viernes, 11 de abril de 2025

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¿Tu padre no era vendedor de camiones?

Eso fue antes de que una compañía eléctrica lanzara una opa traidora contra su cadena global de burdeles homosexuales franquiciados. Ahora se dedica al reciclaje del basural planetario, a la prevención del cambio climático y a la investigación transgénica. La Tierra, supondrás conmigo, no da para más. Hay que evitar su hecatombe por cualquier medio.

¿Tu padre no era vendedor de camiones?

Muchos años han pasado de aquel menester. Ahora invierte en laboratorios alimentarios que aprovisionan el mercado de productos cancerígenos de atractivas apariencias, colores y sabores, bien en forma de zumos, batidos, yogures, caldos, sopas instantáneas y papillas, o procesados como pizzas congeladas, frutas y verduras, legumbres, carnes rojas y blancas, pescados de factoría, bollerías diversas e incluso caramelos y gominolas.

¿Tu padre no era vendedor de camiones?

Largo tiempo ha de aquella aventura empresarial. Sus intereses se encaminan en esta época a la invención, elaboración y diseño de ropas y tejidos que no ocasionen la mínima alteración en el organismo humano, pues es sabido que las componendas y mezclas químicas que ha desarrollado la industria textil de nuestros días, así como su fabricación y confección en países exóticos y hasta insalubres, son capaces de provocar alergias, infecciones, malformaciones e incluso cáncer de piel.

 ¿Tu padre no era vendedor de camiones?

Es posible… ¡pero eso fue en la era de Acuario! En la actualidad dirige sus estrategias financieras, bien a través de la robótica doméstica y asistencial, la industria estético-farmacéutica o los viajes programados de placer, cultura y entretenimiento dedicados a la salud y bienestar de aquel segmento de la población mundial que engloba a los jubilados octogenarios, nonagenarios y centenarios de holgados patrimonios, a la vez que diseña y construye complejos residenciales geriátricos para ellos dotados del máximo confort que les permita mediante modernas prótesis biotecnológicas alargar sus preciosas vidas y sus pensiones varias décadas más. En sus laboratorios y talleres se ultiman portentos cerámicos, biomecánicos, biónicos, bioquímicos que, al valerse de biomatrices, terminan suplantando órganos y apéndices muertos, un inventario de última generación de biopolímeros y metales sofisticados mejoran implantes y endoprótesis… Toda una ingeniería prometeica, una biocerámica que supera infinitamente aquella biología original tan pedestre y proclive al rápido deterioro.

¿Tu padre no era vendedor de camiones?

Bah, actualmente es propietario de siete mil clínicas radicadas en más de mil quinientas ciudades de los cinco continentes especializadas en el adelgazamiento de los mil millones de obesos y los tres mil millones de futuros gordos que tienen sobrepeso a estas alturas del siglo XXI. Un negocio de un billón de dólares. Ahí es donde está la pasta.

(Y no lo digo con segundas.)

¿Tu padre no era vendedor de camiones?

Cambió de oficio: ahora se dedica al turismo espacial, y en su tiempo libre escribe diversos trabajos de investigación sobre inmunoterapias, fabricación de órganos sintéticos de repuesto, impresoras 3-D, encriptación de datos y nuevas tecnologías de reconocimiento para medios de pago:

En realidad mi padre es un buen hombre que lucha por mantener y alimentar a su familia lejos de la sevicia y la miseria del mundo que nos ha tocado vivir.

El alma, querido, solía decir el antiguo vendedor de camiones, siempre al frente de la vanguardia de aquello que puede arrojar magníficos dividendos, no tardará en adquirir propiedades organolépticas: un día llegará que hasta puedas verla, olerla, acariciarla.

Aunque uno, ya al cabo, o temeroso, o, peor todavía, apático (un Nacho Brell de nuestros días), puede renunciar a los hechos, a esa realidad que lucha por imponerse a tu mundo fantástico:

No abras los ojos. Cierra los oídos. ¡Cualquiera sabe la forma del alma!

Ay, aquel comienzo de novela del siglo XXII (esas eran las intenciones de Boceto) (El cerdo, toma primera, escena 1):

Todo lo quieto parecía moverse y lo “otro”, las gentes, el tráfico, la luz cambiante, adquiere una dimensión algo guiñolesca, estancada en una burbuja traslúcida, infranqueable, que frustra la misma visión.

Y, a renglón seguido:

Era un auténtico cerdo de los pies a la cabeza, así que...

Hasta ahí llegó… Ni siquiera le divertía hablar (escribir) acerca de él.

¿Qué otra cosas podías hacer, Boceto?:

Sus hermanos: fracasaban una y otra vez, beckettianamente, fracasaban, pero hacían algo, lo intentaban, hasta que fracasaron del todo beckettianamente. O quizás, así de simple, todo acabó.

Pero eso era mejor, mucho más honesto, que lo que hacía él: un montón de idas y venidas a ninguna parte por muy lejos que fuera.

Él se salía por la tangente, se deslizaba por ella como por un tobogán infantil, placentero, libre y sin preocupaciones, hasta que… se daba de bruces contra el suelo, el helado, sucio y duro suelo de todas sus idas y venidas de pasmado en el fondo. A qué dar explicaciones. Nada te explica mejor que el silencio, la quietud. La palabrería sólo delata tus sobornos, las máscaras, el escondrijo.

Murió.

Lo siento. No lo sabía.

Bueno, no ha muerto… físicamente. Ha muerto para mí, y eso viene a ser lo mismo.

Entiendo.

Muerto y enterrado.

Asunto concluido.

Pero él seguiría leyendo durante toda su vida, lo único que podía hacer para reconciliar todos los tristes o afortunados personajes que consciente o más bien despreocupadamente había sido a lo largo de los años hasta ahora: esa afición absorbente y solitaria nunca perdida hiciera lo que hiciese o en lo que estuviera metido los vinculaba entre ellos, los soldaba incluso (felices, cínicos, canallas o simplemente débiles) con un material más resistente que los eslabones de una cadena del más duro acero erigiéndolos uno e indiviso, recompuesto pero completo como un extraño frankeinstein, en las diferentes épocas de la existencia poliédrica de Ignacio Brell. Sólo era serio cuando leía, y ese rasgo común prevalecía sobre todas las otras diferencias que cabría esperar en aquella humana pluralidad identitaria tan contradictoria como variopinta. Leía, y durante aquella total abstracción se enajenaba del mundo, hasta del que él era esencialmente sin tapujos, la llave maestra de todos los demás personajes con los que se investía por cobardía moral, frivolidad o por mera diversión. El niño idealista que a los catorce años leía Rojo y negro en una modesta edición de Bruguera de 75 pesetas (su padre le prohibió que manoseara la encuadernada en piel con primoroso tejuelo) se hallaba tan próximo y hermanado con el cuarentón que se deleitaba con los fáciles y rítmicos versos del cancionero de Manrique y las procacidades de Quevedo como con el  engreído jovenzuelo de veinte años astroso e hipócrita que parecía elegir y comprar sus sentimientos por catálogo y jugaba a ser un clochard en París mientras escondía los billetes de cincuenta francos entre los calcetines y la suela de los zapatos... y a escondidas de sus zarrapastrosos y falsos bohemios amigos se hacía con un par de costosas ediciones de la obra de Stendhal (entre ellas la de la Pléiade de 1932 al cuidado de Henri Martineau) que se apresuraba a leer en la confortable habitación de un hotel de la orilla derecha: nada de dormir aferrado a la botella de pastís envuelto en andrajos debajo de un puente.

(El cielo cambiante, que mueve de un lado a otro la luz de las calles, que relumbra o sombrea los edificios… dota de una sugerente movilidad a todo lo que le rodea.)

No obstante, nunca entendió del todo a Julien Sorel… o el inesperado desprecio del novelista hacia su personaje: después de haber leído la carta delatora de madame Rênal debería haberse matado él y no atentar contra la vida de ella. Hubiese sido lo más consecuente en un hombre frío y calculador y ambicioso, un héroe en definitiva, al que sólo le queda el orgullo después de la derrota. Además, no hubiera fallado: disparándose las dos pistolas a la vez se habría reventado la cabeza sin ninguna duda: encharcado entre los sesos.

Boceto (ya boceto sin remisión): Yo hubiera salido por piernas con las diez mil libras de renta que garantizaba el marqués.

Pero…

La vida carece de forma. Fluye, y es todo. Incluso a veces te pierdes en el camino de vuelta a casa.

Parece un teoría literaria.

Es una teoría literaria.

Ciertamente contrastada: es la que sustenta una poesía que más que contar o evocar cosas elabora imágenes.

Una literatura del yo. No, una literatura de estilo.

Ánimo, muchacho. Este es tu annus mirabilis (con las diez mil libras de renta).

Así que, Julien Sorel.

Hasta los quince. Luego, nada. Todos a la vez: todos los héroes a la vez. O sea, nadie: mecanismos de éxito.

Se acabaron las conexiones. A salto de mata. Buen estudiante (era fácil serlo para él, acometía una carrera universitaria cuyas materias de estudio eran extraordinariamente adaptables a sus características intelectuales: sólo se aprende lo que se sabe, y él ya sabía, tenía ideas propias y un millón de referentes: podemos empezar, señor catedrático), su condición de hermano pequeño (una excelente posición de vigía, prevención y… sabiduría por ósmosis sin dar él nada a cambio) y su primera juventud (absolutamente libre de hacer lo que le viniera en gana salvo malograrse estúpidamente) inmersa en aquel caldo de cultivo social, cultural y, sobre todo, lúdico, que representó la llamada transición política española en el último tercio del siglo XX, fraguarían un personaje pretendidamente independiente y autónomo ante los demás cuando en realidad habían gestado a un verdadero cínico ilustrado sin ninguno de los temores que hubiera inspirado el tener que porfiar de por vida tras las diez mil libras de renta, algo que en su caso no se vislumbraría ni por asomo: nació, novelesco, entre brocados y dinero. En lo sucesivo sólo tendría que atender las mínimas servidumbres, todas ellas de naturaleza secundaria, inapreciables e irrisorias para todo aquél que no fuese un bourgeois como él que se absolvía a sí mismo con tanta celeridad como fastidio por emprender la huida ante la mínima contrariedad. Sólo que eso no era todo. El cinismo es un atavío pronto raído, y difícilmente tira adelante a base de remiendos, exige ingenio, algo que para un sarcástico inclinado a la pereza requiere un esfuerzo mental que no está dispuesto a arrostrar. Boceto era mucho menos independiente de lo que se creía, y, ausente el dinero mensual que cuadraba sus cuentas, toda su supuesta autarquía se vendría abajo del modo más miserable. No hubiera sabido por dónde salir. Siempre se había sentido arropado, se sabía protegido, al margen de toda intemperie, y eso le hacía pensar de sí mismo que era un hombre resuelto y capaz de enfrentarse a la realidad de un mundo mezquino e injusto (a fin de cuentas, a pesar de su extrañeza, así lo tenían por tal los demás) sin otras mediaciones que su voluntad y ganas de hacerlo. Nunca se había sentido sometido a ninguna ordalía y los problemas que una conducta llena de ligerezas y decaimientos, que no discutía, le deparaban en ocasiones por una u otra razón terminaban resolviéndose solos, sin que fuera precisa, más allá de su calidad de testigo antes que la de actuante, ninguna intervención suya para hallar la solución. El miraba en torno así y en seguida cerraba los ojos: cesaban los gritos, se aminoraba el ruido, se extinguían las llamas, se achicaba el agua, se apaciguaba el viento, y todo estaba bien. Todo en su sitio: la verdadera tonalidad del mundo y sus hechos es su infinita capacidad de reconversión en el sentido más conveniente a su naturaleza, su apatía y desdén por las cosas y sucesos de ese ser humano que puebla su superficie alboratándolo todo momentáneamente con su efímera huella. ¿Habría, entonces, que preocuparse él por sus propios y miserables asuntos?

Deus ex machina.

Su pequeña crónica repugna el hexámetro dactílico.

Al amanecer, la luz del sol nos alcanza otra vez.

Libres las aguas, buscan el mar.

Rutinarios movimientos celestes hacen posible la mañana, la noche.

Todo lo rigen leyes que no vas a poder inculcar ni torcer.

Leyes que jamás cambiarán, porque entonces los peces nadarían en el aire y las aves bucearían en el fondo del mar.

Ah, pero, ¿no fue eso lo que ocurrió?

Y, luego de la segunda copa del día, ni siquiera te importan de esas leyes lo que enuncian sus datos ni revelan sus axiomas.

¿Cuáles son las reglas del juego?, ¿las verdaderas?:

Ignacio Brell Gay:

su supervivencia por encima de todo, y si puede salvaguardar a la vez su identidad, tanto mejor (tampoco significa demasiado: la muerte ha de borrarte del todo del libro de la vida –que es el que importa en realidad más allá de otros papelotes- sin que parezca que eso les conmueva una pizca a los que nos sobreviven pasadas unos pocos años, ni siquiera una generación).

Ignacio Brell Gay, cazador de osos y retador de leones.

Ese es el que quiere salvar… de la indigencia o el desamparo. De la muerte…

¿Soda en el whisky? Amigo, el whisky sólo mezcla bien en los labios de una mujer.

Abril: renueva el vestuario: una cazadora de entretiempo (fina piel de ante), los mocasines, los pantalones claros con pinzas (aún), las camisas de color intenso, y otras de cuadros no excesivamente llamativos.

Poco antes del anochecer, cargado de bolsas, abre la puerta del hogar de los Brell. El castillo está en orden, en absoluto silencio. La sistente filipina libra hasta mañana y Paula aún no ha llegado (elefante blanco que ni se le espera).

La Católica Residencia de los Brell, ¿dígame? Paula aparece en el visor del móvil, cabecita loca de labios pintados: No duermo en casa esta noche, cariño.

Dormirá con Quien. Un sin nombre. Aunque, en fin, uno empieza a sospechar la identidad de Quien, se sonríe Boceto. ¿Importa eso algo? En realidad, nada. Quien es una bestia de mil cabezas, ¿qué cólera amainas con cercenar una, dos, siete, doce, veinte de sus cabezas…? Quien es un señor o una señora de quien es mejor desconocerlo todo, porque invariablemente muda de un día para otro, de la mañana a la tarde, y si me apuran de las 21 a las 24 horas.

Bajo la ducha. Luego, nada de abulia: TV, el rey en su tesoro. Afuera, la noche cálida, la suave fragancia del césped.

Cena de latas. Pero qué latas, amigo mío. Porque con algo habrá que acompañar ese Muga de reserva.

Comida y vino nocturnos. Qué más se puede pedir… sin una hembra al lado (rara fatalidad en él) y la televisión de plasma encendida que alumbre impunemente algún programa adormecedor.

Sopa belga. Sardinas con trufa. Vieira con coco y jenjibre. Anchoas del norte en aceite de oliva. Lomo ibérico en orza. Berberechos con algas. Foie-gras a la pimienta Rois. Naranja confitada.

La salvación, piensa Boceto en pleno ensueño riojano, satisfecho el estómago, no se halla en el peligro, a diferencia de lo que piensan los poetas y los románticos de andar por casa; te acoge simplemente en lo extraño: una ciudad desconocida, una mujer desconocida… Y a partir de entonces te protege con sus dedos invisibles como al animal más precioso.

El sueño, aunque reconozcas en él los seres, las cosas, los paisajes, es el perfecto espacio de lo desconocido, porque nada es como debiera ser, y si lo es, no es un sueño: ya eres tú, desconocido, salvado, pronto libre de Orfeo, renovado... como ese vestuario primaveral que en breves días volverá a enmascararte y hacerte presentable ante las otras máscaras del día.

De la muerte no se aprende nada: el miedo a ella procede de tu condición de ser viviente, y todos los pensamientos que le dediques, el tiempo que pierdas cavilando sobre ella y preguntándote por el lugar misterioso (la eternidad) donde se esconde, no hacen sino enturbiar el poco sentido que aún le extraes a la vida y disfrutar de ella sin pesares ni remordimientos de conciencia. La muerte ni siquiera hace daño una vez se libra del cuerpo fétido, ni habla, ni mira y… nunca es puntual (pero sí inevitable y certera, infalible, invicta y, al final, acogedora: llega).

Ese tipo bobalicón e indefenso que me mira desde el espejo a esta hora solitaria y nochierga en el silencio tan sólo roto por el sonido y las voces ininteligibles del televisor…, ese tipo inerme y con cara de ultratumba asaeteado por la luz blanca del lavabo, cuya mirada te está diciendo a gritos que estás hueco por dentro, que eres una marioneta con los hilos cortados, que eres el muñecón del ventrílocuo con los ojazos negros de pasmarote anegados de lágrimas y al que para pegarle tendrías que efigiarlo en un sello…

Ese tipo, individuo, aunque no del todo indefenso, mea.

Ya había descubierto que la realidad no era suficiente, quizá porque los hechos que la componían y la substanciaban no eran del todo la realidad. Estaban ahí, innegables, pero…

Y así…

Esta noche de abril, aún no llegada...

¿O marzo…?

Esta noche de late show, insomnio y un poco de asco: el mundo del día ya terminado jodiéndote la espalda. (Sale del baño.)

Todas las películas que emiten a esta hora ya las ha visto en el canal de pago. Podría rebuscar en su colección de deuvedés, pero le entra pereza… Levantarse del sofá, disponer el proyector, agigantar el visionado…

El mando abre y cierra ventanas.

Y así, en esas que tenemos…

Plana como un cero la pantalla: busca en ella la distracción.

Entre colores falsos, dice la bocaza de uno, tertuliano.

Todos ellos halitosos que peroran seguros con la lengua suelta y y a esta hora con los calzoncillos sucios: Y tú, lejos de ese tipo, Uno, que jamás osaría serle infiel a su mujer, así que… le ponía los cuernos con él mismo: el gran masturbador.

Otro. Dos:

Un tipo que, a pesar de su necesidad de los demás, de la extraña simpatía que es capaz de prodigar al género humano, de ganarse su afecto (un material existencial a fin de cuentas), difícilmente pasaría el test Voight-Kampff.

Y un Tercero:

Tampoco resulta fácil explayarse con menos de cuarenta palabras, ciento cuarenta caracteres más o menos. No creo que sean suficientes.

Otra vez el primero:

Se inyectaba anfetaminas directamente en la vena: Aparento entonces un aire de normalidad en mi trabajo, sabes. Algo muy necesario en mi profesión… Solía disculparse así. 

El tercero:

¿Qué clase de trabajo era ese?

Uno:

De esos que requieren corbata…

Interrumpe el otro:

Era bancario.

Por primera vez habla Cuatro:

Se trata de guardar las apariencias.

Dos:

No entiendo. ¿Qué diablos tiene que ver la droga con la apariencia, con las corbatas?

Uno: Es fácil. Hay que dar la talla, y en ocasiones los ánimos están por los suelos.

Cuarto:

Todo esto resulta poco usual.

