¿Tu padre no era
vendedor de camiones?
Eso fue antes de que
una compañía eléctrica lanzara una opa traidora contra su cadena global de
burdeles homosexuales franquiciados. Ahora se dedica al reciclaje del basural
planetario, a la prevención del cambio climático y a la investigación
transgénica. La Tierra, supondrás conmigo, no da para más. Hay que evitar su
hecatombe por cualquier medio.
¿Tu padre no era
vendedor de camiones?
Muchos años han pasado
de aquel menester. Ahora invierte en laboratorios alimentarios que aprovisionan
el mercado de productos cancerígenos de atractivas apariencias, colores y
sabores, bien en forma de zumos, batidos, yogures, caldos, sopas instantáneas y
papillas, o procesados como pizzas congeladas, frutas y verduras, legumbres, carnes
rojas y blancas, pescados de factoría, bollerías diversas e incluso caramelos y
gominolas.
¿Tu padre no era
vendedor de camiones?
Largo tiempo ha de
aquella aventura empresarial. Sus intereses se encaminan en esta época a la
invención, elaboración y diseño de ropas y tejidos que no ocasionen la mínima
alteración en el organismo humano, pues es sabido que las componendas y mezclas
químicas que ha desarrollado la industria textil de nuestros días, así como su
fabricación y confección en países exóticos y hasta insalubres, son capaces de
provocar alergias, infecciones, malformaciones e incluso cáncer de piel.
¿Tu padre no era vendedor de camiones?
Es posible… ¡pero eso
fue en la era de Acuario! En la actualidad dirige sus estrategias financieras,
bien a través de la robótica doméstica y asistencial, la industria
estético-farmacéutica o los viajes programados de placer, cultura y
entretenimiento dedicados a la salud y bienestar de aquel segmento de la
población mundial que engloba a los jubilados octogenarios, nonagenarios y
centenarios de holgados patrimonios, a la vez que diseña y construye complejos
residenciales geriátricos para ellos dotados del máximo confort que les permita
mediante modernas prótesis biotecnológicas alargar sus preciosas vidas y sus pensiones
varias décadas más. En sus laboratorios y talleres se ultiman portentos
cerámicos, biomecánicos, biónicos, bioquímicos que, al valerse de biomatrices,
terminan suplantando órganos y apéndices muertos, un inventario de última
generación de biopolímeros y metales sofisticados mejoran implantes y
endoprótesis… Toda una ingeniería prometeica, una biocerámica que supera
infinitamente aquella biología original tan pedestre y proclive al rápido
deterioro.
¿Tu padre no era
vendedor de camiones?
Bah, actualmente es
propietario de siete mil clínicas radicadas en más de mil quinientas ciudades
de los cinco continentes especializadas en el adelgazamiento de los mil
millones de obesos y los tres mil millones de futuros gordos que tienen
sobrepeso a estas alturas del siglo XXI. Un negocio de un billón de dólares.
Ahí es donde está la pasta.
(Y no lo digo con
segundas.)
¿Tu padre no era
vendedor de camiones?
Cambió de oficio:
ahora se dedica al turismo espacial, y en su tiempo libre escribe diversos
trabajos de investigación sobre inmunoterapias, fabricación de órganos
sintéticos de repuesto, impresoras 3-D, encriptación de datos y nuevas
tecnologías de reconocimiento para medios de pago:
En realidad mi padre
es un buen hombre que lucha por mantener y alimentar a su familia lejos de la
sevicia y la miseria del mundo que nos ha tocado vivir.
El alma, querido,
solía decir el antiguo vendedor de camiones, siempre al frente de la vanguardia
de aquello que puede arrojar magníficos dividendos, no tardará en adquirir
propiedades organolépticas: un día llegará que hasta puedas verla, olerla,
acariciarla.
Aunque uno, ya al
cabo, o temeroso, o, peor todavía, apático (un Nacho Brell de nuestros días),
puede renunciar a los hechos, a esa realidad que lucha por imponerse a tu mundo
fantástico:
No abras los ojos.
Cierra los oídos. ¡Cualquiera sabe la forma del alma!
Ay, aquel comienzo de
novela del siglo XXII (esas eran las intenciones de Boceto) (El cerdo, toma
primera, escena 1):
Todo lo quieto parecía moverse y lo “otro”, las gentes, el
tráfico, la luz cambiante, adquiere una dimensión algo guiñolesca, estancada en
una burbuja traslúcida, infranqueable, que frustra la misma visión.
Y, a renglón seguido:
Era un auténtico cerdo de los pies a la cabeza, así que...
Hasta ahí llegó… Ni
siquiera le divertía hablar (escribir) acerca de él.
¿Qué otra cosas podías
hacer, Boceto?:
Sus hermanos:
fracasaban una y otra vez, beckettianamente, fracasaban, pero hacían algo, lo intentaban, hasta que fracasaron del
todo beckettianamente. O quizás, así de simple, todo acabó.
Pero eso era mejor,
mucho más honesto, que lo que hacía él: un montón de idas y venidas a ninguna
parte por muy lejos que fuera.
Él se salía por la
tangente, se deslizaba por ella como por un tobogán infantil, placentero, libre
y sin preocupaciones, hasta que… se daba de bruces contra el suelo, el helado,
sucio y duro suelo de todas sus idas y venidas de pasmado en el fondo. A qué
dar explicaciones. Nada te explica mejor que el silencio, la quietud. La
palabrería sólo delata tus sobornos, las máscaras, el escondrijo.
Murió.
Lo siento. No lo
sabía.
Bueno, no ha muerto… físicamente. Ha muerto para mí, y eso
viene a ser lo mismo.
Entiendo.
Muerto y enterrado.
Asunto concluido.
Pero él seguiría
leyendo durante toda su vida, lo único que podía hacer para reconciliar todos
los tristes o afortunados personajes que consciente o más bien
despreocupadamente había sido a lo largo de los años hasta ahora: esa afición
absorbente y solitaria nunca perdida hiciera lo que hiciese o en lo que estuviera
metido los vinculaba entre ellos, los soldaba incluso (felices, cínicos,
canallas o simplemente débiles) con un material más resistente que los
eslabones de una cadena del más duro acero erigiéndolos uno e indiviso,
recompuesto pero completo como un extraño frankeinstein,
en las diferentes épocas de la existencia poliédrica de Ignacio Brell. Sólo era
serio cuando leía, y ese rasgo común prevalecía sobre todas las otras
diferencias que cabría esperar en aquella humana pluralidad identitaria tan
contradictoria como variopinta. Leía, y durante aquella total abstracción se
enajenaba del mundo, hasta del que él era esencialmente sin tapujos, la llave
maestra de todos los demás personajes con los que se investía por cobardía
moral, frivolidad o por mera diversión. El niño idealista que a los catorce
años leía Rojo y negro en una modesta
edición de Bruguera de 75 pesetas (su padre le prohibió que manoseara la
encuadernada en piel con primoroso tejuelo) se hallaba tan próximo y hermanado
con el cuarentón que se deleitaba con los fáciles y rítmicos versos del
cancionero de Manrique y las procacidades de Quevedo como con el engreído jovenzuelo de veinte años astroso e
hipócrita que parecía elegir y comprar sus sentimientos por catálogo y jugaba a
ser un clochard en París mientras
escondía los billetes de cincuenta francos entre los calcetines y la suela de
los zapatos... y a escondidas de sus zarrapastrosos y falsos bohemios amigos se
hacía con un par de costosas ediciones de la obra de Stendhal (entre ellas la de
la Pléiade de 1932 al cuidado de
Henri Martineau) que se apresuraba a leer en la confortable habitación de un
hotel de la orilla derecha: nada de dormir aferrado a la botella de pastís
envuelto en andrajos debajo de un puente.
(El cielo cambiante,
que mueve de un lado a otro la luz de las calles, que relumbra o sombrea los
edificios… dota de una sugerente movilidad a todo lo que le rodea.)
No obstante, nunca
entendió del todo a Julien Sorel… o el inesperado desprecio del novelista hacia
su personaje: después de haber leído la carta delatora de madame Rênal debería haberse matado él y no
atentar contra la vida de ella. Hubiese sido lo más consecuente en un hombre
frío y calculador y ambicioso, un héroe en definitiva, al que sólo le queda el
orgullo después de la derrota. Además, no hubiera fallado: disparándose las dos
pistolas a la vez se habría reventado la cabeza sin ninguna duda: encharcado
entre los sesos.
Boceto (ya boceto
sin remisión): Yo hubiera salido por piernas con las diez mil libras de renta
que garantizaba el marqués.
Pero…
La vida carece de
forma. Fluye, y es todo. Incluso a veces te pierdes en el camino de vuelta a
casa.
Parece un teoría
literaria.
Es una teoría literaria.
Ciertamente
contrastada: es la que sustenta una poesía que más que contar o evocar cosas
elabora imágenes.
Una literatura del yo. No, una literatura de estilo.
Ánimo, muchacho. Este
es tu annus mirabilis (con las diez
mil libras de renta).
Así que, Julien Sorel.
Hasta los quince.
Luego, nada. Todos a la vez: todos los héroes a la vez. O sea, nadie:
mecanismos de éxito.
Se acabaron las
conexiones. A salto de mata. Buen estudiante (era fácil serlo para él, acometía
una carrera universitaria cuyas materias de estudio eran extraordinariamente
adaptables a sus características intelectuales: sólo se aprende lo que se sabe,
y él ya sabía, tenía ideas propias y un millón de referentes: podemos
empezar, señor catedrático), su condición de hermano pequeño (una excelente
posición de vigía, prevención y… sabiduría por ósmosis sin dar él nada a
cambio) y su primera juventud (absolutamente libre de hacer lo que le viniera
en gana salvo malograrse estúpidamente) inmersa en aquel caldo de cultivo
social, cultural y, sobre todo, lúdico, que representó la llamada transición
política española en el último tercio del siglo XX, fraguarían un personaje
pretendidamente independiente y autónomo ante los demás cuando en realidad
habían gestado a un verdadero cínico ilustrado sin ninguno de los temores que
hubiera inspirado el tener que porfiar de por vida tras las diez mil libras de
renta, algo que en su caso no se vislumbraría ni por asomo: nació, novelesco,
entre brocados y dinero. En lo sucesivo sólo tendría que atender las mínimas
servidumbres, todas ellas de naturaleza secundaria, inapreciables e irrisorias
para todo aquél que no fuese un bourgeois
como él que se absolvía a sí mismo con tanta celeridad como fastidio por
emprender la huida ante la mínima contrariedad. Sólo que eso no era todo. El
cinismo es un atavío pronto raído, y difícilmente tira adelante a base de
remiendos, exige ingenio, algo que para un sarcástico inclinado a la pereza
requiere un esfuerzo mental que no está dispuesto a arrostrar. Boceto era mucho menos independiente de
lo que se creía, y, ausente el dinero mensual que cuadraba sus cuentas, toda su
supuesta autarquía se vendría abajo del modo más miserable. No hubiera sabido
por dónde salir. Siempre se había sentido arropado, se sabía protegido, al margen de toda intemperie, y eso le hacía
pensar de sí mismo que era un hombre resuelto y capaz de enfrentarse a la
realidad de un mundo mezquino e injusto (a fin de cuentas, a pesar de su
extrañeza, así lo tenían por tal los demás) sin otras mediaciones que su
voluntad y ganas de hacerlo. Nunca se había sentido sometido a ninguna ordalía
y los problemas que una conducta llena de ligerezas y decaimientos, que no
discutía, le deparaban en ocasiones por una u otra razón terminaban
resolviéndose solos, sin que fuera precisa, más allá de su calidad de testigo
antes que la de actuante, ninguna intervención suya para hallar la solución. El
miraba en torno así y en seguida cerraba los ojos: cesaban los gritos, se
aminoraba el ruido, se extinguían las llamas, se achicaba el agua, se
apaciguaba el viento, y todo estaba bien. Todo en su sitio: la verdadera
tonalidad del mundo y sus hechos es su infinita capacidad de reconversión en el
sentido más conveniente a su naturaleza, su apatía y desdén por las cosas y
sucesos de ese ser humano que puebla su superficie alboratándolo todo
momentáneamente con su efímera huella. ¿Habría, entonces, que preocuparse él
por sus propios y miserables asuntos?
Deus ex machina.
Su pequeña crónica
repugna el hexámetro dactílico.
Al amanecer, la luz
del sol nos alcanza otra vez.
Libres las aguas,
buscan el mar.
Rutinarios movimientos
celestes hacen posible la mañana, la noche.
Todo lo rigen leyes
que no vas a poder inculcar ni torcer.
Leyes que jamás
cambiarán, porque entonces los peces nadarían en el aire y las aves bucearían
en el fondo del mar.
Ah, pero, ¿no fue eso
lo que ocurrió?
Y, luego de la segunda
copa del día, ni siquiera te importan de esas leyes lo que enuncian sus datos
ni revelan sus axiomas.
¿Cuáles son las reglas
del juego?, ¿las verdaderas?:
Ignacio Brell Gay:
su supervivencia por
encima de todo, y si puede salvaguardar a la vez su identidad, tanto mejor
(tampoco significa demasiado: la muerte ha de borrarte del todo del libro de la
vida –que es el que importa en realidad más allá de otros papelotes- sin que
parezca que eso les conmueva una pizca a los que nos sobreviven pasadas unos
pocos años, ni siquiera una generación).
Ignacio Brell Gay,
cazador de osos y retador de leones.
Ese es el que quiere
salvar… de la indigencia o el desamparo. De la muerte…
¿Soda en el whisky?
Amigo, el whisky sólo mezcla bien en los labios de una mujer.
Abril:
renueva el vestuario: una cazadora de entretiempo (fina piel de ante), los
mocasines, los pantalones claros con pinzas (aún), las camisas de color
intenso, y otras de cuadros no excesivamente llamativos.
Poco antes del anochecer,
cargado de bolsas, abre la puerta del hogar
de los Brell. El castillo está en orden, en absoluto silencio. La sistente
filipina libra hasta mañana y Paula aún no ha llegado (elefante blanco que ni
se le espera).
La Católica Residencia
de los Brell, ¿dígame? Paula aparece en el visor del móvil, cabecita loca de
labios pintados: No duermo en casa esta noche, cariño.
Dormirá con Quien. Un
sin nombre. Aunque, en fin, uno empieza a sospechar la identidad de Quien, se
sonríe Boceto. ¿Importa eso algo? En
realidad, nada. Quien es una bestia de mil cabezas, ¿qué cólera amainas con
cercenar una, dos, siete, doce, veinte de sus cabezas…? Quien es un señor o una
señora de quien es mejor desconocerlo todo, porque invariablemente muda de un
día para otro, de la mañana a la tarde, y si me apuran de las 21 a las 24
horas.
Bajo la ducha. Luego,
nada de abulia: TV, el rey en su tesoro. Afuera, la noche cálida, la suave
fragancia del césped.
Cena de latas. Pero
qué latas, amigo mío. Porque con algo habrá que acompañar ese Muga de reserva.
Comida y vino
nocturnos. Qué más se puede pedir… sin una hembra al lado (rara fatalidad en
él) y la televisión de plasma encendida que alumbre impunemente algún programa
adormecedor.
Sopa belga. Sardinas
con trufa. Vieira con coco y jenjibre. Anchoas del norte en aceite de oliva.
Lomo ibérico en orza. Berberechos con algas. Foie-gras a la pimienta Rois.
Naranja confitada.
La salvación, piensa Boceto en pleno ensueño riojano,
satisfecho el estómago, no se halla en el peligro, a diferencia de lo que
piensan los poetas y los románticos de andar por casa; te acoge simplemente en
lo extraño: una ciudad desconocida, una mujer desconocida… Y a partir de
entonces te protege con sus dedos invisibles como al animal más precioso.
El sueño, aunque
reconozcas en él los seres, las cosas, los paisajes, es el perfecto espacio de
lo desconocido, porque nada es como
debiera ser, y si lo es, no es un sueño: ya eres tú, desconocido, salvado,
pronto libre de Orfeo, renovado... como ese vestuario primaveral que en breves
días volverá a enmascararte y hacerte presentable ante las otras máscaras del
día.
De la muerte no se
aprende nada: el miedo a ella procede de tu condición de ser viviente, y todos
los pensamientos que le dediques, el tiempo que pierdas cavilando sobre ella y
preguntándote por el lugar misterioso (la eternidad) donde se esconde, no hacen
sino enturbiar el poco sentido que aún le extraes a la vida y disfrutar de ella
sin pesares ni remordimientos de conciencia. La muerte ni siquiera hace daño
una vez se libra del cuerpo fétido, ni habla, ni mira y… nunca es puntual (pero
sí inevitable y certera, infalible, invicta y, al final, acogedora: llega).
Ese tipo bobalicón e
indefenso que me mira desde el espejo a esta hora solitaria y nochierga en el silencio
tan sólo roto por el sonido y las voces ininteligibles del televisor…, ese tipo
inerme y con cara de ultratumba asaeteado por la luz blanca del lavabo, cuya
mirada te está diciendo a gritos que estás hueco por dentro, que eres una
marioneta con los hilos cortados, que eres el muñecón del ventrílocuo con los
ojazos negros de pasmarote anegados de lágrimas y al que para pegarle tendrías
que efigiarlo en un sello…
Ese tipo, individuo, aunque no del todo indefenso, mea.
Ya había descubierto
que la realidad no era suficiente, quizá porque los hechos que la componían y
la substanciaban no eran del todo la
realidad. Estaban ahí, innegables, pero…
Y así…
Esta noche de abril,
aún no llegada...
¿O marzo…?
Esta noche de late show, insomnio y un poco de asco: el
mundo del día ya terminado jodiéndote la espalda. (Sale del baño.)
Todas las películas
que emiten a esta hora ya las ha visto en el canal de pago. Podría rebuscar en
su colección de deuvedés, pero le entra pereza… Levantarse del sofá, disponer
el proyector, agigantar el visionado…
El mando abre y cierra
ventanas.
Y así, en esas que
tenemos…
Plana como un cero la
pantalla: busca en ella la distracción.
Entre colores falsos,
dice la bocaza de uno, tertuliano.
Todos ellos halitosos
que peroran seguros con la lengua suelta y y a esta hora con los calzoncillos
sucios: Y tú, lejos de ese tipo, Uno, que jamás osaría serle infiel a su mujer,
así que… le ponía los cuernos con él mismo: el gran masturbador.
Otro. Dos:
Un tipo que, a pesar
de su necesidad de los demás, de la extraña simpatía que es capaz de prodigar
al género humano, de ganarse su afecto (un material existencial a fin de
cuentas), difícilmente pasaría el test Voight-Kampff.
Y un Tercero:
Tampoco resulta fácil
explayarse con menos de cuarenta palabras, ciento cuarenta caracteres más o
menos. No creo que sean suficientes.
Otra vez el primero:
Se inyectaba
anfetaminas directamente en la vena: Aparento entonces un aire de normalidad en
mi trabajo, sabes. Algo muy necesario en mi profesión… Solía disculparse
así.
El tercero:
¿Qué clase de trabajo
era ese?
Uno:
De esos que requieren
corbata…
Interrumpe el otro:
Era bancario.
Por primera vez habla
Cuatro:
Se trata de guardar
las apariencias.
Dos:
No entiendo. ¿Qué
diablos tiene que ver la droga con la apariencia, con las corbatas?
Uno: Es fácil. Hay que
dar la talla, y en ocasiones los ánimos están por los suelos.
Cuarto:
Todo esto resulta poco
usual.
