Cuando mueres, muere una parte de tu mente nada más. ¿Se activan las otras partes antes de pudrirse? Ajá, un nuevo robot se pone en marcha.
Tomarlo como
personaje… ¡a él! (danzoteando por algún instituto de chicas, se mete en líos,
sale de ellos, enamora a alguna niñata, se enamora, se encapricha él… ¡Boceto!)
La súbita alegría del
viernes, el maquillaje de los sábados, la postración desoladora y doméstica del
domingo.
Por su parte, Brell:
Ha habido arte antes
de los artistas, como ha habido religión antes de los dioses y sus profetas:
¿qué es todo esto?, se dijo el mono sin despegar los labios mirando en
derredor.
Como esos escolásticos
del medievo que buscaban en la oscuridad catedralicia (el lugar adecuado) lo
que no existe.
Ese personaje de
Bernhard que leía a Schopenhauer (El mundo como voluntad y representación)…, ese que se comía las páginas del
libro, pues decía que Schopenhauer había sido siempre su mejor alimento.
El dinero se fabrica
como los zapatos y los neumáticos, el pan, las flores de invernadero o el motor
de un coche. La única diferencia, en lo que respecta al dinero, es la
credulidad, la confianza desmesurada en el símbolo.
Le era imposible creer
en la muerte. (A Brell).
En fin.
Con sabor a Martini
(invadiendo la boca de Brell), elucubra, estar lejos de allí, no mirar a Paula,
sus ojos condenatorios, divaga, muchacho…:
Sus enemigos eran
aquellos que decidían por él: urbanistas, políticos, programadores de
televisión, diseñadores, modistos…, todos esos bastardos que no contaban con él
al maquinar sus planes y que eran capaces sin pararse en mientes de modificar
sus hábitos, sus maneras, su regulada vida…
¿Qué demonios
escribes?, preguntaba su padre.
Notas para la clase.
Mentira.
Escribía ficción (este
vicio original parece venir de familia, pero sólo en la adolescencia, a esa
edad incierta).
A hurtadillas: un
galeote de la pluma. Chist. Silencio. Luego:
¿Un manuscrito?, ¿un
original? ¡Dios santo…!: directo a the
slush pile.
¡A estas alturas…!
De un individuo sólo
se tiene por verdadero el día de su nacimiento y el día de su muerte: lo demás
es un equívoco… Lo que hagas, lo que dejes de hacer… todo será puesto en solfa;
muerto, serás un saco de dimes y diretes, era un buen tipo, era un pobre tipo,
era un mal tipo, pocos como él….
Contradictorio-inconsecuente.
¿Pues no era capaz él
de pervertir cualquier moral o idelogía desprendiéndolas de aquella
inconveniencia que repugnara a su carácter o añadiéndoles las modificaciones
que fuesen necesarias para salvaguardar sus intereses o sus intenciones?
Ahora necesita creer
que está vivo. Habla sin mirarla, a ella, absorta en la pantalla del móvil (sin
embargo, alza la vista al oírle balbucear):
¿Sabías que existen
pensamientos sólidos? Se descuelgan de la mente, atraviesan el frágil muro de
la carne y salen al exterior de su dueño, se transforman en cosas: y andan a
cuatro patas como los gatos sigilosos. (¿Levantan el rabo?)
Paula baja la vista de
nuevo al teclado del teléfono: todo está ahí, en esas condenadas teclas.
De repente, se oye a sí mismo Brell: deberíamos
empezar a practicar el sexo anal, me parece que ya va siendo hora: han sido una
palabras craneales, silenciosísimas,
nadie ha oído nada, nadie sabe nada. Paula a lo suyo, en plena hipnosis, los
camareros como si tal cosa, el mundo tranquilo ante la cruel sugerencia.
La realidad es lo que
es. Basta de fantasías, se dijo Brell hace años (hace exactamente ocho, al
cumplir cuarenta años justos, nunca aprendió a acabar de una vez con los números redondos), la realidad es el
dragón al que había que combatir: hasta arrojaba lenguas de fuego por las
fauces, y para ello él tenía que ser un tipo normal, gris incluso, ni siquiera
bombero, ser pusilánime, inconcreto, cínico (¿por qué no?), vencido… nada del
guerrero altivo con la espada de los tebeos en la mano. Una vez fue héroe,
príncipe, fue invencible, ganó todas las guerras: tenía nueve años: venció al
diablo y a sus negras huestes y a Dios lo sepultó en el olvido. Fue suficiente
con eso. ¿Para qué más?
Y, usted, ¿qué hace?
Vendo lápices de colores
a domicilio.
(¿O eran peces de
colores?)
La otra sigue con el
teléfono en la mano tan hipnotizada que ha enterrado el mundo, ¡por fin!, en un
desierto de sandeces.
¿Y ésta con quien
habla?, se pregunta con una sensación de hastío Brell. En realidad, está
mensajeando. En el fondo le importa un comino con quien hable. Qué más da. La
cuestión es pasar el ratito… los dos.
Está curado de muchos
espantos: ¿follar?, que folle con quien quiera: ¿no hace lo que se le antoja
comiendo en mil y uno restaurantes, paseando quién sabe por donde, yendo al
cine con cualquier desconocido, compañero de trabajo o familiar, comprando esto
o lo otro, escribiendo maldades sin fin? ¿Qué diferencia existe entre una cosa
y otra? Folla, hija mía, folla con la bendición española, católica, apostólica
y romana. Yo, el buen marido, te absuelvo y te bendigo.
Él se halla en el más
puro estado de ataraxia
pre-aristotélica: se reía delante de las narices de quien fuese sin que nada en
su rostro pudiese manifestarlo: él es ese hombre que tiene ganada la partida de
antemano: puede admitir sin objeciones todo cuanto argumente en un sentido o en
otro el tipo que tiene frente a él, porque le da exactamente lo mismo.
¿Blanco? Pues blanco.
¿Negro? Pues negro.
¿Cómo se lucha contra
un suizo?
Ella pensaría que me
estoy convirtiendo en un blando afeminado… (que diría Séneca).
¿Las banderas? Trapos
enmarranados de sangre seca, aunque la práctica totalidad de ellos lo ocultan
pintando encima líneas y bandas de colores chillones, un escudo, un símbolo.
Ataraxia. Sus momentos
griegos: estaba mucho tiempo mirándose en el espejo. Entonces lograba borrarse
físicamente, ya no era capaz de escrutar realmente los rasgos de su cara, la
envoltura de la carne o las pequeñas manchas de los ojos: veía lo de adentro…
Una libreta infantil
(empezada a emborronar en este mismo año del señor de 2008) rayada,
cuadriculada, del tamaño de un paquete de cigarrillos, la anotación rápida,
todavía poco concluyente pero al cabo aprovechable…: Dos hermanos: Galión y
Mela. (Séneca)
Así que el viejo
Séneca…
Otra anotación: La
sabiduría de Posidonio.
Y otra (pero ¿qué
diablos perseguía con esos entresacados de tan peculiar lectura –Séneca y los
estoicos-?): Un tipo vengativo que va por ahí transformando en calabaza a todo
aquel que se opone o se enfrenta a sus deseos. (Séneca).
Y otra aún más
reveladora: Estupro-Julia. (Séneca).
Mírate, Lucy: después
de tres millones de años a esto hemos llegado, a comprender que nada tiene
sentido. Ojalá tener la cabeza gacha al suelo, ramonear, volver a las cuatro
patas…
Anotación pensando
en…: Porque para ti, hay personas como esas, que son como afluentes que
desembocan en tu propio fluir y logran que cada vez discurras con mayor y más
acertada holgura en el curso de la vida.
Lo más importante: ha
aprendido a callar, a no ponerse fácilmente en peligro.
La vida: Non sense.
Así que Paula…
Un misterio. Su misterio.
En efecto, una vez la
siguió. Hubo un tiempo que hacía esa clase de cosas. También le abría la
correspondencia… ¡publicitaria! El correo electrónico lo tenía imposible,
vedado por una endiablada contraseña (dos o tres palabras encadenadas de pura
invención que no debían figurar en el diccionario). Así que la acechaba… Una
vez la espió cauteloso al volante a lo largo de varias manzanas: acabó perdido
entre el tráfico, los semáforos y las idas y venidas de ella que conducía mucho
mejor y de manera más ágil que él. Abandonó la persecución exhausto y tenso en
alguna de las sombrías callejas al lado norte de la avenida del Puerto, antes de
llegar a la playa… Así era la vida de ella, su relación con él, sus bohemios
amigos, su trabajo inclasificable, su extraña familia, el silencio inabordable…
Parecía moverse en todo momento a lomos de un caballo de ajedrez, asestando
lanzadas aquí y allá. Una vez… Etcétera.
Aprendió pronto la
consigna: Déjala, déjala… Que viva a su aire.
Así que…
Boceto… inventor de realidades.
A veces, para variar,
falseaba aspectos de su vida (aunque no demasiado contradictorios como creía):
Algunas veces se castiga zampando porquerías en algún anónimo y horrible bar de
barriada que servía comidas hasta primeras horas de la tarde bajo una luz de
neón homicida: come sin alzar la vista del plato, sin mirar a los lados,
masticando en silencio y engullendo la bazofia por la garganta agrietada,
sentado a una mesa corrida junto a otros apestosos comensales comebaratos con la cabeza inclinada
rumiando, comiendo, dándole al peleón, deglutiendo su tristeza inalterable.
Algunas veces…
¿Por qué Séneca? (A
veces…)
¿Su padre? De acuerdo,
un melifluo pero…
Pan y champaña que no falten. Lema de
quien anda sobrado de todo.
Nada que ver con uno
de esos tipos muy capaces de ahorcarse con uno de sus calcetines.
Séneca, claro.
Ya viejo, como todos:
un tipo oxidado, inservible. (Pero lograba disimularlo como pocos.) Y jamás
habría emprendido ninguna acción contra algún criminal o corrupto de sus
semejantes: como esos tipos de Onetti, que esperan que el futuro cumpla la
venganza que desean para sus enemigos sin mover ellos un solo dedo.
Siéntate a la puerta
de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo, se decía Brell El
Progenitor: y pasa, ya lo creo que pasa, aun envuelto en el sudario, aun
encerrado en el féretro, sabes que es
él, notas el regocijo en tu interior.
No le importaba que fuera superficial y alocada, lo que no
podía admitir era que fuese absolutamente ignorante de la literatura española
del siglo XVII y que se comiera la mitad de las vocales al hablar: eso la
enviaba directamente al cubo de la basura… Tal era el
comienzo de la primera novela que Brell el Viejo, cuando adolescente, en el
verano del 36, ya iniciada la entonces imprevisible guerra civil, escribía
apoyado en una mesa de piedra bajo las grandes copas de los pinos al caer la
tarde, en el chalet de sus padres, en La Cañada, a las afueras de Valencia,
donde ambos progenitores, pintores aficionados de marinas y paisajes
valencianos postsorollistas, tenían un estudio común, amplio y refrescante con
un gran jardín enmarañado oculto entre tapias, casi selvático pero ciertamente
muy inspirador.
Sus idas y venidas,
sus trabajos y hasta los más domésticos hechos daban testimonio de un hombre
inacabado, fragmentado en sólo tentativas y sin una razón cabal de lo que en
realidad le pedía a la vida (que era esa monótona sucesión de un día tras otro
día). Al final lo único que sacó en claro era que, desde luego, no le pedía al
futuro ni alegrías ni dolor, ni pasión, se contentaba con que el presente fuese
algo así como subirse a un tren y dejarse llevar hasta la última estación.
Filosofía del perro:
Sólo importa hoy, el ladrido. No es que no sabe lo que es mañana: es que no
existe mañana, come ahora porque no tiene ni idea del hambre de después.
Siendo un viejo tan
principal, no podía andar de otra manera. Los tumbos, para los otros.
¿El fin del mundo? El
fin del mundo, querido, es el instante de tu muerte, sin ruidos ni fuegos
artificiales cósmicos.
Se cree seguro el
tipo, y nada hay más absurdo en este mundo impenetrable (resuelves un misterio
y tienes dos más a la puerta esperando) que dar por sentado definitivamente el
sentido de los hechos a los que asistes: animales inmóviles como puede estarlo
una piedra, plantas móviles de tal manera que se diría que son ciempiés…
¿Se ha sentido alguna
vez como esas plantas carnívoras que capturan insectos por medio de sutiles y
crueles engaños innecesariamente, puesto que ni constituyen su único alimento
ni son imprescindibles para su supervivencia?
