“No veo ninguna estrella.” Lo comprobó con la
cabeza alzada, forzando los ojos a un cielo nocturno abrumado por una espesa
luz anaranjada, una niebla indefinible y cuya procedencia no era sino el hálito
contaminado de una urbe incapaz de apagar ni un solo segundo la grandeza de sus
manías.
Esa noche, enferma, soñó con indios, curanderos
y taumaturgos instruidos en el arte mayor de confundir y detener el cáncer.
Despertó, con terrible decepción, mucho antes del amanecer vomitando entre
arcadas que le torturaban el estómago, y el vaso de agua que aún tuvo fuerzas
de apurar después en la cocina fría e inhóspita bajo la luz eléctrica le abrasó
la garganta. Definitivamente, lo peor está por llegar, se dijo con el vaso en
la mano y la vista fija en la grisura lunar, devastadora, que descendía hasta
la ventana abierta y comenzaba a diluir el aire estancado de la noche de mayo.
¡Oh, gran Yahvé, salva aunque ínfima una parte
de mí con vida, siquiera un puñado de átomos, una mierda de spin-off nacida de mis costillas y mi
pensamiento que permanezca viva entre los vivos y haya de construirse ella
misma una nueva historia sin imitarme mis derroteros matinales, mis estudiosas
tardes, las promesas de la noche!
Las sobras las relegamos para los últimos días
de junio, cuando las damas elegantes con un bolso Kelly colgado de la mano y
una sonrisa estudiada de graduada en B.A. debajo de la pamela veraniega
aparecen por la puerta de la galería buscando gangas de obra gráfica que
decoren el vestíbulo del último apartamento comprado en el Midtown.
¿Qué tienes que ofrecernos en pequeño formato,
querida? Es lo único que nos interesa por ahora de tu trabajo.[Por esa época aún podías pescar la imagen de una mujer flotando sobre las aceras con un vestido globo.]
¿No entiende usted?
Yo le esclareceré su sentido.Imagine el plegado de su vestido, esa caída tan propia, tan lejana de las baraturas de las prendas de confección, que se desliza majestuosa en texturas sugerentes hasta sus pies. Imagine brocados y telas, bordados y tejidos que en lugar de vestirla a usted visten la pesadilla, la carencia, el absurdo… Una panneggiare perfecta a pesar de sus trenzados que va directa no a sus pies sino al disparate.
La experiencia de la muerte debe ser
interesante. Espero percatarme de ello una vez esté muerta (aunque sean cuatro
o cinco segundos tan sólo después del exitus).
Un disco de cobre bañado en oro, propulsado en
la negrura cósmica, informa a través de unos símbolos (rayas y círculos)
cincelados en su superficie y unos sonidos grabados en su dorada esplendez
acerca de las estirpes inteligentes o no de la Tierra… ¿Cuán de diferente es
ése mensaje del mensaje que yo os envío mediante mi obra, tan inextricable y
próximo a la vez?
Se hallaba sumida en una exasperación
silenciosa que le permitía oír los latidos de su corazón y sentir la sangre
bombeada a las arterias: ante sí el cartapacio de los bocetos, las
maquinaciones, y las manos tan cansadas.
“Lo peor está por llegar”, se había dicho
resignada, ya sin cólera ninguna, sin reprobar la terrible injusticia del mundo
para con ella y sólo constatando su indiferencia: en el amanecer del día
siguiente, al despertar con un sabor de ciénaga en la boca, se dio cuenta de
que había estado llorando mientras dormía
La empedernida zozobra de no saber lo que está
pasando en realidad, no tener una idea clara de un destino que aun por llegar (siempre por llegar) ya estaba presente
hiciera lo que hiciera y estuviera donde estuviera, la incertidumbre atenazada
en la garganta y la boca del estómago, todo ello la volvía loca, y hacía de
cualquier tarea emprendida un insufrible desengaño.
Ahora, sí, ya se sentía desdichada por no
sentirse invencible.
Un aire, aunque límpido, denso como un cristal
líquido parecía encharcarle el cerebro. Era incapaz de pensar.
¿Qué se puede sacar en limpio de una ciénaga?
En la vigilia su miedo se acrecentaba porque
encaraba con lucidez la sorpresa de la muerte próxima, algo tan común en los
demás pero que con el efecto subsidiario e inevitable que conllevaba el pensar
en su propia desaparición absoluta le causaba una extrañeza inconmensurable.
Sólo deseaba dormir para despertar de la pesadilla del último año.