Tercero:
¿Inyectarse
anfetaminas en la vena? ¿Por qué no hacerlo?
Uno:
Estoy de acuerdo. Me
parece perfectamente razonable si eso le ayuda a alguien a alcanzar sus
objetivos. ¡Qué más da lo que haga correr la sangre!
Tercero:
¿Y ese tipo maneja
dinero?
Cuarto:
Un tipo con un bidón
de gasolina en la mano rodeado de montones de billetes.
Uno:
Inversiones.
Dos:
¿Cómo?
Uno:
Se dedica a la banca
de inversión.
Cuarto:
Y como libro de
instrucciones (o de cabecera, que tanto da), dos rayas de cocaína. Y así van
las cosas de bien.
Tercero:
Especulación
mobiliaria… Quien mete dinero ahí es que le sobra… Una especie de excedente,
digamos. Perfectamente prescindible. No le duele echarlo a los perros. Que se
quede sin él. Que se joda.
Conejos y chisteras.
Pura magia.
Nada por aquí, nada
por allá.
Tipos que andan entre
el caviar, la cocaína y las deudas, y el miedo siempre metido en el cuerpo a
pesar de todo (y todo siempre es dinero) con que intentan taparlo. Y toda esa
sangre envenenada por las anfetaminas, circulando por arterias y venas, regando
el cerebro hasta que el interruptor invisible apaga la lucecita roja por completo.
O los otros, tratando de sacarle partido a algo que no necesitan, pues lo
exponen al albur… pero les horroriza la sola idea de perder lo que ya no cabe
en sus manos.
(Cambia de canal.)
Dicen que toda la obra
de William Shakespeare no alcanza las 30.000 palabras.
¿Quién las contó? Un
ilustre… desocupado.
De negros españoles sé
yo que andan por los tres millones de ellas y aún están dándole al manubrio los
pobres diablos para que firmen otros. Así se ganan la vida, ese trasto que hay
que comprar todos los días.
Todos los negros son
grafómanos.
Todos son peseteros. (Pesetero: vocablo pronto a desaparecer
del DRAE.)
Qué remedio, cada
página escrita un bocado, pitanza al buche.
Cuanto pecado… Más te
valiera ser inocente… ¡como un ágrafo!
Casas hay en las que
no se ve ni un solo libro. ¡Benditas sean!
Sólo el enorme aparato
de televisión de 50 pulgadas, negro como las conciencias de sus dueños (o
quizás, grises, mortecinas).
Algún florero, bonitas
flores, cuadros de tiendas de muebles, alfombras inenarrables, manillas y
picaportes dorados, lámparas de pie… ¡que alumbran el techo!
O esos fruteros en
forma de pétalos, las frutas brillantes y hermosas de… cera.
Hogares esos en lo que
suele deslizarse entre los muebles un gato silencioso de mirada indiferente, o
un perro de lanas siempre malhumorado y de mirada recelosa.
Pero han desaparecido
los visillos, las mesas camillas, los flexos plateados y cabezones, los tapetes
de ganchillo de la abuela.
Cuento tres
ordenadores portátiles (luego hollan las baldosas de ese piso tres moradores),
una tablet, cuatro teléfonos móviles…
¿Has recibido el
catálogo de Ikea?
¿Por qué? No vas a
comprar nada del catálogo de Ikea: Paula te quemaría vivo.
¿Ni siquiera una
cómoda de tres cajones laminada en rojo y vidrio templado para un rincón del
baño… ¡de invitados!
¿A qué complicarse la
vida? Todo lo tocable es real. Todo lo susceptible de ser tocable es real.
Observa un libro
descuidadamente volcado por las páginas abiertas a un extremo del sofá. Una
edición de Edhasa de principio de los setenta, propiedad a buen seguro de
Laura, prestada por ella y nunca devuelta por Paula. Libro de bolsillo pero
aseado, de pliegos cosidos. Clea.
Paula ha vuelto al cuarteto, aunque
prefiere en mucho más el quinteto. Te
odio, masculla el hombre solitario y
consorte indignado Brell como sólo se masculla en una mala novela. Odia esos
modos estúpidos, esa desidia manual con la que algunas personas suelen tratar a
los libros. Coge el volumen, coloca entre las páginas (78, 79: -Yo también, aunque de manera extraña. aire
de irónica y reflexiva diversión, la barbilla apoyada) como punto de
lectura un recorte de periódico (Zapatero
niega la crisis, y asegura que se trata de un ajuste.) y lo cierra
despacio. Lo deposita de nuevo en el sofá, al lado de un ejemplar de bolsillo
de La broma infinita.
Recuerda una frase de
ese libro… Clea. ¿O era en Balthazar?:
Porque cultura significa sexo…
¿Amigos?
Le ha parecido
escuchar, y a renglón seguido: Uno de esos a los que invitas a cenar una noche
y termina hasta cenándote a ti. Al día siguiente, nada más levantarse resacoso
de la cama te vomita como si cualquier cosa y ya no vuelves a verlo nunca más,
ni recuerdas su nombre.
Te ha convertido en un
conejito.
Hijo de puta. ¡Esos
sólo te quieren como coartada!
¿Cuántos amigos tienes
en facebook?
Cuatro millones.
A estos, pues, no les
invites a cenar a todos a la vez.
Podría hacerme
millonario a cuenta de ellos: Amigos, necesito desesperadamente un euro para
salvar la vida. Esa única moneda que os sobra a cada uno de vosotros. Atended
esta súplica. A cambio os diré como haceros millonarios.
Al día siguiente el
saldo de tu cuenta en el banco suma cuatro millones de dólares más.
¡Les engañas,
cabronazo!
En absoluto. Escribo
en el muro de manera ecuménica, honestamente, sin secretismos ni fraudes: Haced
como yo, enviad un mensaje universal como el mío. Y a esperar. A mí me ha
salido bien. ¿Cómo van a denunciarte? En mi caso, el mensaje funcionó. Aunque…
ignoro si algún otro ha corrido la misma suerte que yo.
¿Qué has hecho con los
millones?
Los dilapidé durante
un sueño. Al despertar, los bolsillos estaban vacíos. El dinero voló.
Alguien hablaba del
amigo muerto. No había nada de cariño en ello. Quizá verdad…:
Su silencio, el
cansancio de tener que explicar lo más evidente e irrefutable de su carácter,
comprometía la absoluta neutralidad de su pensamiento: quienes lo trataban
creían en el rechazo o repugnancia, en la conformidad y gregarismo inevitables,
cuando nada de ello había en su intención: era totalmente indiferente a unos u
otros ideales, inmune recalcitrante a la controversia, él no tenía ningún
ideal, sólo anhelaba la paz que no hallaba a causa de unas debilidades y un
apocamiento del que nunca quiso corregirse.
Retrato de un apático.
Y, luego, un cadáver o
un pequeño montón de cenizas que el viento pronto hará desaparecer de la vista.
No te muevas, que es
peor.
Nunca des nada por
sentado.
Las noticias y
opiniones de ayer sólo sirven ya para envolver el pescado tan podrido como
ellas: periódico, bla, bla, bla.
Ocúltate en un rincón.
No hagas nada; o mejor aún, haz algo absolutamente innecesario, inútil. Esa
futilidad no te hará sabio, pero descubrirás aquella fascinación de lo trivial
y lo inane bartlebyanos, ese conformismo con la destrucción cotidiana,
silenciosa y fatal que afecta a todos los seres humanos (o no).
En realidad, estaba
diciendo uno, todo nos es ofrecido a través de una estructura reconocible y por
tanto asimilable.
Lo más fértil es el
caos, le replicó otro.
Como en el interior
del átomo.
Eso es. La presunta perfección
que asoma al exterior es una consecuencia de lo caótico y singular de lo más
escondido, una rara consecuencia de un infierno sin orden ni concierto.
Lo entrópico se
enmascara de inteligibilidad hasta que, al cabo, torna al desorden mayúsculo,
la final desaparición luego de un proceso existencial de deterioro apenas
advertible pero irremediable a la larga. Lo vuelve a enredar todo. Pero esta
vez hasta destruirlo. Qué extraña energía que tiende a alumbrar el mal en todas
sus formas contra todas las otras leyes de la naturaleza.
Una piedra, que antes
fue barro, tierra y agua, parece la forma perfecta. Quieta, ni se inmuta, fija
al suelo. Ajena al tiempo, a los avatares, a los siglos y a los sucesos del
hombre y del animal. Una piedra a la que salvo un cataclismo o un azar
caprichoso nada ni nadie moverá de su sitio durante milenios.
También ella se
deshará hasta desintegrarse, será polvo.
(Cambia rápidamente de
canal.)
Ahora es el cuerpo el
que te lleva a ti. En la otra vida eres sólo un alma, puede que hasta cándida.
Te condenaron, te hallaron culpable de algo que nunca has logrado saber, como
aquel desafortunado personaje kafkiano. Te encerraron en la cárcel… que es el
cuerpo. Tendrás que esperar a morir para liberarte (los años de espera son la
sentencia, que has de cumplir sin que se te perdone ni un solo día)… (Bien, esa
es toda mi cantidad de cristiano que puedo sumar.)
(Cambia rápidamente de
canal.)
La Gran Tertulia:
¡Pero las opiniones de ese tipo son como la mierda pegada a la suela del
zapato!
Nada etéreo, el tipo.
Nada feble.
Diferentes lugares
invitan a distintas clases de reflexión.
Contundente y carnal:
si este fulano, ya muerto, bajara las escaleras de Raynham Hall se vendrían
abajo. Nada que ver con la Dama Marrón. Y el caso es que el tipo es un
fantasmón de la peor especie: un vociferante a quien en los momentos de furor
se le hinchan las venas del cuello, se le anegan los ojos de sangre negra…
Reventará de una
apoplejía.
Esa palabra no parece
estar de moda: mejor ictus o el consabido infarto de miocardio.
¿Vas a recordar ahora
a tu padre? ¿Vas a recordar ahora la muerte de tu padre?
72 años fue su
condena, pero siempre creyó vivir en el mejor de los mundos: el suyo propio.
Nadie fue capaz de desengañarle.
Es el cuerpo el que me
protege del abismo, de las infames pesadillas del alma, dijo una mañana durante
el desayuno.
Vivió entre libros.
Ese fue el paraíso. Nunca pensó que hubiese otro.
Vivía de verdad merced al cuerpo, pero a
través de un espíritu bien alimentado a su vez.
Contra lo que pudieran
sugerir su apariencia y sus modales lentos, elegantes, era pura sensualidad.
¿Cómo andamos de
salud?
No tiene mal aspecto
su semblante, no le duele nada, respira bien, la piel sana, a su edad suma 29
dientes en la boca y ninguno artificial, anda ligero, se cansa sin llegar al
agotamiento, tiene las confortables digestiones de un adolescente y sus
deposiciones diarias, de una regularidad asombrosa, presentan un zurullo seco y
consistente de fácil tránsito y color pelo de león.
¿Cómo andamos de
salud?
Bien, bien…
La tarde de un sábado
de junio de 1992 se desplomó junto a las grandes ventanas del salón de la casa.
Nacho Brell lo descubrió caído en el entarimado del suelo, bañado por el sol de
media tarde, suaves franjas amarillas del sur apacible que se vertían
esplendentes y oblicuas sobre el cuerpo desmadejado. Al caer había volcado unos
cuantos volúmenes y ahora yacían a ambos lados junto el muerto. Brell supuso
que al sobrevenirle el ataque intentaría agarrarse a una de las baldas antes de
desmoronarse del todo. Instintivamente, leyó el título de algunos de los libros
desparramados en el suelo. Luego posó la vista de nuevo en el cuerpo exánime.
Vestía con ropa de casa, pero impecable. Como siempre. Zapatillas de orillo
prácticamente nuevas, pantalones negros de algodón, camisa blanca con el nudo
de la corbata aflojado y el chaleco puesto, aunque desabrochado. Los lentes
redondos de metal dorado aún los tenía sujetos a ambos lados de la cabeza,
sobre el puente de la nariz. La paz más absoluta se exhibía en su rostro de
nobles y atemperadas facciones, sin apenas arrugas aunque algo más pálido de lo
habitual: todavía era su padre, reconoció sin dudar.
Patriarca envidiable,
con escrupulosa observancia atendía lo cotidiano con el celo que podía haber
cuidado un ritual brahmánico.
Animal de costumbres,
arrostraba la carga del infernal, despótico y lúbrico viajero que recorría su
interior.
Escribir, le había
dicho tiempo atrás a su padre.
Escribir ¿para qué? y,
especialmente, ¿para quién?
Como esos personajes
novelescos que un día, sin saber por qué, eligen el infierno, descubren que lo
es, y se obligan a permanecer allí, nunca nada ni nadie les convencerá para
librarse de él, porque así lo han decidido hasta el fin de sus vidas.
¡Que ardan bien a
gusto, pues!
¡Escribir!, exclamó
Brell el Viejo con el tono inequívoco que empleaba para chancearse. (Y lo hizo
con un grueso libraco en la mano, medio abierto, con un dedo entre las
páginas.)
Anda, deja la pluma,
coge una escoba y ponte a barrer.
Se haría docente (sin
la menor resistencia, cumplidamente):
Juegos Reunidos
Geipper: todos bien atentos en torno a la mesa camilla: Estas son las reglas…,
etcétera.
Habían pasado tantos
años… hasta llegar a esto… a Boceto.
Ilustre linaje.
En mis largos viajes a
través de aquel inmenso país que fue China… La China reinventada del joven Fu
del alto Yangtze.
Suelo estar de acuerdo
conmigo mismo, aseguró Brell el Viejo. Todas mis acciones proceden del material
que soy yo, ningún otro lo ha contaminado o se ha aleado con él: sobre mi conciencia todo; sobre mis espaldas, nada. Y en el fondo de mí
mismo, muy en el fondo, me reconozco indiferente al rodar del mundo desde muy
antiguo. Muy mío. Sin provecho ni beneficio para otros, sin engaños ni
apariencias que los confundan.
No de otra cosa fueron sus hijos.
(Cambia rápidamente de
canal… No vayas a hablar de la muerte de tu padre, ¡a estas alturas!)
Tres cosas se han
dicho que el homínido predecesor pudo haber descubierto miles de años antes del
nacimiento de la escritura y la crónica de sus desventuras o felices hallazgos
sobre la tierra: el alma, el dios y la plegaria…
En realidad, sólo
habían descubierto la muerte, el miedo terrible a ella mucho más allá del que
les provocaban los desmanes y desafíos de la naturaleza y la ferocidad de las
bestias que les acechaban.
Es el miedo a la
muerte, o a su miserable preámbulo, el que nos hace acaparar montones de cosas
inútiles…
Ahí esta ese cobarde,
escondido debajo de la cama, junto al pestilente orinal todavía sin vaciar,
junto a sus inútiles tesorillos acaudalados durante años, junto a su corazón
desbocado y los ojos abiertos al terror.
(Cambia rápidamente de
canal: la imaginación sutil de estos tipos atildados, de tono medido y habla
suave, promueven brutales suicidios… ¡anónimos! Vivía solo, se mató, etcétera.)
Fértil Edad Media,
decía uno.
El mundo olía de veras
en cada flor, en cada piedra, en cada piel...
Edad Media: 700 años.
En cada piel apestaba
esa costra de años.
Sangre, oscuridad,
dolor y malos dioses creados por hombres temerosos que engrandecían, iluminaban
y embellecían las cuevas-catedrales donde cobijaban su pequeñez.
Tu padre de nuevo: sus
manías, Manrique…
…por paños, paños menores; servirán los servidores en cueros
vivos, sin ropa…
Siglo tras siglo,
todos los misterios en los cielos, toda la violencia en la tierra fría y sucia,
millones de muertos anónimos, sembraduras para los venideros.
Caída libre hasta hoy.
El viejo Brell (nadie
dudaba de ello) sabía de memoria los dos mil trescientos versos que el poeta
pudo culminar antes de ser lanceado (y muerto) a través de uno de los huecos
que dejaba libre la coraza, a las puertas del castillo de Garcimuñoz… Pero a Boceto aquello de las ovejas escuchando
muy atentas el dulce lamentar de Salicio y Nemoroso lo tumbó a las primeras de
cambio… En lo que respectaba a la églogas sin embargo… : Ah, bella Paula (…cuando os cobré, perdí mi compañía…)…:
tres años dura el amor, como el filtro que lo precipita.
A ver, niños.
Se ha calculado (?!)
en más de cien mil millones los seres humanos muertos desde la aparición del
hombre en la tierra.
En aquel tiempo
inquirió Nacho Brell, infante de nueve años muy avispado y gran observador:
¿Adónde se han ido? ¿Y caben todos?
¡La muerte debe ser un
lugar muy grande entonces!, concluyó.
Una especie de planeta
silencioso, negro, aterrador: vasto, vasto.
¿Qué hay que discurra
paralelo a la vida de Boceto en la
actualidad?
Nada. Sólo la vida en
mayúsculas. Pero él ya tiene la suya, aunque sea minúscula, así que no necesita
ninguna otra que echarse a la espalda.
(Cambia rápidamente de
canal.)
No hay nada que orar,
ni a quien. No existe nada a lo que
puedas suplicar perdón o rogar intercesión. No existen la gracia ni los dones,
ni el castigo o la expiación. Abres los ojos al día, los cierras al sueño de la
noche: entrambos, roturas.
Ninguna retórica ha de
imponerse en tu vida: deja que fluya equivocada o peor aconsejada.
Alimentarse, pagar el
alquiler (de tu casa o de cualquier otra cosa) y no poner los pies donde no hay
que ponerlos. Eso es todo. Esa es toda la lucha, aunque tengamos que
disfrazarla formando una familia, atiborrando de envases y botillería el carro
de la compra de los sábados en el centro comercial, viendo hasta más allá de la
la medianoche películas protagonizadas por tipas y tipos fantásticos e
imposibles y series para insomnes inútiles, saliendo a cenar una vez por semana
y cambiando de coche cada seis años.
(Y no hace falta que,
como todos ellos, te ocultes tras la máscara de Guy Fawkes.)
Podrías decir (ya sin
máscara de ninguna clase) de tu madre lo que Henry Miller contaba de la suya:
Fue una zorra de primera clase… (Pero no podían salir esas palabras de su boca,
ni siquiera era capaz de caligrafiarlas en su mente: Ella sólo había acumulado
en mi interior ira y odio. Pero no podía, no podía no quererla, mancillar su
recuerdo, y ella viva, siendo en la tierra.)
¿El mejor juguete del
falso huérfano? No era un palo. Tampoco un fascinante circuito de Excalectric
con media docena de minibólidos de colorido brillante… Hurgaba en la provisión
de condones que su padre guardaba en el cajón de la mesilla de noche, debajo de
los calcetines. Los inflaba como si fueran globos.
¡Qué tipo aquel
monstruo de niño!
¿Era cierto eso de que
el dodo entierra la cabeza en la arena y pía por el culo? Así, pobre diablo, se
sentía él cada vez más: Soy lo que soy… ¡pero al revés!
De la capilla del
colegio de su infancia y adolescencia: la penumbra y los pasos quedos de los
padres con la capucha de la esclavina ocultando casi por entero la cabeza. Pero
sobre todo, recordaba (y eso era bastante para enturbiar cualquier recuerdo
irremediablemente) el fétido olor que emanaba del agua podrida de los búcaros
llenos a rebosar de flores muertas y con los tallos doblados que flanqueaban
las imágenes.