Si aceptamos que existen más de un centenar de elementos en
la naturaleza, es evidente que la cantidad de combinaciones posibles es casi
infinito. Y si a esto agregamos que los resultados de la combinación de ciertos
átomos pueden variar considerablemente según el modelo que formen en la
molécula, resulta que la definición de cada molécula depende no sólo de las
clases y número de átomos que se hayan utilizado en su construcción, sino
también de la manera en que se hayan ordenado tales átomos.
No cabe duda que cualquier ser vivo, humano o no, cualquier objeto animado o
inanimado sobre la tierra, no son sino variaciones de un mismo tema.
Se halla en estado
embrionario, imposible reconocer nada: tortuga, pájaro o serpiente (ahora tan
iguales; luego, tan diferentes).
¡Séneca porque sí!,
casi gritó su padre (Extrajo de los textos del estoico cerca de un millar de
aforismos (no todos ciertamente ortodoxos). Fue esa una tarea de la que se
sentía especialmente orgulloso y que logró publicar en una editorial de textos
y brevarios de filósofos y pensadores católicos y, a veces, hasta
ultramontanos: Antonio María de Claret, Balmes, Donoso Cortés, Coloma…
Entre sus libros,
ocurrencias y sueños, rodeado de arte espurio u
original, transcurría
una vida que no cambiaba por la de nadie, y era feliz, muy feliz, como un cerdo
comiéndose un niño muerto.
Su padre (su prenda favorita,
el chaleco clásico, preferentemente sobre el fondo de una camisa blanca de
algodón puro, nada de puercos textiles químicos)…:
Yo, querida, abogo por
una forma de vida libre de prejuicios y principios, sin normas hipócritas o
innecesarias, en la que el daño y el dolor, aunque no los errores por
formativos y enriquecedores, deberían
quedar muy lejos de toda existencia animal sobre la tierra.
La copa en la mano, la
copa tan cristalina y cara, tan frágil, los ensueños del niño con el libro de
aventuras en las manos:
El diablo y las copas se llevaron a todos,
el diablo, ¡oh, oh, oh! Viva el ron.
Klee: Se refugia en las cosas pequeñas para
hacer grande lo que no tiene límites: el pensamiento.
¿Y eso se te ha
ocurrido a ti solito? (líneas manuscritas para provecho y comicidad propios… El
extraño humor del viejo Brell.)
Nunca en los paperoles de Brell el Viejo pudo hallar
Brell el Joven una relación subrayable entre Benjamin y Klee, si bien era
consciente de que el viejo conocía de sobra tal vinculación: Walter Benjamin
compró la acuarela del artista, Angelus
Novus, en 1921… El ángel de la historia, que huye del pasado, del…, los
ojos huyendo del escombro nuclear…
Leyó un libro
concluyente, esclarecedor e irrebatible tanto de estilo como de contenido. ¡Que
población de tipos! Antiguos como las enaguas de las señoras.
Enajenados o inocentes
degenerados pero felices, como esos personajes que pueblan los historiales
médicos recopilados por Oliver Sacks.
No lograba recordar ni
el título ni el autor.
Quizás sucediera en
uno de sus cada día más frecuentes apagones alcohólicos.
El olvido es una
perfecta arma combatiente: sigue adelante veas lo que veas.
Y de las cataratas de
Reichenbach siempre se vuelve: nada mejor para despistar al personal.
Este tipo (el benjamín) no es nada positivista, nunca
culmina nada que le permita obtener provecho: el instante es a su vez duelo y
beneficio.
Uno de sus hermanos
o…:
El tipo ferroviaría desde Valencia-Zurich hasta
Holanda (era posible con nocturnidad), se arrastraría con la mochila de lona
verde hasta el Vondelpark, en Amsterdam,
dormiría el sueño de los justos y, al amanecer, volvería a dormir en el Magic
Bus hasta la variopinta y hedionda India. A purificarse de exotismo, jodido
españolito.
Un Séneca con las
faltriqueras vacías consciente de sus contradicciones, miserias morales y
pecados.
A diferencia de muchas
personas (que piensan exactamente lo mismo sin siquiera saberlo), me interesa
mucho el presente, un poco el futuro, esta noche, y nada el pasado, que no sólo
está lleno de ruinas y cosas podridas sino también repleto de muertos…
¡culpables o inocentes! Al olvido, chico.
Su padre…
De modo que…
De modo que… El rasgo
de modernidad más aparente de estas novelas actuales es que, con buen criterio,
han sustituido díjole por le dijo, la levita por la chaqueta y el
fiacre o el faetón por el audi, el ford o el ibiza. Sin embargo, esos libros
siguen pareciendo propios de la manera de monsieur Balzac o del señor Galdós
despojados de retórica y las morosas descripciones de ellos dos pero también, por desgracia, de su talento o
descaro.
De modo que…
¿Era elegante Brell el
Viejo? Tal vez no estaba lejos de ello a causa de su inveterado escepticismo
(que a veces rozaba la pesadumbre). Además, tenía el suficiente dinero para
serlo. Pero lo que en verdad lo investía de elegancia era una forma de dejadez
no estudiada, una naturalidad desdeñosa y una ausencia de auténtico interés por
lo que le rodeaba aunque disimulara lo contrario, una especie de sprezzatura que le hacía parecer hasta
distinguido ataviado únicamente con unos franelas gastados y una simple camisa
vieja de tono oscuro (aunque jamás las zapatillas de orillo). En resumen, lucía
su pesimismo sin alharacas. (Brell el Joven, con más dinero todavía pasados los
años, y a una edad provecta, podríamos
imaginarlo como el tipo ese que acude al cóctel con americana chandalera,
vaquera, beisbolera… sin perder la compostura en ningún momento.)
Mi padre era sólo… un
libraco…
Tipos estos dos Brell
supervivientes de afortunada exención ante verdaderos infortunios (la madre
huida y célebre, el hijo y hermano muerto, el hijo y hermano desaparecido entre
boñigas, serían para uno accidentes esperables en una vida sin sentido, y para
el otro, a estas alturas del siglo XXI, meras citas literarias y una herencia
libresca muy fisgoneada y curiosamente leída).
Así que Séneca…
Y el estupro…
Y…
¿Una hoja de ruta? Uno
se levanta por la mañana; uno se acuesta por la noche… Está vivo, o duerme, o
está muerto. A rodar, Uno.
Al contrario que los
otros de origen invisible a lo gatsby,
él nació de una devastadora concepción de sí mismo nada platónica, consciente y
enfangada hasta la medula desde generaciones atrás.
No era malo, dirán sus biógrafos del futuro
(¿qué tal en el 3.116, el terrible año de la Peste del Caviar en la Mitad del
Mundo Oscuro?), pero como casi todo el mundo podría llegar a serlo si se le
presentara la ocasión, al igual que aquel tipo que al final de una vida
honorable logró engañar con un inmenso amaño en las apuestas del béisbol americano
la fe de millones de personas. ¿Cómo fue capaz de hacer una cosa así? Gatsby no
dudó ni un segundo en contestar: Vio la oportunidad. Paula
(la guionista): Sí, podríamos decir que tenía la cara como un pan de especias
(¿Qué ocurre, no os gusta? ¡Pues así lo hubiera escrito Rousseau!). Además, sin
desbarbar el tipo: platos de cacerola, vinazo de frasca, pedazos de tocino, y
las patatas, y las gruesas olivas negras, y el tomate partido en dos rodajas
rezumando el brillante aceite, y abundante el pan migoso, puñados de sal, la
servilleta el envés de la mano…
(Descripciones del
surtido correctas.)
Conozco todas tus
virtudes… y todos tus defectos, querida, le afirmaba el cónyuge. Deberías estar
orgullosa de los dos, de ti y de mí, porque en lo que me concierne eso
significa lealtad inquebrantable, compromiso y, por encima de todo, una
aceptación sin límites ni matices pudorosos de tus debilidades y vicios no
mayores que los míos. La complicidad que nos une se basa en acatar el fraude de lo que sigue después del amor.
Paula, su mujer, cosa:
estaba convencido (¡lo sabrá él!) que a esta Paula, si enviudara (y toca la
madera de la barra), como diría Wilde, su cabello en lugar de blanco se
volvería rubio.
Era profundo (a
veces): Scriabin: Sonata para piano número 9.
El estilo… era viejo:
recordaba los tiempos (los tiempos pero inequívocos, incuestionables) del bulto
redondo.
A sus alumnos: ¿Sabéis
El Fin Último De La Escultura De Los Grandes Tiempos?
Tampoco él sabía El
Fin Último De La Escultura De Los Grandes Tiempos, pero les hablaba de Mirón,
de Praxiteles y Policleto, de Donatello y Miguel Ángel, de Berruguete, de
Montañés y Bernini, de Pajou y Canova, y hasta a Rodin y Picasso llegaba. A las
instalaciones les tenía un asco irreprimible, que procuraba ocultar con sonrisa
de suficiencia y silencios candorosos (que no engañaban a sus alumnos).
Pensar en lo
transitorio de todo, lo efímero de su propia huella en la tierra y con su
propio avatar de artefacto cósmico también con el tiempo contado, sujeto a la
duración de la estrella que la alentaba e iluminaba, no demolía su estabilidad
emocional, corroboraba lo superfluo de todo. Entonces, pensaba en la piedra.
Eso sería la última escultura: terminaba venciendo a los humanos al tiempo que
los había embellecido en vida: una mera piedra de atractiva plástica encontrada
en un seco barranco baj0 el sol polvoriento del mediodía de agosto: la ofrenda
terrenal.
En su fuero interno
luchada con denuedo para no admitir la incontestable máxima hegeliana: todo
bajo el cielo y encima de él está sometido a un vaivén incesante, en constante
movimiento, sujeto a cambios continuos, inevitables e impredecibles y que…
¡para nada cuentan con el ser humano!
Tenía una manera
peculiar de señalar en una conversación distendida a sus antiguos compañeros de
colegio o de universidad: ¿G.? ¿Te refieres a aquel G…? Bueno, ese se dio a la
poesía como otro se da a la bebida o a la follada indiscriminada…
¿Y tú?
Mi vida la hice a
medias… Toda no pude completarla.
Bonito epitafio. El
nudo es lo que menos importa: planteamiento y desenlace. He ahí tu novela,
querido.
Algo de en medio:
Invierno del 77: 17
años. Como la canción de la película. Tus hermanos andan barbudos, desaliñados,
enmascarados con gruesos jerséis negros y anchos pantalones de pana (El País y Triunfo debajo del brazo, el celtas corto entre los labios, la
mirada desafiante…): pero tú: blazer marinero azul de doble botonadura e
impecables pantalones gris oscuro. Camisa blanca. Corbata de color morado.
Zapatos (¿de hebilla?) marrones.
A volar.
¿Cómo va El Klee?
Era como
continuar Las almas muertas o
componer el Lamiel de Stendhal,
proseguir la Novela teatral de
Bulgakov… ultimar la Historia de las
ideas estéticas en España, El idiota
de la familia, El hombre sin
atributos… Todo lo que quedó inacabable… 800, 900, ¿por qué no 4.000
páginas? ¿Por qué no 4.oo7 ó 4.018 ó 4.106?
¿Era
frívolo él?
¡Dios
santo! Ahí lo tienes, a un centímetro de asentar las posaderas en la cátedra, a
lo bajo mirando a los otros… En lo alto él, coronado y único: Brell, Boceto, El Estuprador.
(Le echó
los tejos a la asociada de Colorido… Y como si nada, una tía bragada en tales
asechanzas, casada (recién) felizmente… Y Eros estaría jugando a los dados con
Ganimedes. Acción fallida.
Nacho Brell aspira
profundamente… Ese olor, esa mixtura… ¿De dónde viene?, ¿adónde le lleva?
Ensancha las fosas nasales como si fueran ventanas a su cerebro por donde
atisbar el recuerdo a oscuras aún… siluetándose apenas… Cierra los ojos (ven
magdalena a mi encuentro…) Ahora lo sabe, es el olor de Giner, aquel Giner de
los agustinos, un efluvio que le retorna a mañanas claras y limpias, recién
inaugurado el día, a punto de entrar en las aulas los alumnos, todavía formados
en el patio de recreo, esa mezcla de leves aromas a lápiz, a goma de borrar Milán-aroma-de-nata
y a colonia fresca de hierbas… Giner… Aquel Giner al que tanto, perverso púber
Brell, utilizaba para sus repugnantes sesiones de psicologillo experimental…
rubio como el color de su goma, bien perfumadito… Atento a las madrugadas (eso
decía él).
