miércoles, 10 de abril de 2013

HESSE 107


Las imaginaciones:
Y saca del baúl los infinitos disfraces de la forma.
Mamá: el vestido de gasa de color rosa palo… La cubre por entera desde el cuello hasta los pies, se ciñe a la fina cintura. Es una mujer bella, única, pero… los ojos tristes, las manos indefensas… el vuelo.
¿Qué son las hadas?
Su materia que acaricio…
¿Cómo vestía mamá?
Una jovencita coqueta de los años veinte, una mujer de treinta años…:

Allá va mamá, a lo garçonne, con un vestido deportivo de corte recto y el talle en la cadera, tocada con un bonete, bailando el charlestón al son del vertiginoso Bix Beiderbecke, la mamá que se diseñaba ella misma los robes de style, los estampados, los sombreros de paja que remataba con una flor de seda, la mamá que calza zapatos bicolores o con hebillas decorativas, pero la mamá de los años treinta ya se pintaba los labios a conciencia, sonreía su boca “Joan Crawford” a la menor ocasión, lucía escarpines y se ondulaba el pelo… hasta que un buen día adoptó el tocado de la Garbo y no desdeñaba las chaquetas de corte masculino y los trajes pantalón, ¿se atrevería a llevar un sarong al estilo de Dorothy Lamour?, no en los cuarenta de la tristeza, la angustia y la austeridad, cuando los desafíos se diluyeron en la mera supervivencia, en vestidos negros, ropa basta, el sobrio jersey, en los zapatos resistentes y los abrigos trinchera, un prêt-à-porter doméstico, sin ínfulas, en unas prendas de vestir que abrigaban del frío o protegían del sol, en una moda de lo uniforme e invisible, cómoda y protectora, en la desnudez más indefensa del espíritu.

 1959.
La chaqueta de cuello mao: imprimía a  su rostro un hieratismo inusual, una cierta gravedad contradictoria a su espíritu alegre de esa mañana, cuando todavía no hay nada decidido: acaba de salir a la calle, a mezclarse con los otros, no tan diferentes a pesar de todo.
Lo piensa ella, que viste con garbo, que anticipa mentalmente los grandes estampados de color de la década prodigiosa.

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