miércoles, 25 de mayo de 2011

Una academia (55)

“Señorita, ¿conoce usted a Vincent van Gogh...?”
“No, en absoluto. Jamás he oído una palabra acerca de él...”
“Es raro...”
[Forma parte de la cultura universal más básica... ¡incluso de la televisiva!]
Las cartas estaban marcadas, sin embargo...
“Una vez, he visto la gran emoción que le invadía mientras pintaba...”, se dice. “Y los colores eran los exactos, no idénticos, no; tampoco podría decirse que análogos... Genuinos sí eran, refrendan una honestidad...”
“Otra vez observamos el cielo. Le dije, mira: el cielo es una vasta gama de grises, de algunos grises azules también, y un alargado borrón oscuro por el lado del Sur...”
Un día tomó como modelo un jarrón de flores secas.
Una cerámica patinada por el clima de todas las estaciones, un barro tan duro como el tiempo. Brell pensó que sería bello adornar la vasija con flores vivas, o ramas de árbol, o tallos, antes de pintarla.
Ella eligió rosas blancas para ataviar el modelo.
El se las llevó.
Ahora la naturaleza se alza frente el espejismo. Las manos encenagadas de Silvia Jara modelan una materia fluida y espesa, invoca a la tierra y desecha el artilugio de la ilusión en el plano: la pasta de color es tan rica que se diría que ha crecido hacia arriba, que recrea el surco del campo, la piedra y la planta, que se ha hecho de verdad.
Unos días después, B. descubrió el cuadro dentro de los corrales.
La masa de rosas desbordaba el recipiente. Eran flores muertas, pero ella no las conservó en la pintura lánguidas y como postradas en un ángulo romántico. Las flores se exponían vivas, frescas, más rosas que en el rosal bajo la lluvia y el aire cálido de la primavera.
La pintura revelaba a la artista, la exponía de tal forma a la luz que lo que representaba la imagen sólo era una simple licencia que burlaba chocantemente su propio significado.
Aunque Silvia Jara ya sentía una rara zozobra al pintar. Ya no quería hacerlo. Incluso la asustaba. Llevaba aposta la mirada a lo más convulso del paisaje, al desgaire de la línea, a la roca informe, cerraba horizontes y hacía de los cielos una metáfora sensorial. Ya no quería pintar. Con la maniobra y artería de sus consejos el otro había invalidado una distracción. Lo que sobrevenía ahora era una peripecia que terminaba conmoviendo un estado tranquilo y... elemental. Ahora quería dar un paso atrás: volver adonde estaba lo concreto, emocionarse por las cosas de siempre.
(Tiene la vida por delante, y la desea sin raras complicaciones, sin pintura, se dice B. ¿No basta con el plácido desfile de los días, vivir las horas con llaneza, el hambre saciada, el sexo tan despierto, el cuerpo protegido del frío y el calor, la sed colmada, la soledad a veces querida y a veces no, la tierra tan enorme...?)
¿Ella...? Le quería a él: éso eran los días y las noches, el sol del mediodía, el tiempo coronándose de felicidades, esperanzas y pequeñas calamidades hasta la muerte que era una cosa lejana, silenciosa y hasta inofensiva, completamente fascinante cuando todo a tu alrededor parece una sucia misión. Con él los días cambiaban la faz del mundo y las cosas, la mañana y la tarde tornaban radiantes los colores que sembraban la tierra. El aire era de metal, refrescaba o hacía arder la sangre. Todo se repetía y todo era otra cosa. Era una novedad el sol, el cristal del amanecer, la sombra del ocaso, la noche como un mar de misterio.
El invierno apagaba la tierra y ensombrecía el cielo antes de hora, lo cubría todo de un negro y helado silencio. Sí, el verano la rescataría pero... ¿cómo evitar la desdicha mientras tanto? Ella estaba sola en el monte y sola entre todo: éste brota de un sueño imaginado sin dormir y me hace a mí personaje de su ficción, y ahora quiere librarse (no pensó ella esto). El miedo sobrecogedor que él sentía le hacía hablar en voz alta entre paredes cerradas y libros sin abrir. Se inventaba él: “Ella es de verdad, de verdad...”
Su última carta parecía escrita por un enajenado.
T.B. omitió cualquier comentario ante la confidencia final de B. En realidad, antes de olvidarlo, o perderlo, ambos pensamos que estaba loco. Tan inesperado como fácil es llegar a eso.

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