La maniobra de distracción de la ventana ya no
le servía. Se dio la vuelta hacia la pared desnuda. Dibujó una ventana en la
mente con los ojos cerrados. Empezó a poblar de fantasmas dinámicos, reales,
vivos o muertos, inventados, el rectángulo de luz alzado en su cerebro. Pero el
recuento le fatigó pronto. Era una procesión de rostros que nada conmemoraban
ni festejaban. Apartó esa ristra de imágenes de su cabeza y abrió de nuevo los
ojos: se entregó con parsimonia a una duermevela que no apresuraba el tiempo de
la tarde, ni sus ruidos ni sus colores: creaba obras que nadie contemplaría
nunca, las abocetaba, retocaba y concluía en el aire de la nada.
Le obligaba a entender que una cosa es aprender
a convivir con la idea de la muerte y otra muy distinta comprobar cómo día a
día adoptaba tu propia encarnadura, se atenazaba al último jirón de carne sana
hasta desecarla y fundirla a los huesos.
“No mueres sola, aunque a solas se muere”.Sentada a un lado de la cama la figura fantasmal, apenas reconocible, vela las postrimerías sin atreverse a musitar nada.
Hablábamos del tiempo, de lo que hace que la
vida de un ser humano tenga algún sentido más allá del hecho de reproducirse
machaconamente.
“Todos los instantes de la vida, incluso
durante el sueño, son decisivos…”“Excepto el de la muerte, que para nada sirve”.
Repasaba el orden sagrado de las cosas del mundo, sus leyes matemáticas y naturales: el agua fluye hacia abajo, el aire sacude la hoja de la planta, la luz germina la tierra…
El bien es bien, y el mal es mal. Y un día infausto el bien es mal, y el mal es bien. El mundo se ha puesto del revés. Los bosques andan.
Hubo un tiempo, se dice tapándose las narices
sobre los cubos de resinas y catalizadores, en que eran los poetas los que
creaban los dioses, regalaban al mundo la solución a los misterios…
De un infinito a otro: sustituye una
cosmovisión ya muy degradada desde la época de los mitos por la razón y el
discernimiento. Mucho tiene que hurgar dentro de sí. La logística de la que se
apropia, tóxica y novedosa, responde al hecho de huir de la contradicción: no
puede utilizar aquello que las mentes del pasado, con acierto magnífico, usaron
para sus adivinaciones y conjeturas. Otros son los tiempos y su experiencia del
mundo: un “yo” moderno entre perplejidades y las mismas aflicciones que
embargaban al visionario de hace 5.000 mil años.¿Quién soy yo? Aquello que media entre una oscuridad y otra. Y, al final, una vez muerta, eres una sombra, una más en el mundo, que poco a poco termina desvaneciéndose.
Rememoraba. Pero de nuevo era un desfile de trapisondas de la memoria y de engaños sutiles a la vez. Tranches de vie que ofuscaban un pensar lógico. “La imagen puede al pensamiento”, concluía desalentada: figuras y simulacros verdes y azules, fogonazos cromáticos que enturbiaban cualquier recuerdo coherente, pues la mezcolanza de tiempos y espacios hacían de su vida en esta hora un revoltijo inextricable.
El pensamiento, a estas alturas, es una tarea
encarnizada por poner algo de orden en el corazón.
¿Cómo se construye un discurso? Con lo que
tengas más a mano.
Una obra resultado de lo indecible. En una
oficina de patentes la hubiera registrado como La Búsqueda 5-1970. Ahora bien,
¿Cómo descubrir a los falsarios…? Es fácil, son aquellos que no han querido
pagar un precio.
La filosofía es un guardián del lenguaje. O
debería serlo. Al menos de la estética, a la que habría de vigilar severamente.
Una especie de lente que analiza y escudriña el lenguaje de que se sirve ésta
en su afán por adivinar el sentido, el significado y la verdad de la obra de
arte.
¿Es usted Eva Hesse?
En efecto, soy una militante activa contra la
estética.
“En la obra de arte hay mucho de psíquico,
imágenes, miedos, hasta una metafísica de andar por casa…”
“No lo crea. En mi caso toda esa morralla sólo
serviría para enmarañar su sola apariencia plástica”.“Pero… O está loca, o detrás de todo esto ha de ocultarse algo más”.
“Sin duda, todo en lo que yo creo y para lo que no tengo un lenguaje puesto que nunca lo he visto. Son las cosas las que me expresan, y ellas están más allá del mismo lenguaje, porque ningún lenguaje es suficiente”.
