jueves, 17 de enero de 2013

HESSE 97


Qué eras? ¿Qué eres? Porque… no vas a ser.
Entonces importan tales reconocimientos:
He ahí el caminar, el punto de partida.
(No me dio tiempo a cambiar. Y todo el mundo cambia al menos un par de veces en su vida.)
Elegí mientras pude. Yo salvé a Duchamp de la hoguera de todos los inquisidores habidos y por haber. (Tal vez fui nada más que un epígono feliz.) Yo era más valiente que Van Gogh. (Jamás me habría suicidado.) Yo fui la hija de Samuel Beckett. (Nunca fracasé, al menos de manera excelente.) Yo era la hermana pequeña de Picasso. (La que él más habría amado.) Yo era la liebre que Josef Beuys paseaba entre sus brazos. (Sin el menor miramiento.) Tuve que creer a Andy Warhol. (Siempre creí en mí.) Tuve que creer en todo aquello que me distanciaba del sufrimiento ajeno, la carencia y desamparo de los otros, pues su otredad me resultaba indiferente, y me atrincheraba moral e intelectualmente en la nadería estética, que era lo que realmente parecía mi trabajo desde la perspectiva de aquellas miserias humanas. Yo creía más en Kaprow que en el Renacimiento italiano, profesé antes que el respeto a cualquiera de los dioses concebidos por la mente del hombre la religión del objeto y la materia desconocida y amaba a creadores como Oldenburg y Carl Andre sobre todas las cosas.
Yo nunca vi a Dios (a cualquiera de ellos) entre mis contemporáneos, ni tampoco los mitos. Yo volaba inocente entre mis semejantes como los seres navegantes de Chagall, y me escondía tras las abstracciones de Pollock y las terribles mujeres de De Kooning, cuando aún llevaba calcetines y la falda larga y tenía edad para andar vendiendo por ahí chocolatinas de los boy scouts o coleccionaba postales de bordes ondulados que representaban cachorros de gato en llamativos colores.
Yo fui la que tuvo que aprender a hablar de nuevo desde el principio, como si hubiera nacido otra vez y estuviera ansiosa de dejar de señalar las cosas con el dedo. (Pero creo que fui mucho más lejos que un simple balbuceo.)
Yo era la que creaba un lenguaje, su plástica sobre el papel, su tropel de sonidos.
Yo era la que desafiaba los lugares comunes, las frases hechas.
Era una superviviente nata. Lo era desde la infancia, desde el exilio definitivo, cuando ya era una hija más del nuevo mundo al otro lado del mar donde nací lejos de la nebulosa mortal.
Yo hubiera sobrevivido a todo… menos a la muerte.
Hubiera sido invencible porque allá donde posaba la mirada hallaba epifanías. (Yo hubiera nacido una y mil veces, renacida, pura –o impura, es igual- y victoriosa.)
Yo sabía lo que llevaba entre manos. Los cálculos estaban hechos desde hacía mucho tiempo, la forma y la materia, los títulos, los despropósitos, y sus colocaciones.

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