jueves, 19 de abril de 2012

HESSE 54

Estamos en La Era de los Trucos. Llegaron las picardías, que dirán mil años después respecto a una cultura cuyos muros aristocráticos, ruinosos ya de brechas, dejaban entrar lo banal a raudales. Si las obras de arte del pasado eran ilusiones, ahora otra forma de ilusión y magia más perversa trasciende aquéllas, y convierte las artes en el espectáculo de lo aberrante (un monstruo amorfo e inextinguible distante de las tecniquerías seculares).

Febrero de 1960.
Los muertos tenían un precio: ya que una vida es imposible de evaluar antes de su exterminio, una vez consumado éste se justiprecia el cadáver, el anillo, los dientes de oro robados. Auschwitz: las diferentes partidas (investigación, interrogatorio y arresto, personal especializado, transporte y desplazamientos, infraestructuras, personal de vigilancia y selección, suministro de gas y crematorios) constituyen una suma no despreciable que es posible establecer si uno pone la atención debida en la tarea. Así que, sino las cenizas en una urna de alabastro, le ha llegado a sus manos el legado póstumo de unos desconocidos engullidos por el abismo de la historia. La sangre que se desliza por sus venas contiene corpúsculos de aquellos exterminados. Una compensación al menos que mitigue la estafa criminal perpetrada sobre ellos.
Te envían el dinero desde el infierno. Y, tú, lo aceptas.
Una fortuna: Eva Hesse recibe 1.300 pavos.
Si una es artista, eso y Nueva York son la eternidad. El horizonte nítido y azul más allá de los estuarios del Hudson y el East River es la meta, aquello que nunca se palpa pero que hace que la carrera tenga sentido.
Un motor en el culo que propulsa al infinito: la calma y el cálculo son los mejores consejeros para batirse en las lides de las exposiciones, las galerías y los marchantes, y también entre la turbamulta y locura de los otros artistas.
Pero aún habrá que librarse de la confusión: se autodenomina pintora, como Pollock, De Kooning, Johns, pinta mujeres grises y cetrinas, amarillas con los ojos muy abiertos al dolor de lo femenino, el silencio de las muecas. Paciencia, pues, en esta excursión inicial de desatinos.
Hasta que un día (acabados los 1.300 dólares) se daría de bruces contra los claroscuros y los trastos oxidados de El Gran Almacén Destartalado, una buena provisión de vocabularios para El Futuro Discurso de la Escultura cuya hazaña nutricia posterior se basará en la chatarra y el trasto.
Decididamente, el ejército de sombras mujeriles cayó en el olvido hasta que en el año 2000 ciertas operaciones financieras las rescataron para la compraventa beneficiosa. A pesar de los precios desmesurados, intercambiables e indiscriminados, son los espectros menores de un imaginario mediatizado por la pesadilla adolescente, el desollamiento intelectual de unos traumas ajenos a las leyes de la inteligencia pictórica. Nunca más se supo que garabateara unos rasgos o una figura en un papel. Los monstruos, aun compartiendo las alucinaciones de un doctor frankenstein, se fabrican de otro modo lejos de las hechuras humanas: se las suplanta con otras más oscuras nacidas de lo inmensurable, de la razón dormida que certificara Goya.

¿Cómo habla el cerebro? ¿Y las manos?
No como las tripas, la garganta, la lengua…
“He ahí mis ruidos”, dijo.
Y, luego: “Necesito espacio.”
Los materiales del desecho y el desperdicio son los más grandilocuentes.

-¿Hablaría el psicótico con la misma jerigonza a como se ofrece a los ojos el enunciado de tu obra? ¿Destruiría lo que ve (que no es sino un desorden sintáctico de lo representacional?
-Si esa destrucción fuera posible tal vez en alguna de sus combinaciones mentales llegase a representar algo… Sin embargo, cuesta creer que pudiera deconstruir lo que ve, puesto que más allá de un lenguaje se halla frente a una forma, una composición que se alimenta en su primera apariencia tan sólo de lo visual sin que quepa descifrar sentido alguno: el loco no puede destruir lo que nada expresa. Para él, no es. Él busca objetos, ideas, lenguajes abatibles. ¿Qué clase de satisfacción va a encontrar ahí? Pasa de largo el loco, se adentra pacíficamente en sus imaginaciones. Prefiere sus pesadillas y sus enigmas, el Gran Discurso Ininteligible que amedranta sus días entre masturbaciones y alaridos.

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