Tu colegio…
Lo que sigue después
del colegio…
Todos los malos olores
del mundo corrompible.
Al reflexionar día tras día sobre el disparate que a lo
último significa la vida (sólo eres usufractuario de ella), empezaron a
interesarme mucho más las historias desbarajustadas de los sueños, su
inquietante desorden y arbitraria cronología, que la conciencia de aquella
realidad temporal y un poco absurda por nuestra propia condición de seres
inteligentes, pues el hombre es consciente de su final inevitable al contrario
que los otros seres y organismo vivos.
Eso lo había escrito
su hermano Carlos con tinta de bolígrafo de un azul desvaído. Un pedazo de
papel, un trozo de servilleta de barra de bar, y allí se habían quedado esa
líneas que, a la postre, nada significaban porque nada presagiaban salvo la
tristeza posterior de quien proclamaba esa confesión: arrojarse en los brazos
del humo, del sueño inasible, intocable, caer en el mismo vacío, el de verdad.
En realidad, un tópico.
¿Por qué uno
renunciaba y otro desaparecía? ¿Por qué todo tan definitivo, tan
incomprensiblemente radical? ¡Qué parentela!
Boceto, mucho antes, se había lanzado como un
buzo al fondo de su oceánica ignorancia política que tanto le separaba de sus
dos hermanos: hurgaba sin desfallecer, pero algo fastidiado y receloso, en la
montaña de libros y textos políticos
propiedad de aquéllos, algunos a ciclostil, desde Fanon a Luxemburgo y Trotski,
una profusa colección de volúmenes de Akal, Ayuso, Península, Laia, Fontanela,
Grijalbo, Libros de Enlace, Ruedo Ibérico, la Sur argentina, incluso de la
misma Editorial Progreso de Moscú…: Marx, Engels, Plejanov, Gramsci, Bujarin,
Lenin, Bakunin (siendo Dios todo, el mundo real y el hombre no son nada),
Guevara… ¡Stalin!...:
¿Qué has aprendido de
Lenin?
Que la tinta simpática
escrita con leche se hace visible mojando la hoja en un vaso de té.
El viejo Brell solía
decirle al joven Brell que su hermano Carlos, El Ahorcado, en los primeros años
de los setenta, casi adolescente todavía, a punto estuvo de colgar encima de la
cabecera de su cama una reproducción del cuadro de Serov y de grabarse a fuego
en la frente la conclusión demoledora y sin vuelta de hoja de Nechaiev: Sólo es moral lo
que ayuda al triunfo de la revolución, y es inmoral todo lo que lo impide. La
revolución es el único interés y se halla por encima de todo y de todos. No le bastaba el Guernica sujeto a la pared con chinchetas y vestir esos horribles
pantalones de pana, remataba su santo padre.
Así tuvo que acabar,
bailando en el aire colgado de una soga.
Por entonces el tipo
parecía haber hecho voto de pobreza y lealtad a una bandera (o los hilachos que
quedaran de ella) inefable e imposible.
Por entonces vestía
una chaquetilla militar de labor de lona verde comprada de segunda mano a un
soldado recién licenciado, se anudaba a la cintura bastos pantalones de pana de
hendidura gruesa y calzaba unas botas usadas también militares pero de su
número que se había agenciado en el puesto que una vieja lista (las compraba a
peso a la puerta de los cuarteles) montaba cada día en las proximidades del
Mercado Central, cerca de las covachuelas de Santos Juanes. Por entonces, qué
tiempos de todas las penurias aunque de dos comidas calientes y burguesas todos
los días en casa de papá y mamá, la chamarilera las vendía, una vez bien
abrillantadas con un betún casero, a docenas de tipos de la burguesía como él
dispuestos a disfrazarse de lo que fuera. Un tipo serio, destinado a acabar
mal. Por entonces, como muchos otros… pero no como todos: ninguno de los tres
hermanos Brell sostuvo un cetme en las manos, a causa de taras visuales ni les
raparon el pelo ni se disfrazaron de soldadito español. Uno de los pocos rasgos
de humor de su hermano Carlos (Fiodorov,
motejado de esa guisa por su segundo hermano en discordia, el mayor, JD), fue
apropiarse de una de las boutades de
I.J.R. y celebrarla como epígrafe en la página de cortesía de su edición de El manifiesto comunista, canto
entusiasta de la fraternal igualdad ecuménica: Sólo me relaciono con mis
iguales, y como no tengo iguales, no me relaciono con nadie.
Por entonces…
Ahora, 2008: suplicó a
internet: no me jodas, y suelta el nombre.
Lo consiguió.
Se fiaba de la
omnipotente Wikipedia, donde metían la zarpa conceptual y textual los mil y
uno.
Paula se
ha puesto en pie.
Mírala, ni
se tambalea.
Paula (aún con
el móvil en la mano):
Ahí te
quedas. Llegaré tarde a casa. Llévate tú las putas bolsas. He llamado un taxi.
Me largo, señor Martini.
Y se
larga, desaparece entre las brumas de más allá del asiento.
Y el señor
Martini, que sí da crédito a lo que ven sus ojos, ni se inmuta: Ya estabas
tardando zorrona, mi querida Paula, dice para sí.
Han matado a un hombre, han roto un paisaje, escribió un hombre honrado.
Pareces,
chico, como mutilado de… algo, no se sabe de qué.
Bell el Viejo terminó
certificando que todos los cuadros de los museos quedarían ridículos, y aun
grotescos o poca cosa, colgados sin marco de las paredes de tu salón (y no te
digo más si es en el dormitorio de los ronquidos o en el baño de la meada o la
cagada).
Sentado en el diván,
bajo la plataforma que sostiene el televisor, un goliardo pero nada grasiento,
delgado, de buenas maneras y voz suave, cierta culturilla. El whisky, cuando lo
bebe, como lo toman los poetas de la calle: en vaso bajo.
Bebía.
Tú, cierra el pico.
Bebía.
No era culpa, era
vergüenza.
Puto pasado.
El fin del mundo… sólo
era para los demás esa inútil y miserable cosa muerta a la que sobrevivían, esa
sobra material y pronto corrupta de la vida. El fin del mundo era un cadáver (el
sol, para tus ojos, saldrá al día siguiente: el fiambre a la sombra de la
tierra o al gris de la ceniza) muy pronto olvidado con su ridículo hieratismo y
su ropita de domingo.
Lo malo (debe ser lo
único) que tiene el Martini y el laberinto de sus brumas es que si le das
cancha te deja las ocurrencias hechas unas sopas.
Klee: acuarelas
tunecinas. Una epifanía. Noches y noches trabajando en ello, aunque sólo unos
minutos, unas notas, una frase que creía feliz, una palabra definitoria. Lo
conseguiré, padre, culminaré tu trabajo, se decía para darse ánimos, porque su
padre nunca apareció para alentarle de entre las sombras más allá del círculo
de la luz de la lámpara.
(Padre Hamlet que no
te exige pasar cuentas ni restituir honores, de entre los recuerdos todos
placenteros, porque no había culpas que expurgar, y la pérfida mujer ahora, en
este momento, también está muerta, padre, de seguro que os estáis viendo las
caras, tanta faena para eso, pero menos mal que las muertes de ambos fueron
rápidas, indoloras, la muerte no duele, con los ojos abiertos, con los ojos
cerrados, adiós, eso es todo, el dolor y el sufrimiento es el cuerpo, las
humillaciones del pasado, los remordimientos y toda esa farfolla rancia y tan
desacreditada en el mundo digital cuando la escritura y el habla son como un
balbuceo, materia y tema de gruñidos.)
Busca el ánimo en las
cafeterías, acodado en las barras de los bares, en la atrayente turbiedad del
Martini.
Ángel con sólo un ala.
Gravitamos. Gravitamos
hacia abajo…
¿Hacia abajo? ¿Qué es
abajo?
El lenguaje no es el
medio a través del cual medito y hago visible mi pensamiento…, es el escenario
donde lo hago, palabras, palabras, que sólo a mí me sirven y enmascaran, por
una suerte de misteriosa plástica, mi verdadera divagación.
Era maníaco.
Cauteloso: algo de
verdadera maldad habitaba en su interior.
Gran capacidad para
teorizar.
Se interrogaba, hasta
que un día se contestó a sí mismo todas las preguntas.
La obra le servía para
pensar. Lo que plasmara…
Lo que ves es la idea,
o una parte de ella, como un iceberg hemingwayniano.
Diario: la piel sana
donde la huella de la vida.
Una vida sin
tensiones, un flujo hasta silencioso bajo la luz… alimentada de la oscuridad
interior.
Te diré que clase de
artista soy, no el hombre que lo encarna y que es sólo una mascarada, unas
gafas de lentes oscuras:
No me dejan ser suizo.
Le trajo (Laura) un
antiquísimo ejemplar de Tribune der Kunst
und Zeit de 1920 con un artículo escrito por Klee.
Fuera de la imagen, me
hallo en el lenguaje… que crea a su vez otras imágenes.
Pero ¿es posible
separarse del todo de la naturaleza? Eres el maestro del guiño, tus pequeñas
obras revelan hombrecillos, casitas escondidas, prodigiosos cielos, el pez, el
ojo…
La regla de lo
natural, ¿en qué consiste?
Eres un místico: haber
llegado solo hasta ahí…
Dice: ¡Oh, sol, señor
mío!
Worringer.
La abstracción es la
llave. Los temores y la pesadillas entre los que me hallo exigen esa plástica,
ese lenguaje del diablo mareador.
Yo, el cristal.
He aquí la fórmula del
hombre y el animal, de la planta y la piedra, de la tierra y del fuego, y del
aire y del agua: mueves el pincel, miles de preguntas hallan su respuesta.
EL ARTE NO REPRODUCE
LO VISIBLE, HACE VISIBLE.
Sus alumnos, pobres,
quedaron extasiados. Sus alumnos de todos los cursos, porque el discurso y
hasta las salidas de pata de banco siempre eran las mismas, año tras año, curso
tras…
Es un arte didáctico a
la vez que plástico: emerge haciéndose comprender al espectador.
Es la nueva gramática
de lo oculto, de lo inexpresable o al
menos de más nuevo (ni ángel ni bestia).
Ha tirado la puerta
abajo: entra en lo espiritual, ¿qué esperabas?, ¿la forma platónica?
Lejos del objeto
exterior, se ofrece ante ti un mundo que es
también expresable.
El mundo de los
muertos, de los iniciados, de los que
saben y callan.
Una cultura
amazacotada con saqueos a un impresionante (por desmesurado tamaño) volumen de quotations y una profusa recopilación de
frasecitas y axiomas inscritos en las bolsitas del azúcar del café con leche y
en los envoltorios de las galletas de la suerte.
Los costes de
publicidad superan los costes de producción. Eso explica el éxito arrollador de
los bestsellers, se dijo taciturno
con el maquiavelismo literario de El
hombre sin atributos en las manos.
Ya no entiendo casi
nada, reconoció. Pero no es mi culpa… alguna lesión inapreciable en el córtex
sensorial.
Como la flecha de
Zenón, que nunca llega… ¡porque ha llegado!
De muy joven (y puro
de corazón) se disolvía en la música de los románticos, de los atormentados o
de los tiernos y brutos a la vez como Beethoven.
Consultaba (su padre
era un melómano puntilloso en extremo) muy a menudo la edición completa en 9
volúmenes del Grove para dar
respuesta a sus extravagantes dudas: ¿En qué barucho con piano interpretó Gould
arrodillado en el suelo la 21, así, por las buenas, sólo para estirar los
dedos?
En Bud’s (la Cuatro con Broadway).
No es correcto.
Eliminado.
Acuérdate, dijo el
padre, de que no todo el mundo ha tenido
tus ventajas.
Era el comienzo
novelesco que más admiraba.
El pasado como un agua
sucia que anega el presente, lo encharca de inevitables recuerdos canallas.
Somos demasiado poca cosa para disponer
graciosamente de otro tipo de vida –intangible, etérea, inodora- después de la
muerte: sí o no. Ése es el misterio del más allá, que no existe misterio. Todos
los misterios están en esta vida. Ningún vivo sabe lo que hay en la muerte, en
ella ya son otra cosa y no vuelven, ellos, los muertos, tan calladitos, tan sin
ser, tan sin misterio, sólo nada. Son la eternidad, que no tiene color ni
lugar.
¿Quién eres?
Soy ese tipo que no
deja rastro.
Magnífico, muerto
(eterno).
Nosotros, a lo
nuestro.
Esta etapa de mi
vida…, decía, y era toda su vida sin
que él lo supiera ni por pienso.