Confiesa, requería el
padre Ángel (¿o era el padre Jesús?), y posaba el brazo negro sobre sus
hombros, y él sentía de pronto la ardiente y viscosa halitosis humedeciéndole
la oreja de este típico espécimen agustino: apelaban cobardemente más a la
conciencia (invisible) que a la moralidad y la lucha por la justicia del mundo,
les delataba su pasmosa indiferencia hacia los pobres parias de la tierra, su
sometimiento (o su farisea claudicación) a los designios de un dios oscuro,
inútil e imposible: y sobaban.
No le digas a nadie lo
que no quiere oír, y mucho menos lo que le encantaría que le dijeses. Tú sólo
sonríe y asiente: he pecado.
¡Qué peligro! ¡Qué
apestosa evocación… recreación…!
Padre, ¿por qué me
llevaste a esa jaula de locos, sátiros y castrados, sobones con sotana y
capucha para ocultarse? ¿Qué razón te asistía para entregarme de pies y manos a
esas arañas negras? ¡Sobaban a destajo!
Para que años después,
mierdecilla, supieras valorar la esencia de la libertad.
¿La esencia de la
libertad?
En todos sus órdenes.
¿Y que ganaba yo con
eso?
Tu derecho a negar hoy
lo que te plazca o a someterte de grado a lo que gustes…
¡Aprendizaje inútil!
Lo hubiera descubierto por mí mismo.
Sufría el niño que
pagaba ahora tan alto precio… ¡de cuánto gozara el joven, de cuánto supiera el
hombre, años más adelante del infantil entonces!
… y mi libertad quedó en vuestro poder cautiva, mas gran
placer hove yo desque supe qu’ra viva.
(Cambia rápidamente de
canal.)
Toma tu salario… ¡y le
echó un puñado de sal gorda a los ojos al distinguido profesor de historia del
arte!
Mundo de fieras, y más
te vale ir de aquí para allá con las uñas bien afiladas.
No puedo encontrar ni
un solo hombre justo.
En cuanto a… Sería muy
capaz, desahuciado como estaba, de aceptar sin el menor remordimiento el oficio
de rematador (hacha en mano) de yacentes malheridos gimoteando o aullando de
dolor en el campo de batalla. Al agujero, sangre… aún fresca, antes de que el
primer sol del naciente día la reseque, la volatice: seamos prestos, que
fecunde de savia humana la tierra negra. ¡Remata!
Mundo de fieras, del ars amandi al ars moriendi.
Último capricho
paulino: quiere unos ojos de color violeta; he aquí La Época de los Ojos a la
Carta: 2.000 pavos. Una bicoca para tamaña modificación en tus artes mujeriles:
cambia tu mirada, hazla felina y seductora, atrápalos con el nuevo guiño, pues
ya tienes los procedimientos requeridos a tu alcance: el láser que quema el
pigmento originario y lo transforma a tu de estética preferencia; el tatuaje
corneal que se ajusta a tu gusto cromático; el pequeño implante de silicona que
tapa con el color deseado tu iris mediocre: esmeralda, zafiro, verdegrises, ojo
de tigre…
Los ojos bien
abiertos; mas luego, del todo estremecida bajo el cuerpo infatigable del
centauro, bien cerrados.
Paula follando. Buen
título. Qué personaje, Paulita. Libre, por encima de todo. ¿Le va a colocar él,
El Gran Indiferente, alrededor de su cuerpo en celo una alambrada con
concertina? Mis ojos fueron traidores,
ellos fueron consintientes, ellos fueron causadores…
¿Tocar fondo? No es
preciso. Basta con que te deslices y lo sepas.
¿Deslizarse?
Tampoco tiene que ser
hacia abajo. Déjate llevar, incluso ascender a la nada como un globo, subiendo,
subiendo hasta la nada… Eso es tocar fondo. La vagancia magnífica del espíritu.
Es una cuestión de
apariencias. Saber estar.
Sin hacer nada. Sin
necesidad de alborotar para bien o para mal: deslizaos mortales, no os apoyéis.
Siempre había algo
azul en su entorno, un objeto, un libro…
Vístete con tus
mejores galas, caro tejido, excelente el cuero de los zapatos, inmejorable la
seda de la corbata… ¡y por dentro todo el desaliño, la suciedad y la
pestilencia que un alma miserable y encanallada puede alcanzar a través de las
miles de infamias y sutiles violencias que perpetra decididamente, con cálculo,
contra la inocencia o despreocupación de los otros! Y en ocasiones, las más,
por la espalda y a traición.
Él lo escribiría todo
(como su padre… ¡de Klee!)… sólo que con un lenguaje cifrado… que no lograba
inventar. Su violencia demandaba lo ininteligible: una escritura convencional
lo limitaría, mutilaba de cuajo cualquiera de sus intenciones antes de ponerlas
por escrito, de modo que en su aventura vital (corta o larga, le traía sin
cuidado) prefería el silencio, el trabajo absurdo de enseñar (y cobrar por
ello) a otros lo que otros hicieron (algo que no sirve para nada si no es
descubierto por uno mismo) y…
deslizarse suavemente (tampoco tiene que ser hacia abajo…).
Su código léxico,
ahora, el que utilizaba ahora mismo,
simplemente era una estafa, como el nuevo, engañoso y llamativo cromatismo de
los ojos de Paula, un postizo que más que revelarla y embellecerla de veras
ante los demás la ocultaba definitivamente enrareciéndola, haciéndola una
extraña algo artificial y repulsiva aunque uno no supiera explicarse la razón
(inopinadamente, sin que viniera a cuento, pensó en una... ¡vagina de
plástico!).
Hay que ver las cosas
que deja traslucir una botella vacía de Rioja.
(Cambia rápidamente de
canal.)
Ninguno de esta casa,
amigo mío, tiene nada que ver con aquel personaje de Baroja que ya estaba harto
de vestirse para no hacer nada, desnudarse insomne para no dormir, andar por la
calle sin objeto ninguno. Aquí no hay nadie que no sepa lo que tiene que hacer
en todo momento, y le faltaban horas al día para que uno pergeñara una página
más de la monumental biografía Paul Klee; la otra se revelara tras años de silencio como una pintora de
cotizada reputación; aquel desencadenara
la revolución y el de más allá huyera a la alabada aldea menospreciando corte. Sólo el benjamín Boceto se permite debido a su corta edad
perder el tiempo mientras contempla
sonriente el trajín de los otros.
Cada segundo nuestro
ADN sufre 12 millones de mutaciones.
Una especie de corte
de los milagros en cuyo seno anidasen todos los claroscuros de la patria: la ambivalencia, lo resbaladizo
de las maneras, lo equívoco, el contrasentido, sin que todo ello
paradójicamente malograse las virtudes de las que también podían envanecerse,
sería la escarapela más apropiada con que adornar a sus miembros, un clan, Nosotros, los Brell, que tendría en Boceto la terminación de su último y
patético peregrinaje intelectual.
Ninguno de ellos
confundía la inteligencia con la habilidad. Estaban convencidos, sin el menor
orgullo, de ser absolutamente dueños de sus actos sin intermediaciones de
cualquier suerte. Eran lo que habían elegido ser. Con estilo, cada uno
fracasaría, buscaría el éxito o pactaría a su manera un devenir existencial
propio que suponían, al margen de ellos mismos (rasgo de perspicacia), repleto
de sorpresas y sucesos excéntricos, reluctantes a su misma voluntad muchas
veces, pues uno, poco a poco, se corrompe, se cambia, se torna más indefenso incluso ante los atentados contra sí
mismo que sibilinamente, acechantes e indistinguibles, han ido incrementándose
año tras año con verdadera insania, como si al final, derrotado tú,
irrecuperable, sin ganas de alzarte del suelo, una mala copia, un gemelo cruel
brotado de tu interior más oscuro hubiese sido el vencedor... para al final no
sobrevivirte tampoco.
Rojo o negro. Y casi
siempre se pierde, porque las patrias que tanto necesitan a sus hijos para ir
tirando siglo arriba siglo abajo, milenio tras milenio en su rodar oscuro,
acaban como aquellos en el polvo. Las patrias son como un mineral anónimo que
no ha de pervivir, humo de una fogata fugaz (Sorel), al olvido sus símbolos,
sus mitos y sus leyendas ingenuas, no
han de suceder a sus caducos y mortales habitantes, todo al polvo millones de
años antes de la hecatombe solar. Al olvido, a la nada: eternidad.
Pero hay que apostar.
Lo contrario es
acariciar mansamente el lomo de Boceto,
creerse sus carantoñas de holgazán al sol.
Contradigámosle.
También él se contradice sin recato.
Pobre o rico, no hay
ser humano que escape a su condición transeúnte; pobre o rico ambos han gastado
lo mismo cuando cae la noche: una porción de tiempo. Esa desnudez los une, los
va despojando igual.
Y esa moneda, única,
tan reluciente como el sol, no vuelve jamás a tu bolsa.
Que la muerte anda revuelta con mi vida.
Y a poco de morir
Brell el Viejo, acaeció el sueño más extraño que jamás sufriera Brell el Joven
hasta entonces: su padre de piedra se encaramaba pesadamente a lo alto de un
pedestal: una estatua que en su ascenso fatigoso buscara el noble aposento
final. ¿Lo conseguiría? Antes de despertar a causa del estruendo pétreo que
resonaba en su cerebro todavía tuvo tiempo de asistir asustado al
desmoronamiento a trozos y conversión en nubes de polvo de la figura majestuosa
que se venía al suelo.
Hubo mucho antes sueño
más extraño aún, de alguna sorprendente coincidencia con el ya relatado de modo
tan sucinto –un sueño puede durar unos segundos… o creer al despertar que
sumaba todas las horas de la noche-, y contando el durmiente diez u once años a
lo sumo: iba caminando por las calles y a su paso todas las estatuas de la
ciudad se bajaban de los pedestales y caminaban tras él suplicándole que les
protegiera de la intemperie.
¿De vueltas con el
padre?
¡Qué sañudas
comparecencias!
(Cambia rápidamente de
canal.)
Historia: ¡qué de
truculencias!
Spanish drum:
En el otoño de 1975 en la casa de los Brell se vive
pendiente de un hilo: Fiodorov
encarcelado; JD fuera de España; Boceto
(que aún no era Boceto) ensimismado,
estupefacto al comprobar que sí, efectivamente, que sí, que el mundo y todo lo
que en él rueda a la vez, gentes, cosas, sucesos, gira en torno a su magnífico
pene infatigable.
Brell el Viejo: Si ese
viejo del demonio muere, España resucita de una vez por todas.
(Se desmoronan los
castillos, todos a una, de entre sus piedras viejas, polvo: atrás sólo hay
ruinas.)
Todo un país pendiente
de un parte clínico cuya terminología antiliteraria y equívoca daba ganas de
vomitar.
Se nos pudre El Gran
Patriarca, El Gran Conductor, El Caudillo de España.
La truculencia: el dictador
desangrándose entonces pudo haber vivido varios años más sin duda. Un error
médico le lleva prematuramente a la muerte. La gastritis hemorrágica que
padece, reseccionada sólo de modo parcial, le conduce a una muerte irremediable
siete días después de la última y crucial intervención. Una resección total lo
hubiera mantenido con vida quien sabe cuanto tiempo más.
¡A estas alturas!
Canal de Historia:
Un país que cinco años
más tarde rompe todas las costuras antiguas y desbarata todos los rancios corsés,
aquella ortopedia franquista que teñía funerarias las libertades y
salavaguardaba el espíritu (¿?) del diablo (¿?), un país donde, al cabo, ya
marcha hacia el desengaño, pero que no lo sabe, y donde la duquesa se deja
acariciar por el plumilla del periódico y el escritorzuelo halagador se deja
alimentar por la duquesa.
En otoño (y primavera,
verano, invierno) de 1975 el pene de Boceto
es un apéndice con vida propia que zarandea de aquí para allá y somete sin
contemplaciones a su brío al bachiller Brell cuando así le da el antojo de
comportarse, y siempre de forma inesperada, imparable, hasta inoportuna:
desatado, acaparador, omnisciente.
En 1980 ese pene ya no
cándido y todo sabiondo se ha transformado en una espada flamígera e invicta
que no conoce el descanso y anda de porfía constante y a la que tampoco el
mismo Brell piensa darle la menor tregua: ¿Eso es lo que quieres? ¡Pues, toma!
A ver quien de los dos puede más.
Remedio siempre me huye, reparo se me desvía, revuelve por
otra vía…
Tiene bien a su alcance
a la recipiendaria de sus justas: servicial y sumisa, sólo renuente a la preñez
y a que el hombre sea bruto… Aunque el señorito bien se aprecia que es de
buenas maneras: aquella buena moza de maneras discretas (logró acabar el EGB
sin mayores percances) era jovial y cachonda, sin remilgos, y en cuanto veía un
palo tieso o el rabo de la escoba se le alegraban las pajarillas.
¿Estaban locos sus
hermanos?
Debían estarlo, si no…
Derivaban ahora hacia
lo literario, lo artístico, deseosos de pruebas manifiestas más alejadas ahora
de la extremosidad del asaltoalpalaciodeinvierno,
algún argumento contundente que avalase la misma plástica bajo otras
iconografías sin demérito de la parafernalia combatiente del miembro del PCE o
de más hondas catacumbas:
Cuando el liberal Turgueniev escribió una carta particular a
Alejandro II expresándole sus sentimientos de súbdito leal, e hizo un donativo
de dos monedas de oro para los soldados heridos al sofocar la insurrección de
Polonia, la Kólokol habló “de la Magdalena (del sexo masculino) de cabellos
blancos, que había escrito al zar diciendo que no podía dormir atormentada por
la idea de que el emperador ignoraba los remordimientos
que ella experimentaba”. Y Turgueniev se
reconoció inmediatamente…
Ayer en el Izvestia leí por casualidad un poema de Maikovski
sobre un tema político. Yo no pertenezco a los admiradores de su talento
poético, si bien tengo que reconocer mi incompetencia en este terreno. Pero
desde hacía mucho tiempo no había experimentado tanto placer desde el punto de
vista político y administrativo…
El camarada Lenin fue al teatro por última vez en 1922, a
ver El grillo del hogar, de Dickens. Inmediatamente después del primer acto,
Lenin empezó a aburrirse. El sentimentalismo pequeñoburgués de Dickens le ponía
nervioso, y justo cuando empezó el diálogo del viejo comerciante de juguetes
con su hija ciega, Vladimir Ilich ya no aguantó más y salió del teatro a mitad
de acto.
Sí, querida Clara, ¿qué le vamos a hacer? Somos viejos.
Tenemos que contentarnos con permanecer jóvenes en la revolución y con estar
siempre en las primeras filas. Pero, referente al arte nuevo, no podemos
seguirlo ya, caminamos arrastrando las piernas, nos quedamos atrás…
Respecto a esto, el arte más moderno, le diría que ¿se
pueden ofrecer bizcochos azucarados a una minoría elitista mientras que las
masas obreras y campesinas no tienen para comer ni siquiera pan negro?
Atendamos antes una educación general para nuestro pueblo.
Sus hermanos…
En efecto, estaban
locos.
Abonaban ahora la
estética, olvidaban la revolución. Lo cultural precipitaba el activismo
político al subterfugio, al pacto, al posibilismo.
¿Qué devendría de todo
ello?
Derrotados y caídos,
acabados y hasta huidos: prueba manifiesta de su insania.
(Cambia rápidamente de
canal.)
Tales monsergas que
distraen el precioso tiempo del sobreviviente Brell en el año del señor de
2008, año importante de placeres y reflexiones reveladoras siempre con una copa
en la mano y una retrospección, digamos, llevadera: siendo yo culpable, todos lo
son. A joderse toca.
Todas las noticias que
me interesan son las que nacen de mí mismo, hasta el sentimiento más leve, la
sensación más nimia, el atisbo sorprendente del pensamiento incesante.
Como hace mucho tiempo
que sabe quien es, nada le seduce menos que contrastarlo y llevarse de paseo
por los parques públicos y los arbolados bulevares. El contraste que como una
marca de agua de prestigio garantiza su individualidad se halla en sus
adentros, lejos de las miradas, de la reprobación o el consentimiento, pues
tales respuestas, por ajenas, le dan exactamente lo mismo. De modo que
entretiene muchas de sus horas de divagación dilucidando las diferentes partes
que lo componen por dentro, para
delimitar los espacios apropiados del monstruo y sus andanzas lejos de
cualquier amenaza de denuncia: pero al final siempre parece que le falta una de
las piezas, como si se hubiera perdido al desarmarse en alguna acción
inoportuna, no acaba de completar por dentro el muñecón que tan bien conoce por
fuera por tanto palparlo.
Recuerda la caricatura
que publicó la revista Hornet en
1871: no terminaba de descubrir si la portada trataba de ridiculizar al hombre
a través del mono o ridiculizar al mono a través del hombre. En fin.
Uno de esos acertijos
que entretenían sus demasiadas solitarias
noches, como escribió allá en los lejanos años de su adolescencia, cuando
aún todo (la vida y la muerte) es incomprensible porque parece no existir (el
fácil hilado de las apariencias les engaña y ello les hace incapaces para
discernir la simpleza del mecanismo existencial) y a los púberes fantasiosos
les da por considerar ese todo (una inmensa tela de araña enredada) un
misterio, hasta el más sencillo fenómeno que bien pronto aburriría incluso a
los niños (esa misma tela de araña enredada).
Hombre o mono: una
jugarreta del destino.
Desiste, compañero.
Cambia de canal.
Abril. Mes fecundo y
nupcial. (Yo nunca olí a lilas.)
Tu madre celebró sus
bodas de plata dando un portazo: Nora Helmer no volvería.
1976: bachiller,
pajillero y huérfano.
1976: cuando un
andaluz abortado de Suresnes, alumbrado de la nada, aunque con fórceps, mata
definitivamente, así, por las buenas, a
Carlos Marx. Adiós (y Carlos Brell asiste atónito a las exequias televisadas en
blanco y negro en la pantalla de un Saba a punto de ser sustituido por un
Telefunken en color aparatoso y lleno de botones que alivie el hueco de la
madre desaparecida, el regreso al hogar de los primogénitos: uno de la cárcel;
el otro, del exilio). (¡Que la vida siga, que la vida siga!) Tal como en la
selva, en torno a la hoguera primitiva, afuera la oscuridad temible, los
aullidos de las fieras: el telediario en colorines.
Todo es fácil de
comprender, se dice Brell el Viejo.
Aun hilvanado con la
seda más engañosa.
La Naturaleza no
necesita para nada al hombre, en cuanto quiera se deshará de él.
He ahí por fin
reunidos los cuatro miembros de la familia Brell, amputados de la madre. En la
cueva sentados alrededor del fuego, el televisor, sin que ninguno de ellos
mencione una sola palabra acerca de la mujer nodriza. Es una calma extraña,
sólo una tregua, y pronto han de sobrevenir mudanzas. Tiempos raros,
transitorios: …hechos de nueva manera…
El Brell de esta noche
de 2008 le ha dado la espalda a la pantalla plana y coloreada. Ha abandonado el
sofá, atisba afuera tras las grandes puertas cristaleras.
…las haldas todas delante, las nalgas todas de fuera.
Avanza la noche rara y
cálida de astros perfumados por la tierra, la yerba húmeda y olorosa. A un
extremo, la piscina blanca y azul, ahora ahogados los colores; al otro lado, el
pequeño parterre de Paula, los floridos arriates como manchas oscuras
acariciados por la tibieza del aire de un abril nocturno que se diría una
avanzadilla temeraria del estío.
