Sin
embargo, ellas, las dos hermanas, seguían bajando la vista, oraban y respiraban
el espeso aire de la sinagoga decorada con vidrieras azules y amarillas. En
verano: al campamento judío. Una suerte de aprendizaje para el kibutz, si se diera finalmente el caso.
Te amarán
si eres hermosa.
Pero,
¿podrás amar tú?
¿Quién soy
yo?, se pregunta sin apartar la mirada del espejo hasta que finalmente ya no se
reconoce en él:
Yo… soy
otra.
El
lenguaje es algo muy diferente a las palabras: éstas exigen un orden, y aquél
es una pretensión.
Pero aquél
se vale de éstas.
Son éstas
las que desarman a aquél.
Las
usurpaciones.
Papá se
casa de nuevo: sepulta a la pequeña Evchen
bajo una intrusa Eva Hesse: la madrastra del cuento.
¡Pero
hasta se llama como ella! ¡No quiero
un doble!
¡Maldita
perra!
Créate una
vida. ¿No se ha dicho que mejorar el estilo es mejorar el pensamiento?: créate
una ficción.
El Arte es
La Guarida Perfecta.
Chitón, y
la vista baja. A nada imites. Klee: eine
Zwischenwelt.
Y ahora
hay que asignar nuevos papeles en este Gran Teatro que en su acto final siempre
acaba como un guiñol inocente y sin significados complejos: corta los hilos,
corre el telón. Queridos niños, volved a los sueños. Creed que sois artistas.
Ved el mundo como un decorado de cartón y de trapos tan minúsculo como el que
se alza ante vuestros ojos en este pedazo del parque envuelto en la grisura de
la tarde dominguera que ya muere.
El cartel
admonitorio se había erigido hasta en la más pequeña calle de Hamburgo, poco
antes de escapar de la quema:
JUDEN
Sind in dieser
Ortschaft
nicht erwünscht!
Y también
en los cincuenta: una buena hoguera de libros y si hubieran podido hasta de leftists.
Los cincuenta:
Señor Hoover, ¿existen realmente Los protocolos de los siete sabios de Sión?
En el noticiario de Murrow, en la CBS, El Gran Defensor
de la América Libre el senador McCarthy proclama “su peregrina inocencia, su razón histórica y la culpabilidad de todos
los otros, los enemigos de los americanos de buena fe”.
La América
Fuerte se asienta sobre cimientos de oro (mucho más fuertes que el acero) y el
ojo vigilante de Joe McCarthy.
Leve sería
la purga, pues el Poder se reviste de mil formas, y todas adecuadas.
Todavía:
Celebran
felices aniversarios repasando y leyendo
The Jewish Family Year Book. Pasan las páginas casi sagradas mientras
aspiran el benéfico aire de libertad que proveniente de los huecos de ladrillo
sucio de humo de las ventanas abiertas hincha sus pulmones.
Abre las
páginas del libro grande. Mira las ilustraciones: estatuaria griega, el arte
antiguo. Inmortal. No del todo: al paso de los siglos los campesinos rompen en
pedazos las esculturas para levantar muros, fortalecer bancales de piedra seca,
alzar paredes de mármol en la montaña provisora de alimentos.
Retrasa el
miedo.
¿Por qué
creces? ¿Qué diablos es esta desconcertante materia con poder de metamorfearse,
de evolucionar carnosa e intelectualmente?
Aviva el
futuro: envuelto viene en papel de regalo, satinado y de colores brillantes (plata, azul, rosa…)
Las
ilusiones de lo venidero se alimentan del estiércol que sedimenta el pasado.
A los
cinco años los colores huelen: huele la mañana líquida del verano, las tardes
aburridas del otoño, la oscura luz del invierno, la noche amarilla y eléctrica,
el amanecer de piedra.
A los
siete descubres que los adultos están locos: exactamente, ¿qué hacen?, ¿cómo se
las arreglan?, ¿de qué hablan?, ¿qué conspiran?, ¿qué se creen?, ¿POR QUÉ HAN
CRECIDO?
A los
nueve años eres peligrosa: ya no hay preguntas: el fingimiento entra en acción.
A los diez
años de la edad cuaternaria todo ha acabado: sabes que las puertas por muy
pesadas que sean se cierran a lo desconocido y se abren a la desilusión.
