domingo, 23 de marzo de 2025

5

Cuando mueres, muere una parte de tu mente nada más. ¿Se activan las otras partes antes de pudrirse? Ajá, un nuevo robot se pone en marcha.

Tomarlo como personaje… ¡a él! (danzoteando por algún instituto de chicas, se mete en líos, sale de ellos, enamora a alguna niñata, se enamora, se encapricha él… ¡Boceto!)

La súbita alegría del viernes, el maquillaje de los sábados, la postración desoladora y doméstica del domingo.

Por su parte, Brell:

Ha habido arte antes de los artistas, como ha habido religión antes de los dioses y sus profetas: ¿qué es todo esto?, se dijo el mono sin despegar los labios mirando en derredor.

Como esos escolásticos del medievo que buscaban en la oscuridad catedralicia (el lugar adecuado) lo que no existe.

Ese personaje de Bernhard que leía  a Schopenhauer (El mundo como voluntad y representación)…, ese que se comía las páginas del libro, pues decía que Schopenhauer había sido siempre su mejor alimento. 

El dinero se fabrica como los zapatos y los neumáticos, el pan, las flores de invernadero o el motor de un coche. La única diferencia, en lo que respecta al dinero, es la credulidad, la confianza desmesurada en el símbolo.  

Le era imposible creer en la muerte. (A Brell).

En fin.

Con sabor a Martini (invadiendo la boca de Brell), elucubra, estar lejos de allí, no mirar a Paula, sus ojos condenatorios, divaga, muchacho…: 

Sus enemigos eran aquellos que decidían por él: urbanistas, políticos, programadores de televisión, diseñadores, modistos…, todos esos bastardos que no contaban con él al maquinar sus planes y que eran capaces sin pararse en mientes de modificar sus hábitos, sus maneras, su regulada vida…

¿Qué demonios escribes?, preguntaba su padre.

Notas para la clase.

Mentira.

Escribía ficción (este vicio original parece venir de familia, pero sólo en la adolescencia, a esa edad incierta).

A hurtadillas: un galeote de la pluma. Chist. Silencio. Luego:

¿Un manuscrito?, ¿un original? ¡Dios santo…!: directo a the slush pile.

¡A estas alturas…!

De un individuo sólo se tiene por verdadero el día de su nacimiento y el día de su muerte: lo demás es un equívoco… Lo que hagas, lo que dejes de hacer… todo será puesto en solfa; muerto, serás un saco de dimes y diretes, era un buen tipo, era un pobre tipo, era un mal tipo, pocos como él….

Contradictorio-inconsecuente.

¿Pues no era capaz él de pervertir cualquier moral o idelogía desprendiéndolas de aquella inconveniencia que repugnara a su carácter o añadiéndoles las modificaciones que fuesen necesarias para salvaguardar sus intereses o sus intenciones?

Ahora necesita creer que está vivo. Habla sin mirarla, a ella, absorta en la pantalla del móvil (sin embargo, alza la vista al oírle balbucear):

¿Sabías que existen pensamientos sólidos? Se descuelgan de la mente, atraviesan el frágil muro de la carne y salen al exterior de su dueño, se transforman en cosas: y andan a cuatro patas como los gatos sigilosos. (¿Levantan el rabo?)

Paula baja la vista de nuevo al teclado del teléfono: todo está ahí, en esas condenadas teclas.

De repente, se oye a sí mismo Brell: deberíamos empezar a practicar el sexo anal, me parece que ya va siendo hora: han sido una palabras craneales, silenciosísimas, nadie ha oído nada, nadie sabe nada. Paula a lo suyo, en plena hipnosis, los camareros como si tal cosa, el mundo tranquilo ante la cruel sugerencia.

La realidad es lo que es. Basta de fantasías, se dijo Brell hace años (hace exactamente ocho, al cumplir cuarenta años justos, nunca aprendió a acabar de una vez con los números redondos), la realidad es el dragón al que había que combatir: hasta arrojaba lenguas de fuego por las fauces, y para ello él tenía que ser un tipo normal, gris incluso, ni siquiera bombero, ser pusilánime, inconcreto, cínico (¿por qué no?), vencido… nada del guerrero altivo con la espada de los tebeos en la mano. Una vez fue héroe, príncipe, fue invencible, ganó todas las guerras: tenía nueve años: venció al diablo y a sus negras huestes y a Dios lo sepultó en el olvido. Fue suficiente con eso. ¿Para qué más?

Y, usted, ¿qué hace?

Vendo lápices de colores a domicilio.

(¿O eran peces de colores?)

La otra sigue con el teléfono en la mano tan hipnotizada que ha enterrado el mundo, ¡por fin!, en un desierto de  sandeces.

¿Y ésta con quien habla?, se pregunta con una sensación de hastío Brell. En realidad, está mensajeando. En el fondo le importa un comino con quien hable. Qué más da. La cuestión es pasar el ratito… los dos.  

Está curado de muchos espantos: ¿follar?, que folle con quien quiera: ¿no hace lo que se le antoja comiendo en mil y uno restaurantes, paseando quién sabe por donde, yendo al cine con cualquier desconocido, compañero de trabajo o familiar, comprando esto o lo otro, escribiendo maldades sin fin? ¿Qué diferencia existe entre una cosa y otra? Folla, hija mía, folla con la bendición española, católica, apostólica y romana. Yo, el buen marido, te absuelvo y te bendigo.

Él se halla en el más puro  estado de ataraxia pre-aristotélica: se reía delante de las narices de quien fuese sin que nada en su rostro pudiese manifestarlo: él es ese hombre que tiene ganada la partida de antemano: puede admitir sin objeciones todo cuanto argumente en un sentido o en otro el tipo que tiene frente a él, porque le da exactamente lo mismo.

¿Blanco? Pues blanco.

¿Negro? Pues negro.

¿Cómo se lucha contra un suizo?

Ella pensaría que me estoy convirtiendo en un blando afeminado… (que diría Séneca).

¿Las banderas? Trapos enmarranados de sangre seca, aunque la práctica totalidad de ellos lo ocultan pintando encima líneas y bandas de colores chillones, un  escudo, un símbolo.

Ataraxia. Sus momentos griegos: estaba mucho tiempo mirándose en el espejo. Entonces lograba borrarse físicamente, ya no era capaz de escrutar realmente los rasgos de su cara, la envoltura de la carne o las pequeñas manchas de los ojos: veía lo de adentro…

Una libreta infantil (empezada a emborronar en este mismo año del señor de 2008) rayada, cuadriculada, del tamaño de un paquete de cigarrillos, la anotación rápida, todavía poco concluyente pero al cabo aprovechable…: Dos hermanos: Galión y Mela. (Séneca)

Así que el viejo Séneca…

Otra anotación: La sabiduría de Posidonio.

Y otra (pero ¿qué diablos perseguía con esos entresacados de tan peculiar lectura –Séneca y los estoicos-?): Un tipo vengativo que va por ahí transformando en calabaza a todo aquel que se opone o se enfrenta a sus deseos. (Séneca).

Y otra aún más reveladora: Estupro-Julia. (Séneca).

Mírate, Lucy: después de tres millones de años a esto hemos llegado, a comprender que nada tiene sentido. Ojalá tener la cabeza gacha al suelo, ramonear, volver a las cuatro patas…

Anotación pensando en…: Porque para ti, hay personas como esas, que son como afluentes que desembocan en tu propio fluir y logran que cada vez discurras con mayor y más acertada holgura en el curso de la vida.  

Lo más importante: ha aprendido a callar, a no ponerse fácilmente en peligro.

La vida: Non sense.

Así que Paula…

Un misterio. Su misterio.

En efecto, una vez la siguió. Hubo un tiempo que hacía esa clase de cosas. También le abría la correspondencia… ¡publicitaria! El correo electrónico lo tenía imposible, vedado por una endiablada contraseña (dos o tres palabras encadenadas de pura invención que no debían figurar en el diccionario). Así que la acechaba… Una vez la espió cauteloso al volante a lo largo de varias manzanas: acabó perdido entre el tráfico, los semáforos y las idas y venidas de ella que conducía mucho mejor y de manera más ágil que él. Abandonó la persecución exhausto y tenso en alguna de las sombrías callejas al lado norte de la avenida del Puerto, antes de llegar a la playa… Así era la vida de ella, su relación con él, sus bohemios amigos, su trabajo inclasificable, su extraña familia, el silencio inabordable… Parecía moverse en todo momento a lomos de un caballo de ajedrez, asestando lanzadas aquí y allá. Una vez… Etcétera.

Aprendió pronto la consigna: Déjala, déjala… Que viva a su aire.

Así que…

Boceto… inventor de realidades.

A veces, para variar, falseaba aspectos de su vida (aunque no demasiado contradictorios como creía): Algunas veces se castiga zampando porquerías en algún anónimo y horrible bar de barriada que servía comidas hasta primeras horas de la tarde bajo una luz de neón homicida: come sin alzar la vista del plato, sin mirar a los lados, masticando en silencio y engullendo la bazofia por la garganta agrietada, sentado a una mesa corrida junto a otros apestosos comensales comebaratos con la cabeza inclinada rumiando, comiendo, dándole al peleón, deglutiendo su tristeza inalterable. Algunas veces…

¿Por qué Séneca? (A veces…)

¿Su padre? De acuerdo, un melifluo pero…

Pan y champaña que no falten. Lema de quien anda sobrado de todo.

Nada que ver con uno de esos tipos muy capaces de ahorcarse con uno de sus calcetines.

Séneca, claro.

Ya viejo, como todos: un tipo oxidado, inservible. (Pero lograba disimularlo como pocos.) Y jamás habría emprendido ninguna acción contra algún criminal o corrupto de sus semejantes: como esos tipos de Onetti, que esperan que el futuro cumpla la venganza que desean para sus enemigos sin mover ellos un solo dedo.

Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo, se decía Brell El Progenitor: y pasa, ya lo creo que pasa, aun envuelto en el sudario, aun encerrado en el féretro, sabes que es él, notas el regocijo en tu interior.

No le importaba que fuera superficial y alocada, lo que no podía admitir era que fuese absolutamente ignorante de la literatura española del siglo XVII y que se comiera la mitad de las vocales al hablar: eso la enviaba directamente al cubo de la basura… Tal era el comienzo de la primera novela que Brell el Viejo, cuando adolescente, en el verano del 36, ya iniciada la entonces imprevisible guerra civil, escribía apoyado en una mesa de piedra bajo las grandes copas de los pinos al caer la tarde, en el chalet de sus padres, en La Cañada, a las afueras de Valencia, donde ambos progenitores, pintores aficionados de marinas y paisajes valencianos postsorollistas, tenían un estudio común, amplio y refrescante con un gran jardín enmarañado oculto entre tapias, casi selvático pero ciertamente muy inspirador.

Sus idas y venidas, sus trabajos y hasta los más domésticos hechos daban testimonio de un hombre inacabado, fragmentado en sólo tentativas y sin una razón cabal de lo que en realidad le pedía a la vida (que era esa monótona sucesión de un día tras otro día). Al final lo único que sacó en claro era que, desde luego, no le pedía al futuro ni alegrías ni dolor, ni pasión, se contentaba con que el presente fuese algo así como subirse a un tren y dejarse llevar hasta la última estación.

Filosofía del perro: Sólo importa hoy, el ladrido. No es que no sabe lo que es mañana: es que no existe mañana, come ahora porque no tiene ni idea del hambre de después.

Siendo un viejo tan principal, no podía andar de otra manera. Los tumbos, para los otros.

¿El fin del mundo? El fin del mundo, querido, es el instante de tu muerte, sin ruidos ni fuegos artificiales cósmicos.

Se cree seguro el tipo, y nada hay más absurdo en este mundo impenetrable (resuelves un misterio y tienes dos más a la puerta esperando) que dar por sentado definitivamente el sentido de los hechos a los que asistes: animales inmóviles como puede estarlo una piedra, plantas móviles de tal manera que se diría que son ciempiés…

¿Se ha sentido alguna vez como esas plantas carnívoras que capturan insectos por medio de sutiles y crueles engaños innecesariamente, puesto que ni constituyen su único alimento ni son imprescindibles para su supervivencia?

