Hada Paula:
Querido, en tu caminar
ilógico inducido por sorpresas y encuentros, caprichos o pérdidas (de tiempo,
de cualquier suerte) por el casco viejo de la ciudad, trazas un mandala en el
que mi suerte está echada: ¡vuélvete de espaldas! ¡Revélanos tu palabra!
Brell el Joven el
Centauro, el Universitario recién estrenado, el Pedante que leía a todos los clásicos, a lomos del
127 de un azul nuevo y maravilloso que había suplantado al descacharrado 600 ya
en el desguace: ¿Qué Hipodamo de los cojones ha diseñado el trazo de este
laberíntico mosaico infernal de callejuelas…?
Los moros. Aún resta
algún vestigio de sus piedras entre tapiales y muros desconchados, entre casas
de portales estrechos y balcones de hierro forjado en sus fachadas a punto de
sucumbir, desmoronarse, esta vez sí, como un montón de piedras.
Se introducía en la
ciudad vieja, viejísima a pesar de los edificios restaurados, remozados de dos
y tres plantas donde se habían instalado jóvenes matrimonios de funcionarios, docentes, nuevos políticos y
profesionales liberales a la page… pijos de un nuevo orden social,
económico e ideológico con un sueldo mensual soldado a la palma de la mano:
nada de quiebras.
¿Y qué hacía él
rodando entre esos rancios muros, esas grietas, esas calles estrechas que
rezumaban orines y humedad a finales de los crispados setenta y principios de
los ochenta maravillosos?
El Joven Universitario
aliviaba las calenturas copulando como un salvaje libre de ataduras y
miramientos en el estudio abuhardillado de una estudiante de Bellas Artes con
aulas todavía en el convento del Carmen, que no dudaba un instante, preclara y
moderna artista, en meterse debajo de él (o encima convenientemente): su obra
en ciernes, una temática y hasta texturas y empastes cromáticos de similitudes freudianas
(por Lucien), reflejaba indefectiblemente trabazones de cuerpos masculinos
desnudos bajo una luz pastosa, densa, que parecía descomponer las figuras en
una materia terrosa y chorreante.
¿Me tomas como modelo?
A ti y a todos los
hijos de puta como tú que sólo buscáis un polvo como remedio a vuestra
orfandad, decía la artista bisoña entre jadeos, orgásmica impenitente,
retorciéndose debajo de él como una sierpe enroscada por las piernas a su
espalda.
Un día, la amazona
huyó de su modelo ocasional que con tanto gusto se prestaba a sus manejos:
ondulante en el aire la cabellera rubia, la camisa proletaria roja apenas
abrochada que dejaba ver el cuello y parte de los senos blanquísimos, los
tejanos azules desteñidos, montada en la bicicleta negra escapó para siempre de
El Analizador.
El desván… de tu
memoria…
Ya había olvidado a
mamá.
Era un cuestionador, El Cuestionador:
La naturaleza no
entiende de física ni de matemáticas: son éstas las que se han creado a sí
mismas a partir de aquella y sus felices casualidades cósmicas: la ley de la
gravedad no es sino una piedra que cae al suelo; la Tierra gira alrededor del
sol y sobre sí misma sin conocer ni la palabra tierra ni la palabra sol,
la rotación, la traslación, el día, la noche…
Era ya, por fin, lúcido
respecto a su poquedad, su insuficiencia, su pronto olvido tras su muerte entre
las cosas, sucesos y seres que le habían de sobrevivir:
El ser humano, acuerda
caviloso este Brell empapado de noche primaveral y alcohol de lujo frente a un
televisor de última generación que no cesa de proyectar naderías y lugares
comunes, ni siquiera un espectáculo (así piensa él) digno o comparable al menos
con la honrada atracción de una barraca de feria, tiende (y no hace falta que
sea viejo o deshauciado) a confundir su realidad minúscula y fragmentaria, sus
mil prejuicios y sucesos pequeños supeditados a su efímera biografía, con la
realidad objetiva del mundo que para nada necesita de ti, vivo o muerto.
Los tiempos cambian…,
se dijo con los ojos cerrados. Tras una pausa: No… Cambian las cosas que en él
suceden… (Y echó un vistazo a la sala de lectura Loker Reading de Harvard: ni
uno solo de los lectores que se hallaban en el amplio y luminoso recinto tenía
un libro sobre la mesa. Sentados en sus sillas, con el pescuezo inclinado hacia
delante, rodeados de sólidas estanterías pobladas de volúmenes, parecían
hechizados por el resplandor azulado que emanaban las pantallas de sus
portátiles y tabletas.)
Piérdete en la ciudad
extraña y echa un vistazo a tu alrededor: todos los jóvenes llevan auriculares
metidos en las orejas, no te oirán, todos los otros, viejos o no, recelosos, no
te harán caso, pasarán de largo camino del cementerio, apresurados se apartarán
de ti que ni siquiera sabes tu destino.
Echa un vistazo…
Y echó un vistazo a
esa penumbra horadada por la luz
amarilla de la lámpara de mesa, un amarillento acogedor, cálido, mejor que la
cama a un par de metros del salón, no amanezcas nunca, día, miraba alrededor,
sabiéndose seguro entre los muebles, los cientos de libros, la copa, el
alcohol, a salvo en ese lugar donde el pensamiento, la loca de la casa, rebota contra las paredes de color matizado por
esa luz que a todo se acomoda plácida, rebota contra el recuerdo, contra
aquella otra placidez del hogar de la infancia de su abuela en La Cañada, todo
en esa casa parecía desprender mesura, orden y dignidad, una apostura antigua
que concordaba tan perfectamente con los muebles de nogal, el sofá y los
sillones de piel auténtica de color verde botella, un orden que se revelaba
donde pusiera los ojos, todo antiguo y elegante, y a la vez tan nuevo… Parecía
el tiempo detenido, como paralizado en esos instantes irrepetibles que
experimentaba entre esas paredes y luces y penumbras, envuelto en aquel olor
único y de pretigio que emanaba de todo lo que contenía aquel enclave
prodigioso, objetos, muebles, enseres personales (incluido el silencio), una
mansión ajena a la época, a los riesgos y vicisitudes fuera de ella, que era
todo lo malo.
Pero las cosas y
sucesos de los tiempos cambian.
Mudanza que son en los
tiempos.
(Los tiempos como
cosas que se estropean, se ocultan en cajas.)
A las walkirias rubias
suceden unas señoras próximas a la cuarentena que acuden a talleres de moda (o
visionan seminarios on line) donde
les enseñan a hacer pasteles decorados en el hogar, cupcakes de colorines y tartas adornadas, cursos de repostería
creativa que facilitan a las interesadas la experiencia necesaria y todos los
ingredientes y utensilios precisos para la decoración de pasteles… Una
dulce y estética manera que estas artistas de nuevo cuño aprovechan para
reunir en el salón a los familiares en torno a una merendola, demostrar sus
dotes artísticas (y comestibles además) y evocar a los muertos (o no).
Hablas demasiado, le
dice a la sombra, delante de él, en la pared justo detrás del plasma.
Más suelta tienes la
lengua tú, insomne inveterado.
¿No había sido a veces
como una bala parlante? No ahora, ahora ya no. Entonces todo su cuerpo, todos
sus miembros y vísceras no eran sino la parte propulsante del proyectil de su
lengua afilada, insolente y pecadora: soy ya de escritura apagada.
Cree que lo que quiere
es huir… y no es eso, no es eso. Está muy a gusto con su inepcia, su
impasibilidad, su quietud mineral sólo alterada en sus pequeños paseos en círculo.
Sueña que quiere (ahora todo está perdido), que aún desea algo:
Crearse un verano Chejov, se dice, alquilar una casucha en
algún pueblo de la sierra, no hacer nada, leer las biografías de Sujij y la de
Rosamunda Bartlett, todas las obras de teatro, el millar de cuentos, las cuatro
mil cartas… Dejar el tiempo estancado en el aire caliente de julio, en los
lánguidos atardeceres de agosto, allí,
en la alta montaña, y los paseos crepusculares, las noches estrelladas, la
brisa ligera e inocente del amanecer que lo limpie de nuevo… Ah, ¿pero eso
existe?
(Cambia de canal:
devoradoras de hombres las tipas de Chejov.)
Los tiempos…
Un negro aspira a ser
presidente de los Estados Unidos. Puede que lo consiga, dice uno de los
tertulianos del canal 25 ante la risotada general de los que le rodean en el
plató. Abril del 2008: los Brell, feliz matrimonio sin hijos, terminan de pagar
el último plazo de la hipoteca de su hogar minimalista en La Eliana (piscina,
césped y árboles incluidos).
Un negro en la
Casablanca: No casa bien… ¡Choca!, ríe un contertulio. Los demás siguen riendo:
Todos los negros
llevan sobre el pecho el 7053. Tú lo ves aunque sea invisible. Y cuando un
negro alcance la presidencia de los Estados Unidos también llevará ese número.
Aunque sea invisible sobre la piel.
Soñar… Soñó que
Marlene Dietrich paseaba un día azul de viento solar de marzo por la playa de
Malvarrosa seguida por un piano de cola con alas y un joven pianista ataviado
de gala que andaba sin apresurarse bajo su sombra.
Detenidos ambos junto
al semáforo que desde el recinto de la estación del Norte enfrenta la Plaza de
Toros, Orson Welles con un enorme puro en la boca le miraba con cierta
curiosidad.
No ha cambiado de
canal… Han cambiado de tema de conversación: Lo externo es lo superficial. Lo
interno es lo que cuenta o piensa. Lo trivial es lo que hace y cómo se muestra,
algo al alcance de cualquiera de los seis mil quinientos millones de seres
vivos. Eso es lo superficial.
Es el diablo o el
ángel que uno lleva consigo, tan adentro, lo que de otros lo diferencia, esas
dos bestias ni dios ni hombre que sólo son visibles a través de las ventanas
–siquiera resquicios- que abre de cuando en cuando el pensamiento y logran
revelarse a la luz, tridente en mano o rayo clamoroso.
¿Qué sabe mi cerebro
de mí? Soy yo quien sabe de mi cerebro. Ahora bien, mi yo se halla en su interior –o en la corteza o flotando como una
neblina a su alrededor, un halo mágico, raro e intransferible-, luego el
cerebro, esa masa inefable, y el yo
forman una pasta única, un mejunje capaz de accionar un cuerpo, un artefacto de
carne, músculos, nervios y huesos y muchas otras cosas, y esa mezcla también
segrega pensamientos, y hasta es susceptible de crear dioses capaces de haberle
creado y amasado a ella con un soplo o algo semejante. El yo, queridos, es un minúsculo grumo viscoso de un órgano físico
cuyas complejísimas leyes y plurales misterios por ahora insondables se
desvanecen en la nada tan rápidamente como el cuerpo que lo sustenta y le da
vida cuando éste es herido de muerte por algo o alguien. Adiós, yo.
(Yo) estoy a salvo…
(Creer que lo sabes
todo es otra forma de no saber nada, o sólo lo justito.)
Lleva una vida muy
sana. Cuida su cuerpo, Cuida su mente.
Paula es inmortal…
¿Sabes lo que quiere
realmente esa mujer? Pero ¿alguien sabe lo que tú quieres en verdad?
Tú ya no quieres nada:
estás en la edad de querer sólo que nada pase salvo lo que a ti te apetezca,
porque lejos del deseo, de la ausencia de él, está la muerte, y tú todavía
rascas en la superficie de la vida y obtienes tus premios, tus pequeños y
secretos placeres de rentista económico y existencial.
De Paula sabes lo que
dice ella, y lo que hace, que una vez comprobado y asumido carece para ti de
importancia, sabes porque escuchas lo que dice al abrir los labios pintados de
rojo, no lo que piensa, que puede ser algo inane o brutal, secreto, obsceno e
indescifrable tras el rostro, pero siempre el suceso del pensamiento propio y
ajeno es invisible para los demás, encerrado entre los muros craneales no sabemos
ni su forma, ni su color… ni su sustancia volátil e inasible.
En otras palabras,
quizá la entiendas a ella y lo que habla, o quizá entiendas lo que hace, pero
no entiendes por qué lo hace, que es una forma de no entenderla a ella.
¿A qué edad se deja de
tener deseos? Porque a menudo, casi a todas horas, se confunden los deseos con
los temores, que no pase esto, que no pase lo otro, que no brote un tumor en la
cabeza, que no quede tetrapléjico de resultas de un accidente de carretera, que
no me asalte la locura, que no haya dolor…
Paulita, la Bella: 150
euros el frasquito de cristal tallado de color rosa en forma de concha marina:
el alma de una mujer es su perfume.
Bonito eslogan.
Paula se contempla en
el espejo:
La perfección.
El deseo.
Inmortal:
Salvaguardemos por los
siglos de los siglos la singular esencia, única, irrepetible, inigualable:
Conservemos tan
magnífico ejemplar bajo el permafrost de la bóveda de Svalbard.
Y sin embargo, la
polución, ah, la polución:
Ese bello cuerpo
escultural y bienamado por ella, por otros, es herido día a día por las pm2,5,
unas partículas parsimoniosas pero criminales a las que nada les importa ni tus
verduras ni tus cuidados. Existe todo un supermercado (tan natural que en el
aire está) que alienta, desarrolla y nutre tus tumores: y no desenvaines la
espada porque esos productos gratuitos son invisibles como el mismo aire que
los lleva a tu paladar, darías golpes de ciego sin acertar ni una sola vez a
esa traidora y malsana piñata: de primero óxido de nitrógeno, dióxido de
azufre, dióxido de carbono y plomo: de segundo fluoruro de hidrógeno, cobre y
cadmio; de postre monóxido de carbono; para beber una tacita de ozono.
¿Dónde tiene ésta los
miramientos (que no la conciencia), las precauciones necesarias para seguir
adelante?
En su estimadísima
colección de bolsos, un tesoro no a descubrir, previsorio:
Bolso de cuero blanco,
de charol rojo, de cuero grabado en negro y verde, otro estampado y otro
acolchado, uno cuelga de satén fucsia con hebilla, y lo hay con asas de cadena
y cuero marrón y también cuelgan dos bandoleras, una redonda y otra de cuero
sin teñir y aun otra plateada, y uno en oro rosa metalizado, y un bolso mini
marfil y otro blanco con tapa verde… En el interior de todos ellos, en compañía
de condones, paquetes de cigarrillos, monedas sueltas, lápices labiales,
caramelos mentolados sin azúcar, un peine de marfil, pequeños espejos, los dos
móviles, la tablet, el…, junto a todo ese inútil bagaje de utilería
prescindible (no, por Dios, los condones no, ni los móviles, ni…), ahí,
encerradita, una minúscula Paula dirige los vaivenes de la otra, asegura el
camino por las trochas de la jungla urbana.
La Naturaleza… bruta y
altiva:
Lo natural:
Concebidas por
nosotros adaptamos toda clase de leyes físicas a la naturaleza, todo lo que
sabemos o intuimos terminamos reflejándolo en ella, pero la naturaleza ya
estaba mucho antes que nosotros, sin que nos necesitara para manifestarse
majestuosa o de una flagrante sencillez, sin necesitar para nada las leyes,
reglas, algoritmos y fórmulas con que la desentrañamos y clasificamos sus
fenómenos.
Y también de aquellos
hombres y mujeres sabihondos y envenenados, se dijo que todo lo que necesitaban
saber estaba en la red, en pequeños aparatos planos y de poco peso. A la mano
de él y de ellos. Nada había que quedara fuera de su órbita: todo el
conocimiento del planeta al alcance de un click
sobre sus oscuras pantallas en seguida iluminadas mágicamente, de las miradas
prontas, engreídas y hasta desdeñosas de sus dueños (pero antes alguien tenía
que preguntar, y por entonces ya nadie preguntaba nada a nadie, cada uno era
maestro y discípulo a la vez, y se bastaba a sí mismo… ¡para qué preguntar a
otro lo que él podía averiguar sin el menor esfuerzo! Con solo pulsar sobre un
minúsculo teclado…).
(Cambia de canal.)
Alguien habla de la
muerte…
La muerte, que es lo
más terrible que puede pasarle a un ser humano y de cualquier otra especie,
puesto que deja de ser, sólo es una
palabra, una idea, la imagen inmóvil del otro
tú, y salvo ese cadáver, que no es
muerte, es despojo de carne directa a la pudrición, no se ve en el mundo,
no está, invisible acaba con todo lo
vivo… sin estar jamás corporeizada
De pequeño preguntón:
¿No se le puede capturar? ¿No se puede vencer a la muerte con una espada bien
afilada o con un cañón?
Anda, ve y escóndete
en el ficus, le contestaba su padre.
¿Qué límites has
sobrepasado tú?
Todos… con la
imaginación.
Luego eres un cobarde
además de culpable.
La carne se pudre… le
gritaba alguien en la pesadilla.
Cuando tenía 12 años
un agustino, uno de ellos, clamaba con la vista alzada a los cielos: Todos
resucitaremos el día del Juicio Final, y Dios otorgará premio o castigo eternos
conforme nuestras obras en esta vida terrenal…
Entonces… ¿Cómo se las
apaña Dios para volver a forrar de carne y músculos a los huesos mondos y
lirondos? ¿De qué artilugio se vale?
Mediante la fe…
nuestra (¡la tuya!, clérigo de los cojones).
(Cambia de canal… o
escapa al ficus.)
¡Apaga de una vez el
televisor! ¿Y qué hacemos con el maldito insomnio?
