miércoles, 26 de septiembre de 2012

HESSE 74


No veo ninguna estrella.” Lo comprobó con la cabeza alzada, forzando los ojos a un cielo nocturno abrumado por una espesa luz anaranjada, una niebla indefinible y cuya procedencia no era sino el hálito contaminado de una urbe incapaz de apagar ni un solo segundo la grandeza de sus manías.

 Podría contarse a sí misma los pormenores de una jornada en la que todo lo presidía la angustia? Contaminada por ella cada recoveco y cada minuto los matices serían falsos, desfigurados los contornos, desarticulados los seres y los objetos, deformada la redondez esférica del mundo, imposibles los colores, las palabras equivocadas…

Esa noche, enferma, soñó con indios, curanderos y taumaturgos instruidos en el arte mayor de confundir y detener el cáncer. Despertó, con terrible decepción, mucho antes del amanecer vomitando entre arcadas que le torturaban el estómago, y el vaso de agua que aún tuvo fuerzas de apurar después en la cocina fría e inhóspita bajo la luz eléctrica le abrasó la garganta. Definitivamente, lo peor está por llegar, se dijo con el vaso en la mano y la vista fija en la grisura lunar, devastadora, que descendía hasta la ventana abierta y comenzaba a diluir el aire estancado de la noche de mayo.

¡Oh, gran Yahvé, salva aunque ínfima una parte de mí con vida, siquiera un puñado de átomos, una mierda de spin-off nacida de mis costillas y mi pensamiento que permanezca viva entre los vivos y haya de construirse ella misma una nueva historia sin imitarme mis derroteros matinales, mis estudiosas tardes, las promesas de la noche!

Las sobras las relegamos para los últimos días de junio, cuando las damas elegantes con un bolso Kelly colgado de la mano y una sonrisa estudiada de graduada en B.A. debajo de la pamela veraniega aparecen por la puerta de la galería buscando gangas de obra gráfica que decoren el vestíbulo del último apartamento comprado en el Midtown. 
¿Qué tienes que ofrecernos en pequeño formato, querida? Es lo único que nos interesa por ahora de tu trabajo.
[Por esa época aún podías pescar la imagen de una mujer flotando sobre las aceras con un vestido globo.]

¿No entiende usted?
Yo le esclareceré su sentido.
Imagine el plegado de su vestido, esa caída tan propia, tan lejana de las baraturas de las prendas de confección, que se desliza majestuosa en texturas sugerentes hasta sus pies. Imagine brocados y telas, bordados y tejidos que en lugar de vestirla a usted visten la pesadilla, la carencia, el absurdo… Una panneggiare perfecta  a pesar de sus trenzados que va directa no a sus pies sino al disparate.

La experiencia de la muerte debe ser interesante. Espero percatarme de ello una vez esté muerta (aunque sean cuatro o cinco segundos tan sólo después del exitus).

Un disco de cobre bañado en oro, propulsado en la negrura cósmica, informa a través de unos símbolos (rayas y círculos) cincelados en su superficie y unos sonidos grabados en su dorada esplendez acerca de las estirpes inteligentes o no de la Tierra… ¿Cuán de diferente es ése mensaje del mensaje que yo os envío mediante mi obra, tan inextricable y próximo a la vez?

Se hallaba sumida en una exasperación silenciosa que le permitía oír los latidos de su corazón y sentir la sangre bombeada a las arterias: ante sí el cartapacio de los bocetos, las maquinaciones, y las manos tan cansadas.
“Lo peor está por llegar”, se había dicho resignada, ya sin cólera ninguna, sin reprobar la terrible injusticia del mundo para con ella y sólo constatando su indiferencia: en el amanecer del día siguiente, al despertar con un sabor de ciénaga en la boca, se dio cuenta de que había estado llorando mientras dormía

La empedernida zozobra de no saber lo que está pasando en realidad, no tener una idea clara de un destino que aun por llegar (siempre por llegar) ya estaba presente hiciera lo que hiciera y estuviera donde estuviera, la incertidumbre atenazada en la garganta y la boca del estómago, todo ello la volvía loca, y hacía de cualquier tarea emprendida un insufrible desengaño.
Ahora, sí, ya se sentía desdichada por no sentirse invencible.

Un aire, aunque límpido, denso como un cristal líquido parecía encharcarle el cerebro. Era incapaz de pensar.
¿Qué se puede sacar en limpio de una ciénaga?