Piensa con los ojos
bien abiertos, deja la mente en blanco. Al poco rato, serán los ojos los que
queden en blanco, bien despierta la mente entonces.
¿Cruel vuestra madre?
Crueldad hubiera sido que al nacer os hubiera puesto en venta a la puerta de la
casa como dicen de aquella editora catalana, que cuando nació su hermano
pequeño cogió al bebé de la cuna e intentó venderlo (¡editora al fin!) a unos
gitanos. Vuestra madre, queridos, se contentó con dejar su prole de balde a
este buen padre y anciano venerable que os habla y aconseja…
Te los regalo, debió
pensar la que pronto se convertiría en gran artista internacional (como la
coca-cola) para pasmo de propios y extraños.
Tres dromedarios. O un
camello con tres gibas. Ese fue el regalo y el portazo definitivo.
¿Eres feliz Brell?
A veces, como todo el
mundo, como Eric Satie.
Es egoísta y débil
(provocativamente), y también quizá un poco perverso (¿cómo se puede salir
adelante sin no serlo?). Es suficiente con eso para ir tirando sin hacerse
demasiados enemigos.
Se trata de astucia y
poca conciencia.
Escucha Brell a ese
leal servidor pegado a la oreja: Recuerda que eres mortal.
Nadie, ahora, debería
acordarse de su madre.
… pues son olvido y mudança las condiciones d’ausencia.
No eres el resultado
de tus pensamientos, sino el producto de tu época. No amargues los raros
momentos felices.
Olvida a tu creadora
entregada ahora a artes más provechosas que la crianza.
Y qué época la de Boceto donde ya no es fácil creer en
nada serio, sólo fantasear en lo que puede ser o no ser, creencia o credulidad,
fanatismo, complicidad... candor o indiferencia. Pero la mejor arma para
prosperar desde el principio del hombre ha sido la hipocresía arropada por la
humildad de incruenta e inodora apariencia, una coraza invisible, recia e
infalible que te defiende del cuchillo más afilado y de la ojeriza de tus
semejantes.
Brell, como todos los
extraviados con alguna lucidez todavía en el caletre, buscaba sus cielos, un
poco de misericordia.
(Sólo un miembro de la
familia Brell/Gay llevaría hasta el fin de sus días un catolicismo practicante,
la abuela Amparo Ferrer Andreu, aunque en su candor también ella adivinaría con
profunda alarma una constatación que porfiaba denodadamente por apartar de sí:
desde hacía tiempo, y a causa de las infamias, corrupciones y maldades de su
época, que son todas, empezaba a creer más en la iglesia y sus ritos y
ornamentos, en su liturgia y sus pastelosas alegorías, que en el dios al que
sus sacerdotes y ministros invocaban y en el que en su nombre habían edificado
sus catedrales y sus templos a fin de rogarle la concordia universal, un dios
tan insensible a los males del mundo, tan sordo a las plegarias y a las penas,
al dolor y a la injusticia que ya se había convertido, sin posibilidad de
redención, en una referencia absolutamente prescindible y desde luego ingrata e
innecesaria en lo tocante a todas las cosas de naturaleza espiritual. En el
silencio del templo, con recogimiento pero sin ninguna fe en lo ultraterrenal,
lejos del mundanal ruido, rodeada de bellas imágenes y una simbología capciosa
a la vez que fascinante, toda esa materialidad en suma que alimentaba lo
espiritual, la anciana se hallaba en la gloria; sin embargo, con Dios, no había
manera de entenderse: mudo y sordo, invisible, secreto, ajeno al devenir humano
y a ella misma.)
Brell el Viejo nunca
había apelado a tales autoridades divinas, él apelaba a otras altas
magistraturas en los años cincuenta cuando en la facultad algunos ojos
inquisidores y con ganas de bulla intentaban sacarle de sus casillas y buscarle
las cosquillas rebatiendo con sorna sus asertos:
¿Quién dice eso?
La pregunta suena como
una amenaza de guerra, pero el joven catedrático es ducho zafándose de reyertas
académicas.
El Nodo.
Señores catedráticos,
profesores todos: una selecta bibliografía incontestable la del tal noticiario.
Palabrita del Niño
Jesús.
Un silencio
aprobatorio sucedía a la declaración de jerarquía tan irrefutable.
¿Quién iba a replicar
a esa biblia en pasta que antes de la película, machaconamente, escenografiaba
todas las imágenes y fiestas del franquismo más sañudo de aquellos tiempos?
Pero mejor la cautela,
se decía el patriarca Brell. No eran esos tiempos de dialécticas y muchos menos
de encaramarse en desafíos argumentales finalmente abocados a callejones sin
salida y a disputas nada beneficiosas.
Conmigo sólo contiendo en una fuerte contienda, y no hallo
quien m’entienda ni yo tampoco m’entiendo.
1958: Sé medido.
Vulgar. Activo pero inoperante. Charrador para nada.
Aguarda días mejores: paciencia y mala intención.
1978: Don Bernardo
Brell Ferrer: excelentísimo decano.
2008: Toleramos mal
que bien que los otros sean distintos física y psicológicamente a nosotros,
pero les combatiríamos hasta la muerte si atentaran contra la idea que nosotros
tenemos del mundo.
Hablemos de cosas
neutras, inocuas, aunque sí celebremos con risotadas y sonoras carcajadas la
ocurrencia y hasta lo escatológico proferido en la barra de bar, con la copa
liberadora en la mano y lo comestible picante en los labios:
Dijo uno (especialista
en gótico flamígero):
Esa absurda manía de
afeitarse el coño… Es algo asqueroso, ya no parece un coño, que diría Miller,
parece una almeja muerta o algo semejante… A veces hasta huele así.
Era un claustro de
hombres a la hora del aperitivo y la chanza inteligente o, en su variedad más
desenfadada, ingeniosa.
Otro tipo (el profesor
de filosofía del arte) dijo a su vez (variante mordaz):
En España, al igual
que existen la rata común, el perro común y el cerdo ibérico, también hallamos
una especie no menos característica: el niñato común estudiante de Bellas
Artes.
1958: Sé ingenuo, como
ese aficionado que en sus horas de asueto cuando pinta una manzana quiere que
se parezca a una manzana… y no a él mismo o a una puerta… Ambas cosas geniales
de haberse llevado a cabo, admirables sin duda: manzana-hombre; puerta-manzana
(tal el año 2008 y ss.).
Muy por lo bajo,
sofocando las risas, cualquiera sabe, hasta esa gamba a la que desprender la
piel puede oírte, comprometerte:
Nuestro decano come a
hurtadillas, mirando de soslayo aquí y allá, nerviosamente, propinando a la
comida unos mordisquitos continuos y casi frenéticos, como una ratita. Ojo con
el 58.
Las nueve señales
celianas del hijoputa, alimaña que tanto ha abundado en estos aseados campos y
ámbitos de lo académico:
La primera señal del hijoputa es el pelo ralo,
dejando ver aquí y allá calvas sebáceas y cenicientas, aunque podría hablarse
de otras rosáceas como el cuajo de una tortilla de tomate e incluso de otras
terceras que se exhiben brillantes y tersas y que relucen más que el sol.
La segunda señal del hijoputa es la frente buida,
que hasta parece cortar el aire y acompaña una boca traidora y unos ojos fríos
y hasta indica manos escondidas y navajeras.
La tercera señal del hijoputa es la cara pálida,
de mirada artera y desanimada y un aliento como de muerto podrido que a poco
que te descuides te envenena la sangre y hasta el alma.
La cuarta señal del hijoputa es la barba por parroquias,
chuleta y barbilindo, castigador de hembras por sus santos cojones.
La quinta señal del hijoputa es la blandura
y humedad de las manos pecadoras, cálidas como las vísceras y muy pegajosas.
La sexta señal del hijoputa es el mirar huido,
engañador, enmascarando el golpe que te ha de venir desprevenido, a traición y
con toda la fuerza del cobarde que se sabe con ventaja.
La séptima señal del hijoputa es la voz aflautada,
femenil y poco acorde con la hombría, una voz llena finas serpientes invisibles
que saben como meterse en tus adentros para diezmarte.
La octava señal del hijoputa es el pijo fláccido,
de escasa y efímera tiesura, alicaído siempre, que denota poquedad y miseria en
la jodienda y ninguna consistencia de carácter en su dueño.
La novena señal del hijoputa es la avaricia,
ese afán enfermizo de atesorar hasta el polvo, de no vivir por no gastar y en
dejar morir los días sumido en una pobreza, cortedad y desnudez que son como la
misma muerte.
¡Qué cátedras
purulentas y mareantes, ofuscadoras y de programas liosos, prescindibles, pura
charlatanería de funcionarios docentes y una buena colección de hijoputas
victoriosos de una guerra!
Campus sembrado de minas.
Catedrático, señor
decano, háblenos de Goya.
Y Lucientes.
1958: Brell el Viejo,
catedrático antes de los cuarenta, casado, dos hijos varones, de seis y cinco
años (vaya, casi gemelos), liberal, sinuoso, nacido en Valencia, en el año del
señor de… Buen católico, buen padre, amante feliz: a éste también le venían con
esas por entonces.
(Cambia de canal.)
El sueño te vence, ¿o
es ese desaliento que tan bien conoces y que tan hábil eres para disfrazarlo
con una mera sensación física?
Cualquier cosa podía
haber sido otra cosa. (Puede ser otra cosa con absoluta facilidad: basta mover un solo dedo.)
El disfraz genético es
inconmensurable, infinito, se perpetuará lo que la tierra y el sol en el
universo.
Qué ocurrencias a la
medianoche.
No hay mamá que te
arrope, que alise el embozo perfumado de la cama infantil, mamá, Reina por un día, que allá por los
primeros años sesenta en cuanto sonaba la sintonía del programa se escondía
debajo de la cama (la suya).
Todos en el salón;
afuera, la noche fría de febrero. Quizá lloviera o bramara el viento.
Mamá entre pucheros,
en la cocina con la criada. O escondida debajo de la cama con sus lápices de
colores.
Tú, niño, mejora la
caligrafía. Y Boceto (que aún no era Boceto ni mucho menos) lo hace encorvado
sobre uno de los cuadernos Rubio ya bien entrados los sesenta prodigiosos, bajo
la severa mirada de los maestros terribles.
Carlos Brell,
bachiller, lee una y otra vez su libro de historia, lo escudriña sin entender
nada de nada, desatendiéndose de las rancias ilustraciones y de los pompiers que menudean entre las páginas:
¿por qué pasa lo que pasa?, ¿y que hubiera ocurrido si no hubiera pasado lo que
al final pasó? (Era un dialéctico.)
JD., antipoeta y mago, ya lee a Huidobro,
sueña despierto; a saber: que es hombre-lombriz o que tiene alas. El mayor de
los tres hermanos era secreto, escurridizo y no tan vulnerable como parecían
delatar sus maneras o su expresión ensimismada.
Papá Brell bufa sin
reparo mientras pasa página tras página de Un
millón de muertos. (Sin embargo, en la mesilla de noche, aguardan un tomo
de Luis de Caralt con las obras completas de Graham Greene y otro de editorial
Aguilar en piel teñida de rojo, cortes entintados y papel biblia con la
correspondencia de Juan Valera (incluido el epistolario de sus días de
embajador en Estados Unidos, patética y humana colección de enfermedades, líos
familiares, ataques de gota, cobardía, locura y suicidios): una velada hogareña
en 1964. Un miércoles, por ejemplo.
Greene: temprano y
hasta el almuerzo: 300 palabras escritas, ni una más. Mañana será otro día.
Tras el ágape morigerado (que celebra la escritura diaria del folio), una
botella de JB etiqueta negra, trago a trago, sin pudibundeces ni remordimientos
hasta la noche. Felices sueños.
Valera (pío, pío, yo no he sido):
La pobre Catalina Bayard ha muerto… Resistiré este golpe (…)
era una joven llena de talento, de chispa, de gracia y de saber (…) No quiero
ni tengo fuerzas para entrar en explicaciones y pormenores.
La verdad es que estoy aquí muy solo. Juanito es un mueble
nocivo: egoísta, vano y sin alma, no me puede querer; y tonto, completamente
tonto, no me puede divertir ni acompañar. Como en todo corazón pequeño, los
favores que le hago, pues él disfruta más de todo lo que gasto que yo mismo, se
convierten en odio y rabia en vez de gratitud…
Al pobre Juanito, que está loco, le he tenido más de dos
años conmigo, manteniéndole, tratándole mejor que a un hijo mío, y aguantándole
todas las majaderías (…) Si Juanito hubiera seguido conmigo o hubiera estado
con su familia, o yo, o su familia hubiéramos tenido mucho que sufrir: pero
probablemente no estaría loco el chico en un manicomio, sino tonto, como de
costumbre (…) Finalmente, como temía, ha sucedido la catástrofe.
(Juanito se mató, y de
él sólo quedarían para el recuerdo estas miserables palabras.)
(Cambia de canal.)
Hasta el año que
viene, sin UHF.
2008: El pasado se
queda atrás, inamovible, por eso te asesta las peores puñaladas, todas por la
espalda, las que no ves venir, pues lo que hay delante ya lo temes, y te hurtas
a su vileza o a su malicia, pero los años de atrás resucitan sin venir a
cuento, acechantes, alevosos, con toda la joroba de los pecados a cuestas, sin
que se te ahorre ni uno sólo de ellos, todo lo malo y regular que fuiste se
planta ante ti una mala hora, una mala noche.
Los Brell/Gay, bajo la
luz amarilla de la noche, un interior Veermer, todo en silencio, meditación y
cierre.
Uno habla de arte
(canal 007):
El mejor arte, sea
abstracto o figurativo, siempre, absolutamente
siempre, es reconocible.
(Canal Paula, ¿dónde
estás?)
Que sea ella, pero
otra ella a la que, al engalanarla,
la domine, la sublime, la haga invencible, está a punto de caramelo para este
negocio: los terrible cuarenta años… Será mejor que los agarres por el cuello
antes que ensucien tu piel adorable de máculas y arrugas: sabiduría y venta
televisivas.
La mujer se halla
enfrascada en la peor de las guerras: el enemigo a batir es el envejecimiento.
Una lucha sin cuartel: cada día, una batalla.
Los años han ido
colocándose en formación de combate ladinamente, un regimiento camuflado por
los sucesos y las obligaciones del día, las preocupaciones, los
ensimismamientos: de repente, ahí están ellos, vanguardia armada hasta los
dientes, y no detrás de una colina, están frente a ti, a punto de disparar y
dejarte hecha unos zorros hasta que finalmente te desmorones como un montón de
piedras o te conviertas en polvo.
Las escaramuzas
iniciales las perdió enseguida: derrotados el aceite de oliva, el brócoli, el
aguacate, las consabidas legumbres patrias, el pan y el arroz integrales, toda
la infantería de arándanos, fresas, uvas y manzanas, el pescado insípido, la
aburrida tostada con salmón, las pastas con salsas desaboridas, los zumos de
alcachofas, la leche y los yogures desnatados…: Las comidas de trabajo, las
cenas de restaurante del fin de semana, el alcohol y alguna que otra trapisonda
descabellada nocturna debida a la ansiedad en cuestión de semanas dieron al
traste con aquella dieta bienintencionada y odiosa hasta decir basta.
Pero el contraataque,
el expeditivo plan B, no se hizo esperar, una contraofensiva que había reunido
con sigilo un ejército a la vanguardia de la tecnología armamentística.
Paula… hará una obra
de arte con ella. Va a manipularse a sí misma, pero ahora recurrirá a todo lo
que la ciencia, sus instrumentos y potingues químicos pueda proporcionarle. ¿Y
qué puede poner a su alcance? Mucho Paula es. Es muy Paula.
Parte de lo
primordial: un sencillo análisis de telómeros cifrará tu verdadera edad
biológica.
Podemos empezar.
Sácate el alma,
envuélvela bien en fino papel de aluminio, que no se mustie, y guárdala en un
cajón del armario ropero. Cuando acabe la función, la recoges y te la colocas
de nuevo.
Lo primero: eliminar
manchas, venitas afeadoras, arrugas aun en estado larvario pero que ya dejan
adivinar pliegues, dibujan una grafía incipiente e indeseable. Las armas: los
láseres, sean fraccionados o CO2, activos cosméticos como el retinol o el
AHA,s. Si, por infausta suerte, ya existe pérdida de volumen hay que optar por
los inductores de colágeno y voluminizadores tales como las infiltraciones de
complejos vitamínicos, factores de crecimiento o el ácido hialurónico. Si los
fruncidos faciales son pronunciados hay que servirse del bótox, un remedio que
ha alcanzado hasta categoría doméstica. A decir verdad, todo esto son tácticas
y estrategias ya sabidas y contrastadas por el tiempo. Pero, a partir de ahora,
tenemos muchas más balas en la recámara, todas de reciente invención y de probada
eficacia: láser de picosegundos, láser de Erbio en conjunción con succionados y
enfriamientos, soluciones nuevas como la Kybella, destructora sin par de la
repugnante papada. En cuanto a los específicos tópicos, luego de un examen
microscópico de la piel, por fin disponemos de un arsenal de eficientes
combinaciones de glicosaminoglicanos que mejoran eficazmente todos los aspectos
desencadenantes del envejecimiento. Las modernas nociones de nutricosmética ya
contemplan mezclas poderosas de antioxidantes orales que minimizan con sus
efectos protectores todo tipo de radiaciones, visibles e infrarrojas, y bien
pronto tendremos en nuestras manos la madre de todas las batallas, la crema con
toxina botulínica. En cualquier caso, fórmulas antiedad que se valen del láser
y el peeling son el mejor método al alcance de cualquier tratamiento. En otras
palabras, y para que resulte fácil de entender por la más sencilla ama de casa:
combinar la efectividad de un láser de diodo no ablativo con un peeling de
biorevitalización sin agujas, o, lo que es lo mismo, una mezcla de TCA,
ácidokójico y agua oxigenada, activa los fibroblastos y estimula los factores
de crecimiento, y todo ello sin la aparición de efectos secundarios posteriores
ni inflamaciones dolorosas. Y en última instancia, la traca final, lista ama de
casa: he aquí los barberos-cirujanos, pues incluso en la flacidez de la vejez
sobrevenida, siendo aquélla moderada y reductible, podría combatírsela con
hidroxiapatita cálcica, hilos tensores y
radiofrecuencia Thermage (una de cuyas versiones es excelente para el
estiramiento de la piel que rodea los ojos), aunque finalmente tengamos que
llegar a lo quirúrgico: lo flácido, sea cual fuere la parte afectada del
cuerpo, es realmente arduo de combatir fuera de la cirugía. Podríamos añadir
asimismo en estos menesteres guerreros contra el envejecimiento la máquina de
ultrasonidos focalizados, o, si se prefiere, el nuevo lifting no invasivo:
eleva las cejas y los pómulos, remarca el óvalo facial y suaviza el doble
mentón a la vez que corrige los párpados caídos…
(Paula: fundido en
negro.)
(Cambia de canal.)
Y después de eso,
¿qué?
Psicofármacos: ¿cómo
diablos vas a sobrellevar ese obsceno conjunto de retales de maniquí y androide
químico que en cuestión de semanas tapiará tu verdadera alma?
Ansiolíticos,
benzodiazepinas, somníferos… ¡Qué bonita figura al despertar!
Y el alma, sigue igual
de vieja y arrugada, es la misma máscara sólo que ahora está más escondida
debajo de esa ropavejería química de botica.
(Cambia de canal.)
