lunes, 18 de abril de 2011

Una academia (48)

(Ya sabía mucho de ella, de esa Silvia Jara desconocida y conversa. Acabando así.)
[Sin embargo, por entonces aún ocultaba su perdición. Enviaba cartas ambiguas a T.B., a mí, tal vez a otros. Eran un conjunto dispar de mensajes y avisos llenos de falsos indicios: volvería pronto de su retiro, que ya era el que sería, que la grandeza no es nunca fortuita, sino que es deseada, que ya todo está, etcétera. Una crónica de mentiras aseadas por la distancia. Era innecesario ese pulcro disimulo. Total, acabó lejos, muy lejos, y probablemente bueno.]
¿Hasta dónde podía llegar la fantasía? Pensó poner punto final a lo que había empezado de manera tan inconsciente, pese a que ni él mismo conocía el lugar donde el círculo unía su trazo y tornaba al sitio de partida.
Seguía siendo un testigo perplejo, incauto y marrullero frente a las chocantes evidencias de un arte que se burlaba de la facilidad de su copia.
Pero él insistía en el fraude.
Un día le dijo a ella que había drama en el árbol:
“Píntalo de ese modo.” (¿Era posible éso...?)
Le causaba una perversa satisfacción el ver que ella, sin saber nada de Vincent van Gogh, se estaba convirtiendo en Vincent van Gogh.
Aprendía frente el paisaje verdadero a poseer lo esencial que capta la mirada, con humildad miraba crecer las cosas de la tierra y observaba los mudables colores del cielo. Le hizo ver que estaba sola en la naturaleza y que su cuadro era el primer cuadro, lo más intrínseco, y no podía imitar a nadie, ni tapar con el hurto ingenioso un discurso ajeno. Lo medía todo con más sabiduría y destreza, como si una antigua pasión la alcanzase a ella después de cien años y sembrase de salvaje inspiración su alma pequeña, agrandando hasta lo indecible una afición ocasional que ahora concluía en boyantes seguridades. Una fuerza y una plenitud extrañas, un azar burlón, ordenaba mejor la pintura de esa zagala sin tino ni escuela, simple, honrada y aburrida discípula de un confuso embrollador.
No guarda él ningún reparo. Ninguna osadía contiene. Traspasa los límites de la corrección (¡que no sirve para nada!), sabe que no hay nada que temer en el arte... Avanza en su trabajo, prospera mejor con el soberbio desprecio a la norma, a cualquier norma... Se figura una naturaleza mucho más entretenida: el cuadro. [Descubre luces... ¿Ha descubierto que la noche es más clara que el día? También... ¿ella? Ahí tienes una vista nocturna sin negro, sólo azul, violeta, verd... Azul y reluciente, como una noche americana...] Examina cuidadosamente tu alma. No incurras en una representación anodina y prescindible de lo que ya está en el mundo con la luz justa y una forma inobjetable. Líbrate de los subterfugios de la técnica. Que no te interese ser hábil. (Ahora, el sol y el color eran cada vez más intrusos en el diálogo que libraba consigo misma.)
¿Qué vería tan absorta...? Los cuadros más verdaderos se ejecutan con rapidez o parsimonia, es igual: mandan ellos. Aprende, ve primero: hay una atractiva historia en esa reunión de rocas de pizarra o de color rojo, en el camino sinuoso y verde y en el girasol amarillo, aprende lilas que desafían la prudencia... Aprende de cosas muy pequeñas y de verdades vegetales. Su relación con los colores es de un ejemplar entendimiento. Ella y la tierra son una isla silenciosa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario