viernes, 8 de febrero de 2013

HESSE 100

La penumbra olorosa de los hierros jamás se ha desprendido de su nariz. Años más tarde, aún lleva en la mirada la lóbrega vaciedad metálica de la nave abandonada a su suerte, al aire y a la lluvia, a los destrozos de un tiempo implacable, cuando Beuys en la ciudad de Dusseldorf, en 1965, paseaba la liebre dorada.
Beuys:
Maneras de hacer cuadros. Ser él mismo un cuadro, un proceso de laboriosa mansedumbre. Ser reflejo de una angustia o una flagrante imposibilidad. Con pasos de fieltro y hierro pasea la liebre muerta entre los brazos, la obra como un  cadáver: la cuna de sus manos mece la extravagancia, el proteico discurso. Como un chamán que fabricara espejos (aguas, oros, arena, la materia del tiempo) donde reflejar lo invisible y destapar lo innombrable. El gesto es suficiente: convoca la realidad y la ilusión, su mismo rostro de tierra ya es un arte. Y su mueca de payaso, de oro y miel.
La enferma de hoy se protege del presente pensando en el futuro (lo que está haciendo) y en la edad de hierro del pasado.
La mañana de invierno había amanecido gris y fría, de un frío alemán. Pero no llueve, lo que todavía hace más inhóspito el lugar donde ha de producirse la magnífica epifanía, cerca ya de las horas más oscuras de la tarde: hora de partir.
Entre la herrumbre, indiferente la artista como una estatua al aire gélido que atraviesa las roturas de las ventanas y tropieza inclemente en ella y parece petrificarla aún más, un pensamiento ha detenido sus pasos, una lanzada de inspiración que la inmoviliza con la vista fija en la nada, con los ojos escarbando en el cerebro.
“Yo pintaba”, declarará años después con no poca vergüenza. “Es decir, me equivocaba.”
Y entonces, sucedió. Se inoculó en su mente no la idea, el estilo; no la imagen, sino su calavera, una radiografía mineral que desdeñara las tópicas envolturas.
Se vio en el escenario apropiado, y descubrió los materiales que habían de certificar en lo sucesivo una incursión que mucho tenía de audacia, locura y conquista.
Una tierra prometida:
abrió el cadáver, se arremangó y metió las manos adentro, a lo más hondo, donde yacen las vísceras  y la hediondez, la chatarra perecedera: esta visionaria impulsiva, esta Blake sin colorines y con biblia profana, se impregnaba de los repugnantes jugos y fluidos hasta los codos. Su misticismo se revuelve en las tierras y las aguas más negras.
Una es artista porque no se anda con remilgos. La contención y los melindres en el ejercicio del arte conduce tan sólo a una triste aventura: la de la mediocridad.
Ah vision from afar! Ah rebel form that rent the ancient Heavens!
La promisión no quedaría en vano.
I see thee in thick clouds and darkness on America’s shore
Si no tiene a mano un pincel se vale de un cable eléctrico.
Le acucia la necesidad de utilizar instrumentos inusuales…
Mediante un pedazo de alambre el espacio cuenta cosas (aun las más terribles o las menos decorosas).
No es, reconoce, pero cuenta.
El trozo de metal se significa a sí mismo, la vieja madera quemada recrea texturas que lejos quedarían de la imaginación más minuciosa.
La artista de la nueva poética hace del polvo una sintaxis donde revelar las intuiciones y sus lenguajes inéditos capaces de alejarnos de los tiempos miserables.
La utilización de lo precario atestigua lo invisible, lo que no se puede mostrar  tal cual es, lo que no se puede ni se debe decir con palabras.
A veces ni se pinta ni se esculpe: se actúa.

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