Pero tampoco los vivos nacen dos veces.
¿Cómo podría un hombre no ser de su siglo?
“¿Y el recuerdo…?”
Trató de recordar, y finalmente mintió: “Una
madre envuelta en armiño y con una orquídea en la mano exhalando el perfume elegante
de la noche.”
El cuento de…:
“¿Existe Dios?”Y la máquina respondió: “Ahora, sí.”
Una mitomanía llevada al exceso: cada piedra
hincha más la nomenclatura del desperdicio intelectual.
“Paso por la 55 Este. La Côte Basque”, apunté con un lápiz en un cuaderno de la época de Nueva York.El local me fascina, todo invita a penetrar en su interior. Pero la entrada me está vedada.
Capote, aviva el recuerdo.
Capote haciendo gansadas en “Laugh in”.
Aunque enseguida Hesse se apodera de la escena. Ella es el escenario.
(En el 75 Ray me malvendería sin el menor gesto de preocupación un Esquire de saldo que incluía entre sus páginas el relato completo del mismo nombre.)
(Lápiz: fácil de borrar lo escrito. “Yo no he sido”, dijo, todavía con la goma en la mano y la vista baja.)
Perdida el aura, me queda la resignación mía y
la lástima mejor o peor disimulada de los otros. ¿Qué puede irradiar ahora mi
rostro? Perdida la batalla, sólo mansedumbre.
Haber sido una modesta pintora de retratos de
gentes sin importancia social (sólo
individuos)… para poder reconocerme mejor a mísma. Ese desafío menor…
¿hubiera bastado para salvarme?
El entusiasmo, saberse inocente, encararse a
las personas y las cosas con la mirada principesca del niño… que a la vez, por
pura diversión picassiana, se permite
la licencia de convertirse en siervo siempre que lo desea.
Todo lo que a una le rodea es la metamorfosis. La aterradora muda de
lo vivo en vivo, cambiante. Hasta que
un día los soles interiores que nos hacen sagrados agotan su combustible y se
apagan hasta morir, pues lo mudable también está condenado a desaparecer.
El arte de Penélope: la salva el prolongar la
misión, la espera, pero la espera
misma es el antídoto. Mientras espero, no muero. Ser una scheherazade
entretenida, una cuentista que alarga la noche y ante sus ojos se despliegan en
la llanura nocturna yuxtaposiciones, entretelas, trenzados, tramados, enredos…
Querida,
hay mucho trabajo que afrontar dentro de tu cabecita. Necesitas una buena
“chimney-sweeping”. Y vamos a empezar ahora mismo.
“¿Cuándo sabré que estoy curada?”
“Usted no sufre y, puesto que no lo consigue,
es sufrir lo que de veras ansía. Sólo cuando sufra habrá empezado a sanar.”(Entretanto, la psiquiatra engulle a la semana un buen puñado de píldoras rojas.)
No se fía de la percepción sensorial. Todos sus
recuerdos se rebelan ante lo que ve, se diría que se revuelven encabritados
entre sus sesos. De modo que la visión es modificada primero. Luego, la
trastorna. Finalmente, la suplanta con emociones estéticas.
La doctora duerme apaciblemente esa noche
atiborrada de Seconal, la piel desnuda y suave envuelta en elegantes sábanas
Porthault.
Se esclarece mediante silencios, y eso dice
mucho en relación a su obra. Teme las palabras. La chica hacendosa y lista que
manoseaba a toda hora el Fowler’s English
Usage y el Webster’s más pesado de la serie había llegado a
aterrorizarse por el sentido equívoco de las palabras.
Alelada ante “This is Show Business”.
