domingo, 6 de mayo de 2012

HESSE 59


Mayo, 1972.
En el MOMA.
No pierdas la calma.
Ella no la perdió. ¡Dos años ya de su muerte!
Y entonces, frente el cuadro español, ya lo sabía todo: una inmensa alegoría.
Quizás la artista del Bowery pensaría: “Aún hay tiempo para todo.”
2012: Lo hubo. Entre todas las telarañas del arte bobo de las tres últimas décadas, tu obra se alza tan intrigante como aquel primer día de la Fischbach.
Es una mañana radiante de luz, todavía fresca.
Un rato en la cola frente al portón posterior del jardín del museo.
Traspasadas las puertas, guardo las entradas que en el futuro atestiguarán este museo, este día, esta luz.
Ante el Guernica. Compendio de un claroscuro español que en Nueva York es algo muy parecido a la nada, como todo lo cinematográfico y lo literario.
Gracias a las ocho fotografías del reportaje de Dora Maar sabemos de su proceso. En un principio, el moribundo que yace a la izquierda del cuadro con un brazo extendido, agonizaba cabeza abajo. En el último momento, Picasso le dio la vuelta: gritaba su muerte al mundo.

Imago Dei: su número exacto vertido sobre el suelo en forma de materia. Indescifrable. Inobjetable.

¿Y el loco, el verdadero loco? El yo muerto en el cuerpo todavía en su andadura biológica: alimentado, defecado, envejeciendo...
Un sin yo (la monstruosidad de un cuerpo sin control ni vergüenzas).
En un cementerio de yoes. Cada uno en su respectiva (y atómica) burbuja de aire.
En El Día de la Resurrección: un vendaval se cuela por las rendijas de puertas y ventanas…
“Y aullaba…”

Crear, había escrito en algún sitio.
Y ahora sin miramientos, sin torpezas realistas. Puesto que me ronda la muerte, todo lo tengo por ganar. Todo es posible ahora como nunca lo fue.
El miedo es una sensación absurda. ¿A qué? En realidad, no es sino la espera de lo inevitable, pero que puede suceder o no. Y tanto una cosa como otra, son inevitables.

Salgo del cine y ella interpela al cabo de unos pasos, olvidando la película fallida de Losey:
-¿Qué sabes de gramática?
-La suficiente para componer una sinfonía.
-Yo puedo estructurar una “película” valiéndome de unos cuantos trastos: sé cómo contar historias aunque… sólo para mí.
-No me interesa la relación causa-efecto. Yo también sabría acompasar distintas partes de un todo sin que la melodía, si es que tiene que haber melodía, sufriera el menor quebranto. Puedo vivir sin normas, al menos aquellas más imprescindibles por arbitrarias, inofensivas y estúpidas, por tanto puedo crear sin normas.
-¿Eso es la gramática?
-Querida, yo soy un filósofo, puesto que no he podido ser un poeta cuando menos regular, y, al igual que tú como artista, puedo despreciar tranquilamente no sólo el lenguaje sino su gramática, su ordenamiento censor que contempla como prioritario la lingüística antes que la creación.

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