¿Loco? Como Lucrecio,
Caravaggio, Holderlein, Munch, Walser, Van Gogh, Hemingway el Viejo…
¿Cómo era esa palabra?
APACEIA (despojado de pasiones, de ambición,
conformado y en paz.)
Biombo/BYOBU: separa HARE (lo público, lo mostrable, lo honorable, lo externo, lo de
afuera) de lo KE (lo privado, lo cotidiano
e íntimo, lo escondido, lo de adentro), lo pagano, lo sagrado. ¡Menudo teatro
el del cultiniparla!
¿Cómo organizar la
fiebre, qué sistema la exuda?
Su padre…
Papá…
Aquí, Hijo.
Como aquel abate
francés que consagró su oscura existencia a la tarea de probar la falsedad de
todos los dioses creados por la imaginación de los humanos y que, una vez puso
punto final a sus irrefutables conclusiones, determinó con toda tranquilidad
que había que ahorcar con los intestinos de todos los sacerdotes a todos los nobles
que se empeñaban en marear a los pobres y los humildes imponiéndoles una
religión mentirosa que les prometía el paraíso en el más allá para que fueran
olvidando las injusticias en el más acá.
Honestamente, para
ganarte el derecho a ser un descreído tienes primero que ser un hombre sabio o
al menos culto, y en segundo lugar a no tomarte demasiado en serio; un
ignorante descreído sólo es, intelectualmente, un perezoso mental o un idiota
arrogante.
Su padre, anglófilo
inveterado (no perdonaría jamás a los nazis alemanes o a los hipócritas suizos
de entonces lo que le hicieron a Paul Klee), le obligó con cierto sadismo
cuando él contaba 13 años a aprenderse de memoria la balada del señor Burchell
al descubrir que por necio y bobalicón se había gastado el importe completo de
su asignación semanal en una sola tarde de domingo que invitó al cine, a la
bolera y a merendar en Sibaris a una chica lista de su pandilla adolescente
cuya única promesa siempre fue… unas pupilas chispeantes, una sonrisa inefable
y las satinadas rodillas muy juntas: tú, cerdo, las manos quietas.
JD. le pasó
piadosamente algunas monedas con que acortar la semana de abstinencia.
JD., que prefirió ya
en la treintena, la edad más borde, una rústica soledad antes que cualquier
refinamiento de ciudad que despertara en él raras o sofisticadas aficiones,
algún placer desconocido en suma: se buscó una coartada para pasar el resto de
su vida tostándose al sol como un animal, concluyó su buen padre. Pobre JD., de
brazos como ramas, de piernas como leños, de pies de tierra, de barro… El
placer es muy efímero, poco vale.
En fin, como diría el
señor vicario, es preferible no describir lo indescriptible.
¿Alguna vez tu padre
te dio una tunda, una tunda censoria?
(¡Qué palabras nos
gastamos!)
En una ocasión (once
años contaba el recién inaugurado Boceto/Espronceda)
le leyó un poema con voz engolada que le hizo parecer un estúpido sin remisión:
Ji, ji, ji…, rio su
padre por lo bajo, girando sobre sus pies, dándole la espalda, alejándose por
el sombrío pasillo, desvaneciéndose tras la puerta encristalada de su estudio
sacramental.
Como esos tipos a los
que la lectura de cualquier libro, bueno o malo, ya no puede influirles para
nada, pues han llegado a un punto de degeneración, de nula sensibilidad hacia
algo o por alguien que no sea ellos mismos que su carácter atrincherado de
desgana y escepticismo impide toda influencia en su ánimo actual y disposición
futura. Una envoltura granítica tapa con la pesada puerta de la mazmorra a ese
perezoso prisionero, su cerebro aletargado por meros entretenimientos o
demasiada sabiduría.
Con 30 kilos más, mostacho grasiento y algo de
colérica lucidez acaso habría acabado con una visión del mundo y sus desmanes
entre el rojo y el verde (por contradecir el azul y el amarillo), conformando
otro modelo de Ignatius J. Reilly, ese cabrón fascista que huye al cine todas
las noches: como la totalidad de los símbolos era una encarnación exagerada del
americano medio a despecho de su opinión sobre sí mismo: reaccionario, comilón,
egoísta y tramposo… Nada cervantino, naturalmente. La dócil o colérica locura
de don Quijote nada tiene que ver con la ególatra exaltación de aquel canalla
gordinflón que al final huye de sus paranoias cogido del brazo de su novia por
cobarde y no inventar una bomba atómica que acabara con el planeta: al hijoputa
le gustaban demasiado las salchichas.
La manaza de ese tipo
pesaba como un yunque: Y ahora que se le ocurra utilizar mi cabeza de martillo…
Divagaba. Era El
Divagador. Al contrario que sus hermanos, Los Realistas.
Dos hermanos mayores y
cultísimos, también agustinos a su pesar, un padre complaciente, manso y algo
perverso en la intimidad (pues tiene sus secretillos) y una madre huida de la
trampa matrimonial cuando él contaba 16 años, habían sentado las bases de la
auténtica personalidad e incluso el pensamiento de Ignacio Brell Gay. ¡Bonito
comienzo! La sonrisa te esconde, sé afable, agacha la cabeza, baja la vista: la
sumisión del que desprecia todo menos a sí mismo.
Pregunta: ¿Qué
película musical circense de la metro
ve Ignatius en la sesión de noche mencionada en II, 5?,
otrosí,
¿cuál es el film que
provoca sus iras y la tristísima decisión de no ir esa noche al Prytania que
Ignatius adopta en IV, 5?,
otrosí,
¿cómo se llama la
película de jóvenes surferos que, como es lógico, Ignatius denosta en IX, 1?
otrosí,
¿qué deliciosa comedia
de Debbie Reynolds acuden a ver la madre de Ignatius, la celestina Santa y el
redicho señor Robichaux en XI, 1?
otrosí,
en la matiné del RKO
Orpheum, como se nos dice en XI, 4, ¿qué película provoca la violenta reacción
de Ignatius al tiempo que enarbola el alfanje y derriba a la vieja acomodadora?
otrosí,
como remate a la
matiné de ese mismo día, y según se nos informa en XII, 1,
¿cuál es el título de
la película de adolescentes que compiten en carreras con coches trucados que
Ignatius ve por la tarde antes de recuperar su carro de salchichas?
A él volvía todo el
material del pasado, y éste podía ser un día antes de ahora, los recuerdos de
hace tres años o las luminosas correrías y fugaces impresiones de la infancia.
Pero ese material ¿era en verdad…?
¿Será verdad el futuro
que son otras cosas, otros tipos y tipas que
nunca llegaremos a conocer?
Paula: Terminaremos
escribiendo para el móvil… Habrá que tener en cuenta la nueva dimensión:
duración de los episodios, encadenados, fundidos, secuencias, planos,
decorados, hasta el mismo score…
Interrogó a Internet:
ese tipo en realidad no es quien dice Internet… pero ¡es!
Internet: tratarlo
como a un ser humano.
Internet es El Hombre
del Saco.
Mi amante, mi ángel,
mi sexo, mi todo. Tú me diste la vida, padre, le agradece mientras lo
estrangula: Internet: Blade runner.
Móviles, tabletas,
acudid en mi auxilio.
No hace falta que
sepas nada, ya lo sabe tu teléfono.
Ya no era la época
aquella de las madres sólo-amas-de-casa,
candorosas en algunos aspectos, a las que les parecía tan bonito y apropiado en
el centro de la mesa del comedor, sobre un tapete de ganchillo, un frutero de
cristal esmerilado con borde en forma de pétalos conteniendo piezas de cera que
simulaban un par de naranjas, un melocotón, tres manzanas y un plátano amarillo
rabioso cruzado de trazos negrísimos (¡qué realismo!, pensaba invariablemente
el ama de su casa con las manos en los bolsillos del delantal, perpleja, maravillada,
frunciendo los labios con las comisuras hacia abajo…).
Las propuestas
avanzaron, como un ejército invencible hacia ellas.
(De décadas atrás la
proclama: Mujer, sal de la cocina.)
Ah, pero déjeme
recordar… Eso sería más tarde, cuando mamá, tu
mamá que era todas las mamás, se hizo entusiasta de los principios organizativos
del feng shui. El yoga, los pilates y
la comida macrobiótica ya había quedado atrás. ¿Querida dónde has puesto el
armario? ¿Qué has hecho del reloj de pared? ¿Dónde diablos está el sofá?
Ahora mira al norte.
La cabecera de la
cama, al sur.
Comemos cara al oeste.
El fuego que cocina
tus alimentos busca el este.
Y yo estoy en el
centro de la nada.
Su amiga (una de sus amantes exóticas (?) japonesa, Nozomi
Tafolla (bebida más de la cuenta): En Japón, qué quieres que te diga, chico,
todo es más pequeño, las casas, los coches, los chismes electrónicos, los
penes…
De aquel viaje a
Japón… qué necedades además del agobio y el calor sofocante de Tokio, la
irritación inevitable de sentirlos extraños
a los demás, no él extraño a los otros, la irrelevancia de
pisotear el paso blanco de peatones de Shibuya y callejear una y otra vez por
Shinjuku, avizorar a las jovencitas erotizadas hasta lo bestia por los
subyugantes atuendos y maquillajes manga
en los alrededores de Harajuku, la inevitable visita apestosa a la lonja de
Tsukiji, rechazar allá donde fuese el sushi
y hartarse de tallarines y arroz con huevo y chuletas empanadas de cerdo
(triste destino el del cerdo)… y un excelente whisky, acaso el mejor que había
probado nunca. Aún mareado por ese brebaje y los millares de endiabladas luces
de neón, perseverante y decidido a despecho de sus frívolos acompañantes (a los
que obligó ahora a hacerle caso a él)
recorrió Jimbochō con desesperación
e impotencia: ¡nada había que pudiera aprovechar de aquellas montañas
jeroglíficas cerradas a su entendimiento!
Después de aquello,
idearon un viaje a Praga (lunes y martes), a Viena (jueves y viernes). El
domingo, el séptimo, a descansar. Él fue sumiso como siempre. Acataba todo
aquello que realmente no podía vulnerarlo o traspasarlo hasta dejarlo sin una
gota de sangre. Sólo tenía dos rayas rojas en esta vida; todas las demás eran
tierra de nadie.
Si hoy es miércoles,
esto es…
Próxima parada: Praga.
Primavera. De acuerdo. Fue capaz de estar encerrado en las más bella de las
prisiones durante cuatro horas y soportar una ópera que nada le interesaba
mientras la vida real de Praga se
desarrollaba diez metros más allá de su butaca de terciopelo de color cereza porque
el factótum del grupo de amigos de su mujer así lo había programado
imbécilmente.
Próxima parada:
Reykiavik (verano siguiente: reserva plazas por Internet, querido).
Próxima parada: Nueva
York (otoño…).
Próxima parada:
Nairobi (navidades…)
Próxima parada: San
Petersburgo (pascuas de…)
Próxima parada: San
Francisco, Tokio, Bangkok, Berlín, Estocolmo…
Tío, si me paro a
pensarlo no he visto nada en realidad, pero lo tengo todo, absolutamente todo, en mi teléfono móvil.
(A su disposición…
probablemente nunca.)
Dios (o todos los
dioses ¡por todos los diablos!) nos libre de los factótums.
Próxima parada:
le gustaba los
Simpson, pero rechazaba verlos flotando en la pantalla: al ver los ojos blancos
y gordos como globos le asaltaban deseos de atravesarlos con un alfiler.
¿Destilarían un fluido amarillo, azul, verde…? Como fuere, tendrían que ser
colores planos, tajantes.
Él era un intelectual
que veía Los Simpson, ¿estaba claro? Bueno, tampoco era como aquel tipo Stahr,
que toda su educación intelectual se reducía a un curso nocturno de
mecanografía y así le fue de bien en Hollywood. En todo caso, aceptaba de buen
grado su falta de intuición (lo que salvaba en todo momento a Stahr).
A los 14 años
suplantaba con descaro las señas de identidad de sus hermanos: se ponía debajo
del brazo, sin leerlas, Triunfo y Cambio 16 compradas indistintamente por aquellos dos. Todos los
sábados por la mañana aparecían esas revistas ya leídas por ellos, junto con la
Turia y otros semanarios y
suplementos (páginas, en realidad) culturales de los periódicos de tirada
nacional (Informaciones, Pueblo, ABC) sobre una de las mesas bajas del salón, al alcance de
cualquiera, (o de cualquier impostor como él, tan aficionado a los disfraces y
a las artimañas domésticas para
sobrevivir en aquella selva).
