así los
tuyos que andas comprando a estas alturas, sibarita del demonio. Los de
aquéllos dos sólo han terminado siendo un montón de papel paupérrimo impresos
con una tipografía desastrada y encolados de mala manera. Los tuyos, al menos, no
acaban desbarajados.
Cada tiempo, sus
protocolos.
Será usted caballero
alférez, supongo.
Supone mal.
Soldado licenciado,
entonces.
Ninguno de los dos
rangos, señor. Tengo la vista de la serpiente: Inútil total, exclamó un tipo con galones de teniente coronel que,
al mismo tiempo que le entregaba la cartilla militar con el sello de exluido estampado en la segunda página,
rellenaba una quiniela con un bolígrafo mordido por el extremo romo.
Uno. Equis. Dos.
Real Madrid, 0;
Valencia, 2.
(¡Ah, la afición!)
La bandera patria ya
fue jurada y besada por los infelices de mis dos hermanos: durante el servicio
militar por libre elección de uno; en las milicias universitarias, el otro.
A mí déjenme en paz,
bien lejos de las armas.
Colores de sangre y oro adornan nuestra bandera, no hay oro
para comprarla ni sangre para vencerla.
Existen cosas que sólo
se muestran mediante el lenguaje, pues son imposibles de hallar en la realidad.
Luego el lenguaje es
la mejor ficción.
En casos señalados,
así es.
Che, Borges, ¿y usted
qué hace?
De vez en cuando
escribo alguna paginita.
Mire, usted, señor, yo
soy un poeta como Homero, Espronceda y el vate de san Millán… Al mismo menester
que ellos dedico mis días.
¿Qué quieres?
Pasear en la sillita
de la reina, papá y mamá, mis siervos bienhadados.
Este tipo excepcional
atrapado en un mundo vulgar, sometido a circunstancias triviales y corrientes…
Camarero, más de lo
mismo.
¿Qué es lo mismo,
amigo?
Cada tiempo, su
desdicha.
¿Cómo la conquistaste?
1984: le regalé una
Mochila Nylon, de Prada, para los laborables, y un Birkin para los domingos y
fiestas de guardar.
(1989: Cásate conmigo,
Paula, querida, pero no me hagas comer berenjenas: sólo permite que fornique
contigo.)
No me quiso nunca mi
mujer.
Qué me dice…
Sólo llené un hueco en
su vida…
(Caramba, qué
expresión tan acertada.)
Año 2000.
Alguien le
querrá… Estamos en el nuevo siglo,
pruebe con un First de Balenciaga, o un Louis Vuitton..
¿Quererme? No sé… Mi
padre y yo somos buenos amigos: él piensa cómo solucionar mis problemas y yo cómo
librarle a él de los suyos. Pero luego nos quedamos sentados mano sobre mano
sin movernos un ápice de la silla. Finalmente, ambos nos damos perfecta cuenta
que ninguno de los dos tenemos algo parecido a un problema: al menos no
diferente ni más grave de los que padecen todos los días como si tal cosa toda
clase de gente. Las contrariedades de la vida que pueden afectarnos son tan
comunes e inofensivas como las que sobrellevan los niños con la merienda en la
mano: quiero aquello, pero tengo esto, hace sol, debería llover, el mundo me
odia, etcétera, etcétera.
Ya eres espectador,
viejo Brell, padre del otro espectador joven Brell: no se inmuta por nada. La
última vez que tuvo de veras, sin cortapisas, una secreción suprarrenal de
cuidado fue cuando la excelsa artista Carmen Gay declaró en un canal de
televisión que, en lo que a las mujeres artistas, escritoras o actrices se
refiere, el matrimonio es un error y los hijos una maldición: Fiodorov colgaba en el vacío fuera de su
tumba todas las noches en las pesadillas del viejo Brell; JD.había puesto
tierra por medio hasta llegar el diablo sabe adónde o convertirse en una col, y
el tercero en discordia necesitaba de tragantonas e íntimas francachelas (peor
aún éstas que aquéllas) para seguir adelante… Ninguno de ellos fue culpable en
absoluto, fueron arrojados al mundo, eso es todo, y tú, mala pécora, creadora
de monstruos, les soltaste de la mano, los dejaste caer…
Una vez que te has
dado cuenta que el libro se ha escrito como un juego, haces de su lectura también
un juego.
Lees, luego fabulas.
Usted, ¿con qué
escribe?
Con ácido.
La fábula le explica.
No mejor que la
mentira a sabiendas, por pura estética.
Un tipo del exilio
español en México le robó a Buñuel una de las numerosas armas cortas que
guardaba en un armario en su casa de D.F.