A los once
años todo son terrores.
“Veo un
monstruo”, dice.
¿Un
monstruo?
Lo repite
innumerables veces.
Pasan los
días, las semanas.
Ve un
monstruo.
El
psicólogo apela a oscurantismos y a los fáciles traumatismos en la conciencia
infantil: la madre, la ausencia, la madrastra, la raza culpable (¡matar a Dios!)…
Al final,
descubren la verdad: no habita en los sueños, no hilan su angustia las pérfidas
pesadillas y los delirios nocturnos, no viola su inocencia endriago o espantajo
mientras duerme.
Todos los
sábados acude con unos familiares a Central Park. Antes, la recogen en la 56. Y
al cruzar Times Square, asoma el monstruo: el cartel con la enorme cabeza (tan
grande como una casa) de El hombre de
Camel que, entre letreros de neón, cada pocos segundos expulsa humo de
verdad por la boca.
Un dragón
a la luz del día. Preside festividades. Crea los miedos futuros.
A los once años: sé
una buena chica y en un par de años más búscate un novio correcto, un buen
americano, un tipo decente, un Scout Águila. O así.
Sin embargo, durante
unos años más aún se le vería sobre su cabeza el pollo (y el alma inocente).
“A tu salud”, y se bebe un par de San Franciscos. O más.
Termina emborrachándose (?). Sería la granadina.
¿La televisión? ¿Una
magia? No está una por los portentos que comparten decenas de millones de otros
seres humanos. Una no se maravilla así como así, se alegra de que el aparato
funcione sin más ni más, sobre todo si están emitiendo tu programa favorito.
Eso es todo.
¿Cómo se creó el
Universo? De un estallido de cólera. Alguien se enfadó.
Esas ventanas
encendidas de la noche de Nueva York no son, aunque a ti te lo parezcan, ojos
que vigilan tus andanzas (imaginaciones) de adolescente judía insomne: son,
como has descubierto ahora, al final de todo, huecos a una gran tristeza,
rendijas al absurdo temporal que es la existencia.
En el dormitorio del
padre y la madrastra. Encara las dos lunas del armario ropero. Adopta
posiciones: se multiplica diez veces, cien veces, mil veces… perdiéndose en el
fondo verde y marino incontable, inalcanzable, el país de las hadas de gestos
parsimoniosos y miradas de lánguidas aguas, el bello fango traslúcido que la
atrapa con sus manos de terciopelo.
Ella es La Niña de los
Grandes Ojos Negros.
El ocaso tiñe de rojo los
rascacielos del Lower como si de pronto fueran a calcinarse hasta derretirse
por completo y acabar pulverizados en el suelo, un polvo de óxido que se
confundiera con la superficie cenicienta del cemento de las aceras… pero
todavía, en esta época pre-Moses, en Manhattan se alzan casas unifamiliares de
dos plantas y edificios de ladrillo rojo siembran de colorido grandes zonas de
los distintos barrios de la ciudad: el lechero aún llama a tu puerta.
¿Quién es mi niña?
¿Quién va a ser?
¡El Capitán América!
¿Y quién no?
Viernes noche, los
cincuenta: Sam Spade incendia las radios nocturnas. Sábado noche: al drive-in.
¿Qué quieres ser de
mayor?
Toda obra artística o
literaria en el fondo no es sino la dolorosa y conmovedora reivindicación del
preso que en los muros de su celda escribe la patética leyenda “Yo estuve aquí”, como afirmación de una existencia que sabe abocada
a la soledad, al olvido, a la nada, a la mistificación.
¿Qué quieres ser de
mayor?
Quiero vivir en un
apartamento antiguo (pero no viejo y no pasado de moda), en un edificio de la
calle Setenta y tantos Este (la Setenta y ocho, por ejemplo), que tenga vistas
hacia la mitad de Central Park, ser una buena vecina de la señora Glass y sus
muy exquisitos e inteligentes hijos, salir con
ella algunas tardes a tomar el té y merodear por Lord&Taylor, Saks o Bonwit
Teller. Por supuesto, tendría el apartamento lleno de libros y otros maravillosos objetos. Me ganaría la vida
pintando o escribiendo. También iría mucho al teatro y disfrutaría de grandes momentos de ocio.