¿Qué tenemos? ¿Alguna
novedad reseñable?
José David el Cinéfilo
se pasaba en los sagrados setenta las tardes de entre semana en el Artis, el
Xerea (siempre en la primera sesión de los miércoles) o en Aula7: esa era la
fuente de información más fidedigna de Boceto
años después, y de tal modo simbionte, iba haciéndose una cultura
cinematográfica sin necesidad de aguantar un par de horas de tostón o de
galimatías con los ojos fijos en la grisácea o techinocoloreada pantalla con
subtítulos en la parte inferior.
Así que Losey, así que
Bergman, así que Buñuel, así que Godard, así que Saura, así que Welles, así que
Rohmer, así que el cine polaco…
Ojo con las películas
españolas: reacionarias hasta decir basta.
El cine, ja…
Todos los principios
condicionan el final, como si lo buscaran desde ese mismo momento inicial. Él,
desde muy pequeño, prefería explicar las cosas desde el medio, o desde el
propio final, o partiendo de cualquier otro fragmento de la memoria. Al cabo,
si resultaba convincente, y la memoria e incluso la interpretación del presente
es lo más desordenado y arbitrario que se nos revela en nuestra conciencia, lo
de menos sería el orden de su relato, puesto que el mensaje implícito en su
explicación acabaría mostrándose cualquiera que fuese la forma de la totalidad
del discurso.
Así que Paula…
Resultaba obvio que no
era lo mismo concebir una serie para la televisión por cable que otra cuyo
destino es uno de los canales televisivos de ámbito nacional o incluso local.
Los contenidos se han de ajustar a los nuevos formatos. Bien, ella sería muy
capaz de escribir en un solo día cuatro miniseries de tres minutos de duración
para ser visionadas en la pantalla de 6 pulgadas del móvil: planos generales y
primeros planos-contraplanos y al grano (nada de sutilezas técnicas o
inteligentes narrativas).
Al grano.
Él cumplía años el 21
de julio.
¿Cómo hubiera sido
posible de otro modo? Él, es único, de
otro planeta.
Cuando cumplió nueve
años, en 1969, justo el día que el hombre holló la Luna, se dio perfecta cuenta
que sus hermanos vestían de forma distinta a la de él: ataviados con nikies a
rayas azules o verdes, tejanos de marca y mocasines de cuero blancos… Incluso
recuerda que uno de ellos lucía una milanesa de plata en su mano derecha y el
otro escondía su mirada conspirativa (sería Fiodorov)
tras unas rayban de montura dorada y
cristales verdes: o sea, que yo soy el puto marciano.
Un año más tarde,
cuando él llegó al niki y a la rayban
sus hermanos, ya barbudos, ya con los ojos del león y las palabras secretas,
parecían guerrilleros recién llegados de Sierra Maestra.
La madre (¡en julio de
1976!): ¿Otro verano con éstos? ¿Otra Navidad con estos? ¡Ni pensarlo!
Huyó escaleras abajo
con lo puesto, poquita cosa, ropa otoñal, una maletita con lo imprescindible,
todo para ellos. Ahora ya sabía esa mujer que el arte sería su salvación. Hasta
hoy (siendo exactos hasta 2007, año de su muerte).
¿Le importan a alguien
las biografías?
Alguien mencionó a
Juan Benet… Boceto leía mucho, pero
pocas veces consentidor (sólo cuando le interesaba por una finalidad práctica
académica o ante la presa femenina del
momento como juego predador de caza y seducción intelectual primero y…
francamente sexual después), y los comentarios generales escuchados a su
alrededor le impelieron a perpetrar la boutade
de la jornada. Inmutable, declaró con descaro que de gran parte de los
escritores le interesaba más el hombre y sus lecturas que su literatura. Y,
tras una pausa de calculado silencio, soltó: Lo que es el caso del ingeniero de
profesión y escritor de vocación del señor don Juan Benet Goitia, revisor
ferroviario con gorra de plato en la línea Madrid-Albacete en sus ratos libres.
Sentado en el sillón
de orejas (el preferido de su padre, hoy añorado y ausente), acariciado por el
sol dominguero de noviembre que desde la ventana alcanzaba hasta la mitad del
parqué del salón, leía el tipo, Nacho Brell, 20 años, El nombre de la rosa (por
entonces, como el estudiante del 5º, la médica del 3º, el rentista del
principal y la ama de casa con afición por los libros). Detrás, su hermano JD.,
mayor como los siglos (pues eso es el hermano
mayor), sigiloso, ¿cómo ha llegado hasta ahí?, miraba por encima de su
hombro. Nacho, advertido, giró el torso hacia atrás:
¿Ah, eres tú…!
Tractatus…
¿Qué…?
… Coislinianus.
¿Qué diablos…?
Al parecer, así se
llama la única copia del supuesto tratado de Aristóteles sobre la risa,
sentenció el aparecido.
¿…?
¿Y qué demonios le
importa eso al mundo?
Luego JD. El Hermano
Mayor, como un fantasma, se desvaneció en el aire envuelto en el mismo silencio
sepulcral con el que había hecho su aparición.
Pero Paula ya era de
la generación de El quinteto de Avignon
(sin necesidad de haber pasado por el cuarteto:
sólo leyó Justine, y un poco espigó
en Clea, el colofón explicativo de la
serie, para entender algunas de las claves de todo el conjunto libresco: algo
llevaría entre manos esta lectora interesada).
X, a la que él le dio
por llamarla Justine…
La separación de X.
(la anterior, de la que nunca sabremos su nombre, a Paula) le causó mucha más
tristeza y trastorno que cualquier otro suceso y durante mucho más tiempo
(incluso que la muerte de algunos de sus seres más queridos). Un cambio de
costumbres, de modo de vida, altera de tal forma la rutina para ciertos tipos
que es como si se les arrojara al mar en pleno naufragio desprovistos de
salvavidas, y una muerte, por próxima que nos sea, se reduce a una pérdida
inmediata, a una ausencia definitiva, pero que, en poco tiempo, en nada
conmueve la percepción o equilibrio de nuestro entorno: muy pronto, la rutina
se alza poderosa frente a nuestros ojos, el árbol de delante del portal, la
taza de café, llenar el depósito del coche de gasolina, la ducha diaria… De ahí
que, después de ese pequeño futuro, se aferrara al cuerpo, la mente, las
ocurrencias y las costumbres de la innegable guionista.
(El asunto explica,
nos tememos, el carácter del protagonista.)
Nada te defiende
contra el tiempo, concluye Brell, el Pensador (en realidad, era una
reminiscencia de uno de los sonetos de Shakespeare). Pero un instante después
se sorprendía a sí mismo diciéndose que al tiempo sólo lo mata el aburrimiento, que llega hasta a hacerlo odioso.
Paula, ahora, es un tumor maligno… En efecto.
En esta vida somos
mensajeros que ignoramos el verdadero mensaje que propagamos con nuestra
existencia en su recorrido de la nada a la nada, sentenció uno de los colegas
de Boceto, el más imbécil, El
Profundo. Y cobraba un sexenio más que él, ese El Entendido en Colorido y
afines, el Vago, El Escaqueador.
Brell, amigo, no te
empecines en dejar de ser contradictorio: leemos y disfrutamos de una cultura
abiertamente en contra de nuestra manera de vivir.
Somos compañeros, lo
coetáneo nos abruma de indisolubilidad, nos anega de mutua simpatía.
Esa manera de definir
burda, coloquialmente irritante por el empleo de denominaciones despreciables:
eran amiguetes… Muy bien, iban al mismo bar y tomaban las mismas copas,
admiraban los mismos muslos entreabiertos de las mujeres sentadas a sus
costados fumando cigarrillos negros.
Había donde elegir. De
todas formas y colores.
El Negro amigo de su
hermano el Negro comprendió muy pronto que nunca sería legible lo que escribía.
Eso no le condenaba ni a la mudez propia ni al silencio ante los demás, pero
esa escritura secreta sí tenía algo de patética por su incomunibilidad
intrínseca, por la sordera ecuménica… Aunque, visto desde una óptica menos
lacerante, eso también podía ser grandioso puesto que lo libraba en lo tocante
a los demás (incluso respecto a sí mismo) de todo compromiso, mesura o
condición impuesta consciente o inconscientemente. Escribía una tesis doctoral
(llegó a escribir más de cuarenta), una biografía, un ensayo sobre las
divagaciones estéticas de Adorno, diez páginas de las memorias de la
septuagenaria adinerada…, y despertaba del sopor escribiendo un poema, un
cuento e incluso una nouvelle en un
lenguaje inventado por él para rejuvenecerse, el yidingo. Menos el alcohol, estupefacientes y demás potinguería
química o natural como el café (él era un auténtico profesional como para
joderla a primeras horas de la mañana), cualquier cosa para olvidar los folios
mercenarios: Con tu pan te lo comas y allá te lo hayas, pagador.
A su hermano mayor
José David le llamaban El hermano de Van
Gogh…
Años después, mediado
el año 90 del otro siglo, desapareció sin dejar rastro: Como si se lo hubiera
tragado la tierra, dijo Nacho Brell
(y esa sería la frase más inteligente del susodicho en toda su vida de testigo
infértil sobre su hermano, porque eso fue lo que realmente le ocurrió al otro:
se lo tragó la tierra, la tierra, la tierra se lo tragó, la tierra, enterito…).
En tiempos de penuria
mobiliaria, se hinchaba en los ambigús. Frivolidad aquí, pastelito allá,
copichuela adentro. Bien, en épocas recientísimas, pretenciosas: vernissages financiados por artistas
vanidosos y mentecatos y galeristas interesados. A chupar del bote.
Lógicamente, hubo de desaparecer…
Brell el Viejo resumía
implacable: éste, JD., como la rosa de Jericó, necesita dos milagros en el
espacio de 100 años: Me conformo con eso, decía el tío que aspiraba a
centenario (o que es conocedor de su ritmo biológico, que es mejor todavía que
arrugarse y marchitarse hasta el despellejamiento entre placeres varios) viendo
crecer la hierba. Tal vez lo consiga.
Paula que miraba un gato...
hace un siglo. En ella él veía prodigios. Debe creer que eso que ve es un gato, y esa falsa certeza la colma de seguridad
durante su desciframiento de ese ente visible, cuando en realidad comprender a
un gato es la cosa más difícil del mundo, como dejó escrito Cortázar en una de
sus gatomaquias.
A su hermano José
David Beckett le gustaba pasear de noche por las calles… que también eran de
noche.
Sigue. Hay que seguir.
¿Por qué hay que
seguir?
Sigue.
Hay que seguir.
Fracasar sin dejar de
andar a ninguna parte.
Siguió hasta
deshacerse como el barro bajo la lluvia. O no.
Estaba en una
situación extremadamente frágil, era como una casa en ruina absoluta y a merced
de cualquier vendaval que terminara desmoronándola al entrar por algunos de los
boquetes y las múltiples grietas.
Todo lo que sé del
futuro de hoy es que mañana estará muerto y enterrado como el futuro de ayer.
Eres como la harina,
blanca e impoluta… y llena de bacterias, aguafiestas.
Yo sólo como pan
integral.
(Otra engañifa, otra
más: le echan malta para colorearlo de marrón.)
Pero ¿aún es tiempo de
revolución?
2008: Ahora ya no nos
van a degollar porque les dejemos morir de hambre o de asco o de desesperación,
ni siquiera se echan a la calle a gritar con toda la fuerza de sus pulmones
envenenados... Votan, y es todo; suficiente para que la cosa siga igual.
Podemos estirar la cuerda todo lo que queramos. Los hemos liquidado de una vez
por todas… Demasiadas hipotecas, el coche nuevo, la carrera universitaria de
los hijos, el temor a la nada, al desahucio… Están cogidos por los huevos y en
estos tiempos de zozobra y crisis bancaria no hay un Octubre que valga… La verdadera revolución, sigilosa, incruenta y
taimada, ha sido Lehman Brothers y la puntilla rematadora del G-20 y el FMI, y
ahora ya no emergerá un lennin
cualquiera que les haga reflexionar… Estos ni siquiera leen, bien alimentados
de basura que están por la cena sagrada de la televisión, el deporte como
espectáculo de masas para neutralizarlos y el cine de superhéroes y de
mamporros para entontecerlos creyendo que así se entretienen.
Nunca degustarán el
arte de nuestros días, la auténtica ambrosía cultural.
¿Pero no ha sido
siempre el arte una ocurrencia?
