lunes, 23 de abril de 2012

HESSE 56

Era la niña que dibujaba… ¡las almas! Éste la tiene cuadrada y amarilla, aquél azul como una lámina de cristal, ésa esconde una esfera de color verde, y la otra una pirámide negra… Luego, dejó de dibujarlas, las creaba con diversos materiales, tan lejos de la fuga de la carne y la divagación evanescente del pensamiento… ¡pero tan cerca de su temprana destrucción también como materia temporal!
(K. aparece en el estudio acompañado de L. y T.
K. es un analista en busca constante de referencias inútiles. Luego de un examen prolongado de mis últimos ensayos y trabajos de mesa, menciona a Husserl acaso sin venir a cuento, pero lo dice en realidad como pertrechando de un adorno más el desatino de un argumento lleno de meandros que nunca se sabe adónde van a llegar, sin que le preocupe lo más mínimo la conveniencia o no de la inesperada intrusión filosófica en la conversación general. Una especie de cuña que pretende que le infle intelectualmente ante los demás. Callo y me guardo la réplica. ¿No es el absurdo la fuerza motriz de mi obra? Yo he de alejarme de toda la lógica y el flujo inconstante de su palabrería... Aunque, en fecto, todo lo que pretendo no parte de ningún presupuesto previo y de nada me sirve lo aprendido: he ahí lo misterioso, un método cavernícola. Si quiere usted colgar a Husserl, Heidegger o a quien le venga en gana de una cuerda en mi obra, adelante. Puede ahorcarse hasta usted mismo.)

La voz interior: desconfía de los sentimientos, lo visible.

Montones de chatarra. Lo lateral, en realidad. Su formulación plástica es un añadido en mi súplica, en mi interrogante, en mi miedo, en mi resignación.

Lo fungible siempre presente. No una caducidad, sino la misma esencia de lo etéreo, lo evanescente. Así, por las buenas, adiós, adiós, adiós…

El pensamiento no se parece a nada que nos pueda representar la percepción sensorial: si se materializara tal vez sería algo monstruoso, repelente, un animal viscoso y terrorífico. Está hecho de fluidos, humores, sustancias malolientes… Un pus que fluye incesante, incansable, infeccioso.

El artista muere, su época en menos de mil años ha de terminar en lo más oscuro de la historia, y su obra desaparecerá (¿pues no ha de desaparecer la misma Tierra?), pero su intención, su idea libre de servidumbres es imperecedera, ninguna catástrofe física podrá fulminarla jamás. Yo me limito, adicionalmente, a acelerar su destrucción material.

Una hace arte porque se aburre. El talento o no-talento sólo es el instrumento para aliviar el tedio, eso que hemos dado en llamar la vida inútil, pero tan preciosa cuando sabemos de nuestro final inminente.

No buscar en la naturaleza un correlato objetivo de mis pensares, temores y angustias, no hacerla espejo de mi ánimo o desánimo. No sacralizarla. Buscar en mí aquello de la naturaleza que más se humaniza en su contemplación.

Me pregunta lo que motiva todo esto… Las interpretaciones freudianas o meramente estéticas responden a categorías lejos de mis verdaderas intenciones. “Entonces”, repuso, “se trata de algo subliminal, inconsciente.” Así, quedaba satisfecho, puesto que esa inconsciencia justificaba la complejidad e incluso la imposibilidad de cualquier desciframiento, lo que explicaba de sobra su perplejidad inicial ante lo ininteligible. De hecho, ¿qué importa la causa que te proyecta a un principio? ¿Sabemos acaso lo que produce el primer instante del big bang? Y ése, al parecer, es el principio de todo. Las causas deberían ser una incógnita, lo más bello del arte, en definitiva. Lo que no se ve. Y, ahora, lo sé, todas mis obras son simples preguntas más que respuestas, la típica esterilidad socrática.

Lo inestable de todo… porque está vivo.
Ha de morir. Al igual que Kafka deseó ardientemente que el fuego destruyese sus escritos para que fuesen el pasado, pues ya habían existido como escritura y él despreciaba el futuro, no me acongoja en absoluto la desaparición física de mi obra. Sin mi intervención, pero ése es su destino. El final que les aguarda físicamente termina completándolas desaparecida yo misma.
Variaciones: Ese final ya se encontraba en el principio, aguardando, como en ese instante implacable y predeterminado que una bomba de relojería es activada tiempo antes de su explosión. Al conformar una pieza con un material fungible y perecedero ya creo el propio final aun sin mi intervención. Lo más plausible de un crimen siempre es la concepción: sé de decenas de artistas cuya obra de arte, encerrada en su cráneo, jamás será desvelada, permanece en el más absoluto secreto. A estos artistas su ejecución física les aburre mortalmente una vez configurada en su cerebro, y de ese modo nunca ve la luz del sol.

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