Años más tarde la
Bayard herrumbrosa apareció, inutilizada, en el rastro madrileño.
El gitano vendedor
había contado la historia. A ver si cuela.
¿Cuánto?
Su padre la usaba como
pisapapeles… Al igual que ahora él, y cuando sus visitantes la descubren sobre
el escritorio relata un poco displicentemente la anécdota que, naturalmente,
nadie cree.
¿Sería un gitano
cinéfilo, no?
¿Eso es todo?
Sí, creo que sí.
Lo cuenta porque
piensa que eso podría ser todo.
Tal como lo oyes.
¿Ah, sí?
Sí. Creo que es verdad
porque podría ser cierto, aunque no tenga la menor prueba de ello.
Ya no estaba en
guardia contra nada, puesto que nadie podía hacerle daño: los tipos de su
especie sólo pueden hacerse daño a sí mismos… A mí, ni tocarme, que tengo una
Bayard en la mano.
Entonces descubrió que
el fulano sabía muy poco de pocas cosas en realidad, que no trataba de
aparentar ser más sabio de lo que era, pero sí de ocultar su escaso bagaje
cultural. El silencio y una sonrisa beneplácita eran su cueva perfecta en todo
acto social: recuerda el proverbio inglés: prefiero estar callado…
Tipos que están huecos
por dentro como una caña seca a punto de deshacerse en polvo: podrías soplar a
través ellos por la boca y el aire les saldría por el culo.
Odres vacíos, dijo uno
con la copa (vacía) en la mano (y una expresión de terror y desamparo en el
rostro mientras buscaba con los ojos al camarero, ah, ese asclepio que mata la
ansiedad).
Peor aquél… que supo
hacer dinero rápidamente pero nunca aprendió a gastarlo, así que vivió y murió
como un pobre diablo que no pudo descubrir atiborrado de dinero, ni siquiera ya
sentenciado de muerte, los goces y secretos de una existencia absurda y medida
cuyo sentido final es el abismo interminable.
De hecho, no creo en
nada de lo que engaña todos los días a casi todo el mundo. Como otros pocos,
los excepcionales, yo me mantengo en pie a costa de mí mismo.
¿Y quién eres tú?
Un adolescente
fracasado, zarandeado cruelmente por los dos monstruos sabelotodos de mis
hermanos.
Se informaba de las
películas en cartel en el Xerea o Aula7, contadas veces en el Artis… Vete a un
cineclub a ver filmes franceses o del free
cinema o algún milagro del cine americano, como Petulia o El seductor, y déjate de gaitas. Un 5 era un 5. Vio El espíritu de la colmena 5 veces, y al
sentir la contundente vaciedad y el verismo rotundo de ese pueblo mesetario,
gris, petrificado y abatido por la losa del tiempo detenido sobre él en la
postguerra española de los cuarenta, el monstruo bueno, todas las ilusiones tronchadas
de los adultos enclaustrados, la fantasía liberadora y fértil de la niña, la
susurrante complicidad de la hermana, el perfil de la madre vidriado por el
arco iris, la desgana vital del padre lector de libros y buscador de setas, el
atractivo de los pozos, se dijo que 5 veces su corazón se había emocionado y
otras tantas 5 veces se había vaciado.
Hay que ser poeta
joven eternamente, y desde luego audaz, para suscitar cierto interés no sólo en
las damas. Pero el poeta joven debe inventarse y no recrearse en sí mismo. Conrad Aiken refiriéndose a
Eliot: Este muchacho hace cosas muy divertidas…
¿Usted cree?
Tan joven y tan sabio.
¿Sabio? Saberlo todo
es estar podrido: hélas, se acabó la
fiesta, ahora la gusanera o el fuego: la eternidad…
Algo vino y se fue. No
existe nada más.
He ahí el trágico, deformante espejo
donde tu gesto se vuelve grandioso.
Recuerdos…
Adiós, adiós, poeta
joven.
Embellécete un poco,
chico, mete novelerías, sé sentimental, atrapa las imágenes del pasado tan
etéreo mediante lo ficcionable, la reconversión, el fraude, el fiasco, lo
imposible…
Algo tenue, efímero
como la fragancia de la inofensiva colonia adolescente de la chica que amaste.
Esa materia, ese recuerdo…
No hace falta que
mientas a nadie, pero no digas nunca la verdad.
¿Así que Ignacio, eh?
Sí, señor. Ignacio… Reallys, para servirle.
No es usted muy alto.
Hice lo que pude.
¿También toma la sopa con tenedor?