Lo es ahora… sin
oficio.
Una vaca en
formaldehído… Eso cuesta dinero porque genera dinero: es un espectáculo.
Un pene gigantesco de
plástico rosa sobresale de un sombrero negro: gran invención que precisa de
exégesis sesuda.
También la realidad es
un espejo. Todo lo que tienes delante, todo lo que miras, está al revés: ponte
al otro lado, mírate a ti mismo de frente y comprenderás que te miras como si el espejo
te mirase.
Cada vez somos más
gente en el mundo y menos gente en algunos países bien cebados por su historia.
No le gustaban los
niños. Al rato de observar a uno de ellos, cualquiera, meón o meona, era
incapaz de ver un niño, descubría en
él, en eso ahora inofensivo aunque
molesto, a la tipa o al tipo adultos, secretos y arrogantes, decididos y
adictos al desdén, que ya dejaban adivinar los rasgos presuntamente candorosos,
un disfraz falaz el de los inocentes infantes que a él no le conmovían ni le
hacían pizca de gracia.
Paula fue niña.
Pero… ¡qué niña!
Álbm de fotos de
Paula: entre ellas, de niña, casi adolescente, desnuda, cubierta a medias por
un mantón de Manila floreado con flecos de seda, entreabiertas las piernas.
(Ella, pícara, le guiñaba un ojo al fotógrafo: papi querido.)
Sin embargo, a
diferencia del otro, que de la niña hacía odalisca en ciernes, su padre, el
viejo Brell, siempre andaba entre libros (y libracos) y con el frasco de sal de
frutas en la mano ante los ojos displicentes de su madre, los caminos
rutinarios suyos ¿Sólo eso recordaba de su infancia
feliz?
Deberías andar,
moverte de un lado a otro -aconsejaba la buena mujer que se hizo mala- a su
marido el enamorado de Klee.
Una lluvia oblicua
proveniente del oeste que el viento racheado y antojadizo casi convertía en
horizontal.
Una lluvia a
lomos del caprichoso viento de poniente.
Andar ¿adónde? ¿Y para
qué? Querida, no soy una peonza. Y, además, me resulta muy embarazoso portar un
paraguas, la gente insiste una y otra vez en engancharse en sus varillas.
La madre recreada una
y mil veces, supuesta, aborrecida, amada, inimaginable ya, muerta, o no…
¡Piensa con jerarquía,
muchacho! Antes la vista que el olfato, antes la, el, lo… que…
Desactivar al lector,
incluso al propio narrador durante el transcurso y la misma construcción del
propio discurso que, si no automático, si se apropia de todo mecanismo de
contención. (Había leído en algún sitio.
¿Ahora me sales con
esas?
Resiliencia: nula
capacidad para adoptar una actitud flexible o inteligente ante una situación
límite… Y él ni siquiera era capaz de sobreponerse al mal gesto de un
desconocido.
(Eso también lo había
leído en algún sitio.)
Esa misma madrugada
había despertado con tembleque de angustia onírica: dos pueblos (que él ya
conocía), bellos de por sí (clima, atmósfera, colores, barrios, calles y
plazas, fuentes, paisajes, veredas, montañas, arroyos, prados, huertas…) se
fusionan, se entremezclan entre sí, se erigen en un solo pueblo informe,
asimétrico, sórdido e irreconocible, oscuro y feo, opresivo, atemorizador…, y
él de un lado a otro angustiado.
Pero antes había
soñado que se la tiraba ataviada ella (ya se encargaría él de desbaratar el
conjunto a manotazos) con un traje de falda lápiz… Imaginó tonos azul celeste,
beige, amarillo pálido, gris perla… tonos pastelosos. Por esa estrechez iba
introduciendo la cabeza con la lengua afuera. Uno de sus sueños viscosos.
Tenía él apaño para
recordar los sueños, los trucos y las maniobras de J.W. Dunne.
¿Qué no hace el
tiempo? Nos estanca, nos deja pudrir.
Respecto a algunos
seres humanos… Algo los estropeaba para siempre, los llagaba sin remedio… Se
rompían aunque no llegaban a pararse: una agresión física, una afrenta brutal,
un ultraje inesperado, la enfermedad… Y ya nunca era lo mismo, la vida se
tornaba quebradiza por todos los sitios, la fragilidad del cristal suplantaba
la carne, los huesos, el mismo pensamiento… Son seres a la deriva, estropeados,
truncados y muertos antes de hora, su vulnerabilidad es el agujero por donde se
vacían día a día hasta quedar en puro pellejo.
Aun en la oscuridad se
entreveía el cielo turbio, con los puntos débiles de algunas estrellas hacia el
sur.
Serene usted su
estilo, joven.
Tal vez el verdadero
secreto (y único) para escribir bien sea el pensar de una manera lógica y
atinada. Entonces sólo hay que valerse del lenguaje como un instrumento de uso,
acaso más sofisticado cada vez pero al servicio del pensamiento. Lo escrito
sólo es el medio de la revelación y el posibilismo visual de aquel.
A ningún ser humano,
cabal o no, le es fácil concebir que su vida, lo que es él, va a terminar
convirtiéndose en un polvoriento montón de huesos o en un puñado de grises
cenizas.
¿Y eso es todo?
Se niega a creerlo de
esa forma…, tiene que haber algo más (¿una música celestial o así?, ¿un coro de
ángeles hermosos que aguardan tu llegada?)
Pero entonces, ¿adónde
se lleva uno el olor a chamusquina o a carne podrida?
Sólo cuando a nuestro
alrededor descubrimos viejos lelos, babosos y agonizantes y niños tarados
mentales, contrahechos, sin el diseño
perfecto, damos nuestro brazo a torcer: a la nada, muchacho, al hoyo más
hondo y oscuro.
Hasta Paula ha de
morir, ella, que después de tantos años ni le miraba a la cara a él para no
perder el tiempo.
¿Te imaginas a ésta
enarbolando un rodillo en el aire corriendo tras de ti…? No la ha visto jamás
con un mandil: lo que suele trajinar en
la cocina son aperitivos o bebidas, fabricar quizás un sándwich de jamón cocido,
o uno peor todavía, vegetal y aséptico en los días malos, de remordimientos por
los excesos gastronómicos pasados.
¿Cómo irritarla?
Con sus mismas trampas
en las que incurre:
Eso que tragas,
Cariño, esos sabores que anegan tu boca no son sino aromatizantes químicos
sintéticos a base de alcohol y grasa.
Olisquear genitales...
como un verdadero animal, un auténtico primate que haría las delicias del señor
Freud.
Jamás desperdicies en
tu vida, que pasa volando, irrecuperable,
la oportunidad de follar o aparecer en televisión, solía decir Paula
citando a Gore Vidal:
1/. Paula follaba todo
lo que podía y con quien se pusiera al alcance y trasluciera la mínima
intención de desearlo, hombre o mujer.
2/. Paula suplicaba
por el día aquel que definitivamente se colocara delante de las cámaras, a la
vista del mundo todo, y no estuviese, como siempre, en el otro lado oscuro
rodeada de pilotos rojos con el bolígrafo en la mano, anónima… ¡invisible!
Querido, dijo Cariño,
entre la basura siempre hay algo que no es basura.
Pero los recuerdos de
aquella época empiezan a desdibujarse de la memoria; a punto de caer, se
agarran al borde mismo de la nada
Tú y yo acabaremos
mal, Querido.
Cariño y Querido andan
cada uno por su lado. Eso les salva, libra de ataduras, desata nudos gordianos,
aclara cuestiones, elimina trastos conceptuales de difícil digestión.
¿No le sobraba
Jesucristo a Pascal para llegar a Dios?
La fuente de toda
trascendencia y sosiego la encuentra Boceto
(moderadamente) en el alcohol, por lo regular tiene un buen beber
(moderadamente), se sume en la divagación, que él confunde (con su habitual
distracción) con la sabiduría y, más lúcido (una copa de más), con la
naturaleza, el árbol que crece, el aire azul del cielo, las aguas transparentes
del arroyo que fluye rumoroso… Moderadamente.
Ab origin: no saber cuando acaba lo que empiezas.
Mejor así. Pero
siempre se acaba.
Llega la noche que quita las fatigas
(El Dante).
¿Empieza o acaba el
día?
¿Qué bandera nos
envuelve hoy?
Lo único que trajo
Westfalia allá en los lejanos, brumosos y extraños tiempos fue reducir la
cantidad de banderas con que limpiarte el culo: otra de las salidas de pata de
banco de su padre, Bernardo Brell el Falso Melifluo.
Aún en las brumas del
amanecer…
A pesar de tus pecados
horrendos, eres un tipo débil.
(¿O sólo desganado?)
Se obstinó en tener un
perro. Hasta ese momento no se había percatado de lo rutinario y previsible
(con la seguridad que eso proporciona) que alcanza a ser un perro: mea a la
misma hora; caga a la misma hora; come a la misma hora; pasea a la misma hora…,
te quiere siempre. Nunca ha conseguido su propósito y duda que algún día se
haga con ese fiel y sumiso compañero en su vida peripatética. Paula detesta a
los perros (a los cinco años propinó una buena tunda al pequinés engreído de su
madre y los azotes que recibió acto seguido alimentarían un odio perenne hacia
los canes de cualquier tamaño y color): Sólo tendría una gata y sólo si
obedeciera a rajatabla mis órdenes, advierte una Paula inquietante, aquella no
muy entrevista a lo largo de los años, negándose de plano a los deseos de Boceto.
Este no nos medra,
advirtió su padre, allá en el país de la tierna infancia. Habrá que darle leche
de coneja. Su padre, que de joven solía dar largas caminatas por los
alrededores de L’Horta (nord), pues había nacido en uno de los pueblos-isla
diseminados como hongos entre los sembrados y las acequias, sabía distinguir un
patatal de una plantación de pimientos, los tallos herbáceos de la cebolla de
los del ajo y distinguía el sabor de la leche de cabra del de la oveja o de la
vaca. Pero el niño, el tercero en discordia, poco a poco se convirtió en un
español normalito sin necesidad de aceites de ricino o de hígado de bacalao:
color sano, cejas al pelo, nariz aguileña, fuertecito…
¿Qué tendrá que ver el
conocimiento biológico del hombre con la comprensión de su alma, ese ínfimo
organismo vivo escondido entre los pliegues de su cerebro mortal?
Llega un momento en
que la fiesta termina, estás cansado, casi no te tienes en pie, y te sientes
sucio; entonces las luces se apagan… pero no son las del sueño, son las del
regreso.
Poco había que pudiera
levantarle el ánimo. Se hallaba justo y para siempre en la, digamos, celebrada
ataraxia: ya no habría tratos de ninguna clase.
Descansa, guerrero,
vuelve con tus seres queridos… ¿Seres queridos? Paula, vieja y querida bruja
putonga; la mamá seria y bella (o semisonriente) del álbum fotográfico (la
madre de todas las madres no se llevaría encerrada en el bolso en su última y
definitiva escapada ni una sola fotografía familiar); el padre animal
escurridizo de los grandes pasillos, su joroba de libros… y aquellos dos
desaparecidos, un fantasma y un alma en pena.
Qué pensamientos, qué
informe las abultadas páginas, sin figura ni perfección…
No todo está perdido…
A veces hallaba cierta
complacencia medieval disfrutando de las cosas más sencillas y desprovistas de
complejidad: un vaso de vino (podría ser cosechero sin más) al alcance de la
mano, mirar caer la lluvia a través de la ventana, sentir en la tarde fría y
gris el calor de adentro de la casa, la cercanía del libro, el saber que, sí,
que todo lo bueno acaba con la muerte, pero también todo lo malo.
Pero…
¿Quién dispondrá el final cut?
El mando del
televisor.
No podía ganar (era la
muletilla proferida hasta la saciedad por su padre, al final de su vida).
Carlos: no podía ganar. José David: no podía ganar.
¿Cuántos años tienes,
mierdecilla?, parecía preguntarle su padre desde el más allá.
Más de 40.
¿Cuántas condenas a
muerte entonces?
Todos los pecados,
ninguna culpa. Pero basta con una condena.
Nadie puede ganar
nunca la última partida: al hoyo.
No hay un solo día en
mi vida que no haya cometido un error.
También ha habido
algunos aciertos.
Sin duda: uno o dos
cada lustro: lágrimas caídas en el océano.
Nadie gana. Vivir es
perder. Los felices son quienes lo olvidan.
A ti, pobre viajero
interestelar, te habla el dios desconocido, creador del cielo y la tierra:
si sale cruz, pierdes;
si sale cara, gano.