Tercero:

¿Inyectarse anfetaminas en la vena? ¿Por qué no hacerlo?

Uno:

Estoy de acuerdo. Me parece perfectamente razonable si eso le ayuda a alguien a alcanzar sus objetivos. ¡Qué más da lo que haga correr la sangre!

Tercero:

¿Y ese tipo maneja dinero?

Cuarto:

Un tipo con un bidón de gasolina en la mano rodeado de montones de billetes.

Uno:

Inversiones.

Dos:

¿Cómo?

Uno:

Se dedica a la banca de inversión.

Cuarto:

Y como libro de instrucciones (o de cabecera, que tanto da), dos rayas de cocaína. Y así van las cosas de bien.

Tercero:

Especulación mobiliaria… Quien mete dinero ahí es que le sobra… Una especie de excedente, digamos. Perfectamente prescindible. No le duele echarlo a los perros. Que se quede sin él. Que se joda.

Conejos y chisteras.

Pura magia.

Nada por aquí, nada por allá.

Tipos que andan entre el caviar, la cocaína y las deudas, y el miedo siempre metido en el cuerpo a pesar de todo (y todo siempre es dinero) con que intentan taparlo. Y toda esa sangre envenenada por las anfetaminas, circulando por arterias y venas, regando el cerebro hasta que el interruptor invisible apaga la lucecita roja por completo. O los otros, tratando de sacarle partido a algo que no necesitan, pues lo exponen al albur… pero les horroriza la sola idea de perder lo que ya no cabe en sus manos.

(Cambia de canal.)

Dicen que toda la obra de William Shakespeare no alcanza las 30.000 palabras.

¿Quién las contó? Un ilustre… desocupado.

De negros españoles sé yo que andan por los tres millones de ellas y aún están dándole al manubrio los pobres diablos para que firmen otros. Así se ganan la vida, ese trasto que hay que comprar todos los días.

Todos los negros son grafómanos.

Todos son peseteros. (Pesetero: vocablo pronto a desaparecer del DRAE.)

Qué remedio, cada página escrita un bocado, pitanza al buche.

Cuanto pecado… Más te valiera ser inocente… ¡como un ágrafo!

Casas hay en las que no se ve ni un solo libro. ¡Benditas sean!

Sólo el enorme aparato de televisión de 50 pulgadas, negro como las conciencias de sus dueños (o quizás, grises, mortecinas).

Algún florero, bonitas flores, cuadros de tiendas de muebles, alfombras inenarrables, manillas y picaportes dorados, lámparas de pie… ¡que alumbran el techo!

O esos fruteros en forma de pétalos, las frutas brillantes y hermosas de… cera.

Hogares esos en lo que suele deslizarse entre los muebles un gato silencioso de mirada indiferente, o un perro de lanas siempre malhumorado y de mirada recelosa.

Pero han desaparecido los visillos, las mesas camillas, los flexos plateados y cabezones, los tapetes de ganchillo de la abuela.

Cuento tres ordenadores portátiles (luego hollan las baldosas de ese piso tres moradores), una tablet, cuatro teléfonos móviles…

¿Has recibido el catálogo de Ikea?

¿Por qué? No vas a comprar nada del catálogo de Ikea: Paula te quemaría vivo.

¿Ni siquiera una cómoda de tres cajones laminada en rojo y vidrio templado para un rincón del baño… ¡de invitados!

¿A qué complicarse la vida? Todo lo tocable es real. Todo lo susceptible de ser tocable es real.

Observa un libro descuidadamente volcado por las páginas abiertas a un extremo del sofá. Una edición de Edhasa de principio de los setenta, propiedad a buen seguro de Laura, prestada por ella y nunca devuelta por Paula. Libro de bolsillo pero aseado, de pliegos cosidos. Clea. Paula ha vuelto al cuarteto, aunque prefiere en mucho más el quinteto. Te odio, masculla el hombre solitario y consorte indignado Brell como sólo se masculla en una mala novela. Odia esos modos estúpidos, esa desidia manual con la que algunas personas suelen tratar a los libros. Coge el volumen, coloca entre las páginas (78, 79: -Yo también, aunque de manera extraña. aire de irónica y reflexiva diversión, la barbilla apoyada) como punto de lectura un recorte de periódico (Zapatero niega la crisis, y asegura que se trata de un ajuste.) y lo cierra despacio. Lo deposita de nuevo en el sofá, al lado de un ejemplar de bolsillo de La broma infinita.

Recuerda una frase de ese libro… Clea. ¿O era en Balthazar?:

 Porque cultura significa sexo…

¿Amigos?

Le ha parecido escuchar, y a renglón seguido: Uno de esos a los que invitas a cenar una noche y termina hasta cenándote a ti. Al día siguiente, nada más levantarse resacoso de la cama te vomita como si cualquier cosa y ya no vuelves a verlo nunca más, ni recuerdas su nombre.

Te ha convertido en un conejito.

Hijo de puta. ¡Esos sólo te quieren como coartada!

¿Cuántos amigos tienes en facebook?

Cuatro millones.

A estos, pues, no les invites a cenar a todos a la vez.

Podría hacerme millonario a cuenta de ellos: Amigos, necesito desesperadamente un euro para salvar la vida. Esa única moneda que os sobra a cada uno de vosotros. Atended esta súplica. A cambio os diré como haceros millonarios.

Al día siguiente el saldo de tu cuenta en el banco suma cuatro millones de dólares más.

¡Les engañas, cabronazo!

En absoluto. Escribo en el muro de manera ecuménica, honestamente, sin secretismos ni fraudes: Haced como yo, enviad un mensaje universal como el mío. Y a esperar. A mí me ha salido bien. ¿Cómo van a denunciarte? En mi caso, el mensaje funcionó. Aunque… ignoro si algún otro ha corrido la misma suerte que yo.

¿Qué has hecho con los millones?

Los dilapidé durante un sueño. Al despertar, los bolsillos estaban vacíos. El dinero voló.

Alguien hablaba del amigo muerto. No había nada de cariño en ello. Quizá verdad…:

Su silencio, el cansancio de tener que explicar lo más evidente e irrefutable de su carácter, comprometía la absoluta neutralidad de su pensamiento: quienes lo trataban creían en el rechazo o repugnancia, en la conformidad y gregarismo inevitables, cuando nada de ello había en su intención: era totalmente indiferente a unos u otros ideales, inmune recalcitrante a la controversia, él no tenía ningún ideal, sólo anhelaba la paz que no hallaba a causa de unas debilidades y un apocamiento del que nunca quiso corregirse.

Retrato de un apático.

Y, luego, un cadáver o un pequeño montón de cenizas que el viento pronto hará desaparecer de la vista.

No te muevas, que es peor.

Nunca des nada por sentado.

Las noticias y opiniones de ayer sólo sirven ya para envolver el pescado tan podrido como ellas: periódico, bla, bla, bla.

Ocúltate en un rincón. No hagas nada; o mejor aún, haz algo absolutamente innecesario, inútil. Esa futilidad no te hará sabio, pero descubrirás aquella fascinación de lo trivial y lo inane bartlebyanos, ese conformismo con la destrucción cotidiana, silenciosa y fatal que afecta a todos los seres humanos (o no).

En realidad, estaba diciendo uno, todo nos es ofrecido a través de una estructura reconocible y por tanto asimilable.

Lo más fértil es el caos, le replicó otro.

Como en el interior del átomo.

Eso es. La presunta perfección que asoma al exterior es una consecuencia de lo caótico y singular de lo más escondido, una rara consecuencia de un infierno sin orden ni concierto.

Lo entrópico se enmascara de inteligibilidad hasta que, al cabo, torna al desorden mayúsculo, la final desaparición luego de un proceso existencial de deterioro apenas advertible pero irremediable a la larga. Lo vuelve a enredar todo. Pero esta vez hasta destruirlo. Qué extraña energía que tiende a alumbrar el mal en todas sus formas contra todas las otras leyes de la naturaleza.

Una piedra, que antes fue barro, tierra y agua, parece la forma perfecta. Quieta, ni se inmuta, fija al suelo. Ajena al tiempo, a los avatares, a los siglos y a los sucesos del hombre y del animal. Una piedra a la que salvo un cataclismo o un azar caprichoso nada ni nadie moverá de su sitio durante milenios.

También ella se deshará hasta desintegrarse, será polvo.

(Cambia rápidamente de canal.)

Ahora es el cuerpo el que te lleva a ti. En la otra vida eres sólo un alma, puede que hasta cándida. Te condenaron, te hallaron culpable de algo que nunca has logrado saber, como aquel desafortunado personaje kafkiano. Te encerraron en la cárcel… que es el cuerpo. Tendrás que esperar a morir para liberarte (los años de espera son la sentencia, que has de cumplir sin que se te perdone ni un solo día)… (Bien, esa es toda mi cantidad de cristiano que puedo sumar.)

(Cambia rápidamente de canal.)

La Gran Tertulia: ¡Pero las opiniones de ese tipo son como la mierda pegada a la suela del zapato!

Nada etéreo, el tipo.

Nada feble.

Diferentes lugares invitan a distintas clases de reflexión.

Contundente y carnal: si este fulano, ya muerto, bajara las escaleras de Raynham Hall se vendrían abajo. Nada que ver con la Dama Marrón. Y el caso es que el tipo es un fantasmón de la peor especie: un vociferante a quien en los momentos de furor se le hinchan las venas del cuello, se le anegan los ojos de sangre negra…

Reventará de una apoplejía.

Esa palabra no parece estar de moda: mejor ictus o el consabido infarto de miocardio.

¿Vas a recordar ahora a tu padre? ¿Vas a recordar ahora la muerte de tu padre?

72 años fue su condena, pero siempre creyó vivir en el mejor de los mundos: el suyo propio. Nadie fue capaz de desengañarle.

Es el cuerpo el que me protege del abismo, de las infames pesadillas del alma, dijo una mañana durante el desayuno.

Vivió entre libros. Ese fue el paraíso. Nunca pensó que hubiese otro.

Vivía de verdad merced al cuerpo, pero a través de un espíritu bien alimentado a su vez.

Contra lo que pudieran sugerir su apariencia y sus modales lentos, elegantes,  era pura sensualidad.

¿Cómo andamos de salud?

No tiene mal aspecto su semblante, no le duele nada, respira bien, la piel sana, a su edad suma 29 dientes en la boca y ninguno artificial, anda ligero, se cansa sin llegar al agotamiento, tiene las confortables digestiones de un adolescente y sus deposiciones diarias, de una regularidad asombrosa, presentan un zurullo seco y consistente de fácil tránsito y color pelo de león.

¿Cómo andamos de salud?

Bien, bien…

La tarde de un sábado de junio de 1992 se desplomó junto a las grandes ventanas del salón de la casa. Nacho Brell lo descubrió caído en el entarimado del suelo, bañado por el sol de media tarde, suaves franjas amarillas del sur apacible que se vertían esplendentes y oblicuas sobre el cuerpo desmadejado. Al caer había volcado unos cuantos volúmenes y ahora yacían a ambos lados junto el muerto. Brell supuso que al sobrevenirle el ataque intentaría agarrarse a una de las baldas antes de desmoronarse del todo. Instintivamente, leyó el título de algunos de los libros desparramados en el suelo. Luego posó la vista de nuevo en el cuerpo exánime. Vestía con ropa de casa, pero impecable. Como siempre. Zapatillas de orillo prácticamente nuevas, pantalones negros de algodón, camisa blanca con el nudo de la corbata aflojado y el chaleco puesto, aunque desabrochado. Los lentes redondos de metal dorado aún los tenía sujetos a ambos lados de la cabeza, sobre el puente de la nariz. La paz más absoluta se exhibía en su rostro de nobles y atemperadas facciones, sin apenas arrugas aunque algo más pálido de lo habitual: todavía era su padre, reconoció sin dudar.

Patriarca envidiable, con escrupulosa observancia atendía lo cotidiano con el celo que podía haber cuidado un ritual brahmánico.

Animal de costumbres, arrostraba la carga del infernal, despótico y lúbrico viajero que recorría su interior.

Escribir, le había dicho tiempo atrás a su padre.

Escribir ¿para qué? y, especialmente, ¿para quién?

Como esos personajes novelescos que un día, sin saber por qué, eligen el infierno, descubren que lo es, y se obligan a permanecer allí, nunca nada ni nadie les convencerá para librarse de él, porque así lo han decidido hasta el fin de sus vidas.

¡Que ardan bien a gusto, pues!

¡Escribir!, exclamó Brell el Viejo con el tono inequívoco que empleaba para chancearse. (Y lo hizo con un grueso libraco en la mano, medio abierto, con un dedo entre las páginas.)

Anda, deja la pluma, coge una escoba y ponte a barrer.

Se haría docente (sin la menor resistencia, cumplidamente):

Juegos Reunidos Geipper: todos bien atentos en torno a la mesa camilla: Estas son las reglas…, etcétera.

Habían pasado tantos años… hasta llegar a esto… a Boceto.

Ilustre linaje.

En mis largos viajes a través de aquel inmenso país que fue China… La China reinventada del joven Fu del alto Yangtze.

Suelo estar de acuerdo conmigo mismo, aseguró Brell el Viejo. Todas mis acciones proceden del material que soy yo, ningún otro lo ha contaminado o se ha aleado con él: sobre mi conciencia todo; sobre mis espaldas, nada. Y en el fondo de mí mismo, muy en el fondo, me reconozco indiferente al rodar del mundo desde muy antiguo. Muy mío. Sin provecho ni beneficio para otros, sin engaños ni apariencias que los confundan.

No de otra  cosa fueron sus hijos.

(Cambia rápidamente de canal… No vayas a hablar de la muerte de tu padre, ¡a estas alturas!)

Tres cosas se han dicho que el homínido predecesor pudo haber descubierto miles de años antes del nacimiento de la escritura y la crónica de sus desventuras o felices hallazgos sobre la tierra: el alma, el dios y la plegaria…

En realidad, sólo habían descubierto la muerte, el miedo terrible a ella mucho más allá del que les provocaban los desmanes y desafíos de la naturaleza y la ferocidad de las bestias que les acechaban.

Es el miedo a la muerte, o a su miserable preámbulo, el que nos hace acaparar montones de cosas inútiles…

Ahí esta ese cobarde, escondido debajo de la cama, junto al pestilente orinal todavía sin vaciar, junto a sus inútiles tesorillos acaudalados durante años, junto a su corazón desbocado y los ojos abiertos al terror.

(Cambia rápidamente de canal: la imaginación sutil de estos tipos atildados, de tono medido y habla suave, promueven brutales suicidios… ¡anónimos! Vivía solo, se mató, etcétera.)

Fértil Edad Media, decía uno.

El mundo olía de veras en cada flor, en cada piedra, en cada piel...

Edad Media: 700 años.

En cada piel apestaba esa costra de años.

Sangre, oscuridad, dolor y malos dioses creados por hombres temerosos que engrandecían, iluminaban y embellecían las cuevas-catedrales donde cobijaban su pequeñez.

Tu padre de nuevo: sus manías, Manrique…

…por paños, paños menores; servirán los servidores en cueros vivos, sin ropa…

Siglo tras siglo, todos los misterios en los cielos, toda la violencia en la tierra fría y sucia, millones de muertos anónimos, sembraduras para los venideros.

Caída libre hasta hoy.

El viejo Brell (nadie dudaba de ello) sabía de memoria los dos mil trescientos versos que el poeta pudo culminar antes de ser lanceado (y muerto) a través de uno de los huecos que dejaba libre la coraza, a las puertas del castillo de Garcimuñoz… Pero a Boceto aquello de las ovejas escuchando muy atentas el dulce lamentar de Salicio y Nemoroso lo tumbó a las primeras de cambio… En lo que respectaba a la églogas sin embargo… : Ah, bella Paula (…cuando os cobré, perdí mi compañía…)…: tres años dura el amor, como el filtro que lo precipita.

A ver, niños.

Se ha calculado (?!) en más de cien mil millones los seres humanos muertos desde la aparición del hombre en la tierra.

En aquel tiempo inquirió Nacho Brell, infante de nueve años muy avispado y gran observador: ¿Adónde se han ido? ¿Y caben todos?

¡La muerte debe ser un lugar muy grande entonces!, concluyó.

Una especie de planeta silencioso, negro, aterrador: vasto, vasto.

¿Qué hay que discurra paralelo a la vida de Boceto en la actualidad?

Nada. Sólo la vida en mayúsculas. Pero él ya tiene la suya, aunque sea minúscula, así que no necesita ninguna otra que echarse a la espalda.

(Cambia rápidamente de canal.)

No hay nada que orar, ni a quien. No existe nada a lo que puedas suplicar perdón o rogar intercesión. No existen la gracia ni los dones, ni el castigo o la expiación. Abres los ojos al día, los cierras al sueño de la noche: entrambos, roturas.

Ninguna retórica ha de imponerse en tu vida: deja que fluya equivocada o peor aconsejada.

Alimentarse, pagar el alquiler (de tu casa o de cualquier otra cosa) y no poner los pies donde no hay que ponerlos. Eso es todo. Esa es toda la lucha, aunque tengamos que disfrazarla formando una familia, atiborrando de envases y botillería el carro de la compra de los sábados en el centro comercial, viendo hasta más allá de la la medianoche películas protagonizadas por tipas y tipos fantásticos e imposibles y series para insomnes inútiles, saliendo a cenar una vez por semana y cambiando de coche cada seis años.

(Y no hace falta que, como todos ellos, te ocultes tras la máscara de Guy Fawkes.)

Podrías decir (ya sin máscara de ninguna clase) de tu madre lo que Henry Miller contaba de la suya: Fue una zorra de primera clase… (Pero no podían salir esas palabras de su boca, ni siquiera era capaz de caligrafiarlas en su mente: Ella sólo había acumulado en mi interior ira y odio. Pero no podía, no podía no quererla, mancillar su recuerdo, y ella viva, siendo en la tierra.)

¿El mejor juguete del falso huérfano? No era un palo. Tampoco un fascinante circuito de Excalectric con media docena de minibólidos de colorido brillante… Hurgaba en la provisión de condones que su padre guardaba en el cajón de la mesilla de noche, debajo de los calcetines. Los inflaba como si fueran globos.

¡Qué tipo aquel monstruo de niño!

¿Era cierto eso de que el dodo entierra la cabeza en la arena y pía por el culo? Así, pobre diablo, se sentía él cada vez más: Soy lo que soy… ¡pero al revés!

De la capilla del colegio de su infancia y adolescencia: la penumbra y los pasos quedos de los padres con la capucha de la esclavina ocultando casi por entero la cabeza. Pero sobre todo, recordaba (y eso era bastante para enturbiar cualquier recuerdo irremediablemente) el fétido olor que emanaba del agua podrida de los búcaros llenos a rebosar de flores muertas y con los tallos doblados que flanqueaban las imágenes.