De repente, la imagen
desaparece y la pantalla del televisor recobra la silenciosa e intrigante
negritud.
¿Qué has hecho?
Que dejen de
parlotear. ¡Que se vayan al infierno esos bocazas!
Meditación y cierre.
Se ha plantado frente
al Bang/Olufsen. Ha colocado el cedé en el reproductor:
Brückner. En los
últimos meses que su hermano JD. vivió en el piso familiar solía escuchar a
menudo la 7ª del austríaco. Haría recuento de los hechos del pasado, e incluso
de los actuales, trataría de sondear asechanzas del futuro o claudicaciones de
él mismo, se estudiaba concienzudo, destruía cartas y escritos, algunos papeles
que fueron clandestinos y ahora carecían de la mínima importancia para él y
hasta para la policía borbónica y democrática, maduraba decisiones capitales,
se escondía en el silencio suyo al tiempo que se disolvía en la avasalladora
arquitectónica tonal brückneriana. Entonces Boceto
estaba a punto de casarse, ahora o nunca, se dijo con un desapego que no dejó
de sorprenderle a la vez que preocuparle, y esa música solemne y hasta
arbitraria, teológica en suma, le transportaba a unos días especialmente
ambivalentes pero de una solidez vital como no recordaba otros, días rotundos
cuyos acontecimientos, hasta los más menores o insustanciales y dignos de olvido,
habían quedado grabados en su memoria, inalterables e incólumes al paso del
tiempo y hasta de su voluntad (casi dos décadas después del enlace matrimonial, la imagen de la
merengosa tarta nupcial aún le producía unas arcadas irreprimibles que le dejaban
sin apetito durante días), pues él hubiera preferido abreviar en un par de
leves rememoraciones y recuerdos superfluos una etapa de su vida que
invariablemente en su pensamiento le mortificaba sin piedad por el carácter
falso y frívolo (o peor aún, trivial) de propios y extraños que la emasculaba
toda. Precisamente sólo JD. se salvaría de esa falla familiar de ninots emperifollados merecidamente
condenada al fuego justiciero: se escabulló y no asistió al
Enlace matrimonial
Don Ignacio Brell Gay
Doña Paula Coloma Espina
Por otra parte, la
mamá del novio, que, como nuestro lector
recordará, había volado del nido del
hogar años atrás, envió una sucinta misiva declinando su madrinazgo y hasta su
asistencia a los desponsorios, ya que esa misma semana inauguraba una muestra de sus pinceles (escribió en
perversa cursiva) en Burdeos, Francia (subrayó maliciosa y, suponemos, con
divertido regocijo).
Llegados a este punto,
declaró como si estuviera relatando grandes peripecias, abrázate al hada verde
y pierde el sentido de una vez.
Duerme, mi niño, soñó
que alguna vez le diría su madre (alguna vez lo diría su madre ¿no?).
Él se duerme en la paz
entre sábanas limpias, recién duchado y libre del polvo y la mugre de la
jornada ya culminada, duerme inocente de culpas como el Fiodor de Dostoievski,
pues es un pecador con la conciencia tranquila.
Le inquietan muchas
cosas, no iremos a detallarlas, qué fastidio, pero ninguna le mortifica lo
suficiente para hacerle perder el sueño: un campo magnético le protege de los pies
a la cabeza y le convierte en infranqueable a los embates de lo inoportuno, lo
malicioso y la mezquindad de los otros, de todas las maquinaciones y patrañas ridículas de los dioses de
pacotilla a través de sus más ridículos todavía mediadores.
Por lo demás, como ya
habrá descubierto el amable lector,
era incapaz de ilusionarse consigo mismo: ¿méritos y aun adornos con que éste
se engalane? Lúcido, sin duda cínico, nada en él había de retrato de fórmula,
pues no le importaba en absoluto pasear desnudo por las calles, flaneur reconocible sin importantes
asuntos que llevar entre manos.
Pecador, le decía
sonriendo su abuela Amparo Ferrer: el niño odiaba el pescado: con razón se come
en cuaresma y existen bulas que hay que negociar mediante la faltriquera para
sustituirlo por las sabrosas carnes.
Pecador, decía, y
giraba la cabeza hacia el jardín que dejaba ver la puerta entreabierta de la
cocina ocultando a su vista el plato de chuletas asadas a la parrilla que mamá
colocaba debajo de sus narices.
Por entonces, 15 años,
Dostoievski era su teólogo favorito: (palabras sagradas) si Dios creó el mundo
el primer día y el sol, la luna y las estrellas el cuarto, ¿de dónde venía la
luz del segundo y del tercero? ¡Y a ti qué te importa, descreído!
No pierdas el alma en
la almoneda de las religiones. Ni se te ocurra venderla por una mujer. Con este
Brell ya adulto, en una partida de póquer a los diez minutos Mefistófeles se
revelaría como el primo sentado frente el tapete verde al que habría que
desvalijar sin piedad en un par de manos.
La fe, como la
opinión, no necesita de la verdad.
Su abuela, ingenua,
creyente y buena, le miraba de hito en hito con la boca abierta, embelesada
ante el descaro del diablillo tan amante de prontos caprichos.
Abuela, cierra la
boca. ¿Acaso soy tu dentista?
Hubo un verano
Dostoievski… como habría un verano Chejov, y pocos años atrás lo había habido
de Blasco (bajo la sombra olorosa y oscilante de un limonero de la parte de
atrás del chalet de La Cañada leería durante los meses de vacaciones las
novelas más desmelenadas del exuberante novelista valenciano: Mare Nostrum, El Papa del mar, Arroz y
tartana, A los pies de Venus, Sónica
la cortesana, Los argonautas, Cañas y barro, Entre naranjos…)
Su padre coleccionaba
de los escritores rusos frases enigmáticas o sorpresivas. Las tenía favoritas,
como aquella de Dostoievski que mencionaba las singulares inspiraciones del
Pushkin (cantaba a los pies femeninos),
y la preferida, no incognoscible en modo alguno, cuando el patriarca de los
Karamázov se refiere a sus tres hijos como mis
cerditos).
(Le gustaban más los
niños de tres años, aunque los de cuatro a nueve años también le gustaban
mucho… Este Dostoievski no tenía remedio…)
Viejo Boceto, camino de convertirse él mismo
en Brell el Viejo, aunque… ¿sosegado y sutil, sagaz?
Año tras año, ya eres
el viejo que serás, vistes el disfraz inequívoco con que han de amortajarte.
Viejo Brell el Joven…
Ah, generaciones…
En el aula, el buen
pastor observa su rebaño, contempla al desgaire a sus alumnos, los rostros
ensimismados y ausentes, hasta con una expresión aburrida torciendo sus bocas.
¿Para qué, entonces, estudiar una historia del arte tan prescindible como
abusiva de nombres, tendencias y desfachatez? Créditos, esa es la razón, 300
créditos y a la calle con la espada en la mano a robar las faltriqueras y las
mujeres o los maridos de los otros.
Como en muchas otras
ocasiones, había escrutado esos rostros esa misma mañana del viernes del señor,
tan lejana ya, tan irreconocible a estas horas del gallo con un ojo abierto,
pero no lograba traspasar las facciones: no le dicen nada más allá del deseo
suyo o la pequeña emoción que le asalta al descubrir unos rasgos hermosos, una
figura armoniosa.
Millenials todos. Y muy pronto
esa misma aula se llenará de la todavía más inescrutable generación Z a las que nuestro héroe no sabrá ni con qué lenguaje
ni mediante qué señas dirigirse a ellos. Ya le han puesto sobre aviso los de
Instalaciones Plásticas: les interesa aquello que les va a ayudar a estar
mejor, no a ser mejores, ansían herramientas aprovechables desde el primer
momento, es decir, sólo digitales y de inmediato poder de comunicación al mayor
nivel global que les permitan aupar su creatividad (que la suponen hontanar
inagotable) hasta donde se halla la Gran Pirámide del Dinero. YouTube es la
senda al éxito, amigos, se dicen unos a otros compinchados en creencias tan
volátiles algunas, tan asombrosa e inexplicablemente (a causa de su
trivialidad) beneficiosas otras: a estos de ahora, alumnos descabellados y de una
suficiencia algo sonrojante por su temeridad, sabelotodos atados a la red, una
vez licenciados en el Arte Imposible, salvo uno (o dos) que logren meter la
cabeza en alguna de las entelequias y espejismos virtuales de la costa oeste
americana, en los campus de Google o Microsoft, ni siquiera les quedará el
consuelo de acabar en Lladró o pintando gallinas
cerámicas en Manises por muy expertos
(y puestos de lado desgraciadamente: no hay sitio para todos) que sean en el big data, el cloud, la formación blended,
las plataformas móviles, el material multimedia y el ingenioso y efímero o
simplón y sonrojante para toda la eternidad mensaje de Twiter.
Estás cogiendo el pedo
del fraile, amigo. Ni Bruckner te salva.
Ahí estaba en la noche
como un orfeo en zapatillas tratando de rescatar cadáveres, con su cara de
bobalicón, la boca entreabierta, con los ojos en blanco mirando a las once,
como si estuviera, quieto, bailando un vals.
He progresado, se
dice, otra vez con la mirada estúpida sobre la copa balón vacía. (Enumera
nuestro hombre su progresión, pues: para el trasiego de la cerveza, vaso de
caña, de vidrio grueso, estrecho de base o copa de cristal fino en el que
hallar una temperatura equilibrada con el ambiente: voces, cuerpos distendidos
de transpiración asumible, alguna risotada, ultimada ya la jornada laboral;
copa de fuste no pequeño para el Martini que impide que la bebida se caliente y
potencie así su sabor; vaso ancho para el whisky con un solo cubito de hielo;
copa que se estreche en la boca para el gin-tonic (y no hace falta que engatuse
con una rodaja de pepino), que libere sabores de la ginebra; para el mixer o el zumo, el tubo; y en cuanto a
los vinos, con seis clases nos será suficiente: copa estrecha para el blanco
joven; copa más ancha para un blanco crianza, pues equilibra aromas de fruta y
barrica; copa de borde acampanado hacia fuera para los tintos afrutados y copa
sin campana para el tinto tempranillo; para los rosados, copa en forma de uve y
para el jerez la clásica copa estrecha de talle alto, aunque quizá disminuye la
mejor apreciación de los aromas pero, en fin, ya es una costumbre los catevinos
para esta degustación…
Aburrido. Una noche…
gris (¡?).
¿Qué tal si apartamos
a Bruckner y ponemos una peliculita?
No… todavía Bruckner.
El falso abstemio
Bruckner… y su puerilidad de beodo:
Tomad este tálero y bebed un vaso de cerveza a mi salud.
Escucha la música
fúnebre en recuerdo emocionado a Wagner, las tubas que parecen hablar por el
muerto, el adagio de inevitable hechizo funeral.
Cesa esa cháchara
sentimental.
El Bang/Olufsen
enmudece.
Todavía no hace ni
cinco años almacenaba alrededor de 2.500 vídeos, más o menos 2.000 películas.
Ahora ya ha reunido cerca de 1.000 deuvedés, ¿qué va a hacer con todas las
otras cintas?, ni siquiera puede poner en marcha el antiguo aparato reproductor
de vídeos, está estropeado, o finito, y no existe, al menos que él sepa, ningún
sitio donde lo reparen. Me gusta el cine, contesta cuando le hacen alguna
observación hiriente relacionada con toda esta cacharrería, ¡qué le vamos a
hacer! No se altera ni un solo músculo de la cara ante las innobles
repeticiones en distintos soportes. Hay que estar al día… tecnológicamente.
Espera y verás: pendriver.
Su día más feliz de
cinéfilo perezoso se haría realidad cuando un amigo que escribía en Fotogramas,
amigo de otro que escribía en Cahiers du
Cinéma, durante el festival de Cannes del 93, le regaló un pase para ver
una película de la sección oficial que se proyectaba en la sala Bazin, en el
palacio de Festivales.
La película,
perpetrada por un director coreano de nombre eufónico y brevísimo, al menos
eso, era un tostón que le hizo odiar con todas sus fuerzas el cretinismo
crítico de los últimos años que, en relación a las llamadas cinematografías
asiáticas, ponderaba en el hacer de unos directores de nombres exóticos unas
virtudes visuales y conceptuales (al
tiempo que desvelaban sin cortapisas
la problemática de una realidad de nuestro tiempo) que él era incapaz de
percibir ni por asomo por más que no se perdiera ni un solo fotograma.
Palma de oro.
Yo estuve allí, le
dijo a la pared de su habitación, una vez ya de vuelta a la patria.
¿Es esto la soledad?
(El padre) La soledad
era invisible… al principio. Luego, un día, la soledad era de la misma materia
que las paredes, los muebles, que la luz, que el mismo aire que aliviaba sus
pulmones… La soledad se había hecho de carne y hueso, tangible, tan real y
corpórea como su propio cuerpo deambulando por habitaciones y pasillos de la
casa grande iluminada por la luz del sol que parecía burlarse con saña de sus
ocios entre los miles de libros o por la luz eléctrica odiosa de la noche
insomne e interminable.
Sin embargo, el benjamín…
¡Qué no estará éste
bien a salvo de cualquier tesitura!
¡La soledad!
Tiene un algoritmo de
propio (e intransferible) descubrimiento que le permite ajustarse a cada tipo
de relación fructífera o no: él siempre sale bien librado, indemne.
Lee folletines… ¡gente
muy desgraciada!
La miseria ajena, aun
de ficción, alivia las entendederas.
Uno de los lenitivos
inconfesables.
Todos hemos tenido
momentos de tristeza. No todo pudo ser colmado en su infancia (por descuido,
claro): nunca se le ocurrió pedirle a los Reyes Magos un plumier de dos pisos.
Aplaca esa soledad con
la pobreza y la soledad de esos otros que pululan por las páginas in quarto ajadas y amarillentas por las lágrimas de sus lectores, unos y
otros pobres diablos necesitados de toda misericordia:
¡Bonito folletín!
(Para todos los gustos.)
—¡Pitillos,
pitillos!—exclamó don Bruno;—¡hem! Yo necesito que todo sea robusto como usted,
señora, sino, no saco jugo: y dígame usted, ¿aceptará el sobrino una media
copa?
—¡Ah!
¡no, por Dios, no me lo vicie usted! ¡los jóvenes cuando beben se ponen
inservibles! ¿y qué diria luego mi hermana si se lo devolviera con vicios?
Yo,
que no me aturdo fácilmente, empezaba á aturdirme.
La
aventura tenia una novedad diabólica.
Doña
Emerenciana, más que una mujer, era un aparato eléctrico.
Yo
no podia tampoco comprender que aquella magnífica hermosura…
…………………………………………………………………………………………….
»Y el horror le mató.
»Le mató como un tósigo
lento.
»Y el hijo, el hermoso hijo
que el amor de Amparo te había dado, privado de la ternura de su madre, murió
también...
»Y tú enloqueciste.
»Y como Caín el maldito,
fuiste separado de tus hermanos.»
…………………………………………………………………………………………….
La muchacha me miró de nuevo.
Hay miradas…
Hay miradas que son una
historia.
Hay miradas que son un poema.
Hay miradas que son una
sátira.
Hay miradas que dilatan el
alma.
Haylas por el contrario que
la comprimen.
La mirada de la traperita me
refirió una historia muy sencilla.
La historia de una vida de
sufrimiento.
La mirada de la traperita fue
un poema que podía haberse reducido a estas dos palabras:
«Sufro y espero.»
Estas dos palabras son la
historia del género humano.
Sufrir y esperar.
¿Qué sufría aquella niña?
La pobreza con todas sus
consecuencias, acaso.
¿Qué esperaba?
¡Quién sabe lo que puede
esperar una criatura!
…………………………………………………………………………………………….
Era ya muy tarde, o por mejor
decir muy temprano.
Los relojes de la villa de
Madrid habían marcado las tres de la mañana.
No había alumbrado; pero el
reflejo de la nieve que cubría las calles hacía la noche muy clara, aunque el
cielo estaba muy oscuro.
Salía yo de una de esas
casas...
Pero antes de que os diga la
casa de donde salía, debo deciros quién soy yo.
Soy un hombre ni feo ni
hermoso, que acabo de cumplir treinta y seis años, y que en la época en que
pongo la fecha de mis memorias tenía veinticuatro.
Soy una persona decente,
porque soy rico, y lo fue mi padre y también lo fueron mis abuelos.
………………………………………………………………………………………….
Cuando contaba once años una gitana oscura y
rechoncha de moño grasiento, despectiva, envuelta entre refajos hediondos que
acechaba por los alrededores de El Miguelete,
enarboló unos tallos de romero frente a sus naricitas de colegial bien aseado y
con el pelo con raya a un lado (el izquierdo) y le descubrió el destino y la
maldición:
Lograrás tu propósito…
(Destruir con sus propias manos los Estados Unidos
de América y a todos sus malvados presidentes)
…pero, al igual que Moisés, no podrás asistir a tu
triunfo final.
Así que moriría poco antes de ver culminado su
empeño una vez fabricada la bomba que escondía debajo de la cama (estimulado
por las risas de los bolcheviques de sus hermanos):
El más allá sólo es la muerte, y la muerte es la
nada. (Pues nada son las banderas y nada es la muerte un instante después de la
muerte.)
Así que… cuantas más cosas amontones en la barca más
profunda se hundirá en el abismo, en el Averno.
Así que…
Aún echa de menos su plumier de dos pisos… que nunca
incluyó entre sus pertenencias.