En los primeros cincuenta ir a Coney Island era una
aventura en la que lo primero que saltaba a la vista era la mañana acuática y
azul, cuando en sus tempranas horas se absorbía por todos los poros de la piel
un aire limpio, nuevo, aún fresco, pleno de promesas. Ni siquiera la espera en
Columbus Circle, el metro atestado de niños, los adolescentes ruidosos y
adultos festivos de la línea D y un trayecto que se hacía interminable hasta
que durante unos pocos instantes los vagones salían al exterior mientras
atravesaban el puente, lograba aplacar las ganas de acudir allí todos los días
del pegajoso verano de Manhattan: un millón de bañistas luchando por apoderarse
de un palmo de terreno con un sándwich de cebolla frita y salchichas en la mano.
El día era eterno, y en la piel se sentía el aire caliente, perfumado y húmedo,
y en los ojos y la mente infantil se
comprimían el largo paréntesis de la vida y todo su montón de visiones,
sensaciones, sentimientos, alegrías y pesares en ese breve lapso de tiempo que
mediaba entre la llegada a las olas mañaneras y la marcha aletargada hacia la
oscura boca del metro. Sólo el regreso al atardecer, cansino y un poco triste,
denso de olores y humanidad, disuadía de repetir al día siguiente la correría.
Pero al llegar a casa, la noche calurosa y agotadora, la cena poco apetitosa
frente al televisor y la ventana abierta de par en par a la calle y sus ruidos
nocturnos y su olor a alcantarilla, renovaban paradójicamente la ilusión de
volver a la mañana siguiente a la playa y merodear sin rumbo por las barracas
de feria y las múltiples atracciones del parque, saturado de olores a fritangas
y cremas protectoras y refrescado por la brisa a ráfagas proveniente del océano
que hacía volar entre las piernas desnudas papeles y envoltorios. Ay, mañana…
La pequeña
Evch…
Todo son
contradicciones, pequeñas venganzas de Yahvé en tierra de gentiles.
Sus
pequeñas orejas, libres del gorro invernal, en el aula bien caldeada de
secundaria, reciben como bofetones las invectivas que el calvinista Jonathan
Edwards prodiga en los libros de textos para todos los alumnos blancos y
negros, judíos y ortodoxos, católicos y budistas: viles e impíos israelitas… (hasta parecen mascullar las líneas
elevándose de la página colérica).
Pero papá
Hesse le espera en casa con la Tora sobre las piernas y un antiguo ejemplar
asepiado de un Lebanon Light encima
de la mesa. Se trata de dogmas: el Tiempo ha de pasar, y cuando crezca se habrá
convertido en la anti-dogmática por excelencia: el arte es un lenguaje
universal desde el que profesar la apostasía más liberadora.
Papá El
Vendedor de Pólizas, este hombre sólido y culto, El Buen Judío Alemán, es uno
de esos tipos que no es que reflexionen sobre su pasado, es que huyen de él.
Este abogado ahora americano sin estrado no deja de pensar, mientras calcula
primas de riesgo, que el pasado es lo que se halla en el interior de uno mismo
y no lo que has dejado atrás.
Mucho
después de ese pasado (engañosamente
después): en septiembre de 1946 la niña de oro ya elegida por los dioses
logró reunir los 44 números de Ha, Ha
que habían llegado a los quioscos hasta esa fecha. A 10 centavos el
cuadernillo: 440 centavos: 4,40 dólares en total. Observaba el rimero, que casi
alcanzaba la altura de sus rodillas, ante la recelosa mirada del Dad, que por una vez no sabe qué pensar
de su hija. Pero la pequeña compiladora lo que más admiraba ahora no era el
contenido ya archisabido de los sobados ejemplares, sino el volumen ascendente,
con vida física propia: una
instalación (y los colores del
pasado), lo familiar de las historias, recordar los chistes, las viñetas, tal
vez el momento de la lectura, los olores, aquella vida tan reciente e intensa…
¿Qué
quieres ser de mayor?
Eterna.
Un tipo
delgado y de expresión malhumorada, de mirada espesa, ataviado con una ropa
oscura y polvorienta que parece despedir olor a desván cerrado durante siglos,
con un casquete en la coronilla, los ha contado: 613 mandamientos.
Estupefacta
debió quedarse la que sería La Mayor Iconoclasta del Arte.
Fuera de
los muros, es de todo punto imposible acatar las prescripciones.