Confiesa, requería el padre Ángel (¿o era el padre Jesús?), y posaba el brazo negro sobre sus hombros, y él sentía de pronto la ardiente y viscosa halitosis humedeciéndole la oreja de este típico espécimen agustino: apelaban cobardemente más a la conciencia (invisible) que a la moralidad y la lucha por la justicia del mundo, les delataba su pasmosa indiferencia hacia los pobres parias de la tierra, su sometimiento (o su farisea claudicación) a los designios de un dios oscuro, inútil e imposible: y sobaban.

No le digas a nadie lo que no quiere oír, y mucho menos lo que le encantaría que le dijeses. Tú sólo sonríe y asiente: he pecado.

¡Qué peligro! ¡Qué apestosa evocación… recreación…!

Padre, ¿por qué me llevaste a esa jaula de locos, sátiros y castrados, sobones con sotana y capucha para ocultarse? ¿Qué razón te asistía para entregarme de pies y manos a esas arañas negras? ¡Sobaban a destajo!

Para que años después, mierdecilla, supieras valorar la esencia de la libertad.

¿La esencia de la libertad?

En todos sus órdenes.

¿Y que ganaba yo con eso?

Tu derecho a negar hoy lo que te plazca o a someterte de grado a lo que gustes…

¡Aprendizaje inútil! Lo hubiera descubierto por mí mismo.

Sufría el niño que pagaba ahora tan alto precio… ¡de cuánto gozara el joven, de cuánto supiera el hombre, años más adelante del infantil entonces!

… y mi libertad quedó en vuestro poder cautiva, mas gran placer hove yo desque supe qu’ra viva.

(Cambia rápidamente de canal.)

Toma tu salario… ¡y le echó un puñado de sal gorda a los ojos al distinguido profesor de historia del arte!

Mundo de fieras, y más te vale ir de aquí para allá con las uñas bien afiladas.

No puedo encontrar ni un solo hombre justo.

En cuanto a… Sería muy capaz, desahuciado como estaba, de aceptar sin el menor remordimiento el oficio de rematador (hacha en mano) de yacentes malheridos gimoteando o aullando de dolor en el campo de batalla. Al agujero, sangre… aún fresca, antes de que el primer sol del naciente día la reseque, la volatice: seamos prestos, que fecunde de savia humana la tierra negra. ¡Remata!

Mundo de fieras, del ars amandi al ars moriendi.

Último capricho paulino: quiere unos ojos de color violeta; he aquí La Época de los Ojos a la Carta: 2.000 pavos. Una bicoca para tamaña modificación en tus artes mujeriles: cambia tu mirada, hazla felina y seductora, atrápalos con el nuevo guiño, pues ya tienes los procedimientos requeridos a tu alcance: el láser que quema el pigmento originario y lo transforma a tu de estética preferencia; el tatuaje corneal que se ajusta a tu gusto cromático; el pequeño implante de silicona que tapa con el color deseado tu iris mediocre: esmeralda, zafiro, verdegrises, ojo de tigre…

Los ojos bien abiertos; mas luego, del todo estremecida bajo el cuerpo infatigable del centauro, bien cerrados.

Paula follando. Buen título. Qué personaje, Paulita. Libre, por encima de todo. ¿Le va a colocar él, El Gran Indiferente, alrededor de su cuerpo en celo una alambrada con concertina? Mis ojos fueron traidores, ellos fueron consintientes, ellos fueron causadores…

¿Tocar fondo? No es preciso. Basta con que te deslices y lo sepas.

¿Deslizarse?

Tampoco tiene que ser hacia abajo. Déjate llevar, incluso ascender a la nada como un globo, subiendo, subiendo hasta la nada… Eso es tocar fondo. La vagancia magnífica del espíritu.

Es una cuestión de apariencias. Saber estar.

Sin hacer nada. Sin necesidad de alborotar para bien o para mal: deslizaos mortales, no os apoyéis.

Siempre había algo azul en su entorno, un objeto, un libro…

Vístete con tus mejores galas, caro tejido, excelente el cuero de los zapatos, inmejorable la seda de la corbata… ¡y por dentro todo el desaliño, la suciedad y la pestilencia que un alma miserable y encanallada puede alcanzar a través de las miles de infamias y sutiles violencias que perpetra decididamente, con cálculo, contra la inocencia o despreocupación de los otros! Y en ocasiones, las más, por la espalda y a traición.

Él lo escribiría todo (como su padre… ¡de Klee!)… sólo que con un lenguaje cifrado… que no lograba inventar. Su violencia demandaba lo ininteligible: una escritura convencional lo limitaría, mutilaba de cuajo cualquiera de sus intenciones antes de ponerlas por escrito, de modo que en su aventura vital (corta o larga, le traía sin cuidado) prefería el silencio, el trabajo absurdo de enseñar (y cobrar por ello) a otros lo que otros hicieron (algo que no sirve para nada si no es descubierto por uno mismo) y… deslizarse suavemente (tampoco tiene que ser hacia abajo…).

Su código léxico, ahora, el que utilizaba ahora mismo, simplemente era una estafa, como el nuevo, engañoso y llamativo cromatismo de los ojos de Paula, un postizo que más que revelarla y embellecerla de veras ante los demás la ocultaba definitivamente enrareciéndola, haciéndola una extraña algo artificial y repulsiva aunque uno no supiera explicarse la razón (inopinadamente, sin que viniera a cuento, pensó en una... ¡vagina de plástico!).

Hay que ver las cosas que deja traslucir una botella vacía de Rioja.

(Cambia rápidamente de canal.)

Ninguno de esta casa, amigo mío, tiene nada que ver con aquel personaje de Baroja que ya estaba harto de vestirse para no hacer nada, desnudarse insomne para no dormir, andar por la calle sin objeto ninguno. Aquí no hay nadie que no sepa lo que tiene que hacer en todo momento, y le faltaban horas al día para que uno pergeñara una página más de la monumental biografía Paul Klee; la otra se revelara tras años de silencio como una pintora de cotizada reputación; aquel desencadenara la revolución y el de más allá huyera a la alabada aldea menospreciando corte. Sólo el benjamín Boceto se permite debido a su corta edad perder el tiempo mientras contempla sonriente el trajín de los otros.

Cada segundo nuestro ADN sufre 12 millones de mutaciones.

Una especie de corte de los milagros en cuyo seno anidasen todos los claroscuros de la patria: la ambivalencia, lo resbaladizo de las maneras, lo equívoco, el contrasentido, sin que todo ello paradójicamente malograse las virtudes de las que también podían envanecerse, sería la escarapela más apropiada con que adornar a sus miembros, un clan, Nosotros, los Brell, que tendría en Boceto la terminación de su último y patético peregrinaje intelectual.

Ninguno de ellos confundía la inteligencia con la habilidad. Estaban convencidos, sin el menor orgullo, de ser absolutamente dueños de sus actos sin intermediaciones de cualquier suerte. Eran lo que habían elegido ser. Con estilo, cada uno fracasaría, buscaría el éxito o pactaría a su manera un devenir existencial propio que suponían, al margen de ellos mismos (rasgo de perspicacia), repleto de sorpresas y sucesos excéntricos, reluctantes a su misma voluntad muchas veces, pues uno, poco a poco, se corrompe, se cambia, se torna más indefenso incluso ante los atentados contra sí mismo que sibilinamente, acechantes e indistinguibles, han ido incrementándose año tras año con verdadera insania, como si al final, derrotado tú, irrecuperable, sin ganas de alzarte del suelo, una mala copia, un gemelo cruel brotado de tu interior más oscuro hubiese sido el vencedor... para al final no sobrevivirte tampoco.

Rojo o negro. Y casi siempre se pierde, porque las patrias que tanto necesitan a sus hijos para ir tirando siglo arriba siglo abajo, milenio tras milenio en su rodar oscuro, acaban como aquellos en el polvo. Las patrias son como un mineral anónimo que no ha de pervivir, humo de una fogata fugaz (Sorel), al olvido sus símbolos, sus  mitos y sus leyendas ingenuas, no han de suceder a sus caducos y mortales habitantes, todo al polvo millones de años antes de la hecatombe solar. Al olvido, a la nada: eternidad.

Pero hay que apostar.

Lo contrario es acariciar mansamente el lomo de Boceto, creerse sus carantoñas de holgazán al sol.

Contradigámosle. También él se contradice sin recato.

Pobre o rico, no hay ser humano que escape a su condición transeúnte; pobre o rico ambos han gastado lo mismo cuando cae la noche: una porción de tiempo. Esa desnudez los une, los va despojando igual.

Y esa moneda, única, tan reluciente como el sol, no vuelve jamás a tu bolsa.

Que la muerte anda revuelta con mi vida.

Y a poco de morir Brell el Viejo, acaeció el sueño más extraño que jamás sufriera Brell el Joven hasta entonces: su padre de piedra se encaramaba pesadamente a lo alto de un pedestal: una estatua que en su ascenso fatigoso buscara el noble aposento final. ¿Lo conseguiría? Antes de despertar a causa del estruendo pétreo que resonaba en su cerebro todavía tuvo tiempo de asistir asustado al desmoronamiento a trozos y conversión en nubes de polvo de la figura majestuosa que se venía al suelo.

Hubo mucho antes sueño más extraño aún, de alguna sorprendente coincidencia con el ya relatado de modo tan sucinto –un sueño puede durar unos segundos… o creer al despertar que sumaba todas las horas de la noche-, y contando el durmiente diez u once años a lo sumo: iba caminando por las calles y a su paso todas las estatuas de la ciudad se bajaban de los pedestales y caminaban tras él suplicándole que les protegiera de la intemperie.

¿De vueltas con el padre?

¡Qué sañudas comparecencias!

(Cambia rápidamente de canal.)

Historia: ¡qué de truculencias!

Spanish drum:

En el otoño  de 1975 en la casa de los Brell se vive pendiente de un hilo: Fiodorov encarcelado; JD fuera de España; Boceto (que aún no era Boceto) ensimismado, estupefacto al comprobar que sí, efectivamente, que sí, que el mundo y todo lo que en él rueda a la vez, gentes, cosas, sucesos, gira en torno a su magnífico pene infatigable.

Brell el Viejo: Si ese viejo del demonio muere, España resucita de una vez por todas.

(Se desmoronan los castillos, todos a una, de entre sus piedras viejas, polvo: atrás sólo hay ruinas.)

Todo un país pendiente de un parte clínico cuya terminología antiliteraria y equívoca daba ganas de vomitar.

Se nos pudre El Gran Patriarca, El Gran Conductor, El Caudillo de España.

La truculencia: el dictador desangrándose entonces pudo haber vivido varios años más sin duda. Un error médico le lleva prematuramente a la muerte. La gastritis hemorrágica que padece, reseccionada sólo de modo parcial, le conduce a una muerte irremediable siete días después de la última y crucial intervención. Una resección total lo hubiera mantenido con vida quien sabe cuanto tiempo más.

¡A estas alturas!

Canal de Historia:

Un país que cinco años más tarde rompe todas las costuras antiguas y desbarata todos los rancios corsés, aquella ortopedia franquista que teñía funerarias las libertades y salavaguardaba el espíritu (¿?) del diablo (¿?), un país donde, al cabo, ya marcha hacia el desengaño, pero que no lo sabe, y donde la duquesa se deja acariciar por el plumilla del periódico y el escritorzuelo halagador se deja alimentar por la duquesa.

En otoño (y primavera, verano, invierno) de 1975 el pene de Boceto es un apéndice con vida propia que zarandea de aquí para allá y somete sin contemplaciones a su brío al bachiller Brell cuando así le da el antojo de comportarse, y siempre de forma inesperada, imparable, hasta inoportuna: desatado, acaparador, omnisciente.

En 1980 ese pene ya no cándido y todo sabiondo se ha transformado en una espada flamígera e invicta que no conoce el descanso y anda de porfía constante y a la que tampoco el mismo Brell piensa darle la menor tregua: ¿Eso es lo que quieres? ¡Pues, toma! A ver quien de los dos puede más.

Remedio siempre me huye, reparo se me desvía, revuelve por otra vía…

Tiene bien a su alcance a la recipiendaria de sus justas: servicial y sumisa, sólo renuente a la preñez y a que el hombre sea bruto… Aunque el señorito bien se aprecia que es de buenas maneras: aquella buena moza de maneras discretas (logró acabar el EGB sin mayores percances) era jovial y cachonda, sin remilgos, y en cuanto veía un palo tieso o el rabo de la escoba se le alegraban las pajarillas.

¿Estaban locos sus hermanos?

Debían estarlo, si no…

Derivaban ahora hacia lo literario, lo artístico, deseosos de pruebas manifiestas más alejadas ahora de la extremosidad del asaltoalpalaciodeinvierno, algún argumento contundente que avalase la misma plástica bajo otras iconografías sin demérito de la parafernalia combatiente del miembro del PCE o de más hondas catacumbas:

Cuando el liberal Turgueniev escribió una carta particular a Alejandro II expresándole sus sentimientos de súbdito leal, e hizo un donativo de dos monedas de oro para los soldados heridos al sofocar la insurrección de Polonia, la Kólokol habló “de la Magdalena (del sexo masculino) de cabellos blancos, que había escrito al zar diciendo que no podía dormir atormentada por la idea de que el emperador ignoraba los remordimientos que ella experimentaba”. Y Turgueniev se reconoció inmediatamente…

Ayer en el Izvestia leí por casualidad un poema de Maikovski sobre un tema político. Yo no pertenezco a los admiradores de su talento poético, si bien tengo que reconocer mi incompetencia en este terreno. Pero desde hacía mucho tiempo no había experimentado tanto placer desde el punto de vista político y administrativo…

El camarada Lenin fue al teatro por última vez en 1922, a ver El grillo del hogar, de Dickens. Inmediatamente después del primer acto, Lenin empezó a aburrirse. El sentimentalismo pequeñoburgués de Dickens le ponía nervioso, y justo cuando empezó el diálogo del viejo comerciante de juguetes con su hija ciega, Vladimir Ilich ya no aguantó más y salió del teatro a mitad de acto.

Sí, querida Clara, ¿qué le vamos a hacer? Somos viejos. Tenemos que contentarnos con permanecer jóvenes en la revolución y con estar siempre en las primeras filas. Pero, referente al arte nuevo, no podemos seguirlo ya, caminamos arrastrando las piernas, nos quedamos atrás…

Respecto a esto, el arte más moderno, le diría que ¿se pueden ofrecer bizcochos azucarados a una minoría elitista mientras que las masas obreras y campesinas no tienen para comer ni siquiera pan negro? Atendamos antes una educación general para nuestro pueblo.

Sus hermanos…

En efecto, estaban locos.

Abonaban ahora la estética, olvidaban la revolución. Lo cultural precipitaba el activismo político al subterfugio, al pacto, al posibilismo.

¿Qué devendría de todo ello?

Derrotados y caídos, acabados y hasta huidos: prueba manifiesta de su insania.

(Cambia rápidamente de canal.)

Tales monsergas que distraen el precioso tiempo del sobreviviente Brell en el año del señor de 2008, año importante de placeres y reflexiones reveladoras siempre con una copa en la mano y una retrospección, digamos, llevadera: siendo yo culpable, todos lo son. A joderse toca.

Todas las noticias que me interesan son las que nacen de mí mismo, hasta el sentimiento más leve, la sensación más nimia, el atisbo sorprendente del pensamiento incesante.

Como hace mucho tiempo que sabe quien es, nada le seduce menos que contrastarlo y llevarse de paseo por los parques públicos y los arbolados bulevares. El contraste que como una marca de agua de prestigio garantiza su individualidad se halla en sus adentros, lejos de las miradas, de la reprobación o el consentimiento, pues tales respuestas, por ajenas, le dan exactamente lo mismo. De modo que entretiene muchas de sus horas de divagación dilucidando las diferentes partes que lo componen por dentro, para delimitar los espacios apropiados del monstruo y sus andanzas lejos de cualquier amenaza de denuncia: pero al final siempre parece que le falta una de las piezas, como si se hubiera perdido al desarmarse en alguna acción inoportuna, no acaba de completar por dentro el muñecón que tan bien conoce por fuera por tanto palparlo.

Recuerda la caricatura que publicó la revista Hornet en 1871: no terminaba de descubrir si la portada trataba de ridiculizar al hombre a través del mono o ridiculizar al mono a través del hombre. En fin.

Uno de esos acertijos que entretenían sus demasiadas solitarias noches, como escribió allá en los lejanos años de su adolescencia, cuando aún todo (la vida y la muerte) es incomprensible porque parece no existir (el fácil hilado de las apariencias les engaña y ello les hace incapaces para discernir la simpleza del mecanismo existencial) y a los púberes fantasiosos les da por considerar ese todo (una inmensa tela de araña enredada) un misterio, hasta el más sencillo fenómeno que bien pronto aburriría incluso a los niños (esa misma tela de araña enredada).

Hombre o mono: una jugarreta del destino.

Desiste, compañero. Cambia de canal.

Abril. Mes fecundo y nupcial. (Yo nunca olí a lilas.)

Tu madre celebró sus bodas de plata dando un portazo: Nora Helmer no volvería.

1976: bachiller, pajillero y huérfano.

1976: cuando un andaluz abortado de Suresnes, alumbrado de la nada, aunque con fórceps, mata definitivamente, así, por las buenas,  a Carlos Marx. Adiós (y Carlos Brell asiste atónito a las exequias televisadas en blanco y negro en la pantalla de un Saba a punto de ser sustituido por un Telefunken en color aparatoso y lleno de botones que alivie el hueco de la madre desaparecida, el regreso al hogar de los primogénitos: uno de la cárcel; el otro, del exilio). (¡Que la vida siga, que la vida siga!) Tal como en la selva, en torno a la hoguera primitiva, afuera la oscuridad temible, los aullidos de las fieras: el telediario en colorines.

Todo es fácil de comprender, se dice Brell el Viejo.

Aun hilvanado con la seda más engañosa.

La Naturaleza no necesita para nada al hombre, en cuanto quiera se deshará de él.

He ahí por fin reunidos los cuatro miembros de la familia Brell, amputados de la madre. En la cueva sentados alrededor del fuego, el televisor, sin que ninguno de ellos mencione una sola palabra acerca de la mujer nodriza. Es una calma extraña, sólo una tregua, y pronto han de sobrevenir mudanzas. Tiempos raros, transitorios: …hechos de nueva manera…

El Brell de esta noche de 2008 le ha dado la espalda a la pantalla plana y coloreada. Ha abandonado el sofá, atisba afuera tras las grandes puertas cristaleras.

…las haldas todas delante, las nalgas todas de fuera.

Avanza la noche rara y cálida de astros perfumados por la tierra, la yerba húmeda y olorosa. A un extremo, la piscina blanca y azul, ahora ahogados los colores; al otro lado, el pequeño parterre de Paula, los floridos arriates como manchas oscuras acariciados por la tibieza del aire de un abril nocturno que se diría una avanzadilla temeraria del estío.

