viernes, 2 de enero de 2015

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Sin embargo, ellas, las dos hermanas, seguían bajando la vista, oraban y respiraban el espeso aire de la sinagoga decorada con vidrieras azules y amarillas. En verano: al campamento judío. Una suerte de aprendizaje para el kibutz, si se diera finalmente el caso.
Te amarán si eres hermosa.
Pero, ¿podrás amar tú?
¿Quién soy yo?, se pregunta sin apartar la mirada del espejo hasta que finalmente ya no se reconoce en él:
Yo… soy otra.
El lenguaje es algo muy diferente a las palabras: éstas exigen un orden, y aquél es una pretensión.
Pero aquél se vale de éstas.
Son éstas las que desarman a aquél.
Las usurpaciones.
Papá se casa de nuevo: sepulta a la pequeña Evchen bajo una intrusa Eva Hesse: la madrastra del cuento.
¡Pero hasta se llama como ella! ¡No quiero un doble!
¡Maldita perra!
Créate una vida. ¿No se ha dicho que mejorar el estilo es mejorar el pensamiento?: créate una ficción.
El Arte es La Guarida Perfecta.
Chitón, y la vista baja. A nada imites. Klee: eine Zwischenwelt.
Y ahora hay que asignar nuevos papeles en este Gran Teatro que en su acto final siempre acaba como un guiñol inocente y sin significados complejos: corta los hilos, corre el telón. Queridos niños, volved a los sueños. Creed que sois artistas. Ved el mundo como un decorado de cartón y de trapos tan minúsculo como el que se alza ante vuestros ojos en este pedazo del parque envuelto en la grisura de la tarde dominguera que ya muere.
El cartel admonitorio se había erigido hasta en la más pequeña calle de Hamburgo, poco antes de escapar de la quema:
JUDEN
Sind in dieser Ortschaft
nicht erwünscht!
Y también en los cincuenta: una buena hoguera de libros y si hubieran podido hasta de leftists.
Los cincuenta:
Señor Hoover, ¿existen realmente Los protocolos de los siete sabios de Sión?
En el noticiario de Murrow, en la CBS, El Gran Defensor de la América Libre el senador McCarthy proclama “su peregrina inocencia, su razón histórica y la culpabilidad de todos los otros, los enemigos de los americanos de buena fe”.
La América Fuerte se asienta sobre cimientos de oro (mucho más fuertes que el acero) y el ojo vigilante de Joe McCarthy.
Leve sería la purga, pues el Poder se reviste de mil formas, y todas adecuadas.
Todavía:
Celebran felices aniversarios repasando y leyendo The Jewish Family Year Book. Pasan las páginas casi sagradas mientras aspiran el benéfico aire de libertad que proveniente de los huecos de ladrillo sucio de humo de las ventanas abiertas hincha sus pulmones.
Abre las páginas del libro grande. Mira las ilustraciones: estatuaria griega, el arte antiguo. Inmortal. No del todo: al paso de los siglos los campesinos rompen en pedazos las esculturas para levantar muros, fortalecer bancales de piedra seca, alzar paredes de mármol en la montaña provisora de alimentos.
Retrasa el miedo.
¿Por qué creces? ¿Qué diablos es esta desconcertante materia con poder de metamorfearse, de evolucionar carnosa e intelectualmente?
Aviva el futuro: envuelto viene en papel de regalo, satinado y  de colores brillantes (plata, azul, rosa…)
Las ilusiones de lo venidero se alimentan del estiércol que sedimenta el pasado.
A los cinco años los colores huelen: huele la mañana líquida del verano, las tardes aburridas del otoño, la oscura luz del invierno, la noche amarilla y eléctrica, el amanecer de piedra.
A los siete descubres que los adultos están locos: exactamente, ¿qué hacen?, ¿cómo se las arreglan?, ¿de qué hablan?, ¿qué conspiran?, ¿qué se creen?, ¿POR QUÉ HAN CRECIDO?
A los nueve años eres peligrosa: ya no hay preguntas: el fingimiento entra en acción.
A los diez años de la edad cuaternaria todo ha acabado: sabes que las puertas por muy pesadas que sean se cierran a lo desconocido y se abren a la desilusión.