La noche, en soledad,
es larga. Pero no olvides escabullirte a la cama raudo, huir de las primeras
luces del amanecer, esos retazos aurorales que dejan en tu paladar de piedra un
regusto a óxido insufrible, una untada gris y homicida capaz de solidificar tu
misma sangre, agrietarla después sin más ni más, al igual que las más débiles
pisadas resquebrajan hasta romperla la fina capa de hielo del arroyo.
Los tiempos
catacumbales del 76, aunque ya empezaran a abrirse rendijas de luz por todos
los lados, son… los mismos de 2008. Brell, a través del fiasco existencial de
sus hermanos, de la tremenda derrota de los dos, lo sabe y alarga la noche
alcohólica, la bruma que atempera la realidad desnuda del comienzo del día, un
trayecto que conoce de sobra y que sabe al dedillo mientras la jornada
transcurre y el diablo sabe a qué clase de noche le conducirá otra vez. Todo,
siempre, hoy, mañana, se impregna de una mixtura donde lo modificable, lo
imposible y la esperanza conforman un magma que envenena el aire que respiras y
del que porfías por escapar: a los dieciséis años elegiste el cinismo y la
claudicación como escudo y laberinto de autoconocimiento, y eso era idas y
venidas, retrocesos, avances, ocultaciones, medias sonrisas y el futuro
resuelto sin medias tintas merced a la sinecura muelle y funcionarial, alejados
y finiquitados para siempre pesares humanos como la intemperie, la precariedad
o el desahucio. ¿Eres feliz? ¿Y para qué diablos va a querer uno ser feliz
mientras no quiera (aún) matarse? Esa es la respuesta definitiva que zanja toda
veleidad metafísica y nos previene del pequeño error de la horca, del disparo
en la sien, de las venas abiertas desaguándose en el suelo, del salto al vacío
antes de tiempo. No soy feliz, pero no me mato. Todavía tengo que robarle
muchas cosas a la vida que no pienso devolver antes de mi viaje al más allá,
que es algo tan cercano como el cementerio más próximo a mi residencia
suburbana. El moralismo es cosa de pobretones, y no sólo de dinero o de asuntos
de linajes. (Y le sonríe al mundo con la sonrisa conejil que deja asomar dos
dientes, los incisivos de la quijada superior.)
Detente, noche.
Frente al televisor.
(El mejor compañero de
parrandas.)
Una imagen de España.
Y puede ser un serial americano o una película asiática o un vodevil francés
(una ópera sería de todo punto inaguantable). Pero es en este lugar donde el
hecho se produce. Es este el que
atiende el suceso y se descubre precisamente en ese reflejo y no en otro.
Imágenes de cualquier parte que son la tuya, una universalización de los
códigos lingüísticos, idiosincrásicos y culturales que han engendrado un tipo
ecuménico en sus gustos o aborrecimientos, usos sociales e incluso en su falta
de exclusivismo identitario.
¿Pureza de sangre?
Mis ancestros comían
todas las partes del cerdo desde antes de los tiempos de don Francisco Quevedo
y Villegas, que somos de pura cepa.
Descendientes de
hijodalgos que, con el estómago vacío y sin un cuarto en la faltriquera,
paseaban el lodazal de las calles vespertinas habiéndose antes espolvoreado
migas de pan por el pecho como prueba de haberse hartado de ollas y pechugas al
mediodía. A la noche, agua sucia de sobras y a la cama.
A tu hermano una de
las Españas, recuérdalo bien, lo torturó a conciencia, tu hermano que fuera
herido mortalmente por la mirada de infinito desprecio de un conesa cualquiera de los años setenta.
¿Y qué decir de la
España de después? La de los ochenta, noventa… Una España de una modernidad a
medio hacer donde la atención unánime se centra en el pequeño coño apenas
entrevisto que su dueña exhibe con descuido y sin intención en Mau/Mau, un
antro madrileño oloroso de perfumes, lujo y dinero, invadido en sus noches de
ámbar, destilados y media luz de terciopelo por una casta económica invencible
año tras año.
¿Cómo puedes novelar
tu época?
A Boceto no le interesa nada la España de sus hermanos, porque en
seguida entendió, como cualquiera un poco cabal en tales tiempos, que existían
muchas Españas cotidianas, domésticas y hasta… épicas, de oro o de chatarra,
ruines, trágicas o felices, porque dentro de esa expresión españa, que no es una unidad de destino en lo universal, ni tampoco
una, ni grande ni libre, no es sino un lugar
donde se vive y se muere entre símbolos y crónicas de historia y holguras y
sacrificios colectivos, pero donde se vive y se muere al fin de 40 millones de
maneras diferentes y exclusivas (fijaos, hasta con nombre y apellidos, puaf).
En 1990 se descubre el
pastel, como decretó Brell el Viejo, que dos años más tarde, en plenas pompas
del V Centenario y del X Año Socialista del 92, una tarde de un sábado apacible
de junio, embarca en la nave de los muertos para su particular descubrimiento
de la muerte. En 1990, el año que Carlos Brell, Fiodorov, una tarde de otoño improvisa una carnicería y una horca
doméstica y se deja caer al abismo de la oscura nada, ya se había comprendido
de sobra que toda la revolución había consistido en dejar (y eso era una
certeza matemática) que el dictador muriera en la cama (que fue, al cabo, potro
de tortura) y esperar que la tribu de déspotas que era el régimen que él había
inaugurado bíblicamente a sangre y a fuego cuarenta años atrás se diluyese más
pronto que tarde en una democracia donde el derecho de voto y de libre
expresión conviviera pacíficamente con el dinero y cómo conseguirlo, algo que
incontables demócratas advenedizos aprenderían en seguida a la vez que
prodigaban sonrisas blanquísimas y propinaban palmaditas en la espalda
abrillantados por un barniz seudosocialista que requería de la constante
camaradería entre todas las clases (pudientes, pudendas, pudentas). Vientos
nuevos y nutricios para algunos (o demasiados, aunque esto importa poco) se
fusionaban alegremente con los vientos que el pueblo lleva, que el pueblo trae,
esparcen los corazones, aventan las gargantas.
Mucho antes: abril de
1977: legalización del Partido Comunista: Carlos Brell:
Ahora sí que está todo
perdido.
Perdido para él.
Porque esa España, a pesar de los sobresaltos, de la violencia sostenible y los múltiples malentendidos
seguiría adelante como si nada, atravesando el socialismo anestesiante de los
ochenta y el barullo de los noventa hasta arribar, cruzado el umbral y los
terrores del año 2000, hasta ese año 2008 donde el último de los Brell Gay,
nocturno, bebedor y cómicamente cínico distrae las horas y la infidelidad de la
señora (ausente) de la casa divagando entre ensoñaciones televisivas y
enigmáticas miradas al césped y a las oscuras siluetas de los árboles que se
divisan en la noche (ahora ya saturnina, lejos de venus) de abril más allá de
las cristaleras del hogar bendecido por quién sabe quién.
Laura vendrá a cenar
mañana.
De amores que no d’amor.
A Boceto aún no se le ha encendido el botón rojo de la reserva. Exuda
capacidad de amor y desengaños por todos los poros de su piel aperreada.
No es un romántico. Es
un soñador que necesita tocar con las manos.
Laura…
El mundo…¿visible?
Tanto mejor palpable.
…vendrá a cenar.
Será una cena
alcohólica por parte de él, nada alimenticia. Lo prevé. Mal asunto. Pero antes
llenará el buche insaciable y poco dado a dejar escapar un refrigerio, liviano
o excesivo, a estas alturas de su existencia finita. Huirá por la mañana, horas
antes de la llegada de la infiel: con primorosa letra advertirá para que así
leyere y entendiere el universo todo la nota sujeta con un imán (en forma de
alfanje moro) a la puerta del frigorírico: Cariño, no iré a casa a comer… Ha
llamado Dolz, el cabrón de Metodología, por un asunto del departamento.
Almorzaré (yo, otro cabrón) con él. Llegaré antes de la cena.
Puedes jurar que lo
vieron estos ojos en El Asador Austral (curioso nombre que remite al de una
eximia editorial cuya voracidad de su catálogo no anda muy a la zaga de los
variados y suculentos platos del mentado asador) a las 14 horas del sábado 19
de abril del año del señor del 2008.
El ágape fue previsor
de hambrunas futuras. Un por si acaso
de los ayunos inesperados y fatales efecto de alguna catástrofe hasta ahora
inimagible.
Todos los restaurantes
que entronizan el cadáver animal bien despedazado, guisado, asado, aderazado y
guarnecido de variados aditamentos, deberían colocar en la parte interior de
sus ventanas y cristaleras suaves cortinajes o delicados visillos que ocultaran
a la sensibilidad del viandante los restos y despojos del ave, la res o el
pescado sacrificados para dar rienda suelta a la gula del comensal cuchillo y
tenedor en mano, servilleta al cuello, boca abierta y dientes afilados.
El Asador Austral
exhibe en generosas fuentes cerámicas sobre mostradores de maderas nobles
decenas de costillares de vaca cuya visión ya sugiere la jugosidad y terneza de
los chuletones que acabarán en los platos. Texturas y colores, los matices de
los entreverados, proclaman la calidad de unas carnes seleccionadas habiendo
considerado previamente raza, genética y salud del animal.
Mientras el comensal
observa el asado de los chuletones, a escasos metros de su asiento, estimula el
apetito mediante una ingesta no excesiva pero sí contundente a base de delgadas
rodajas de chorizo vacuno, aceitunas aliñadas, mollejas de ternera, cecina y
finas lonchas de jamón de irrefutable etiqueta pata negra, todo ello a la vez
que desengrasa el gaznate de mentiras y malos alientos con un tinto de solera o
mediante un par de cañas de cerveza de doble malta sin melindres, de fuerte graduación. Las carnes, de corta maduración y menos
tiempo en la cámara, lo que protege los prístinos sabores, ya casi a punto de
su asado en la parrilla sobre los candescentes carbones. Pronto llegarán a su
plato bien troceadas y saladas en porciones tan altas como anchas.
Alimenta el cuerpo con
alimentos tan suculentos.
Brell, que abona en
este momento los malos tiempos sin lluvia, sembraduras particulares, sus miedos
pequeñoburgueses.
Nutre el alma… con los
mismos alimentos.
Pero, ahora, en la
alta noche, siguen el mundo y él girando en el interior de su cerebro, recluido
sin riesgos ni demasiado peligro (sólo él… y la locura que puede alcanzarle un
día inesperado) en esa espaciosa residencia minimalista de dos plantas rodeada
de césped, resguardadas por las hileras de árboles frondosos que la circundan
desde el exterior de las tapias.
Mañana será otro día,
otra noche.
(Cambia de canal.)
¿Qué estaba antes de
ti?
Lejos, muy lejos, ha
escapado el Brell superviviente, hasta el principio de todas las cosas y los
seres, hasta la manzana, la mujer, el pecado, el maná que cubre sus manos.
¿Qué estaba antes de
la vida a la que te alumbraron?
El Paraíso, el Paraíso
Perdido que una mala furcia desbarató.
Otra furcia, pues, te
devuelve a la vida y te brinda la posibilidad, pecador, de retornar al cielo de
huríes lleno: muerde la golden... o la royal.
Es la misma furcia, se
dice, se recrea en su maldad.
Un gato (el gato
inmortal) le mira con una suerte de indiferencia escudriñadora desde la
penumbra amarilla del salón: una de las criaturas de Paula: animal silencioso,
intratable, despótico, sólo algo (muy poco) sensible a los arrumacos y sentires
hacia él que le prodiga su dueña.
Largo, gato.
Silenciosa, felinamente el animal desaparece en las sombras oscuras de más allá
de la tenue claridad de la luz.
Si voy, vos me lleváis; Si vengo, vos me traéis; Assí que no
me dexáis, Señora, ni me queréis.
Más cerca que Paula…
Paula, una mujer (la
mujer).
Una devoradora de
hombres…
Ya comprobamos páginas
atrás: empezó pronto el tipo. Sin miedos. Sin necesidad del Reich de sus
hermanos ni de la mareante simbólica freudiana ni de los rodeos del melifluo
Fromm ni maleado por los ascos y locuras de un Weininger castrador, nunca supo
de vaginas desgarradoras y todas esas vainas, ni de gatillazos adolescentes:
¡Cuidado, esa tiene la
vagina dentada!
¡A ver quien puede
más! Ese coño me lo zampo yo... ¡a dentelladas!
En cuestiones de
sexualidad (que son todas, hasta el comer incluye)… ¡escucha, hombrecillo!
¿Qué no habían de
leer, ellos, los vástagos Brell, a
Wilhelm Reich?
Tipos de la época…
¡Qué biblioteca surtida!
Para qué mentir… Eran
unas de esas pocas personas que vivían como eran realmente y no como creían que
eran.
Brell no quería ser
mejor… quería ser muchas otros, pero él.
Tú, viajero…
¿Qué le pasa a este
país?
Sin Dios y sin vos y mí.
Feliz pareja: disponen
hasta de una habitación apropiada: el cuarto de roncar. Un balsa de aceite este
matrimonio. Èl ya, sin reparo ninguno, se acuesta con calcetines y ella, en
invierno, no duda ni un segundo en calzarse los peúcos y unas desalentadoras
bragas anchas y raídas de grueso algodón. Mientras él se ha aficionado a
hornear en la minimalista cocina del hogar, ella se ha convertido en una forofa
de la cocina japonesa y se ha hecho socia de la International Breathwork
Foundation, de modo que en sus prácticas concentratorias regidas por el yoga,
el ayurveda, el mindfulness, el taichi o
el chi kung ha encontrado en la
respiración el instrumento perfecto para reequilibrar en perfecta armonía la mente
y el cuerpo en un sosegado e inapreciable camino a la putrefacción final e
inevitable, algo que naturalmente la feliz guionista también ha aprendido a
olvidar a sus demasiados años ( a su juicio).
El Rioja ha dado paso
al mueble bar en una esquina del salón.
Sigue así, muchacho,
se dice mirando con resignación la botella de bourbon, y dentro de unos pocos
años terminarás más amarillo-hepático que los habitantes de Springfield.
En fin, como hubiera
dicho el señor Cervantes, volvióse de espaldas (sin soltar la botella) y les
enseñó sus traseras partes.
Son tiempos de
confusión, de caos… La hecatombe financiera que nos va a sumir en una nueva
era… Millones de seres sufrirán las consecuencias, auguraba un arúspice
profesor de economía desde la pantalla…
Un Tántalo, piensa de
sí mismo (y aún con el vaso vacío, desprendiendo el precinto del tapón), cuyo
suplicio consistiese en no ver a su alcance el objeto de su deseo… o ni siquiera saber qué es en realidad lo
que quiere…
Sea lo que fuere,
genialidad, dinero, hembra, nunca refrescarás tu espíritu ni saciarás tu
anhelo.
La Resiliencia…
¡Resiliencia! ¿Qué
resiliencia has manifestado alguna vez en tu vida, botarate? Nada ha impactado
en ti con la fuerza del desamparo (fuera de tu adolescencia pronto superada de
sus miedos y domésticos infortunios) o violencia mundana, nada ha deformado tu
benévola complacencia contigo mismo y todo, en verdad, ha salvaguardado tu
carácter y tus conveniencias. Eres como una pelota imaginaria que se hallara
lejos de golpes y peligros, rebotas y rebotas incólume contra paredes
invisibles o muros inexistentes. (¡Ah, noveluchas policíacas!)
Aclararme, padre
sapientísimo, sapientísimos hermanos, ¿por qué razón he de desvelarme días y
noches en tales escrituras del siglo XX tan desalentadoras e importantes como
difíciles de penetrar?
Presta oído, incrédulo
novicio, recalcitrante mentecato, esos discursos y textos parten de la realidad
(que tú deberías, al menos, reconocer) pero, además, cada página de lo escrito
es una realidad por sí misma y eso explica toda la teoría, práctica y poética
de su literatura magnífica y, sin duda, el aliento y ambición irrepetibles que
guiaron su ejecución.
Si no denostado sí en
plena regresión, el existencialismo de las anteriores generaciones a las de los
setenta, había dado paso al marxismo irrenunciable que profesaban sus hermanos
en la España franquista.
Boceto, se mira en el espejo: existencialismo,
literatura, marxismo, cine en blanco y negro con subtítulos, han generado este…
aborto (que nunca dejó de leer… sólo por vicio).
Boceto, que todavía no ha llevado la copa de
bourbon a los labios, replica en silencio al Arúspice que asoma por la pantalla
del televisor, sonriéndose al comprobar que no hace sino remedar las filosofías
en zapatillas del viejo Brell:
Valencia
Tiempo de lilas
Medianoche
19 de abril de 2008.
Querido Arúspice:
No ha existido un solo
instante en la historia de la humanidad que el hombre no haya vivido en la
incertidumbre, lo que sucede es que desde sus orígenes la evolución de la mente
humana tapaba de algún modo esta insoluble sensación de desasosiego ancestral
en su búsqueda progresiva y lenta de lo perfeccionable y la consecución de una
existencia más placentera: la conquista inasequible de los logros domésticos,
sociales, económicos y culturales atenuaban esta indefensión y desnudez de la
condición del ser humano. En nuestros días, la acelerada transformación
tecnológica y digital del mundo no basta para ocultar la hiriente realidad de
que, efectivamente, vivimos en la incertidumbre (la misma que apareció en la
oscura conciencia del hombre en sus albores) y la idea de la muerte, siempre
presente e irremediable, abona todavía más la inseguridad y el temor al mañana
que, curiosamente y a pesar de las ilusiones que nos hagamos sobre ese futuro
por venir, siempre es la nada.. a pesar de nuestra espranza.
Un saludo. Adiós,
adiós.
(Cambia de canal.)
España como problema.
¿Qué le pasa a este
país?, pregunta al ojo de la cámara el sesudo e incansable tertuliano de barba
puntiaguda, el número uno.
Lo mismo que a las
islas Marshall o a las tribus amazónicas…
¿Por qué siempre ganan
los malos?, se pregunta el tres.
Será cuestión de raza,
típico de esa proverbial sangre incorrupta española.
¡Qué país,
Miquelarena!
Perora el dos: Con la
expulsión de los judíos se exiló lo mejor de aquella incipiente nación
católica, apostólica y romana, los hombres con los cerebros superiores y mayor
claridad de ideas en los ámbitos científico, cultural y social; de la mano de
los sumisos moriscos desapareció el deseo industrioso y el buen laborar y el
solar patrio, a la par que la agricultura, se convirtió en un erial respecto a
la filosofía y pensamiento profundos; cogidas de la mano mora arrojada al mar
se expatriaron la filosofía, la medicina, la serena astrología que repudiaba lo
supersticioso de un cielo sólo terrenal poblado de dioses barbudos y paraísos
improbables; desde mucho antes de esta expulsión el fuego purificador de la
hoguera inquisitorial alimentaba con la carne chamuscada y finalmente
carbonizada la pobreza espiritual de un pueblo con limpieza de sangre pero que
se echaba migas a la hidalga pechera para disimular el ayuno… Sólo faltó para
desbaratar a conciencia esta tierra de conejos el martillo de la Contrarreforma
que machacaría durante siglos (hasta a las mismas puertas del siglo XXI), y no
literalmente, las cabezas liberales, bienhechoras, ilustradas…
Oiga, usted…, replica
uno de los tertulianos, parece que va a ponerse en pie, airado, acusa con el
índice de la mano derecha como un puñal al analista que ha resumido en veinte
líneas los pecados originales de la historia moderna de la patria…
Todos los humanos, a
uno u otro lado del dolor.