Piensa con los ojos bien abiertos, deja la mente en blanco. Al poco rato, serán los ojos los que queden en blanco, bien despierta la mente entonces.

¿Cruel vuestra madre? Crueldad hubiera sido que al nacer os hubiera puesto en venta a la puerta de la casa como dicen de aquella editora catalana, que cuando nació su hermano pequeño cogió al bebé de la cuna e intentó venderlo (¡editora al fin!) a unos gitanos. Vuestra madre, queridos, se contentó con dejar su prole de balde a este buen padre y anciano venerable que os habla y aconseja…

Te los regalo, debió pensar la que pronto se convertiría en gran artista internacional (como la coca-cola) para pasmo de propios y extraños.

Tres dromedarios. O un camello con tres gibas. Ese fue el regalo y el portazo definitivo.

¿Eres feliz Brell?

A veces, como todo el mundo, como Eric Satie.

Es egoísta y débil (provocativamente), y también quizá un poco perverso (¿cómo se puede salir adelante sin no serlo?). Es suficiente con eso para ir tirando sin hacerse demasiados enemigos.

Se trata de astucia y poca conciencia.

Escucha Brell a ese leal servidor pegado a la oreja: Recuerda que eres mortal.

Nadie, ahora, debería acordarse de su madre.

… pues son olvido y mudança las condiciones d’ausencia.

No eres el resultado de tus pensamientos, sino el producto de tu época. No amargues los raros momentos felices.

Olvida a tu creadora entregada ahora a artes más provechosas que la crianza.

Y qué época la de Boceto donde ya no es fácil creer en nada serio, sólo fantasear en lo que puede ser o no ser, creencia o credulidad, fanatismo, complicidad... candor o indiferencia. Pero la mejor arma para prosperar desde el principio del hombre ha sido la hipocresía arropada por la humildad de incruenta e inodora apariencia, una coraza invisible, recia e infalible que te defiende del cuchillo más afilado y de la ojeriza de tus semejantes.

Brell, como todos los extraviados con alguna lucidez todavía en el caletre, buscaba sus cielos, un poco de misericordia.

(Sólo un miembro de la familia Brell/Gay llevaría hasta el fin de sus días un catolicismo practicante, la abuela Amparo Ferrer Andreu, aunque en su candor también ella adivinaría con profunda alarma una constatación que porfiaba denodadamente por apartar de sí: desde hacía tiempo, y a causa de las infamias, corrupciones y maldades de su época, que son todas, empezaba a creer más en la iglesia y sus ritos y ornamentos, en su liturgia y sus pastelosas alegorías, que en el dios al que sus sacerdotes y ministros invocaban y en el que en su nombre habían edificado sus catedrales y sus templos a fin de rogarle la concordia universal, un dios tan insensible a los males del mundo, tan sordo a las plegarias y a las penas, al dolor y a la injusticia que ya se había convertido, sin posibilidad de redención, en una referencia absolutamente prescindible y desde luego ingrata e innecesaria en lo tocante a todas las cosas de naturaleza espiritual. En el silencio del templo, con recogimiento pero sin ninguna fe en lo ultraterrenal, lejos del mundanal ruido, rodeada de bellas imágenes y una simbología capciosa a la vez que fascinante, toda esa materialidad en suma que alimentaba lo espiritual, la anciana se hallaba en la gloria; sin embargo, con Dios, no había manera de entenderse: mudo y sordo, invisible, secreto, ajeno al devenir humano y a ella misma.)

Brell el Viejo nunca había apelado a tales autoridades divinas, él apelaba a otras altas magistraturas en los años cincuenta cuando en la facultad algunos ojos inquisidores y con ganas de bulla intentaban sacarle de sus casillas y buscarle las cosquillas rebatiendo con sorna sus asertos:

¿Quién dice eso?

La pregunta suena como una amenaza de guerra, pero el joven catedrático es ducho zafándose de reyertas académicas.

El Nodo.

Señores catedráticos, profesores todos: una selecta bibliografía incontestable la del tal noticiario.

Palabrita del Niño Jesús.

Un silencio aprobatorio sucedía a la declaración de jerarquía tan irrefutable.

¿Quién iba a replicar a esa biblia en pasta que antes de la película, machaconamente, escenografiaba todas las imágenes y fiestas del franquismo más sañudo de aquellos tiempos?

Pero mejor la cautela, se decía el patriarca Brell. No eran esos tiempos de dialécticas y muchos menos de encaramarse en desafíos argumentales finalmente abocados a callejones sin salida y a disputas nada beneficiosas.

Conmigo sólo contiendo en una fuerte contienda, y no hallo quien m’entienda ni yo tampoco m’entiendo.

1958: Sé medido. Vulgar. Activo pero inoperante. Charrador para nada.

Aguarda días mejores: paciencia y mala intención.

1978: Don Bernardo Brell Ferrer: excelentísimo decano.

2008: Toleramos mal que bien que los otros sean distintos física y psicológicamente a nosotros, pero les combatiríamos hasta la muerte si atentaran contra la idea que nosotros tenemos del mundo.

Hablemos de cosas neutras, inocuas, aunque sí celebremos con risotadas y sonoras carcajadas la ocurrencia y hasta lo escatológico proferido en la barra de bar, con la copa liberadora en la mano y lo comestible picante en los labios:

Dijo uno (especialista en gótico flamígero):

Esa absurda manía de afeitarse el coño… Es algo asqueroso, ya no parece un coño, que diría Miller, parece una almeja muerta o algo semejante… A veces hasta huele así.

Era un claustro de hombres a la hora del aperitivo y la chanza inteligente o, en su variedad más desenfadada, ingeniosa.

Otro tipo (el profesor de filosofía del arte) dijo a su vez (variante mordaz):

En España, al igual que existen la rata común, el perro común y el cerdo ibérico, también hallamos una especie no menos característica: el niñato común estudiante de Bellas Artes.

1958: Sé ingenuo, como ese aficionado que en sus horas de asueto cuando pinta una manzana quiere que se parezca a una manzana… y no a él mismo o a una puerta… Ambas cosas geniales de haberse llevado a cabo, admirables sin duda: manzana-hombre; puerta-manzana (tal el año 2008 y ss.).

Muy por lo bajo, sofocando las risas, cualquiera sabe, hasta esa gamba a la que desprender la piel puede oírte, comprometerte:

Nuestro decano come a hurtadillas, mirando de soslayo aquí y allá, nerviosamente, propinando a la comida unos mordisquitos continuos y casi frenéticos, como una ratita. Ojo con el 58.

Las nueve señales celianas del hijoputa, alimaña que tanto ha abundado en estos aseados campos y ámbitos de lo académico:

La primera señal del hijoputa es el pelo ralo, dejando ver aquí y allá calvas sebáceas y cenicientas, aunque podría hablarse de otras rosáceas como el cuajo de una tortilla de tomate e incluso de otras terceras que se exhiben brillantes y tersas y que relucen más que el sol.

La segunda señal del hijoputa es la frente buida, que hasta parece cortar el aire y acompaña una boca traidora y unos ojos fríos y hasta indica manos escondidas y navajeras.

La tercera señal del hijoputa es la cara pálida, de mirada artera y desanimada y un aliento como de muerto podrido que a poco que te descuides te envenena la sangre y hasta el alma.

La cuarta señal del hijoputa es la barba por parroquias, chuleta y barbilindo, castigador de hembras por sus santos cojones.

La quinta señal del hijoputa es la blandura y humedad de las manos pecadoras, cálidas como las vísceras y muy pegajosas.

La sexta señal del hijoputa es el mirar huido, engañador, enmascarando el golpe que te ha de venir desprevenido, a traición y con toda la fuerza del cobarde que se sabe con ventaja.

La séptima señal del hijoputa es la voz aflautada, femenil y poco acorde con la hombría, una voz llena finas serpientes invisibles que saben como meterse en tus adentros para diezmarte.

La octava señal del hijoputa es el pijo fláccido, de escasa y efímera tiesura, alicaído siempre, que denota poquedad y miseria en la jodienda y ninguna consistencia de carácter en su dueño.

La novena señal del hijoputa es la avaricia, ese afán enfermizo de atesorar hasta el polvo, de no vivir por no gastar y en dejar morir los días sumido en una pobreza, cortedad y desnudez que son como la misma muerte.

¡Qué cátedras purulentas y mareantes, ofuscadoras y de programas liosos, prescindibles, pura charlatanería de funcionarios docentes y una buena colección de hijoputas victoriosos de una guerra!

Campus sembrado de minas.

Catedrático, señor decano, háblenos de Goya.

Y Lucientes.

1958: Brell el Viejo, catedrático antes de los cuarenta, casado, dos hijos varones, de seis y cinco años (vaya, casi gemelos), liberal, sinuoso, nacido en Valencia, en el año del señor de… Buen católico, buen padre, amante feliz: a éste también le venían con esas por entonces.

(Cambia de canal.)

El sueño te vence, ¿o es ese desaliento que tan bien conoces y que tan hábil eres para disfrazarlo con una mera sensación física?

Cualquier cosa podía haber sido otra cosa. (Puede ser otra cosa con absoluta facilidad:  basta mover un solo dedo.)

El disfraz genético es inconmensurable, infinito, se perpetuará lo que la tierra y el sol en el universo.

Qué ocurrencias a la medianoche.

No hay mamá que te arrope, que alise el embozo perfumado de la cama infantil, mamá, Reina por un día, que allá por los primeros años sesenta en cuanto sonaba la sintonía del programa se escondía debajo de la cama (la suya).

Todos en el salón; afuera, la noche fría de febrero. Quizá lloviera o bramara el viento.

Mamá entre pucheros, en la cocina con la criada. O escondida debajo de la cama con sus lápices de colores.

Tú, niño, mejora la caligrafía. Y Boceto (que aún no era Boceto ni mucho menos) lo hace encorvado sobre uno de los cuadernos Rubio ya bien entrados los sesenta prodigiosos, bajo la severa mirada de los maestros terribles.

Carlos Brell, bachiller, lee una y otra vez su libro de historia, lo escudriña sin entender nada de nada, desatendiéndose de las rancias ilustraciones y de los pompiers que menudean entre las páginas: ¿por qué pasa lo que pasa?, ¿y que hubiera ocurrido si no hubiera pasado lo que al final pasó? (Era un dialéctico.)

JD., antipoeta y mago, ya lee a Huidobro, sueña despierto; a saber: que es hombre-lombriz o que tiene alas. El mayor de los tres hermanos era secreto, escurridizo y no tan vulnerable como parecían delatar sus maneras o su expresión ensimismada.

Papá Brell bufa sin reparo mientras pasa página tras página de Un millón de muertos. (Sin embargo, en la mesilla de noche, aguardan un tomo de Luis de Caralt con las obras completas de Graham Greene y otro de editorial Aguilar en piel teñida de rojo, cortes entintados y papel biblia con la correspondencia de Juan Valera (incluido el epistolario de sus días de embajador en Estados Unidos, patética y humana colección de enfermedades, líos familiares, ataques de gota, cobardía, locura y suicidios): una velada hogareña en 1964. Un miércoles, por ejemplo.

Greene: temprano y hasta el almuerzo: 300 palabras escritas, ni una más. Mañana será otro día. Tras el ágape morigerado (que celebra la escritura diaria del folio), una botella de JB etiqueta negra, trago a trago, sin pudibundeces ni remordimientos hasta la noche. Felices sueños.

Valera (pío, pío, yo no he sido):

La pobre Catalina Bayard ha muerto… Resistiré este golpe (…) era una joven llena de talento, de chispa, de gracia y de saber (…) No quiero ni tengo fuerzas para entrar en explicaciones y pormenores.

La verdad es que estoy aquí muy solo. Juanito es un mueble nocivo: egoísta, vano y sin alma, no me puede querer; y tonto, completamente tonto, no me puede divertir ni acompañar. Como en todo corazón pequeño, los favores que le hago, pues él disfruta más de todo lo que gasto que yo mismo, se convierten en odio y rabia en vez de gratitud…

Al pobre Juanito, que está loco, le he tenido más de dos años conmigo, manteniéndole, tratándole mejor que a un hijo mío, y aguantándole todas las majaderías (…) Si Juanito hubiera seguido conmigo o hubiera estado con su familia, o yo, o su familia hubiéramos tenido mucho que sufrir: pero probablemente no estaría loco el chico en un manicomio, sino tonto, como de costumbre (…) Finalmente, como temía, ha sucedido la catástrofe.

(Juanito se mató, y de él sólo quedarían para el recuerdo estas miserables palabras.)

(Cambia de canal.)

Hasta el año que viene, sin UHF.

2008: El pasado se queda atrás, inamovible, por eso te asesta las peores puñaladas, todas por la espalda, las que no ves venir, pues lo que hay delante ya lo temes, y te hurtas a su vileza o a su malicia, pero los años de atrás resucitan sin venir a cuento, acechantes, alevosos, con toda la joroba de los pecados a cuestas, sin que se te ahorre ni uno sólo de ellos, todo lo malo y regular que fuiste se planta ante ti una mala hora, una mala noche.

Los Brell/Gay, bajo la luz amarilla de la noche, un interior Veermer, todo en silencio, meditación y cierre.

Uno habla de arte (canal 007):

El mejor arte, sea abstracto o figurativo, siempre, absolutamente siempre, es reconocible.

(Canal Paula, ¿dónde estás?)

Que sea ella, pero otra ella a la que, al engalanarla, la domine, la sublime, la haga invencible, está a punto de caramelo para este negocio: los terrible cuarenta años… Será mejor que los agarres por el cuello antes que ensucien tu piel adorable de máculas y arrugas: sabiduría y venta televisivas.

La mujer se halla enfrascada en la peor de las guerras: el enemigo a batir es el envejecimiento. Una lucha sin cuartel: cada día, una batalla.

Los años han ido colocándose en formación de combate ladinamente, un regimiento camuflado por los sucesos y las obligaciones del día, las preocupaciones, los ensimismamientos: de repente, ahí están ellos, vanguardia armada hasta los dientes, y no detrás de una colina, están frente a ti, a punto de disparar y dejarte hecha unos zorros hasta que finalmente te desmorones como un montón de piedras o te conviertas en polvo.

Las escaramuzas iniciales las perdió enseguida: derrotados el aceite de oliva, el brócoli, el aguacate, las consabidas legumbres patrias, el pan y el arroz integrales, toda la infantería de arándanos, fresas, uvas y manzanas, el pescado insípido, la aburrida tostada con salmón, las pastas con salsas desaboridas, los zumos de alcachofas, la leche y los yogures desnatados…: Las comidas de trabajo, las cenas de restaurante del fin de semana, el alcohol y alguna que otra trapisonda descabellada nocturna debida a la ansiedad en cuestión de semanas dieron al traste con aquella dieta bienintencionada y odiosa hasta decir basta.

Pero el contraataque, el expeditivo plan B, no se hizo esperar, una contraofensiva que había reunido con sigilo un ejército a la vanguardia de la tecnología armamentística.

Paula… hará una obra de arte con ella. Va a manipularse a sí misma, pero ahora recurrirá a todo lo que la ciencia, sus instrumentos y potingues químicos pueda proporcionarle. ¿Y qué puede poner a su alcance? Mucho Paula es. Es muy Paula.

Parte de lo primordial: un sencillo análisis de telómeros cifrará tu verdadera edad biológica.

Podemos empezar.

Sácate el alma, envuélvela bien en fino papel de aluminio, que no se mustie, y guárdala en un cajón del armario ropero. Cuando acabe la función, la recoges y te la colocas de nuevo.

Lo primero: eliminar manchas, venitas afeadoras, arrugas aun en estado larvario pero que ya dejan adivinar pliegues, dibujan una grafía incipiente e indeseable. Las armas: los láseres, sean fraccionados o CO2, activos cosméticos como el retinol o el AHA,s. Si, por infausta suerte, ya existe pérdida de volumen hay que optar por los inductores de colágeno y voluminizadores tales como las infiltraciones de complejos vitamínicos, factores de crecimiento o el ácido hialurónico. Si los fruncidos faciales son pronunciados hay que servirse del bótox, un remedio que ha alcanzado hasta categoría doméstica. A decir verdad, todo esto son tácticas y estrategias ya sabidas y contrastadas por el tiempo. Pero, a partir de ahora, tenemos muchas más balas en la recámara, todas de reciente invención y de probada eficacia: láser de picosegundos, láser de Erbio en conjunción con succionados y enfriamientos, soluciones nuevas como la Kybella, destructora sin par de la repugnante papada. En cuanto a los específicos tópicos, luego de un examen microscópico de la piel, por fin disponemos de un arsenal de eficientes combinaciones de glicosaminoglicanos que mejoran eficazmente todos los aspectos desencadenantes del envejecimiento. Las modernas nociones de nutricosmética ya contemplan mezclas poderosas de antioxidantes orales que minimizan con sus efectos protectores todo tipo de radiaciones, visibles e infrarrojas, y bien pronto tendremos en nuestras manos la madre de todas las batallas, la crema con toxina botulínica. En cualquier caso, fórmulas antiedad que se valen del láser y el peeling son el mejor método al alcance de cualquier tratamiento. En otras palabras, y para que resulte fácil de entender por la más sencilla ama de casa: combinar la efectividad de un láser de diodo no ablativo con un peeling de biorevitalización sin agujas, o, lo que es lo mismo, una mezcla de TCA, ácidokójico y agua oxigenada, activa los fibroblastos y estimula los factores de crecimiento, y todo ello sin la aparición de efectos secundarios posteriores ni inflamaciones dolorosas. Y en última instancia, la traca final, lista ama de casa: he aquí los barberos-cirujanos, pues incluso en la flacidez de la vejez sobrevenida, siendo aquélla moderada y reductible, podría combatírsela con hidroxiapatita cálcica, hilos tensores y  radiofrecuencia Thermage (una de cuyas versiones es excelente para el estiramiento de la piel que rodea los ojos), aunque finalmente tengamos que llegar a lo quirúrgico: lo flácido, sea cual fuere la parte afectada del cuerpo, es realmente arduo de combatir fuera de la cirugía. Podríamos añadir asimismo en estos menesteres guerreros contra el envejecimiento la máquina de ultrasonidos focalizados, o, si se prefiere, el nuevo lifting no invasivo: eleva las cejas y los pómulos, remarca el óvalo facial y suaviza el doble mentón a la vez que corrige los párpados caídos…

(Paula: fundido en negro.)

(Cambia de canal.)

Y después de eso, ¿qué?

Psicofármacos: ¿cómo diablos vas a sobrellevar ese obsceno conjunto de retales de maniquí y androide químico que en cuestión de semanas tapiará tu verdadera alma?

Ansiolíticos, benzodiazepinas, somníferos… ¡Qué bonita figura al despertar!

Y el alma, sigue igual de vieja y arrugada, es la misma máscara sólo que ahora está más escondida debajo de esa ropavejería química de botica.

(Cambia de canal.)