A los once años todo son terrores.
“Veo un monstruo”, dice.
¿Un monstruo?
Lo repite innumerables veces.
Pasan los días, las semanas.
Ve un monstruo.
El psicólogo apela a oscurantismos y a los fáciles traumatismos en la conciencia infantil: la madre, la ausencia, la madrastra, la raza culpable (¡matar a Dios!)…
Al final, descubren la verdad: no habita en los sueños, no hilan su angustia las pérfidas pesadillas y los delirios nocturnos, no viola su inocencia endriago o espantajo mientras duerme.
Todos los sábados acude con unos familiares a Central Park. Antes, la recogen en la 56. Y al cruzar Times Square, asoma el monstruo: el cartel con la enorme cabeza (tan grande como una casa) de El hombre de Camel que, entre letreros de neón, cada pocos segundos expulsa humo de verdad por la boca.
Un dragón a la luz del día. Preside festividades. Crea los miedos futuros.
A los once años: sé una buena chica y en un par de años más búscate un novio correcto, un buen americano, un tipo decente, un Scout Águila. O así.
Sin embargo, durante unos años más aún se le vería sobre su cabeza el pollo (y el alma inocente).
“A tu salud”, y se bebe un par de San Franciscos. O más. Termina emborrachándose (?). Sería la granadina.
¿La televisión? ¿Una magia? No está una por los portentos que comparten decenas de millones de otros seres humanos. Una no se maravilla así como así, se alegra de que el aparato funcione sin más ni más, sobre todo si están emitiendo tu programa favorito. Eso es todo.
¿Cómo se creó el Universo? De un estallido de cólera. Alguien se enfadó.
Esas ventanas encendidas de la noche de Nueva York no son, aunque a ti te lo parezcan, ojos que vigilan tus andanzas (imaginaciones) de adolescente judía insomne: son, como has descubierto ahora, al final de todo, huecos a una gran tristeza, rendijas al absurdo temporal que es la existencia.
En el dormitorio del padre y la madrastra. Encara las dos lunas del armario ropero. Adopta posiciones: se multiplica diez veces, cien veces, mil veces… perdiéndose en el fondo verde y marino incontable, inalcanzable, el país de las hadas de gestos parsimoniosos y miradas de lánguidas aguas, el bello fango traslúcido que la atrapa con sus manos de terciopelo.
Ella es La Niña de los Grandes Ojos Negros.
El ocaso tiñe de rojo los rascacielos del Lower como si de pronto fueran a calcinarse hasta derretirse por completo y acabar pulverizados en el suelo, un polvo de óxido que se confundiera con la superficie cenicienta del cemento de las aceras… pero todavía, en esta época pre-Moses, en Manhattan se alzan casas unifamiliares de dos plantas y edificios de ladrillo rojo siembran de colorido grandes zonas de los distintos barrios de la ciudad: el lechero aún llama a tu puerta.
¿Quién es mi niña?
¿Quién va a ser?
¡El Capitán América!
¿Y quién no?
Viernes noche, los cincuenta: Sam Spade incendia las radios nocturnas. Sábado noche: al drive-in.
¿Qué quieres ser de mayor?
Toda obra artística o literaria en el fondo no es sino la dolorosa y conmovedora reivindicación del preso que en los muros de su celda escribe la patética leyenda “Yo estuve aquí”, como  afirmación de una existencia que sabe abocada a la soledad, al olvido, a la nada, a la mistificación.
¿Qué quieres ser de mayor?
Quiero vivir en un apartamento antiguo (pero no viejo y no pasado de moda), en un edificio de la calle Setenta y tantos Este (la Setenta y ocho, por ejemplo), que tenga vistas hacia la mitad de Central Park, ser una buena vecina de la señora Glass y sus muy exquisitos e inteligentes hijos, salir con ella algunas tardes a tomar el té y merodear por Lord&Taylor, Saks o Bonwit Teller. Por supuesto, tendría el apartamento lleno de libros y otros maravillosos objetos. Me ganaría la vida pintando o escribiendo. También iría mucho al teatro y disfrutaría de grandes momentos de ocio.