Su madre nunca le
acariciaba, nunca pasó su mano por su cabeza, como si tuviera una pica allí
arriba, en el pickelhaube, que
pudiese herirla: disfrazadito de soldado de plomo.
Fundido por el fuego
al final.
Hamlet es sólo
ocurrencia, un pensamiento flotante que, él sí, aparece y desaparece de entre
las sombras sin venir o viniendo a cuento, abrazado a la oscuridad.
De la mano de Paula y
su cofradía, turisteando, lo que quería en sus paranoicas idas y venidas en el
Gran Bazar turco no era comprar algo, ni la lámpara de Aladino ni una alfombra
mágica… Lo que quería él era perderse, no volver a salir a la luz. Una semana
más tarde estaban en Grecia, a plena luz
del día como todo buen turista: había perdido el gusto por los rincones, la
oscuridad reconfortante y opresiva de los bazares, los miles de escondrijos
polvorientos que resultaban ser el mejor refugio contra las asechanzas. Ahora
todo era aire y sol sobre esas islas verdes y blancas que emergían del mar
azul. Ahora era todo un mundo pagano. Ahora era ahora. Dionisos puro. Ni cerrojos ni dioses. A pleno sol o bañado
por la luz de la luna recorría las playas como un animal feliz en la mayor de
las desnudeces.
Todos los dioses que
hemos creado se hallan más allá de la muerte, y a ella nos conducen... para que
no podamos regresar a la tierra y verificarlos. Ninguno de ellos se deja ver
andando por las aceras: tendrás que morirte para verme (así no podrás desvelar
todas mis mentiras).
Respecto a la amiga
judía de Laura:
Al pueblo judío, en su
viaje de 40 años a través del desierto se lo tragó la arena. No encontrará
usted en todo Israel una huella arqueológica de aquellos pies que partieron de
Egipto. Lo que siguió después fue inquisición, pogromos, holocausto y sionismo…
y una liturgia y unos ritos oscuros para pasar el ratito, en la tierra
prometida o en el mismo Lower East Side de Nueva York.
¿Cómo puede tomarse en
serio un libraco sórdido, siniestro, sectario y fundamentalista que apela a un
dios sanguinario y a milagros y prodigios extraterrestres cuando hombres de
otras civilizaciones próximas a sus desvaríos asentaban con seriedad científica
la observación celeste y explicaban sin patrañas ridículas los fenómenos
astronómicos y su influencia sobre la tierra?
¿Cómo te tomas en
serio a ti mismo, sabiendo que algunos sábados sólo eres un trasto maloliente
por muchos afeites y perfumes que te disimulen?
De una cosa estaba
seguro: se había decantado (el diablo sabía cómo y por qué) hacia las opciones
adecuadas a sus pocos méritos y muchos vicios. Tuvo una buena vida. Vamos a
decirlo de ese modo.
A las dos copas salían
de su boca barbaridades y dicterios de un calibre homicida; a la tercera copa
echada al coleto lo más prudente era mantenerse lejos de una violencia que la
tenía tomada con los muebles, las vajillas o la cristalería: los vasos
terminaban haciéndose añicos entre sus dedos, y en más de una ocasión he visto
estrellarse contra el suelo la botella de excelente whisky escocés a medio
terminar de la que se servía (y nos servía). Pero lo interesante de veras había
ocurrido una vez ingerida la primera copa. Entonces se asistía a un proceso
realmente inquietante, una metamorfosis que, si bien sutil y parsimoniosa, prefiguraba la abrupta
conversión de después en los diferentes niveles de horror del doctor Jekyll
degradándose hasta acabar en mister Hyde.
Pero tampoco se
necesita mucho alcohol para una mutación turbadora y oscura. V., por ejemplo,
una de esas personas pronto exaltadas en cualquier conversación que no tienen
una opinión acendrada, firme o solvente hacia casi nada, ni siquiera tiene
principios reconocibles; personas como ventoleras en el debate: a defenderse o
a discutir sólo les mueve el interés, la emoción o la contrariedad del
instante, quizás un falso orgullo de sí mismas y de querer salirse con la suya
pese a quien pese, e incluso es muy posible que sus argumentaciones (que pueden
dar la vuelta como un calcetín cuando así les convenga) dependan del estado de
ánimo de ese día o de un capricho visceral motivado quién sabe por qué
despertar bilioso, atrabiliario sin duda, o por un simple mal sabor de boca.
LOS QUE NO SABEN QUE
ESTAN MUERTOS SON LOS PEORES DE AGUANTAR
(Yo he de amar una piedra.
Antonio Lobo Antunes)
Cada uno de ellos
tiene una teoría: teoría x, teoría xx, xxx, en relación hacia cualquier cosa
(principios, praxis, métodos).
La de tipos…
Era un tipo jovial,
sano de espíritu, pero su lamentable carrera como artista y profesor
provinciano pronto le arruinó como persona: más le valiera haber regentado una
tienda de discos o atender la barra de una cafetería para bohemios y poetas de
domingo.
¿Y qué decir de H.J.?
Ni siquiera era un homosexual serio y consecuente, sólo era un mariconcillo
ocasional, así, como el que no hace la cosa, como el que no la quiere y pone el
culo en danza.
¿Le ha picado a usted
alguna vez una abeja muerta?
En efecto, en cierta
ocasión que leía una novela de Hemingway, en plena campiña, un día delicioso de
primavera que….
¿Sabe usted que es un
segundo?
Sin duda: la duración
temporal de 9.192.631.770 oscilaciones del átomo de cesio.
¿No está usted
demasiado gordo?
Y qué quiere, soy
Bibendum. Hay que dar la talla.
Estaba JD.: El hermano
Sabio… (mayor sería le mot juste).
Estaba Carlos:
caballero de honor y de la espada, como el otro, y en prueba de ello manco.
Parece que la vida va
hacia delante cuando en realidad se desliza hacia atrás: estábamos los primeros
de la fila, en plena marcha, y poco a poco quedamos rezagados, los pies se
traban, te encorvas, los demás corren y corren, te pasan, allá te vas quedando,
atrás…
¿De pequeño le
gustaban los tebeos?
Más bien le gustaba yo
a los tebeos: me caían del cielo a todas horas, a cada minuto, y sin moverme de
casa: sólo tenía que mirar por encima del hombro del guionista, de El Sumo
Hacedor de los Tebeos.
Lo veía (a él, a
Brell) de tanto en tanto, pero siempre en idénticas fechas y lugares (que omito
por discreción): una doméstica revolución sinódica.
¿Así que multiversos,
eh?
¿Por qué? Un millón de
univeros es tan extraño como uno solo.
Entonces…
Y a renglón seguido me
contó una historia increíble: la suya.
Otro de sus antiguos
condiscípulos de los agustinos había sustituido la religión por la psiquiatría,
y no mucho después esta por el sexo, el alcohol y un consumo desenfrenado de
objetos inútiles, incluidos ropas de marca, cacharrería electrónica, perfumes
de moda y extravagantes y caros relojes de pulsera. No tardaría en morir de
aburrimiento (él se lo buscó).
Eres un tipo
inteligente.
¿Ah, sí?
Conseguirás todo lo
que te propongas.
En efecto… (tener lo
que querías, no ser lo que soñabas).
Ya desde muy pequeño
creyó que, indefectiblemente, debía darle un sentido a su vida. No perdería el
tiempo. Incluso antes de llegar a la adolescencia lo encontró: creerse otro del que era.
El soñar eterno sería
lo peor que pudiera ocurrirle después de muerto. Es uno lo que tiene que ser eterno. Lo que hace del sueño la auténtica
medicina es la nada en la que uno se sume.
Describía libros en
sus escritos como otros describen paisajes, una boca, la luz de la tarde…
¿Quién?
Su escritor preferido.
¿Quién es tal?
…
Lo troncal de su
carácter era la empatía hacia la naturaleza (incluso hacia los objetos), pero
entreverada de cierta (difícil determinar el grado) misantropía y un severo
ensimismamiento que le hacía a un tiempo vulnerable y despectivo.
Sus hermanos eran,
pobres, de aquella generación anterior a la suya que querían ser mejores (leer
más, entenderlo todo, luchar por la verdad y lo justo, ser libres…) Estos de
ahora, yo mismo, lo que queremos, listos que somos, es estar mejor. Lo
repetiremos para no olvidarlo (más adelante). (Despojos de un diario, retales
de una notación muy cínica).
Al final acabas
mordiendo el polvo oscuro de los rincones de tu casa, solo y enfermo,
desahuciado por… ¡ti mismo! En realidad, ahora que lo pienso, acabado como
todos los demás. Qué importa morir solo o acompañado: terminas detrás del
grueso vidrio que te separa de los otros en el tanatorio. Nadie te sigue en tu
viaje postrero, te ven ahí quieto, seriecito, ensimismado en tus cosas… y ahí
te dejan. Y allá, al otro lado, están ellos con cara de pasmo, tan vivos y coleando
Se levanta tarde. El
tipo, un verdadero diablo, sólo se deja ver al mediodía, como Agatón. (Como
funcionario acomodaticio).
Esos tipos que aún
gustándoles la música se prohiben a sí mismos escucharla: porque les hace ir
mentalmente por donde no quieren ir. (Tal complicaba las cosas Carlos.)
Carlos, Carlos… Había
algo perturbador en él, como ese aura que emanan los suicidas (y que sólo es
posible descubrir en ellos una vez
han logrado matarse de una manera u otra).
No recordaba haber
tenido un sueño feliz en toda su vida. Incluso los más anodinos, al despertar,
aún anclaban en su piel lo estrafalario y perturbador como una costra, como un
sudario que le oprimía de inquetud y que no lograba desprender de su mente
hasta pasado un buen tiempo. Sea cual fuere la naturaleza de su sueño, él
siempre era víctima del miedo, el desvalimiento o la confusión, nunca
victimario. Pero también supo la razón desde muy temprano cuando descubrió que
la trama y los sucesos del sueño, por inocuos
o vulgares que fuesen, no eran sino la manifestación recurrente de una
angustia perenne, sin una causa real, al menos identificable, que desde muy
niño hospedaba dentro de sí dormido o en la vigilia.
Uno de sus trucos
mientras impartía clase en el aula era dotar a su rostro con la huella de la
perplejidad más notoria pero rastreable (era hábil en acopiar las diferentes
máscaras que pueden proporcionar unas facciones de suma ductilidad como las
suyas). Resultaba intrigante y empático al mismo tiempo, y cubría todo el
espectro ante sus alumnos: colegial, universitario y profesor.
¿Cómo pueden haber
influido tanto a través de la historia unos tipos analfabetos que no legaron a
su muerte ni una sola línea escrita…?
Porque eran algo más
que hombres… Eran también una máscara.
¿Y no es el mundo sólo
una apariencia?
Pero su padre era
taxativo en esta cuestión (y en muchas otras a pesar de la mesura de sus
modales y su voz meliflua):
No te fíes de nadie
que no haya sido capaz de escribir una página decente, posiblemente piensa con
faltas de ortografía.
Ojo con este otro:
Cualquiera podría convertirse en la diana de su particular y atrabiliario tiro
al blanco cotidiano.
¿A quién disparo hoy…?
A todo el que se mueva. Invariablemente, cada mañana esa era la consigna una
vez abría los ojos.
Si eres malvado,
tienes que ser siempre malvado. No
cabe tregua alguna. Y él era débil. Lo sabía. De modo que, escéptico, eligió el
cinismo como arma predilecta. Y con los años esa obscenidad flagrante se
afilaba más y más, más y más hasta el silencio despreciativo.
En lo que respecta a
los sentimientos podría ser no sólo indecente y criminal, sino que incluso, en
relación a sus amantes, por así llamarlas, se distanciaba de ellas de tal modo
en los aspectos más abstractos de ese ámbito como buen simulador y entomólogo
aficionado que era que podía hacer de los hechos y el escenario sentimental
donde éstos se desarrollaban una película snuff.
Resulta muy cómodo,
como hacen esos católicos vergonzantes, tener un dios al que implorar y que
finalmente perdone nuestras fechorías y debilidades criminales: Dios me
perdonará. Pero si no crees en dioses compasivos contigo y ciegos ante las
corrupciones del mundo, ¿te puedes perdonar a ti mismo?
Entonces, lee.
(Una señal infalible
que ayuda a descubrir a un pésimo lector es cuando el tipo interrumpe
constantemente en una conversación el argumento o el razonamiento del otro
interlocutor.)
¿Qué es un hijo?