La noche, en soledad, es larga. Pero no olvides escabullirte a la cama raudo, huir de las primeras luces del amanecer, esos retazos aurorales que dejan en tu paladar de piedra un regusto a óxido insufrible, una untada gris y homicida capaz de solidificar tu misma sangre, agrietarla después sin más ni más, al igual que las más débiles pisadas resquebrajan hasta romperla la fina capa de hielo del arroyo.

Los tiempos catacumbales del 76, aunque ya empezaran a abrirse rendijas de luz por todos los lados, son… los mismos de 2008. Brell, a través del fiasco existencial de sus hermanos, de la tremenda derrota de los dos, lo sabe y alarga la noche alcohólica, la bruma que atempera la realidad desnuda del comienzo del día, un trayecto que conoce de sobra y que sabe al dedillo mientras la jornada transcurre y el diablo sabe a qué clase de noche le conducirá otra vez. Todo, siempre, hoy, mañana, se impregna de una mixtura donde lo modificable, lo imposible y la esperanza conforman un magma que envenena el aire que respiras y del que porfías por escapar: a los dieciséis años elegiste el cinismo y la claudicación como escudo y laberinto de autoconocimiento, y eso era idas y venidas, retrocesos, avances, ocultaciones, medias sonrisas y el futuro resuelto sin medias tintas merced a la sinecura muelle y funcionarial, alejados y finiquitados para siempre pesares humanos como la intemperie, la precariedad o el desahucio. ¿Eres feliz? ¿Y para qué diablos va a querer uno ser feliz mientras no quiera (aún) matarse? Esa es la respuesta definitiva que zanja toda veleidad metafísica y nos previene del pequeño error de la horca, del disparo en la sien, de las venas abiertas desaguándose en el suelo, del salto al vacío antes de tiempo. No soy feliz, pero no me mato. Todavía tengo que robarle muchas cosas a la vida que no pienso devolver antes de mi viaje al más allá, que es algo tan cercano como el cementerio más próximo a mi residencia suburbana. El moralismo es cosa de pobretones, y no sólo de dinero o de asuntos de linajes. (Y le sonríe al mundo con la sonrisa conejil que deja asomar dos dientes, los incisivos de la quijada superior.)

Detente, noche.

Frente al televisor.

(El mejor compañero de parrandas.)

Una imagen de España. Y puede ser un serial americano o una película asiática o un vodevil francés (una ópera sería de todo punto inaguantable). Pero es en este lugar donde el hecho se produce. Es este el que atiende el suceso y se descubre precisamente en ese reflejo y no en otro. Imágenes de cualquier parte que son la tuya, una universalización de los códigos lingüísticos, idiosincrásicos y culturales que han engendrado un tipo ecuménico en sus gustos o aborrecimientos, usos sociales e incluso en su falta de exclusivismo identitario.

¿Pureza de sangre?

Mis ancestros comían todas las partes del cerdo desde antes de los tiempos de don Francisco Quevedo y Villegas, que somos de pura cepa.

Descendientes de hijodalgos que, con el estómago vacío y sin un cuarto en la faltriquera, paseaban el lodazal de las calles vespertinas habiéndose antes espolvoreado migas de pan por el pecho como prueba de haberse hartado de ollas y pechugas al mediodía. A la noche, agua sucia de sobras y a la cama.

A tu hermano una de las Españas, recuérdalo bien, lo torturó a conciencia, tu hermano que fuera herido mortalmente por la mirada de infinito desprecio de un conesa cualquiera de los años setenta.

¿Y qué decir de la España de después? La de los ochenta, noventa… Una España de una modernidad a medio hacer donde la atención unánime se centra en el pequeño coño apenas entrevisto que su dueña exhibe con descuido y sin intención en Mau/Mau, un antro madrileño oloroso de perfumes, lujo y dinero, invadido en sus noches de ámbar, destilados y media luz de terciopelo por una casta económica invencible año tras año.

¿Cómo puedes novelar tu época?

A Boceto no le interesa nada la España de sus hermanos, porque en seguida entendió, como cualquiera un poco cabal en tales tiempos, que existían muchas Españas cotidianas, domésticas y hasta… épicas, de oro o de chatarra, ruines, trágicas o felices, porque dentro de esa expresión españa, que no es una unidad de destino en lo universal, ni tampoco una, ni grande ni libre, no es sino un lugar donde se vive y se muere entre símbolos y crónicas de historia y holguras y sacrificios colectivos, pero donde se vive y se muere al fin de 40 millones de maneras diferentes y exclusivas (fijaos, hasta con nombre y apellidos, puaf).

En 1990 se descubre el pastel, como decretó Brell el Viejo, que dos años más tarde, en plenas pompas del V Centenario y del X Año Socialista del 92, una tarde de un sábado apacible de junio, embarca en la nave de los muertos para su particular descubrimiento de la muerte. En 1990, el año que Carlos Brell, Fiodorov, una tarde de otoño improvisa una carnicería y una horca doméstica y se deja caer al abismo de la oscura nada, ya se había comprendido de sobra que toda la revolución había consistido en dejar (y eso era una certeza matemática) que el dictador muriera en la cama (que fue, al cabo, potro de tortura) y esperar que la tribu de déspotas que era el régimen que él había inaugurado bíblicamente a sangre y a fuego cuarenta años atrás se diluyese más pronto que tarde en una democracia donde el derecho de voto y de libre expresión conviviera pacíficamente con el dinero y cómo conseguirlo, algo que incontables demócratas advenedizos aprenderían en seguida a la vez que prodigaban sonrisas blanquísimas y propinaban palmaditas en la espalda abrillantados por un barniz seudosocialista que requería de la constante camaradería entre todas las clases (pudientes, pudendas, pudentas). Vientos nuevos y nutricios para algunos (o demasiados, aunque esto importa poco) se fusionaban alegremente con los vientos que el pueblo lleva, que el pueblo trae, esparcen los corazones, aventan las gargantas.

Mucho antes: abril de 1977: legalización del Partido Comunista: Carlos Brell:

Ahora sí que está todo perdido.

Perdido para él. Porque esa España, a pesar de los sobresaltos, de la violencia sostenible y los múltiples malentendidos seguiría adelante como si nada, atravesando el socialismo anestesiante de los ochenta y el barullo de los noventa hasta arribar, cruzado el umbral y los terrores del año 2000, hasta ese año 2008 donde el último de los Brell Gay, nocturno, bebedor y cómicamente cínico distrae las horas y la infidelidad de la señora (ausente) de la casa divagando entre ensoñaciones televisivas y enigmáticas miradas al césped y a las oscuras siluetas de los árboles que se divisan en la noche (ahora ya saturnina, lejos de venus) de abril más allá de las cristaleras del hogar bendecido por quién sabe quién.

Laura vendrá a cenar mañana.

De amores que no d’amor.

A Boceto aún no se le ha encendido el botón rojo de la reserva. Exuda capacidad de amor y desengaños por todos los poros de su piel aperreada.

No es un romántico. Es un soñador que necesita tocar con las manos.

Laura…

El mundo…¿visible? Tanto mejor palpable.

…vendrá a cenar.

Será una cena alcohólica por parte de él, nada alimenticia. Lo prevé. Mal asunto. Pero antes llenará el buche insaciable y poco dado a dejar escapar un refrigerio, liviano o excesivo, a estas alturas de su existencia finita. Huirá por la mañana, horas antes de la llegada de la infiel: con primorosa letra advertirá para que así leyere y entendiere el universo todo la nota sujeta con un imán (en forma de alfanje moro) a la puerta del frigorírico: Cariño, no iré a casa a comer… Ha llamado Dolz, el cabrón de Metodología, por un asunto del departamento. Almorzaré (yo, otro cabrón) con él. Llegaré antes de la cena.

Puedes jurar que lo vieron estos ojos en El Asador Austral (curioso nombre que remite al de una eximia editorial cuya voracidad de su catálogo no anda muy a la zaga de los variados y suculentos platos del mentado asador) a las 14 horas del sábado 19 de abril del año del señor del 2008.

El ágape fue previsor de hambrunas futuras. Un por si acaso de los ayunos inesperados y fatales efecto de alguna catástrofe hasta ahora inimagible.

Todos los restaurantes que entronizan el cadáver animal bien despedazado, guisado, asado, aderazado y guarnecido de variados aditamentos, deberían colocar en la parte interior de sus ventanas y cristaleras suaves cortinajes o delicados visillos que ocultaran a la sensibilidad del viandante los restos y despojos del ave, la res o el pescado sacrificados para dar rienda suelta a la gula del comensal cuchillo y tenedor en mano, servilleta al cuello, boca abierta y dientes afilados.

El Asador Austral exhibe en generosas fuentes cerámicas sobre mostradores de maderas nobles decenas de costillares de vaca cuya visión ya sugiere la jugosidad y terneza de los chuletones que acabarán en los platos. Texturas y colores, los matices de los entreverados, proclaman la calidad de unas carnes seleccionadas habiendo considerado previamente raza, genética y salud del animal.

Mientras el comensal observa el asado de los chuletones, a escasos metros de su asiento, estimula el apetito mediante una ingesta no excesiva pero sí contundente a base de delgadas rodajas de chorizo vacuno, aceitunas aliñadas, mollejas de ternera, cecina y finas lonchas de jamón de irrefutable etiqueta pata negra, todo ello a la vez que desengrasa el gaznate de mentiras y malos alientos con un tinto de solera o mediante un par de cañas de cerveza de doble malta sin melindres, de fuerte graduación.  Las carnes, de corta maduración y menos tiempo en la cámara, lo que protege los prístinos sabores, ya casi a punto de su asado en la parrilla sobre los candescentes carbones. Pronto llegarán a su plato bien troceadas y saladas en porciones tan altas como anchas.

Alimenta el cuerpo con alimentos tan suculentos.

Brell, que abona en este momento los malos tiempos sin lluvia, sembraduras particulares, sus miedos pequeñoburgueses.

Nutre el alma… con los mismos alimentos.

Pero, ahora, en la alta noche, siguen el mundo y él girando en el interior de su cerebro, recluido sin riesgos ni demasiado peligro (sólo él… y la locura que puede alcanzarle un día inesperado) en esa espaciosa residencia minimalista de dos plantas rodeada de césped, resguardadas por las hileras de árboles frondosos que la circundan desde el exterior de las tapias.

Mañana será otro día, otra noche.

(Cambia de canal.)

¿Qué estaba antes de ti?

Lejos, muy lejos, ha escapado el Brell superviviente, hasta el principio de todas las cosas y los seres, hasta la manzana, la mujer, el pecado, el maná que cubre sus manos.

¿Qué estaba antes de la vida a la que te alumbraron?

El Paraíso, el Paraíso Perdido que una mala furcia desbarató.

Otra furcia, pues, te devuelve a la vida y te brinda la posibilidad, pecador, de retornar al cielo de huríes lleno: muerde la golden... o la royal.

Es la misma furcia, se dice, se recrea en su maldad.

Un gato (el gato inmortal) le mira con una suerte de indiferencia escudriñadora desde la penumbra amarilla del salón: una de las criaturas de Paula: animal silencioso, intratable, despótico, sólo algo (muy poco) sensible a los arrumacos y sentires hacia él que le prodiga su dueña.

Largo, gato. Silenciosa, felinamente el animal desaparece en las sombras oscuras de más allá de la tenue claridad de la luz.

Si voy, vos me lleváis; Si vengo, vos me traéis; Assí que no me dexáis, Señora, ni me queréis.

Más cerca que Paula…

Paula, una mujer (la mujer).

Una devoradora de hombres…

Ya comprobamos páginas atrás: empezó pronto el tipo. Sin miedos. Sin necesidad del Reich de sus hermanos ni de la mareante simbólica freudiana ni de los rodeos del melifluo Fromm ni maleado por los ascos y locuras de un Weininger castrador, nunca supo de vaginas desgarradoras y todas esas vainas, ni de gatillazos adolescentes:

¡Cuidado, esa tiene la vagina dentada!

¡A ver quien puede más! Ese coño me lo zampo yo... ¡a dentelladas!

En cuestiones de sexualidad (que son todas, hasta el comer incluye)… ¡escucha, hombrecillo!

¿Qué no habían de leer, ellos, los vástagos Brell, a Wilhelm Reich?

Tipos de la época… ¡Qué biblioteca surtida!

Para qué mentir… Eran unas de esas pocas personas que vivían como eran realmente y no como creían que eran.

Brell no quería ser mejor… quería ser muchas otros, pero él.

Tú, viajero…

¿Qué le pasa a este país?

Sin Dios y sin vos y mí.

Feliz pareja: disponen hasta de una habitación apropiada: el cuarto de roncar. Un balsa de aceite este matrimonio. Èl ya, sin reparo ninguno, se acuesta con calcetines y ella, en invierno, no duda ni un segundo en calzarse los peúcos y unas desalentadoras bragas anchas y raídas de grueso algodón. Mientras él se ha aficionado a hornear en la minimalista cocina del hogar, ella se ha convertido en una forofa de la cocina japonesa y se ha hecho socia de la International Breathwork Foundation, de modo que en sus prácticas concentratorias regidas por el yoga, el ayurveda, el mindfulness, el taichi o el chi kung ha encontrado en la respiración el instrumento perfecto para reequilibrar en perfecta armonía la mente y el cuerpo en un sosegado e inapreciable camino a la putrefacción final e inevitable, algo que naturalmente la feliz guionista también ha aprendido a olvidar a sus demasiados años ( a su juicio). 

El Rioja ha dado paso al mueble bar en una esquina del salón.

Sigue así, muchacho, se dice mirando con resignación la botella de bourbon, y dentro de unos pocos años terminarás más amarillo-hepático que los habitantes de Springfield.

En fin, como hubiera dicho el señor Cervantes, volvióse de espaldas (sin soltar la botella) y les enseñó sus traseras partes.

Son tiempos de confusión, de caos… La hecatombe financiera que nos va a sumir en una nueva era… Millones de seres sufrirán las consecuencias, auguraba un arúspice profesor de economía desde la pantalla…

Un Tántalo, piensa de sí mismo (y aún con el vaso vacío, desprendiendo el precinto del tapón), cuyo suplicio consistiese en no ver a su alcance el objeto de su deseo… o ni siquiera saber qué es en realidad lo que quiere

Sea lo que fuere, genialidad, dinero, hembra, nunca refrescarás tu espíritu ni saciarás tu anhelo.

La Resiliencia…

¡Resiliencia! ¿Qué resiliencia has manifestado alguna vez en tu vida, botarate? Nada ha impactado en ti con la fuerza del desamparo (fuera de tu adolescencia pronto superada de sus miedos y domésticos infortunios) o violencia mundana, nada ha deformado tu benévola complacencia contigo mismo y todo, en verdad, ha salvaguardado tu carácter y tus conveniencias. Eres como una pelota imaginaria que se hallara lejos de golpes y peligros, rebotas y rebotas incólume contra paredes invisibles o muros inexistentes. (¡Ah, noveluchas policíacas!)

Aclararme, padre sapientísimo, sapientísimos hermanos, ¿por qué razón he de desvelarme días y noches en tales escrituras del siglo XX tan desalentadoras e importantes como difíciles de penetrar?

Presta oído, incrédulo novicio, recalcitrante mentecato, esos discursos y textos parten de la realidad (que tú deberías, al menos, reconocer) pero, además, cada página de lo escrito es una realidad por sí misma y eso explica toda la teoría, práctica y poética de su literatura magnífica y, sin duda, el aliento y ambición irrepetibles que guiaron su ejecución.

Si no denostado sí en plena regresión, el existencialismo de las anteriores generaciones a las de los setenta, había dado paso al marxismo irrenunciable que profesaban sus hermanos en la España franquista.

Boceto, se mira en el espejo: existencialismo, literatura, marxismo, cine en blanco y negro con subtítulos, han generado este… aborto (que nunca dejó de leer… sólo por vicio).

Boceto, que todavía no ha llevado la copa de bourbon a los labios, replica en silencio al Arúspice que asoma por la pantalla del televisor, sonriéndose al comprobar que no hace sino remedar las filosofías en zapatillas del viejo Brell:

Valencia

Tiempo de lilas

Medianoche

19 de abril de 2008.

Querido Arúspice:

No ha existido un solo instante en la historia de la humanidad que el hombre no haya vivido en la incertidumbre, lo que sucede es que desde sus orígenes la evolución de la mente humana tapaba de algún modo esta insoluble sensación de desasosiego ancestral en su búsqueda progresiva y lenta de lo perfeccionable y la consecución de una existencia más placentera: la conquista inasequible de los logros domésticos, sociales, económicos y culturales atenuaban esta indefensión y desnudez de la condición del ser humano. En nuestros días, la acelerada transformación tecnológica y digital del mundo no basta para ocultar la hiriente realidad de que, efectivamente, vivimos en la incertidumbre (la misma que apareció en la oscura conciencia del hombre en sus albores) y la idea de la muerte, siempre presente e irremediable, abona todavía más la inseguridad y el temor al mañana que, curiosamente y a pesar de las ilusiones que nos hagamos sobre ese futuro por venir, siempre es la nada.. a pesar de nuestra espranza.

Un saludo. Adiós, adiós.

(Cambia de canal.)

España como problema.

¿Qué le pasa a este país?, pregunta al ojo de la cámara el sesudo e incansable tertuliano de barba puntiaguda, el número uno. 

Lo mismo que a las islas Marshall o a las tribus amazónicas…

¿Por qué siempre ganan los malos?, se pregunta el tres.

Será cuestión de raza, típico de esa proverbial sangre incorrupta española.

¡Qué país, Miquelarena!

Perora el dos: Con la expulsión de los judíos se exiló lo mejor de aquella incipiente nación católica, apostólica y romana, los hombres con los cerebros superiores y mayor claridad de ideas en los ámbitos científico, cultural y social; de la mano de los sumisos moriscos desapareció el deseo industrioso y el buen laborar y el solar patrio, a la par que la agricultura, se convirtió en un erial respecto a la filosofía y pensamiento profundos; cogidas de la mano mora arrojada al mar se expatriaron la filosofía, la medicina, la serena astrología que repudiaba lo supersticioso de un cielo sólo terrenal poblado de dioses barbudos y paraísos improbables; desde mucho antes de esta expulsión el fuego purificador de la hoguera inquisitorial alimentaba con la carne chamuscada y finalmente carbonizada la pobreza espiritual de un pueblo con limpieza de sangre pero que se echaba migas a la hidalga pechera para disimular el ayuno… Sólo faltó para desbaratar a conciencia esta tierra de conejos el martillo de la Contrarreforma que machacaría durante siglos (hasta a las mismas puertas del siglo XXI), y no literalmente, las cabezas liberales, bienhechoras, ilustradas…

Oiga, usted…, replica uno de los tertulianos, parece que va a ponerse en pie, airado, acusa con el índice de la mano derecha como un puñal al analista que ha resumido en veinte líneas los pecados originales de la historia moderna de la patria…

Todos los humanos, a uno u otro lado del dolor.