Si aceptamos que existen más de un centenar de elementos en la naturaleza, es evidente que la cantidad de combinaciones posibles es casi infinito. Y si a esto agregamos que los resultados de la combinación de ciertos átomos pueden variar considerablemente según el modelo que formen en la molécula, resulta que la definición de cada molécula depende no sólo de las clases y número de átomos que se hayan utilizado en su construcción, sino también de la manera en que se hayan ordenado tales átomos. No cabe duda que cualquier ser vivo, humano o no, cualquier objeto animado o inanimado sobre la tierra, no son sino variaciones de un mismo tema.

Se halla en estado embrionario, imposible reconocer nada: tortuga, pájaro o serpiente (ahora tan iguales; luego, tan diferentes).

¡Séneca porque sí!, casi gritó su padre (Extrajo de los textos del estoico cerca de un millar de aforismos (no todos ciertamente ortodoxos). Fue esa una tarea de la que se sentía especialmente orgulloso y que logró publicar en una editorial de textos y brevarios de filósofos y pensadores católicos y, a veces, hasta ultramontanos: Antonio María de Claret, Balmes, Donoso Cortés, Coloma…

Entre sus libros, ocurrencias y sueños, rodeado de arte espurio u

original, transcurría una vida que no cambiaba por la de nadie, y era feliz, muy feliz, como un cerdo comiéndose un niño muerto.

Su padre (su prenda favorita, el chaleco clásico, preferentemente sobre el fondo de una camisa blanca de algodón puro, nada de puercos textiles químicos)…:

Yo, querida, abogo por una forma de vida libre de prejuicios y principios, sin normas hipócritas o innecesarias, en la que el daño y el dolor, aunque no los errores por formativos y   enriquecedores, deberían quedar muy lejos de toda existencia animal sobre la tierra.

La copa en la mano, la copa tan cristalina y cara, tan frágil, los ensueños del niño con el libro de aventuras en las manos: 

El diablo y las copas se llevaron a todos,

el diablo, ¡oh, oh, oh! Viva el ron.

Klee: Se refugia en las cosas pequeñas para hacer grande lo que no tiene límites: el pensamiento.

¿Y eso se te ha ocurrido a ti solito? (líneas manuscritas para provecho y comicidad propios… El extraño humor del viejo Brell.)

Nunca en los paperoles de Brell el Viejo pudo hallar Brell el Joven una relación subrayable entre Benjamin y Klee, si bien era consciente de que el viejo conocía de sobra tal vinculación: Walter Benjamin compró la acuarela del artista, Angelus Novus, en 1921… El ángel de la historia, que huye del pasado, del…, los ojos huyendo del escombro nuclear…

Leyó un libro concluyente, esclarecedor e irrebatible tanto de estilo como de contenido. ¡Que población de tipos! Antiguos como las enaguas de las señoras.

Enajenados o inocentes degenerados pero felices, como esos personajes que pueblan los historiales médicos recopilados por Oliver Sacks.

No lograba recordar ni el título ni el autor.

Quizás sucediera en uno de sus cada día más frecuentes apagones alcohólicos.

El olvido es una perfecta arma combatiente: sigue adelante veas lo que veas.

Y de las cataratas de Reichenbach siempre se vuelve: nada mejor para despistar al personal.

Este tipo (el benjamín) no es nada positivista, nunca culmina nada que le permita obtener provecho: el instante es a su vez duelo y beneficio.

Uno de sus hermanos o…:

El tipo ferroviaría desde Valencia-Zurich hasta Holanda (era posible con nocturnidad), se arrastraría con la mochila de lona verde  hasta el Vondelpark, en Amsterdam, dormiría el sueño de los justos y, al amanecer, volvería a dormir en el Magic Bus hasta la variopinta y hedionda India. A purificarse de exotismo, jodido españolito.

Un Séneca con las faltriqueras vacías consciente de sus contradicciones, miserias morales y pecados.

A diferencia de muchas personas (que piensan exactamente lo mismo sin siquiera saberlo), me interesa mucho el presente, un poco el futuro, esta noche, y nada el pasado, que no sólo está lleno de ruinas y cosas podridas sino también repleto de muertos… ¡culpables o inocentes! Al olvido, chico.

Su padre…

De modo que…

De modo que… El rasgo de modernidad más aparente de estas novelas actuales es que, con buen criterio, han sustituido díjole por le dijo, la levita por la chaqueta y el fiacre o el faetón por el audi, el ford o el ibiza. Sin embargo, esos libros siguen pareciendo propios de la manera de monsieur Balzac o del señor Galdós despojados de retórica y las morosas descripciones de ellos dos  pero también, por desgracia, de su talento o descaro.

De modo que…

¿Era elegante Brell el Viejo? Tal vez no estaba lejos de ello a causa de su inveterado escepticismo (que a veces rozaba la pesadumbre). Además, tenía el suficiente dinero para serlo. Pero lo que en verdad lo investía de elegancia era una forma de dejadez no estudiada, una naturalidad desdeñosa y una ausencia de auténtico interés por lo que le rodeaba aunque disimulara lo contrario, una especie de sprezzatura que le hacía parecer hasta distinguido ataviado únicamente con unos franelas gastados y una simple camisa vieja de tono oscuro (aunque jamás las zapatillas de orillo). En resumen, lucía su pesimismo sin alharacas. (Brell el Joven, con más dinero todavía pasados los años, y a una edad provecta, podríamos imaginarlo como el tipo ese que acude al cóctel con americana chandalera, vaquera, beisbolera… sin perder la compostura en ningún momento.)

Mi padre era sólo… un libraco…

Tipos estos dos Brell supervivientes de afortunada exención ante verdaderos infortunios (la madre huida y célebre, el hijo y hermano muerto, el hijo y hermano desaparecido entre boñigas, serían para uno accidentes esperables en una vida sin sentido, y para el otro, a estas alturas del siglo XXI, meras citas literarias y una herencia libresca muy fisgoneada y curiosamente leída).

Así que Séneca…

Y el estupro…

Y…

¿Una hoja de ruta? Uno se levanta por la mañana; uno se acuesta por la noche… Está vivo, o duerme, o está muerto. A rodar, Uno.

Al contrario que los otros de origen invisible a lo gatsby, él nació de una devastadora concepción de sí mismo nada platónica, consciente y enfangada hasta la medula desde generaciones atrás.

 No era malo, dirán sus biógrafos del futuro (¿qué tal en el 3.116, el terrible año de la Peste del Caviar en la Mitad del Mundo Oscuro?), pero como casi todo el mundo podría llegar a serlo si se le presentara la ocasión, al igual que aquel tipo que al final de una vida honorable logró engañar con un inmenso amaño en las apuestas del béisbol americano la fe de millones de personas. ¿Cómo fue capaz de hacer una cosa así? Gatsby no dudó ni un segundo en contestar: Vio la oportunidad. Paula (la guionista): Sí, podríamos decir que tenía la cara como un pan de especias (¿Qué ocurre, no os gusta? ¡Pues así lo hubiera escrito Rousseau!). Además, sin desbarbar el tipo: platos de cacerola, vinazo de frasca, pedazos de tocino, y las patatas, y las gruesas olivas negras, y el tomate partido en dos rodajas rezumando el brillante aceite, y abundante el pan migoso, puñados de sal, la servilleta el envés de la mano…

(Descripciones del surtido correctas.)

Conozco todas tus virtudes… y todos tus defectos, querida, le afirmaba el cónyuge. Deberías estar orgullosa de los dos, de ti y de mí, porque en lo que me concierne eso significa lealtad inquebrantable, compromiso y, por encima de todo, una aceptación sin límites ni matices pudorosos de tus debilidades y vicios no mayores que los míos. La complicidad que nos une se basa en acatar el fraude de lo que sigue después del amor.

Paula, su mujer, cosa: estaba convencido (¡lo sabrá él!) que a esta Paula, si enviudara (y toca la madera de la barra), como diría Wilde, su cabello en lugar de blanco se volvería rubio.

Era profundo (a veces): Scriabin: Sonata para piano número 9.

El estilo… era viejo: recordaba los tiempos (los tiempos pero inequívocos, incuestionables) del bulto redondo.

A sus alumnos: ¿Sabéis El Fin Último De La Escultura De Los Grandes Tiempos?

Tampoco él sabía El Fin Último De La Escultura De Los Grandes Tiempos, pero les hablaba de Mirón, de Praxiteles y Policleto, de Donatello y Miguel Ángel, de Berruguete, de Montañés y Bernini, de Pajou y Canova, y hasta a Rodin y Picasso llegaba. A las instalaciones les tenía un asco irreprimible, que procuraba ocultar con sonrisa de suficiencia y silencios candorosos (que no engañaban a sus alumnos).

Pensar en lo transitorio de todo, lo efímero de su propia huella en la tierra y con su propio avatar de artefacto cósmico también con el tiempo contado, sujeto a la duración de la estrella que la alentaba e iluminaba, no demolía su estabilidad emocional, corroboraba lo superfluo de todo. Entonces, pensaba en la piedra. Eso sería la última escultura: terminaba venciendo a los humanos al tiempo que los había embellecido en vida: una mera piedra de atractiva plástica encontrada en un seco barranco baj0 el sol polvoriento del mediodía de agosto: la ofrenda terrenal.

En su fuero interno luchada con denuedo para no admitir la incontestable máxima hegeliana: todo bajo el cielo y encima de él está sometido a un vaivén incesante, en constante movimiento, sujeto a cambios continuos, inevitables e impredecibles y que… ¡para nada cuentan con el ser humano!

Tenía una manera peculiar de señalar en una conversación distendida a sus antiguos compañeros de colegio o de universidad: ¿G.? ¿Te refieres a aquel G…? Bueno, ese se dio a la poesía como otro se da a la bebida o a la follada indiscriminada…

¿Y tú?

Mi vida la hice a medias… Toda no pude completarla.

Bonito epitafio. El nudo es lo que menos importa: planteamiento y desenlace. He ahí tu novela, querido.

Algo de en medio:

Invierno del 77: 17 años. Como la canción de la película. Tus hermanos andan barbudos, desaliñados, enmascarados con gruesos jerséis negros y anchos pantalones de pana (El País y Triunfo debajo del brazo, el celtas corto entre los labios, la mirada desafiante…): pero tú: blazer marinero azul de doble botonadura e impecables pantalones gris oscuro. Camisa blanca. Corbata de color morado. Zapatos (¿de hebilla?) marrones.

A volar.

¿Cómo va El Klee?

Era como continuar Las almas muertas o componer el Lamiel de Stendhal, proseguir la Novela teatral de Bulgakov… ultimar la Historia de las ideas estéticas en España, El idiota de la familia, El hombre sin atributos… Todo lo que quedó inacabable… 800, 900, ¿por qué no 4.000 páginas? ¿Por qué no 4.oo7 ó 4.018 ó 4.106?

¿Era frívolo él?

¡Dios santo! Ahí lo tienes, a un centímetro de asentar las posaderas en la cátedra, a lo bajo mirando a los otros… En lo alto él, coronado y único: Brell, Boceto, El Estuprador.

(Le echó los tejos a la asociada de Colorido… Y como si nada, una tía bragada en tales asechanzas, casada (recién) felizmente… Y Eros estaría jugando a los dados con Ganimedes. Acción fallida.

Nacho Brell aspira profundamente… Ese olor, esa mixtura… ¿De dónde viene?, ¿adónde le lleva? Ensancha las fosas nasales como si fueran ventanas a su cerebro por donde atisbar el recuerdo a oscuras aún… siluetándose apenas… Cierra los ojos (ven magdalena a mi encuentro…) Ahora lo sabe, es el olor de Giner, aquel Giner de los agustinos, un efluvio que le retorna a mañanas claras y limpias, recién inaugurado el día, a punto de entrar en las aulas los alumnos, todavía formados en el patio de recreo, esa mezcla de leves aromas a lápiz, a goma de borrar Milán-aroma-de-nata y a colonia fresca de hierbas… Giner… Aquel Giner al que tanto, perverso púber Brell, utilizaba para sus repugnantes sesiones de psicologillo experimental… rubio como el color de su goma, bien perfumadito… Atento a las madrugadas (eso decía él).