El violeta
es el color de la sabiduría.
Preludia
la noche. Y antes de los sueños, el pensamiento, la reflexión…
¿Aún de
niña y en esas estamos? Difícil de creer.
Hola,
fantasía.
Estaría bien
ser astronauta. Una nueva profesión nacida en la década de los cincuenta.
Especialmente indicada para niñas de trece años. Era su secreto más íntimo, su
sueño más descabellado y, por tanto, más hermoso (¡la de panorámicas que habría
allá arriba!) Hasta que un día se enteró merced a un alma caritativa que el
líquido que consumen los viajeros del espacio es orina y sudor reciclado. Puaf:
vuelve a poner los pies en la tierra.
A los
quince años: ya eres muy mayor.
Pero cuida
las reglas y las emociones.
Lo judío,
el estigma, el peso de la culpa…
Por la
noche, frente la TV.: Studio One.
Porque aún
es La Chica Que Nunca Sale De Noche.
¿Qué te
lleva al arte?
El vacío:
Existe una
manera de re-crear el mundo, de hacerlo invisible en sus torpezas y
malandanzas.
Va a
rellenar ese hueco, ese batiburrillo al que va a saber ponerle nombre de una
vez por todas.
Como ella
es evidente, creará una obra de claros perfiles y oscuras intenciones.
¿Adónde
vas, sacrílega?
Exposición
en…: “Cogeré el tren”, dice.
¡Conserva
tu celo y respeta el sabbat!
¿Saldrá
adelante?
No es una
paria pero… tampoco es who belongs.
¿De la
tribu de los Vanderbilt, de los Kennedy, de los Belmont, de los Morgan, de los
Carnegie, de los Astor…?
No…
De la
tribu de Israel.
La madre.
La sombra
de Hamlet.
La palabra
de agua.
La verde
bruma del bosque.
El olor
tibio de la sábana blanca.
El olor de
la lavanda.
El aroma
marino de la mañana azul del verano.
Un año
después, el Gran Teatro del Mundo vuelve a alzar el telón.
La vida
sigue.
Enero: no busques a mamá en la fría y nevada Times
Square del 47. Dejó la comedia de la vida que… sigue.
(En el
Astor: Cary Grant, Loretta Young, David Niven: The Bishop’s Wife.)
Madre que
nace y mata a tu hija.
No saludes
a la tristeza: tampoco llevas en el alma la supuesta culpa de haber sobrevivido
al lager. “No estuvo allí”, podría
rezar tu epitafio.
En Central Park, que
era como viajar fuera de la ciudad, le gustaba atravesar el lago por el
levemente empinado Bow Bridge, en dirección a Cherry Hill: cerraba los ojos,
que no acabe nunca, que no acabe nunca… pero el arco de llamativo hierro
forjado terminaba demasiado pronto, le hacía descender aprisa, mucho antes de
que empezara a soñar, y entonces se encontraba con… lo de siempre: hora de
volver a casa.
Las cosas, mejor en serio. Empecemos por el principio: el
arte es una mercancía, una puede vivir de él, es un producto a la venta como
cualquier otro. Manos a la obra:
Se necesita marchand
Buen
mensaje. Y ahora las advertencias. Aclaremos las condiciones. No vayan a
creerse…
Con
seriedad, así de sencillo. Acudirán como las moscas a la miel.
Si lo
sabrá ella.
Una sabe
lo que se hace: “Hablamos del 33%…” (estrictamente, ni un punto más).
Atentos:
-¿La
señorita Eva Hesse?
-La misma.
-Me
complacería muchísimo vender sus obras, mi querida amiga.
-Deme su
tarjeta, señor…
-Durand-Ruel.
A sus pies, madame.
-Muy bien,
señor Durand-Ruel, ya me lo pensaré.
-¿Con
quién tengo el gusto, señor?
-Me llamo
André Level… Dispongo de grandes espacios para exponer sus obras y representar
sus esencias de artista plástica allá donde fuera menester
-De
momento bastará con su tarjeta.
-Como
guste, madame.
-Merci.
-Merci, madame.
-¿Sí?
-Vollard.
-¿Vollard?
-El mismo
y sus zapatones, mi querida señora. Tiene usted abierta la puerta de mi casa en
la rue Laffitte.