¿Y a mí que me
cuentas, mierdecilla? Sólo soy tu padre.
Ayer, acabado de
nacer, un raro sentimiento de desamparo, la conciencia de la propia orfandad. Mañana, quizás ahora mismo, se
traspasará la frontera, y esa raya roja que queda atrás tolera la impunidad y
el disparate, crea un juguete inclasificable, un centón, un cachivache de carne
y huesos fabricado en un vientre de Nepal, India o China: un óvulo facilitado
(previo pago) por una joven europea rubia y de piel clara fertilizado por el
semen de un veinteañero caucásico (también recompensado) sano y aparente, un
embrión congelado que termina implantado en el útero de la adolescente
fabricante (y remunerada) originaria y residente en aquellos países
silenciados, cuyo producto final a los nueve meses, después del correspondiente
control de calidad, es vendido a la carta en Estados Unidos, España o Australia
a una pareja de mediana edad e ingresos medio-altos (profesionales liberales,
docentes o funcionarios) con ganas de entretenerse de nuevo con los muñecos
Lego, las barbies de colección y los
peluches de la infancia.
Entonces, lee.
Discrimina los estilos, despoja máscaras.
La prosa que escribe
recupera de alguna forma (¿tal vez el estilo adecuado que emplea?) la función
auditiva de lo que se dice.
Había leído: Hay cierta relación entre el sonido y el
sentido.
Un alma caótica pero
un cerebro rígido y acartonado donde las percepciones que le vienen disparadas
desde cualquier dirección devienen tristemente cartesianas y deprimentes.
Leo… Así que, fonética
y semántica andan del bracete.
¿Rezas? Oro, aunque no
hincado de rodillas.
Ese dios al que rezas
por cobardía (y con razón, si piensas en sus antojos criminales) parece
complacerse en torturas sin fin.
¡Dios mío!, exclamó su
hermano JD después de acabar (algo agotado, según sus propias palabras) La galaxia Gutenberg. Y luego, sin
solución de continuidad leyó cuatro (y hasta cinco quizá) veces seguidas El rey Lear sin hallar más allá del
prodigioso Shakespeare otros prodigios.
Hay una sintaxis del
pensamiento muy distinta a la sintaxis que
organiza el discurso escrito, una gramática mental que se escurre mucho
más allá del preciso dibujo del alfabeto fonético. El pensamiento puede
retorcer a la palabra como puedes hacerlo con el cuello de una gallina hasta
asfixiarla y dejarla hueca, más tiesa que Gerineldo.
De su abuelo paterno,
a juzgar por las diversas y gruesas fotografías en cartoné, asepiadas y con el
nombre del estudio fotográfico en relieve en un ángulo, procedía su temor a
exhibir con el tiempo una calva pontifical que abriera un círculo reluciente,
terso y casi perfecto entre la coronilla y la nuca. No fue así: Sólo heredaste
una cierta perversidad en la mirada.
Aléjate de esa gente,
muchacho (¿los perversos?). Son mucho más fuertes y experimentados que tú,
besarás siete veces la lona, y en el mismo match,
por utilizar la palabra apropiada.
Si fuese católico
(sólo fue escolar católico) pensaría
que esta vida es el verdadero purgatorio, un castigo infernal aunque de
duración limitada (por el momento, máximo, 120 años o así). El cielo,
naturalmente, sería la nada: adiós; y el infierno, sin duda, la inmortalidad,
al menos en este mundo de trampantojos al que ni siquiera el marxismo ni sus
actuales famélicas legiones han podido cambiar. Inmortalidad, que no la
eternidad.
Abandonad toda
esperanza.
(Al cabo, la nada
aguarda.)
Primavera traidora.
Abril cruel. Bajo la marquesina: un claro entre los negros nubarrones provocaba
que la luz del sol escapara hasta el mismo pavimento e hiciera refulgir las
oblicuas y gruesas gotas de lluvia sacudidas por el viento. Aguardaba que
amainara viendo pasar coches de distintos colores y longitudes. Sólo pensaba en
esos colores raudos, vacío el cerebro de otros asuntos, las luces dinámicas
etcétera.
Paisajes: Klee ya sólo
pintaba visiones, la realidad exterior, en lugar de la realidad interior, que a
pesar de estar hecha de elementos de aquella otra, es la que realmente veía.
Lucrecio y Séneca
apañaban todo lo esencial que él buscaba entre… ¡otro montón de cosas!
Lee, y calla. (O vete
al ficus.)
Más de la mitad de las
estupideces que escriben los ensayistas (y hasta los novelistas, a los que la
ficción, esa engañifa artesana, podría exonerar no obstante) y filósofos y
sociólogos de medio pelo habrían sido subsanables e incluso inexistentes de
haber poseído todos esos oficiantes unos mínimos conocimientos científicos,
técnicos o simplemente de cultura general.
Para él la lectura
tenía que ser eminentemente táctil, necesitaba el libro físico entre las manos,
poder palparlo e incluso olerlo, de la misma forma que la escritura debía
lograrse necesariamente en su caso a través de una técnica (máquina de escribir,
procesador de textos del ordenador) ajena a lo manuscrito (lápiz, pluma,
bolígrafo). Toda una contradicción, pues. Una más.
Ese tipo tosco aún
come con los dedos directamente del tajadero.
Su padre guardaba ese
ejemplar firmado por el canadiense como si fuese una de las 48 biblias de
Gutenberg. Una vez muerto, el hijo manoseaba el volumen, se aburría con él
entre las manos.
Lee. Aburrimiento.
Desánimo.
Reunión de amigas de
Paula en el Hogar de los Brell.
Sal de casa, maldito
cerdo. Anda, Querido, piérdete en alguna pocilga un par de horas. Y Querido
hizo caso a Cariño. Y puso pies en polvorosa (Oído al sesgo: ¿Casarme? A los
tres días de las nupcias engalanadas ante el altar, o mediante ceremonia civil
con indumentaria de calle, banquete e invitados incluidos en ambos casos, a los
tipos y tipas recién casados tienes que meterlos en la lavadora y dejarlos
tendidos al sol una semana al menos.)
Boceto se encasqueta el sombrero hongo, se
enfunda la levita, coge el paraguas negro y
toma las de Villadiego: no tardará en meterse en un cinematógrafo (sic).
Nos retaba: ¿Qué único
título de una película se menciona en La
Galaxia Gutenberg? Era todo un
cinéfilo, el tío… (¡Eso creía el pobre!)
Consejos paternos,
lenguaje no demasiado lejos de los diálogos más característicos del noir:
Entre los pliegues de
la vulva, si no más adentro, de una rubia
alta, esbelta, de pechos turgentes con
los labios encendidos de carmín siempre se esconde un revólver o… un
cadáver: Ve con tiento, detective.
¿Tú has tenido alguna
vez una pistola en la mano?
¿Tú sabes lo que pesa
una pistola en la mano?
¿Tú le has pegado un
tiro en el pecho a algún desgraciado?
Entonces, ¿por qué
lees libracos donde los tipos llevan una pistola colgada en el sobaco, se tiran
a rubias mórbidas y anegan su hígado con litros y litros de whisky de malta?
No me siento héroe ni
tampoco víctima en ninguna de las épocas pasadas de mi vida, de ahí mi
extrañeza, incluso estupor, ante todos aquellos años y su grisura, tan
diferentes a los colorines del presente.
(Por eso leía novelas
policíacas, que el tipo listo de siempre denominaba género negro, así, a la francesa, para disimular su llevadera
enjundia como lector.)
Lo tenemos todo.
Lo querían todo.
Algún fleco por
finiquitar…
Como esos matrimonios
que, al negarles la naturaleza la paternidad, se niegan a adoptar uno de los
más de 50.000 niños que mueren de hambre todos los días o por enfermedades
causadas por una malnutrición continua y el agua podrida y empeñan sus
esfuerzos y dineros en fertilización in vitro o mediante embriones congelados,
madres de alquiler u otras componendas de tratamiento químico y médico… Quieren
sus juguetes nuevos, a estrenar, por nada del mundo los quieren usados o rotos.
(¿Dije algo semejante más arriba?)
¿Y si detallamos los
auténticos problemas que embargan a nuestro
protagonista? Nada tienen que ver con las angustias de la esterilidad.
Odiaba comer las
hamburguesas redondas, asquerosamente se escurría por todas partes la grasienta
mezcla, así que, cuando se le antojaba, estuviese donde estuviese, acudía al
único Wendy de la ciudad a envenenarse lentamente, acaso hasta con fruición,
mientras empujaba el untoso bollo alimenticio cuadrado por el esófago bebiendo
a grandes tragos cerveza barata de un vaso de papel parafinado con olor a enfermo.
De acuerdo me espían,
pero no hay nada que pueda impedir que haga lo que espían, que, por otra parte,
carece de maldad.
Se ahogaría en un
oceáno de cerveza.
La cerveza libera el
pensamiento, afirmó.
(El abstemio
recalcitrante iba a abrir la boca, pero lo pensó mejor y la mantuvo cerrada.)
Qué raro, yo pensé que
lo espesaba, que se adormecía uno, replicó el advenedizo típico de la barra de
bar de las 11,45 de la noche, a la vez que limpiaba con el envés de la mano la
espuma que resbalaba por las comisuras de una boca salpicada de caries.
El otro hablaba de
Shakespeare. Se notaba que no era inglés.
Él había leído a
Shakespeare en traducción del industrioso Astrana Marín a los doce años y supo
calibrarlo de veras cerca de los treinta en inglés, incluso las comedias y el
centenar de sonetos, en una edición irlandesa de W. J. Craig, del Trinity
College.
Pasados los años,
ahora, ahí mismo acodado en la barra del bar, con la barriga hinchada de
cerveza, albergaba una curiosa teoría: las
obras de Shakespeare era una obra colectiva (cuando menos habría que airear
los nombres de Heminge y Condell), madurada a través de los años, corregida y
retocada y llena de morcillas a lo largo de decenas y decenas de
representaciones y reescritas en los textos de los in-quarto y vueltas a reescribir en el in-folio del 23…, y que contendrían probablemente hasta las
rechiflas de sus actores, de manera que a las primeras de cambio desmitificó al
autor bajo el nombre de Shakespeare. Lo que importa es el lector, no el autor,
concluyó nuestro pequeño déspota.
Yo sólo cuento el lenguaje, espetó el literato
harto ya de inquisiciones de difícil respuesta.
Toda la mierda y la
sangre del ser humano, su ambición y su miseria se hallan en ese millar de
páginas, amigo, mi cómplice.
Tribus, clanes,
castas… Sentía tal desprecio al pensar en ello que le producía hasta asco
físico. Ningún hombre le parecía más fantoche que aquel que se envolvía en una
bandera para encubrir su auténtica desnudez.
De pequeño era un pequeño Polonio a salvo de la cuchillada,
siempre atisbando a los demás detrás de una cortina, envuelto en la oscuridad
con los oídos bien atentos, reptando por las paredes, listísimo: él había
proporcionado el estilete con que Hamlet, al contrario de lo que puede pensarse
desde hace siglos, se atravesó el corazón al final de la tragedia y murió
diciéndose si ser o no ser, he ahí la cosa, qué es más… Nada de ese posterior
duelo de barraca de feria con Laertes.
Ya nunca sería libre.
Como un Keruac: un
bolígrafo, una libreta, dos piernas y carretera y manta, cuando no a bordo de
un Hudson Commodore del 49 ó un Cadillac del 47 conducidos por Cassady (a)
Moriarty.
De cuando en cuando, a
punto de emprender la marcha y colgar la mochila de finales de los ochenta a la
espalda y provisionarse de alguna lectura
adecuada (Mendoza, Azúa, Umbral, Vargas Llosa, Marsé, Benet, Marías, Cela,
García Hortelano), paseaba la vista por los estantes de la biblioteca paterna
que increíblemente aún albergaba diseminados por aquí y por allá docenas de
libros de bolsillo de sus históricos hermanos, acariciaba con la vista (la
única caricia respecto a esos descabalados volúmenes que iba a permitirse en su
vida) los lomos deslucidos y arrugados de las antiguallas que aquellos, sus
juveniles dueños, habían atesorado en la era del hierro: El miedo a la libertad, Eros
y civilización, Crítica de la razón
dialéctica, La Galaxia Gutenberg,
Teoría estética…
(En realidad –anotó entre paréntesis- Heidegger, al igual que gran parte de sus colegas pasados y presentes, no crea una filosofía, crea un lenguaje que se da de bastonazos contra la razón y el sentido común de los mortales más o menos lúcidos y temerosos del caos y la locura.)
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