martes, 4 de enero de 2011

Una academia (24)

Ya en agosto, una época de tormentas vespertinas, noches luminosas y amaneceres de cristal, la insistencia de él se hizo machacona. Y no tenía el menor derecho. Sólo el empeño loco...
"Oler la pintura" se decía. "¿Imitar al otro...? ¡Ser el otro!"
La ocurrencia le ilusionó. Ni siquiera dudaba de su eficacia. Comprendió que ella dibujaba mal, que nunca lo haría bien y que nunca importaría que lo hiciese bien. La técnica también puede ser un engorro; a veces, alcanza a ser hasta una metafísica (una complicación), lo que reduce en gran medida sus virtudes de perfección artesana y machacona, estimula oscuras genialidades, alumbra obras inimaginables. Cree Brell que la torpeza de Silvia Jara podría convertirse en un medio original de creación, insólito y competente, fruto del más soberano y pastoril de los aburrimientos. El no abortaría ese talento natural para la pintura, pero conduciría impunemente su afición hacia logros más señalados.
Panes, mucho antes, lo había dejado claro:
"Uno de sus hermanos le facilita los lienzos y los utensilios para pintar..."
¡Cuando no los compra ella misma! [No, que use colores naturales extraídos de flores, de piedras, de cortezas, de la tierra...] Brell se avergonzaba de su pasada inocencia. Había creído a Silvia Jara en el fin del mundo, y era él quien estaba en el fin del mundo, o un poco más allá de éste. Solitarios allá en la sierra, sin embargo los Jara ganaban buen dinero. Paneles de placas solares suministraban energía a todas las dependencias de la masía. Disponían de agua caliente y de cualquiera de las comodidades más modernas de uso doméstico. El mando a distancia del aparato de televisión agotaba en su totalidad las posibilidades de recepción de la antena parabólica.
Si iba a aprender él más de ella...
La confundía a menudo: "Toda gran creación nace de lo confuso, del miedo, de un caos al final organizado desde adentro de sí mismo... Es el desbarajuste el que impone la tarea al auténtico artista y resuelve sus contradicciones, convierte una masa informe en aristas inteligentes, hasta bellas...
Jamás pudo pensar Brell en aquellos primeros encuentros que muy poco después ella ya no pintaría nunca, que...
(Ella se hizo blanda y resignada, y feliz también, y él se endureció, educó a unos hijos, enterró a unos viejos, se salvó del otro que había sido entre cosas malas y dudas de tres al cuarto, a manotazos con... debates y artes inútiles. Perdido en el futuro, él sería quizás feliz, o muy feliz, olvidándose de todo aquello de atrás. Fue, inesperadamente, el que ya era: eso, después de lo múltiple.)
Pero ahora, sin saber (o sabiendo), hablaba a veces para sí, y la otra cándida le escuchaba.
Algo vería Silvia Jara en sus palabras que la movió a hacerle caso. Tal vez la encandiló la curiosidad por él y las cosas de él, o entrevió un arte que se prolongaba más allá del simple acto mecánico de trazar unas formas y pintarlas al óleo.
En tiempos de Vincent van Gogh, ¿cuál era la diferencia entre pintar mal o pintar bien? ¿Y cuál era la diferencia entre pintar bien y pintar muy bien? Ahora, es fácil saberlo. De muy pocos me acuerdo.
La habilidad es una noria de la que hay que librarse como del diablo. Aparta tu talento de todo aquello que se celebra en tu época...
¿Intuición... o cólera? Lo correcto, apesta.

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