lunes, 24 de enero de 2011

Una academia (28)

También le apartaba de la cabeza registrar innecesariamente toda la morfología vegetal a su alcance, por lo que tenía de enfática al dibujarla aislada, como celebrando una calidad de repertorio y sintaxis formal: madroños, mirtos, aladiernos, sabinas, jaguarzos y palmitos, coscojas demasiado visibles, pinos geométricos muy texturales... Una copia mala, una visión prescindible y falsa por el abuso de precisión. Esos detalles huecos, demasiado pulcros... para novicios. La maquia en el cuadro puntilloso aparenta certísima pero desprovista de gracia, se hace repelente por su inútil exactitud: "Todo eso ya es real, ya está ahí. ¡Ese tapiz... meticuloso! Basta la tierra y el cielo y..."
La luz (se lo ha asegurado a ella cientos de veces, con la contundencia de quien no se ve obligado a demostrarlo poniendo en práctica la teoría).
Por el principio, que siempre era todo, el error y el acierto: lo importante sería encontrar bello lo que los demás sólo ven. El color, por ejemplo. Es bello eso. La gente teme el color: "Chilla", dicen de manera irresponsable.
Brell defiende lo contrario con vehemencia. "El color es lo mejor de todo. Las casas de rojo amapola desde el tejado hasta el umbral son bellas, y también los techos azulones y las puertas blancas o verdes del todo, una silla completamente amarilla, un olmo moribundo y ceniciento, una teja rota y verde, una piedra negra, una cornisa antigua y gris, un perro de color violeta, el negro y plata fugaces del vencejo y la golondrina..."
(Pero por encima de todo el color enriquece la tierra, la hace de veras.)
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Allá arriba en la sierra, bajo la lluvia helada de nieve o azotada por un viento ardiente y seco, la belleza lo era sin contemplaciones. Por la noche soñaba a Silvia Jara entre el aire que soplaba afilado como un cuchillo traspasando las copas de los pinos y las ramas de los arbustos; oía el rumor del agua entre las piedras, y por encima estaba el cielo azulándose de noche, rosándose de día, la tierra se antojaba como la única verdad inevitable y seria. Eso lo veía este maestro falso, con los ojos buidos por la lucidez, y le asustaba comprobar la realidad que inventaba y que poco a poco le apresaba la voluntad y dejaba su ánimo sin fuerzas como no fuera para clavarse definitivamente en la tierra como un árbol, anclarse como una roca definitiva y anónima en el suelo verde y pródigo de ese monte, en esa perdición de sendas y caminos de nadie donde todo andar depara sorpresa.
"Bello sería ser raíz y planta... Ser enraizado, no saber que se muere", se dice Brell. No está en la semilla el instinto de vivir una y otra vez, siempre...

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