¿Estaban locos sus
hermanos?
En su época Shakespeare era una fuerza revolucionaria. Hoy
la burguesía no se atreve a presentarlo así. Se ve obligada a reducirla a su
propio nivel: a restringir su atractivo y a quitar de su obra todo contenido revolucionario,
todo aquello que podría estimular a las masas…
Lo estaban. Como
regaderas.
Carlos Brell-Gay, Fiodorov, verdaderamente tenía lo que
en ruso oficial-estaliniano podríamos llamar (con doble sentido) tierpienietz, paso a paso y… golpear en
el momento preciso (¿con qué? ¿con una bomba de neutrinos?). Un día dejó de
tenerla, la paciencia maquiavélica quiero decir, porque ya no se trataba de
eso. Ya no se trataba de nada que pudiera interesarle. Ya no había trato ni
truco con nada. Al perder esa batalla, perdía todas las guerras. No había
coraje para más ni fuerza para golpear nada (nunca la hubo).
Míralos a los cuatro
(otoño de 1970), papá, mamá y los dos jóvenes cachorros clandestinos en la
noche. Tienes diez años, y lo que en verdad deseas es que conecten el televisor
y apaguen ese trasto parlante y aburrido: los cuatro en el salón, pegados en
círculo a un radiorreceptor de gran alcance, escuchando casi con fervor Radio
España Independiente, como si la propia voz de Levitán, desde Moscú, les
llegara a través de las ondas explicando la verdad (staliniana) de la patria
España. Tú, de testigo, infantil, innecesario, olvidable.
España, y el cáliz en
la mano, cuando millones de sus hijos que esperanzados y aborregados oscurecían
con una maleta de cartón atada malamente con cuerdas los caminos de Europa.
Un proceso, en Burgos,
que agrietará toda presa de contención: la sangre que correría después unió a
víctimas y victimarios de entonces en una misma orgía de despropósitos
criminales durante décadas.
Oh, mil novecientos
setenta, cuando se extendían cheques con atractivos paisajes impresos en el
propio talón.
¿Aceptaría usted un
cheque?
Naturalmente, este es
un trato entre caballeros.
Dos optalidones y una
copa de coñac: el aperitivo de moda.
Estimulante
combinación.
Trastabilleo un poco,
pero…
Esa mujer que ves tres
pasos delante de ti, cuelga un farolillo rojo en la oreja. La polla en su
sitio: cuenta los billetes. Vale.
Y las cajas amarillas
Kodak: en Navidades, Boceto (todavía
crisálida) recibió como regalo una instamatic con el cubo flash (también le permitieron examinar la reflex de papá: el curioso impertinente contaba diez años, así que
fue suficiente que la toqueara durante un rato bajo la temerosa vigilancia de
su madre hasta que fue guardada bajo llave).
Up with people.
Al lechero, al cartero
y al policía saludé.
Canta el radiocasette
abogando por la paz universal.
Dentro de cada uno hay
un bien y hay un mal…
¿Tú sabes que en tu
tiempo podías haber sido uno de los cien mil españolitos abortados
clandestinamente? No serías ni un DNI.
Y con el bien y con el
mal dentro… ¿dentro de qué?
Del tupper.
Y poco más tarde esos
dos, tus hermanos apenas salidos de la adolescencia, hegelianos y radicales en
lides intelectuales conformarán en cualquier batalla dialéctica que se tercie
un testudo romano imposible de franquear. Testudo
Brell, a salvo de embates y peligros. ¡Flechas vengan!
Boceto, con los carrillos a punto de explotar,
entretiene sus ocios con las aventuras de Bazoka Joe.
Otros negocios hay de
similares poderes narcotizantes que han sustituido ideales menos sutiles y
mucho más groseros, afirmó.
1993:
El científico, el escritor,
el artista y el filósofo son sustituidos por una caterva de ignorantes y
analfabetos cuya único rasgo sobresaliente consiste en que desde la pantalla
del televisor la imagen que proyectan de ellos mismos es de idéntica nadería e
imbecilidad que las que caracterizan a quienes los contemplan desde sus sofás
de prime time. Ese humano conjunto de
ignaros mostrándose y parloteando es el fidelísimo reflejo de esas huestes
nocturnas con la bandeja de la cena fría sobre las piernas, embobadas ante las
imágenes, reconociéndose: Si ese
tipejo ha sido capaz de salir en la televisión, ¿por qué no yo?
Alimento
ultraprocesado o… basura. La digieren bien.
España narcotizada por
un socialismo televisivo y de relumbrón donde el dinero, el político
profesional y arribista más que reformista e ideológico y la numerosa casta
funcionarial que incumple todos los horarios con toda desvergüenza cimientan
las bases de un futuro, el futuro de Brell, que una década más tarde ahogaría
en el miedo y la apatía a unas clases media y baja endeudadas y secuestradas
definitivamente por el sistema, sus embolicos y sus cantos de sirena.
Y treinta años más
tarde: un túnel del tiempo ha empequeñecido tu alma y agrandado tus vicios,
deformado cuando no cegado el decorado de los otros con sus miserias o
ganancias a cuestas.
Aunque tú, sigues
incólume, indemne, Bocetillo cabrón.
Vistoso saloncito,
todo en su sitio, inabordable. El lugar es tan imposible de sentar el culo como
en uno de esos minúsculos islotes tailandeses que emergen del agua empinados,
abruptos… e inútiles más allá de brindarnos su desconcertante topografía.
Tiempos aquellos,
cuando los domingos los hornos estaban de guardia como las farmacias. En
efecto, el pan era la mismísima hostia consagrada: comed de este mi cuerpo;
bebed de esta mi sangre, y, después de la naranja, la guinda dominguera de una
valenciana, un palo catalán o la media luna trufada de una japonesita y luego,
sin apenas tiempo, a meterse con los compinches en un cine de doble sesión
diseminados por los barrios próximos que ignorase olímpicamente la estúpida
prohibición a los adolescentes menores de 18 años de aquellos filmes
calificados 1, 2, 3, 3-R y 4 (gravemente
peligrosa) e impidiéndoles, por tanto, la entrada a la sala.
Su padre, cuando aún
salía antes del atardecer y volvía a casa antes de la noche cargado de libros,
revistas, periódicos, el estrecho y compacto envoltorio con filetes de bacalao
inglés que invariablemente compraba en la calle del Trench, la bolsa amarilla
del café recién molido de Serranos…: mañanitas de niebla, tardes de paseo…
¿Tu padre fumaba?
Pura estética: nunca
aspiraba el humo, y lo hacía a través de un fina boquilla de ébano y marfil.
Combinaba muy bien ese apéndice elegante con el estilizado bigote
hollywoodiense.
Sentado en uno de los
butacones color granate que se diseminaban a lo largo y ancho de la gran sala
del Ateneo Mercantil, en la primera planta, a espaldas de los grandes
ventanales que recaían a Caudillo, con el sombrero sobre una de las rodillas, observaba las
entradas y salidas de los demás socios, los integrantes de las tertulias en
torno a las mesas oscuras, algún solitario como él sentado más allá, pensativo
al igual que él, contemplaba la exigua y efímera columna de humo que ascendía
del extremo de la boquilla al alto y artesonado techo del que pendían tres
grandes arañas que vertían una luz confortable, intimista y decadente. Entre
susurros y una atmósfera como… raída, los silencios, las pìsadas elegantes.
Punto.
La rosa es sin porqué,
aclaró Angelus Silesius, Igualo mi realidad: soy el hombre más sincero que
pueda darse.
Vengamos a lo e ayer, que también es olvidado como aquello.
Envejecemos, dice otro
encorbatado, aprisionado en una chaqueta que le viene estrecha, al igual que el
cuello azul de la camisa… rosa, mal sentado en un sillón de un intenso color
rojo, con la mirada puesta en el presentador de Verdades de Medianoche.
En efecto.
Qué estropicio.
La vejez es una
masacre, que dice la otra.
¿Conoces algún viejo
feliz?
Ninguno lo es. Y si
sonríe y se le alegran las pajarillas es por razones oscuras, egoísmo,
perversión, crueldad, alguna trastada en ciernes, imbecilidad…
Otro más: He sido
pobre y he sido rico, como aquella actriz, y como ella digo lo mismo: se pasa
mejor de rico.
Bueno, se puede ser
rico y no ser capaz de disfrutar de los alimentos, de la crueldad catártica, de
la sexualidad…
Aún otro: … De la
húmeda mirada entregada de un perro fiel.
Presentador-Moderador
(que intenta arreglar el desaguisado que se le está yendo de las manos):
Cada mañana, con la
taza en la mano, los pecados de ayer se desvanecen solubles en el humeante y
aromático café reparador… llueva o haga sol.
Mas, recuerda que eres
mortal.
¿Trabajar? ¡Muchacho, no la toques más que así es la rosa! El
arte y la vida, que son ilusiones, es el juego favorito de las preclaras
mentes, de los cuerpos en paz y anegados por la verdadera sabiduría… Sed de la
filosofía del Wu Wei, dejad seguir en
la tierra el curso natural de las cosas, como ruedan impasibles y magníficos en
el cielo la luna y el sol: ¿pues no crecen solos los tomates y los árboles?
Creced solo, al sol, sin más cuidados. (Pero tiende la mano que la sinecura de
monedas ha de llenar.)
A este se le veía
venir:
Lo que escribía
inconfesadamente ya de cínico Brell el Joven se hallaba bien alejado del Sermo sublimis, puesto que el mundo y
sus extranjeras y locales extravagancias sólo hedían a mierda y a carne y alma
podridas…
La excusa sería el Klee, el aburrimiento, lo inalcanzable
el cielo fuera de la tierra (que ya poseía)… o cualquier otra cosa.
Mas en un principio
colegial y no sin candidez, que ignoraba jovialmente las lacras estruendosas de la tierra, a los trece años comenzó de
esta manera su (otra) primera novela inacabada (La paz de los desiertos,
toma primera, escena 1): Desde el valle profundo y verde un ave desconocida
remontó el vuelo hasta el cielo alto y azul…
¿Un ave desconocida?
–preguntaría Brell el Viejo mirándole por encima de las gafas caladas sobre la
nariz al leer esas líneas.
Era un amanecido
brumoso, replicaría irritado Brell el Joven defendiéndose como gato panza
arriba.
Sería una alondra…, sentenció Brell el Viejo
riendo por lo bajo (algo así como una risita sofocada, que es exactamente lo
que queremos decir).
Un colega bastante más
joven que El Maestro Perruno (cínico, mas bien soldado a los bienes y regalías
materiales): cuestionado pero legitimado, irremediable doctor en Bellas Artes
por la aún recordada descacharrante tesis inefable, increíble, apto cum laude:
Del principio fundamental y multiplicidad de lo plástico en
la muñeca Barbie y análogas: teoría y praxis para una estética lúdica e
intercambiable .
Inevitable fue la
santidad posterior del tesinante entre la turbamulta de los fácilmente
impresionables alumnos que a aquel trabajo consideraron el verdadero comienzo
de Una Nueva Era Académica.
Maestro Brell,
¿querría ser mi excelso director de tesis, corregir mis desmanes sintácticos,
reconducir mi inveterada afición a una metodología desordenada, indicar la
valiosa bibliografía que a buen seguro me será de inestimable valor, fomentar
con sus atinados comentarios y glosas mi perspicacia investigadora y analítica?
Cuenta con ello,
Discípulo Dilecto. ¿Qué sería de nosotros sin las jóvenes, sugeridoras y
refrescantes generaciones?
Así que Barbie, eh…
Es en el ámbito del arte
donde uno puede echar mano de cualquier cosa… incluso intelectual.
No opuso ni miramiento
ni corrección alguna al tocho de las mil páginas, sin contar evidentemente el
segundo tocho compuesto de documentación, bibliografía comentada y un millar de
ilustraciones entresacadas del más variopinto imaginario de lo kitsch y la cultura de masas.
Deja que las cosas
humanas sigan su curso, ¿acaso no lo hacen los astros? ¿Qué importa el número
(como las estrellas del cielo) de doctos enseñadores?
La muerte injusta, las
hambrunas intolerables, la inevitable corrupción del gobernante, una tesis
doctoral…
Era lo suficientemente
hábil para disimular los escándalos de su pasividad y su absoluta impericia
para el auxilio, o al menos la comprensión –pero no así la para una complicidad
bellaca que mucho le divertía-, de las desdichas y el infortunio ajenos. Su
sonrisa compinche lograba minimizar esa notoria incapacidad para sentir empatía
con los avatares y sucesos ingratos del prójimo:
una contrariedad de Boceto, acaso una mala digestión, una
mirada de mujer joven arrogante, el camarero insolente, el taxi arrebatado en
sus propias narices una mañana lluviosa…
(él, que tanto se quiere y se mima):
¡Eloi, Eloi, lamá
Sabactani!
¿Quién es?
Mejor, ¿qué es?: un
palíndromo (no hay que buscarle ningún revés: él, ni se esconde ni se enturbia,
nada de conjeturas, interrogaciones, malentendidos: Boceto siempre por delante y por detrás).
Ese hombre malvado que
enviaba a sus hijos a los… ¡Agustinos! como hubiera hecho una puta cualquiera con su hijo para que no le saliera un hijo de puta.
Salió algo peor: un
hombre al que le salieron raíces bajo los pies y del que nunca más se supo, un
suicida que jamás necesitó explicarse ante los demás y un boceto (por delante y por detrás), palíndromo o… rododendro.
Me recuerdo siempre en
todas las épocas de mi vida como ahora, como en este mismo instante.
Mi mayor activo es
dejar que se vayan deteriorando las cosas a mi alrededor, mantener impasible la
lúcida paciencia de verificarlo, sólo así soy capaz de relacionarme con ellas
hasta que dejan de tener el menor interés para mí.
El problema (al menos
el mío) para creer en Dios es que lo han vestido, le han puesto nombre, le han
supuesto hacedor de milagros y tirano de mandamientos, le han puesto al mando y
casi siempre le han puesto en venta. ¡A la trampa con él!
(Yo no he leído un libro en mi vida.
Entonces, hablaremos
del tiempo.
¿Puede ser el de la
televisión?)
¡Cuánta estupidez,
Señor!: Bobería bestial, locura bruta.
Y la afirmante, con sorna, pues ella sí ha
leído montones de libros… inútiles, sugirió la alternativa: o de políticos.
La afirmante se halla
muy segura de sí misma. En lugar de adquirir objetos, esa apetencia
impresentable burguesa pasada de moda que ensombrece y aniquila despiadadamente
los espacios del hogar con trastos inservibles, minimalista ella, alimenta,
fortalece y domina los avatares del espíritu (un… materialismo como otro
cualquiera: llena ese espíritu flotante… ¡con trastos impampables!). La
afirmante que tanto se quiere a sí misma, que se desea de los pies a la cabeza,
que de ella misma ha de gestar la más preciosa hijuela de la dietética, la
estética y la gimnástica, que no descuida ni la ingesta de la nueva (y
penúltima) variedad africana de mijo ni descuida el bienestar psicológico y
espiritual, y al igual que otros consumen cacharros electrónicos en esta
inconmensurable era digital, ella dedica su tiempo a entretenimientos más
sutiles y de una concreción menos evaluable entre dietistas y psicólogos: se
hace devota de religiones orientales, amante de filosofías reductibles hasta la
simpleza, se torna aprendiza avanzada de técnicas de liberación emocional,
equilibra chakras, se somete sumisa a
silenciosas reflexiologías, humilla su cuerpo a los calmos pinchazos de la acupuntura
y se entrega con confiada ingenuidad a la iridología, desvanece el horror
cotidiano del mundo con la meditación, recita mantras, halla la paz con el
yoga, se fortalece con joyas psíquicas, cree en los homeópatas, los naturópatas
y hasta en algún chamán de Rufaza (antaño artista mediocre que naufragaba más
que en la praxis en el concepto) disfrazado de budista, no desmiente el azar
del Tarot ni la bondad de la kinesiología, se busca a sí misma, conoce su
eneatipo, engulle litros y litros de té verde y deja diluirse en el velo del
paladar, como una hostia consagrada, unas curiosas pastillas triangulares de
color violeta que no son nada: he aquí, Paula, tu retrato.
Cosas verás que ha de
maravillarte (Tertuliano): un 2 y un 4.
Quevedo…
Mujeres, demonios de
buen sabor…
La niña que queda
vaca, vende ternero al galán.
En fin (cuando uno
dice en fin es que ya se ha cansado de pensar), donde esté el Universo que se
quite todo lo demás…
Toda filosofía, todo
intento de agrandar conceptualmente los orígenes así como la capacidad
cognitiva y el destino del hombre quedaban menoscabados cuando no desintegrados
como polvo en la nada al pensar en la pequeñez del planeta y sus misterios solamente naturales respecto a la
inmensidad del universo ya comprobable e indiscutible: El animal hombre del
planeta Tierra era algo absolutamente inapreciable, concluso y más tarde o más
temprano desaparecido para siempre, pensaría cuando dejó de ser el genio de
diez años y se convirtió en un vacuo profesor.
Conocerse uno mismo es
conocer el futuro. Ningún oráculo podría anticipar tu aventura humana mejor que
cumplir a rajatabla mandamiento tan esclarecedor y efectivo: sabes
perfectamente adónde vas… Luego te pierdes en un sinfín de direcciones
equivocadas que, curiosamente, convergen en el mismo sitio: el presente, el
destino.
(Y salía de aquellas
sesiones de autoanálisis limpio y estéticamente impoluto: como vestido en
Savile Row, un figurín del alma: por defuera blanqueado y lleno de molduras, y
por dedentro, moribundia, pudrición y
gusanos.)
En 1970 los escoltas
montaban a caballo y sus morriones brillantes como la plata refulgían al sol de
la mañana madrileña.
Principio de cuento de
terror:
Salió de casa y se encerró por dentro.
¡Lávate las manos
antes de comer, ahora mismo!, exclamó su madre al verlo despeinado (¿!).
Mira tu mano todavía no temblorosa por las nocturnas (y
diurnas) copas de alcohol: la piel enferma, invadida por un millón de
bacterias de diez mil especies diferentes por centímetro cuadrado.
¿Y si crecieran aunque
fuera un poquito, un poquito nada más, así, en silencio, subrepticiamente, unas
cuantas millonésimas cada día? Terminarían sepultándolo: una montaña de
bacterias, una inopinada pirámide bacteriana eregida al sol que escondería
durante milenios el cuerpo embalsamado del fantasioso faraón del principal
izquierda en compañía de sus grandes tesoros.
Buscaba la mirada
acogedora de JD., y no la encontraba, porque en éste la indiferencia no era una
forma estoica de aburrimiento, podría ser hasta de desprecio: tendrás que hacer
el viaje tú solo, parecía amenazar su aislamiento. JD. no disputaba la palabra,
los hechos de los otros eran tan legítimos como ajenos a él, humillaba con el
silencio.
Claro que era raro, y
aclaro para quien quiera escucharme que era difícil entenderle… Es un tipo
complicado, enrevesado de veras y, al nacer, su madre perdió el manual de
instrucciones que venía con él, bromeaba su padre como todos los padres.
Analizar este tipo, su hermano mineral,
exige alejarse de toda ortodoxia freudiana: ha inventado sus propios pecados,
sus honduras más oscuras, distante sino de todo lo humano sí de sus
servidumbres más comunes y sus toscas apariencias.
