domingo, 4 de diciembre de 2011

HESSE 31

En el 69.
De Kooning en el MOMA. Más de un centenar y medio de cuadros. Un bosque cromático que se desparrama a lo largo y ancho de las inocentes paredes.
¿A qué joven de los cincuenta y primeros sesenta no podía gustarle De Kooning? Bastan tres dedos de una mano.
En efecto, un tipo atractivo, listo y con gran sentido de la oportunidad: el niño de oro de su tiempo. Otro más.
Aunque doblemente precavido y astuto que Pollock, que Gorky, que Barnett Newman el Jovial.
Alargaría su vida hasta acabar medio idiota, mojando el pincel inútil en la baba que se escurría a los lados de la boca.
Una especie de misa negra a la que le obliga a ir la artista enamorada (en el fondo la acompaña muy complacido, y a duras penas cogen un taxi en el SoHo que los deja abandonados en la 79 con Lexington por no se sabe qué manifestación que interrumpe el tráfico. Comprará el catálogo sin dudar ni un segundo: en el 2000 lo podría vender a algún coleccionista incauto a muy buen precio).
Como niños malos: si rascamos (descascarillamos) revelamos una mezcla de astucia, habilidad, época, mercado, estética…
Grandes cuadros, grandes embelecos memorables.
Como niños malos: despotricamos… o alabamos. Al 50%.
Habéis tocado el cielo. Y en Londres, en la Tate: Morris, Ellsworth Kelly, Tony Smith; en la Whitechapel: el show de la Frankenthaler.
Como niños malos, nos acercamos a los “padres” resucitados en el Guggenheim: los silencios de Klee, la ascesis de Giacometti, la matemática de Braque, la lujuria incansable de Picasso y su desmedida y voraz correría pictórica.
¿Cómo definir esta ciudad, acallar los cantos de sirena de la desmesura de sus mercados, Hesse?

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