¿Quién dice que eres dueño de tu destino cuando sólo
tienes once años?
El Teólogo (el suyo preferido, como ya ha sido constado más arriba,
Fiodor Dostoievski) bien claro lo dejó escrito: es el hombre quien ha creado a
Dios, y no Dios quien ha creado a los hombres.
Su padre, con un
cinismo que rayaba el insulto, se esforzaba en hacer de él un alumno ejemplar
de los Agustinos (cualquier otro colegio quedaba muy lejos del domicilio
familiar: Dominicos, Jesuítas, Salesianos, Maristas, La Salle, El Pilar,
Escolapios…, y eso era un verdadero fastidio que obligaría a componendas
domésticas e involucraría todas las mañanas escolares a la asistenta en un
estéril acompañamiento del infante): El hombre necesita crear dioses, porque,
entendámonos, más allá de lo humano y la paulatina comprensión de la naturaleza
y sus fenómenos no se entiende nada y, mientras viva y viva y muera y muera en
la Tierra, al hombre, (muñequito articulado) le será imposible comprender el
sentido de su existencia o los propósitos que guiaron su aparición en este
minúsculo planeta que vaga por la noche cósmica.
Brell el Joven
acordaría con El Oráculo durante algunos años esa Verdad Esclarecedora, lo que
contribuyó a sus buenas relaciones con los padres y frailes agustinos:
Dios era necesario.
(Tanto como tú.)
Exactamente como la
Biblia, los abnegados sacerdotes y, a dos pasos del hogar de los Brell, su
colegio (Tu Colegio, donde
quiera que estés compórtate como alumno digno de él).
Asunto resuelto.
¿O crees que soy un
marciano?, ¿que pienso en verde?, ¿surgido de cualquier baba verde?
Había que creer.
Como en la receta de la Coca-cola. Aunque era algo
tan tonto como…
Tan tonto como el 7X, la fórmula desconocida de un
brebaje cuyo mayor secreto es lo azucarado y empalagoso de su sabor. Y prueba a
beberla tibia… y saldrás corriendo.
De él nunca se hubiera dicho que era un Nullius Filius… Era hijo de su padre,
¡y vaya padre!
(Su padre: miró sus manos de largos y delgados dedos
enrojecidas y agrietadas por el… ¡frío de Valencia! ¡Mínima temperatura de 10
grados sobre cero en lo más crudo del invierno! ¡Qué delicado! ¡Debería
guarecerlas en gruesos y cálidos mitones! ¡Qué diablos!)
Un tipo pragmático. Ya con una pluma pecadora en la
mano, fue un niño-coca-cola, premiado
en uno de los concursos de redacciones patrocinados por esa multinacional: ¡El mar, oh, el mar…!
Era un poeta…
¿Poeta?
¿Poeta romántico?
¡Poeta enfermo del pecho encorvado por las hemoptisis!
¡Qué crueldad la del mundo!
Alguna vez, lejanos aquellos tiempos, tuvo la mamá
por poeta al papá: pintole en serena y meditabunda expresión, como la que
exhibe el Dostoievski retratado por Perov, sentado, la frente noble, con
palidez lunar, detenida la mirada en un punto de la oscuridad, las manos
entrelazadas sobre las rodillas, las piernas cruzadas… ¡si hasta casi estuvo a
punto de ataviar al modelo con levita y botines!
Ah, El Gran Teólogo,
antaño Joven Pálido:
No temas a los grandes
y poderosos, pero sé prudente y digno con todos ellos.
Carga con todos los
pecados de los hombres, incluidos los tuyos.
Maltrátate, ¿qué has
de vivir eternamente? La muerte huye de ti.
Obedecer a nadie;
ayuno, ninguno; orar, no sé…
Oh, qué día
celestial…, exclamó. Se sentía alegre como los niños y los pájaros en el cielo.
En verdad, en verdad
os digo que la madre naturaleza me aprovisionó de tal vademécum que hallo
receta para todo mal del cuerpo o del alma.
Tu padre murió…
Bien murió. Más que en
olor de santidad del cadáver emanaba, como diría El Gran Teólogo, olor
deletéreo.
Vio cumplida su
existencia en buena hora. Todo pudo colmarlo, menos verse en la humillación de
un cuerpo postrado y precisando en los últimos meses el auxilio indigno de unas
manos mercenarias. O de soportar su propio hedor (abiertas, pues, las puertas
del infierno, escapándose el azufre y su pestilencia…)
Agotó sus gustos y sus
apetencias, sus perplejidades y las felices casualidades de la vida, la
diversión mundana y el claustro libresco, lo intelectual, lo extravagante… los
placeres y los días.
Ahí queda eso.
Repartíos las sobras, santas o paganas: sólo objetos, de mí no queda nada. Ahí
van los trastos.
Y dulcemente exhaló un
último suspiro.
Ninguno de sus hijos
le abrió un boquete en la cabeza con la mano de cobre de mortero.
Tres hijos, cada uno
con sus corrupciones y sus perversas intenciones, pero todos ellos respetuosos
con el padre que al mundo (inmundo) les arrojó a través de una madre huida,
victimaria que fue, que nunca víctima fue del santo varón o de los tres
cerditos.
¿Pensaría el viejo
Brell al concebirlos, al igual que aquel poeta bohemio y fusilado al fin, que
dejaría tras él tres hijos que serían tres garras con las que desgarraran la
carne de sus enemigos?
Nunca nadie triunfa
del todo. Nunca nadie fracasa del todo. Nunca nadie vive para siempre.
Suicida, oculto,
cínico: tres personas distintas y un solo diablo verdadero.
Vive. Sé con salud.
De niño: cómo medra,
cómo prospera, parece un bambú.
Crecía y crecía, y él
no ponía ningún empeño en eso, todo era tan natural.
Soñó una Paula irreal
convertida en una inmensa babosa placebo: todo alimento y terapia por
estrafalarios que fuesen, si estuvieren de moda, servían a sus fines: sólo
notar el cuerpo en el placer, gozarlo al máximo, olvidarlo en los entreactos,
jugutear con su clítoris entre los labios. Olvida sus tejemenajes pueriles.
Una terapia artística
o corporal, absolutamente ineficaces, valían para proporcionar su bienestar
psíquico y físico, e incluso ponderaba las virtudes dimanantes de aquellas
provenientes de mediaciones esotéricas y mágicas: llegó a coleccionar una
docena de piedras y minerales de efectos milagrosos.
El arte sanaba: Paula
se hizo artista plástica de siete a nueve de la mañana los miércoles impares
del mes que no acabara e o en o.
Así le luce a la
cabrona: todo obras maestras.
Aliviaba las tediosas
sesiones frente al caballete con ingestas e infusiones de lo más peregrino y de lo más de moda: té match, cáñamo
(durante un tiempo, breve en realidad, el viejo Brell le endosó a nuestra
inquieta y crédula heroína el sobrenombre de La Periquito), sorgo,
semillas de lino, pan de cereales con una parte de chía y, al menos por espacio
de tres meses, se alimentó con kilos de col fermentada, el conocido chucrut que
en los países de la vieja Europa les sale a los paisanos por las orejas desde
hace siglos... y así les va en los ratios
de suicidios y de hastío.
¿Es aburrimiento o es
desgana? ¿O no son ambas cosas lo mismo?
Y recuerde, sólo la
meditación profunda (manteniendo los ojos cerrados y controlada la respiración)
hará que su vida emocional y espiritual
alcancen su cénit, que la transporte a la octava y quien sabe sino a la novena
esfera de la beatitud.
Cierra los ojos. Ora:
ella misma es su diosa a la que implorar.
Tuvo que abandonar
esta práctica tan oriental y otras místicas diversas porque le fomentaron, sin
que fuese posible hallar una explicación razonable, un insomnio intratable.
Pero… ¿y el alma?
Sólo es de Dios.
¿Qué consejo iba a
propagar Epicuro, esclavo pobretón, sino la salud del alma?
El cuerpo es el alma
(al menos, su verdugo), trátalo bien entonces, Boceto.
Aléjate de las hembras
(y ahógate en el vino, si te place).
Queridos, no
apresuremos los acontecimientos, esos indignos padeceres y sacrificios de personitas
adineradas y con demasiado tiempo por delante al alumbrar el día, ya llegará la
hora que al arrastrar mi vieja osamenta por la calle en vez de hombres y
mujeres sólo vea hombres y costillas.
¡Qué degradación!
¡Hasta ahí tenemos que llegar!
Este tipo tiene menos
escrúpulos que una cabra.
Este tipo es como el
aire, sólo notas sus efectos.
Este tipo… Brell…
Ni siquiera legará un
hijo a la posteridad, ¡con lo fáciles que son de conseguir!
Un hijo… ¿Un hijo? Si yo tuviera un hijo, pongamos de
5 años, probablemente vería junto a él en cordial camaradería los dibujos
animados de la televisión, y probablemente le confesaría a este camarada
insobornable y dictadorzuelo que me costaba mucho entender el argumento que
hilvanaba las peripecias de los, llamémosles así, personajes, y entonces él,
probablemente, me contestaría:
Probablemente es que tú eres tonto.
Y, además, invisible,
y muerto a su hora, olvidado siempre.
Abominables, al decir
borgiano, son la cópula y los espejos: multiplican el número de los hombres.
Sé sabio. Sé feliz. Sé
(enteramente) del presente. Sólo sé.
El hombre más sabio
con que Brell el Joven se dio de bruces (infinita sorpresa) un día, fue una
especie de vagabundo (lo tildó de ese modo sin saber por qué, tal vez el
atuendo o su rostro moreno y curtido de intemperies) que al cabo de tres
minutos de charla intrascendente (versó sobre lo inesperado, cuestiones
baladíes) bajo una marquesina que resguardaba de un repentino aguacero, declaró sin pudor y con
gran inteligencia (como Brell pudo entender más tarde) que lo único que de
veras se puede adivinar al cabo del tiempo es
el pasado.
Así que… era eso.
Medianamente sabio,
medianamente creativo, el profesor… que sus alumnos aman…
Todos aprobados,
señores. Sólo los genios serán suspendidos.
Grabado imaginario,
admonitorio por encima de todas las cosas, grabado en el barroco frontispicio
dorado del aula sagrada, a la vista toda de los incautos, los avisados, los
escépticos, los desdeñosos, los orgullosos, los futuros artistas.
Y todos, absolutamente
todos, fueron aprobados.
Profesor, háblenos de
Goya…
¿Qué haces tú en
Bellas Artes,
encanto descarado de la vida?
Estábamos tranquilos los mayores…
Ella pierde el tiempo,
ella baila sola…: búscate en después un tipo sensato, con las
ideas claras y a la caza (házselo ver así, que no haya dudas al respecto) de
una rubia viciosa o una morena pervertida, un tipo que haya asentado sus reales
en los campus universitarios de nuestro Señor y estudie Administración de
Empresas, una ingeniería, alguna de las llamadas ciencias duras como
matemáticas o física o nuevas tecnologías asociadas con la red, y que un vez
titulado almacene en su zurrón un doble grado y, además de un buen español, los
idiomas chino e inglés y algo de hindú y un poco de árabe y ruso. Sé tú la
rubia, la morena.
Ahí tienes a tu Brell
el Joven, a punto de ser tragado por las olas de los Nuevos Tiempos de la
Idiocia: de nada te sirve el conocimiento, chico, has perdido toda la categoría
que tenías, tu cultura y tu millón de nombres los ha suplantado Internet, tu
bagaje cultural multiplicado por cien mil se halla al alcance de cualquiera,
asequible patrimonio de todos los pertrechados, idiotas o no, con un móvil en
la mano (y de su cargador y un punto de enchufe).
De nada te sirve ser
comprador de almas (¿cómo se compra un alma online?)
Tus datos son el pañal
cagado e inodoro (última innovación tecnológica en el entorno del mundo
doméstico) de un bebé respecto al Big
data y los nuevos algoritmos de búsqueda esenciales.
¿En qué página y en
qué lugar apareces en el Google? El Search
Engine Optimization no perderá ni una milésima de segundo en considerarte
lo más mínimo (ni una vocal). El contenido de tus elucubraciones y tus trabajos
tan menores en la web son invisibles para el Google Bot.
(Bueno, sí eres especial: todo lo que te
interesa buscar –y encontrar- lo obtienes más allá de la cuarta página del
Google, a partir de ahí aparece aquello que escapa de la despreciable mainstream y sus sucios e inoperantes
lugares comunes.)
Ah, él no se detiene en
los detalles… ¡prefiere rezar por su espíritu!
¿No se entrega al
final el espíritu?
¿A quién?
¿Qué va a entregarse
sino algo intangible, inmaterial, invisible?
… exhaló un último suspiro y dio su espíritu, quiero decir
que se murió.
Entretanto, el personaje de nuestra historia se
dijo… (Lo que quiero es hacerme entender aun en lo ininteligible.)
(Uno de los niños
brotados de las oscuras brumas de Brocken, zarandeado por otra imaginación criminal…)
La imaginación… que son dos buenos pares de piernas y el horizonte
como meta.
A rodar. Y conecta de
nuevo el televisor de 55 pulgadas.
El alcohol fue,
señoría… la pantalla negra revive… en colores y voces tenebrosas… No sabía lo
que me hacía (lo que llevaba entre manos… Llevabas el mando a distancia de TV,
en eso ocupabas tus manos siempre pecadoras…)
Bien pasada la
medianoche la tierra huele, hasta puede oler las estrellas, los grandes
espacios negros, un olor denso como el del aire de los túneles oscuros que
atravesaba el tren de la bruja de su infancia. Una pequeña ráfaga de aire
fresco la da en la cara, siente un estremecimiento, se echa para atrás, junta
la puerta cristalera. Adentro, el espectáculo televisivo pendula entre la
pornografía y la venta por teléfono de cachivaches inservibles y pócimas
prodigiosas.
No cambia de canal,
cambia de botella y hasta de etiqueta y hasta de hombre.
Ese runrún ha de
adormecerle al final. A la mañana siguiente: ¿qué pasó? Huele el poso, ahí no
el futuro, sólo el pasado.
Lee el marbete (este
bendito frasco de Fierabrás lo guardaba para mi cumpleaños, el dios mediante…
Qué más da. Mañana… ¡hoy!, podría no despertar.
Sentado de nuevo en el
sofá, los ojos estáticos, en blanco, se adentran en un cerebro aletargado, a la
buena de dios, a la diabla.
Déjala, se ha dicho
muchas veces. Pero… ¿la soledad de esta noche eterna?, ¿ya siempre esta noche
atenazante?
Déjala (y búscate una
viuda aún tierna, que diría su tovarich
Dostoievski).
Ah, mas que no reúna
las tres efes quevedianas: flaca, fea y fría.
Tal él las enamora de
esa clase, él, cojitranco, cuatro ojos, poetastro al decir de los colegas,
quevedillo menudo, colérico, de mano y
espada prestas, mal meador por el vino, feo como ratón.
¿Qué edad me echas?,
preguntó con su tono más infantil, entrecerrando los ojos pícaros, sepultadas
las arrugas del rostro por el espeso y colorido maquillaje, un rostro apenas
visible por una desmadrada cabellera teñida de una especie de rojo castaño que
llegaba hasta los hombros.
No sé. ¿La del pino
longevo?
Y emprende la huida,
una retirada a lo Perelman, o a lo cenobita. Un hombre es una isla… rodeado de
otros seres isla. Mienta lo que mienta elegíaca y bellamente el poeta... ¡isla!
Pero en una isla, a la
mano guerrera y trapacera de tus semejantes… ¡ocúltate en una cueva!, ¡allá en
lo más hondo y oscuro, donde los bisontes de las paredes y los techos oscuros!
Y hete aquí que aparece en las pantallas ¡a esas horas! la carota
hinchada y pálida apenas iluminada por unos ojillos de pájaro irritado que
sobresalen de unos cercos oscuros e inflados de un antiguo condiscípulo,
economista muy celebrado en la actualidad y frecuentador de tertulias varias.
El porno blando, las ventas del llame en
este instante y recibirá dos por el precio de uno, han dado paso al profeta
financiero. Allá en el Medievo, desasnándonos por los padres agustinos (tu
Colegio: donde quiera que estés compórtate como alumno digno de él), le llamábamos El Petrolero: de padre turco (o griego)
y madre libanesa cruzando esos mares de dios y él nacido en Barcelona, aunque
por unos años recaló en Valencia: tres banderas en una y una sola identidad
verdadera. El Profeta Economista (debe ser un programa enlatado, sin duda)
augura (2008) el desastre, una escalada de despropósitos monetarios que ha de
afectar a la economía mundial.
Los demás contertulios
le miran con asombro, semejante al que
nubla la expresión de nuestro personaje
con la penúltima copa en la mano y la vista fija en la pantalla negra como el
futuro que pinta el ilustre economista experto en dirección de empresas y
atinado asesor de fondos mobiliarios.
2008: todo parece en
orden, la noche en calma, la botella llena, el silencio venusino, y el arúspice
previene de una catástrofe inevitable, de consecuencias globales. ¿A santo de
qué? ¡Capullo!
Es la hora de los
extraterrestres, del porno, de los ungüentos adelgazantes, del insomne, de la
bestia de las dos espaldas, de los amantes tocando el órgano de los pedales
bajos… y también de ese eminente economista con su boca alarmista intentando
entretener mediante historias de terror a los niños traviesos que han escapado
de la cama.
Bien a cubierto tengo
mis ganancias: nada podrá enmierdarlas.