“Si yo supiera…”Poco antes de morir sonreía: en una ocasión, aun colegiala, acompañada de tres compinches de su misma aula, estuvo tres horas frente al Hotel RitzTower con un cuaderno abierto y una estilográfica esperando la salida de la señorita Harriet Brown. Cuando esto sucedió y la mujer alta y delgada cruzó la calle al lado de la pandilla de escrutadoras, ninguna de éstas se atrevió a hacer el menor gesto. Se quedaron mirando inmóviles e incapaces de decir una sola palabra cómo la mujer envuelta en una gabardina larga y de color verde, con un sombrero de ala encasquetado en la cabeza y zapatos de tacón plano se perdía, anónima y solitaria, entre el río de la gente.
Podría
hacerme con un buen lote de suministros en Canal Street. Empezar otra obra…
Acabarla, en realidad, puesto que la he concluido en mi cabeza (a pesar del
enemigo que circula en su interior a sus anchas y a sus locas). Sólo queda
materializarla… La materia… Pero, no…
¡Qué
fatiga corroborar de nuevo la magia!Primun vivere…
Vuelve, ebriedad.
¿Cómo se escribe un bestseller? Con folios de diverso
color: blanco, el primer borrador; amarillo, el segundo; azul para corregir los
diálogos y “enderezar” personajes; rosa para urdir la trama…
No sé escribir a máquina, dijo el tipo
desafiante. Y depositó estruendosamente sobre la mesa el enorme paquete de
folios manuscritos.
Le eché un vistazo a aquel mamometro con
irreprimible aprensión. Todas las páginas estaban cruzadas de borrones y
tachaduras y manchas inclasificables. En un mismo folio, aunque a duras penas a
causa de la letra enrevesada y difícil, descubrí siete faltas de ortografía.Era una trampa.
En realidad, había que revisar todo el texto, y el tipo quería ahorrarse el salario del negro.
No soy mecanógrafo, amigo. Vaya usted al servivio público de mecanografía del Park Sheraton.
¿Qué ocurriría si enfermaba?
Tenía pocas alternativas a su alcance: algún
medicucho que tuviera la andrajosa consulta en uno de los sucios edificios de
apartamentos de la Tercera Avenida. 25 pavos a cambio de una receta legal que le salve de la tumba.
Lejos de la culta Europa y de monsieur François
Truffaut. Diciembre del 66.
Deambula dominada por un temor inexplicable por
la calle 44. La tarde es fría y oscura, extrañamente silenciosa. Una cola
inmensa de personas con ganas de gastarse dos dólares se estira desde las
taquillas del Criterion hasta el final de la manzana y desaparece por una
esquina: “Valley of the dolls”.
Es un falso turista.
Vagabundea con el Times debajo del brazo y un hot-dog
en la mano.Por la Quinta Avenida, se detiene a la altura de Broadway, frente el edificio Gilbert con su Papá Noel a destiempo montando guardia en la entrada.
Durante un rato se queda mirando a la gente, ajena por completo a El Gran Inquisidor con su Times y el hot-dog ya en el interior de su estómago envenenando las tripas.
Y, ahora, vete a alguno de los teatros de los alrededores de Broadway. Apóstate a la salida de la puerta de actores. O acude a Radio City una noche de estreno. Colecciona autógrafos. Da un sentido a tu vida. Regálate un ramos de rosas blancas. Dedica una tarde entera de tu vida comiendo chocolatinas, bebiendo whisky y viendo viejas películas de los años treinta y cuarenta en el Yesterday Channel. Sé feliz, chica. La vida son cuatro días. Y quizás, en este momento, lo mejor ha tomado las de Villadiego, sin ganas ya de ocuparse de ti.
Podía luchar contra todo. O casi todo. Pero el
cáncer no tenía rostro. Y tampoco sabías lo que pensaba. Nunca adivinabas por
donde te iba a venir el golpe.
Indice Karnofsky: 90%.
No será fácil derrotarte.A diferencia de muchos de los jóvenes de generaciones posteriores que la sucederían, ella no quería estar mejor: quería ser mejor, y eso era todo, pues siempre pensó que lo demás le vendría dado por añadidura.
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