No me abruman mis
pecados pasados, pues sólo a mí perjudican, ni me inquietan los futuros, que a
nadie han de dañar. A JD. eso (y no había otra cosa en el fondo, seres finitos
que somos) le bastaba para absolverse: lo demás sería naturaleza, enraizado él
en ella.
Lejos de las ciudades
donde…:
¿Qué pasará?
De momento, fíjate en
la hora.
¿Qué significa eso?
¿Estás vivo, no?
Solamente solo.
Otra clase de soledad,
si cabe más terrorífica por invisible, sibilina y destructora, es hacer todos
los días de tu vida de adulto las mismas cosas acompañado o no, una y otra vez
lo mismo, y sin que te hayas dado cuenta de ello o ni siquiera te importe ya.
¿Y ése?
Otro que quiere seguir
vivo.
¿Para qué?
Para seguir haciendo
lo mismo que hizo ayer.
¿Y no se aburre?
Sí, pero no lo sabe.
Cree que un día es… Lo
describe, y es. Eso se cree. Así lo finiquita una vez desaparece la luz del
sol, comienza el negror de la noche:
Hace…
hace un sol gris, y un
silencio como amarillo, de desánimo, y luego…
¿Cómo seguir?
Todo, menos el Klee,
imposible de resucitar.
Nada hay de lo que tú solo puedas dar razón. Sería nada más
que un punto de vista, otro punto de
vista. La cosa en sí, independiente de la retina, de mil millones de retinas.
El Klee… quizá si
escribiera con letra bastarda (como Cervantes)…
Paula y sus
conferencias TED (charlas sobre diseño, tecnología, educación…)
Ella no necesita un klee. Tiene sus pequeños recursos, sus
pequeñas y obscenas astucias.
Malas amistades, sus
secretos amores, convulsos y efímeros.
Carlos Brell:
Nunca volviste a
encontrar amigos como aquellos: parecía que sierpes, hiedras de ellos brotaban
y a ellos te unías, lianas con las que poder saltar sobre las juveniles
catástrofes: una amistad densa, olorosa, profundamente física bajo el sol
ardiente y pletórico del verano, los anocheceres lluviosos de invierno, en el
aburrimiento, en la exaltación. Merenderos de la playa. Nazaret o Pinedo. Fiodorov y sus amigos. Finales de los
años sesenta. El cañizo del techo, que dejaba penetrar y posarse brillantes y
fugaces destellos de luz sobre la rústica mesa de tablas de madera … La roja
sangría, inacabable, fresquísima. La ensalada reconfortante y tierna, el pan
crujiente. El rumor del mar próximo, el aire tibio y marino acariciando la piel
salada.
Carlos Brell
(anotación, febrero de 1988):
Nosotros… nosotros
vivimos bien, ¿verdad?, oyó a su lado: tú mirabas la playa, la incansable
tozudez de las olas lamiendo la orilla, la arena que reverberaba, el horizonte
azul que era el mismo cielo azul… Te volviste: con las mejillas arreboladas por
el sol y el cabello revolicado por la brisa te miraba a los ojos, feliz y
pletórico mientras aliñaba con soltura la ensalada de tomate, lechuga, cebolla,
pepino y aceitunas negras, bajo la sombra fresca de las cañas del rústico
merendero orientado hacia el mar azul, también tan azul.
Era esa toda su
plenitud… en aquellos momentos tan fuera del tiempo, suspendidos en el alma. Y
era cierto.
Vivimos bien, ¿eh?
Brindábamos con jarras
llenas hasta los bordes de sangría y pedazos de hielo, entre risas, sin pasado
y sin miedo al futuro.
Lo recuerdas ahora,
con la copa imaginaria de Moët Chandon en la mano, aburrido en la fiesta del
rico, la zorra y el charlatán, a punto de lanzarte al vacío vestido
(disfrazado) de etiqueta por la ventana abierta a la noche.
No es nada personal.
En efecto, no es nada
personal, pero es.
Y disparó. Y el otro
desapareció del mundo de los recuerdos.
Este nene nos ha
salido un auténtico baúl de los disfraces.
Peor: es una verdadera
babuschka.
El alma, la sorpresa
final. Diminuta, pero ahí está.
Tan buen dialéctico…
¡y tan callado ahora, de mayor!
Asceta, sí; también,
estoico, pero… a solas, y bien a mano de
la distracción y la holgura. Era minucioso, no escrupuloso… de un, digamos,
senequismo muy llevadero por la ausencia de alarmas o apuros económicos.
(Cambia de canal.)
Pues muchos
pensamientos absurdos, desatinados, son salvados merced a un lenguaje
asombrosamente eficaz y, tanto a nivel oral como escrito, subyugante.
(Vuelve al canal
anterior, no seas atrevido.)
¿Usted escribe,
caballero?, preguntó Madame X.
Bueno… sí.
¿Sí…?
No es un roman fleuve…
Ah.
Un Klee, por decirlo de ese modo.
(Parafraseando a
Picasso: yo no escribo lo que veo; escribo lo que pienso.)
(Cambia de canal.)
¿Cómo diablos
pretendes que sepa lo que quiero? Nunca me he sometido a un psicoanálisis, de
modo que sólo hago lo que me gusta. En fin, si eso es lo que quiero…
Un 2 y un 4 la cara de
tu retrato.
(No lo toques que es
peor. Vuelve de nuevo al otro canal donde siguen sentados los mismos
charlatanes.)
Era esa época (felices
ochenta) cuando el español, al menos el español que carecía de preocupaciones
económicas y de un mínimo sentido de justicia universal, empezó a ser divertido
y a ponerse el mundo por montera, porque este no tenía nada de trágico, pues la
tragicidad era cosa de los seres humanos y en modo alguno cualidad de una
naturaleza ajena al hombre, complaciente y hasta bruta con ella misma: así es
la vida animal.
Ni héroe ni artista.
Mal te van a medir: sólo el nombre, una media línea pronto olvidada: ni las
hazañas de la historia, ni lo sublime de la creación, ni lo criminal siquiera
(¡tan fácil…!) Bebe compadre. Bebe para olvidar (dijo uno). Español: toro.
Dos tipos dialogan en
la pantalla, ambos de pie, enfrentados. Uno de ellos miraba el Martini con la
aceituna cogida en el palillo por los pelos, no náufraga: Han metido la
metafísica en la biología… La han jodido.
El otro:
Le enseñaría mi
colección de tebeos (dijo comics, en
realidad, el pobre tipo) de Guido Crepax, pero no los tengo a mano.
(Cambia de canal.)
Llegados a cierta
edad, ya sólo se vive por períodos, fases de una duración imprevisible, ya que
el flujo vital e intelectual se ve constantemente interrumpido, alterado,
ajenos a tu control: períodos de salud, de desamor, de bienestar, de extrañeza,
de miedo, de pasotismo… Peores que ayer, mejores que mañana.
(Cambia de canal.)
¿Será este, por
ventura, mi annus mirabilis?
(Cambia de canal: la
1,27 a.m.)
Como esos coños
oscuros y acogedores de Miller, provistos de confortables divanes y hasta
adornados con alguna planta de morera.
¿Qué quieres que te
diga? Todavía era el prólogo, por decirlo de ese manera, el liminar que sueltan
las glándulas de Cowper antes de que empiece la verdadera función de las
sacudidas hasta el fondo, el fondo de la cuestión, para entendernos mejor, ja,
ja, ja… ¡el fondo de la cuestión!
(¡No vuelvas a este
canal!)
¿Quién eres?
Tu manual de
instrucciones.
Estoico por pura
estética, hasta la elegancia: Séneca.
Estoico por ocio,
afición y desapego: Montaigne.
Estoico por despecho,
resignada miseria y fealdad: Quevedo.
Todos… estoicos (o
insensatos al no aceptarlo) por resignación. Nuestro pequeño Brell no porfía por la paz o la justicia y el
conocimiento del mundo y de un dios creador omnipotente y ecuánime: sólo busca
el olvido. No se mata (ya se encarga el tiempo de hacerlo segundo a segundo por
ti, así que diviértete lo que puedas) pero ya cree solamente en la muerte
inevitable y ecuménica como remedio, la única potencia capaz de poner
término de una vez por todas a los infortunios de los desheredados, por los que
él poco o nada podía hacer en el aspecto práctico (y la política y sus
mecanismos y oficiantes en este caso pronto se revelaban como una flagrante
traición a todos ellos, por lo que su voto en unas elecciones le hacía sentir
utilizado, miserable y burlado) tal que fulminar y hacerlos polvo a los
poderosos de la tierra y, lo más importante en su arrastrar por la existencia
en este valle de lágrimas (estoico… o cínico), sepultar por asepsia la cobardía
y el fracaso suyos personales e intransferibles que tampoco, así lo había
comprobado no sin asombro desde antiguo, le ocasionaban, día a día, un
descalabro insoportable y definitivo.
Todo podía ser
llevadero.
Quien busca
complicaciones con ellas se topará.
Enfadado con la vida,
vengan a mí sus placeres. ¿A qué otra cosa aspirar?
Tenía sus gustos, lo
cínico lo salvaguardaba de las asechanzas diarias.
Aunque un millón de
manuales de instrucción…
La voz era engolada,
como el tipo (no hacía falta que llevaras la vista al televisor, estabas seguro
de ello, el típico sabelotodo arrellanado en un sillón metálico de último diseño
que en los programas a partir de medianoche –grabados con absoluta certeza una
semana antes, un viernes por la mañana o así- pontificaba sobre naderías y
lugares comunes):
Primero Maupasant y
Chejov; luego, Mansfield, y termina con Aldecoa, Cheever y Raymond Carver… (Ha
cambiado de canal.)
(Cogió un libro:
Chejov: El loco: En su casa siempre
leía en posición horizontal… Una
observación intrigante a la que el autor no añade ninguna otra explicación.)
Y a ser posible, salvo
el ruso [¿Por qué…?], leídos en su idioma original.
Todos somos autores.
El blog de Brell:
Yo y las arañas.
Magnífico titulo, a fe
mía.
Un blog inolvidable.
Cuenta todas las mentiras que se le ocurren en primera persona, lo que le
otorga una verosimilitud chocante a despecho del disparate:
Hermano gemelo de la
Bourgeois, ambos solíamos discutir encarnizadamente bajo alguno de los puentes
del Sena… Allá por los sesenta, creo... Era una feminista radical entonces. A
duras penas daba su brazo a torcer.
No recuerdo sobre qué versaba la discusión que habíamos mantenido desde que
empezara la tarde, quizás en la misma sobremesa, y que se prolongaba hasta ese
momento, poco antes de que anocheciera del todo –sus horas más febriles; para
mí, las más cansinas-, pero el hecho es que de repente me echó las manos al
cuello e intentó estrangularme. ¡Maldita araña gigante!, acerté a exclamar
aterrorizado. La desesperación hizo que sacara
fuerzas de flaqueza y logré desembarazarme del grillete de sus garras al
tiempo que le propinaba un empujón que la
hizo trastabillar hacia atrás. Sin perder un segundo me lancé al río sin
temor a ahogarme en las frías aguas, pues yo sabía nadar.
Eran aquellos los
tiempos cuando quien escribe pintaba sobre los suelos de Londres y ganaba algún
dinero para el almuerzo y la frasca de vino del mediodía. Habiendo madrugado
aquella mañana fría y oscura, pues mi propósito era llevar a cabo mis cuadros
urbanos en una de las calles adyacentes a la Plaza Vincent, Horseferry, cuya
acera de los números pares propicia un excelente soporte pictórico merced a la
anchura y el perfecto firme de su superficie, me encaminé desde la modesta
pensión en que me alojaba, en el 28 de Dean Street, en el Soho, a la cercana
boca del metro cargado con los bártulos necesarios para el desempeño de mi poco
lucrativa actividad…
Etcétera.
Memorias de un pintor de aceras.
(Un genio anónimo,
espectador –pues espectadores y aficionados al arte existen de los que no
podría dudarse de su genialidad-, una desalentadora mañana que amenazaba lluvia
introdujo un espléndido billete de cincuenta libras en el bote de galletas Peek Frean que utilizaba de monedero:
tal vez el hombre pretendía resolver de ese modo, drástico y efectivo, la
catástrofe que en forma de chaparrón se avecinaba contra mi pintura y se apiadó
de mí y mis vanos esfuerzos: Coge los trastos y métete en un pub a hincharte de
cerveza caliente y riñones al jerez, artista adolescente, efímero y
desconocido…)
Etcétera.
Así que…
Memorias de un…
¿Quién eres?
Un muñecote lleno a
rebosar de triglicéridos.
¿Quién eres?
Uno de los
fecundadores de Brave New World.
Podría ser hasta el
hermano gemelo de…, de…
¿Quién eres?
Un 2 y un 4, mi
retrato.
(Cambia de canal.)
Siempre, todo, termina
siendo distinto a lo que pensábamos en el pasado, pero si las cosas hubiesen sido
igual a como imaginamos entonces, la decepción por lo que somos y la nostalgia
por lo que éramos serían las mismas.
Este ron ha envejecido
triste y solitario en una mecedora.
Este ron no ha visto
ni de lejos un barril.
Sé bueno y te
llevaremos a la casita de chocolate de la abuelita: Villa Amparito.
Pórtate bien y te
llevaremos a comer a El Poblet.
Aparca la bicicleta.
Preséntate y anuncia
el nombre de la reserva.
Déjate llevar.
Siéntate a la mesa,
engulle tu merienda.
Pataca con membrillo.
Pataca con sobrasada mallorquina. Pataca con atún en aceite. Pataca con anchoas
y aceitunas negras sin hueso. Pataca con jamón. Entrepá con blanco y butifarra.
Pero, qué groseras
vituallas, qué tosco el condumio…
¿Se sentará a la mesa
o prefiere el camón?
Está bien así. Vive
Dios que no tiene este lugar aspecto de mesón o asador o comedor de fonducha.
Caballero, hoy tenemos
el honor de ofrecerle el Menú Clásico.
¿No me facilita la
carta?
No hay tal.
¿Cómo se llama lo que
voy a comer, entonces?
200 euros.
Naturalmente…
Naturalmente, el vino
aparte. En un instante acudirá el sumiller que indicará las preferencias de
nuestra bodega de holgado surtido, señor.
Sumiller de cortina,
asista al caballero, corra colgaduras, bendiga mesas, escancie en las copas…
Primera ración: Ojos de seda en cápsula caramelizada con
ribetes de trufa blanca.
Bebe de la copa el sol
y el tiempo, de la tierra su fruto más preciado, la gran solera, el vino de
Homero, la mirada al mar azul, el viento, la gracia de la vida hecha arte…
Echa atrás la cabeza,
alza la vista al cielo, a esa entelequia tan lejos de lo terrenal, desafíale
con la fuerza del mundo, toda su potencia en esa sola copa de fuego dorado.
Siente remordimientos:
cornudo agradecido. Se hará perdonar ante Paula: ¿Qué tal un fin de semana en
Estocolmo? ¿Nos regalamos, querida, una primavera sueca?
Qué cómodo y
gratificante resulta estar en paz con el mundo, ser dócil con él hasta la
sumisión. ¿Existe el mal…? Ah, bueno…, vale, ¡pero también existe el bien!
Venga esa copa.
(No importa lo que
bebas… si es en un cáliz de oro… ¡Tú eres el cáliz!)
¿Qué esto…?
Alcachofas parecen…,
náufragas en salsa púrpura. Veamos, alcachofas, carne poca y muchas faldas.
Doña Paula y Don Boceto: Don Repollo y Doña Berza, de una
sangre y de una casta, si no caballeros pardos, verdes hidalgos de España,
casáronse…
Quien le viera… se
diría que en comer se le van tres partes de su hacienda.
Mucho más hay de
sobra: vienen a mi bolsillo los billetes como con alas antes de cumplirse el
mes. Y aún me sobran ocho días para pensar en sobrenombres y más descansa quien
mira que quien trepa.
La fortuna me ha
sonreído. Mi linaje me protege. Mis negocios de profesor llenan mis bolsillos y
roban escasísimas horas a mis ocios venerables: más de tres cuartas partes del
año en libertad… ni siquiera condicional.
Ocio y vagancia,
hermanos primos.
No soy yo como uno de
esos personajes de Bukowsky en quienes Dios se ha cagado encima. De buena me
libré.
También la hidalguía
es una carrera, y un oficio después de su licenciatura que demanda sabiduría y
mesura, un saber moverse entre los esforzados, las medianías y los desocupados.
Y nada de alardes, sé caballero, no pierdas los modales, sé discreto en la
compostura, escucha sobre todo y serás tenido por sabio, evita la ostentación:
sonríe complacido… y cómplice si puedes o se hace preciso serlo. Un billete de
banco, lo mires por la cara que lo mires, anverso o reverso, es una repugnante
mentira, una engañifa que sólo ayuda a los pobres de espíritu y no a gentes
precisamente como tú, alegres, bienintencionadas, maleantes y juguetonas
capaces de mantear a todos los buenos
sanchos rústicos de este mundo, que por tenerlo o por embolsárselo ese
dinero con facilidad poco común sólo os merece desprecio y unas ganas inmensas
de gastarlo. Todos genios, queridos alumnos, todos aprobados. ¿Habré, pues, de
repetirlo, grandes artistas?
El ciego lleva a
cuestas al tullido (…) El mundo en estos dos está entendido.
Si tú me das los pies,
te doy los ojos (…) Pues unos somos ciegos y otros cojos.
(Ahora lo entiendo
todo, me llamo Alicia y he atravesado el espejo.)
¿Lo moral? ¿La dignidad? Yo soy un caballero español. Basta con eso.
Me cuesta creer en
algo que en plena naturaleza, lejos de los hombres y sus leyes de relación,
carezca de sentido.
Escabúllete. Es fácil:
deslizaos, mortales, no os apoyéis. Qué sabia la ilustre antecesora del francés
Jean Paul.
Primum non nocere.
Y, así, como una
sombra, llena la panza, que el vino alimente el olvido, arroja las monedas a la
pocilga del mundo (inmundo) y descubre su verdadera forma, su verdadero color
comprando aquello que te satisfaga (o no te satisfaga).
Comprar… por el mero
hecho de convertir ese acto en algo no muy lejos de lo criminal, y una afrenta
también a la nada que te espera al final.
Caballero español.
Quizás toda norma no
sea sino una forma de salvación: en el protocolo, señor, hallan mis pasos la
gran seguridad (al menos aquella que me infunde los ánimos para seguir adelante
hasta darme de bruces con la muerte agazapada en su esquina): arriba el cielo;
abajo, el infierno; entrambos, la mirada fugitiva y confusa del hombre
viandante que salvo esa tonta convención no sabe de otro sitio donde agarrarse
para no precipitarse en el vacío. Abrazarse a la nada, se dice temeroso, sería
rendirse antes de hora.
Como el romano, uno
bien sabe que ha estado rodeado de bárbaros (escondidos tras miles de
apariencias, ataviados con los más serios o disparatados disfraces) desde el
comienzo de los tiempos, a veces vencidas esas hordas por la fuerza; otras,
contenido el empuje de su furia por la astucia y la añagaza, pero ahí estaban
desde siempre, invisibles o ruidosos en los bosques oscuros, hasta que, un día
fatal, salen a la luz vociferando como demonios y aniquilan sin contemplaciones
toda aquella urdimbre de buenas razones y mentiras calculadas que sostenían tus
creencias y aun tu misma vida.