-No me
gusta su cara, señor Vollard… Tiene cara de pillo. Buenas noches y hasta nunca.
Y si alguna vez aparezco por la rue Laffitte será para hartarme de comer
pasteles con miel y nueces.
-Madame,
¿eso es todo?
-¿Le
parece poco?
-Me
parece… poco parisiense.
(Pues
aprenda a hablar en neoyorquino.)
-¿Sí,
dígame?
-Kahnweilwer…
-Ajá…
-Mire…
-Creo
señor Kahnweiler que usted y yo nos vamos a llevar muy bien.
-Me alegra
oír eso, miss Hesse.
Peggy
Guggenheim, Castelli, Parson, Egan, Julien Levy…
-¡A la
cola!
-¿Marlborough
Galleries?
-Podríamos
entendernos… Pero tendrán que esperar. Déjenme pensarlo.
En realidad, no es nada difícil. Se trata de una
formulación que no exige excesiva dialéctica:
a) valor de la obra comunicado por el artista;
g) valor de la obra tasado por la galería;
vp) valor de
la obra alcanzado en la venta.
-Dígame,
señorita Hesse: ¿el valor estético ha de subordinarse al valor económico?
-No sabría
qué decirle… Yo sólo soy una artista. Son muchas las cosas de las que no
entiendo nada. Yo estoy entregada a mi arte… Es lo que me importa.
Claro.
(Pero
implora a todos los dioses que aparezca un Mellon que le compre toda su obra y,
además, le construya un edificio para su exposición pública.)
Huye El
Perseguidor de los parques, donde no puede estar ella encerrada en el estudio
aplicada y absorta en sus tareas de artista apresurada, y donde puede
encontrarse el futuro rancio de Los Hombres de las Manos Vacías, ignorantes del
Tiempo, vencidos en Los Parques de los Niños Muertos y Los Perros Vagabundos,
darse de bruces contra toda esa nadería (tan letal).
Por esa
época aún podías descubrir olmos en los patios traseros de algunos edificios de
las afueras de Manhattan. Y, sin duda, en muchos de los de Brooklyn. Queens
sólo era un boceto, un futuro tristón, de calles anchas y almacenes
destartalados, un paisaje urbano aún desolado.
Habla del
día de mañana. El pasado no ha sido amable. ¿Lo será el futuro?
¿Lo es el
presente?
Sólo
puedes inventar lo porvenir (que graciosamente puede vejarte o aun matarte sin
miramientos).
¡Oh,
Mujer, mata a la madre, despoja al padre!
Tómate un
helado. (“¿Sabes lo que significa Häagen-Dazs?”)
El pasado no ha sido amable.
Ha sido
traicionada.
La
madrastra.
Años
después, 1970. De nuevo sola (a solas
con el monstruo que se pasea por el interior de su cerebro):
arropada
entre las sábanas del invierno, sintiendo la nieve de afuera que cubre las
frías y negras calles, recuerda ese personaje de Faulkner que descubre que su
padre ya le había hecho el mayor daño al darle la vida… Ahora poco más había
que temer de él… “Ahora, la culpable soy yo…”.
Daddy, qué
buen alemán se perdió por ser judío: desde el cálido y confortable hogar
hamburgués atento habría estado a los avances incontenibles de la Wehrmacht en
el frente ruso silbando por lo bajo el poemilla de Leip musicado por Schultze.
Arrival.
A tiempo
de los iconos llamativos e inocentes: el cilindro tricolor de hipnótico
movimiento a la entrada de las peluquerías; la puerta de las tabaquerías
custodiada por el lacónico y majestuoso cigar-store
indian… ¡Cuán extraños símbolos!