Tu colegio

Lo que sigue después del colegio…

Todos los malos olores del mundo corrompible.

Al reflexionar día tras día sobre el disparate que a lo último significa la vida (sólo eres usufractuario de ella), empezaron a interesarme mucho más las historias desbarajustadas de los sueños, su inquietante desorden y arbitraria cronología, que la conciencia de aquella realidad temporal y un poco absurda por nuestra propia condición de seres inteligentes, pues el hombre es consciente de su final inevitable al contrario que los otros seres y organismo vivos.

Eso lo había escrito su hermano Carlos con tinta de bolígrafo de un azul desvaído. Un pedazo de papel, un trozo de servilleta de barra de bar, y allí se habían quedado esa líneas que, a la postre, nada significaban porque nada presagiaban salvo la tristeza posterior de quien proclamaba esa confesión: arrojarse en los brazos del humo, del sueño inasible, intocable, caer en el mismo vacío, el de verdad. En realidad, un tópico.

¿Por qué uno renunciaba y otro desaparecía? ¿Por qué todo tan definitivo, tan incomprensiblemente radical? ¡Qué parentela!

Boceto, mucho antes, se había lanzado como un buzo al fondo de su oceánica ignorancia política que tanto le separaba de sus dos hermanos: hurgaba sin desfallecer, pero algo fastidiado y receloso, en la montaña de libros y textos  políticos propiedad de aquéllos, algunos a ciclostil, desde Fanon a Luxemburgo y Trotski, una profusa colección de volúmenes de Akal, Ayuso, Península, Laia, Fontanela, Grijalbo, Libros de Enlace, Ruedo Ibérico, la Sur argentina, incluso de la misma Editorial Progreso de Moscú…: Marx, Engels, Plejanov, Gramsci, Bujarin, Lenin, Bakunin (siendo Dios todo, el mundo real y el hombre no son nada), Guevara… ¡Stalin!...:

¿Qué has aprendido de Lenin?

Que la tinta simpática escrita con leche se hace visible mojando la hoja en un vaso de té.

El viejo Brell solía decirle al joven Brell que su hermano Carlos, El Ahorcado, en los primeros años de los setenta, casi adolescente todavía, a punto estuvo de colgar encima de la cabecera de su cama una reproducción del cuadro de Serov y de grabarse a fuego en la frente la conclusión demoledora y sin vuelta de hoja de Nechaiev: Sólo es moral lo que ayuda al triunfo de la revolución, y es inmoral todo lo que lo impide. La revolución es el único interés y se halla por encima de todo y de todos. No le bastaba el Guernica sujeto a la pared con chinchetas y vestir esos horribles pantalones de pana, remataba su santo padre.

Así tuvo que acabar, bailando en el aire colgado de una soga.

Por entonces el tipo parecía haber hecho voto de pobreza y lealtad a una bandera (o los hilachos que quedaran de ella) inefable e imposible.

Por entonces vestía una chaquetilla militar de labor de lona verde comprada de segunda mano a un soldado recién licenciado, se anudaba a la cintura bastos pantalones de pana de hendidura gruesa y calzaba unas botas usadas también militares pero de su número que se había agenciado en el puesto que una vieja lista (las compraba a peso a la puerta de los cuarteles) montaba cada día en las proximidades del Mercado Central, cerca de las covachuelas de Santos Juanes. Por entonces, qué tiempos de todas las penurias aunque de dos comidas calientes y burguesas todos los días en casa de papá y mamá, la chamarilera las vendía, una vez bien abrillantadas con un betún casero, a docenas de tipos de la burguesía como él dispuestos a disfrazarse de lo que fuera. Un tipo serio, destinado a acabar mal. Por entonces, como muchos otros… pero no como todos: ninguno de los tres hermanos Brell sostuvo un cetme en las manos, a causa de taras visuales ni les raparon el pelo ni se disfrazaron de soldadito español. Uno de los pocos rasgos de humor de su hermano Carlos (Fiodorov, motejado de esa guisa por su segundo hermano en discordia, el mayor, JD), fue apropiarse de una de las boutades de I.J.R. y celebrarla como epígrafe en la página de cortesía de su edición de El manifiesto comunista, canto entusiasta de la fraternal igualdad ecuménica: Sólo me relaciono con mis iguales, y como no tengo iguales, no me relaciono con nadie.

Por entonces…

Ahora, 2008: suplicó a internet: no me jodas, y suelta el nombre.

Lo consiguió.

Se fiaba de la omnipotente Wikipedia, donde metían la zarpa conceptual y textual los mil y uno.

Paula se ha puesto en pie.

Mírala, ni se tambalea.

Paula (aún con el móvil en la mano):

Ahí te quedas. Llegaré tarde a casa. Llévate tú las putas bolsas. He llamado un taxi. Me largo, señor Martini.

Y se larga, desaparece entre las brumas de más allá del asiento.

Y el señor Martini, que sí da crédito a lo que ven sus ojos, ni se inmuta: Ya estabas tardando zorrona, mi querida Paula, dice para sí.

Han matado a un hombre, han roto un paisaje, escribió un hombre honrado.

Pareces, chico, como mutilado de… algo, no se sabe de qué.

Bell el Viejo terminó certificando que todos los cuadros de los museos quedarían ridículos, y aun grotescos o poca cosa, colgados sin marco de las paredes de tu salón (y no te digo más si es en el dormitorio de los ronquidos o en el baño de la meada o la cagada).

Sentado en el diván, bajo la plataforma que sostiene el televisor, un goliardo pero nada grasiento, delgado, de buenas maneras y voz suave, cierta culturilla. El whisky, cuando lo bebe, como lo toman los poetas de la calle: en vaso bajo.

Bebía.

Tú, cierra el pico.

Bebía.

No era culpa, era vergüenza.

Puto pasado.

El fin del mundo… sólo era para los demás esa inútil y miserable cosa muerta a la que sobrevivían, esa sobra material y pronto corrupta de la vida. El fin del mundo era un cadáver (el sol, para tus ojos, saldrá al día siguiente: el fiambre a la sombra de la tierra o al gris de la ceniza) muy pronto olvidado con su ridículo hieratismo y su ropita de domingo.

Lo malo (debe ser lo único) que tiene el Martini y el laberinto de sus brumas es que si le das cancha te deja las ocurrencias hechas unas sopas.

Klee: acuarelas tunecinas. Una epifanía. Noches y noches trabajando en ello, aunque sólo unos minutos, unas notas, una frase que creía feliz, una palabra definitoria. Lo conseguiré, padre, culminaré tu trabajo, se decía para darse ánimos, porque su padre nunca apareció para alentarle de entre las sombras más allá del círculo de la luz de la lámpara.

(Padre Hamlet que no te exige pasar cuentas ni restituir honores, de entre los recuerdos todos placenteros, porque no había culpas que expurgar, y la pérfida mujer ahora, en este momento, también está muerta, padre, de seguro que os estáis viendo las caras, tanta faena para eso, pero menos mal que las muertes de ambos fueron rápidas, indoloras, la muerte no duele, con los ojos abiertos, con los ojos cerrados, adiós, eso es todo, el dolor y el sufrimiento es el cuerpo, las humillaciones del pasado, los remordimientos y toda esa farfolla rancia y tan desacreditada en el mundo digital cuando la escritura y el habla son como un balbuceo, materia y tema de gruñidos.)

Busca el ánimo en las cafeterías, acodado en las barras de los bares, en la atrayente turbiedad del Martini.

Ángel con sólo un ala.

Gravitamos. Gravitamos hacia abajo…

¿Hacia abajo? ¿Qué es abajo?  

El lenguaje no es el medio a través del cual medito y hago visible mi pensamiento…, es el escenario donde lo hago, palabras, palabras, que sólo a mí me sirven y enmascaran, por una suerte de misteriosa plástica, mi verdadera divagación.

Era maníaco.

Cauteloso: algo de verdadera maldad habitaba en su interior.

Gran capacidad para teorizar.

Se interrogaba, hasta que un día se contestó a sí mismo todas las preguntas.

La obra le servía para pensar. Lo que plasmara…

Lo que ves es la idea, o una parte de ella, como un iceberg hemingwayniano.

Diario: la piel sana donde la huella de la vida.

Una vida sin tensiones, un flujo hasta silencioso bajo la luz… alimentada de la oscuridad interior.

Te diré que clase de artista soy, no el hombre que lo encarna y que es sólo una mascarada, unas gafas de lentes oscuras:

No me dejan ser suizo.

Le trajo (Laura) un antiquísimo ejemplar de Tribune der Kunst und Zeit de 1920 con un artículo escrito por Klee.

Fuera de la imagen, me hallo en el lenguaje… que crea a su vez otras imágenes.

Pero ¿es posible separarse del todo de la naturaleza? Eres el maestro del guiño, tus pequeñas obras revelan hombrecillos, casitas escondidas, prodigiosos cielos, el pez, el ojo…

La regla de lo natural, ¿en qué consiste?

Eres un místico: haber llegado solo hasta ahí…

Dice: ¡Oh, sol, señor mío!

Worringer.

La abstracción es la llave. Los temores y la pesadillas entre los que me hallo exigen esa plástica, ese lenguaje del diablo mareador.

Yo, el cristal.

He aquí la fórmula del hombre y el animal, de la planta y la piedra, de la tierra y del fuego, y del aire y del agua: mueves el pincel, miles de preguntas hallan su respuesta.

EL ARTE NO REPRODUCE LO VISIBLE, HACE VISIBLE.

Sus alumnos, pobres, quedaron extasiados. Sus alumnos de todos los cursos, porque el discurso y hasta las salidas de pata de banco siempre eran las mismas, año tras año, curso tras…

Es un arte didáctico a la vez que plástico: emerge haciéndose comprender al espectador.

Es la nueva gramática de lo oculto, de lo inexpresable o al menos de más nuevo (ni ángel ni bestia).

Ha tirado la puerta abajo: entra en lo espiritual, ¿qué esperabas?, ¿la forma platónica?

Lejos del objeto exterior, se ofrece ante ti un mundo que es también expresable.

El mundo de los muertos, de los iniciados, de los que saben y callan.

Una cultura amazacotada con saqueos a un impresionante (por desmesurado tamaño) volumen de quotations y una profusa recopilación de frasecitas y axiomas inscritos en las bolsitas del azúcar del café con leche y en los envoltorios de las galletas de la suerte.

Los costes de publicidad superan los costes de producción. Eso explica el éxito arrollador de los bestsellers, se dijo taciturno con el maquiavelismo literario de El hombre sin atributos en las manos.

Ya no entiendo casi nada, reconoció. Pero no es mi culpa… alguna lesión inapreciable en el córtex sensorial.

Como la flecha de Zenón, que nunca llega… ¡porque ha llegado!

De muy joven (y puro de corazón) se disolvía en la música de los románticos, de los atormentados o de los tiernos y brutos a la vez como Beethoven.

Consultaba (su padre era un melómano puntilloso en extremo) muy a menudo la edición completa en 9 volúmenes del Grove para dar respuesta a sus extravagantes dudas: ¿En qué barucho con piano interpretó Gould arrodillado en el suelo la 21, así, por las buenas, sólo para estirar los dedos?

En Bud’s  (la Cuatro con Broadway).

No es correcto. Eliminado.

Acuérdate, dijo el padre, de que no todo el mundo ha tenido tus ventajas.

Era el comienzo novelesco que más admiraba.

El pasado como un agua sucia que anega el presente, lo encharca de inevitables recuerdos canallas.

Somos  demasiado poca cosa para disponer graciosamente de otro tipo de vida –intangible, etérea, inodora- después de la muerte: sí o no. Ése es el misterio del más allá, que no existe misterio. Todos los misterios están en esta vida. Ningún vivo sabe lo que hay en la muerte, en ella ya son otra cosa y no vuelven, ellos, los muertos, tan calladitos, tan sin ser, tan sin misterio, sólo nada. Son la eternidad, que no tiene color ni lugar.

¿Quién eres?

Soy ese tipo que no deja rastro.

Magnífico, muerto (eterno).

Nosotros, a lo nuestro. 