¿De qué habla en
realidad ese ex agustino maldito agorero?
¿Qué diablos está
pasando?
Llame ahora
Todo se tambalea
La Olla Mágica
¿Quiere sexo? ¿Pero sexo de verdad? ¿Sexo duro, duro, duro?
Llame ahora
Cientos de bancos van
a quebrar, amigos… No sólo eso, países, y no de los del tercer mundo o
emergentes, van a quebrar; estados cuyos
bonos no valen el papel que sirve de garante no podrán pagar ni a sus funcionarios y van a derrumbarse como un castillo
de naipes a menos que se conviertan en títeres en manos de las instituciones y
los gerifaltes monetarios internacionales
Todo está escrito
Tu suerte está echada
El Tarot no miente
(Yo tampoco)
Usted, Ignacio Brell
Gay: recele por sus nóminas, gratificaciones y fungibles
Usted, Paula Coloma
Espina, reflexione, piense que se halla próxima a los cuarenta temidos (pueden
dejar de ser temidos ahora mismo) durante los cuales su zona genital va a
experimentar cambios hasta este momento desconocidos
Usted, Ignacio Brell
Gay, funcionario del estado, docente de ocupación, despídase de dos sino de
tres de sus catorce pagas
Usted, Paula Coloma
Espina, sepa que ahora existen formas eficaces para el rejuvenecimiento de sus
partes íntimas, medios contrastados para solucionar la sequedad vaginal y el
debido relleno de los labios mayores
Usted, Ignacio Brell
Gay, sepa que la época del despilfarro ha llegado a su fin
Usted, Paula Coloma
Espina, sepa que vamos a eliminar todos aquellos síntomas de atrofia
vulvo-vaginal que disminuyen su apetito sexual
¿Y de qué hablamos?
De Tiempos de Penuria
¿De qué hablamos?
Del Antiaging íntimo
(Y del ácido de
Fierabrás).
¿Qué está pasando?
Paula Coloma Espina:
Pero yo me cuido… El
mundo y todas sus malditas gentes lo saben, yo me cuido, me cuido, ¿cómo no me
voy a cuidar si lo que más quiero en la tierra soy yo misma?, me quiero por
encima de todo y de todos: mis dietas, mis ejercicios corporales y
espirituales… Añadiré, para mayor redundancia, por si no ha quedado claro
todavía, que he experimentado con el brinner, la monodieta y la dieta del
potito y hasta he sustituido en ocasiones la comida por el vodka, una
druncorexia bastante demencial y expuesta pero efectiva (cuando estás borracha no
tienes hambre); he permitido como si tal cosa que me introduzcan en el estómago
un gusano, una solitaria que haga desaparecer lo que ingiero para saciar a mis
anchas la gula, he insistido en la dieta del agua de mar y en la un poco
asquerosa dieta de Kim Kelly: tres cucharadas de semen diarias proveniente de
mi maridito colaborador (aderezadas con algunas verduras y una frutita)… ¡Qué
más puedo hacer! ¡Estoy dispuesta, vive dios, incluso a hacerme aerívora: vivir
del aire!
¿Qué está pasando,
gurú del demonio?, se pregunta Boceto cada vez más irritado e intoxicado, ahora
sí, finalmente, por el alcohol.
El mundo está en
orden. El sol en su sitio, la tierra en su sitio… la noche, el día…
Me palpo, me
reconozco, soy…
La armonía de las
cosas y los cielos…
Además…
En el supuesto que
descarrile el tren, a mí no se me contará entre los muertos ni entre los
despojos de los heridos: viajo en primera clase, a salvo de estropicios: me
protege todo el aparato del Estado.
¡Probo funcionario!
Alza la cabeza en la
alta noche, al cielo brillante de miles de soles diminutos, pues ha vuelto al
césped bañado ya por el rocío, agrandado el jardín por los manchones de
oscuridad y el guirigay tenaz de los grillos.
Todo en orden.
El mundo sigue… igual.
La vida, ah, la vida…
2008:
Un hombre elige,
decide…
¿Sabe? Uno es dueño de
sus ilusiones, de sus ascos.
¿Cómo se llama su
tiempo?
Se llama dos mil ocho,
como todos los años, como todos los siglos, todos los milenios con su gente
dentro:
El señor Rajoy y el
señor Zapatero quieren seguir teniendo la llave de la caja:
he aquí, en el atrio
de la catástrofe (que diría el egregio economista), dos rostros sonrientes y
complacidos de sí mismos, dos ternos bien planchados de un color gris levemente
azulado, dos camisas de un azul levísimo, dos pares de zapatos negros bien
encerados: sólo las corbatas y las jetas los diferencia: una azul cruzada por
estrechas rayas gris perla; la otro roja, salteada discretamente por
pequeñísimos motivos blancos, de indefinible naturaleza
estos dos fulanos van a
intentar convencerle, cada uno por su parte, de que es usted idiota, un idiota
ilustrado y cívico, correcto y aseado, levántese temprano el domingo, desayune
con el cuerpo limpio y la conciencia en paz, vístase con esmero, salga a la
calle, busque su colegio electoral, identifíquese y deposite la papeleta en la
urna y, por encima de todo, no alborote
atienda las
cotizaciones del Ibex-35: las acciones suben y bajan, van y vienen de unas
manos a otras, se venden y se compran, se multiplican por más papel o revierten
dividendos, me llamo dos mil ocho, como
todo el tiempo
ni uno solo de los
millones de parados (los de siempre, qué le vamos a hacer) con las ropas que
les cubren, de orondas caras, con el cigarrillo entre los dedos muchos de
ellos, morirá de hambre esta noche y al final de esta soleada jornada cada uno
dormirá en su cama (¿de qué se quejan?)
los colegios han
abierto, en los campus crecen los céspedes
sea feliz y crea en
nosotros
si me compra usted el
adosado le regalo el perro (o el gato)
demasiadas casitas de
papel, demasiadas casitas de chocolate
ahora sabemos que
muchos españoles compraron mediante subprimes los juguetes de los Reyes Magos a
sus hijos: los bancos exigieron a los niños que les devolvieran los juguetes so
pena de embargo de ejecución inmediata de sus libros y materiales escolares
el volar es para los
pájaros: el avión ha caído, uno de sus motores Pratt & Whitney JT8D-217 aterriza a unos mil metros del lugar
del accidente, en un prado donde pastaban unas pacíficas ovejas (mató o dejó
malheridas a 172 de ellas), y sus
dos cajas negras (que no son negras) parecen las tumbas de dos de los bebés de
Rosemary: me llamo, aunque todavía no lo creáis, dos mil ocho, como todo el
tiempo
en uno de los jardines
de infancia de nuestra ciudad, pederastas en libertad provisional por decisión
de juezas comprensivas toman posiciones entre los parterres, pérgolas, setos y
arriates provistos de sus bolsas de caramelos y gominolas
cada 72 minutos una
persona, joven o vieja, se suicidará en España este año, que se llama dos mil
ocho, como todo el tiempo
¿sabe usted qué es la
clonación terapéutica?
¿lleva usted en su
pecho un corazón artificial?
¿conoce usted cuáles
son los errores genéticos de su ADN
que al fin (y a la postre) van a matarlo?
¿podría usted,
guionista aficionado, explicarnos por qué Anton Chigurgh asesina a sus víctimas
mediante aire comprimido propulsado en lugar de descerrajarles un tiro, con lo
cual se evitaría ir de un lado para otro acarreando una pesada bomba de
oxígeno?
usted, amigo, ¿cómo se
llama?
¿para qué escribir
novelas si existe Internet…?
¿por qué leerlas si
existe Internet?
¿por qué no leerlas en
dos mil ocho como siempre ha sido aunque exista Internet?
¿quizá porque detrás
de cada gran fortuna se esconde un crimen balzaquiano?
¿qué tiene este año de
especial?
se llama dos mil ocho,
como todo el tiempo y no tiene nada de especial
te lo aseguro con mi
iPhone en la mano.
Que pase el tiempo.
Que pase todo.
Como todo el mundo.
Debería usted
operarse, señor.
No lo haré.
Entonces, comete usted
un error.
Tal vez… Pero el error
después de ciertos años y después de ciertas cosas es seguir viviendo.
Usted que fue un joven
político…
De ninguna manera.
Habla usted de mis hermanos, pobres…
¿Y eso?
No les bastaba con ser
comunistas… Se volvieron prochinos, unos maoístas de mucho cuidado.
Quizás le sobrevendría
aquello del fanshen…
Nunca lo supe… Y ahora
ya no importa nada. Uno murió, y el otro probablemente también…
Esta noche en que los
pensamientos comparecen y andan sobre pies y manos, rebotan contra las paredes,
horadan con su voz fantasmal la oscuridad reinante… (Las paredes-pensamiento.)
¿Crees en los muertos?
Más que en cualquier
dios…
Pero no se sabe jamás
de ellos otra vez después de vivos.
Eso es precisamente lo
que les otorga una entidad, si misteriosa e inefable, también existente. El
hecho de que los muertos no vuelvan a ser vistos en la tierra explica todo… lo
de la tierra.
No entiendo muy bien…
No sé de ningún vivo
que haya visto a un muerto… Pero ¿quién sabe de los muertos? Lo mismo nos ven
(calladitos) a los vivos.
Es un tema muy
resbaladizo éste…
Dígaselo a mi mujer,
que no cree en Dios y cree en los horóscopos y en los adivinos de medianoche de
la televisión.
No anda muy
descaminada, pues, amigo. Toda creencia es un andador.
Al principio te enseña
a caminar, a aprender a hacerlo. Luego, sólo te sostiene.
Es absurdo creer en la
existencia de un dios o algún poder suprahumano semejante que permite la
crueldad cotidiana y gratuita, no animal, del mundo, pero en tanto seres no sólo
vivos, sino también racionales, más absurdo es pensar que hemos de sumirnos en
la nada absoluta sin saber jamás la respuesta que explicaría el origen de todo
y si era esa nada precisamente la
respuesta sólo accesible a los muertos.
Al final llegas a esa
estúpida verdad tan reveladora y frecuente en las telenovelas, las novelas de
consumo y las filosofías de terraza de bar al sol del aperitivo: no importa lo
que suceda a tu alrededor, sino lo que sientes en tu interior.
(Un diálogo
típicamente de inspiración paulina: música de fondo: My heart will go on.)
Renegaba de Platón,
pues más allá de lo profundamente humano, creía en lo que existía y era
contrastable, medible y reconocible, un filósofo verdadero y fértil no sólo
para sí mismo sino también para los demás sería aquel que se preguntara las
cosas y sucesos del hombre no lúcidamente sino sumido en la más absoluta
perplejidad.
Andamos en tiempos de
mudanzas prodigiosas.
En un futuro, ya muy
próximo, la clave real de la existencia humana será el cerebro, nada más. Todo
lo otro será perfectamente sustituible: corazón, pulmones, piernas, brazos,
genitales, vejiga… Otros órganos serán renovados y verán reforzados de forma
inusitada sus estímulos sensoriales: bocas, narices, ojos… Sólo el cerebro y
sus secretos lugares todavía sin explorar serán objeto de estudios e
investigaciones clínicas, lo aislarán de cualquier tipo de debilidad o
quebranto, lo inmunizarán contra toda clase de enfermedades neurológicas y
psíquicas… Dios hace siglos que murió, desde los tiempos de Dostoievski y
Nietzsche o incluso más atrás. Ahora, quien está a punto de no existir, de
morir, igual que todos los dioses, de no ser
al menos como lo comprendíamos hasta nuestros días, es el humano, a punto de
convertirse en un cyborg ajeno al tiempo y sus deterioros.
(¿Lo he hecho bien?
Podía haber sido mejor
si hubieras cerrado los ojos.)
El día posterior a mi
muerte… ¡qué terrible pensar que será exactamente igual al día anterior a mi
concepción!
Y su padre, rotulador
rojo y tijeras en mano, devenido redactor de cierre, aparecía sonriente pero
inflexible, sigiloso como en la lejana infancia, por encima de sus hombros.
Qué tiempos…
torrentinos. A ése, a ese niñato Brell de por entonces, le enseñaban un par de
tetas, aunque fuese las tetillas de una colegiala, y confundía un objeto
directo con un predicado nominal.
(¿Lo he hecho bien?)
La risa de su padre,
nunca excesiva ni ruidosa, era del tipo conejil (je-je o ji-ji): Has pecado.
¡Hale a las tinieblas, a recorrer un cuatrillón de kilómetros!
¿Esa es mi penitencia?
Y tu absolución.
Mientras tanto, acábate la merienda.
Su padre, el de las
fichas básicas: alto, tonto, vago (define).
En resumidas cuentas,
tal vez exista Dios… pero debe ser un tipo de lo más insignificante y por lo
que acontece en el mundo de los humanos de lo más inútil, estúpido, holgazán y
prescindible que pueda imaginarse.
Su padre… Vigilaba sus
caídas, ponderaba otros riesgos ya sufridos por sus otros dos hijos. Este es
más listo… Al menos no caerá en la
engañifa que desbarató a aquellos hasta dejarlos en nada, este ha mudado de
piel. No obstante, deslizaba el consejo como quien da los buenos días.
Conságrate a las ideas, asentía mirando (fingiendo leer) los títulos de los
libros que portaba en las manos, pero también descubre sin importar que te
manche la vida real el precio de despreocupación que has de pagar para que lo
irremediable deje en paz tu conciencia
lejos de la acción.
Se preparó de buena
gana, sin cortapisas:
Ten cuidado, amigo.
Soy muy peligroso, puedo fabricar la pólvora que necesitan mis magníficas
pistolas de duelo.
¿Y eso?
24 partes de salitre,
10 de azufre y seis de carbón de olmo. Se mezcla bien con agua y la pasta
resultante se hace pasar a través de una piel de asno.
Sin embargo, digamos
en su descargo, no llegaba a ser un kolia
pedantuelo al que había que estampar contra la pared sin pensarlo dos veces.
Su parte mágica e
irracional le hacía comprender lo absurdo de la premeditación: forma y sentido
sólo eran una convención que tranquilizaba las conciencias de creadores
pusilánimes (en todos los órdenes de la vida) y, socialmente y lo más
importante, los comportamientos. Él se dejaba llevar. ¿Adónde? ¡Muy bien sabía
él adonde se llegaba finalmente (exhausto) al final de la corrida!
¿Y muchos de los
otros, sus semejantes, todos aquellos otros habitantes que también pisoteaban
la tierra yendo de un lado para otro?
Algunos, ni perdían un
segundo dedicando sus pensamientos a lo, digamos, trascendental del existir y devenir humanos. Vivían,
es todo.
Dejaban en paz al
mundo y el mundo les dejaba en paz a ellos:
se morían y todo queda
a juego en el universo, adiós, adiós,...
Una semana antes de ahora, 19,45 horas, viernes, 11 de abril
de 2008 (me llamo, como todo el tiempo), una ligera brisa, fresca, suave,
perfumada por el azahar de los naranjos que se elevan desde los alcorques de
las aceras, etcétera:
Mira adentro a través
del ventanal de gruesa madera pintada de rosa de la zumería de moda, chaflán
entre Reina y Mar: lo que madres de hace
unas décadas, no la suya, la de Brell el Joven, ni la suya de la suya,
pero nuestras madres, hacían por
necesidad de rapiñar unos billetes enhebrando lana o perlé de los que salían
gorros, bufandas y jerséis, mira estupefacto a lo que las jóvenes madres y
padres frívolos sino idiotas de ahora se entregan: al knitting, la última moda para entretener sus ocios o disipar sus
aburrimientos, y muchas de ellas (y de ellos, pues es moda bisex) son
compradores compulsivos de auténticas fantochadas, consumidores de comestibles
ortoréxicos o entusiastas conversos de la paleodieta. Y es que a estos
individuos superfluos, más allá de sus sesudos oficios y bien remuneradas
actividades, hay que dirigirlos astuta y sutilmente a ocupaciones intranscendentes
y entretenimientos horteras:
Dejan en paz al mundo.
Ahí los tienes,
bebiendo zumo de pepino y con las agujas de tricotar entre los sobacos.
Inofensivos y
estúpidos.
Y el mundo les deja en paz a ellos.
Cada uno en su fiesta.
A algunos se les pudre
el alma antes que el cuerpo, pues tienen el estómago lleno y tienen todo el
tiempo del mundo -me llamo dos mil ocho, como todo el tiempo del mundo-, se les
pudre completamente hasta acabar inservible, pero continúa danzando por ahí
adentro, en lo más hondo, como un agua negra o una excrecencia residual.
Dejan en paz al mundo.
Benditos…
¿Eres tú distinto?
Lo soy… confiesa no
muy seguro.
A su modo lo es… aun
que no tanto:
No te han de acompañar
el dulce piar de los gorriones sobre tu tumba: te han de quemar hasta convertir
el cuerpo muerto en cenizas que no tardarán en esparcir en un inmundo
vertedero.
Bebe zumo de pepino y
no te pudras:
¿Cuántos años crees
que aparenta esa cuarentona que nada ha dejado al azar en el curso de su
desarrollo y crecimiento desde la adolescencia? Los mismos que las temporadas
de los Simpson, tantos como las variedades (25) de yogur que puedes encontrar
ahora mismo en los lineales de un supermercado (incluido el de sabor a pepino).