El parque
dorado o blanco, rojo o verde: donde corren, pasean y dejan pasar el tiempo los
que tienen mucho (son los fugitivos del parque, simples sombras que se deslizan
veloces) o poco que hacer las (frustradas poetisas, las amas de casa
desesperadas que han perdido el dinero de la comida en la lotto, los hombres tristes de pelo blanco sin nada entre las manos
-ni un periódico viejo y amarillento que disimule su postración-, expulsados de
los hoteles baratos del Lower hasta el mediodía, los mirones del día que
languidecen al sol hasta la noche…)
En Nueva
York el exilio dura un instante: aun con las maletas en la mano, al cabo de dos
pasos sobre el empedrado de los años cuarenta la familia Hesse allega a la
condición de emigrantes en busca de La Tierra Prometida. Tres pasos más y los
orígenes son cuatro legajos sin importancia en el Nuevo Mundo y un álbum con
las rancias fotografías familiares de unos antepasados muertos y difusos. Sin
embargo, en ese crisol indefinible de todas las razas, también existen una
clasificación animal más que social: a los neoyorquinos de una generación
(irlandeses, polacos, armenios, alemanes, suecos, italianos, rusos, negros,
portorriqueños, judíos, holandeses, mexicanos, chinos, turcos…) los Hesse se
les antojan unos advenedizos de Manhattan o del barrio judío de Williamsburg al
otro lado del puente.
Primero un
aparato de radio RCA; luego, el coche familiar. En seguida un aparato de
televisión de veintitantas pulgadas. Y habrá que empezar a aprender a cortar el
césped…
Y algo
más: Rosa Parks se niega a bajar del autobús
Los
tiempos están cambiando.
Qué te
parece.
Oh, qué
bonito: las hermanas Andrews.
En este
país tienes que bajar la vista para ver TV.
¡Qué Gran
Melodía Americana! ¡Uaaaauuuuuuuuuuuuuu!
¡Mátese en un Chevrolet, el coche de los jóvenes!
Fortalezca
sus arterias saciando su hambre (sea blanco o negro) en Kentucky Fried Chiken.
Fume Cherterfield: sus pulmones se lo
agradecerán.
Technicolor:
TELÉFONOS BLANCOS.
Ejércitos de muchachos negros comandados por la señorita
Elizabeth Eckford invaden los institutos y se atrincheran libros en mano como
armas arrojadizas entre los pupitres.
El arte…
Dice su padre, y mueve la cabeza resignado… El arte del siglo XX, el tóxico, la
ponzoña del espíritu.
Ella, la
pequeña… (etcétera) se desconcierta ante la insolencia paterna.
Podría
contestarle, si en lugar de hablar…
¿Pues no
es arte todo lo que ve? En sus ojos
está la magia. La técnica es el simulacro.
¿Quién es
ese tipo?
La llave:
un tal Beuys: Düsseldorf, 1965 (todavía habrá que esperar). Beuys: ¡su santa
Croce! (Casi muere de éxtasis.)
El arte y
la vida son inseparables (pero la vida de ellos:
la realidad… ¡Es tan diferente!)
Esconderse
era su juego preferido antes de la Era de los Saltos al Vacío.
Imaginaba
el bosque más intrincado, mágico, de llamativas espesuras y de arbolado
fantasmagórico bajo el cielo azul pálido surcado de nubes deshilachadas en
franjas atravesadas de un dorado antiguo. Anegados por una luz de verde apagado
y oro crepuscular los troncos y las ramas trabados en múltiples enredos parecen
trazar un alfabeto retorcido, oscuro y, sin embargo, tan sugeridor de leyendas,
arrebatos sublimes, amoríos y besos apasionados, muertes gloriosas. Años más
tarde descubriría materializada, como atisbando por una grieta, esa otra
realidad que se empeñaba en acompañar subrepticiamente la realidad exterior en
su anodino discurrir, que avivaba algo ese amorfo y convencional escaparate de
los días del presente infantil y eterno que aquella realidad oculta combatía a
brazo partido: Atalante y Meleagro
cazando el jabalí de Calidón. Era un cuadro de Rubens, el pintor que menos
le gustaba de su época. Pero le hacía fantasear.
(Todo
parecía ajustarse en el inmenso rompecabezas de piedra que ella iba armando
laboriosamente: se acoplaban los centenares de fragmentos, emergía la gran
figura poco a poco: sacrificio, heroísmo, la epopeya, los dibujos...)
De pequeña le encantaba hacer listas. Y de mayor. Hasta
de las cosas más fútiles.
Addler.Behrman.Bellow.Berenson.Berkowitz.Bernstein.Brining.Butterweisaer.Cahan.Calis.Cohen.Cournos.Deutsch.Drachman.Feinstein.Ferber.Fineman.Frank…….
Winslow.Wise.Yezierska.