Esta etapa de mi vida…, decía, y era toda su vida sin que él lo supiera ni por pienso.

¿Loco? Como Lucrecio, Caravaggio, Holderlein, Munch, Walser, Van Gogh, Hemingway el Viejo…

¿Cómo era esa palabra?

APACEIA (despojado de pasiones, de ambición, conformado y en paz.)

Biombo/BYOBU: separa HARE (lo público, lo mostrable, lo honorable, lo externo, lo de afuera) de lo KE (lo privado, lo cotidiano e íntimo, lo escondido, lo de adentro), lo pagano, lo sagrado. ¡Menudo teatro el del cultiniparla!

¿Cómo organizar la fiebre, qué sistema la exuda?

Su padre…

Papá…

Aquí, Hijo.

Como aquel abate francés que consagró su oscura existencia a la tarea de probar la falsedad de todos los dioses creados por la imaginación de los humanos y que, una vez puso punto final a sus irrefutables conclusiones, determinó con toda tranquilidad que había que ahorcar con los intestinos de todos los sacerdotes a todos los nobles que se empeñaban en marear a los pobres y los humildes imponiéndoles una religión mentirosa que les prometía el paraíso en el más allá para que fueran olvidando las injusticias en el más acá.

Honestamente, para ganarte el derecho a ser un descreído tienes primero que ser un hombre sabio o al menos culto, y en segundo lugar a no tomarte demasiado en serio; un ignorante descreído sólo es, intelectualmente, un perezoso mental o un idiota arrogante.

Su padre, anglófilo inveterado (no perdonaría jamás a los nazis alemanes o a los hipócritas suizos de entonces lo que le hicieron a Paul Klee), le obligó con cierto sadismo cuando él contaba 13 años a aprenderse de memoria la balada del señor Burchell al descubrir que por necio y bobalicón se había gastado el importe completo de su asignación semanal en una sola tarde de domingo que invitó al cine, a la bolera y a merendar en Sibaris a una chica lista de su pandilla adolescente cuya única promesa siempre fue… unas pupilas chispeantes, una sonrisa inefable y las satinadas rodillas muy juntas: tú, cerdo, las manos quietas.

JD. le pasó piadosamente algunas monedas con que acortar la semana de abstinencia.

JD., que prefirió ya en la treintena, la edad más borde, una rústica soledad antes que cualquier refinamiento de ciudad que despertara en él raras o sofisticadas aficiones, algún placer desconocido en suma: se buscó una coartada para pasar el resto de su vida tostándose al sol como un animal, concluyó su buen padre. Pobre JD., de brazos como ramas, de piernas como leños, de pies de tierra, de barro… El placer es muy efímero, poco vale.

En fin, como diría el señor vicario, es preferible no describir lo indescriptible.

¿Alguna vez tu padre te dio una tunda, una tunda censoria?

(¡Qué palabras nos gastamos!)

En una ocasión (once años contaba el recién inaugurado Boceto/Espronceda) le leyó un poema con voz engolada que le hizo parecer un estúpido sin remisión:

Ji, ji, ji…, rio su padre por lo bajo, girando sobre sus pies, dándole la espalda, alejándose por el sombrío pasillo, desvaneciéndose tras la puerta encristalada de su estudio sacramental.

Como esos tipos a los que la lectura de cualquier libro, bueno o malo, ya no puede influirles para nada, pues han llegado a un punto de degeneración, de nula sensibilidad hacia algo o por alguien que no sea ellos mismos que su carácter atrincherado de desgana y escepticismo impide toda influencia en su ánimo actual y disposición futura. Una envoltura granítica tapa con la pesada puerta de la mazmorra a ese perezoso prisionero, su cerebro aletargado por meros entretenimientos o demasiada sabiduría.

 Con 30 kilos más, mostacho grasiento y algo de colérica lucidez acaso habría acabado con una visión del mundo y sus desmanes entre el rojo y el verde (por contradecir el azul y el amarillo), conformando otro modelo de Ignatius J. Reilly, ese cabrón fascista que huye al cine todas las noches: como la totalidad de los símbolos era una encarnación exagerada del americano medio a despecho de su opinión sobre sí mismo: reaccionario, comilón, egoísta y tramposo… Nada cervantino, naturalmente. La dócil o colérica locura de don Quijote nada tiene que ver con la ególatra exaltación de aquel canalla gordinflón que al final huye de sus paranoias cogido del brazo de su novia por cobarde y no inventar una bomba atómica que acabara con el planeta: al hijoputa le gustaban demasiado las salchichas.

La manaza de ese tipo pesaba como un yunque: Y ahora que se le ocurra utilizar mi cabeza de martillo…

Divagaba. Era El Divagador. Al contrario que sus hermanos, Los Realistas.

Dos hermanos mayores y cultísimos, también agustinos a su pesar, un padre complaciente, manso y algo perverso en la intimidad (pues tiene sus secretillos) y una madre huida de la trampa matrimonial cuando él contaba 16 años, habían sentado las bases de la auténtica personalidad e incluso el pensamiento de Ignacio Brell Gay. ¡Bonito comienzo! La sonrisa te esconde, sé afable, agacha la cabeza, baja la vista: la sumisión del que desprecia todo menos a sí mismo.

Pregunta: ¿Qué película musical circense de la metro ve Ignatius en la sesión de noche mencionada en II, 5?,

otrosí,

¿cuál es el film que provoca sus iras y la tristísima decisión de no ir esa noche al Prytania que Ignatius adopta en IV, 5?,

otrosí,

¿cómo se llama la película de jóvenes surferos que, como es lógico, Ignatius denosta en IX, 1?

otrosí,

¿qué deliciosa comedia de Debbie Reynolds acuden a ver la madre de Ignatius, la celestina Santa y el redicho señor Robichaux en XI, 1?

otrosí,

en la matiné del RKO Orpheum, como se nos dice en XI, 4, ¿qué película provoca la violenta reacción de Ignatius al tiempo que enarbola el alfanje y derriba a la vieja acomodadora?

otrosí,

como remate a la matiné de ese mismo día, y según se nos informa en XII, 1,

¿cuál es el título de la película de adolescentes que compiten en carreras con coches trucados que Ignatius ve por la tarde antes de recuperar su carro de salchichas?

A él volvía todo el material del pasado, y éste podía ser un día antes de ahora, los recuerdos de hace tres años o las luminosas correrías y fugaces impresiones de la infancia. Pero ese material ¿era en verdad…?

¿Será verdad el futuro que son otras cosas, otros tipos y tipas que nunca llegaremos a conocer?

Paula: Terminaremos escribiendo para el móvil… Habrá que tener en cuenta la nueva dimensión: duración de los episodios, encadenados, fundidos, secuencias, planos, decorados, hasta el mismo score

Interrogó a Internet: ese tipo en realidad no es quien dice Internet… pero ¡es!

Internet: tratarlo como a un ser humano.

Internet es El Hombre del Saco.

Mi amante, mi ángel, mi sexo, mi todo. Tú me diste la vida, padre, le agradece mientras lo estrangula: Internet: Blade runner.

Móviles, tabletas, acudid en mi auxilio.

No hace falta que sepas nada, ya lo sabe tu teléfono.

Ya no era la época aquella de las madres sólo-amas-de-casa, candorosas en algunos aspectos, a las que les parecía tan bonito y apropiado en el centro de la mesa del comedor, sobre un tapete de ganchillo, un frutero de cristal esmerilado con borde en forma de pétalos conteniendo piezas de cera que simulaban un par de naranjas, un melocotón, tres manzanas y un plátano amarillo rabioso cruzado de trazos negrísimos (¡qué realismo!, pensaba invariablemente el ama de su casa con las manos en los bolsillos del delantal, perpleja, maravillada, frunciendo los labios con las comisuras hacia abajo…).

Las propuestas avanzaron, como un ejército invencible hacia ellas.

(De décadas atrás la proclama: Mujer, sal de la cocina.)

Ah, pero déjeme recordar… Eso sería más tarde, cuando mamá, tu mamá que era todas las mamás, se hizo entusiasta de los principios organizativos del feng shui. El yoga, los pilates y la comida macrobiótica ya había quedado atrás. ¿Querida dónde has puesto el armario? ¿Qué has hecho del reloj de pared? ¿Dónde diablos está el sofá?

Ahora mira al norte.

La cabecera de la cama, al sur.

Comemos cara al oeste.

El fuego que cocina tus alimentos busca el este.

Y yo estoy en el centro de la nada.

Su amiga (una de sus amantes exóticas (?) japonesa, Nozomi Tafolla (bebida más de la cuenta): En Japón, qué quieres que te diga, chico, todo es más pequeño, las casas, los coches, los chismes electrónicos, los penes…

De aquel viaje a Japón… qué necedades además del agobio y el calor sofocante de Tokio, la irritación inevitable de sentirlos extraños a los demás, no él extraño a los otros, la irrelevancia de pisotear el paso blanco de peatones de Shibuya y callejear una y otra vez por Shinjuku, avizorar a las jovencitas erotizadas hasta lo bestia por los subyugantes atuendos y maquillajes manga en los alrededores de Harajuku, la inevitable visita apestosa a la lonja de Tsukiji, rechazar allá donde fuese el sushi y hartarse de tallarines y arroz con huevo y chuletas empanadas de cerdo (triste destino el del cerdo)… y un excelente whisky, acaso el mejor que había probado nunca. Aún mareado por ese brebaje y los millares de endiabladas luces de neón, perseverante y decidido a despecho de sus frívolos acompañantes (a los que obligó ahora a hacerle caso a él) recorrió Jimbochō con desesperación e impotencia: ¡nada había que pudiera aprovechar de aquellas montañas jeroglíficas cerradas a su entendimiento!

Después de aquello, idearon un viaje a Praga (lunes y martes), a Viena (jueves y viernes). El domingo, el séptimo, a descansar. Él fue sumiso como siempre. Acataba todo aquello que realmente no podía vulnerarlo o traspasarlo hasta dejarlo sin una gota de sangre. Sólo tenía dos rayas rojas en esta vida; todas las demás eran tierra de nadie.

Si hoy es miércoles, esto es…

Próxima parada: Praga. Primavera. De acuerdo. Fue capaz de estar encerrado en las más bella de las prisiones durante cuatro horas y soportar una ópera que nada le interesaba mientras la vida real de Praga se desarrollaba diez metros más allá de su butaca de terciopelo de color cereza porque el factótum del grupo de amigos de su mujer así lo había programado imbécilmente.

Próxima parada: Reykiavik (verano siguiente: reserva plazas por Internet, querido).

Próxima parada: Nueva York (otoño…).

Próxima parada: Nairobi (navidades…)

Próxima parada: San Petersburgo (pascuas de…)

Próxima parada: San Francisco, Tokio, Bangkok, Berlín, Estocolmo…

Tío, si me paro a pensarlo no he visto nada en realidad, pero lo tengo todo, absolutamente todo, en mi teléfono móvil.

(A su disposición… probablemente nunca.)

Dios (o todos los dioses ¡por todos los diablos!) nos libre de los factótums.

Próxima parada:

le gustaba los Simpson, pero rechazaba verlos flotando en la pantalla: al ver los ojos blancos y gordos como globos le asaltaban deseos de atravesarlos con un alfiler. ¿Destilarían un fluido amarillo, azul, verde…? Como fuere, tendrían que ser colores planos, tajantes.

Él era un intelectual que veía Los Simpson, ¿estaba claro? Bueno, tampoco era como aquel tipo Stahr, que toda su educación intelectual se reducía a un curso nocturno de mecanografía y así le fue de bien en Hollywood. En todo caso, aceptaba de buen grado su falta de intuición (lo que salvaba en todo momento a Stahr).

A los 14 años suplantaba con descaro las señas de identidad de sus hermanos: se ponía debajo del brazo, sin leerlas, Triunfo y Cambio 16 compradas indistintamente por aquellos dos. Todos los sábados por la mañana aparecían esas revistas ya leídas por ellos, junto con la Turia y otros semanarios y suplementos (páginas, en realidad) culturales de los periódicos de tirada nacional (Informaciones, Pueblo, ABC) sobre una de las mesas bajas del salón, al alcance de cualquiera, (o de cualquier impostor como él, tan aficionado a los disfraces y a las artimañas domésticas para sobrevivir en aquella selva).