En los primeros cincuenta ir a Coney Island era una aventura en la que lo primero que saltaba a la vista era la mañana acuática y azul, cuando en sus tempranas horas se absorbía por todos los poros de la piel un aire limpio, nuevo, aún fresco, pleno de promesas. Ni siquiera la espera en Columbus Circle, el metro atestado de niños, los adolescentes ruidosos y adultos festivos de la línea D y un trayecto que se hacía interminable hasta que durante unos pocos instantes los vagones salían al exterior mientras atravesaban el puente, lograba aplacar las ganas de acudir allí todos los días del pegajoso verano de Manhattan: un millón de bañistas luchando por apoderarse de un palmo de terreno con un sándwich de cebolla frita y salchichas en la mano. El día era eterno, y en la piel se sentía el aire caliente, perfumado y húmedo, y  en los ojos y la mente infantil se comprimían el largo paréntesis de la vida y todo su montón de visiones, sensaciones, sentimientos, alegrías y pesares en ese breve lapso de tiempo que mediaba entre la llegada a las olas mañaneras y la marcha aletargada hacia la oscura boca del metro. Sólo el regreso al atardecer, cansino y un poco triste, denso de olores y humanidad, disuadía de repetir al día siguiente la correría. Pero al llegar a casa, la noche calurosa y agotadora, la cena poco apetitosa frente al televisor y la ventana abierta de par en par a la calle y sus ruidos nocturnos y su olor a alcantarilla, renovaban paradójicamente la ilusión de volver a la mañana siguiente a la playa y merodear sin rumbo por las barracas de feria y las múltiples atracciones del parque, saturado de olores a fritangas y cremas protectoras y refrescado por la brisa a ráfagas proveniente del océano que hacía volar entre las piernas desnudas papeles y envoltorios. Ay, mañana…
La pequeña Evch
Todo son contradicciones, pequeñas venganzas de Yahvé en tierra de gentiles.
Sus pequeñas orejas, libres del gorro invernal, en el aula bien caldeada de secundaria, reciben como bofetones las invectivas que el calvinista Jonathan Edwards prodiga en los libros de textos para todos los alumnos blancos y negros, judíos y ortodoxos, católicos y budistas: viles e impíos israelitas… (hasta parecen mascullar las líneas elevándose de la página colérica).
Pero papá Hesse le espera en casa con la Tora sobre las piernas y un antiguo ejemplar asepiado de un Lebanon Light encima de la mesa. Se trata de dogmas: el Tiempo ha de pasar, y cuando crezca se habrá convertido en la anti-dogmática por excelencia: el arte es un lenguaje universal desde el que profesar la apostasía más liberadora.
Papá El Vendedor de Pólizas, este hombre sólido y culto, El Buen Judío Alemán, es uno de esos tipos que no es que reflexionen sobre su pasado, es que huyen de él. Este abogado ahora americano sin estrado no deja de pensar, mientras calcula primas de riesgo, que el pasado es lo que se halla en el interior de uno mismo y no lo que has dejado atrás.
Mucho después de ese pasado (engañosamente después): en septiembre de 1946 la niña de oro ya elegida por los dioses logró reunir los 44 números de Ha, Ha que habían llegado a los quioscos hasta esa fecha. A 10 centavos el cuadernillo: 440 centavos: 4,40 dólares en total. Observaba el rimero, que casi alcanzaba la altura de sus rodillas, ante la recelosa mirada del Dad, que por una vez no sabe qué pensar de su hija. Pero la pequeña compiladora lo que más admiraba ahora no era el contenido ya archisabido de los sobados ejemplares, sino el volumen ascendente, con vida física propia: una instalación (y los colores del pasado), lo familiar de las historias, recordar los chistes, las viñetas, tal vez el momento de la lectura, los olores, aquella vida tan reciente e intensa…
¿Qué quieres ser de mayor?
Eterna.
Un tipo delgado y de expresión malhumorada, de mirada espesa, ataviado con una ropa oscura y polvorienta que parece despedir olor a desván cerrado durante siglos, con un casquete en la coronilla, los ha contado: 613 mandamientos.
Estupefacta debió quedarse la que sería La Mayor Iconoclasta del Arte.