¿Estaban locos sus hermanos?

En su época Shakespeare era una fuerza revolucionaria. Hoy la burguesía no se atreve a presentarlo así. Se ve obligada a reducirla a su propio nivel: a restringir su atractivo y a quitar  de su obra todo contenido revolucionario, todo aquello que podría estimular a las masas…

Lo estaban. Como regaderas.

Carlos Brell-Gay, Fiodorov, verdaderamente tenía lo que en ruso oficial-estaliniano podríamos llamar (con doble sentido) tierpienietz, paso a paso y… golpear en el momento preciso (¿con qué? ¿con una bomba de neutrinos?). Un día dejó de tenerla, la paciencia maquiavélica quiero decir, porque ya no se trataba de eso. Ya no se trataba de nada que pudiera interesarle. Ya no había trato ni truco con nada. Al perder esa batalla, perdía todas las guerras. No había coraje para más ni fuerza para golpear nada (nunca la hubo).

Míralos a los cuatro (otoño de 1970), papá, mamá y los dos jóvenes cachorros clandestinos en la noche. Tienes diez años, y lo que en verdad deseas es que conecten el televisor y apaguen ese trasto parlante y aburrido: los cuatro en el salón, pegados en círculo a un radiorreceptor de gran alcance, escuchando casi con fervor Radio España Independiente, como si la propia voz de Levitán, desde Moscú, les llegara a través de las ondas explicando la verdad (staliniana) de la patria España. Tú, de testigo, infantil, innecesario, olvidable.

España, y el cáliz en la mano, cuando millones de sus hijos que esperanzados y aborregados oscurecían con una maleta de cartón atada malamente con cuerdas los caminos de Europa.

Un proceso, en Burgos, que agrietará toda presa de contención: la sangre que correría después unió a víctimas y victimarios de entonces en una misma orgía de despropósitos criminales durante décadas.

Oh, mil novecientos setenta, cuando se extendían cheques con atractivos paisajes impresos en el propio talón.

¿Aceptaría usted un cheque?

Naturalmente, este es un trato entre caballeros.

Dos optalidones y una copa de coñac: el aperitivo de moda.

Estimulante combinación.

Trastabilleo un poco, pero…

Esa mujer que ves tres pasos delante de ti, cuelga un farolillo rojo en la oreja. La polla en su sitio: cuenta los billetes. Vale.

Y las cajas amarillas Kodak: en Navidades, Boceto (todavía crisálida) recibió como regalo una instamatic con el cubo flash (también le permitieron examinar la reflex de papá: el curioso impertinente contaba diez años, así que fue suficiente que la toqueara durante un rato bajo la temerosa vigilancia de su madre hasta que fue guardada bajo llave).

Up with people.

Al lechero, al cartero y al policía saludé.

Canta el radiocasette abogando por la paz universal.

Dentro de cada uno hay un bien y hay un mal…

¿Tú sabes que en tu tiempo podías haber sido uno de los cien mil españolitos abortados clandestinamente? No serías ni un DNI.

Y con el bien y con el mal dentro… ¿dentro de qué?

Del tupper.

Y poco más tarde esos dos, tus hermanos apenas salidos de la adolescencia, hegelianos y radicales en lides intelectuales conformarán en cualquier batalla dialéctica que se tercie un testudo romano imposible de franquear. Testudo Brell, a salvo de embates y peligros. ¡Flechas vengan!

Boceto, con los carrillos a punto de explotar, entretiene sus ocios con las aventuras de Bazoka Joe.

Otros negocios hay de similares poderes narcotizantes que han sustituido ideales menos sutiles y mucho más groseros, afirmó.

1993:

El científico, el escritor, el artista y el filósofo son sustituidos por una caterva de ignorantes y analfabetos cuya único rasgo sobresaliente consiste en que desde la pantalla del televisor la imagen que proyectan de ellos mismos es de idéntica nadería e imbecilidad que las que caracterizan a quienes los contemplan desde sus sofás de prime time. Ese humano conjunto de ignaros mostrándose y parloteando es el fidelísimo reflejo de esas huestes nocturnas con la bandeja de la cena fría sobre las piernas, embobadas ante las imágenes, reconociéndose: Si ese tipejo ha sido capaz de salir en la televisión, ¿por qué no yo?

Alimento ultraprocesado o… basura. La digieren bien.

España narcotizada por un socialismo televisivo y de relumbrón donde el dinero, el político profesional y arribista más que reformista e ideológico y la numerosa casta funcionarial que incumple todos los horarios con toda desvergüenza cimientan las bases de un futuro, el futuro de Brell, que una década más tarde ahogaría en el miedo y la apatía a unas clases media y baja endeudadas y secuestradas definitivamente por el sistema, sus embolicos y sus cantos de sirena.

Y treinta años más tarde: un túnel del tiempo ha empequeñecido tu alma y agrandado tus vicios, deformado cuando no cegado el decorado de los otros con sus miserias o ganancias a cuestas.

Aunque tú, sigues incólume, indemne, Bocetillo cabrón.

Vistoso saloncito, todo en su sitio, inabordable. El lugar es tan imposible de sentar el culo como en uno de esos minúsculos islotes tailandeses que emergen del agua empinados, abruptos… e inútiles más allá de brindarnos su desconcertante topografía.

Tiempos aquellos, cuando los domingos los hornos estaban de guardia como las farmacias. En efecto, el pan era la mismísima hostia consagrada: comed de este mi cuerpo; bebed de esta mi sangre, y, después de la naranja, la guinda dominguera de una valenciana, un palo catalán o la media luna trufada de una japonesita y luego, sin apenas tiempo, a meterse con los compinches en un cine de doble sesión diseminados por los barrios próximos que ignorase olímpicamente la estúpida prohibición a los adolescentes menores de 18 años de aquellos filmes calificados 1, 2, 3, 3-R y 4 (gravemente peligrosa) e impidiéndoles, por tanto, la entrada a la sala.

Su padre, cuando aún salía antes del atardecer y volvía a casa antes de la noche cargado de libros, revistas, periódicos, el estrecho y compacto envoltorio con filetes de bacalao inglés que invariablemente compraba en la calle del Trench, la bolsa amarilla del café recién molido de Serranos…: mañanitas de niebla, tardes de paseo…

¿Tu padre fumaba?

Pura estética: nunca aspiraba el humo, y lo hacía a través de un fina boquilla de ébano y marfil. Combinaba muy bien ese apéndice elegante con el estilizado bigote hollywoodiense.

Sentado en uno de los butacones color granate que se diseminaban a lo largo y ancho de la gran sala del Ateneo Mercantil, en la primera planta, a espaldas de los grandes ventanales que recaían a Caudillo, con el sombrero  sobre una de las rodillas, observaba las entradas y salidas de los demás socios, los integrantes de las tertulias en torno a las mesas oscuras, algún solitario como él sentado más allá, pensativo al igual que él, contemplaba la exigua y efímera columna de humo que ascendía del extremo de la boquilla al alto y artesonado techo del que pendían tres grandes arañas que vertían una luz confortable, intimista y decadente. Entre susurros y una atmósfera como… raída, los silencios, las pìsadas elegantes. Punto.

La rosa es sin porqué, aclaró Angelus Silesius, Igualo mi realidad: soy el hombre más sincero que pueda darse.

Vengamos a lo e ayer, que también es olvidado como aquello.

Envejecemos, dice otro encorbatado, aprisionado en una chaqueta que le viene estrecha, al igual que el cuello azul de la camisa… rosa, mal sentado en un sillón de un intenso color rojo, con la mirada puesta en el presentador de Verdades de Medianoche.

En efecto.

Qué estropicio.

La vejez es una masacre, que dice la otra.

¿Conoces algún viejo feliz?

Ninguno lo es. Y si sonríe y se le alegran las pajarillas es por razones oscuras, egoísmo, perversión, crueldad, alguna trastada en ciernes, imbecilidad…

Otro más: He sido pobre y he sido rico, como aquella actriz, y como ella digo lo mismo: se pasa mejor de rico.

Bueno, se puede ser rico y no ser capaz de disfrutar de los alimentos, de la crueldad catártica, de la sexualidad…

Aún otro: … De la húmeda mirada entregada de un perro fiel.

Presentador-Moderador (que intenta arreglar el desaguisado que se le está yendo de las manos):

Cada mañana, con la taza en la mano, los pecados de ayer se desvanecen solubles en el humeante y aromático café reparador… llueva o haga sol.

Mas, recuerda que eres mortal.

¿Trabajar? ¡Muchacho, no la toques más que así es la rosa! El arte y la vida, que son ilusiones, es el juego favorito de las preclaras mentes, de los cuerpos en paz y anegados por la verdadera sabiduría… Sed de la filosofía del Wu Wei, dejad seguir en la tierra el curso natural de las cosas, como ruedan impasibles y magníficos en el cielo la luna y el sol: ¿pues no crecen solos los tomates y los árboles? Creced solo, al sol, sin más cuidados. (Pero tiende la mano que la sinecura de monedas ha de llenar.)

A este se le veía venir:

Lo que escribía inconfesadamente ya de cínico Brell el Joven se hallaba bien alejado del Sermo sublimis, puesto que el mundo y sus extranjeras y locales extravagancias sólo hedían a mierda y a carne y alma podridas…

La excusa sería el Klee, el aburrimiento, lo inalcanzable el cielo fuera de la tierra (que ya poseía)… o cualquier otra cosa.

Mas en un principio colegial y no sin candidez, que ignoraba jovialmente las lacras estruendosas de la tierra, a los trece años comenzó de esta manera su (otra) primera novela inacabada (La paz de los desiertos, toma primera, escena 1): Desde el valle profundo y verde un ave desconocida remontó el vuelo hasta el cielo alto y azul…

¿Un ave desconocida? –preguntaría Brell el Viejo mirándole por encima de las gafas caladas sobre la nariz al leer esas líneas.

Era un amanecido brumoso, replicaría irritado Brell el Joven defendiéndose como gato panza arriba.

 Sería una alondra…, sentenció Brell el Viejo riendo por lo bajo (algo así como una risita sofocada, que es exactamente lo que queremos decir).

Un colega bastante más joven que El Maestro Perruno (cínico, mas bien soldado a los bienes y regalías materiales): cuestionado pero legitimado, irremediable doctor en Bellas Artes por la aún recordada descacharrante tesis inefable, increíble, apto cum laude:

Del principio fundamental y multiplicidad de lo plástico en la muñeca Barbie y análogas: teoría y praxis para una estética lúdica e intercambiable .

Inevitable fue la santidad posterior del tesinante entre la turbamulta de los fácilmente impresionables alumnos que a aquel trabajo consideraron el verdadero comienzo de Una Nueva Era Académica.

Maestro Brell, ¿querría ser mi excelso director de tesis, corregir mis desmanes sintácticos, reconducir mi inveterada afición a una metodología desordenada, indicar la valiosa bibliografía que a buen seguro me será de inestimable valor, fomentar con sus atinados comentarios y glosas mi perspicacia investigadora y analítica?

Cuenta con ello, Discípulo Dilecto. ¿Qué sería de nosotros sin las jóvenes, sugeridoras y refrescantes generaciones?

Así que Barbie, eh…

Es en el ámbito del arte donde uno puede echar mano de cualquier cosa… incluso intelectual.

No opuso ni miramiento ni corrección alguna al tocho de las mil páginas, sin contar evidentemente el segundo tocho compuesto de documentación, bibliografía comentada y un millar de ilustraciones entresacadas del más variopinto imaginario de lo kitsch y la cultura de masas.

Deja que las cosas humanas sigan su curso, ¿acaso no lo hacen los astros? ¿Qué importa el número (como las estrellas del cielo) de doctos enseñadores?

La muerte injusta, las hambrunas intolerables, la inevitable corrupción del gobernante, una tesis doctoral…

Era lo suficientemente hábil para disimular los escándalos de su pasividad y su absoluta impericia para el auxilio, o al menos la comprensión –pero no así la para una complicidad bellaca que mucho le divertía-, de las desdichas y el infortunio ajenos. Su sonrisa compinche lograba minimizar esa notoria incapacidad para sentir empatía con los avatares y sucesos ingratos del prójimo:

una contrariedad de Boceto, acaso una mala digestión, una mirada de mujer joven arrogante, el camarero insolente, el taxi arrebatado en sus propias narices una mañana lluviosa…  (él, que tanto se quiere y se mima):

¡Eloi, Eloi, lamá Sabactani!

¿Quién es?

Mejor, ¿qué es?: un palíndromo (no hay que buscarle ningún revés: él, ni se esconde ni se enturbia, nada de conjeturas, interrogaciones, malentendidos: Boceto siempre por delante y por detrás).

Ese hombre malvado que enviaba a sus hijos a los… ¡Agustinos! como hubiera hecho una puta cualquiera con su hijo para que no le saliera un hijo de puta.

Salió algo peor: un hombre al que le salieron raíces bajo los pies y del que nunca más se supo, un suicida que jamás necesitó explicarse ante los demás y un boceto (por delante y por detrás), palíndromo o… rododendro.

Me recuerdo siempre en todas las épocas de mi vida como ahora, como en este mismo instante.

Mi mayor activo es dejar que se vayan deteriorando las cosas a mi alrededor, mantener impasible la lúcida paciencia de verificarlo, sólo así soy capaz de relacionarme con ellas hasta que dejan de tener el menor interés para mí.

El problema (al menos el mío) para creer en Dios es que lo han vestido, le han puesto nombre, le han supuesto hacedor de milagros y tirano de mandamientos, le han puesto al mando y casi siempre le han puesto en venta. ¡A la trampa con él!

 (Yo no he leído un libro en mi vida.

Entonces, hablaremos del tiempo.

¿Puede ser el de la televisión?)

¡Cuánta estupidez, Señor!: Bobería bestial, locura bruta.

Y  la afirmante, con sorna, pues ella sí ha leído montones de libros… inútiles, sugirió la alternativa: o de políticos.

La afirmante se halla muy segura de sí misma. En lugar de adquirir objetos, esa apetencia impresentable burguesa pasada de moda que ensombrece y aniquila despiadadamente los espacios del hogar con trastos inservibles, minimalista ella, alimenta, fortalece y domina los avatares del espíritu (un… materialismo como otro cualquiera: llena ese espíritu flotante… ¡con trastos impampables!). La afirmante que tanto se quiere a sí misma, que se desea de los pies a la cabeza, que de ella misma ha de gestar la más preciosa hijuela de la dietética, la estética y la gimnástica, que no descuida ni la ingesta de la nueva (y penúltima) variedad africana de mijo ni descuida el bienestar psicológico y espiritual, y al igual que otros consumen cacharros electrónicos en esta inconmensurable era digital, ella dedica su tiempo a entretenimientos más sutiles y de una concreción menos evaluable entre dietistas y psicólogos: se hace devota de religiones orientales, amante de filosofías reductibles hasta la simpleza, se torna aprendiza avanzada de técnicas de liberación emocional, equilibra chakras, se somete sumisa a silenciosas reflexiologías, humilla su cuerpo a los calmos pinchazos de la acupuntura y se entrega con confiada ingenuidad a la iridología, desvanece el horror cotidiano del mundo con la meditación, recita mantras, halla la paz con el yoga, se fortalece con joyas psíquicas, cree en los homeópatas, los naturópatas y hasta en algún chamán de Rufaza (antaño artista mediocre que naufragaba más que en la praxis en el concepto) disfrazado de budista, no desmiente el azar del Tarot ni la bondad de la kinesiología, se busca a sí misma, conoce su eneatipo, engulle litros y litros de té verde y deja diluirse en el velo del paladar, como una hostia consagrada, unas curiosas pastillas triangulares de color violeta que no son nada: he aquí, Paula, tu retrato.

Cosas verás que ha de maravillarte (Tertuliano): un 2 y un 4.

Quevedo…

Mujeres, demonios de buen sabor…

La niña que queda vaca, vende ternero al galán.

En fin (cuando uno dice en fin es que ya se ha cansado de pensar), donde esté el Universo que se quite todo lo demás…

Toda filosofía, todo intento de agrandar conceptualmente los orígenes así como la capacidad cognitiva y el destino del hombre quedaban menoscabados cuando no desintegrados como polvo en la nada al pensar en la pequeñez del planeta y sus misterios solamente naturales respecto a la inmensidad del universo ya comprobable e indiscutible: El animal hombre del planeta Tierra era algo absolutamente inapreciable, concluso y más tarde o más temprano desaparecido para siempre, pensaría cuando dejó de ser el genio de diez años y se convirtió en un vacuo profesor.

Conocerse uno mismo es conocer el futuro. Ningún oráculo podría anticipar tu aventura humana mejor que cumplir a rajatabla mandamiento tan esclarecedor y efectivo: sabes perfectamente adónde vas… Luego te pierdes en un sinfín de direcciones equivocadas que, curiosamente, convergen en el mismo sitio: el presente, el destino.

(Y salía de aquellas sesiones de autoanálisis limpio y estéticamente impoluto: como vestido en Savile Row, un figurín del alma: por defuera blanqueado y lleno de molduras, y por dedentro, moribundia, pudrición y gusanos.)

En 1970 los escoltas montaban a caballo y sus morriones brillantes como la plata refulgían al sol de la mañana madrileña.

Principio de cuento de terror:

Salió de casa y se encerró por dentro.

¡Lávate las manos antes de comer, ahora mismo!, exclamó su madre al verlo despeinado (¿!).

Mira tu mano todavía no temblorosa por las nocturnas (y diurnas) copas de alcohol: la piel enferma, invadida por un millón de bacterias de diez mil especies diferentes por centímetro cuadrado.

¿Y si crecieran aunque fuera un poquito, un poquito nada más, así, en silencio, subrepticiamente, unas cuantas millonésimas cada día? Terminarían sepultándolo: una montaña de bacterias, una inopinada pirámide bacteriana eregida al sol que escondería durante milenios el cuerpo embalsamado del fantasioso faraón del principal izquierda en compañía de sus grandes tesoros.

Buscaba la mirada acogedora de JD., y no la encontraba, porque en éste la indiferencia no era una forma estoica de aburrimiento, podría ser hasta de desprecio: tendrás que hacer el viaje tú solo, parecía amenazar su aislamiento. JD. no disputaba la palabra, los hechos de los otros eran tan legítimos como ajenos a él, humillaba con el silencio.

Claro que era raro, y aclaro para quien quiera escucharme que era difícil entenderle… Es un tipo complicado, enrevesado de veras y, al nacer, su madre perdió el manual de instrucciones que venía con él, bromeaba su padre como todos los padres. Analizar este tipo, su hermano mineral, exige alejarse de toda ortodoxia freudiana: ha inventado sus propios pecados, sus honduras más oscuras, distante sino de todo lo humano sí de sus servidumbres más comunes y sus toscas apariencias.