¿Qué tenemos? ¿Alguna novedad reseñable?

José David el Cinéfilo se pasaba en los sagrados setenta las tardes de entre semana en el Artis, el Xerea (siempre en la primera sesión de los miércoles) o en Aula7: esa era la fuente de información más fidedigna de Boceto años después, y de tal modo simbionte, iba haciéndose una cultura cinematográfica sin necesidad de aguantar un par de horas de tostón o de galimatías con los ojos fijos en la grisácea o techinocoloreada pantalla con subtítulos en la parte inferior.

Así que Losey, así que Bergman, así que Buñuel, así que Godard, así que Saura, así que Welles, así que Rohmer, así que el cine polaco…

Ojo con las películas españolas: reacionarias hasta decir basta.

El cine, ja…

Todos los principios condicionan el final, como si lo buscaran desde ese mismo momento inicial. Él, desde muy pequeño, prefería explicar las cosas desde el medio, o desde el propio final, o partiendo de cualquier otro fragmento de la memoria. Al cabo, si resultaba convincente, y la memoria e incluso la interpretación del presente es lo más desordenado y arbitrario que se nos revela en nuestra conciencia, lo de menos sería el orden de su relato, puesto que el mensaje implícito en su explicación acabaría mostrándose cualquiera que fuese la forma de la totalidad del discurso.

Así que Paula…

Resultaba obvio que no era lo mismo concebir una serie para la televisión por cable que otra cuyo destino es uno de los canales televisivos de ámbito nacional o incluso local. Los contenidos se han de ajustar a los nuevos formatos. Bien, ella sería muy capaz de escribir en un solo día cuatro miniseries de tres minutos de duración para ser visionadas en la pantalla de 6 pulgadas del móvil: planos generales y primeros planos-contraplanos y al grano (nada de sutilezas técnicas o inteligentes narrativas).

Al grano.

Él cumplía años el 21 de julio.

¿Cómo hubiera sido posible de otro modo? Él, es único, de otro planeta.

Cuando cumplió nueve años, en 1969, justo el día que el hombre holló la Luna, se dio perfecta cuenta que sus hermanos vestían de forma distinta a la de él: ataviados con nikies a rayas azules o verdes, tejanos de marca y mocasines de cuero blancos… Incluso recuerda que uno de ellos lucía una milanesa de plata en su mano derecha y el otro escondía su mirada conspirativa (sería Fiodorov) tras unas rayban de montura dorada y cristales verdes: o sea, que yo soy el puto marciano.

Un año más tarde, cuando él llegó al niki y a la rayban sus hermanos, ya barbudos, ya con los ojos del león y las palabras secretas, parecían guerrilleros recién llegados de Sierra Maestra.

La madre (¡en julio de 1976!): ¿Otro verano con éstos? ¿Otra Navidad con estos? ¡Ni pensarlo!

Huyó escaleras abajo con lo puesto, poquita cosa, ropa otoñal, una maletita con lo imprescindible, todo para ellos. Ahora ya sabía esa mujer que el arte sería su salvación. Hasta hoy (siendo exactos hasta 2007, año de su muerte).

¿Le importan a alguien las biografías?

Alguien mencionó a Juan Benet… Boceto leía mucho, pero pocas veces consentidor (sólo cuando le interesaba por una finalidad práctica académica o ante la presa femenina del  momento como juego predador de caza y seducción intelectual primero y… francamente sexual después), y los comentarios generales escuchados a su alrededor le impelieron a perpetrar la boutade de la jornada. Inmutable, declaró con descaro que de gran parte de los escritores le interesaba más el hombre y sus lecturas que su literatura. Y, tras una pausa de calculado silencio, soltó: Lo que es el caso del ingeniero de profesión y escritor de vocación del señor don Juan Benet Goitia, revisor ferroviario con gorra de plato en la línea Madrid-Albacete en sus ratos libres.

Sentado en el sillón de orejas (el preferido de su padre, hoy añorado y ausente), acariciado por el sol dominguero de noviembre que desde la ventana alcanzaba hasta la mitad del parqué del salón, leía el tipo, Nacho Brell, 20 años, El nombre de la rosa (por entonces, como el estudiante del 5º, la médica del 3º, el rentista del principal y la ama de casa con afición por los libros). Detrás, su hermano JD., mayor como los siglos (pues eso es el hermano mayor), sigiloso, ¿cómo ha llegado hasta ahí?, miraba por encima de su hombro. Nacho, advertido, giró el torso hacia atrás:

¿Ah, eres tú…!

Tractatus

¿Qué…?

Coislinianus.

¿Qué diablos…?

Al parecer, así se llama la única copia del supuesto tratado de Aristóteles sobre la risa, sentenció el aparecido.

¿…?

¿Y qué demonios le importa eso al mundo?

Luego JD. El Hermano Mayor, como un fantasma, se desvaneció en el aire envuelto en el mismo silencio sepulcral con el que había hecho su aparición.

Pero Paula ya era de la generación de El quinteto de Avignon (sin necesidad de haber pasado por el cuarteto: sólo leyó Justine, y un poco espigó en Clea, el colofón explicativo de la serie, para entender algunas de las claves de todo el conjunto libresco: algo llevaría entre manos esta lectora interesada).

X, a la que él le dio por llamarla Justine

La separación de X. (la anterior, de la que nunca sabremos su nombre, a Paula) le causó mucha más tristeza y trastorno que cualquier otro suceso y durante mucho más tiempo (incluso que la muerte de algunos de sus seres más queridos). Un cambio de costumbres, de modo de vida, altera de tal forma la rutina para ciertos tipos que es como si se les arrojara al mar en pleno naufragio desprovistos de salvavidas, y una muerte, por próxima que nos sea, se reduce a una pérdida inmediata, a una ausencia definitiva, pero que, en poco tiempo, en nada conmueve la percepción o equilibrio de nuestro entorno: muy pronto, la rutina se alza poderosa frente a nuestros ojos, el árbol de delante del portal, la taza de café, llenar el depósito del coche de gasolina, la ducha diaria… De ahí que, después de ese pequeño futuro, se aferrara al cuerpo, la mente, las ocurrencias y las costumbres de la innegable guionista.

(El asunto explica, nos tememos, el carácter del protagonista.)

Nada te defiende contra el tiempo, concluye Brell, el Pensador (en realidad, era una reminiscencia de uno de los sonetos de Shakespeare). Pero un instante después se sorprendía a sí mismo diciéndose que al tiempo sólo lo mata el aburrimiento, que llega hasta a hacerlo odioso. Paula, ahora, es un tumor maligno… En efecto.

En esta vida somos mensajeros que ignoramos el verdadero mensaje que propagamos con nuestra existencia en su recorrido de la nada a la nada, sentenció uno de los colegas de Boceto, el más imbécil, El Profundo. Y cobraba un sexenio más que él, ese El Entendido en Colorido y afines, el Vago, El Escaqueador.

Brell, amigo, no te empecines en dejar de ser contradictorio: leemos y disfrutamos de una cultura abiertamente en contra de nuestra manera de vivir.

Somos compañeros, lo coetáneo nos abruma de indisolubilidad, nos anega de mutua simpatía.

Esa manera de definir burda, coloquialmente irritante por el empleo de denominaciones despreciables: eran amiguetes… Muy bien, iban al mismo bar y tomaban las mismas copas, admiraban los mismos muslos entreabiertos de las mujeres sentadas a sus costados fumando cigarrillos negros.

Había donde elegir. De todas formas y colores.

El Negro amigo de su hermano el Negro comprendió muy pronto que nunca sería legible lo que escribía. Eso no le condenaba ni a la mudez propia ni al silencio ante los demás, pero esa escritura secreta sí tenía algo de patética por su incomunibilidad intrínseca, por la sordera ecuménica… Aunque, visto desde una óptica menos lacerante, eso también podía ser grandioso puesto que lo libraba en lo tocante a los demás (incluso respecto a sí mismo) de todo compromiso, mesura o condición impuesta consciente o inconscientemente. Escribía una tesis doctoral (llegó a escribir más de cuarenta), una biografía, un ensayo sobre las divagaciones estéticas de Adorno, diez páginas de las memorias de la septuagenaria adinerada…, y despertaba del sopor escribiendo un poema, un cuento e incluso una nouvelle en un lenguaje inventado por él para rejuvenecerse, el yidingo. Menos el alcohol, estupefacientes y demás potinguería química o natural como el café (él era un auténtico profesional como para joderla a primeras horas de la mañana), cualquier cosa para olvidar los folios mercenarios: Con tu pan te lo comas y allá te lo hayas, pagador.

A su hermano mayor José David le llamaban El hermano de Van Gogh

Años después, mediado el año 90 del otro siglo, desapareció sin dejar rastro: Como si se lo hubiera tragado la tierra, dijo Nacho Brell (y esa sería la frase más inteligente del susodicho en toda su vida de testigo infértil sobre su hermano, porque eso fue lo que realmente le ocurrió al otro: se lo tragó la tierra, la tierra, la tierra se lo tragó, la tierra, enterito…).

En tiempos de penuria mobiliaria, se hinchaba en los ambigús. Frivolidad aquí, pastelito allá, copichuela adentro. Bien, en épocas recientísimas, pretenciosas: vernissages financiados por artistas vanidosos y mentecatos y galeristas interesados. A chupar del bote. Lógicamente, hubo de desaparecer…

Brell el Viejo resumía implacable: éste, JD., como la rosa de Jericó, necesita dos milagros en el espacio de 100 años: Me conformo con eso, decía el tío que aspiraba a centenario (o que es conocedor de su ritmo biológico, que es mejor todavía que arrugarse y marchitarse hasta el despellejamiento entre placeres varios) viendo crecer la hierba. Tal vez lo consiga.

Paula que miraba un gato... hace un siglo. En ella él veía prodigios. Debe creer que eso que ve es un gato, y esa falsa certeza la colma de seguridad durante su desciframiento de ese ente visible, cuando en realidad comprender a un gato es la cosa más difícil del mundo, como dejó escrito Cortázar en una de sus gatomaquias.

A su hermano José David Beckett le gustaba pasear de noche por las calles… que también eran de noche.

Sigue. Hay que seguir.

¿Por qué hay que seguir?

Sigue.

Hay que seguir.

Fracasar sin dejar de andar a ninguna parte.

Siguió hasta deshacerse como el barro bajo la lluvia. O no.

Estaba en una situación extremadamente frágil, era como una casa en ruina absoluta y a merced de cualquier vendaval que terminara desmoronándola al entrar por algunos de los boquetes y las múltiples grietas.

Todo lo que sé del futuro de hoy es que mañana estará muerto y enterrado como el futuro de ayer.

Eres como la harina, blanca e impoluta… y llena de bacterias, aguafiestas.

Yo sólo como pan integral.

(Otra engañifa, otra más: le echan malta para colorearlo de marrón.)

Pero ¿aún es tiempo de revolución?

2008: Ahora ya no nos van a degollar porque les dejemos morir de hambre o de asco o de desesperación, ni siquiera se echan a la calle a gritar con toda la fuerza de sus pulmones envenenados... Votan, y es todo; suficiente para que la cosa siga igual. Podemos estirar la cuerda todo lo que queramos. Los hemos liquidado de una vez por todas… Demasiadas hipotecas, el coche nuevo, la carrera universitaria de los hijos, el temor a la nada, al desahucio… Están cogidos por los huevos y en estos tiempos de zozobra y crisis bancaria no hay un Octubre que valga… La verdadera revolución, sigilosa, incruenta y taimada, ha sido Lehman Brothers y la puntilla rematadora del G-20 y el FMI, y ahora ya no emergerá un lennin cualquiera que les haga reflexionar… Estos ni siquiera leen, bien alimentados de basura que están por la cena sagrada de la televisión, el deporte como espectáculo de masas para neutralizarlos y el cine de superhéroes y de mamporros para entontecerlos creyendo que así se entretienen.

Nunca degustarán el arte de nuestros días, la auténtica ambrosía cultural.

¿Pero no ha sido siempre el arte una ocurrencia?