Fuera de los muros, es de todo punto imposible acatar las prescripciones.
El violeta es el color de la sabiduría.
Preludia la noche. Y antes de los sueños, el pensamiento, la reflexión…
¿Aún de niña y en esas estamos? Difícil de creer.
Hola, fantasía.
Estaría bien ser astronauta. Una nueva profesión nacida en la década de los cincuenta. Especialmente indicada para niñas de trece años. Era su secreto más íntimo, su sueño más descabellado y, por tanto, más hermoso (¡la de panorámicas que habría allá arriba!) Hasta que un día se enteró merced a un alma caritativa que el líquido que consumen los viajeros del espacio es orina y sudor reciclado. Puaf: vuelve a poner los pies en la tierra.
A los quince años: ya eres muy mayor.
Pero cuida las reglas y las emociones.
Lo judío, el estigma, el peso de la culpa…
Por la noche, frente la TV.: Studio One.
Porque aún es La Chica Que Nunca Sale De Noche.
¿Qué te lleva al arte?
El vacío:
Existe una manera de re-crear el mundo, de hacerlo invisible en sus torpezas y malandanzas.
Va a rellenar ese hueco, ese batiburrillo al que va a saber ponerle nombre de una vez por todas.
Como ella es evidente, creará una obra de claros perfiles y oscuras intenciones.
¿Adónde vas, sacrílega?
Exposición en…: “Cogeré el tren”, dice.
¡Conserva tu celo y respeta el sabbat!
¿Saldrá adelante?
No es una paria pero… tampoco es who belongs.
¿De la tribu de los Vanderbilt, de los Kennedy, de los Belmont, de los Morgan, de los Carnegie, de los Astor…?
No…
De la tribu de Israel.
La madre.
La sombra de Hamlet.
La palabra de agua.
La verde bruma del bosque.
El olor tibio de la sábana blanca.
El olor de la lavanda.
El aroma marino de la mañana azul del verano.
Un año después, el Gran Teatro del Mundo vuelve a alzar el telón.
La vida sigue.
Enero:  no busques a mamá en la fría y nevada Times Square del 47. Dejó la comedia de la vida que… sigue.
(En el Astor: Cary Grant, Loretta Young, David Niven: The Bishop’s Wife.)
Madre que nace y mata a tu hija.
No saludes a la tristeza: tampoco llevas en el alma la supuesta culpa de haber sobrevivido al lager. “No estuvo allí”, podría rezar tu epitafio.
En Central Park, que era como viajar fuera de la ciudad, le gustaba atravesar el lago por el levemente empinado Bow Bridge, en dirección a Cherry Hill: cerraba los ojos, que no acabe nunca, que no acabe nunca… pero el arco de llamativo hierro forjado terminaba demasiado pronto, le hacía descender aprisa, mucho antes de que empezara a soñar, y entonces se encontraba con… lo de siempre: hora de volver a casa.
Las cosas, mejor en serio. Empecemos por el principio: el arte es una mercancía, una puede vivir de él, es un producto a la venta como cualquier otro. Manos a la obra:
Se necesita marchand
Buen mensaje. Y ahora las advertencias. Aclaremos las condiciones. No vayan a creerse…
Con seriedad, así de sencillo. Acudirán como las moscas a la miel.
Si lo sabrá ella.
Una sabe lo que se hace: “Hablamos del 33%…” (estrictamente, ni un punto más).
Atentos:
-¿La señorita Eva Hesse?
-La misma.
-Me complacería muchísimo vender sus obras, mi querida amiga.
-Deme su tarjeta, señor…
-Durand-Ruel. A sus pies, madame.
-Muy bien, señor Durand-Ruel, ya me lo pensaré.
-¿Con quién tengo el gusto, señor?
-Me llamo André Level… Dispongo de grandes espacios para exponer sus obras y representar sus esencias de artista plástica allá donde fuera menester
-De momento bastará con su tarjeta.
-Como guste, madame.
-Merci.
-Merci, madame.
-¿Sí?
-Vollard.
-¿Vollard?
-El mismo y sus zapatones, mi querida señora. Tiene usted abierta la puerta de mi casa en la rue Laffitte.