La Alicia
real que era ella miraba fijamente la imagen reflejada en el espejo durante
interminables minutos hasta lograr abstraerse de lo que veía de tal modo que al
final vaciaba su mente de cualquier definición o concepto: era su imagen pero ya no era
ella. De adulta, invertía la conclusión: era ella pero ya no se reconocía en la imagen.
“Pues esta
es toda mi teoría del arte”, se dijo. La clave, por así decirlo, que
desentrañaba sus intenciones.
Ítem:
Comprendió en seguida:
huye como
de la peste de los lugares comunes,
del
bodegón,
del
retrato,
del
paisaje,
de las
marinas tumultuosas,
de las
academias…
todo ese
tratado aristotélico, el Topiká de las Artes (Bellas).
Modosita,
alguna licencia rebelde, nada grave: no es ella, ni siquiera, como ese
personajillo de la novela de William Faulkner que lleva muchas veces
escapándose de casa pero siempre vuelve a
la hora de las comidas.
Estoy sentada en la cima del mundo…
Y voy rodando
Voy rodando
Voy rodando…
No es una
colegiala, pero se emociona: el mundo en colores. Como debe ser. La NBC lo mete
en casa. Ahora la adolescente, sueña mejor. Compra las barras de carmín en una Five and Ten.
Le da un
buen bocado al bagel (sin dejar de andar para ahorrar la ficha del metro):
“Sobre blancos manteles de hilo, con cubiertos de plata, en vajillas inglesas,
sorbiendo los mejores vinos en cristalerías Schott, he de comer acariciada por
la luz de las arañas resplandecientes.”
1949: “Voy
a patentar un color… Sólo para mis ojos… El color verdeagrisadoazulvioleta…”
“Magnífico.”
“Eso es lo
que voy a hacer.
1960: Se
patenta el IKB (International Klein Blue).
¿Qué
hacemos con tu pelo? Su naturaleza y calidad permiten que pueda prestarse a
cualquier ocurrencia estética.
Una
cabellera puede esculpirse, adaptarse a la forma del pensamiento más aún que a
la máscara del rostro.
¡Qué de
horas frente al espejo! ¡Qué de personitas brotando de la luna del armario!
Eva con la
melena lisa y la raya en medio, los grandes mechones frontales moldeados hacia
dentro, el tono oscuro y brillante; Eva con el pelo largo al natural, de
graciosos movimientos, de escaso corte de tijera; Eva con media melena y
flequillo hasta las cejas; Eva con flequillo corto y recto, de corte
geométrico; Eva de nuevo con la melena al viento, una larga cabellera de medido
relieve que se enrosca en atractivas ondulaciones; Eva con el pelo corto, de
flequillo alargado, peinado en bloque a un lado (el izquierdo); Eva con el pelo
corto, de flequillo alargado, peinado en bloque a un lado (el derecho); Eva
melancólica, la mirada dulce, recogida la suave cabellera en un moño bajo y
trenzado, romántico; Eva al estilo pixie, con el frontal que casi tapa los
ojos…
Quizás el
sexo resolviera estas pausas temibles, este maldito mal olor:
“Por
entonces una chica lista tenía en la mano pecadora el informe Kinsey y en la
otra todavía más pecadora Human Sexual
Response, de William Master y Virginia Johson.”
¿Sería bastante para excitarse?
Mientras
tanto, se viste como La Perfecta Joven Americana: la ve venir hacia él a paso ligero, con la mirada azul oscuro casi
negro de sus ojos al frente, esbozando una sonrisa de sorpresa: viste un jersey
azul celeste con dibujos jacquard y una falda larga de pana verde botella.
Mientras
tanto, ella a lo suyo (y eso que se halla asediada por ese tipo de damas que van y vienen hablando de Miguel Ángel…)
Mientras
tanto la vida, las estaciones, la nieve, la lluvia, los árboles verdes, el aire
marino del verano, la vida… (eso que
pasa…).
Y, ojo:
cuidado con ese cuerpo judío, decente y sano, asediado por el donut y el
chocolate y los cereales azucarados americanos, no lo cebes demasiado (deberían
llevar una advertencia esos taimados envases y envoltorios de papeles
brillantes como el pecado más tentador: BACK AWAY,
FATTY).
“Hola,
gorda”, te dice el espejo cada mañana. El vómito está bien, pero… ¿Qué tal si
sólo hueles los alimentos? Que se sacie tu nariz, no tus muslos ni tus nalgas.
