sábado, 16 de febrero de 2013

HESSE 101


En este día de azul intenso un viento frío con olor a agua salada, como proveniente de un mundo viejo (intuido, infranqueable, invisible) se abate sobre los desfiladeros de piedra, de acero, de luz.
Estás muerta. ¿Sabes lo que eso significa para nosotros?
-Lo desconocido…
Eva Hesse murió ayer.
He quedado mañana con Eva Hesse en la esquina de Crosby Street con Spring… Tomaremos café en O’casey (tal vez vayamos más tarde al Whitney). Me gusta este local. Es una cafetería acogedora y tranquila. Huele a café, a vainilla, a madera limpia. La gente lee, o simplemente con la taza caliente en la mano se distrae mirando a través del ventanal la pacífica vida callejera de afuera. Sí, me gusta estar aquí. Incluso sin un periódico o un libro entre las manos que leer, solitario, fumando cigarrillos sin filtro pausadamente, sin esperar nada. Las camareras son divertidas y maleducadas; sobre todo, imprevisibles.
“¿Quieres más café, encanto? ¿O ya estás deseando levantar el culo de la silla?”
“Llevas toda la tarde atado a esa mesa con el puto libro debajo de las narices y dos tazas de café, ¿me estás esperando a mí, cariño?”
“¿Sólo un café? ¿No tenemos hambre… o no tenemos dinero, chaval?”
“Intentas seducirme, chico? Las sábanas de mi cama cambiarían de color sólo con verte entrar por la puerta.”
“Por más que te miro no descubro tu nombre… ¿Acaso eres un don nadie?”
“Acabo a la nueve, chico solitario, y tú tienes todas las papeletas para invitarme a cenar una “césar” y llevarme a Broadway esta noche.”
Ciudad inventada para el triunfo o la nada, y ambas cosas nos abocan a una realidad inasumible que deja todos los problemas sin solución y las respuestas las pone en almoneda. Mejor ser artista, cerrar los ojos al exterior, aunque mantenerse bien despierto. Justificarse en la extravagancia. Eso excluye las demasiadas componendas que una vida social y urbana exigen no muy graciosamente.
-Qué lacónico, el tío.
-Es que… es artista.
-Ah.
Mirar desde adentro: un embaucador y sus disfraces: no moriré nunca si consigo convencerles de mi condición. Cerrada la boca, habla mi espíritu: lo que veis es el mondongo en lo más hondo de mí mismo.
Capital de la evanescencia.
Lo permanente de ella es ajeno a sus propios habitantes, meros usufructuarios de sus pasadizos y laberintos. Aun viviendo, no hay nadie que no sea un desposeído a cada instante de la ciudad que habita. Su permanencia te precede y te sobrevive, te deja en los huesos, tus cenizas enriquecen su humus de cemento y asfalto.
Tu nombre ya ha sido borrado.
Huye, pues, tú que aún estás a tiempo, hacia dentro de ti mismo...
Ciudad de los anónimos. 
Huir de su atracción de espejuelos y sus desmesuradas verbenas.
Huir de sus esplendores que jamás se dejan atrapar en las manos desnudas.
Huir como alma que lleva el diablo por el West Side Highway a mil millas por hora (o más) seguido por la cacharrería estridente de media docena de coches de la policía de NY y la cámara de un reportero de televisión subido de paquete en una motocicleta… A ti te persiguen, a ti que llevas incrustada en la frente la enseña principal de tu delito (de tu esencia): Contemporary Artist.

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