(K. aparece en el estudio acompañado de L. y T.
K. es un analista en busca constante de referencias inútiles. Luego de un examen prolongado de mis últimos ensayos y trabajos de mesa, menciona a Husserl acaso sin venir a cuento, pero lo dice en realidad como pertrechando de un adorno más el desatino de un argumento lleno de meandros que nunca se sabe adónde van a llegar, sin que le preocupe lo más mínimo la conveniencia o no de la inesperada intrusión filosófica en la conversación general. Una especie de cuña que pretende que le infle intelectualmente ante los demás. Callo y me guardo la réplica. ¿No es el absurdo la fuerza motriz de mi obra? Yo he de alejarme de toda la lógica y el flujo inconstante de su palabrería... Aunque, en fecto, todo lo que pretendo no parte de ningún presupuesto previo y de nada me sirve lo aprendido: he ahí lo misterioso, un método cavernícola. Si quiere usted colgar a Husserl, Heidegger o a quien le venga en gana de una cuerda en mi obra, adelante. Puede ahorcarse hasta usted mismo.)
La voz interior:
desconfía de los sentimientos, lo visible.
Montones de chatarra. Lo lateral, en realidad.
Su formulación plástica es un añadido en mi súplica, en mi interrogante, en mi
miedo, en mi resignación.
Lo fungible siempre presente. No una caducidad,
sino la misma esencia de lo etéreo, lo evanescente. Así, por las buenas, adiós,
adiós, adiós…
El pensamiento no se
parece a nada que nos pueda representar la percepción sensorial: si se
materializara tal vez sería algo monstruoso, repelente, un animal viscoso y
terrorífico. Está hecho de fluidos, humores, sustancias malolientes… Un pus que
fluye incesante, incansable, infeccioso.
El artista muere, su
época en menos de mil años ha de terminar en lo más oscuro de la historia, y su
obra desaparecerá (¿pues no ha de desaparecer la misma Tierra?), pero su
intención, su idea libre de
servidumbres es imperecedera, ninguna catástrofe física podrá fulminarla jamás.
Yo me limito, adicionalmente, a acelerar su destrucción material.
Una hace arte porque
se aburre. El talento o no-talento sólo es el instrumento para aliviar el
tedio, eso que hemos dado en llamar la
vida inútil, pero tan preciosa cuando sabemos de nuestro final inminente.
No buscar en la
naturaleza un correlato objetivo de mis pensares, temores y angustias, no
hacerla espejo de mi ánimo o desánimo. No sacralizarla. Buscar en mí aquello de
la naturaleza que más se humaniza en su contemplación.
Me pregunta lo que
motiva todo esto… Las interpretaciones freudianas o meramente estéticas
responden a categorías lejos de mis verdaderas intenciones. “Entonces”, repuso,
“se trata de algo subliminal, inconsciente.”
Así, quedaba satisfecho, puesto que esa inconsciencia justificaba la
complejidad e incluso la imposibilidad de cualquier desciframiento, lo que
explicaba de sobra su perplejidad inicial ante lo ininteligible. De hecho, ¿qué
importa la causa que te proyecta a un principio? ¿Sabemos acaso lo que produce
el primer instante del big bang? Y
ése, al parecer, es el principio de todo. Las causas deberían ser una
incógnita, lo más bello del arte, en
definitiva. Lo que no se ve. Y,
ahora, lo sé, todas mis obras son simples preguntas más que respuestas, la
típica esterilidad socrática.
Lo inestable de todo…
porque está vivo.
Ha de morir. Al igual que Kafka
deseó ardientemente que el fuego destruyese sus escritos para que fuesen el
pasado, pues ya habían existido como
escritura y él despreciaba el futuro, no me acongoja en absoluto la
desaparición física de mi obra. Sin
mi intervención, pero ése es su destino. El final que les aguarda físicamente
termina completándolas desaparecida yo
misma.Variaciones: Ese final ya se encontraba en el principio, aguardando, como en ese instante implacable y predeterminado que una bomba de relojería es activada tiempo antes de su explosión. Al conformar una pieza con un material fungible y perecedero ya creo el propio final aun sin mi intervención. Lo más plausible de un crimen siempre es la concepción: sé de decenas de artistas cuya obra de arte, encerrada en su cráneo, jamás será desvelada, permanece en el más absoluto secreto. A estos artistas su ejecución física les aburre mortalmente una vez configurada en su cerebro, y de ese modo nunca ve la luz del sol.
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