No me abruman mis pecados pasados, pues sólo a mí perjudican, ni me inquietan los futuros, que a nadie han de dañar. A JD. eso (y no había otra cosa en el fondo, seres finitos que somos) le bastaba para absolverse: lo demás sería naturaleza, enraizado él en ella.

Lejos de las ciudades donde…:

¿Qué pasará?

De momento, fíjate en la hora.

¿Qué significa eso?

¿Estás vivo, no?

Solamente solo.

Otra clase de soledad, si cabe más terrorífica por invisible, sibilina y destructora, es hacer todos los días de tu vida de adulto las mismas cosas acompañado o no, una y otra vez lo mismo, y sin que te hayas dado cuenta de ello o ni siquiera te importe ya.

¿Y ése?

Otro que quiere seguir vivo.

¿Para qué?

Para seguir haciendo lo mismo que hizo ayer.

¿Y no se aburre?

Sí, pero no lo sabe.

Cree que un día es… Lo describe, y es. Eso se cree. Así lo finiquita una vez desaparece la luz del sol,  comienza el negror de la noche:

Hace…

hace un sol gris, y un silencio como amarillo, de desánimo, y luego…

¿Cómo seguir?

Todo, menos el Klee, imposible de resucitar.

Nada hay de lo que tú solo puedas dar razón. Sería nada más que un punto de vista, otro punto de vista. La cosa en sí, independiente de la retina, de mil millones de retinas.

El Klee… quizá si escribiera con letra bastarda (como Cervantes)…

Paula y sus conferencias TED (charlas sobre diseño, tecnología, educación…)

Ella no necesita un klee. Tiene sus pequeños recursos, sus pequeñas y obscenas astucias.

Malas amistades, sus secretos amores, convulsos y efímeros.

Carlos Brell:

Nunca volviste a encontrar amigos como aquellos: parecía que sierpes, hiedras de ellos brotaban y a ellos te unías, lianas con las que poder saltar sobre las juveniles catástrofes: una amistad densa, olorosa, profundamente física bajo el sol ardiente y pletórico del verano, los anocheceres lluviosos de invierno, en el aburrimiento, en la exaltación. Merenderos de la playa. Nazaret o Pinedo. Fiodorov y sus amigos. Finales de los años sesenta. El cañizo del techo, que dejaba penetrar y posarse brillantes y fugaces destellos de luz sobre la rústica mesa de tablas de madera … La roja sangría, inacabable, fresquísima. La ensalada reconfortante y tierna, el pan crujiente. El rumor del mar próximo, el aire tibio y marino acariciando la piel salada.

Carlos Brell (anotación, febrero de 1988):

Nosotros… nosotros vivimos bien, ¿verdad?, oyó a su lado: tú mirabas la playa, la incansable tozudez de las olas lamiendo la orilla, la arena que reverberaba, el horizonte azul que era el mismo cielo azul… Te volviste: con las mejillas arreboladas por el sol y el cabello revolicado por la brisa te miraba a los ojos, feliz y pletórico mientras aliñaba con soltura la ensalada de tomate, lechuga, cebolla, pepino y aceitunas negras, bajo la sombra fresca de las cañas del rústico merendero orientado hacia el mar azul, también tan azul.

Era esa toda su plenitud… en aquellos momentos tan fuera del tiempo, suspendidos en el alma. Y era cierto.

Vivimos bien, ¿eh?

Brindábamos con jarras llenas hasta los bordes de sangría y pedazos de hielo, entre risas, sin pasado y sin miedo al futuro.

Lo recuerdas ahora, con la copa imaginaria de Moët Chandon en la mano, aburrido en la fiesta del rico, la zorra y el charlatán, a punto de lanzarte al vacío vestido (disfrazado) de etiqueta por la ventana abierta a la noche.

No es nada personal.

En efecto, no es nada personal, pero es.

Y disparó. Y el otro desapareció del mundo de los recuerdos.

Este nene nos ha salido un auténtico baúl de los disfraces.

Peor: es una verdadera babuschka.

El alma, la sorpresa final. Diminuta, pero ahí está.

Tan buen dialéctico… ¡y tan callado ahora, de mayor!

Asceta, sí; también, estoico, pero…  a solas, y bien a mano de la distracción y la holgura. Era minucioso, no escrupuloso… de un, digamos, senequismo muy llevadero por la ausencia de alarmas o apuros económicos.

(Cambia de canal.)

Pues muchos pensamientos absurdos, desatinados, son salvados merced a un lenguaje asombrosamente eficaz y, tanto a nivel oral como escrito, subyugante.

(Vuelve al canal anterior, no seas atrevido.)

¿Usted escribe, caballero?, preguntó Madame X.

Bueno… sí.

¿Sí…?

No es un roman fleuve

Ah.

Un Klee, por decirlo de ese modo.

(Parafraseando a Picasso: yo no escribo lo que veo; escribo lo que pienso.)

(Cambia de canal.)

¿Cómo diablos pretendes que sepa lo que quiero? Nunca me he sometido a un psicoanálisis, de modo que sólo hago lo que me gusta. En fin, si eso es lo que quiero…

Un 2 y un 4 la cara de tu retrato.

(No lo toques que es peor. Vuelve de nuevo al otro canal donde siguen sentados los mismos charlatanes.)

Era esa época (felices ochenta) cuando el español, al menos el español que carecía de preocupaciones económicas y de un mínimo sentido de justicia universal, empezó a ser divertido y a ponerse el mundo por montera, porque este no tenía nada de trágico, pues la tragicidad era cosa de los seres humanos y en modo alguno cualidad de una naturaleza ajena al hombre, complaciente y hasta bruta con ella misma: así es la vida animal.

Ni héroe ni artista. Mal te van a medir: sólo el nombre, una media línea pronto olvidada: ni las hazañas de la historia, ni lo sublime de la creación, ni lo criminal siquiera (¡tan fácil…!) Bebe compadre. Bebe para olvidar (dijo uno). Español: toro.

Dos tipos dialogan en la pantalla, ambos de pie, enfrentados. Uno de ellos miraba el Martini con la aceituna cogida en el palillo por los pelos, no náufraga: Han metido la metafísica en la biología… La han jodido.

El otro:

Le enseñaría mi colección de tebeos (dijo comics, en realidad, el pobre tipo) de Guido Crepax, pero no los tengo a mano.

(Cambia de canal.)

Llegados a cierta edad, ya sólo se vive por períodos, fases de una duración imprevisible, ya que el flujo vital e intelectual se ve constantemente interrumpido, alterado, ajenos a tu control: períodos de salud, de desamor, de bienestar, de extrañeza, de miedo, de pasotismo… Peores que ayer, mejores que mañana.

(Cambia de canal.)

¿Será este, por ventura, mi annus mirabilis?

(Cambia de canal: la 1,27 a.m.)

Como esos coños oscuros y acogedores de Miller, provistos de confortables divanes y hasta adornados con alguna planta de morera.

¿Qué quieres que te diga? Todavía era el prólogo, por decirlo de ese manera, el liminar que sueltan las glándulas de Cowper antes de que empiece la verdadera función de las sacudidas hasta el fondo, el fondo de la cuestión, para entendernos mejor, ja, ja, ja… ¡el fondo de la cuestión!

(¡No vuelvas a este canal!)

¿Quién eres?

Tu manual de instrucciones.

Estoico por pura estética, hasta la elegancia: Séneca.

Estoico por ocio, afición y desapego: Montaigne.

Estoico por despecho, resignada miseria y fealdad: Quevedo.

Todos… estoicos (o insensatos al no aceptarlo) por resignación. Nuestro pequeño Brell no porfía por la paz o la justicia y el conocimiento del mundo y de un dios creador omnipotente y ecuánime: sólo busca el olvido. No se mata (ya se encarga el tiempo de hacerlo segundo a segundo por ti, así que diviértete lo que puedas) pero ya cree solamente en la muerte inevitable y ecuménica como remedio, la única potencia capaz de poner término de una vez por todas a los infortunios de los desheredados, por los que él poco o nada podía hacer en el aspecto práctico (y la política y sus mecanismos y oficiantes en este caso pronto se revelaban como una flagrante traición a todos ellos, por lo que su voto en unas elecciones le hacía sentir utilizado, miserable y burlado) tal que fulminar y hacerlos polvo a los poderosos de la tierra y, lo más importante en su arrastrar por la existencia en este valle de lágrimas (estoico… o cínico), sepultar por asepsia la cobardía y el fracaso suyos personales e intransferibles que tampoco, así lo había comprobado no sin asombro desde antiguo, le ocasionaban, día a día, un descalabro insoportable y  definitivo.

Todo podía ser llevadero.

Quien busca complicaciones con ellas se topará.

Enfadado con la vida, vengan a mí sus placeres. ¿A qué otra cosa aspirar?

Tenía sus gustos, lo cínico lo salvaguardaba de las asechanzas diarias.

Aunque un millón de manuales de instrucción…

La voz era engolada, como el tipo (no hacía falta que llevaras la vista al televisor, estabas seguro de ello, el típico sabelotodo arrellanado en un sillón metálico de último diseño que en los programas a partir de medianoche –grabados con absoluta certeza una semana antes, un viernes por la mañana o así- pontificaba sobre naderías y lugares comunes):

Primero Maupasant y Chejov; luego, Mansfield, y termina con Aldecoa, Cheever y Raymond Carver… (Ha cambiado de canal.)

(Cogió un libro: Chejov: El loco: En su casa siempre leía en posición horizontal… Una observación intrigante a la que el autor no añade ninguna otra explicación.)

Y a ser posible, salvo el ruso [¿Por qué…?], leídos en su idioma original.

Todos somos autores.

El blog de Brell:

Yo y las arañas.

Magnífico titulo, a fe mía.

Un blog inolvidable. Cuenta todas las mentiras que se le ocurren en primera persona, lo que le otorga una verosimilitud chocante a despecho del disparate:

Hermano gemelo de la Bourgeois, ambos solíamos discutir encarnizadamente bajo alguno de los puentes del Sena… Allá por los sesenta, creo... Era una feminista radical entonces. A duras penas daba su brazo a torcer. No recuerdo sobre qué versaba la discusión que habíamos mantenido desde que empezara la tarde, quizás en la misma sobremesa, y que se prolongaba hasta ese momento, poco antes de que anocheciera del todo –sus horas más febriles; para mí, las más cansinas-, pero el hecho es que de repente me echó las manos al cuello e intentó estrangularme. ¡Maldita araña gigante!, acerté a exclamar aterrorizado. La desesperación hizo que sacara fuerzas de flaqueza y logré desembarazarme del grillete de sus garras al tiempo que le propinaba un empujón que la hizo trastabillar hacia atrás. Sin perder un segundo me lancé al río sin temor a ahogarme en las frías aguas, pues yo sabía nadar.

Eran aquellos los tiempos cuando quien escribe pintaba sobre los suelos de Londres y ganaba algún dinero para el almuerzo y la frasca de vino del mediodía. Habiendo madrugado aquella mañana fría y oscura, pues mi propósito era llevar a cabo mis cuadros urbanos en una de las calles adyacentes a la Plaza Vincent, Horseferry, cuya acera de los números pares propicia un excelente soporte pictórico merced a la anchura y el perfecto firme de su superficie, me encaminé desde la modesta pensión en que me alojaba, en el 28 de Dean Street, en el Soho, a la cercana boca del metro cargado con los bártulos necesarios para el desempeño de mi poco lucrativa actividad…

Etcétera.

Memorias de un pintor de aceras.

(Un genio anónimo, espectador –pues espectadores y aficionados al arte existen de los que no podría dudarse de su genialidad-, una desalentadora mañana que amenazaba lluvia introdujo un espléndido billete de cincuenta libras en el bote de galletas Peek Frean que utilizaba de monedero: tal vez el hombre pretendía resolver de ese modo, drástico y efectivo, la catástrofe que en forma de chaparrón se avecinaba contra mi pintura y se apiadó de mí y mis vanos esfuerzos: Coge los trastos y métete en un pub a hincharte de cerveza caliente y riñones al jerez, artista adolescente, efímero y desconocido…)

Etcétera.

Así que…

Memorias de un

¿Quién eres?

Un muñecote lleno a rebosar de triglicéridos.

¿Quién eres?

Uno de los fecundadores de Brave New World.

Podría ser hasta el hermano gemelo de…, de…

¿Quién eres?

Un 2 y un 4, mi retrato.

(Cambia de canal.)

Siempre, todo, termina siendo distinto a lo que pensábamos en el pasado, pero si las cosas hubiesen sido igual a como imaginamos entonces, la decepción por lo que somos y la nostalgia por lo que éramos serían las mismas.

Este ron ha envejecido triste y solitario en una mecedora.

Este ron no ha visto ni de lejos un barril.

Sé bueno y te llevaremos a la casita de chocolate de la abuelita: Villa Amparito.

Pórtate bien y te llevaremos a comer a El Poblet.

Aparca la bicicleta.

Preséntate y anuncia el nombre de la reserva.

Déjate llevar.

Siéntate a la mesa, engulle tu merienda.

Pataca con membrillo. Pataca con sobrasada mallorquina. Pataca con atún en aceite. Pataca con anchoas y aceitunas negras sin hueso. Pataca con jamón. Entrepá con blanco y butifarra.

Pero, qué groseras vituallas, qué tosco el condumio…

¿Se sentará a la mesa o prefiere el camón?

Está bien así. Vive Dios que no tiene este lugar aspecto de mesón o asador o comedor de fonducha.

Caballero, hoy tenemos el honor de ofrecerle el Menú Clásico.

¿No me facilita la carta?

No hay tal.

¿Cómo se llama lo que voy a comer, entonces?

200 euros.

Naturalmente…

Naturalmente, el vino aparte. En un instante acudirá el sumiller que indicará las preferencias de nuestra bodega de holgado surtido, señor.

Sumiller de cortina, asista al caballero, corra colgaduras, bendiga mesas, escancie en las copas…

Primera ración: Ojos de seda en cápsula caramelizada con ribetes de trufa blanca.

Bebe de la copa el sol y el tiempo, de la tierra su fruto más preciado, la gran solera, el vino de Homero, la mirada al mar azul, el viento, la gracia de la vida hecha arte…

Echa atrás la cabeza, alza la vista al cielo, a esa entelequia tan lejos de lo terrenal, desafíale con la fuerza del mundo, toda su potencia en esa sola copa de fuego dorado.

Siente remordimientos: cornudo agradecido. Se hará perdonar ante Paula: ¿Qué tal un fin de semana en Estocolmo? ¿Nos regalamos, querida, una primavera sueca?

Qué cómodo y gratificante resulta estar en paz con el mundo, ser dócil con él hasta la sumisión. ¿Existe el mal…? Ah, bueno…, vale, ¡pero también existe el bien! Venga esa copa.

(No importa lo que bebas… si es en un cáliz de oro… ¡Tú eres el cáliz!)

¿Qué esto…?

Alcachofas parecen…, náufragas en salsa púrpura. Veamos, alcachofas, carne poca y muchas faldas.

Doña Paula y Don Boceto: Don Repollo y Doña Berza, de una sangre y de una casta, si no caballeros pardos, verdes hidalgos de España, casáronse…

Quien le viera… se diría que en comer se le van tres partes de su hacienda.

Mucho más hay de sobra: vienen a mi bolsillo los billetes como con alas antes de cumplirse el mes. Y aún me sobran ocho días para pensar en sobrenombres y más descansa quien mira que quien trepa.

La fortuna me ha sonreído. Mi linaje me protege. Mis negocios de profesor llenan mis bolsillos y roban escasísimas horas a mis ocios venerables: más de tres cuartas partes del año en libertad… ni siquiera condicional.

Ocio y vagancia, hermanos primos.

No soy yo como uno de esos personajes de Bukowsky en quienes Dios se ha cagado encima. De buena me libré.

También la hidalguía es una carrera, y un oficio después de su licenciatura que demanda sabiduría y mesura, un saber moverse entre los esforzados, las medianías y los desocupados. Y nada de alardes, sé caballero, no pierdas los modales, sé discreto en la compostura, escucha sobre todo y serás tenido por sabio, evita la ostentación: sonríe complacido… y cómplice si puedes o se hace preciso serlo. Un billete de banco, lo mires por la cara que lo mires, anverso o reverso, es una repugnante mentira, una engañifa que sólo ayuda a los pobres de espíritu y no a gentes precisamente como tú, alegres, bienintencionadas, maleantes y juguetonas capaces de mantear a todos los buenos sanchos rústicos de este mundo, que por tenerlo o por embolsárselo ese dinero con facilidad poco común sólo os merece desprecio y unas ganas inmensas de gastarlo. Todos genios, queridos alumnos, todos aprobados. ¿Habré, pues, de repetirlo, grandes artistas?

El ciego lleva a cuestas al tullido (…) El mundo en estos dos está entendido.

Si tú me das los pies, te doy los ojos (…) Pues unos somos ciegos y otros cojos.

(Ahora lo entiendo todo, me llamo Alicia y he atravesado el espejo.)

¿Lo moral?  ¿La dignidad? Yo soy un caballero español. Basta con eso.

Me cuesta creer en algo que en plena naturaleza, lejos de los hombres y sus leyes de relación, carezca de sentido.

Escabúllete. Es fácil: deslizaos, mortales, no os apoyéis. Qué sabia la ilustre antecesora del francés Jean Paul.

Primum non nocere.

Y, así, como una sombra, llena la panza, que el vino alimente el olvido, arroja las monedas a la pocilga del mundo (inmundo) y descubre su verdadera forma, su verdadero color comprando aquello que te satisfaga (o no te satisfaga).

Comprar… por el mero hecho de convertir ese acto en algo no muy lejos de lo criminal, y una afrenta también a la nada que te espera al final.

Caballero español.

Quizás toda norma no sea sino una forma de salvación: en el protocolo, señor, hallan mis pasos la gran seguridad (al menos aquella que me infunde los ánimos para seguir adelante hasta darme de bruces con la muerte agazapada en su esquina): arriba el cielo; abajo, el infierno; entrambos, la mirada fugitiva y confusa del hombre viandante que salvo esa tonta convención no sabe de otro sitio donde agarrarse para no precipitarse en el vacío. Abrazarse a la nada, se dice temeroso, sería rendirse antes de hora.

Como el romano, uno bien sabe que ha estado rodeado de bárbaros (escondidos tras miles de apariencias, ataviados con los más serios o disparatados disfraces) desde el comienzo de los tiempos, a veces vencidas esas hordas por la fuerza; otras, contenido el empuje de su furia por la astucia y la añagaza, pero ahí estaban desde siempre, invisibles o ruidosos en los bosques oscuros, hasta que, un día fatal, salen a la luz vociferando como demonios y aniquilan sin contemplaciones toda aquella urdimbre de buenas razones y mentiras calculadas que sostenían tus creencias y aun tu misma vida.