-No me gusta su cara, señor Vollard… Tiene cara de pillo. Buenas noches y hasta nunca. Y si alguna vez aparezco por la rue Laffitte será para hartarme de comer pasteles con miel y nueces.
-Madame, ¿eso es todo?
-¿Le parece poco?
-Me parece… poco parisiense.
(Pues aprenda a hablar en neoyorquino.)
-¿Sí, dígame?
-Kahnweilwer…
-Ajá…
-Mire…
-Creo señor Kahnweiler que usted y yo nos vamos a llevar muy bien.
-Me alegra oír eso, miss Hesse.
Peggy Guggenheim, Castelli, Parson, Egan, Julien Levy…
-¡A la cola!
-¿Marlborough Galleries?
-Podríamos entendernos… Pero tendrán que esperar. Déjenme pensarlo.
En realidad, no es nada difícil. Se trata de una formulación que no exige excesiva dialéctica:
a)   valor de la obra comunicado por el artista;
g)   valor de la obra tasado por la galería;
vp) valor de la obra alcanzado en la venta.
-Dígame, señorita Hesse: ¿el valor estético ha de subordinarse al valor económico?
-No sabría qué decirle… Yo sólo soy una artista. Son muchas las cosas de las que no entiendo nada. Yo estoy entregada a mi arte… Es lo que me importa.
Claro.
(Pero implora a todos los dioses que aparezca un Mellon que le compre toda su obra y, además, le construya un edificio para su exposición pública.)
Huye El Perseguidor de los parques, donde no puede estar ella encerrada en el estudio aplicada y absorta en sus tareas de artista apresurada, y donde puede encontrarse el futuro rancio de Los Hombres de las Manos Vacías, ignorantes del Tiempo, vencidos en Los Parques de los Niños Muertos y Los Perros Vagabundos, darse de bruces contra toda esa nadería (tan letal).
Por esa época aún podías descubrir olmos en los patios traseros de algunos edificios de las afueras de Manhattan. Y, sin duda, en muchos de los de Brooklyn. Queens sólo era un boceto, un futuro tristón, de calles anchas y almacenes destartalados, un paisaje urbano aún desolado.
Habla del día de mañana. El pasado no ha sido amable. ¿Lo será el futuro?
¿Lo es el presente?
Sólo puedes inventar lo porvenir (que graciosamente puede vejarte o aun matarte sin miramientos).
¡Oh, Mujer, mata a la madre, despoja al padre!
Tómate un helado. (“¿Sabes lo que significa Häagen-Dazs?”)
El pasado no ha sido amable.
Ha sido traicionada.
La madrastra.
Años después, 1970.  De nuevo sola (a solas con el monstruo que se pasea por el interior de su cerebro):
arropada entre las sábanas del invierno, sintiendo la nieve de afuera que cubre las frías y negras calles, recuerda ese personaje de Faulkner que descubre que su padre ya le había hecho el mayor daño al darle la vida… Ahora poco más había que temer de él… “Ahora, la culpable soy yo…”.
Daddy, qué buen alemán se perdió por ser judío: desde el cálido y confortable hogar hamburgués atento habría estado a los avances incontenibles de la Wehrmacht en el frente ruso silbando por lo bajo el poemilla de Leip  musicado por Schultze.
Arrival.
A tiempo de los iconos llamativos e inocentes: el cilindro tricolor de hipnótico movimiento a la entrada de las peluquerías; la puerta de las tabaquerías custodiada por el lacónico y majestuoso cigar-store indian… ¡Cuán extraños símbolos! 
