viernes, 29 de abril de 2011

Una academia (50)

Prendida de él. Ha quedado abierta la ventana a una luz y a los sonidos nuevos de la tierra... Bien, pero sin engañarse ella tampoco en lo que realmente desea (paz, un lugar, un hombre, una casa, hijos y cosas), algo rebelde, ciega de orgullo, es impenitente en eso de bregar contra lo que la agrede, y hasta puede que las soluciones y los hallazgos sorprendentes en el cuadro deriven del otro entretenimiento menos crucial y más dichoso, una especie de coquetería dirigida a su extraño mentor. Despreocupada lo estaba del todo. Podía librarse de un arte pudoroso y contenido por puro placer, de los males de lo ramplón, ser valiente e incluso insensata, pero nada de eso colmaba su ansiedad. En definitiva, el juego con el otro era lo que ya presidía del todo la realidad, lejos del ensimismamiento. Sus domésticas intenciones provocaban paradójicamente la ejecución original y espontánea en el lienzo. Era ajena a la proclama incendiaria del bohemio y a la servidumbre paralizante del aficionado. No la acuciaba ningún afán expresivo, podía mentir todo lo despacio o todo lo aprisa que aquél desease. Ningún legado ni respeto canónico le agobiaban. Pintaba, y basta. Limpia de enseñanzas, limpia de ambiciones...
En puridad, prolongaba la obra de un genio del que desconocía todo, y se revelaba como aquél sin mayores miramientos ni ataduras medrosas. Cambiaba el rumbo de su auténtica afición por una leyenda de la que apenas tenía conocimiento.
Ahora... (no sabía que cosa era la posteridad y sus zarandajas, que le importaba mucho ese venido de lejos, ese otro ser de algún sitio, el hoy y el mañana que podían alcanzar los dos, los frutos de ellos y el trabajo... Cada día es un caballo).
No tuvo ella una existencia dramática, ni iba a tenerla. ¡A qué complicarse la vida! Pensaría: Este quiere que pinte, y se llena la boca con exigencias. Bueno, en otras cosas debería pensar. Pero es adecuado que hagamos ahora esto. Ya veremos el final de él y el mío y en qué acaba todo.
Un pensamiento correcto y claro. Sencilleces de la gente de la sierra dominada por la luz y el aire limpios, entregada a las faenas concretas: sin tautologías, sin la sombra de la complicación innecesaria. Al pan, pan; al vino, vino.
B. [Se estaba borrando B. desde hacía tiempo.], aun siendo consciente de las brusquedades que animaban el interior de claroscuros de Silvia Jara (no iba a ser ella tan pura por dentro), confiaba todavía, como inocente apóstol que era, en la sabiduría latente en un corazón sencillo. La malicia, o una intención perversa, se va labrando con los años. Eso, como cualquier otra experiencia, cuesta. O fuese tal vez que él no podía aventurarse ya en nada más de mejor o regular provecho, y se refugiaba en una testaruda función de promover raros aprendizajes, la pretendía a ella de otra manera que no era. Como fuere, ella ya no era la que había sido, y eso ya era pecado de él.

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