En la vigilia su miedo se acrecentaba porque encaraba con lucidez la sorpresa de la muerte próxima, algo tan común en los demás pero que con el efecto subsidiario e inevitable que conllevaba el pensar en su propia desaparición absoluta le causaba una extrañeza inconmensurable. Sólo deseaba dormir para despertar de la pesadilla del último año.

La maniobra de distracción de la ventana ya no le servía. Se dio la vuelta hacia la pared desnuda. Dibujó una ventana en la mente con los ojos cerrados. Empezó a poblar de fantasmas dinámicos, reales, vivos o muertos, inventados, el rectángulo de luz alzado en su cerebro. Pero el recuento le fatigó pronto. Era una procesión de rostros que nada conmemoraban ni festejaban. Apartó esa ristra de imágenes de su cabeza y abrió de nuevo los ojos: se entregó con parsimonia a una duermevela que no apresuraba el tiempo de la tarde, ni sus ruidos ni sus colores: creaba obras que nadie contemplaría nunca, las abocetaba, retocaba y concluía en el aire de la nada.

Le obligaba a entender que una cosa es aprender a convivir con la idea de la muerte y otra muy distinta comprobar cómo día a día adoptaba tu propia encarnadura, se atenazaba al último jirón de carne sana hasta desecarla y fundirla a los huesos.
“No mueres sola, aunque a solas se muere”.
Sentada a un lado de la cama la figura fantasmal, apenas reconocible, vela las postrimerías sin atreverse a musitar nada.

Hablábamos del tiempo, de lo que hace que la vida de un ser humano tenga algún sentido más allá del hecho de reproducirse machaconamente.
“Todos los instantes de la vida, incluso durante el sueño, son decisivos…”
“Excepto el de la muerte, que para nada sirve”.
Repasaba el orden sagrado de las cosas del mundo, sus leyes matemáticas y naturales: el agua fluye hacia abajo, el aire sacude la hoja de la planta, la luz germina la tierra…
El bien es bien, y el mal es mal. Y un día infausto el bien es mal, y el mal es bien. El mundo se ha puesto del revés. Los bosques andan.

Hubo un tiempo, se dice tapándose las narices sobre los cubos de resinas y catalizadores, en que eran los poetas los que creaban los dioses, regalaban al mundo la solución a los misterios…
De un infinito a otro: sustituye una cosmovisión ya muy degradada desde la época de los mitos por la razón y el discernimiento. Mucho tiene que hurgar dentro de sí. La logística de la que se apropia, tóxica y novedosa, responde al hecho de huir de la contradicción: no puede utilizar aquello que las mentes del pasado, con acierto magnífico, usaron para sus adivinaciones y conjeturas. Otros son los tiempos y su experiencia del mundo: un “yo” moderno entre perplejidades y las mismas aflicciones que embargaban al visionario de hace 5.000 mil años.
¿Quién soy yo? Aquello que media entre una oscuridad y otra. Y, al final, una vez muerta, eres una sombra, una más en el mundo, que poco a poco termina desvaneciéndose.
Rememoraba. Pero de nuevo era un desfile de trapisondas de la memoria y de engaños sutiles a la vez. Tranches de vie que ofuscaban un pensar lógico. “La imagen puede al pensamiento”, concluía desalentada: figuras y simulacros verdes y azules, fogonazos cromáticos que enturbiaban cualquier recuerdo coherente, pues la mezcolanza de tiempos y espacios hacían de su vida en esta hora un revoltijo inextricable.

El pensamiento, a estas alturas, es una tarea encarnizada por poner algo de orden en el corazón.

¿Cómo se construye un discurso? Con lo que tengas más a mano.

Una obra resultado de lo indecible. En una oficina de patentes la hubiera registrado como La Búsqueda 5-1970. Ahora bien, ¿Cómo descubrir a los falsarios…? Es fácil, son aquellos que no han querido pagar un precio.

La filosofía es un guardián del lenguaje. O debería serlo. Al menos de la estética, a la que habría de vigilar severamente. Una especie de lente que analiza y escudriña el lenguaje de que se sirve ésta en su afán por adivinar el sentido, el significado y la verdad de la obra de arte.

¿Es usted Eva Hesse?
En efecto, soy una militante activa contra la estética.

“En la obra de arte hay mucho de psíquico, imágenes, miedos, hasta una metafísica de andar por casa…”
“No lo crea. En mi caso toda esa morralla sólo serviría para enmarañar su sola apariencia plástica”.
“Pero… O está loca, o detrás de todo esto ha de ocultarse algo más.
“Sin duda, todo en lo que yo creo y para lo que no tengo un lenguaje puesto que nunca lo he visto. Son las cosas las que me expresan, y ellas están más allá del mismo lenguaje, porque ningún lenguaje es suficiente”.
“Entonces… Es un credo”.
“Un credo… oscuro”.
[El arte no es la plegaria: es el dios.]
[Una suerte de blasfemia.]

