martes, 7 de agosto de 2012

HESSE 68 (Dietario del blog oculto, IV)


Entonces la palabra sustituye con holgura a lo plástico: una tarde de abril, una de esas en las que en el cielo se aposentan grandes nubes oscuras con bordes resplandecientes.

Es una suerte de primitivismo: volver a los signos, al gesto, a las cosas (señalar con el dedo las cosas).

Si la poesía tiene que ser compleja, entonces al arte le basta sus apariencias: eliminaremos el sentido.

D.P.: si se diagnostica a sí misma está perdida.

Entraban en la galería, miraban en torno a sí. Miraban como si estuvieran en Rockland. Huían espantados. Y un día, uno de los locos, uno de los poetas del aullido o uno de los pintores suicidas, apareció de cuerpo entero en una de las revistas satinadas de los sábados, y entonces se volvieron complacientes, y entonces.
Y entonces.

Creer en la “historia del arte”, e incluso su verdadera evolución, como una historia de las emociones, el recuento paulatino y milenario de un mirar humano hacia adentro de sí que luego, examinado el conjunto de perplejidades y misterios que nace de esa reflexión, lo expresa en forma de plástica hacia afuera.

¿Qué es la obra? Un campo exploratorio. Una reflexión sobre ella mientras se elabora y se abren nuevos interrogantes. Huir de la naturaleza y su representación en el arte es una forma más de filosofar.
¿Entonces?
En efecto, ya en el callejón sin salida una puede tranquilamente llegar hasta el paroxismo, hasta el mismo abuso indiscriminado de todo lenguaje. La jerigonza plástica, el pensamiento libre de ordenanzas, metateórico, naufraga en la incomunicación pero, a la vez, genera el monstruo visual
Un animal con vida propia, una verdad incontestable.

Un arte de interiores. Sucio y realista pero sin los componentes típicos de su inventario acorde, sólo sustituirlos por otros irreconocibles, como si el cambio de guardia fuese promovido ahora por espectros informes salidos de la ocurrencia estrafalaria. Así: los interiores espesos de los apartamentos y casas de vecindad, de una tristeza apabullante bajo la luz eléctrica, con unos pocos muebles baratos y muchos bibelots sin ningún valor, con sus habitantes  presos en las cuatro paredes con todo el peso del tiempo inútil encima de ellos, inmigrantes que se aferran a la jerga que traían consigo al llegar al “nuevo mundo” para sentirse seres humanos, trabajadores en paro o de oficios miserables y prescindibles, mujeres deformadas por la lucha doméstica, el asco y la inseguridad, ancianos derrotados que nunca supieron del paraíso prometido, niños famélicos o ya embrutecidos y viciados por las calles nocturnas…
Tales materiales no exigen las herramientas habituales de una autopsia corriente. Buscar, entonces, la alusión más extraña, hasta paradójica, lo más opuesto a la fisicidad, la carnalidad.

¿Puede percibirse un artista? Anda, come y quiere como los demás. Muere como los demás… Pero no vive como los demás el tiempo, y ningún otro ser humano se le parece cuando está solo prestándose en calma o como un poseso a las ocurrencias de un demiurgo.

El bebe un combinado de whisky. Ella no toma nada. Es una estatua. No está. Mira a través de ella cristalina y penetrable el trasiego enigmático de la calle bajo la llovizna. “Deberíamos dialogar un poco más”, se dice.

Todo artista moderno consecuente debería ingresar en la plantilla del instituto SETI: más allá de lo conocido en la Tierra...

Diario: nunca las incidencias del día. Sólo las avanzadillas de una técnica, bocetos de las maquinaciones.

Algo por dentro (quizás todo) se desploma en silencio. Larvada la catástrofe celular, una parte de mí enmudece mientras la intimidad abandona el sigilo, se muestra, y se humilla…

El diagrama de un ir y venir, las emociones, los sustos.

Judía. Pero sin raíces.
Judía libre de toda obscena iconografía.
Obra: sin referentes. Al menos no reconocibles. Podría ser la de una judía.
Esa es la clave.
No (sin condiciones).
Sí (condicionalmente).

Le sorprendería saber que la mayor influencia en mi obra, al margen de la cuota estipulada de antemano para no parecer una marciana, procede de Darwin.
¿Cómo es eso?
… Ese sentido darwiniano que aumenta su extrañeza al pensar que nada ha sido creado en función de la belleza o el deleite.
El resultado de algo bello en la naturaleza bien pudiera haber sido simplemente una casualidad, y nada prueba una selección natural en ello. Antes de la aparición del ser humano ya existían animales de aspecto fascinante y construcciones “bellas” que no fueron creados “para la contemplación, el goce o el éxtasis de un espectador inteligente y racional”.
¿La belleza en la naturaleza…? Cuestión de simetría, de una obligada evolución.

Sontag: “Nunca vi a los hippies.”
También yo estaba ocupada en mis cosas.
Es inquietante descubrir cómo se invisibiliza en torno a ti todo aquello “que no ha de servirte”. Pero la misma S. afirma que ése precisamente es el camino para un intelectual o un artista con una visión propia “de las cosas y los sucesos”. Una cuestión de perspectiva.

El tumor es verde.

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