Imperfección: a ti aún
te gusta follar con una mujer con la nariz torcida, la vagina olorosa, el seno
caído o altivo pero natural, los dientes irregulares pero no artificiales… la
voz quebrada, un animal estremecido con un rostro diferente, único, las señas
de identidad de la carne auténtica labrada por lo terrenal.
Como aquella fea gran
folladora… que además tenía una valiosísima colección de tomos de La Pléyade
reunidos de cualquier manera en una tosca y graciosa estantería alzada de
tablones horizontales y ladrillos de agujeros verticales en los extremos
robados de un edificio en construcción.
Lee esto, le aconsejó
(confundida por los grandes críticos de los grandes periódicos nacionales):
Empezó a leer la
novela consagrada del joven y ya reconocido escritor revelación del mes, y la
trama, criminal, por supuesto, le suscitó inicial interés y distracción… hasta
que los gerundios, las frases hechas y los lugares comunes empezaron a
propinarle puñetazos en los ojos y en los oídos, golpes bajos y marrulleros que
parecían sacados con alevosía de las páginas más convencionales de las grandes
novelas ejemplares de los señores Raymond Chandler, Dashiell Hammett o del
mismísimo Chester Himes.
Aún faltaban unos
cuantos años para que las abruptas incursiones policíaco-literarias de las
hordas vikingas se apoderaran de las listas de los bestsellers.
¿Novela negra?: una
rubia con una pistola y las piernas abiertas.
Seamos consecuentes.
Se dijo. Le gustaba follar siempre desde su más temprana adolescencia pajillera
y autosuficiente (hasta que cayó en las manos de la joven empleada del hogar alquilada por unos billetes irrisorios a la
servidumbre burguesa de sus progenitores). Los servicios a él prestados
quedaban debajo de la manta (ni un céntimo, algunos renos, una sonrisa y un desmayo fingido después del orgasmo adolescente).
Sin embargo, tentado por el variopinto repertorio femenil que le rodeaba en
cuanto ponía un pie en la calle, no dejaba de extrañarle sobremanera que la
práctica totalidad de las jóvenes y menos jóvenes mujeres a las que echaba el
ojo depredador hiciesen del sexo algo difícil o imposible, como una ordalía… Si
serán gilipollas ¿pues no manifestaba esa conducta antinatural y castradora un
signo de la gran estupidez de las mujeres en este aspecto esencial del más
placentero comportamiento humano?, terminaba preguntándose el antropólogo Brell
el Joven (jovencísimo, quince años durante aquella edad de los metales): las
mujeres complicaban el sexo o sólo lo entregaban (a él se rendían) al cabo de
las porfiadas justas atando un pañuelo del color de la sangre en la punta de tu
lanza enhiesta. ¡Qué de pérdidas de tiempo! ¡Qué energías gastadas antes del
duelo de lanzas!
Miraba al cielo
desesperado… Al contrario de aquel tipo afortunado, Haro Segarra, sentado tres
pupitres detrás de él en el aula agustina, en la fila opuesta, un tipo
quinceañero como él, rubiales, deportista invencible y vago al que todo le
salía superlativo, del que nunca se supo que mirara al cielo y al que los
dioses le dispensaban todas sus gracias sin que ninguna pena turbara su alma ni
que su boca profiriera el menor ruego: al infierno, Segarra; envejecerás tan
rubio como naciste, y así morirás, Alejandro El Magno, sin que ninguno de los dioses deje de sonreír y
aparte de sus labios la copa de ambrosía aturdidora: a la gusanera (a la historia)
elegido por la Fortuna, niño rubiales tontorrón.
Adiós, adiós.
Hasta pronto.
Miraba al cielo príapo
y suplicante, pero de la celeste bóveda
sólo le caían a la cabeza, como al godo activo y singular, una torrentera de llaves inglesas (107), tornillos (16), sombreros de señora (13),
paraguas de caballero (9), cometas de papel (99), suspiros que son del aire y
van al aire (568), restos minerales (45), niños recién nacidos (1), zapatillas
de brujas desaparejadas (75), aerolitos (3), proyectos de reforma agraria (12),
cartas de amor (9), hojas del árbol caídas (7)… dos gatos (uno vivo y otro
muerto), dioses olvidados, soles consumidos, planetas gastados…: toda una
lluvia galaica.
Miraba al cielo…
¿sería él acaso aquel…?: volteriano de joven y hasta marxista y hasta leninista
y hasta estalinista y hasta (finalmente) maoísta, acabó sus días viejo llorón,
místico y creyente de todas las señales (las que fueren) que el cosmos de noche
y la diáfana naturaleza de día le enviaban a través de formas simbólicas y
fenómenos inexplicables pero a buen seguro premonitorios.
Por cierto (así, como
viniendo a cuento, o cogido por los pelos, qué más dará), un caso muy extraño y
angustioso: sueño grandezas, actos épicos, mayúsculos, heroicidades y trabajos
de grande empuje…
Y bien, eso es algo
muy común, nada extraordinario. Todos soñamos prodigios maravillosos, acciones
fenomenales que llevamos a cabo con la sola fuerza de nuestras manos…
Le miró de hito en hito, y replicó sin
desdibujar de su rostro la expresión de asombro:
Pero yo ya soy grande
y magnífico, no debería tener esa clase de sueños como vosotros, seres vulgares
y anodinos… Yo quiero que todo sea real.
(En fin. Quince años.)
¿Alguien da más?
Y hasta 20. Pero… Se
para un instante a pensar en la recua de sus alumnos (Profesor, háblenos de
Goya… Y Lucientes).
Contempla sus caras,
sus vestimentas, sus trastos electrónicos y digitales, sus miradas directas,
inquisitivas y afiladas como puñales prestas a clavarse en sus ojos de brillo
cansado, apagado, les mira a ellos y sus suposiciones, sus inquietudes, tan
iguales y a la vez tan diferentes a las de hace treinta años:
¿Estropea Internet la
mente de nuestros jóvenes?, se preguntó el viejo catedrático (de Colorido)
emérito.
No, respondió la voz
unánime, simplemente las modifica hasta que se hayan adaptado totalmente a la
Nueva Era Digital en la que todo lo cultural y la teoría y praxis del
conocimiento apenas guarden relación con los medios de aprendizaje intelectual
e informativo del pasado.
¿Por qué lo preguntas?
Porque quiero saber la
verdad.
No andes en enredos.
Si quieres saber la verdad no preguntes porque te mentirán.
Lo pintaba todo en
blanco, estudiaba sólo el blanco, le dijo el de Colorido (el catedrático de
marras), con un deje de desprecio en su palabras: no me jodas con tus problemas
de indagador…
(Van Gogh estudiaba
sólo el verde.)
Sonrió, pero no le
contestó. Pensaba que el artista en ciernes (quizás más que ningún otro de sus
compañeros de promoción) sabía muy bien lo que llevaba entre manos: no hay un
blanco igual a otro, ¿para qué contar con los demás colores del espectro y sus
arbitrarias mezclas?
¿Y usted, joven
cuarentón Brell?
Mantenía la boca
cerrada, prudencia del sabio.
Él podía fabricar
pensamientos, pero era incapaz de modelar imágenes en el interior de su
cerebro.
Habrá leído muchos
libros, dijo uno.
Y vivido muy poco la
realidad, dijo (absolutamente equivocado) otro creyendo que de ese modo
finiquitaba el espinoso asunto; Boceto
ha vivido cien vidas como la tuya, pequeño mamón anónimo, artistilla de por
vida.
Piensa en la dilatada
saga y fuga de jb. De sus centenares de páginas, basta leer (si te privas del
placer de su lectura) una sola de ellas para entender todo el libro
sorprendente.
Relojería suiza de
precisión, decía la pantalla.
Ah, Helvetia… con sus
hijos tranquilos y contentos… (Cienfuegos).
En lugar de pensar, escribe, le dijo su
fantasma jovial a Brell el Joven.
Testimonia tu paso por
la Tierra (aunque sea en círculos, sintiendo las primeras arcadas en el
estómago, por allá adentro de esas pequeñas oscuridades: muy cerca se halla el
alma del estómago, ahí, entre vísceras y fluidos, emporcada en tus propios
jugos y las porquerías ya deglutidas que introduces por la boca, su propio
venenito).
Testamenta la poesía
de tu existencia, la gracia de tu discurrir.
Y en los puestos de
libros de la orilla del Sena…
Hay
rimeros de gloria fallida, arrobas de ingenio desperdiciado y averiado,
copiosas cosechas de musas trashumantes que trabajaron para el olvido,
esfuerzos inútiles... Allí yace la vanidad de la cantidad. Allí reposan los que
han «hecho obra»: ¡tantos volúmenes, tantos tomos de crítica, tantas
novelas...! ¡Nada, nada, nada! A diez, a quince, a veinte céntimos. La letanía
de nombres desconocidos es abrumadora. Abrid un libro, y alguna chispa de
talento encontráis siempre. Es el muladar de los ratés y el cementerio de los
mediocres.
Impresos
en elegantísimo papel, en formatos artísticos, con magníficas ilustraciones,
suelen hallarse autores mundanos que han pagado bien caro una tentativa de
consagración literaria. Poetas francorrumanos y franco brasileños, antiguos
diplomáticos que conocieron a la princesa de Belgiojoso, rastacueros
cosmopolitas de las letras, están representados por tomos de versos, momias de
poemas, marchitos homenajes, exhumadas galanterías, adornadas generalmente con
el retrato de los autores... Vanidad de vanidades y la más inofensiva de las
vanidades. Allí duermen arrivistas (sic) de ayer, y llegan los de hoy a comenzar su
sueño de mañana.
¿Por dónde empezamos?
De la época precaria,
cuando los preservativos eran lavables y resistentes…
Los errores son
siempre iniciales.
¿Cuándo aprendiste a
montar en bicicleta?
Cuando entonces…
Ah, Helvetia…
¿Escribir?,
preguntaría su padre.
¿Escribir…?
Por ejemplo…
Todavía…
¡Por Dios, eso es una
materia de infinito alcance! ¿Acaso no me llevaría toda una vida con los codos
pegados sobre un velador del café Cintra de Orán frente a vaso de té con menta
(ni siquiera una cerveza) y la péndola en la mano conseguir la bella expresión,
la encomiable precisión del tan celebrado párrafo, modelo sin par en la
aventura literaria universal?:
En
una hermosa mañana del mes de mayo, una elegante amazona recorría, en una
soberbia jaca alazana, las avenidas floridas del Boi de Bolognes.
Bella prosa, a mi entender.
Eso lo vamos a comprobar detenidamente a
continuación.
Pero es tan fácil
malograr unas hermosas líneas a causa de una estúpida distracción: … en una
negra jaca alazana…, y ahí te dieron todas las sopas con onda.
Empieza mucho antes. O
mucho después.
Esta fiebre…:
Huía de la fiebre,
pero:
Aquella no era una
enfermedad del organismo, sino del lugar…
En este viejo hay una mujer joven a la que hay que preservar.
¡?
¿Paula? ¡Por todos los
dioses, Séneca, además de viejo no seas ridículo, otros afectos menos sutiles y
más manoseadores rastreará con sus bellos ojos verdes… y todavía con la cabeza
inclinada y los pies sobre tu tumba!
Déjenme que exponga
antes de entrar en materia infantil, juvenil o contemporánea unas reflexiones
que explicarían en gran medida mis titubeos preliminares…, balbucea nuestro
protagonista, pues no sabe si empezar por el principio (algo que nunca se debe
hacer), enfrascarse en el medio (lo más conveniente: tal truco nace de la
inteligencia que enmascara tus pecados y no del capricho quepueden suponer tus
lectores) o andar hacia atrás desde el final (algo que requiere buen tino y
excesivos cuidados formales).
Como Séneca, al menos
durante un tiempo –el del romano, que a pesar de tal habilidad, terminó
condenándose-, él ha sabido conservar la vida en medio de los tormentos bien
alejados de desagradables cicutas.
Déjenme que en este
vacilante liminar aclare algunas cosas que justificarían, si la benevolencia
aún es un rasgo común del ser humano, mis desventuras y andanzas a lo largo y
ancho de este mundo (inmundo).
Lo único que tendría
sentido en el hecho de existir se hallaría más allá del hecho de existir, una vez muerto, pero ese pensamiento, esa
conjetura o cavilación tenaz no explica nada tampoco a pesar de su aseveración
al no poder ser comprobado el hecho de existir una vez dejado de hacerlo. Si
nacemos para la nada, como supone la certidumbre sartriana, el sentido de ser
vivo es meramente biológico y por tanto absolutamente insignificante e incluso
innecesario respecto al cosmos cuyos misterios y el propio sentido de su
creación son excluyentes para el ser humano (un brote más de la naturaleza
terrenal) por mucho que eleve la mirada al cielo y alcance con el tiempo (todo
el tiempo del mundo) hasta la misma (y última) línea del infinito.
Respecto al
confidente, perdonad sus muchas faltas y reconoced que hasta en la mente de las
grandes luminarias de nuestra época, y aun de las pasadas, existen en los
dolorosos principios de la creación literaria o simplemente plástica confusiones
inexplicables y hasta asombrosas afirmaciones. (Releyendo a Camus halló nuestro héroe en una de la páginas
revisitadas una observación insólita,
al menos peregrina, cuando éste enumera con pluma impasible los escasos
entretenimientos de los conciudadanos del narrador: Les gustaban las
expansiones simples: el cine, los baños de mar y las mujeres (subrayado nuestro…
El sol, el mar, la
mujer…
La perfección…, ¡ah,
la perfección de una vida sencilla colmada de sencillos placeres!
Pero… ¡hasta la
perfección es perfeccionable!, y he
aquí que los denodados esfuerzos del homme de letres le conducen a un grado
superior de literaria belleza:
En
una hermosa mañana de mayo, una esbelta amazona, montada en una suntuosa jaca
alazana recorría las avenidas llenas de flores del Bois de Bologne.
Claro que… esos tres
genitivos que culminan el párrafo… En fin.
¡Ah, la perfección!
Su padre, en su
muerte, casi la rozó: entre libros, en silencio y solo.
Miles de hojas de
escritura dispersa…
Los frutos dorados de
junio…
En otro orden de
cosas, lo reglamentario es abandonar el baile sin hacerse notar lo más mínimo,
sin arrugar la etiqueta: Si me muero por la mañana, que me incineren por la
tarde con orden estricta de suprimir todo tipo de pompas fúnebres y ritual
velatorio, y a la noche, un buen vaso de buen vino a mi vuestra salud.
Lástima, su padre murió por la tarde, y aún tuvo otro día que zanganear en este
valle de sonrisas y lágrimas enmascarado y maquillado de cadáver.
¿Cómo va la noche,
estimado vate?
Trotando, trotando.
Esta noche de abril
almibarada por la libación incesante (nada de la brutalidad bebedora suicida
del cónsul), una rememoración del pasado o la decantación inflexible del
presente contribuyen al sopor de la indiferencia o a la cólera reprimida por el
siempre consolador cinismo.
Sigue mirando al cielo
y lloverán ranas (negras, a esta hora del Señor).
Lo más fácil es apelar
a un dios cuando el universo todo y aun el hombre son ininteligibles… Lo malo
(lo peor) es que entender a un dios y a este hombre reinantes en este mundo
(inmundo) que rebosa sangre y fiascos por sus cuatro costados resulta todavía
más inconcebible y hasta repugnante… Claro que para esto ya existe otra
invención que anula la desconcertante borrachera sangrienta de aquel dios: el
diablo causante de todos los males e imperfecciones de un universo cada vez más
comprendido física y químicamente pero cada vez de más insondable sentido.
Mejor invención la del diablo que la del dios: todo, desde la ficción, lo
explica mejor.
Trotando, trotando…
(Con la pluma en la
mano, muy alerta ante los fiascos traidores y otras sinécdoques.)
¿Mal hecho el mundo
aun sazonado de infortunio, sufrimiento y crueldad…? Tal vez el mundo (inmundo)
no sea sino el infierno tan temido.
Pues veo yo mucha
gente pasándolo muy bien en este infierno, nada de sus penas y torturas les
alcanza ni desbarata sus placeres y egoísmos.
Y de repente pensó en
MG… Colega de facultad, austero, rutinario, melifluo, de un misticismo
positivista (si se me permite el oxímoron)…:
La vida es simple y puramente
química. El alma, o la conciencia de ser,
ha complicado algo las cosas, pero nada más.
Otra colega, de mal
nombre Teorema, (no salen de mis
teorías, confesaba, nada más lejos de la realidad, lo afirmo rotundamente, he
ahí, pues, la justeza de su apodo), apelaba en cuanto al sinsentido de la
mundanal violencia a la desidia de la especie humana: Creamos a los dioses por
pereza. Todo esto, y miramos en derredor, y alzamos la vista al cielo y
cerramos los ojos confundidos, está muy embarullado, así que… ¡porque lo quiere
Dios!
Y MM…
(Este disertaba sobre
los apuntes estéticos de Wittgenstein: Dios ni siquiera es… ¡plástica! Eso
sería la religión, ella sola creadora de innúmeras pinturas y esculturas…
Hacedme caso, descarriados…A pesar de la sumisa y hasta halagadora atención que
le dispensaban sus alumnos y oyentes, en el fondo era un pobre hombre, un pobre wittgenstiniano
siempre con libros y mazos de folios imprimidos a una sola cara, un pobre
diablo que andaba mal del tránsito… de los dos tránsitos: meaba mal y defecaba
peor.