El parque dorado o blanco, rojo o verde: donde corren, pasean y dejan pasar el tiempo los que tienen mucho (son los fugitivos del parque, simples sombras que se deslizan veloces) o poco que hacer las (frustradas poetisas, las amas de casa desesperadas que han perdido el dinero de la comida en la lotto, los hombres tristes de pelo blanco sin nada entre las manos -ni un periódico viejo y amarillento que disimule su postración-, expulsados de los hoteles baratos del Lower hasta el mediodía, los mirones del día que languidecen al sol hasta la noche…)
En Nueva York el exilio dura un instante: aun con las maletas en la mano, al cabo de dos pasos sobre el empedrado de los años cuarenta la familia Hesse allega a la condición de emigrantes en busca de La Tierra Prometida. Tres pasos más y los orígenes son cuatro legajos sin importancia en el Nuevo Mundo y un álbum con las rancias fotografías familiares de unos antepasados muertos y difusos. Sin embargo, en ese crisol indefinible de todas las razas, también existen una clasificación animal más que social: a los neoyorquinos de una generación (irlandeses, polacos, armenios, alemanes, suecos, italianos, rusos, negros, portorriqueños, judíos, holandeses, mexicanos, chinos, turcos…) los Hesse se les antojan unos advenedizos de Manhattan o del barrio judío de Williamsburg al otro lado del puente.
Primero un aparato de radio RCA; luego, el coche familiar. En seguida un aparato de televisión de veintitantas pulgadas. Y habrá que empezar a aprender a cortar el césped…
Y algo más: Rosa Parks se niega a bajar del autobús
Los tiempos están cambiando.
Qué te parece.
Oh, qué bonito: las hermanas Andrews.
En este país tienes que bajar la vista para ver TV.
¡Qué Gran Melodía Americana! ¡Uaaaauuuuuuuuuuuuuu!
¡Mátese en un Chevrolet, el coche de los jóvenes!
Fortalezca sus arterias saciando su hambre (sea blanco o negro) en Kentucky Fried Chiken.
Fume Cherterfield: sus pulmones se lo agradecerán.
Technicolor: TELÉFONOS BLANCOS.
Ejércitos de muchachos negros comandados por la señorita Elizabeth Eckford invaden los institutos y se atrincheran libros en mano como armas arrojadizas entre los pupitres.
El arte… Dice su padre, y mueve la cabeza resignado… El arte del siglo XX, el tóxico, la ponzoña del espíritu.
Ella, la pequeña… (etcétera) se desconcierta ante la insolencia paterna.
Podría contestarle, si en lugar de hablar…
¿Pues no es arte todo lo que ve? En sus ojos está la magia. La técnica es el simulacro.
¿Quién es ese tipo?
La llave: un tal Beuys: Düsseldorf, 1965 (todavía habrá que esperar). Beuys: ¡su santa Croce! (Casi muere de éxtasis.)
El arte y la vida son inseparables (pero la vida de ellos: la realidad… ¡Es tan diferente!)
Esconderse era su juego preferido antes de la Era de los Saltos al Vacío.
Imaginaba el bosque más intrincado, mágico, de llamativas espesuras y de arbolado fantasmagórico bajo el cielo azul pálido surcado de nubes deshilachadas en franjas atravesadas de un dorado antiguo. Anegados por una luz de verde apagado y oro crepuscular los troncos y las ramas trabados en múltiples enredos parecen trazar un alfabeto retorcido, oscuro y, sin embargo, tan sugeridor de leyendas, arrebatos sublimes, amoríos y besos apasionados, muertes gloriosas. Años más tarde descubriría materializada, como atisbando por una grieta, esa otra realidad que se empeñaba en acompañar subrepticiamente la realidad exterior en su anodino discurrir, que avivaba algo ese amorfo y convencional escaparate de los días del presente infantil y eterno que aquella realidad oculta combatía a brazo partido: Atalante y Meleagro cazando el jabalí de Calidón. Era un cuadro de Rubens, el pintor que menos le gustaba de su época. Pero le hacía fantasear.
(Todo parecía ajustarse en el inmenso rompecabezas de piedra que ella iba armando laboriosamente: se acoplaban los centenares de fragmentos, emergía la gran figura poco a poco: sacrificio, heroísmo, la epopeya, los dibujos...)
De pequeña le encantaba hacer listas. Y de mayor. Hasta de las cosas más fútiles.
Addler.Behrman.Bellow.Berenson.Berkowitz.Bernstein.Brining.Butterweisaer.Cahan.Calis.Cohen.Cournos.Deutsch.Drachman.Feinstein.Ferber.Fineman.Frank……. Winslow.Wise.Yezierska.