“Entonces… Es un credo”.
“Un credo… oscuro”.
[El arte no es la plegaria: es el dios.]
[Una suerte de blasfemia.]
El “sentido” de una obra de arte es
inexistente: si es aquello que representa, fracasa como autonomía icónica. Lo
contrario no existe.
Obra.
Espectador enredado en pormenores analíticos
conducentes a la esterilidad más humillante o fantasiosa. ¿Por qué rastreamos
como perros atolondrados el origen de todo, la analogía, las semejanzas?Obra/espectador: Freier Einfall. “Sueños, uno mismo no es…”
La broma volteriana le perseguía: Preguntadle a
un sapo qué es la belleza, lo sumo, el to
kalon: os responderá que su hembra con sus ojazos redondos y saltones…
Trabaja con hipótesis: más tarde le endosará significados posteriores.
Una palabra no es más que su uso. Respecto al
arte, una acción en sí misma gratuita.
Y el artista básicamente un ser especulativo:
“Si esto es así…”
No quiere cambiar nada. Utiliza precisamente el
arte porque quiere dejar las cosas de detrás como están. Parte de un punto
distinto. Quizás naufrague.
Una obra de arte no es un experimento plástico
reflejo de un estado psicológico determinado, pero es quizás una consecuencia,
temprana o tardía, de aquella circunstancia: yo no represento en mi trabajo
alborotos o treguas psíquicas: lo alegórico es el proceso (y ése es invisible).
Mientras trabajo, si estoy enojada rompo el vaso contra el suelo; si me hallo
alegre y confiada, silbo entre las estrecheces uterinas del estudio.
Todos soñamos en el mismo idioma: las imágenes.
Pero, ¿y si cada imagen formara parte de
lenguajes distintos entre sí?Sueños: uno mismo no es nada. (V.v.g.)
El durmiente es el protagonista del sueño y su legítimo dueño y no el analista: el artista soy yo.
Obras como sueños sin símbolos, meramente plásticas y cuya motivación muere irreversiblemente una vez se alzan a la vista y a su exposición y al juicio de los otros.
W.: si trasladas un sueño a la realidad cotidiana, deja de ser enigmático, y a partir de ese momento puedes disfrazarlo cuanto desees hasta desvanecer su esencia al mismo estado de su materia.
W.: puedes intentar traducir los simbolismos del sueño al lenguaje ordinario…
Y ¿por qué no a la inversa, traducir la realidad al tejemaneje onírico, lo cotidiano a lo estrafalario del lenguaje de los sueños?
W. era una de esas personas que luchaba porque nada pudiera ser explicado, de ahí que siempre prefiriera vivir en el atolladero continuo: el lenguaje es una cárcel de la que no puedes salir, y por sí mismo no significa nada, una pistola con la pólvora mojada.
El sueño es inocente… Más puede la vigilia.
Ciertas composiciones plásticas tienen tempo, al igual que una obra musical.
Nada en mi trabajo es causal. Lo que mueve la
improvisación es un estado del alma, no una idea del cerebro. Pero, ¿y si el
alma no existe…?
Psicoanálisis: El Arte de las Marionetas.
Sueño:
Mamá Hesse: “Crea la estatua de Dios, hija”.Voy más allá de la realidad sólo por complacerla.
Simulo que sangran sus ojos manchándolos con tinta roja, pinto patéticos regueros deslizándose por las divinas mejillas.
“Dios llora por nuestros pecados”.
Alguien se aproxima y examina los ojos sangrantes del dios estatuario.
“¡Sólo es pintura!”, exclama. “¡Las lágrimas están pintadas por un impostor!”.
Sacerdotes de expresión solemne ataviados con túnicas blancas lo niegan a la vez que me rodean protectores. Uno de ellos replica al airado feligrés con el tono mesurado del profeta: “Es un milagro… pues en todo caso, aunque la sangre fuese pintura, Dios se ha valido de la artista y su engaño para manifestar su inmensa tristeza por los pecados del mundo”.
Cualquier tipo de existencia después de la
muerte sería la peor de las pesadillas.
La única prueba de Dios es una imagen. ¡Qué
pobre conexión!
¿Por qué he llegado a esto? Iba, simplemente,
por el camino. Y eso era el proceso. La obra informa de ese trayecto mental, y
en modo alguno quiere justificarlo. La obra… ¡tampoco es que pretenda ser
apocadíctica!
El motivo es el tedio. La causa es lo oscuro.
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