El tipo de Materiales
Artísticos y Nuevos Medios Procesuales zanjó la cuestión hasta dentro de otros
dos milenios:
Mucho ha avanzado la
ciencia, acólitos, dictaminó ante la expectación de sus alumnos, pero no lo
bastante para arrumbar en el absoluto olvido los mitos y las supercherías
religiosas… Esto sucederá cuando el científico descubra finalmente todas las
sustancias químicas y sus relaciones que conforman el cerebro. Entonces se
acabó, se acabó el arte y toda la mierda de lo demás: y tira la llave al mar.
Al no tener talentos
importantes, sólo menores (e incluyo en estos el hecho de beber un vaso de agua
sin derramar una gota), me conformo con tener buenas costumbres. Y acto seguido
vació la copa de un trago.
Tengo mis dogmas,
padre.
Mal asunto,
mierdecilla. Te condenarán a morir quemado con leña verde, para regodeo de los
espectadores ante tu lento suplicio.
Sin embargo…
¿Por dónde andan
ellos? ¿Qué trucos con la muerte se llevan entre manos? No pierdas vigilancia
de sus andanzas. Jamás has de imitarlos.
¡Y yo qué sé! ¿Acaso
soy yo el guardián de mis hermanos?
No, sólo teme sus
ejemplos.
Entonces…
Salió a la calle y se
encerró por dentro.
Ah, la perfección
(mejoró el texto, bien es cierto):
En
una hermosa mañana de mayo, una esbelta amazona, montada en una suntuosa jaca
alazana, recorría entre flores las avenidas del Bois de Bologne.
Y, ya al final, en un acto de suprema valentía
y lucidez, eliminaría todos los adjetivos: abrió la puerta al misterio
(genial):
Una
maña de mayo, una amazona montada en una jaca recorría entre flores las
avenidas del Bois de Bologne.
La perfección.
¡Fértil, dadivosa es
para el poeta la aurea mediocritas!
Escribir otorga un
noble sentido a la vida…
Justifica la mirada al
cielo y los pies en el suelo.
Su padre (¿Podría yo
ahora, muerto que estás, llamarte don Mierda, padre? Puedes, mierdecilla,
contesta la voz de ultratumba) dividía a los escritores españoles en dos
grandes grupos, como le había enseñado el haber leído a Ortega, y los resumía a
todos basándose únicamente en la referencia a una de las parejas más
representativos del carpetovetonismo ibérico literario: los que viajaban por
esos mundos (aunque fuese de un lado a otro de su gabinete de trabajo) para ver
libros como Azorín, y los que viajaban para ver gente, como Baroja.
También él era un
viajero… con las piernas cortadas: echó un vistazo al cielo, por mero reflejo:
un azul muy tenue, apenas cruzado por livianos jirones blanquecinos,
deprimentes, un cielo desesperanzador: mejor en casa, a salvo de la
inclemencia.
Estamos, en efecto, en
el mejor de los mundos: uno de esos que pueblan los cielos donde no prosperan
los sabios y los honestos sino los hábiles, los listos y los cínicos, un mundo
donde el fiero capitalismo y el egoísmo más rapaz tienen los… ¡milenios
contados!
Se presta a lo dickens.
Al mundo me atan
raíces… (Constructos de orden cultural, intelectual y económico más que de
naturaleza emocional.)
Y escribió,
definitivamente, la novela perfecta, inatacable desde el punto de vista procesual,
verosímil del todo:
Me dijeron que la
siguiese y espiara todo cuanto hiciera durante una semana y luego lo pusiese
por escrito, así que la seguí, la espié sin perderle ojo durante una semana y
esto es lo que hizo:
La marquesa salió a las cinco
y…
Salido de las prensas,
resultó un tomo de considerable extensión.
Aunque la faction más memorable, inobjetable,
seguiría siendo Sudden Light.
Ya he estado aquí…
Y Dante Gabriel Roseti
profanó con sus propias manos y expolió la tumba de miss Elizabeth Eleanor
Siddal, enterrada siete años atrás, a la que seguían creciendo los rubios
cabellos, y navegaba impasible en el mar del sueño cual una Ofelia con flores
en las manos…
¿Sentido de la
existencia, de tu vida?
Ya es hora, viejo
joven Brell, que sepas que el hecho de preguntarse demasiadas veces acerca del
sentido de la vida no es sino un síntoma de tu propia inutilidad por
desenvolverte en ella con eficacia y conseguir, por fin, algo valioso.
No ha de pasar mucho
tiempo para que -¿Qué tal una copita de pisco?, se dice. Parece mentira que la
inofensiva uva moscatel destile semejante puñetazo en el cerebro- echemos mano
del bálsamo (o de la purga de Benito) del recurso cibernético para explicarlo
todo en la tierra y en los cielos: ¿de qué están hechos los humanos y los
dioses?
¿No eres capaz de
aprenderlo por ti solo?
¿Pues qué he nacido
enseñado como los ratones colorados?
Coloquialmente (?),
preferiría referirme para que todos puedan entendernos en este nocturno de
Walpurgis, a la esclarecedora pero manida anamnesis
platónica.
¿Sentido de la vida?
¿Qué pasó en tu
infancia, desgraciado?, se preguntó contrito rascándose los genitales
freudianos.
(En realidad, doctor,
fue en mi adolescencia la pena y la hecatombe por haber amado demasiado: mi
madre se fugó del hogar paterno con ella
misma.)
Y esa noche contó las
ovejas una a una hasta cien.
Y descubrió a la puta
entre ellas, la número 72.
(Cambió de canal).
¡Qué diablos!, exclamó
con el sabor dulzón del pisco en los labios. ¡Continúan metafísicos!
Mire, usted, el tiempo
y el espacio es aquello donde nos
revelamos.
¿Como un lugar?
¿Un sitio creado para
crear el tiempo?
Podría decirse de ese
modo: estamos en el espacio justo y en el momento adecuado.
¿Y qué nos colocó en
el tablero con tal precisión?
El azar.
Asombroso. Qué te
parece. Qué galimatías.
Salió de casa y se
encerró por dentro.
Naturalmente, existen
las variaciones sobre un mismo tema:
El narrador es tan
ficticio como los personajes o el héroe de su historia.
Entonces, ¿qué va a
pasar?
Consulta a la santa Odilia.
No dejaré pasar la
oportunidad, amigo. Soy frío y paciente: diástole y sístole de aligátor.
Para lo bueno y para
lo malo:
Siéntate a la puerta
de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo. (No, no es cierto, los malos
viven y duran más que tú, que ni eres bueno ni malo. O eso parece.)
Pero, tú, sé bueno:
¿Qué quieres de los
trastos de la herencia del abuelo?
Si tales despojos han
de repartirse…
Lo han.
Pues troceemos esa
muerte todavía más.
El globo celeste
inglés Malby & Sons, de 1882.
En lo bueno y en lo
malo resiste, muchacho, en tu poquedad y en tus pequeños egoísmos. Una creación
que alza los decorados necesarios para que se dispare a niños (o que te
disparen ellos a ti), donde asesinos se inmolan para matar a sus semejantes y
donde se vomitan las sobras del festín diario mientras otros se mueren de
hambre, no puede ser sino obra de un ser monstruoso que se entretiene en sus
perversidades como un niño disfruta como un salvaje rompiendo sus juguetes:
ante un creador de tal catadura tú sólo puedes ser inocente.
Escribir…
No es mala terapia,
sólo que…
Hemingway (dicen que)
dijo, cuando estaba menos bebido de lo habitual, que su psiquiatra (¿este tipo
necesitaba un psiquiatra?) se llamaba a veces Remington 12 y otras veces Royal
Portable número 3. Al final, al final de todo, el señor Remington le ganó la
partida al señor Royal.
En cuanto a las
inofensivas ocurrencias, las cotidianas cosas…
Respecto a Paula, sé
cauto con ella, hombre y, ante todo, comprensivo: estamos en sus días de queso
feta, lechuga y zumo de zanahoria: la salud del cuerpo pone en peligro su salud
mental y… tu integridad psíquica y física (pero la señora del señor aún no
esconde un bate de béisbol debajo de la cama).
Anda, respeta sus
costumbres de animal perfecto y consciente de sus biorritmos y entretente,
repasa un poquito tu colección de cedés de los primeros ochenta comprados en
Ámsterdam: como casi en todo tú eras un pionero, ya arrinconabas los vinilos
(que te has apresurado a desempolvar de nuevo en el 2008) en el desván de la
abuela.
Querido, el viernes
tenemos cena de protocolo con los horteras de Canal 9.
¿De corbata? ¿De
tarjeta al frente? ¿De menaje de 22 piezas?
Bastará con la corbata. Son gente de nueva
entrega.
Ensalada de nueces,
salmón con arándanos y, para digerir el asunto, un blanco insulso. Estamos
listos con esos comistrajos neutros y ecuménicos adecuados para esos
empresarios y profesionales liberales cuidadosos de sus niveles sanguíneos… Y
chistecitos de fiel consorte de la exitosa guionista, ah, el ingenio menor: Yo,
como diría Pérez de Ayala, duermo poco, porque duermo muy deprisa… Lo soltó él,
el ínclito Brell el Joven, en ese momento soñando que bien regaditas sus
entrañas -do menor- por diversos riojas lanzaban los discursos nupciales con la
bocaza del aburrimiento y el desprecio inevitables.
Pues yo escribí una
novela, me espetó, todavía en el segundo plato, es decir, el del salmón
acompañados con guarnición de unas insípidas algas. Y se reafirmó ante mis
atónitos ojos y (naturalmente) muda expresión: Sí, señor, sí, sí... ¿Pues qué
se pensaba usted, amigo desconocido? ¿Y con planteamiento, nudo y desenlace?
Naturalmente, soy un tipo listo, pensaba en la película posterior, e incluso en
la serie televisiva… ¿Por qué no?
Podría arrepentirme de
todo, absolutamente de todo, pero ¿para qué? ¿De qué serviría? La muerte ya se
encargará de mi arrepentimiento, de mi culpa, de mi condena, hasta de mi
definitivo olvido: al puto váter con mis cenizas. (Oído al sesgo mientras
mojaba los labios con el blanco insustancial: conversación entre dos camareros.
Es obvio que se trata de dos licenciados en Letras en paro de los que van a
colmar folio tras folio de películas, series de TV o docudramas o reportajes de
revistas de peluqueríal: 50 pavos diarios como sea… Y el caso es que portan de
manera muy profesional las bandejas y hasta los gestos de servidores y las
miradas les acompañan.)
Incluso podría armarse
una obra de teatro resumiendo las distintas escenas…
¿No las ha resumido
usted?
Sería
demasiado…digamos demasiado flagrante. En todo caso mi literatura propende a
pensar en imágenes: el hilo conductor es la acción. Sin peripecia, el interés
de una obra literaria es nulo.
(Veinticuatro palabras
por segundo.)
Los judas siempre se
sientan en un extremo. Un tipo alto y carnoso vestido de negro se inclinaba
hacia Paula sentada a la mesa (en un extremo), le cuchicheaba algo al oído.
Ella reía... sin ruborizarse.
Sintió una contracción
en el estómago (el salmón siempre le daba algo de repelús: ¿por qué diablos
comemos esto si no somos vikingos?) que le hizo inclinarse hacia delante.
Vomitó.
Jamás vi una mueca de
asco como esa en un rostro.
Era como mocos y
saliva y alimentos regurgitados y…
Olvida los banquetes.
Olvida los tambores (rebelde de pacotilla). Olvida el festín de Baltazar.
No eran el salmón ni
el banquete imaginarios.
Traicionero pisco.
(Ciertamente, se dijo
con la tableta en la mano, el libro de arena de Borges ya existe.)
La tercera copita te
abate sin contemplaciones.
Y alabé a los muertos
más que a los vivos, (Eclesiastés).
Abril. No tardará en
amanecer. Allá a lo lejos, el resplandor naranja de la urbe tiñe un pedazo del
cielo, su emanación engañadora. Babilonia de medio pelo esta Valencia.
Habrá que cerrar los
ojos, sosegar el cerebro.
En este tiempo las
aceras bordeadas de naranjos expelen un olor almibarado que, vergonzosamente
(ocultamente), mucho le agrada. Le gustaban los olores dulzones: el azahar, el
lirio, el jazmín, el nardo, el aroma y el sabor de los caramelos de violeta.
Ese viernes paseante,
sus aires de atmósfera primaveral le han embriagado
los sentidos, como suele acaecer a los personajes más amables que pululan por las novelas de
Monsieur Balzac (y por imitación en la de sus correligionarios poco avezados).
Al respecto:
Más de una vez, entre
semana especialmente, un jueves, al entrar en el aula, le entraban ganas de
lanzar una exclamación recriminatoria: ¿Qué clase de mierda bubónica se respira
en este antro? ¡San Roque, protégenos!
A la deriva.
(Y sugiere la pantalla
negra mediante una voz crispada, como si
los ojos fuesen a salir de las órbitas):
Desde hace dos mil
años -seamos inocentes y demos crédito a las narraciones de los evangelistas-,
el dios judío-cristiano está muerto, resucitó pero se volvió a morir… También
puede ser que muriera dos mil años antes de esos dos mil cuando llegó a la
tierra o que el venablo del diablo le atravesara la garganta y desde entonces
se quedara mudo… ¡Cualquiera sabe de estas antiguas leyendas de viejos y viejas
del desierto.
(Otra voz más
modulada, sin estridencia):
El diablo es tan
imposible como el dios: el mal y el bien son cosas del hombre, inherentes a su
esencia (apostilló muy sabio).
(Y una más):
¿Qué se esconde detrás
de la vida, de sus múltiples y caprichosas formas? Yo os lo diré: el monstruo
de Dorian Gray, su asquerosa y sucia jeta podrida. Emboscados tras la máscara
de los días y las noches, de nuestros semejantes y sus trajines, se halla la
verdadera forma del ser: el horror, la soledad, la maldad, el vacío, la
infelicidad, la tortura, la cruel injusticia, el crimen y la muerte, el
silencio absoluto…
(Y otra):
¡Qué fácil es la
respuesta! ¡Y no lo supimos ver!... El tiempo es las cosas y su deterioro y su destrucción final en el espacio.
(Y aún otra):
¡Acabemos de una vez!
Descubramos en seguida, como estimación debida a nuestros espectadores, oyentes
y lectores, que tanto el narrador como el personaje son ficticios.
¿Quién se muestra,
habla o escribe entonces?
¡El invitado de
piedra!
En fin, susurró (ya se
había cansado de pensar):
La muerte nos da la
razón en todo. Justifica tantos nuestros pesares y sufrimientos como las
traiciones y la corrupción de todo tipo. La ingenuidad mayor sería creer en una
vida postmortem. De existir sería, en
todo caso imaginable, otra vida, que no invalidaría las leyes ni
las transgresiones de aquélla.
Oiga, amigo, ¿dónde
diablos ha recibido usted esa instrucción lamentable? ¿En una academia de piso?
Sé lo que me digo, se
dijo, y sonrió despectivo, y le miró al otro de arriba abajo, golpeándole con
los ojos, altivo, haciendo daño.
No mires adentro, no
te imagines, ni te sepas, ni te tengas demasiado: Si tiene un vaso medio lleno
en la mano, un vaso corto, es que está huyendo de la introspección como de la
peste.
Su padre, testigo de
sus primeros desengaños, de sus primeras caídas, de su atroz confusión en La
Era de los Granos y el Acné:
Sé que estás mal, pero
también sé que no sufres, mierdecilla.
(La última voz): El
hombre (miles de millones de ellos) cree en el más allá. Cuando el hombre
desaparezca de la tierra (que desaparecerá) ese más allá (no sabemos su lugar ni sus dimensiones) contendrá, pues,
el mero ejemplo (muy plural, eso es cierto) de una raza extinguida.
No va más, señores.
Ya estamos todos.
Cierren la puerta.
¿Brell?
El mismo. Tú… ¿eres
Blayet?
El mismo.
Qué te parece…
Cuánto tiempo…
Temible el
condiscípulo agustino (Tu
Colegio: donde quiera que estés compórtate como alumno digno de él)… De casta le
viene al y sonriente galgo corredor.
El padre de este
Blayet con el que se ha dado de bruces al doblar una esquina era en la Valencia
de los sesenta y primeros de los setenta una institución viandante
(circunscrita a las calles del centro) con las llamativas insignias sujetas en
la chaqueta, y otras veces sedente con la taza de té verde en la mano: solía
tomarla sentado a una de las mesas de San Patricio, en Caudillo, a las cinco en punto de la tarde. Fue
uno de aquellos arrojados soldaditos
españoles valientes de la División 250, llamada Azul, que liberado de las
mazmorras rojas retornó a la patria desde las estepas nevadas a bordo del Semíramis, mediados los años cincuenta;
luego, no tardaría en convertirse en Jefe Provincial del Movimiento y en
hacerle media docena de hijos a su santa, la madre de este nuestro santo
Blayet, primogénito de la saga y en la actualidad diputado del PP o del PSOE
(¡ah, la antes denostada partitocracia!) con múltiples y pingües negocios entre
manos heredados de su santo padre, que Dios tenga en su gloria.
¿Y tú, qué? ¿Sigues
dando clase?
Más bien me las dan a
mí.
Así que…
Pues sí, amigo Blayet,
trotando, trotando, que diría el
bueno de Grand…
¿Cómo?
Déjalo estar.
Fiodorov, ¿qué es un político?
Sé lo que debería ser:
un hombre que desprecia el poder y lucha todo lo posible para evitar que otro,
de la misma ideología que la suya o distinta, logre conseguirlo ante el temor
de que haga mal uso de sus instrumentos de sumisión.