La Alicia real que era ella miraba fijamente la imagen reflejada en el espejo durante interminables minutos hasta lograr abstraerse de lo que veía de tal modo que al final vaciaba su mente de cualquier definición o concepto: era su imagen pero ya no era ella. De adulta, invertía la conclusión: era ella pero ya no se reconocía en la imagen.
“Pues esta es toda mi teoría del arte”, se dijo. La clave, por así decirlo, que desentrañaba sus intenciones.
Ítem: Comprendió en seguida:
huye como de la peste de los lugares comunes,
del bodegón,
del retrato,
del paisaje,
de las marinas tumultuosas,
de las academias…
todo ese tratado aristotélico, el Topiká de las Artes (Bellas).
Modosita, alguna licencia rebelde, nada grave: no es ella, ni siquiera, como ese personajillo de la novela de William Faulkner que lleva muchas veces escapándose de casa pero siempre vuelve a la hora de las comidas.
Estoy sentada en la cima del mundo…
Y voy rodando
Voy rodando
Voy rodando…
No es una colegiala, pero se emociona: el mundo en colores. Como debe ser. La NBC lo mete en casa. Ahora la adolescente, sueña mejor. Compra las barras de carmín en una Five and Ten.
Le da un buen bocado al bagel (sin dejar de andar para ahorrar la ficha del metro): “Sobre blancos manteles de hilo, con cubiertos de plata, en vajillas inglesas, sorbiendo los mejores vinos en cristalerías Schott, he de comer acariciada por la luz de las arañas resplandecientes.”
1949: “Voy a patentar un color… Sólo para mis ojos… El color verdeagrisadoazulvioleta…”
“Magnífico.”
“Eso es lo que voy a hacer.
1960: Se patenta el IKB (International Klein Blue).
¿Qué hacemos con tu pelo? Su naturaleza y calidad permiten que pueda prestarse a cualquier ocurrencia estética.
Una cabellera puede esculpirse, adaptarse a la forma del pensamiento más aún que a la máscara del rostro.
¡Qué de horas frente al espejo! ¡Qué de personitas brotando de la luna del armario!
Eva con la melena lisa y la raya en medio, los grandes mechones frontales moldeados hacia dentro, el tono oscuro y brillante; Eva con el pelo largo al natural, de graciosos movimientos, de escaso corte de tijera; Eva con media melena y flequillo hasta las cejas; Eva con flequillo corto y recto, de corte geométrico; Eva de nuevo con la melena al viento, una larga cabellera de medido relieve que se enrosca en atractivas ondulaciones; Eva con el pelo corto, de flequillo alargado, peinado en bloque a un lado (el izquierdo); Eva con el pelo corto, de flequillo alargado, peinado en bloque a un lado (el derecho); Eva melancólica, la mirada dulce, recogida la suave cabellera en un moño bajo y trenzado, romántico; Eva al estilo pixie, con el frontal que casi tapa los ojos…
Quizás el sexo resolviera estas pausas temibles, este maldito mal olor:
“Por entonces una chica lista tenía en la mano pecadora el informe Kinsey y en la otra todavía más pecadora Human Sexual Response, de William Master y Virginia Johson.”
¿Sería bastante para excitarse?
Mientras tanto, se viste como La Perfecta Joven Americana: la ve venir hacia él a paso ligero, con la mirada azul oscuro casi negro de sus ojos al frente, esbozando una sonrisa de sorpresa: viste un jersey azul celeste con dibujos jacquard y una falda larga de pana verde botella.
Mientras tanto, ella a lo suyo (y eso que se halla asediada por ese tipo de damas que van y vienen hablando de Miguel Ángel…)
Mientras tanto la vida, las estaciones, la nieve, la lluvia, los árboles verdes, el aire marino del verano, la vida… (eso que
pasa…).
Y, ojo: cuidado con ese cuerpo judío, decente y sano, asediado por el donut y el chocolate y los cereales azucarados americanos, no lo cebes demasiado (deberían llevar una advertencia esos taimados envases y envoltorios de papeles brillantes como el pecado más tentador: BACK AWAY, FATTY).