Lo es ahora… sin oficio.

Una vaca en formaldehído… Eso cuesta dinero porque genera dinero: es un espectáculo.

Un pene gigantesco de plástico rosa sobresale de un sombrero negro: gran invención que precisa de exégesis sesuda.

También la realidad es un espejo. Todo lo que tienes delante, todo lo que miras, está al revés: ponte al otro lado, mírate a ti mismo de frente y comprenderás que te miras como si el espejo te mirase.

Cada vez somos más gente en el mundo y menos gente en algunos países bien cebados por su historia.

No le gustaban los niños. Al rato de observar a uno de ellos, cualquiera, meón o meona, era incapaz de ver un niño, descubría en él, en eso ahora inofensivo aunque molesto, a la tipa o al tipo adultos, secretos y arrogantes, decididos y adictos al desdén, que ya dejaban adivinar los rasgos presuntamente candorosos, un disfraz falaz el de los inocentes infantes que a él no le conmovían ni le hacían pizca de gracia.

Paula fue niña.

Pero… ¡qué niña!

Álbm de fotos de Paula: entre ellas, de niña, casi adolescente, desnuda, cubierta a medias por un mantón de Manila floreado con flecos de seda, entreabiertas las piernas. (Ella, pícara, le guiñaba un ojo al fotógrafo: papi querido.)

Sin embargo, a diferencia del otro, que de la niña hacía odalisca en ciernes, su padre, el viejo Brell, siempre andaba entre libros (y libracos) y con el frasco de sal de frutas en la mano ante los ojos displicentes de su madre, los caminos rutinarios suyos ¿Sólo eso recordaba de su infancia feliz?

Deberías andar, moverte de un lado a otro -aconsejaba la buena mujer que se hizo mala- a su marido el enamorado de Klee.

Una lluvia oblicua proveniente del oeste que el viento racheado y antojadizo casi convertía en horizontal.

Una lluvia a lomos  del caprichoso viento de poniente.

Andar ¿adónde? ¿Y para qué? Querida, no soy una peonza. Y, además, me resulta muy embarazoso portar un paraguas, la gente insiste una y otra vez en engancharse en sus varillas.

La madre recreada una y mil veces, supuesta, aborrecida, amada, inimaginable ya, muerta, o no…

¡Piensa con jerarquía, muchacho! Antes la vista que el olfato, antes la, el, lo… que…

Desactivar al lector, incluso al propio narrador durante el transcurso y la misma construcción del propio discurso que, si no automático, si se apropia de todo mecanismo de contención. (Había leído en algún sitio.

¿Ahora me sales con esas?

Resiliencia: nula capacidad para adoptar una actitud flexible o inteligente ante una situación límite… Y él ni siquiera era capaz de sobreponerse al mal gesto de un desconocido.

(Eso también lo había leído en algún sitio.)

Esa misma madrugada había despertado con tembleque de angustia onírica: dos pueblos (que él ya conocía), bellos de por sí (clima, atmósfera, colores, barrios, calles y plazas, fuentes, paisajes, veredas, montañas, arroyos, prados, huertas…) se fusionan, se entremezclan entre sí, se erigen en un solo pueblo informe, asimétrico, sórdido e irreconocible, oscuro y feo, opresivo, atemorizador…, y él de un lado a otro angustiado.

Pero antes había soñado que se la tiraba ataviada ella (ya se encargaría él de desbaratar el conjunto a manotazos) con un traje de falda lápiz… Imaginó tonos azul celeste, beige, amarillo pálido, gris perla… tonos pastelosos. Por esa estrechez iba introduciendo la cabeza con la lengua afuera. Uno de sus sueños viscosos.

Tenía él apaño para recordar los sueños, los trucos y las maniobras de J.W. Dunne.

¿Qué no hace el tiempo? Nos estanca, nos deja pudrir.

Respecto a algunos seres humanos… Algo los estropeaba para siempre, los llagaba sin remedio… Se rompían aunque no llegaban a pararse: una agresión física, una afrenta brutal, un ultraje inesperado, la enfermedad… Y ya nunca era lo mismo, la vida se tornaba quebradiza por todos los sitios, la fragilidad del cristal suplantaba la carne, los huesos, el mismo pensamiento… Son seres a la deriva, estropeados, truncados y muertos antes de hora, su vulnerabilidad es el agujero por donde se vacían día a día hasta quedar en puro pellejo.

Aun en la oscuridad se entreveía el cielo turbio, con los puntos débiles de algunas estrellas hacia el sur.

Serene usted su estilo, joven.

Tal vez el verdadero secreto (y único) para escribir bien sea el pensar de una manera lógica y atinada. Entonces sólo hay que valerse del lenguaje como un instrumento de uso, acaso más sofisticado cada vez pero al servicio del pensamiento. Lo escrito sólo es el medio de la revelación y el posibilismo visual de aquel.

A ningún ser humano, cabal o no, le es fácil concebir que su vida, lo que es él, va a terminar convirtiéndose en un polvoriento montón de huesos o en un puñado de grises cenizas.

¿Y eso es todo?

Se niega a creerlo de esa forma…, tiene que haber algo más (¿una música celestial o así?, ¿un coro de ángeles hermosos que aguardan tu llegada?)

Pero entonces, ¿adónde se lleva uno el olor a chamusquina o a carne podrida?

Sólo cuando a nuestro alrededor descubrimos viejos lelos, babosos y agonizantes y niños tarados mentales, contrahechos, sin el diseño perfecto, damos nuestro brazo a torcer: a la nada, muchacho, al hoyo más hondo y oscuro.

Hasta Paula ha de morir, ella, que después de tantos años ni le miraba a la cara a él para no perder el tiempo.

¿Te imaginas a ésta enarbolando un rodillo en el aire corriendo tras de ti…? No la ha visto jamás con un  mandil: lo que suele trajinar en la cocina son aperitivos o bebidas, fabricar quizás un sándwich de jamón cocido, o uno peor todavía, vegetal y aséptico en los días malos, de remordimientos por los excesos gastronómicos pasados.

¿Cómo irritarla?

Con sus mismas trampas en las que incurre:

Eso que tragas, Cariño, esos sabores que anegan tu boca no son sino aromatizantes químicos sintéticos a base de alcohol y grasa.

Olisquear genitales... como un verdadero animal, un auténtico primate que haría las delicias del señor Freud.

Jamás desperdicies en tu vida, que pasa volando, irrecuperable,  la oportunidad de follar o aparecer en televisión, solía decir Paula citando a Gore Vidal:

1/. Paula follaba todo lo que podía y con quien se pusiera al alcance y trasluciera la mínima intención de desearlo, hombre o mujer.

2/. Paula suplicaba por el día aquel que definitivamente se colocara delante de las cámaras, a la vista del mundo todo, y no estuviese, como siempre, en el otro lado oscuro rodeada de pilotos rojos con el bolígrafo en la mano, anónima… ¡invisible!

Querido, dijo Cariño, entre la basura siempre hay algo que no es basura.

Pero los recuerdos de aquella época empiezan a desdibujarse de la memoria; a punto de caer, se agarran al borde mismo de la nada

Tú y yo acabaremos mal, Querido.

Cariño y Querido andan cada uno por su lado. Eso les salva, libra de ataduras, desata nudos gordianos, aclara cuestiones, elimina trastos conceptuales de difícil digestión.

¿No le sobraba Jesucristo a Pascal para llegar a Dios?

La fuente de toda trascendencia y sosiego la encuentra Boceto (moderadamente) en el alcohol, por lo regular tiene un buen beber (moderadamente), se sume en la divagación, que él confunde (con su habitual distracción) con la sabiduría y, más lúcido (una copa de más), con la naturaleza, el árbol que crece, el aire azul del cielo, las aguas transparentes del arroyo que fluye rumoroso… Moderadamente.

Ab origin: no saber cuando acaba lo que empiezas.

Mejor así. Pero siempre se acaba.

Llega la noche que quita las fatigas (El Dante).

¿Empieza o acaba el día?

¿Qué bandera nos envuelve hoy?

Lo único que trajo Westfalia allá en los lejanos, brumosos y extraños tiempos fue reducir la cantidad de banderas con que limpiarte el culo: otra de las salidas de pata de banco de su padre, Bernardo Brell el Falso Melifluo.

Aún en las brumas del amanecer…

A pesar de tus pecados horrendos, eres un tipo débil.

(¿O sólo desganado?)

Se obstinó en tener un perro. Hasta ese momento no se había percatado de lo rutinario y previsible (con la seguridad que eso proporciona) que alcanza a ser un perro: mea a la misma hora; caga a la misma hora; come a la misma hora; pasea a la misma hora…, te quiere siempre. Nunca ha conseguido su propósito y duda que algún día se haga con ese fiel y sumiso compañero en su vida peripatética. Paula detesta a los perros (a los cinco años propinó una buena tunda al pequinés engreído de su madre y los azotes que recibió acto seguido alimentarían un odio perenne hacia los canes de cualquier tamaño y color): Sólo tendría una gata y sólo si obedeciera a rajatabla mis órdenes, advierte una Paula inquietante, aquella no muy entrevista a lo largo de los años, negándose de plano a los deseos de Boceto.

Este no nos medra, advirtió su padre, allá en el país de la tierna infancia. Habrá que darle leche de coneja. Su padre, que de joven solía dar largas caminatas por los alrededores de L’Horta (nord), pues había nacido en uno de los pueblos-isla diseminados como hongos entre los sembrados y las acequias, sabía distinguir un patatal de una plantación de pimientos, los tallos herbáceos de la cebolla de los del ajo y distinguía el sabor de la leche de cabra del de la oveja o de la vaca. Pero el niño, el tercero en discordia, poco a poco se convirtió en un español normalito sin necesidad de aceites de ricino o de hígado de bacalao: color sano, cejas al pelo, nariz aguileña, fuertecito…

¿Qué tendrá que ver el conocimiento biológico del hombre con la comprensión de su alma, ese ínfimo organismo vivo escondido entre los pliegues de su cerebro mortal?

Llega un momento en que la fiesta termina, estás cansado, casi no te tienes en pie, y te sientes sucio; entonces las luces se apagan… pero no son las del sueño, son las del regreso.

Poco había que pudiera levantarle el ánimo. Se hallaba justo y para siempre en la, digamos, celebrada ataraxia: ya no habría tratos de ninguna clase.

Descansa, guerrero, vuelve con tus seres queridos… ¿Seres queridos? Paula, vieja y querida bruja putonga; la mamá seria y bella (o semisonriente) del álbum fotográfico (la madre de todas las madres no se llevaría encerrada en el bolso en su última y definitiva escapada ni una sola fotografía familiar); el padre animal escurridizo de los grandes pasillos, su joroba de libros… y aquellos dos desaparecidos, un fantasma y un alma en pena.

Qué pensamientos, qué informe las abultadas páginas, sin figura ni perfección…

No todo está perdido…

A veces hallaba cierta complacencia medieval disfrutando de las cosas más sencillas y desprovistas de complejidad: un vaso de vino (podría ser cosechero sin más) al alcance de la mano, mirar caer la lluvia a través de la ventana, sentir en la tarde fría y gris el calor de adentro de la casa, la cercanía del libro, el saber que, sí, que todo lo bueno acaba con la muerte, pero también todo lo malo.

Pero…

¿Quién dispondrá el final cut?

El mando del televisor.

No podía ganar (era la muletilla proferida hasta la saciedad por su padre, al final de su vida). Carlos: no podía ganar. José David: no podía ganar.

¿Cuántos años tienes, mierdecilla?, parecía preguntarle su padre desde el más allá.

Más de 40.

¿Cuántas condenas a muerte entonces?

Todos los pecados, ninguna culpa. Pero basta con una condena.

Nadie puede ganar nunca la última partida: al hoyo.

No hay un solo día en mi vida que no haya cometido un error.

También ha habido algunos aciertos.

Sin duda: uno o dos cada lustro: lágrimas caídas en el océano.

Nadie gana. Vivir es perder. Los felices son quienes lo olvidan.

A ti, pobre viajero interestelar, te habla el dios desconocido, creador del cielo y la tierra:

si sale cruz, pierdes; si sale cara, gano.