El “sentido” de una obra de arte es inexistente: si es aquello que representa, fracasa como autonomía icónica. Lo contrario no existe.

Obra.
Espectador enredado en pormenores analíticos conducentes a la esterilidad más humillante o fantasiosa. ¿Por qué rastreamos como perros atolondrados el origen de todo, la analogía, las semejanzas?
Obra/espectador: Freier Einfall. “Sueños, uno mismo no es…”

La broma volteriana le perseguía: Preguntadle a un sapo qué es la belleza, lo sumo, el to kalon: os responderá que su hembra con sus ojazos redondos y saltones…

Trabaja con hipótesis: más tarde le endosará significados posteriores.

Una palabra no es más que su uso. Respecto al arte, una acción en sí misma gratuita.
Y el artista básicamente un ser especulativo: “Si esto es así…”

No quiere cambiar nada. Utiliza precisamente el arte porque quiere dejar las cosas de detrás como están. Parte de un punto distinto. Quizás naufrague.

Una obra de arte no es un experimento plástico reflejo de un estado psicológico determinado, pero es quizás una consecuencia, temprana o tardía, de aquella circunstancia: yo no represento en mi trabajo alborotos o treguas psíquicas: lo alegórico es el proceso (y ése es invisible). Mientras trabajo, si estoy enojada rompo el vaso contra el suelo; si me hallo alegre y confiada, silbo entre las estrecheces uterinas del estudio.

Todos soñamos en el mismo idioma: las imágenes.
Pero, ¿y si cada imagen formara parte de lenguajes distintos entre sí?
Sueños: uno mismo no es nada. (V.v.g.)
El durmiente es el protagonista del sueño y su legítimo dueño y no el analista: el artista soy yo.
Obras como sueños sin símbolos, meramente plásticas y cuya motivación muere irreversiblemente una vez se alzan a la vista y a su exposición y al juicio de los otros.
W.: si trasladas un sueño a la realidad cotidiana, deja de ser enigmático, y a partir de ese momento puedes disfrazarlo cuanto desees hasta desvanecer su esencia al mismo estado de su materia.
W.: puedes intentar traducir los simbolismos del sueño al lenguaje ordinario…
Y ¿por qué no a la inversa, traducir la realidad al tejemaneje onírico, lo cotidiano a lo estrafalario del lenguaje de los sueños?
W. era una de esas personas que luchaba porque nada pudiera ser explicado, de ahí que siempre prefiriera vivir en el atolladero continuo: el lenguaje es una cárcel de la que no puedes salir, y por sí mismo no significa nada, una pistola con la pólvora mojada.
El sueño es inocente… Más puede la vigilia.

Ciertas composiciones plásticas tienen tempo, al igual que una obra musical.

Nada en mi trabajo es causal. Lo que mueve la improvisación es un estado del alma, no una idea del cerebro. Pero, ¿y si el alma no existe…?

Psicoanálisis: El Arte de las Marionetas.

Sueño:
Mamá Hesse: “Crea la estatua de Dios, hija”.
Voy más allá de la realidad sólo por complacerla.
Simulo que sangran sus ojos manchándolos  con tinta roja, pinto patéticos regueros deslizándose por las divinas mejillas.
“Dios llora por nuestros pecados”.
Alguien se aproxima y examina los ojos sangrantes del dios estatuario.
“¡Sólo es pintura!”, exclama. “¡Las lágrimas están pintadas por un impostor!”.
Sacerdotes de expresión solemne ataviados con túnicas blancas lo niegan a la vez que me rodean protectores. Uno de ellos replica al airado feligrés con el tono mesurado del profeta: “Es un milagro… pues en todo caso, aunque la sangre fuese pintura, Dios se ha valido de la artista y su engaño para manifestar su inmensa tristeza por los pecados del mundo”.

Cualquier tipo de existencia después de la muerte sería la peor de las pesadillas.

La única prueba de Dios es una imagen. ¡Qué pobre conexión!

¿Por qué he llegado a esto? Iba, simplemente, por el camino. Y eso era el proceso. La obra informa de ese trayecto mental, y en modo alguno quiere justificarlo. La obra… ¡tampoco es que pretenda ser apocadíctica!

El motivo es el tedio. La causa es lo oscuro.

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