Este caballero español
abandona las armas y empuña los miramientos para salir bien librado en
cualquier contienda que le salga al paso. Él descifra bien sus realidades y
consiente divertido con silencios e indiferencia las ilusiones de los otros:
este caballero español se ríe de los molinos de viento (¡bien entrado ya el
siglo XXI!) en sus dos más conocidas variedades de mercado: la realidad
anacrónica de sus grandes aspas blancas como veleros y la que imagina su
apariencia y acrecienta su atractivo por la estatura y poderío de los gigantes.
(¿Qué diablos de canal
es éste?)
El buen caballero, en
tales días nada propensos a la ironía, de nervios desatados y frustraciones sin
fin, hace arma de su discreción y se escabulle con gracia; de su invisibilidad
de aire y de su condición de humo alza la mejor arquitectura y echa la llave:
sobre mi conciencia todo; sobre mis espaldas, nada. Allá cada cual, infausto
2008, se las ventile.
Caballero con método,
sin espada (no andemos provocando altercados indeseables).
Usted, primero.
Gorguera almidonada de
obediente más que altivo gorjal de armadura.
Caballero que no
restaura virtudes (si no acaban siendo vicios), ni defiende honores (salvo los
de su placer), ni impone la caridad (más allá de la propina hacia sí mismo),
que le traen al fresco la lealtad (que no sea a sus gustos y conveniencias), la
justicia (de sus razones… o sinrazones) y aun la verdad (de los otros y de todo
si perjudican la bonanza y beneficio de sus mentiras).
¿Qué de bien se
aconseja él? Error y perturbación en el mundo defienden sus derechos, prebendas
y sinecuras puesto que en tales algarabías y confusiones no se esclarecen la
injusticia y holgazanería con que los consigue. Río revuelto, cenagoso, de
aguas turbias. Ahí se halla a gusto esta buena pieza, este pájaro con escamas y
ojo avizor. Ahora bien, ¿sabiendo próximo tu fin, contados ya tus días, no
huirías definitivamente del mundo, del siglo y de toda la infinita caterva de
sus habitantes? ¿No dejarías herederos de tus bienes a tus hijos (¿qué hijos?)
abandonando los ruidosos cantos de sirena del mundanal ruido? Ahora bien,
medítalo, tú que ya eres torpe en el manejo de la vida. Ahora bien, ¿dónde ha
de ser tu retiro? He aquí que esa habitación de la senectud sabia se erija (ya puestos) en selva abundosa
en aguas y árboles frutales, levanta tu contemplativa morada en prado
hermoso, junto a un gran árbol cargado
de frutos, bajo el cual fluya una fuente muy bella y clara, contempla a Dios o
al Diablo, menosprecia la vanidad del mundo.
Ahora bien…
Bello amigo, inventa
las reglas y el orden de esta caballería donde tan a gusto has de sentirte.
¿Quién te arma
caballero?
La noche y la vela de
armas.
Y mi santa voluntad,
que en estos mágicos tiempos (quijotescos) siete son los planetas, una la luna,
uno el sol y más allá de las estrellas ya se acabaron los prodigios.
Siete normas me
gobiernan, como los Celestiales Corsos.
Caballero es hombre
que procura la paz por la fuerza.
Caballero es hombre
elegido antiguamente para ser mejor que otro.
Caballero tiene espada
por derecho, y caballo por señoría.
El Caballero tiene
divisa para ser conocido por todos.
Al Caballero
pertenecen bienes y honra.
El Caballero ha de
tener edad y prestancia convenientes.
Es oficio de Caballero
tener castillo y caballo.
Ya todo está dicho, Caballero español.
(Y cambia de coche
cada tres años: ten bien presente que Caballero no cabalga a lomos de palafrén.
Caballero sin caballo no conviene al orden de caballería.)
Y vigila a esos toscos
escuderos con intención y voluntad de ser caballeros, que lo desean sólo por
hacerse ricos y señorear.
Tengas un escudero
solo, y bueno si quieres alegrarte, pero no alargues conversación con él, ni
tampoco tengas con él muchas risas, consejo que no obedeció Alonso Quijano y de
ello sus muchas iras, controversias verbales y tropiezos chuscos con Panza, el
rústico e impenitente refranero.
Brell el Joven cae
sepultado por tan altas distinciones: espada, lanza, yelmo, loriga, calzas de
hierro, espuelas, gorguera, maza, puñal o misericordia, escudo, silla, caballo,
freno, testera, guarnimientos, túnica, seña y señera:
Mejor te fuera con el
arte de juglaría, entre instrumentos de música, coros y endechas, lays… Aunque antes trovador amador de
damas y compositor de poemas, hasta caballero a veces, que juglar, tipo
grosero, mal vestido, atrevido y truhán, mancillador de doncellas y al decir de
autoridades se disfrazan de la noche para con sus instrumentos que hacen sonar
por calles y plazuelas mover el ánimo de las mujeres a putería y que por eso se
hagan falsas y hagan traición a sus maridos… ¿Qué hombres hacen más daño al
mundo que los juglares? En sus manos el noble arte de juglería ha caído en arte
y manera de mentir…
Juglares disfrazados
de sabios docentes, locos y embebidos…, es tan grande su astucia que ajustan
muchos dineros que arrancan de las gentes necias y cuando lo consiguen lo
malgastan y lo prodigan… Falsa sabiduría, arte de juglaría, el arte más
corrompido de todas las corrupciones y de todas las vilezas…
(¡Cambia el puto
canal!)
… lloverá. Los días
nublados son días falsos, nos oprimen con la indeseable capucha mortecina y
tiñen la luz de desesperanza y artificio, de opacidad nefasta, tapan el espacio
hasta las estrellas, disminuyen la libertad de la mirada que al elevarse a lo
alto desaprovecha la tierra y su ocupación, de los trabajos, la estrechan con
sus nubes sucias, grises o uscuras, la hacen bajar de nuevo a los pies… Pero si
llueve… Soplará viento de levante…
(Cambia de canal.)
(Se ha equivocado.)
(¿Dónde se metió? ¿Son
estos dominio del hombre del tiempo?)
… y después de la
lluvia interminable, vagarosos jirones de niebla como grandes velos desgarrados
se aposentaban sobren el flanco de las verdes y oscuras montañas cercanas…
(No acierta a pulsar
correctamente en la botonera del mando…)
Ah, pensamientos
extraños en el amanecer gris, lluvioso y desalentador: Lo que traza el curso de
los ríos en la tierra no es la montaña y el valle, la llanura o la rambla, es
el mar…
Con el mando a
distancia untoso en la mano, salta de un canal
a otro con los ojos semicerrados, siendo él ya un canal en blanco y
negro, como el pensamiento traducido a palabras, ocurrencias saltimbanquis: él sólo puede pensar dibujando tras el
cráneo las palabras, su contorno y hasta su extensión, y en esas paredes
interiores que rozan la sustancia viscosa del
cerebro se graban y las lee en caprichoso rebote… ¡hasta los ojos!
A la diabla…
Lo declaraste sin
rubor, de forma calculada y ofensiva a pesar de lo medido de la voz, su
contención, cuando ya tú mismo eras culpable de la misma sentencia pública de
desaprobación:
Su jovialidad no
pasaba de ser la risueña máscara de la trivialidad de su carácter, poco dado al
esfuerzo y a una reflexión serena. Estoy convencido de que ese tipo no había
terminado nunca de leer ninguno de los libros que había empezado. (Saltaba las
páginas para averiguar quien mataba a quien).
No eres mejor ni peor,
eres mortal: no hay un solo día en tu vida, incluso aquellos más perfectos y
felices, al igual que sucede en la vida de los demás, que no conduzca a la
quiebra definitiva de todo lo que creías indestructible: un día feliz o
desdichado son idéntico puñal que te ataca de frente o por la espalda.
Pero yo escribo
poemas, dijo para justificarse (holganza, gorronería, exabruptos), y
testimoniar así de tan magnífica manera el juglar de calzones sucios y la boca
negra y desdentada su diferencia, su condición inexcusablemente conciliadora
con el desastre y la incuria: perdonad mis muchas faltas, poeta soy.
Poeta y tranquilo:
A mí, qué quiere que
le diga, la perra gorda en el bolsillo me dura dos réplicas; a la tercera se la
doy a mi interlocutor… o replicante (sin segundas).
Deslizaos mortales…
¿Qué es un poema?, se
preguntaba y nos preguntaba desde la pantalla de plasma el poeta-docente de
universidad ahora, en este mismo instante que el joven Bell (como un ramalazo
ha cruzado emergiendo de un lado de su mente la figura paterna, a grandes
zancadas se dirigía a algún sitio oscuro del otro lado) se echaba al coleto un
reconfortante hennessy, en este momento de la alta noche poblada de brujas en
forma de Paula, duendes de las maneras de Boceto
y fantasmas del pasado encarnados en la figura de su padre: Un poema, sentenció
el vate-funcionario del estado (hasta se agenciaba los mazos de folios din-A4
de la secretería de su departamento en la facultad), es aquello que expresa
mediante palabras lo ininteligible, a pesar de que éstas, las palabras, y aquél
el poeta y el mismo poema solidificados por el tiempo como el oro, terminen
siéndolo también.
La televisión, solía
decirse allá por los años sesenta (así oyó de los labios escépticos y
sarcásticos de su padre, catedrático magistral y presencial, denigrando y
replicando tal aserto, burlón y despreciativo), puede ser la gran universidad a
distancia tanto para las silenciadas masas rurales como para aquellas las más
desfavorecidas de los suburbios de la
urbe. Allá donde no llegue el maestro, arribará la ciencia.
Y les pusieron un
teleclub delante de las narices donde visionar allá en las siberias patrias corridas de toros, partidos de fútbol
y la santa misa los domingos y fiestas de guardar.
¿Urbanita o rural?
(Se muere lo
mismo.)
¿Estado civil?
Pues…
Sin hijos: Mas piensa en tu padre, en la madre, en
la parentela, todos los objetos y bienes que te sobrevivan se desvanecerán por
muy sólidos que parezcan en manos ajenas a ti, pero las fotografías furtivas,
familiares o del más trivial compromiso o celebración, aquellas robadas a tu
imagen, aun tú muerto, te herirán de
muerte otra vez por ojos de extraños en el futuro hasta que acabes, ahora
sí, definitivamente en el olvido a causa del fuego, la destrucción o la
indiferencia criminal y desapasionada de quienes no te reconozcan ni sepan tu nombre.)
¿Ocupación?
Especialista en
crítica del arte.
Magnífica manera de
ganarse amigos y dineros.
¿Qué esperaba?
No sé… algo más ético.
(La estética nunca pasa por lo ético.)
Especialista en nada,
así que era por talante natural y deferencia hacia los otros un excelente
pedagogo que no tenía nada que enseñar.
Era como un buzo que
anduviera por debajo del mar fangoso de la ciudad, pesadamente, con torpeza y
cansancio, con zapatones de plomo hundiéndose en la arena del fondo (¿qué
fondo?).
Podía ser cualquier
cosa y en cualquier instante.
El guionista amigo de
su padre, inventor de centenares de tebeos, de mil personajes: ¿Tú que quieres
ser, chaval: gánster, espadachín, vaquero, astronauta? El tío Federico te
reinventa en lo que desees: ángel o demonio, fiero o sabio, hombre o mujer…
Era un niño temible.
Qué miedo me das, decía su padre escondiendo payasamente el rostro con uno de
los faldones de la rebeca gris: niño de silencio de piedra, mirada de acero.
Adolescente
adelantado, 17 años:
Su padrino, el hermano
menor de su padre (moriría pocos meses después de ese encuentro familiar),
rentista huidizo, de sonrisa conejil, un hombre ingenuo, o muy sabio e ido:
Qué ¿ya les metes mano
a las chicas?, preguntaba lanzándole una mirada pícara, aunque tristona, de
solterón antiguo y rancio, onanista, a un Brell ya con los dos pies en la
universidad.
En realidad, hacía
tiempo que lo que les metía a las chicas era la polla, y ese magnífico apéndice
entraba y salía por donde debía entrar y salir sin mayores alharacas ni publicidades
innecesarias.
Era…:
Aquel escaparate que
en la mañana radiante de primavera exhibía tras la luna límpida un montón de
trastos artesanales reflejaba y certificaba su cara de borracho: una máscara
tallada como a botellazos.
Era… un muchachito
recién universitario flacucho, con flequillo a lo onda, irónico, pedantuelo,
grandemente (sic) satisfecho de sí
mismo, orgulloso de sus mínimos esfuerzos, era… inteligente sin duda:
Contestación a uno de
sus hermanos (uno de ellos, no recuerdo):
(¿Cómo estás?)
Aquí, como el señor
Marx, curando mis abcesos con arsénico.
(De resultas de algún
espigueo por la biblioteca, fisgando entre las páginas de los libros comprados
por alguno de sus dos primogénitos en aquellos tiempos serios y circunspectos (sic). Era un ocurrente acaparador de
citas y frases sueltas. [En este caso, Cartas
a Kugelmann, Ediciones de bolsillo, 1974.]
Espigaba Boceto, cómo no, ya lo hemos comprobado
(incluso hemos visto su cara de asco), aunque por mera desidia y nunca por
radiografiar un alma que, a fin de cuentas, hacía tiempo que le traía sin
cuidado, los libros que llevaba entre manos Paula, el ama de casa ausente y de
nocturno cachondeo a estas horas. Sin ir más lejos, poco más allá de la
chimenea, en una de las mesas escritorio, reposaba junto al pie de la banker
otro libro (con la consabida doblez en el ángulo de una página) identificativo
de los gustos de la lectora, muy propio: versaba sobre las violaciones
perpetradas a las indefensas mujeres (consideradas botín de guerra) por los
sodados rusos en los países de Europa central durante su avance incontenible
hacia Berlín. Era una traducción inglesa del testimonio de una mujer belga
violada por compañías enteras de soldados. (Del puño y letra de Paula: Lo que
más temían esas jóvenes, sin escapatoria posible, era que a causa de las
constantes y brutales sacudidas día y noche sobre sus cuerpos famélicos
acabaran maltrechas de manera irreversible. A centenares de ellas se les rompía
la columna vertebral como una caña y morían al poco tiempo…)
Era…
Un filósofo en
zapatillas: Ellos… me rodean como cuerpos celestes, pero ellos no se mueven, me muevo yo…
¿Y éste?
Digamos que escribe a
mano alzada.
No era…
Un jovenzuelo (años
80) de esa clase tontaina que fuera por esos mundos con un walkman pegado al culo
y el auricular metido en la oreja izquierda. Lo cierto es que le gustaba
escuchar música, pero absolutamente quieto a ser posible, sin hacer otra cosa,
repantigado en un sillón, los ojos cerrados, la sesera a vuela pluma…
Era…
¡Ese tiene gato
encerrado!
¡Gato encerrado!
Será la faltriquera
hecha con piel de gato donde guardo mis doblones (y que a la vista de vuestros
ojos codiciosos oculto con muchos cuidados y disimulos).
Era… distinto a su
hermanos, digamos:
Aquellos se enfundaban
unos lois o unos caroche; él empaquetaba los huevos en un Levi’s 501 bien ceñido en
la entrepierna.
Otros tiempos.
No hará más de tres
semanas tuvo una ocurrencia (que, naturalmente, satisfizo): escuchar las
antiguas canciones de los antiguos grupos en su antiguo radiocasete Sony de
doble pletina. Jamás se había desecho de los antiguos casetes, así que subió
por la escalera abatible del desván y se rodeó de las sombras reveladoras y la
penumbra esclarecedora donde todos los antiguos tiempos se estremecen con el
relumbre de la luz que abre y deja escapar la puerta de tu presente (antiguos
tiempos de tu abuelo, el eximio doctor Veneno; de tu otro abuelo, el
coleccionista sicalíptico; de tu padre y los cientos de publicaciones y
revistas y libros de su república; de tu madre adolescente y joven, cuando
ilustraba las gruesas páginas de los mil y uno grandes cuadernos apaisados con
dibujos, bocetos, retratos, graciosos esbozos; de los rimeros inagotables de
libros y la infinita cacharrería social, política y objetual de tus dos hermanos
desaparecidos y enterrados, uno muerto a conciencia y otro vivo a escondidas
del siglo (malvado), ermitaño u hombre de tierra… Antiguos, antiguos, fueron…
antiguos.
Estás en el desván,
donde tus abuelos corretean bajo la luz de gas y tu padre bajo la luz eléctrica
juega al corro de la patata, en ese país de telarañas y olores rancios, de
semioscuridad y un raro silencio, como una gruta desposeída de su cavernícola
pero que haya dejado atrás sus toscas y hasta sórdidas pertenencias que nunca
más van a ser utilizadas, adonde todo aquello de los otros que nos ensucia las
manos de polvo y recuerdos, de una memoria que los tiempos modernos no dejan de
traicionar con su desdén y su desidida criminal hacia unas vidas y unos hechos
pasados, fue, y fue incontestable (aunque tú quemes las fotografías y destruyas
cartas, manuscritos, documentos, confesiones y notas de suicidas, fue), y sólo vuelve a ser cuando un tipo
como tú recupera por aburrimiento, capricho o simple remordimiento (siempre
pasajero, y nunca con mala conciencia) tiempos antiguos donde acaecían personas
y personajes antiguos no menos memorables y rotundos que los de los actuales
tiempos, tan antiguos dentro de poco tiempo.
Si no son objetos, el
pasado sólo es un montón de recuerdos vivos o muertos... que da lo mismo.
¿Suenan igual todos
esos grupos, todos esos solistas y músicos que brotan de las menguadas y frágiles cintas de los
casetes? A los pocos minutos de estar enchufado a la red eléctrica el olor del
reproductor es el mismo de antaño, un olor a plástico caliente, a cable y metal
recalentados que le hace evocar muchos momentos de su adolescencia, cuando él
se empeñaba en ser un experto en cantantes y bandas de nombres anglosajones
mientras sus hermanos contraatacaban con elepés de Paco Ibáñez (en el Olympia,
de París, Coplas a la muerte de su padre),
Serrat, Rosa León, Raimon… toda la turbamulta de cantautores hispanos u otros
como Brassens o Ferré o Dylan y Joan Baez.
Vete al ficus de
Serranos, o al de la Glorieta o al del Parterre…, decía su padre, escóndete del
temible futuro, sé un niño asustado que se cobija entre las inmensas raíces,
bajo las cuevas de su tronco, en la espesura de sus ramas milenarias. Ahí estás
a salvo hasta de ese diablo de ti mismo con el cabello encanecido que te aguarda
y los colmillos afilados, la mirada polvorienta y la copa en la mano reclinado
con desenfado y sonrisa lasciva contra una esquina de los años venideros,
esperando asesinarte para siempre jamás: te espera confiado ese niño, llegarás
a sus manos. Oculto en esa naturaleza de ensueño, sólo la imaginación te basta,
la fantasía inocente o prohibida, la ilusión de los juegos de la cavilación, el
infatigable, discontinuo y extravagante discurrir de un niño-árbol lejos de las
manazas de los adultos y sus trucos perversos: sé mayor, haz dinero, haz un
hijo, muere en paz de cáncer o de arteria oclusiva. Rebélate. Sé un niño
invisible, fundido en esa grotesca vegetación arbórea, conviértete en una rama
de ella, un trozo de raíz, un muñón gestado del poderoso tronco al que no
alcance la noche trayendo en su lomo de escoba los monstruos y brujas del
futuro: sé en el país de las hadas donde lo urbano se torna decorado, aunque a
pleno sol no parezca sino un desvaído fondo de teatro de flecos raídos,
moquetas deslucidas y arañas de luz mortecina y decadente.
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