Su madre nunca le acariciaba, nunca pasó su mano por su cabeza, como si tuviera una pica allí arriba, en el pickelhaube, que pudiese herirla: disfrazadito de soldado de plomo.

Fundido por el fuego al final.

Hamlet es sólo ocurrencia, un pensamiento flotante que, él sí, aparece y desaparece de entre las sombras sin venir o viniendo a cuento, abrazado a la oscuridad.

De la mano de Paula y su cofradía, turisteando, lo que quería en sus paranoicas idas y venidas en el Gran Bazar turco no era comprar algo, ni la lámpara de Aladino ni una alfombra mágica… Lo que quería él era perderse, no volver a salir a la luz. Una semana más tarde estaban en Grecia, a plena luz del día como todo buen turista: había perdido el gusto por los rincones, la oscuridad reconfortante y opresiva de los bazares, los miles de escondrijos polvorientos que resultaban ser el mejor refugio contra las asechanzas. Ahora todo era aire y sol sobre esas islas verdes y blancas que emergían del mar azul. Ahora era todo un mundo pagano. Ahora era ahora. Dionisos puro. Ni cerrojos ni dioses. A pleno sol o bañado por la luz de la luna recorría las playas como un animal feliz en la mayor de las desnudeces. 

Todos los dioses que hemos creado se hallan más allá de la muerte, y a ella nos conducen... para que no podamos regresar a la tierra y verificarlos. Ninguno de ellos se deja ver andando por las aceras: tendrás que morirte para verme (así no podrás desvelar todas mis mentiras).

Respecto a la amiga judía de Laura:

Al pueblo judío, en su viaje de 40 años a través del desierto se lo tragó la arena. No encontrará usted en todo Israel una huella arqueológica de aquellos pies que partieron de Egipto. Lo que siguió después fue inquisición, pogromos, holocausto y sionismo… y una liturgia y unos ritos oscuros para pasar el ratito, en la tierra prometida o en el mismo Lower East Side de Nueva York.

¿Cómo puede tomarse en serio un libraco sórdido, siniestro, sectario y fundamentalista que apela a un dios sanguinario y a milagros y prodigios extraterrestres cuando hombres de otras civilizaciones próximas a sus desvaríos asentaban con seriedad científica la observación celeste y explicaban sin patrañas ridículas los fenómenos astronómicos y su influencia sobre la tierra?

¿Cómo te tomas en serio a ti mismo, sabiendo que algunos sábados sólo eres un trasto maloliente por muchos afeites y perfumes que te disimulen?

De una cosa estaba seguro: se había decantado (el diablo sabía cómo y por qué) hacia las opciones adecuadas a sus pocos méritos y muchos vicios. Tuvo una buena vida. Vamos a decirlo de ese modo.

A las dos copas salían de su boca barbaridades y dicterios de un calibre homicida; a la tercera copa echada al coleto lo más prudente era mantenerse lejos de una violencia que la tenía tomada con los muebles, las vajillas o la cristalería: los vasos terminaban haciéndose añicos entre sus dedos, y en más de una ocasión he visto estrellarse contra el suelo la botella de excelente whisky escocés a medio terminar de la que se servía (y nos servía). Pero lo interesante de veras había ocurrido una vez ingerida la primera copa. Entonces se asistía a un proceso realmente inquietante, una metamorfosis que, si bien sutil y  parsimoniosa, prefiguraba la abrupta conversión de después en los diferentes niveles de horror del doctor Jekyll degradándose hasta acabar en mister Hyde.

Pero tampoco se necesita mucho alcohol para una mutación turbadora y oscura. V., por ejemplo, una de esas personas pronto exaltadas en cualquier conversación que no tienen una opinión acendrada, firme o solvente hacia casi nada, ni siquiera tiene principios reconocibles; personas como ventoleras en el debate: a defenderse o a discutir sólo les mueve el interés, la emoción o la contrariedad del instante, quizás un falso orgullo de sí mismas y de querer salirse con la suya pese a quien pese, e incluso es muy posible que sus argumentaciones (que pueden dar la vuelta como un calcetín cuando así les convenga) dependan del estado de ánimo de ese día o de un capricho visceral motivado quién sabe por qué despertar bilioso, atrabiliario sin duda, o por un simple mal sabor de boca.

LOS QUE NO SABEN QUE ESTAN MUERTOS SON LOS PEORES  DE AGUANTAR

(Yo he de amar una piedra.

Antonio Lobo Antunes)

Cada uno de ellos tiene una teoría: teoría x, teoría xx, xxx, en relación hacia cualquier cosa (principios, praxis, métodos).

La de tipos…

Era un tipo jovial, sano de espíritu, pero su lamentable carrera como artista y profesor provinciano pronto le arruinó como persona: más le valiera haber regentado una tienda de discos o atender la barra de una cafetería para bohemios y poetas de domingo.

¿Y qué decir de H.J.? Ni siquiera era un homosexual serio y consecuente, sólo era un mariconcillo ocasional, así, como el que no hace la cosa, como el que no la quiere y pone el culo en danza.

¿Le ha picado a usted alguna vez una abeja muerta?

En efecto, en cierta ocasión que leía una novela de Hemingway, en plena campiña, un día delicioso de primavera que….

¿Sabe usted que es un segundo?

Sin duda: la duración temporal de 9.192.631.770 oscilaciones del átomo de cesio.

¿No está usted demasiado gordo?

Y qué quiere, soy Bibendum. Hay que dar la talla.

Estaba JD.: El hermano Sabio… (mayor sería le mot juste).

Estaba Carlos: caballero de honor y de la espada, como el otro, y en prueba de ello manco.

Parece que la vida va hacia delante cuando en realidad se desliza hacia atrás: estábamos los primeros de la fila, en plena marcha, y poco a poco quedamos rezagados, los pies se traban, te encorvas, los demás corren y corren, te pasan, allá te vas quedando, atrás…

¿De pequeño le gustaban los tebeos?

Más bien le gustaba yo a los tebeos: me caían del cielo a todas horas, a cada minuto, y sin moverme de casa: sólo tenía que mirar por encima del hombro del guionista, de El Sumo Hacedor de los Tebeos.

Lo veía (a él, a Brell) de tanto en tanto, pero siempre en idénticas fechas y lugares (que omito por discreción): una doméstica revolución sinódica.

¿Así que multiversos, eh?

¿Por qué? Un millón de univeros es tan extraño como uno solo.

Entonces…

Y a renglón seguido me contó una historia increíble: la suya.

Otro de sus antiguos condiscípulos de los agustinos había sustituido la religión por la psiquiatría, y no mucho después esta por el sexo, el alcohol y un consumo desenfrenado de objetos inútiles, incluidos ropas de marca, cacharrería electrónica, perfumes de moda y extravagantes y caros relojes de pulsera. No tardaría en morir de aburrimiento (él se lo buscó).

Eres un tipo inteligente.

¿Ah, sí?

Conseguirás todo lo que te propongas.

En efecto… (tener lo que querías, no ser lo que soñabas).

Ya desde muy pequeño creyó que, indefectiblemente, debía darle un sentido a su vida. No perdería el tiempo. Incluso antes de llegar a la adolescencia lo encontró: creerse otro del que era.

El soñar eterno sería lo peor que pudiera ocurrirle después de muerto. Es uno lo que tiene que ser eterno. Lo que hace del sueño la auténtica medicina es la nada en la que uno se sume.

Describía libros en sus escritos como otros describen paisajes, una boca, la luz de la tarde…

¿Quién?

Su escritor preferido.

¿Quién es tal?

Lo troncal de su carácter era la empatía hacia la naturaleza (incluso hacia los objetos), pero entreverada de cierta (difícil determinar el grado) misantropía y un severo ensimismamiento que le hacía a un tiempo vulnerable y despectivo.

Sus hermanos eran, pobres, de aquella generación anterior a la suya que querían ser mejores (leer más, entenderlo todo, luchar por la verdad y lo justo, ser libres…) Estos de ahora, yo mismo, lo que queremos, listos que somos, es estar mejor. Lo repetiremos para no olvidarlo (más adelante). (Despojos de un diario, retales de una notación muy cínica).

Al final acabas mordiendo el polvo oscuro de los rincones de tu casa, solo y enfermo, desahuciado por… ¡ti mismo! En realidad, ahora que lo pienso, acabado como todos los demás. Qué importa morir solo o acompañado: terminas detrás del grueso vidrio que te separa de los otros en el tanatorio. Nadie te sigue en tu viaje postrero, te ven ahí quieto, seriecito, ensimismado en tus cosas… y ahí te dejan. Y allá, al otro lado, están ellos con cara de pasmo, tan vivos y coleando

Se levanta tarde. El tipo, un verdadero diablo, sólo se deja ver al mediodía, como Agatón. (Como funcionario acomodaticio).

Esos tipos que aún gustándoles la música se prohiben a sí mismos escucharla: porque les hace ir mentalmente por donde no quieren ir. (Tal complicaba las cosas Carlos.)

Carlos, Carlos… Había algo perturbador en él, como ese aura que emanan los suicidas (y que sólo es posible descubrir en ellos una vez han logrado matarse de una manera u otra).

No recordaba haber tenido un sueño feliz en toda su vida. Incluso los más anodinos, al despertar, aún anclaban en su piel lo estrafalario y perturbador como una costra, como un sudario que le oprimía de inquetud y que no lograba desprender de su mente hasta pasado un buen tiempo. Sea cual fuere la naturaleza de su sueño, él siempre era víctima del miedo, el desvalimiento o la confusión, nunca victimario. Pero también supo la razón desde muy temprano cuando descubrió que la trama y los sucesos del sueño, por inocuos  o vulgares que fuesen, no eran sino la manifestación recurrente de una angustia perenne, sin una causa real, al menos identificable, que desde muy niño hospedaba dentro de sí dormido o en la vigilia.

Uno de sus trucos mientras impartía clase en el aula era dotar a su rostro con la huella de la perplejidad más notoria pero rastreable (era hábil en acopiar las diferentes máscaras que pueden proporcionar unas facciones de suma ductilidad como las suyas). Resultaba intrigante y empático al mismo tiempo, y cubría todo el espectro ante sus alumnos: colegial, universitario y profesor.

¿Cómo pueden haber influido tanto a través de la historia unos tipos analfabetos que no legaron a su muerte ni una sola línea escrita…?

Porque eran algo más que hombres… Eran también una máscara.

¿Y no es el mundo sólo una apariencia?

Pero su padre era taxativo en esta cuestión (y en muchas otras a pesar de la mesura de sus modales y su voz meliflua):

No te fíes de nadie que no haya sido capaz de escribir una página decente, posiblemente piensa con faltas de ortografía.

Ojo con este otro: Cualquiera podría convertirse en la diana de su particular y atrabiliario tiro al blanco cotidiano.

¿A quién disparo hoy…? A todo el que se mueva. Invariablemente, cada mañana esa era la consigna una vez abría los ojos.

Si eres malvado, tienes que ser siempre malvado. No cabe tregua alguna. Y él era débil. Lo sabía. De modo que, escéptico, eligió el cinismo como arma predilecta. Y con los años esa obscenidad flagrante se afilaba más y más, más y más hasta el silencio despreciativo.

En lo que respecta a los sentimientos podría ser no sólo indecente y criminal, sino que incluso, en relación a sus amantes, por así llamarlas, se distanciaba de ellas de tal modo en los aspectos más abstractos de ese ámbito como buen simulador y entomólogo aficionado que era que podía hacer de los hechos y el escenario sentimental donde éstos se desarrollaban una película snuff.

Resulta muy cómodo, como hacen esos católicos vergonzantes, tener un dios al que implorar y que finalmente perdone nuestras fechorías y debilidades criminales: Dios me perdonará. Pero si no crees en dioses compasivos contigo y ciegos ante las corrupciones del mundo, ¿te puedes perdonar a ti mismo?

Entonces, lee.

(Una señal infalible que ayuda a descubrir a un pésimo lector es cuando el tipo interrumpe constantemente en una conversación el argumento o el razonamiento del otro interlocutor.)

¿Qué es un hijo?

