lunes, 7 de enero de 2013

HESSE 96


¿Sabe en qué punto se encuentra?
Es una fenomelógica, una buscadora de esencias, aunque no pretenda reducir éstas a una mínima apariencia: a lo mejor incluso indaga “antes del objeto…”.
Reflexiona el “hueco”, el espacio que ha de definirlo y determina el concepto que desentraña su misterio.
-¿A qué sabe el azul?
-A azul.
¿Qué se oye en la luna?
La luz. La oscuridad. El firmamento, la hondura que todo lo sostiene, el misterio de un hecho incomprensible, el alma que es todo silencio.
Todo lo expresable es verdad.
Aborrece lo dogmático, le enerva el prejuicio. Nunca des nada por sentado.
1956. Junio.
A Penn Station.
El fin de semana en Washington. Una docena de emparedados masticados a hurtadillas, alguna bebida azucarada, agua pura a raudales, la libreta de apuntes.
Durmiendo en casa de B.N., en pleno Chinatown (Calle 3 con G).
Nada de esculturas (¡estatuas!) esta vez.
Llovió. Y no llovió.
El fresco de las primeras horas de la mañana, la calidez del aire a la tarde.
La noche… rara.
Domingo, al mediodía: un rayo de sol cruza en diagonal el verde césped del parque Archbold en Georgetown, dora fugazmente las aguas mansas del Potomac un lanzazo de oro, de mitologías, cristales y diamantes, como el reflejo inesperado de otro tiempo.
El lunes por la mañana de vuelta a Penn Station en el exprés de Amtrak.
En la National Gallery:
The White Girl (Symphony in white, No. 1), de Whistler;
The White Clown, de Kuhn;
Snow Flurries, de Wyeth;
One Year the Milkweed, de Gorky;
Number I, 1950 (Lavender Mist), de Pollock.
En la Corcoran Gallery of Art:
Tornado, de Thomas Cole.
En la Phillips Collection:
Hide and Seek, de Merritt Chase;
Old Reminiscences, de John F. Peto;
Moonlit Cove, de Pinkham Ryder;
Pozzuoli Red, de Arthur Dove;
Dark Red Leaves on White, de la O’Keeffe;
After the Imprint, de Tobey
En el National Museum of American Art:
Man with the Cat, de Cecilia Beaux;
The farmer’s Kitchen, de Albright;
Small’s Paradise, de Frankenthaler;
Reservoir, de Rauschenberg.
1952:
“Me cuesta llevarme adelante.”
La doctora P.:
“Déjese llevar, entonces. Nada más fácil. Deje que la sorpresa, incluso el tedio, le salgan al paso. No se haga caso a usted misma. Cometa errores. No se cuelgue sus propias espaldas. Escóndase en cualquier armario, como cuando niña, de su identidad.”
1954:
Bibliotecas y museos. ¡Qué manera de vivir tan lejos de la realidad!
Sal de las páginas del libro.
(Pero la polilla soy yo.)
1955:
“Viaje. Conozca gente. No tema perderse entre los otros, habitar en lo que ignora. Deje de ser una huésped que ha de volver al recinto sagrado de su intimidad.”
Afuera: lo imperfecto es lo que estimula la creación. Abigarrados los monstruos y las piedras.
Una podría tener humor… Pero huye del sarcasmo como de la peste, huye del ingenio, de la sátira… ¡todo ese arte menor!
“¿Y el mal?”, se pregunta. Sólo puedes reflejar sus máscaras, y ello te autoriza a lo excéntrico. ¿Cómo dibujar el mal?
Sí, sé como funciona el universo, pero ignoro para qué.
1969:
Erosión: ese es el destino. Una circunvalación que tampoco es que te lleve al punto de partida: todo ha cambiado cuando vuelves al encuentro de tus huellas. Nada es lo mismo. Y tú mucho menos. ¡Cómo llegas a odiar aquel empujón inicial que te devuelve a empezar de nuevo o a la nada otra vez! Todo había sido una perfomance
Haz de tu vida una obra de arte.
Haz con el arte tu vida

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