“Hola, gorda”, te dice el espejo cada mañana. El vómito está bien, pero… ¿Qué tal si sólo hueles los alimentos? Que se sacie tu nariz, no tus muslos ni tus nalgas. Al paso de los años, las ocurrencias han de ser tan verdaderamente ingeniosas como el arte de su tiempo: gafas con lentes azules, lo que convierte la comida en poco apetecible; una docena de galletas  y seis litros de agua a sorbitos al día (receta mágica quitahambre); dieta respiracionista: se puede vivir del aire y el sol sin mayores alharacas; ni un solo puto carbohidrato en toda tu vida; dos inyecciones nutrientes diarias bastan para mantener las narices neutralizadas, la boca cerrada y la conciencia en paz en Puglia o en la pizzería de la calle Crosby; verduras y hortalizas rociadas con esprays con sabor a fuagrás, carne de vaca o spaghetti a la carbonara; cóctel de vitaminas por vía intravenosa, zumo de limón al mediodía y una manzana antes de meterse en la cama…                
A mediados de los 50 algunos millonarios compraban páginas enteras a modo de publicidad del New York Times para atacar a placer, indiscriminadamente, todo el arte moderno.
Esas eran las épocas.
En Yale: pero desarrolló un instinto especial para huir de los tipos trajeados en Brooks Brother con el pelo cortado a navaja (malas influencias, auténticos envenenadores de un talento, digamos, natural, sin mistificaciones aún).
 Papá: “Creyente o no creyente, eres judía, Evchen.”
(Podrías haberte llamado 174517 (ó 174516 ó 174518, y, ya en el futuro, asfixiada y muerta tú en el pasado, no habría pasado nada, todo hubiera seguido su cauce: tu obra habría acabado en manos de otro u otra.)
Quizás yo me haya equivocado (¿te la has creído alguna vez de carne y hueso?), y sólo sea una chica que trabaja.
(Mas no eres tú su verdugo, eres un simple actuario, peor aún, un iletrado mirón, no eres su verdugo alemán bien vestido con sombrero de copa y levita que le corta la cabeza.)
Bienvenida a la sangre.
Apuntaba alto: luchaba por codearse en el MOMA con Stella, Rauschenberg, Jasper Johns, Nevelson… Bienvenida a la guerra.
Sixteen Americans: de diciembre de 1959 a febrero de 1960.
A ver que me enseñan estos…
Cuando conoció a aquel hombre supo que iba a ser feliz, pero también que podría llegar a ser muy desgraciada.
Julio 61.
35 grados
Bad Boy. 14 con la Tercera.
En Mary’s.
El Gran Tipo: D.: en el segundo encuentro lo ve engullir una hamburguesa doble con queso y salsa barbacoa a la vez que picotea grandes tiras de patatas fritas crujientes (de sonido perfectamente audible en la misma acera desde donde lo ha descubierto al otro lado del ventanal), todo ello empujado hacia dentro mediante grandes tragos de espeso batido de vainilla.
Entra en el local con repugnancia.
“¿Qué deseas tomar?”
Aparta la vista de todo ese montón de grasa artificial y animal, de toda esa provisión nutritiva.
“Té frío, por favor.”
“¿Y tú quién eres, tío?”
Tu marido (durante unos pocos años).
Moleskine: agendas, grueso papel para dibujar acuarelas. (Pero tú escribes en cuadernos infantiles rayados de tapa dura, y tu escritura mancilla, y no celebra, y no…)
Enero-66:
todos los suicidas callan lo que saben
todos los suicidas dicen la verdad de una manera u otra.
No esconde que sus intenciones no son la de convertirse en una mujercita que hojea (ni siquiera lee) Ladie’s Home Journal mientras escucha las canciones melosas que a toda hora emite la radio como una gran baba, como una gran baba gigantesca e inconmensurable capaz de anegar la ciudad toda.
Sus miras van más alto.
“Enhorabuena, profesora.”
“Ahora, a buscar alumnos.”
“No será tarea fácil, si bien es cierto que existen muchos hijos de buena familia descarriados.”
En fin, en el año de tu licenciatura cualquier instituto (hasta en el mismo Bronx) tenía por 150 dólares semanales un profesor de arte a las puertas esperando una contratación, y puede que arrodillado, con los brazos en cruz y el diploma de la licenciatura  entre los dientes.

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