¿Y a mí que me cuentas, mierdecilla? Sólo soy tu padre.

Ayer, acabado de nacer, un raro sentimiento de desamparo, la conciencia de la propia orfandad. Mañana, quizás ahora mismo, se traspasará la frontera, y esa raya roja que queda atrás tolera la impunidad y el disparate, crea un juguete inclasificable, un centón, un cachivache de carne y huesos fabricado en un vientre de Nepal, India o China: un óvulo facilitado (previo pago) por una joven europea rubia y de piel clara fertilizado por el semen de un veinteañero caucásico (también recompensado) sano y aparente, un embrión congelado que termina implantado en el útero de la adolescente fabricante (y remunerada) originaria y residente en aquellos países silenciados, cuyo producto final a los nueve meses, después del correspondiente control de calidad, es vendido a la carta en Estados Unidos, España o Australia a una pareja de mediana edad e ingresos medio-altos (profesionales liberales, docentes o funcionarios) con ganas de entretenerse de nuevo con los muñecos Lego, las barbies de colección  y los peluches de la infancia.

Entonces, lee. Discrimina los estilos, despoja máscaras.

La prosa que escribe recupera de alguna forma (¿tal vez el estilo adecuado que emplea?) la función auditiva de lo que se dice.

Había leído: Hay cierta relación entre el sonido y el sentido.

Un alma caótica pero un cerebro rígido y acartonado donde las percepciones que le vienen disparadas desde cualquier dirección devienen tristemente cartesianas y deprimentes.

Leo… Así que, fonética y semántica andan del bracete.

¿Rezas? Oro, aunque no hincado de rodillas.

Ese dios al que rezas por cobardía (y con razón, si piensas en sus antojos criminales) parece complacerse en torturas sin fin.

¡Dios mío!, exclamó su hermano JD después de acabar (algo agotado, según sus propias palabras) La galaxia Gutenberg. Y luego, sin solución de continuidad leyó cuatro (y hasta cinco quizá) veces seguidas El rey Lear sin hallar más allá del prodigioso Shakespeare otros prodigios.

Hay una sintaxis del pensamiento muy distinta a la sintaxis que  organiza el discurso escrito, una gramática mental que se escurre mucho más allá del preciso dibujo del alfabeto fonético. El pensamiento puede retorcer a la palabra como puedes hacerlo con el cuello de una gallina hasta asfixiarla y dejarla hueca, más tiesa que Gerineldo.

De su abuelo paterno, a juzgar por las diversas y gruesas fotografías en cartoné, asepiadas y con el nombre del estudio fotográfico en relieve en un ángulo, procedía su temor a exhibir con el tiempo una calva pontifical que abriera un círculo reluciente, terso y casi perfecto entre la coronilla y la nuca. No fue así: Sólo heredaste una cierta perversidad en la mirada.

Aléjate de esa gente, muchacho (¿los perversos?). Son mucho más fuertes y experimentados que tú, besarás siete veces la lona, y en el mismo match, por utilizar la palabra apropiada.

Si fuese católico (sólo fue escolar católico) pensaría que esta vida es el verdadero purgatorio, un castigo infernal aunque de duración limitada (por el momento, máximo, 120 años o así). El cielo, naturalmente, sería la nada: adiós; y el infierno, sin duda, la inmortalidad, al menos en este mundo de trampantojos al que ni siquiera el marxismo ni sus actuales famélicas legiones han podido cambiar. Inmortalidad, que no la eternidad.

Abandonad toda esperanza.

(Al cabo, la nada aguarda.)

Primavera traidora. Abril cruel. Bajo la marquesina: un claro entre los negros nubarrones provocaba que la luz del sol escapara hasta el mismo pavimento e hiciera refulgir las oblicuas y gruesas gotas de lluvia sacudidas por el viento. Aguardaba que amainara viendo pasar coches de distintos colores y longitudes. Sólo pensaba en esos colores raudos, vacío el cerebro de otros asuntos, las luces dinámicas etcétera.

Paisajes: Klee ya sólo pintaba visiones, la realidad exterior, en lugar de la realidad interior, que a pesar de estar hecha de elementos de aquella otra, es la que realmente veía.

Lucrecio y Séneca apañaban todo lo esencial que él buscaba entre… ¡otro montón de cosas!

Lee, y calla. (O vete al ficus.)

Más de la mitad de las estupideces que escriben los ensayistas (y hasta los novelistas, a los que la ficción, esa engañifa artesana, podría exonerar no obstante) y filósofos y sociólogos de medio pelo habrían sido subsanables e incluso inexistentes de haber poseído todos esos oficiantes unos mínimos conocimientos científicos, técnicos o simplemente de cultura general.

Para él la lectura tenía que ser eminentemente táctil, necesitaba el libro físico entre las manos, poder palparlo e incluso olerlo, de la misma forma que la escritura debía lograrse necesariamente en su caso a través de una técnica (máquina de escribir, procesador de textos del ordenador) ajena a lo manuscrito (lápiz, pluma, bolígrafo). Toda una contradicción, pues. Una más.

Ese tipo tosco aún come con los dedos directamente del tajadero.

Su padre guardaba ese ejemplar firmado por el canadiense como si fuese una de las 48 biblias de Gutenberg. Una vez muerto, el hijo manoseaba el volumen, se aburría con él entre las manos.

Lee. Aburrimiento. Desánimo.

Reunión de amigas de Paula en el Hogar de los Brell.

Sal de casa, maldito cerdo. Anda, Querido, piérdete en alguna pocilga un par de horas. Y Querido hizo caso a Cariño. Y puso pies en polvorosa (Oído al sesgo: ¿Casarme? A los tres días de las nupcias engalanadas ante el altar, o mediante ceremonia civil con indumentaria de calle, banquete e invitados incluidos en ambos casos, a los tipos y tipas recién casados tienes que meterlos en la lavadora y dejarlos tendidos al sol una semana al menos.)

Boceto se encasqueta el sombrero hongo, se enfunda la levita, coge el paraguas negro y  toma las de Villadiego: no tardará en meterse en un cinematógrafo (sic).

Nos retaba: ¿Qué único título de una película se menciona en La Galaxia Gutenberg? Era todo un cinéfilo, el tío… (¡Eso creía el pobre!)

Consejos paternos, lenguaje no demasiado lejos de los diálogos más característicos del noir:

Entre los pliegues de la vulva, si no más adentro, de una rubia alta, esbelta, de pechos turgentes con los labios encendidos de carmín siempre se esconde un revólver o… un cadáver: Ve con tiento, detective.

¿Tú has tenido alguna vez una pistola en la mano?

¿Tú sabes lo que pesa una pistola en la mano?

¿Tú le has pegado un tiro en el pecho a algún desgraciado?

Entonces, ¿por qué lees libracos donde los tipos llevan una pistola colgada en el sobaco, se tiran a rubias mórbidas y anegan su hígado con litros y litros de whisky de malta?

No me siento héroe ni tampoco víctima en ninguna de las épocas pasadas de mi vida, de ahí mi extrañeza, incluso estupor, ante todos aquellos años y su grisura, tan diferentes a los colorines del presente.

(Por eso leía novelas policíacas, que el tipo listo de siempre denominaba género negro, así, a la francesa, para disimular su llevadera enjundia como lector.)

Lo tenemos todo.

Lo querían todo.

Algún fleco por finiquitar…

Como esos matrimonios que, al negarles la naturaleza la paternidad, se niegan a adoptar uno de los más de 50.000 niños que mueren de hambre todos los días o por enfermedades causadas por una malnutrición continua y el agua podrida y empeñan sus esfuerzos y dineros en fertilización in vitro o mediante embriones congelados, madres de alquiler u otras componendas de tratamiento químico y médico… Quieren sus juguetes nuevos, a estrenar, por nada del mundo los quieren usados o rotos. (¿Dije algo semejante más arriba?)

¿Y si detallamos los auténticos problemas que embargan a nuestro protagonista? Nada tienen que ver con las angustias de la esterilidad.

Odiaba comer las hamburguesas redondas, asquerosamente se escurría por todas partes la grasienta mezcla, así que, cuando se le antojaba, estuviese donde estuviese, acudía al único Wendy de la ciudad a envenenarse lentamente, acaso hasta con fruición, mientras empujaba el untoso bollo alimenticio cuadrado por el esófago bebiendo a grandes tragos cerveza barata de un vaso de papel parafinado con olor a enfermo.

De acuerdo me espían, pero no hay nada que pueda impedir que haga lo que espían, que, por otra parte, carece de maldad.

Se ahogaría en un oceáno de cerveza.

La cerveza libera el pensamiento, afirmó.

(El abstemio recalcitrante iba a abrir la boca, pero lo pensó mejor y la mantuvo cerrada.)

Qué raro, yo pensé que lo espesaba, que se adormecía uno, replicó el advenedizo típico de la barra de bar de las 11,45 de la noche, a la vez que limpiaba con el envés de la mano la espuma que resbalaba por las comisuras de una boca salpicada de caries.

El otro hablaba de Shakespeare. Se notaba que no era inglés.

Él había leído a Shakespeare en traducción del industrioso Astrana Marín a los doce años y supo calibrarlo de veras cerca de los treinta en inglés, incluso las comedias y el centenar de sonetos, en una edición irlandesa de W. J. Craig, del Trinity College.

Pasados los años, ahora, ahí mismo acodado en la barra del bar, con la barriga hinchada de cerveza, albergaba una curiosa teoría: las obras de Shakespeare era una obra colectiva (cuando menos habría que airear los nombres de Heminge y Condell), madurada a través de los años, corregida y retocada y llena de morcillas a lo largo de decenas y decenas de representaciones y reescritas en los textos de los in-quarto y vueltas a reescribir en el in-folio del 23…, y que contendrían probablemente hasta las rechiflas de sus actores, de manera que a las primeras de cambio desmitificó al autor bajo el nombre de Shakespeare. Lo que importa es el lector, no el autor, concluyó nuestro pequeño déspota.

Yo sólo cuento el lenguaje, espetó el literato harto ya de inquisiciones de difícil respuesta.

Toda la mierda y la sangre del ser humano, su ambición y su miseria se hallan en ese millar de páginas, amigo, mi cómplice.

Tribus, clanes, castas… Sentía tal desprecio al pensar en ello que le producía hasta asco físico. Ningún hombre le parecía más fantoche que aquel que se envolvía en una bandera para encubrir su auténtica desnudez.

De pequeño era un pequeño Polonio a salvo de la cuchillada, siempre atisbando a los demás detrás de una cortina, envuelto en la oscuridad con los oídos bien atentos, reptando por las paredes, listísimo: él había proporcionado el estilete con que Hamlet, al contrario de lo que puede pensarse desde hace siglos, se atravesó el corazón al final de la tragedia y murió diciéndose si ser o no ser, he ahí la cosa, qué es más… Nada de ese posterior duelo de barraca de feria con Laertes.

Ya nunca sería libre.

Como un Keruac: un bolígrafo, una libreta, dos piernas y carretera y manta, cuando no a bordo de un Hudson Commodore del 49 ó un Cadillac del 47 conducidos por Cassady (a) Moriarty.

De cuando en cuando, a punto de emprender la marcha y colgar la mochila de finales de los ochenta a la espalda y provisionarse de alguna lectura adecuada (Mendoza, Azúa, Umbral, Vargas Llosa, Marsé, Benet, Marías, Cela, García Hortelano), paseaba la vista por los estantes de la biblioteca paterna que increíblemente aún albergaba diseminados por aquí y por allá docenas de libros de bolsillo de sus históricos hermanos, acariciaba con la vista (la única caricia respecto a esos descabalados volúmenes que iba a permitirse en su vida) los lomos deslucidos y arrugados de las antiguallas que aquellos, sus juveniles dueños, habían atesorado en la era del hierro: El miedo a la libertad, Eros y civilización, Crítica de la razón dialéctica, La Galaxia Gutenberg, Teoría estética

(En realidad –anotó entre paréntesis- Heidegger, al igual que gran parte de sus colegas pasados y presentes, no crea una filosofía, crea un lenguaje que se da de bastonazos contra la razón y el sentido común de los mortales más o menos lúcidos y temerosos del caos y la locura.)

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