En el haber: a Boceto nunca le han interesado las
máscaras en este Theatrum Mundi. ¿A
quién engañar?, y sobre todo, ¿para qué? A él no le gustan los bailes de salón
ni frecuenta la alta sociedad de la tribu de los Blayet y compañía.
Qué tiempos los
actuales, que son los de todas las épocas, donde el arrepentimiento no sirve,
pues es la peor hipocresía y la más ruin desvergüenza: quien es culpable ya
cuenta con él como liviana penitencia al perpetrar sus fechorías, y si no se
diese esta última circunstancia es que ni siquiera es culpable de nada: sólo es
un animal (con insignias o no en la pechera).
Boceto hermana bien con sus pecados… privados.
Los reconoce, calcula su suma y los lleva al debe.
¿Quién soy?
(Un millón de
respuestas merece esa inútil pregunta, pero la más probable es la más
mentirosa.)
Eres uno… y no trino.
Diagnosticaba todos
sus males con singular precisión, pero era incapaz de curarse: sabes
perfectamente quien eres, y con eso te tienes que conformar porque no existe
engaño posible, tu medicina, porque eres tú la enfermedad, eres tú mismo.
Más o menos, lo que ya
solía suceder premonitoriamente poco después de la veintena. Se echaría a la
carretera durante algunos meses, aunque, como ya vimos, escondía los billetes
de cincuenta francos y las libras de veinte que suministraba papá entre los
calcetines y la suela de los zapatos.
Era un autoestopista
precavido (y siempre tenía algún amigo en algún sitio).
Anduvo, pues, por esos
caminos de Europa, los pies ligeros, la mirada adelante, el corazón sano y una alegre canción en los labios…
Un amanecer brumoso,
mediado ya junio de 1982, a la salida de Chaló, haciendo autoestop en las
inmediaciones de una gasolinera, en plena autopista, una combi Fafner
Volkswagen de color rojo que pareció brotar de la misma neblina se detuvo junto
a él con suavidad. El conductor, de barba rala y ojos muy azules pero
mortecinos, medio sonrió y le hizo una seña invitándole a subir a la parte de
atrás.
Corrió unos pocos
metros y abrió la portezuela aliviado.
El vehículo arrancó
con la misma suavidad con que había frenado.
Me llamo Ignacio
Brell. He llegado hasta aquí haciendo autoestop desde Valencia, se presentó
chapurreando un francés de colegial.
El hombre giró un
instante la cabeza y volvió a sonreír. Le contestó en español, lo que le
sorprendió algo.
Valencia, España… , no
Valence, claro.
El asintió.
Yo me llamo Julio, y
ella es Carol Dunlop. ¿Adónde vas?
Quiero llegar a París.
Pero no tengo ninguna prisa.
Tienes aspecto de
hambriento. ¿Quieres comer algo? Atrás, en la cocina (?), encontrarás algo.
Estoy bien. Gracias.
Quizás algo cansado, pero eso es todo.
Como quieras. Te
podemos acercar varias decenas de kilómetros, hasta Auxerre ¿Todo vale, no?
Por supuesto, todo
vale. Muchas gracias.
¿Y qué te lleva a
París? Nosotros hemos estado circulando por la París-Marsella varias semanas.
Sería un antojo.
Menudas ganas, una autopista… A este tipo lo conozco yo, pero ese acento…
Todavía tuvieron que
pasar algunos kilómetros hasta que cayó en la cuenta, cuando ya andaba otra vez
con los pies ardiendo por el estrecho arcén.
Imaginativo cien años
después: ¡Era él!
¡Qué oportunidad
perdida!
Era de buena familia.
Todos somos de buena familia.
Yo nací (perdonadme)
de buena cuna, entre brocados, y di mis primeros pasos sobre gruesas y cálidas
alfombras, cielos rosicler, (aunque descubrí no muchos años después que la vida
iba en serio).
¿Qué sabes de Fiodorov?
Aún no pasados los
años de hierro bajo la égida del Caudillo Invicto, en la lucha final…
Pues…
¿Qué sabes de China?
La China está cerca, proclamaba aquella
película italiana.
Fiodorov se hallaba bien arropado al ser
aguerrido miembro de una cofradía secreta, una (digamos) especie de Loto Blanco… a la inversa: se elevaba
sobre la superficie del agua cuando irrumpía la noche, y se hundía en la noche
cuando despuntaba el sol.
La Chinoise…
Y se imaginaba a Fiodorov sentado en cuclillas en la
frágil cubierta de un sampán con las blancas velas al viento, bajo un cielo
azul inmaculado, surcando las aguas mansas de un inmenso río de aguas verdes,
con un cuenco lleno a rebosar de arroz, manejando diestramente los palillos,
taciturno (o pensativo) cubierto por el gran sombrero de paja…
Todos somos de buena
familia.
Tu padre, dijo su
madre, siempre ha de controlarse para reaccionar de una manera normal. Es un
hombre hecho de diques interiores, de júbilo, de cólera, de loca exaltación, de
fervor desmedido, y siempre conteniéndose, pero, en fin, nunca termina de romperse
uno de ellos…
Los buenos modales de
su origen…
¿Y tú?
Rompí todas las
amarras…
Ya sé que todo ha
acabado, que estoy fuera de juego del todo, pero también lo estaba cuando las
cosas no eran así y luchaba por cambiarlas favorablemente, de modo que estoy
como siempre, y por tanto no es doloroso para mí, como tampoco lo era entonces
que nada esperaba. Y sé que el que una u otra causa de mi ostracismo en una u
otra época sean distintas carece de importancia. El hecho en sí, no cambia
nada: un ser anónimo, sufriente o no, resignado o acabado, antes como ahora.
Salió de casa y se encerró por dentro.
¿Estaban locos tus
hermanos?
¿Estás loco tú?
Una forma de locura es
la lucidez extrema (una frase más).
Una vida se desarrolla
en escrupuloso orden cronológico, pero no así el pensamiento, imposible de
dominar salvo escasos instantes a lo largo de un día… ¡y si son muchas las
mieses, los años!
Mas tienes donde
protegerte, malandrín… (No me engañan tus argucias de huérfano del mundo.)
Algunos, al heredar
las casa de sus abuelos, incluso la de sus padres, se apresuran a tirar a la
basura todo lo que ha quedado dentro, querrían incluso que las mismas cenizas
de los muertos se dispersaran en el aire hasta desaparecer, querrían que se
disolviese en la absoluta nada hasta el recuerdo más ínfimo de sus antiguos
propietarios, pues, ¿quién quiere compartir algo con un muerto? ¡Huye de aquí,
recuerdo macabro, y deja en paz a los vivos en su bendita estulticia!
Piensas demasiado en
ti mismo: sólo actúa (en beneficio propio.)
No traspases los
límites, pues ¿quién de los que soy ganaría la partida? Ángel o bestia, ¿qué
monstruo dominaría por fin mi vida? (Aunque sé perfectamente quién o qué se
impondría.)
Los muertos que atrás
dejaste…
No hay familia que al
paso del tiempo no se sostenga de milagro, llena de grietas, corroída por los
óxidos, con los cimientos tambaleándose sobre arenas movedizas, con las
ventanas demasiado cerradas o demasiado abiertas, con los techos levantados y
las puertas desvencijadas, en ruinas el suelo, al socaire todo, contenido,
drama y decorado, de cualquier vendaval definitivo.
Piensas demasiado en
ti mismo… huérfano sin padre, sin hijos…
Padre…
Dime, mierdecilla…
Hijos…
¡Mala peste y peor
plaga! En cuanto levantan dos palmos del suelo se aferran con sus manitas
traperas a tus piernas y escalan hasta el cuello para quitarte la comida de la
boca. Si pudieran, hasta te estrangulaban.
Ya veo que…
¿Cómo andas?
Mozartianamente en re
m., trágico.
Mejor una alegre
zarabanda.
(También hay algo de
solemne locura en ella.)
(¿Empezarían a
gustarle esas novelas donde suelen leerse frases anodinas como …frunció el entrecejo o estremecedoras
del estilo de con los ojos inyectados en
sangre…?)
Ah, pero ¿la voz aún
sigue…?
Y asegura la voz negra
de la negra pantalla:
Más allá de los
innúmeros matices de los lenguajes y sus infinitas combinaciones verbales, ni
uno sólo de aquellos proporciona respuesta a la pregunta esencial: ¿Por qué el
hombre? ¿Por qué ser?
Uno de sus
interlocutores:
¿Un filósofo que
desentraña la realidad? Dejen ese menester para los físicos y los químicos, que
hurguen ellos en la urdimbre de las cosas… Las cosas y los elementos que las
componen estaban antes que el hombre y seguirán siendo después de él. Loable es
el comportamiento inútil de los filósofos que tanto contribuyen a serenar los
ánimos, pero nada descubren finalmente como no sea airear los muchos misterios
e iluminaciones del lenguaje: escarban la tierra pero no siembran.
Otro de los
interlocutores:
Si existe Dios, que no
lo sé, toda filosofía es una superchería y los filósofos unos charlatanes que
se entretienen valiéndose de meros fuegos de artificio verbales. Y si no
existe… ¡ja!
Y uno más:
Si muere el hombre,
muere el dios. El hombre desaparecerá de la tierra, como sus dioses: son razas
extinguibles… No han de dejar huella.
Piensas demasiado en
ti mismo…
Luego te ves, animal
arrogante… (Si eres polvo…)
Es un hecho
indefectible, resultado inevitable de esas dos condiciones, que todo ególatra y
narcisista ha perdido el sentido del ridículo. Terminas viéndolos ante ti como
si estuvieran desnudos por fuera (y algunos con rabo)… y por dentro, patéticos
y hasta nauseabundos: con sus colgajos al aire, la piel gastada, la arruga y el
hueso deforme, el encanallamiento del cuerpo, y en su interior el cáncer
larvado, la víscera podrida, las arterias y los intestinos sucios…
No pienses, actúa.
Los dioses celebraban
consejo… Deliberemos nosotros cómo han de acabar los hechos.
(Una voz):
Todo empezó con el big bang.
(Bocetito -9 años-):
¿Quién creó… o disparó
el big bang?
(La misma voz):
¡Qué pregunta más
tonta! ¡El big bang creó a su propio
creador!
(Bocetito):
En el mismo momento de
su creación?
(La misma voz):
¿Qué te figurabas
entonces?
Nacemos de la nada,
puesto que a ella volvemos. La nada, efectivamente, puede ser esos mismos
dioses en los que muchos creen… ¿El mundo…?
Al igual que la rosa,
el mundo es sin porqué.
(Habrá que creerlo: lo
ha dicho la televisión.)
¿Qué es esta noche?
Mi fiesta de locos particular.
No ha tenido necesidad
de un sistema científico, prueba y
error: su intuición siempre le bastó, y estaba el confortable brocado de su
cuna sagrada: sólo mantente en pie; es suficiente con eso.
Deslizaos, mortales, no os apoyéis.
Piensas demasiado… Oh,
la televisión…
Pero no quiero pensar…
Si me pongo a hacerlo pierdo el sentido de la realidad, de las cosas, de todo
lo que me rodea.
Y la pantalla remata:
Naturalmente que creo
en Dios, en el concepto dios. Lo que
ocurre a partir de esta creencia mía es que todas las iglesias de la clase que
sean, sus vestiduras y liturgias y nombres que fueren, sus sacerdotes y sus
santones me dan mucha risa: un circo tío, y yo el director de pista.
Boceto (de pequeño, o sea, bocetito):
Vale, el universo es
muy grande, ¿y qué? ¿Viene aquí abajo a molestarnos? ¿Se mete en nuestras
casas? ¿Derrumba nuestros techos con sus puntitos azules siempre igualitos e
inofensivos?
Su padre:
Hombre, eso también es
verdad.
Cada uno a lo suyo:
pero conságrate a la duda.
Toda la vida de uno es
una digresión en torno a lo tan escurridizo, tan imperceptible y tan inasible
al cabo esencial.
No haber comido del
árbol del bien y del mal, pecador. Muy lejos llevaste tu gula.
Por mi culpa, por mi
culpa, por mi gran culpa (reza el agustino).
Eva y tus malas artes
te han abocado a este valle de lágrimas donde tan difícil es hallar la
salvación.
Doblas una esquina y
te topas con una bomba humana que te hace pedazos en forma de: joven desclasado
árabe al que los salafistas le han metido el Corán en la cabeza y atada a la
cintura una carga explosiva: de granjero de Wisconsin al que las hamburguesas,
los donuts, la crema de cacahuetes, la televisión por cable y la Asociación
Nacional del Rifle le han vuelto loco y comienza a disparar en todas
direcciones. En fin.
Paula, amada mía,
comprende, pues, mis neuras, mis terrores, este mi desbarajuste que me
confunde, reciente aún el siglo…
Querido, nosotros
convivimos, vivimos el uno con el otro (¡si no hay más remedio!), pero no
vivimos el uno en el otro.
¡Apáñatelas como puedas!
En efecto… y nuestro
hombre miró la copa vacía.
(Ese cabrón resentido
con la vida que se inviste el papel de El Gran Observador: Durante la cena el
tipo bebió más copas de la cuenta…, escribe taimado en su diario, que alguna
editorial imbécil terminará publicando años después… ¿Más de la cuenta? ¿Qué
cuentas y dejas de contar, mamarracho?)
¿Quién soy?, tuvo la
impudicia de preguntarse a los trece años.
Y el escritor armenio
le contestó rápidamente:
Escribe una novela y
lo sabrás.
Hízolo (sic), desgraciadamente para él.
Y de tal guisa (sic) le dio comienzo, imaginaba a JD.:
Me siento junto a la ventana con un libro entre las manos.
El asiento no es cómodo, es una vieja hamaca en la que el cuerpo se hunde de
manera humillante. Miro a través del cristal. La ventana, a la izquierda, da al
Sur. Si llevo la mirada de frente, ladeando un poco la cabeza, diviso al Oeste
una gran montaña (grande para estos paisajes no impresionantes) de ladera muy
empinada y encrespada poblada de pinos y arbustos, coronada en su cima por un
berrocal de colores y matices cambiantes según avanza el día y la luz. En estos
instantes, bajo un cielo temprano, claro y luminoso, muy azul, sin una nube,
los peñascos son grises, plateados diría, de perfiles nítidos…
(Paisaje sin figuras,
toma primera, escena
1.
Exterior.)
Y este punto damos por
terminado el asunto porque ese fue precisamente el punto final. Iba a ser una
novela sin personajes, sólo descripciones balzaquianas de cosas y paisajes, tal
vez media docena de especulaciones filosóficas y poco más, ningún sujeto, vivo
o muerto, aparecería en sus líneas: porque
él todavía ignoraba quién era él…
Una de las voces
negras:
Bah, el alma también
es algo material, una de esas cosas pringosas de jugo repugnante que fluyen por
ahí adentro.
Una noche bajas a la
calle a tirar la bolsa de basura al contenedor, y una vez abierto te quedas
unos instantes mirando la abertura maloliente como si fuera una gran boca
oscura que te estuviera hablando sibilina, susurrando tentadora, y entonces
reflexionas, y al cabo te dices, ¡qué diablos!, y te tiras adentro tú también
con la bolsa cogida de la mano…
Ni una copa de más.
(Más seguro estarías a
lomo de un caballo cabalgando por la ruta de la seda que en estos tristes
momentos de la noche oscura e incierta.)
Ni una copa de más.
No hay hierofanía que
valga que haga concretos a los muertos, a los fantasmas, a los dioses.
Ni una copa de más, se
ordena. Y lo cumple. Y silencia definitivamente la pantalla negra y sus voces
trágicas o estultas, conciliadoras y triviales, autocomplacientes y anodinas. Y
se va directo al baño y se prepara para caer en la cama desmayado por completo
a causa del alcohol trasegado durante la jornada trabajadora del viernes: helo
ahí, durmiendo como un cerdo. ¿Cómo duermen los cerdos? Como ese pobre ser
humano, emitiendo ruidosos ronquidos, gruñidos casi… Ahí tumbado con las
piernas separadas y la boca abierta: podemos suponer sobre él lo que se nos
antoje, historias, mentiras, infamias, etcétera.
¿Por qué las cosas,
aquellas en las que él deseaba creer (aunque nunca creyó en ellas demasiado
sinceramente, vaya eso por delante –o por detrás-), le han salido mal o
simplemente no han salido? Lo sabe muy bien. Nunca ha sido un cínico deliberado
sino un escéptico, un estoico disfrazado de epicúreo: su gusto por lo difícil
lo había malogrado muy pronto. Luego se dejó llevar… Un estoico, sí: cargaba
con él a todas horas, en todos sitios. Qué fardo de despropósitos en uno u otro
sentido.
(Sí, en efecto, admite
tal filosofía: un hombre ahogándose sin ahogarse en una sociedad líquida, has nacido, podías no haber
nacido, estás vivo, estás muerto, eres, no eras… y no serás, sí, no.)
Este no fue en ningún
momento un niño, un niño de esos, que
debajo de la cama tenía una caja de zapatos llena de gusanos de seda. Y,
perdonadle, mentía de otra manera, mucho más silenciosamente, con la
apariencia.
¿Y a qué hilo de
Ariadna se aferra (le va en ello la vida) para no perderse en este laberinto de
idas y venidas, ocurrencias, dislates, invenciones, mentiras, verdades,
huyendo…?