Este caballero español abandona las armas y empuña los miramientos para salir bien librado en cualquier contienda que le salga al paso. Él descifra bien sus realidades y consiente divertido con silencios e indiferencia las ilusiones de los otros: este caballero español se ríe de los molinos de viento (¡bien entrado ya el siglo XXI!) en sus dos más conocidas variedades de mercado: la realidad anacrónica de sus grandes aspas blancas como veleros y la que imagina su apariencia y acrecienta su atractivo por la estatura y poderío de los gigantes.

(¿Qué diablos de canal es éste?)

El buen caballero, en tales días nada propensos a la ironía, de nervios desatados y frustraciones sin fin, hace arma de su discreción y se escabulle con gracia; de su invisibilidad de aire y de su condición de humo alza la mejor arquitectura y echa la llave: sobre mi conciencia todo; sobre mis espaldas, nada. Allá cada cual, infausto 2008, se las ventile.

Caballero con método, sin espada (no andemos provocando altercados indeseables).

Usted, primero.

Gorguera almidonada de obediente más que altivo gorjal de armadura.

Caballero que no restaura virtudes (si no acaban siendo vicios), ni defiende honores (salvo los de su placer), ni impone la caridad (más allá de la propina hacia sí mismo), que le traen al fresco la lealtad (que no sea a sus gustos y conveniencias), la justicia (de sus razones… o sinrazones) y aun la verdad (de los otros y de todo si perjudican la bonanza y beneficio de sus mentiras).

¿Qué de bien se aconseja él? Error y perturbación en el mundo defienden sus derechos, prebendas y sinecuras puesto que en tales algarabías y confusiones no se esclarecen la injusticia y holgazanería con que los consigue. Río revuelto, cenagoso, de aguas turbias. Ahí se halla a gusto esta buena pieza, este pájaro con escamas y ojo avizor. Ahora bien, ¿sabiendo próximo tu fin, contados ya tus días, no huirías definitivamente del mundo, del siglo y de toda la infinita caterva de sus habitantes? ¿No dejarías herederos de tus bienes a tus hijos (¿qué hijos?) abandonando los ruidosos cantos de sirena del mundanal ruido? Ahora bien, medítalo, tú que ya eres torpe en el manejo de la vida. Ahora bien, ¿dónde ha de ser tu retiro? He aquí que esa habitación de la senectud  sabia se erija (ya puestos) en selva abundosa en aguas y árboles frutales, levanta tu contemplativa morada en prado hermoso,  junto a un gran árbol cargado de frutos, bajo el cual fluya una fuente muy bella y clara, contempla a Dios o al Diablo, menosprecia la vanidad del mundo.  Ahora bien…

Bello amigo, inventa las reglas y el orden de esta caballería donde tan a gusto has de sentirte.

¿Quién te arma caballero?

La noche y la vela de armas.

Y mi santa voluntad, que en estos mágicos tiempos (quijotescos) siete son los planetas, una la luna, uno el sol y más allá de las estrellas ya se acabaron los prodigios.

Siete normas me gobiernan, como los Celestiales Corsos.

Caballero es hombre que procura la paz por la fuerza.

Caballero es hombre elegido antiguamente para ser mejor que otro.

Caballero tiene espada por derecho, y caballo por señoría.

El Caballero tiene divisa para ser conocido por todos.

Al Caballero pertenecen bienes y honra.

El Caballero ha de tener edad y prestancia convenientes.

Es oficio de Caballero tener castillo y caballo.

Ya todo está dicho, Caballero español.

(Y cambia de coche cada tres años: ten bien presente que Caballero no cabalga a lomos de palafrén. Caballero sin caballo no conviene al orden de caballería.)

Y vigila a esos toscos escuderos con intención y voluntad de ser caballeros, que lo desean sólo por hacerse ricos y señorear.

Tengas un escudero solo, y bueno si quieres alegrarte, pero no alargues conversación con él, ni tampoco tengas con él muchas risas, consejo que no obedeció Alonso Quijano y de ello sus muchas iras, controversias verbales y tropiezos chuscos con Panza, el rústico e impenitente refranero.

Brell el Joven cae sepultado por tan altas distinciones: espada, lanza, yelmo, loriga, calzas de hierro, espuelas, gorguera, maza, puñal o misericordia, escudo, silla, caballo, freno, testera, guarnimientos, túnica, seña y señera:

Mejor te fuera con el arte de juglaría, entre instrumentos de música, coros y endechas, lays… Aunque antes trovador amador de damas y compositor de poemas, hasta caballero a veces, que juglar, tipo grosero, mal vestido, atrevido y truhán, mancillador de doncellas y al decir de autoridades se disfrazan de la noche para con sus instrumentos que hacen sonar por calles y plazuelas mover el ánimo de las mujeres a putería y que por eso se hagan falsas y hagan traición a sus maridos… ¿Qué hombres hacen más daño al mundo que los juglares? En sus manos el noble arte de juglería ha caído en arte y manera de mentir…

Juglares disfrazados de sabios docentes, locos y embebidos…, es tan grande su astucia que ajustan muchos dineros que arrancan de las gentes necias y cuando lo consiguen lo malgastan y lo prodigan… Falsa sabiduría, arte de juglaría, el arte más corrompido de todas las corrupciones y de todas las vilezas…

(¡Cambia el puto canal!)

… lloverá. Los días nublados son días falsos, nos oprimen con la indeseable capucha mortecina y tiñen la luz de desesperanza y artificio, de opacidad nefasta, tapan el espacio hasta las estrellas, disminuyen la libertad de la mirada que al elevarse a lo alto desaprovecha la tierra y su ocupación, de los trabajos, la estrechan con sus nubes sucias, grises o uscuras, la hacen bajar de nuevo a los pies… Pero si llueve… Soplará viento de levante…

(Cambia de canal.)

(Se ha equivocado.)

(¿Dónde se metió? ¿Son estos dominio del hombre del tiempo?)

… y después de la lluvia interminable, vagarosos jirones de niebla como grandes velos desgarrados se aposentaban sobren el flanco de las verdes y oscuras montañas cercanas…

(No acierta a pulsar correctamente en la botonera del mando…)

Ah, pensamientos extraños en el amanecer gris, lluvioso y desalentador: Lo que traza el curso de los ríos en la tierra no es la montaña y el valle, la llanura o la rambla, es el mar…

Con el mando a distancia untoso en la mano, salta de un canal  a otro con los ojos semicerrados, siendo él ya un canal en blanco y negro, como el pensamiento traducido a palabras, ocurrencias saltimbanquis: él sólo puede pensar dibujando tras el cráneo las palabras, su contorno y hasta su extensión, y en esas paredes interiores que rozan la sustancia viscosa del  cerebro se graban y las lee en caprichoso rebote… ¡hasta los ojos!

A la diabla…

Lo declaraste sin rubor, de forma calculada y ofensiva a pesar de lo medido de la voz, su contención, cuando ya tú mismo eras culpable de la misma sentencia pública de desaprobación:

Su jovialidad no pasaba de ser la risueña máscara de la trivialidad de su carácter, poco dado al esfuerzo y a una reflexión serena. Estoy convencido de que ese tipo no había terminado nunca de leer ninguno de los libros que había empezado. (Saltaba las páginas para averiguar quien mataba a quien).

No eres mejor ni peor, eres mortal: no hay un solo día en tu vida, incluso aquellos más perfectos y felices, al igual que sucede en la vida de los demás, que no conduzca a la quiebra definitiva de todo lo que creías indestructible: un día feliz o desdichado son idéntico puñal que te ataca de frente o por la espalda.

Pero yo escribo poemas, dijo para justificarse (holganza, gorronería, exabruptos), y testimoniar así de tan magnífica manera el juglar de calzones sucios y la boca negra y desdentada su diferencia, su condición inexcusablemente conciliadora con el desastre y la incuria: perdonad mis muchas faltas, poeta soy.

Poeta y tranquilo:

A mí, qué quiere que le diga, la perra gorda en el bolsillo me dura dos réplicas; a la tercera se la doy a mi interlocutor… o replicante (sin segundas).

Deslizaos mortales

¿Qué es un poema?, se preguntaba y nos preguntaba desde la pantalla de plasma el poeta-docente de universidad ahora, en este mismo instante que el joven Bell (como un ramalazo ha cruzado emergiendo de un lado de su mente la figura paterna, a grandes zancadas se dirigía a algún sitio oscuro del otro lado) se echaba al coleto un reconfortante hennessy, en este momento de la alta noche poblada de brujas en forma de Paula, duendes de las maneras de Boceto y fantasmas del pasado encarnados en la figura de su padre: Un poema, sentenció el vate-funcionario del estado (hasta se agenciaba los mazos de folios din-A4 de la secretería de su departamento en la facultad), es aquello que expresa mediante palabras lo ininteligible, a pesar de que éstas, las palabras, y aquél el poeta y el mismo poema solidificados por el tiempo como el oro, terminen siéndolo también.

La televisión, solía decirse allá por los años sesenta (así oyó de los labios escépticos y sarcásticos de su padre, catedrático magistral y presencial, denigrando y replicando tal aserto, burlón y despreciativo), puede ser la gran universidad a distancia tanto para las silenciadas masas rurales como para aquellas las más desfavorecidas de los suburbios de la  urbe. Allá donde no llegue el maestro, arribará la ciencia.

Y les pusieron un teleclub delante de las narices donde visionar allá en las siberias patrias corridas de toros, partidos de fútbol y la santa misa los domingos y fiestas de guardar.

¿Urbanita o rural?

(Se muere lo mismo.) 

¿Estado civil?

Pues…

Sin hijos: Mas piensa en tu padre, en la madre, en la parentela, todos los objetos y bienes que te sobrevivan se desvanecerán por muy sólidos que parezcan en manos ajenas a ti, pero las fotografías furtivas, familiares o del más trivial compromiso o celebración, aquellas robadas a tu imagen, aun tú muerto, te herirán de muerte otra vez por ojos de extraños en el futuro hasta que acabes, ahora sí, definitivamente en el olvido a causa del fuego, la destrucción o la indiferencia criminal y desapasionada de quienes no te  reconozcan ni sepan tu nombre.)

¿Ocupación?

Especialista en crítica del arte.

Magnífica manera de ganarse amigos y dineros.

¿Qué esperaba?

No sé… algo más ético. (La estética nunca pasa por lo ético.)

Especialista en nada, así que era por talante natural y deferencia hacia los otros un excelente pedagogo que no tenía nada que enseñar.

Era como un buzo que anduviera por debajo del mar fangoso de la ciudad, pesadamente, con torpeza y cansancio, con zapatones de plomo hundiéndose en la arena del fondo (¿qué fondo?).

Podía ser cualquier cosa y en cualquier instante.

El guionista amigo de su padre, inventor de centenares de tebeos, de mil personajes: ¿Tú que quieres ser, chaval: gánster, espadachín, vaquero, astronauta? El tío Federico te reinventa en lo que desees: ángel o demonio, fiero o sabio, hombre o mujer…

Era un niño temible. Qué miedo me das, decía su padre escondiendo payasamente el rostro con uno de los faldones de la rebeca gris: niño de silencio de piedra, mirada de acero.

Adolescente adelantado, 17 años:

Su padrino, el hermano menor de su padre (moriría pocos meses después de ese encuentro familiar), rentista huidizo, de sonrisa conejil, un hombre ingenuo, o muy sabio e ido:

Qué ¿ya les metes mano a las chicas?, preguntaba lanzándole una mirada pícara, aunque tristona, de solterón antiguo y rancio, onanista, a un Brell ya con los dos pies en la universidad.

En realidad, hacía tiempo que lo que les metía a las chicas era la polla, y ese magnífico apéndice entraba y salía por donde debía entrar y salir sin mayores alharacas ni publicidades innecesarias.

Era…:

Aquel escaparate que en la mañana radiante de primavera exhibía tras la luna límpida un montón de trastos artesanales reflejaba y certificaba su cara de borracho: una máscara tallada como a botellazos.

Era… un muchachito recién universitario flacucho, con flequillo a lo onda, irónico, pedantuelo, grandemente (sic) satisfecho de sí mismo, orgulloso de sus mínimos esfuerzos, era… inteligente sin duda:

Contestación a uno de sus hermanos (uno de ellos, no recuerdo):

(¿Cómo estás?)

Aquí, como el señor Marx, curando mis abcesos con arsénico.

(De resultas de algún espigueo por la biblioteca, fisgando entre las páginas de los libros comprados por alguno de sus dos primogénitos en aquellos tiempos serios y circunspectos (sic). Era un ocurrente acaparador de citas y frases sueltas. [En este caso, Cartas a Kugelmann, Ediciones de bolsillo, 1974.] 

Espigaba Boceto, cómo no, ya lo hemos comprobado (incluso hemos visto su cara de asco), aunque por mera desidia y nunca por radiografiar un alma que, a fin de cuentas, hacía tiempo que le traía sin cuidado, los libros que llevaba entre manos Paula, el ama de casa ausente y de nocturno cachondeo a estas horas. Sin ir más lejos, poco más allá de la chimenea, en una de las mesas escritorio, reposaba junto al pie de la banker otro libro (con la consabida doblez en el ángulo de una página) identificativo de los gustos de la lectora, muy propio: versaba sobre las violaciones perpetradas a las indefensas mujeres (consideradas botín de guerra) por los sodados rusos en los países de Europa central durante su avance incontenible hacia Berlín. Era una traducción inglesa del testimonio de una mujer belga violada por compañías enteras de soldados. (Del puño y letra de Paula: Lo que más temían esas jóvenes, sin escapatoria posible, era que a causa de las constantes y brutales sacudidas día y noche sobre sus cuerpos famélicos acabaran maltrechas de manera irreversible. A centenares de ellas se les rompía la columna vertebral como una caña y morían al poco tiempo…)

Era…

Un filósofo en zapatillas: Ellos… me rodean como cuerpos celestes, pero ellos no se mueven, me muevo yo…

¿Y éste?

Digamos que escribe a mano alzada.

No era…

Un jovenzuelo (años 80) de esa clase tontaina que fuera por esos mundos con un walkman pegado al culo y el auricular metido en la oreja izquierda. Lo cierto es que le gustaba escuchar música, pero absolutamente quieto a ser posible, sin hacer otra cosa, repantigado en un sillón, los ojos cerrados, la sesera a vuela pluma…

Era…

¡Ese tiene gato encerrado!

¡Gato encerrado!

Será la faltriquera hecha con piel de gato donde guardo mis doblones (y que a la vista de vuestros ojos codiciosos oculto con muchos cuidados y disimulos).

Era… distinto a su hermanos, digamos:

Aquellos se enfundaban unos lois o unos caroche; él empaquetaba los huevos en un Levi’s 501 bien ceñido en la entrepierna.

Otros tiempos.

No hará más de tres semanas tuvo una ocurrencia (que, naturalmente, satisfizo): escuchar las antiguas canciones de los antiguos grupos en su antiguo radiocasete Sony de doble pletina. Jamás se había desecho de los antiguos casetes, así que subió por la escalera abatible del desván y se rodeó de las sombras reveladoras y la penumbra esclarecedora donde todos los antiguos tiempos se estremecen con el relumbre de la luz que abre y deja escapar la puerta de tu presente (antiguos tiempos de tu abuelo, el eximio doctor Veneno; de tu otro abuelo, el coleccionista sicalíptico; de tu padre y los cientos de publicaciones y revistas y libros de su república; de tu madre adolescente y joven, cuando ilustraba las gruesas páginas de los mil y uno grandes cuadernos apaisados con dibujos, bocetos, retratos, graciosos esbozos; de los rimeros inagotables de libros y la infinita cacharrería social, política y objetual de tus dos hermanos desaparecidos y enterrados, uno muerto a conciencia y otro vivo a escondidas del siglo (malvado), ermitaño u hombre de tierra… Antiguos, antiguos, fueron… antiguos.

Estás en el desván, donde tus abuelos corretean bajo la luz de gas y tu padre bajo la luz eléctrica juega al corro de la patata, en ese país de telarañas y olores rancios, de semioscuridad y un raro silencio, como una gruta desposeída de su cavernícola pero que haya dejado atrás sus toscas y hasta sórdidas pertenencias que nunca más van a ser utilizadas, adonde todo aquello de los otros que nos ensucia las manos de polvo y recuerdos, de una memoria que los tiempos modernos no dejan de traicionar con su desdén y su desidida criminal hacia unas vidas y unos hechos pasados, fue, y fue incontestable (aunque tú quemes las fotografías y destruyas cartas, manuscritos, documentos, confesiones y notas de suicidas, fue), y sólo vuelve a ser cuando un tipo como tú recupera por aburrimiento, capricho o simple remordimiento (siempre pasajero, y nunca con mala conciencia) tiempos antiguos donde acaecían personas y personajes antiguos no menos memorables y rotundos que los de los actuales tiempos, tan antiguos dentro de poco tiempo.

Si no son objetos, el pasado sólo es un montón de recuerdos vivos o muertos... que da lo mismo.

¿Suenan igual todos esos grupos, todos esos solistas y músicos que brotan  de las menguadas y frágiles cintas de los casetes? A los pocos minutos de estar enchufado a la red eléctrica el olor del reproductor es el mismo de antaño, un olor a plástico caliente, a cable y metal recalentados que le hace evocar muchos momentos de su adolescencia, cuando él se empeñaba en ser un experto en cantantes y bandas de nombres anglosajones mientras sus hermanos contraatacaban con elepés de Paco Ibáñez (en el Olympia, de París, Coplas a la muerte de su padre), Serrat, Rosa León, Raimon… toda la turbamulta de cantautores hispanos u otros como Brassens o Ferré o Dylan y Joan Baez.

Vete al ficus de Serranos, o al de la Glorieta o al del Parterre…, decía su padre, escóndete del temible futuro, sé un niño asustado que se cobija entre las inmensas raíces, bajo las cuevas de su tronco, en la espesura de sus ramas milenarias. Ahí estás a salvo hasta de ese diablo de ti mismo con el cabello encanecido que te aguarda y los colmillos afilados, la mirada polvorienta y la copa en la mano reclinado con desenfado y sonrisa lasciva contra una esquina de los años venideros, esperando asesinarte para siempre jamás: te espera confiado ese niño, llegarás a sus manos. Oculto en esa naturaleza de ensueño, sólo la imaginación te basta, la fantasía inocente o prohibida, la ilusión de los juegos de la cavilación, el infatigable, discontinuo y extravagante discurrir de un niño-árbol lejos de las manazas de los adultos y sus trucos perversos: sé mayor, haz dinero, haz un hijo, muere en paz de cáncer o de arteria oclusiva. Rebélate. Sé un niño invisible, fundido en esa grotesca vegetación arbórea, conviértete en una rama de ella, un trozo de raíz, un muñón gestado del poderoso tronco al que no alcance la noche trayendo en su lomo de escoba los monstruos y brujas del futuro: sé en el país de las hadas donde lo urbano se torna decorado, aunque a pleno sol no parezca sino un desvaído fondo de teatro de flecos raídos, moquetas deslucidas y arañas de luz mortecina y decadente.

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