Al paso de los años, las ocurrencias han de ser tan verdaderamente ingeniosas
como el arte de su tiempo: gafas con lentes azules, lo que convierte la comida
en poco apetecible; una docena de galletas
y seis litros de agua a sorbitos al día (receta mágica quitahambre); dieta respiracionista: se
puede vivir del aire y el sol sin mayores alharacas; ni un solo puto
carbohidrato en toda tu vida; dos inyecciones nutrientes diarias bastan para
mantener las narices neutralizadas, la boca cerrada y la conciencia en paz en
Puglia o en la pizzería de la calle Crosby; verduras y hortalizas rociadas con
esprays con sabor a fuagrás, carne de vaca o spaghetti a la carbonara; cóctel
de vitaminas por vía intravenosa, zumo de limón al mediodía y una manzana antes
de meterse en la cama…
A mediados
de los 50 algunos millonarios compraban páginas enteras a modo de publicidad
del New York Times para atacar a
placer, indiscriminadamente, todo el arte moderno.
Esas eran
las épocas.
En Yale:
pero desarrolló un instinto especial para huir de los tipos trajeados en Brooks
Brother con el pelo cortado a navaja (malas influencias, auténticos
envenenadores de un talento, digamos, natural, sin mistificaciones aún).
Papá: “Creyente o no creyente, eres judía, Evchen.”
(Podrías
haberte llamado 174517 (ó 174516 ó 174518, y, ya en el futuro, asfixiada y
muerta tú en el pasado, no habría pasado nada, todo hubiera seguido su cauce: tu obra habría acabado en manos de otro u
otra.)
Quizás yo
me haya equivocado (¿te la has creído alguna vez de carne y hueso?), y sólo sea
una chica que trabaja.
(Mas no
eres tú su verdugo, eres un simple actuario, peor aún, un iletrado mirón, no
eres su verdugo alemán bien vestido con sombrero de copa y levita que le corta
la cabeza.)
Bienvenida
a la sangre.
Apuntaba
alto: luchaba por codearse en el MOMA con Stella, Rauschenberg, Jasper Johns, Nevelson… Bienvenida a
la guerra.
Sixteen Americans: de diciembre de 1959 a febrero de 1960.
A ver que
me enseñan estos…
Cuando
conoció a aquel hombre supo que iba a ser feliz, pero también que podría llegar
a ser muy desgraciada.
Julio 61.
35 grados
Bad Boy. 14 con
la Tercera.
En Mary’s.
El Gran
Tipo: D.: en el segundo encuentro lo ve engullir una hamburguesa doble con queso
y salsa barbacoa a la vez que picotea grandes tiras de patatas fritas
crujientes (de sonido perfectamente audible en la misma acera desde donde lo ha
descubierto al otro lado del ventanal), todo ello empujado hacia dentro
mediante grandes tragos de espeso batido de vainilla.
Entra en
el local con repugnancia.
“¿Qué
deseas tomar?”
Aparta la
vista de todo ese montón de grasa artificial y animal, de toda esa provisión
nutritiva.
“Té frío,
por favor.”
“¿Y tú
quién eres, tío?”
Tu marido
(durante unos pocos años).
Moleskine:
agendas, grueso papel para dibujar acuarelas. (Pero tú escribes en cuadernos
infantiles rayados de tapa dura, y tu escritura mancilla, y no celebra, y no…)
Enero-66:
todos los
suicidas callan lo que saben
todos los
suicidas dicen la verdad de una manera u otra.
No esconde
que sus intenciones no son la de convertirse en una mujercita que hojea (ni
siquiera lee) Ladie’s Home Journal
mientras escucha las canciones melosas que a toda hora emite la radio como una
gran baba, como una gran baba gigantesca e inconmensurable capaz de anegar la
ciudad toda.
Sus miras
van más alto.
“Enhorabuena,
profesora.”
“Ahora, a
buscar alumnos.”
“No será
tarea fácil, si bien es cierto que existen muchos hijos de buena familia descarriados.”
En fin, en el año de tu licenciatura cualquier instituto (hasta en el
mismo Bronx) tenía por 150 dólares semanales un profesor de arte a las puertas
esperando una contratación, y puede que arrodillado, con los brazos en cruz y
el diploma de la licenciatura entre los
dientes.
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