El nació, perdonadle,
en aquella España donde y cuando los grandes pensadores españoles… de café,
aguerridos de espíritu y voluntad, de charla incesante, se ensuciaban la boca
con el café muy cargado y se echaban al coleto media docena de copas de
Fundador mientras alumbraban una idea tras otra influenciados por el gran Ortega y Spengler y larvaban un
leve agnosticismo a causa de las lecturas del no menos reverenciado Unamuno.
¿Qué esconde ahí
detrás?
Tiene 15 años (tocando
con los dedos los 16: julio adolescente).
Se halla en la casita
de chocolate de los abuelos, Villa
Amparito, en La Cañada, en pleno
verano de las cigarras, cuando la tierra, el agua y los árboles, el aire seco,
huelen de veras: la naturaleza en el estío te da de sopetón en la cara con sus
densos olores.
Ha aparecido en el
patio reverdecido desde la puerta de la cocina bañada de sol, donde su madre en
bañador, ligera de gestos, alta y esbelta, hermosa siempre, acompañada de la
asistenta dispone lo preciso para la comida del mediodía antes de lanzarse al
agua azul de la balsa revestida de trencadís blanco en un extremo.
Ha cogido una silla de
tela de tijera y se ha sentado bajo el frescor de los centenarios y robustos
pinos que se diseminan altivos en este patio de atrás del chalet. Frente a él,
a unos pocos metros, a salvo de la sombra negra que a esa hora ciernen los
grandes árboles, se yerguen dos limoneros rechonchos y generosos que amarillean
al sol limpio de la mañana.
Abre el libro y se
dispone a leer en ese momento tan grato del largo y calmo ocio estival tan
luminoso, eterno, cigarral.
La vida sale al encuentro.
El padre, como una
sombra hamletiana.
Su padre, surgido de
la nada, mira por encima de su hombro.
¿Qué diablos es eso?
Nada.
¿Nada? ¿Cómo que nada?
Un libro… Me lo he
encontrado en un callejón. Iba a tirarlo.
Se lo había prestado
Garrigues, otro agustino de su clase
que también veraneaba con su familia en La Cañada... Garrigues, desinteresado
prestador de libros como el ya citado y otros de estilo y título tan
perniciosos a ojos del patriarca: Jeromín,
Libro de Daniel, Quo Vadis? y Vida de san Javier, misionero.
Su padre se lo
arrebata de un manotazo. Observa el volumen por delante y por detrás. No puede
reprimir un gesto de aprensión, un asco inexplicable.
Sólo es un libro, Gran
Progenitor, no merece la pena tanta protesta.
Sonriendo
maliciosamente (Ya, ya…), el inflexible progenitor empieza a andar hacia la
puerta de la cocina sin soltar el libro: no te molestes, yo lo tiraré a la
basura, anuncia sin volverse.
Y, ahora, con las
manos vacías, ¿qué va a decirle a Garrigues, futuro seminarista, futuro
sacerdote, futuro obispo auxiliar de Bilbao?
Garrigues, mira, un
hombre malvado me ha robado el libro.
Garrigues le mirará
perplejo, se mostrará confundido, se encogerá de hombros incrédulo: ¡pero si
ese libro no tiene ningún valor material!
¡No me agobies,
Garrigues! ¡Ya te digo que era un hombre malvado!
Más tarde rebusca en
el cubo de la basura: allí no estaba el libro… del que nunca más se supo.
Había desaparecido
como por ensalmo.
A la mañana siguiente,
al despertar, descubrió sobre la mesilla de noche El viejo y el mar.
Y una semana más
tarde, descubrió sobre la misma mesilla de noche de su dormitorio La vida ante sí…
Y otra semana… Martin Eden.
Y otra: La vida nueva de Pedrito de Andía, Los pilotos de altura…
Había abierto los
ojos. Me declaro culpable. Padre, confiésame.
Que te confiese el
cura Aguirre.
Tengo miedo de su
lengua de áspid.
Más debieras temer sus
perfumadas manos y el láudano de su aliento.
(Su padre, hombre
malvado y proveedor de libros.)
Otro verano en llamas,
trágico, el de 1990, su padre iconoclasta y blasfemo, en un Auto de fe
lastimoso, se desharía por completo de la biblioteca política de sus hermanos,
si bien es cierto que ante la indiferencia manifiesta de él, ya Boceto, apolítico activo y pasivo hasta
el día de su muerte:
¿Quieres alguno de
estos libracos?
No quiso ni uno solo.
Ni siquiera los Cinco Libros Sagrados del camarada Mao Tse Tung en una edición
en español de Ediciones en Lenguas Extranjeras, de Pekín, que su hermano Carlos
se había provisto en París en 1972, atravesando clandestinamente con ellos la
frontera hasta la Valencia floreciente y feliz.
Y no olvides que el
rojo es el color de la alegría (y del sexo, y de la muerte…).
Mira, enano, le decía
su hermano Carlos a su regreso enarbolando los volúmenes prohibidos:
(la biblia en pasta)
Sobre una Guerra Prolongada
La Nueva Democracia
Unos problemas de estrategia: Las guerras revolucionarias de
China
La Revolución China y el Partido Comunista de China
Coalición gubernamental
¿Estaban locos sus
hermanos?
Si por ellos hubiera
sido, habría leído como un poseso el Libro
de Cantares, Todos los hombres son
hermanos y El sueño de la Cámara Roja.
(Naturalmente, a los
diez años: si la edad es apropiada para un niño chino lo es asimismo para un
niño español.)
También están los
poemas.
¿Los poemas? ¡Por
Dios, el propio Mao dice que son estúpidos! No es posible tomarlos en serio.
Ella y él se turnan en el cielo.
Los hombres talaban los árboles al sol de la mañana.
Pero los árboles eran amigos de la luna,
Al amanecer otra vez se erguían poderosos
junto al río que comenzaba a susurrar
entre las piedras brillantes.
Parecían invencibles
el pundonor, y el arrojo…
(Como esas hojas
verdes, vivas, que brillan al sol nacidas de las ramas de un árbol ya muerto.)
JD. tenía escondido en
un calcetín gris El libro Rojo (y la maría en un envase azul claro –vacío- de
champú). En fin, los tiempos.
¿Las causas?
Tolle, lege… (El 18 Brumario de Luis Bonaparte):
Ni dinero, ni
opresión, son… los tiempos nuevos. El pasado está muerto, alejémonos de su
hedor.
Boceto, hastiado de la monotonía, hojeaba los
libros como el que husmea el bote de café:
Mi hermano (¡y no te
digo el otro!) estaba loco, susurra para sí.
¿Cómo se solucionan
las cosas?
Deja pasar la noche:
magia de los
pasteleros.
¿Todavía
se hacen películas en blanco y negro?
Y
hasta mudas, amigo.
Vivimos en tiempos de
penuria y como dijo el cronista, el gordo se ha vuelto delgado y el delgado se
ha muerto.
¿Y qué clase de mujer ansiaba el posterior
ahorcado, el prochino a esas tristes edades?
Una mujer como
aquellas aguerridas amazonas chinas (campesinas de a pie) que en la batalla de
Hsingkuo lucharon con sables y espadas cortando cabezas y miembros de los
enemigos y contribuyeron a la derrota y aniquilamiento de una flamante división
del Kuomintang.
(Aunque finalmente
Carlos Brell, Fiodorov, emparejó con
la alcohólica, enérgica pero pacífica matemática Virginia.)
¿Cómo no ser maoísta?,
se preguntaba Fiodorov.
¡Los rusos han
cometido 26 errores ideológicos!
¿Quién lo dice?
¡El dazibao!
La Biblia en pasta del
pueblo letrado.
El Oráculo ha hablado:
¡Desde 1959, precisaba
el prochino, el peor enemigo de un comunista es el comunista ruso!
¡Trataron de sojuzgar
a la China campesina y revolucionaria!
Nos llevaremos las
fábricas, las factorías, los complejos industriales, volveréis a la azada y el
terrón…, amenazaron los técnicos soviéticos, como si pudieran llevarse todo el
tinglado de chatarra metido en los bolsillos…
¡Malditos
revisionistas!
(Se fueron los
ingenieros, dejaron las naves a medio hacer, se llevaron los planos y apagaron
la luz. Durante años, todo quedó a oscuras.)
Se empieza metiendo la
manaza censora en el cine, el arte y la literatura y se acaba enviando a
manadas de estudiantes con un librito de tapas de plástico rojo en una mano y
un palo (nada de fusiles) en la otra a incendiar por los cuatro costados un
país.
Jueces de quince años,
inflamados de fervor revolucionario, sentencian a catedráticos y maestros
corrompidos por Occidente, a sus padres culpables…
Jueces que acabarían
arreando boñiga en granjas colectivas.
Esta es tu tierra,
siéntela de verdad, dijo el Gran Patriarca.
Bocetito, por entonces, hacía de las suyas
hurtándose a la vigilancia de los guardias rojos de sus hermanos.
Ah, el gran Mao… el
que despliega la bandera que teñirá de escarlata el mundo, ¡el héroe que aleja
al tigre y al leopardo y no teme a los osos!
Señor Mao, ¿es usted
un escritor de éxito?
De supremo éxito, no
hay bosques suficientes para tanto papel donde imprimir mi inmenso talento. De
mi último librillo, Los 3 viejos y buenos
ensayos, se han publicado 70 millones de ejemplares.
En fin, 10.000 años no
son demasiados: ¡Viva la Comuna!
Y Las Diez Libertades:
Nacimiento libre
Trabajo libre
Comida libre
Choza libre
Padres libres
Educación libre
Asistencia médica
libre
Calefacción libre
Diversiones libres
Sastrería libre
Peluquería libre
Casamiento libre
Funeral libre
(¿Son trece?) (Una
erratilla, pues.)
También nosotros (tronó la voz) tenemos una
Gran Marcha (espiritual) por delante en el oneroso mapa de esta sanguinaria
(una de las células había caído el lunes pasado a la hora de la merienda)
dictadura. Ahora bien, compañeros, ¿quiénes de nosotros son Lin Piao, Chu Teh y
Mao Tse Tung para dirigirla hasta la victoria final?
Uno:
Es un hecho histórico
que la Gran Marcha se puso en camino sin saber exactamente hacia donde…
Alguien le replicó:
Lo que importa es la
acción.
Andar hacia delante ya
es revolucionario.
Otro:
Lo más importante para
Mao durante la Gran Marcha era su mochila repleta de libros y hierbas
medicinales que él mismo recogía de las laderas de los montes…
Algunos de aquellos
libros hojeó Boceto, aún con la
profundísima herida sin cerrar, presente el salto al vacío colgado de la cuerda
de aquel imposible redentor.
De todas las páginas
de aquel libro sólo le sorprendió una
línea perdida entre inútiles párrafos llenos de consignas y descripciones
cuarteleras: … y vio colores que no
conocía.
Hasta sostuvo en sus
manos inocentes, manchadas de alcohol, el tocho inexpugnable de la conversa
Antonietta Macciocchi.
¿Eres destructivo?
Di, más bien, (dilo si
es tu gusto, claro) que soy deconstructivo.
¿Has visto La Chinoise?
¿Tenías veinte años y
no tenías corazón?
¿Quién gobierna el Universo?
Recuerdo a cien amigos que vinieron aquí
Durante los años venturosos, repletos,
Todos ellos jóvenes y rectos,
Brillando con su esplendor…
El Gran Salto
Adelante… era al cielo donde hoy apuntan los pináculos y los helipuertos de los
miles de rascacielos que se elevan desde las antaño tierras chinas campesinas y
oscuras teñidas hogaño por el lujoso festival de las luces de neón.
Tien an Men:
Ve, para ti está
abierta la Puerta de la Paz Celeste.
Tres días después de
que descolgaran a su hermano Carlos de la cuerda, le practicaran la autopsia y
lo redujeran a cenizas su padre se propuso de nuevo escuchar, en escrupuloso orden numérico, las 107
sinfonías de Haydn.
¿Has visto La Chinoise?
¿Qué seríamos sin la
revolución?
¿Qué seríamos sin los
ideales?
Sólo estudiantes
burgueses con la cara llena de granos.
¿Qué seríamos sin el
marxismo-leninismo?
¿Has visto a Anne
Wiazemsky enarbolando El libro rojo?
La filósofa cambió el libro por la metralleta (sé dos o tres cosas acerca de
ella…).
Por supuesto. Está
usted hablando, señor mío, con un joven español de extrema izquierda, facción
mao-althuseriana.
(Profesamos en las
catacumbas: 1968, 1969, 1970, 1971, 1972…)
(Enjaezado de barba,
vestimenta y ademán de progresía, salió a la calle con paso firme y fiera la
mirada.)
Padre, ¿qué armonioso
movimiento te deleita en estos instantes?
El segundo de la 32.
Y otra tarde abrió la
puerta de la casa, traspasó el umbral y la cerró con suavidad a sus espaldas.
Despacio, sumido en penumbras, sin encender luz alguna, atravesó el recibidor y
encaró el largo y curvo pasillo hasta su habitación: aun entre paredes, el
adagio de la 102 parecía adentrarse moroso en la incipiente oscuridad de la
noche de afuera, querer escapar de esa casa de unciones.
Su padre y él de
principio a fin.
¿Qué nos cuenta el dazibao en esta gloriosa mañana de
espléndido sol naciente?, preguntaba su padre a la hora del desayuno familiar,
haciendo caso omiso de los bufidos del prochino y de la indiferencia estudiada
del otro que hundía las narices en un libro de grosor considerable.
El hombre mira la
puerta cerrada abandonado por la mujer; egoísta, ni siquiera piensa en los tres
hijos, también abandonados como él mismo, con más grande dolor.
¿Que no tenemos
corazón toda la vida?
El adolescente no sabe
dónde mirar: 16 años, la mamá volandera, y a partir de ese día siempre con el
temor de que papá ocultara una Browning en un cajón del escritorio y la
utilizara contra sí mismo en un momento de desesperación:
Papá ¿tú nunca me
abandonarás, verdad?
Su padre le disparó la
bala de plata a bocajarro, en plena cara:
¿Acaso soy la puta de
tu madre?
Delicatessen… en estos tiempos de
los siniestros setenta, recién agusanándose el dictador mientras los tiros en
la nuca y el coche bomba se adueñan de los solares patrios.
¿Sabe usted inglés?
My taylor is rich, My father’s
car is red:
El ilustre catedrático
de Historia del Arte, profesor que lo es de la cinco veces secular Universidad
Literaria de la ciudad de Valencia, reúne en su discoteca particular alrededor
de unos siete mil vinilos (se resistió como gato panza arriba a sustituirlos
por los prosaicos CDs a partir del 87) de música renacentista, clásica,
barroca, romántica y contemporánea (hasta Mahler y Shömberg, de ahí ya no pasó)
y en cierta ocasión que vieron los siglos dudaba durante largas horas entre las
versiones de la integral sinfónica de Haydn grabada por Antal Doràti o por la
dirigida por el inteligente Adam Fischer: Aprecio diferencias esenciales de
ejecución, una sutil interpretación del tempo
a favor del primero, en especial en las sinfonías 14, 26, 29, 33, 43, 45, 54,
78, 89, 101… Sin embargo, la sabiduría tonal del segundo en las 6, 21,64…
¿Huir?, vamos Boceto, se dijo sin poder reprimir una
sonrisa de suficiencia, seamos serios y olvidemos la isla del tesoro.
En efecto, nunca ha
sentido sobre sus espaldas el peso muerto del pasado que, en el fondo, en el
fondo de él, es una carga ligera, indeseable a veces, hasta irritante, pero
fácil de ahuyentar de la mente en segundos. Él puede seguir adelante sin
necesidad de echar la vista atrás vigilando las dentelladas de los lobos del
pasado. No existen motivos para la escapada.
Boceto tendido de espaldas ronca en la cama.
El rey en su tesoro,
que era polvo, era nada.
Escribir… ¡escribir
este mastuerzo!
¿Escribes?
El tipo ha escrito una
novela. Naturalmente, quiere que la editen, la impriman y… la publiquen. ¿Y qué
es lo que primero se saca del magín ante las primeras siete negativas
editoriales? Sus inocentes y desprevenidos leales de la panda… Concibe un
indigno y cobarde crowdfunding: 25
amigos y 300 pavos del ala: directo a la lista de los más vendidos (ja).
¿Escribes?
¿Cómo debes hacerlo?
¿Qué puedes esperar?
¿Por qué hay que
esperar algo?
Lee el cuaderno de
Pursewarden, aunque sin devoción, y lo sabrás, hermano Asno.
Con razón (te conoces
demasiado bien, perillán) había huido del hábito blanco de dominico y de las 50
tazas de café, del látigo de Capote, de los 40 celtas cortos fumados en 9 horas
para producir 15 líneas de García Márquez… ¡Bah! Seis horas de clase semanal,
otras dos en la cafetería de la misma facultad… y a rodar.
Aprendió que debía
fiarse sobre todo más de su experiencia que de sus sentimientos, ese fardo
cenagoso de arenas movedizas capaz de engullirte de los pies a la cabeza.
Podría haberse
retirado a lo rural (quédate atrás, mundo),
ensoñador y libre (¿de qué?): aspira el humo de la pipa de cerezo, atiza los
leños junto al fuego… ¿Qué tiempo hará mañana?, se pregunta pensando en sus
coles, en sus nabos, en el insignificante rábano de hojillas temblorosas.
¿No habíamos quedado en que el pasado era una joroba terrible pegada a la espalda?
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