sábado, 10 de diciembre de 2011

HESSE 33

¿Conectada a qué?
A toda la brujería del bosque sumido en la niebla primitiva, pero también al nuevo reino del material, la urbe, la creencia y el ideal modernos. La suya es una cultura de la promiscuidad, de la yuxtaposición de lo creíble con lo antiguo del enredo metafórico. Reina sobre esta otra selva de piedra y acero que si artificial, abusiva y heterogénea no es tan distinta de aquélla prodigiosa, mágica, natural y llena de misterios y oscuridades cuando el fuego y la pintura en la cueva.

Aquella niña miraba al ojo de la cámara como viendo el futuro, como desentrañando del cristal brillante y negro los sucesos que iba a vivir, las personas que conocería, todas las imágenes del mañana que se escondían detrás de ese artilugio capaz de robar al tiempo una escena ya irrepetible y muerta pero tan auténtica y creíble como la niña que era y que en ese mismo instante aguardaba con la sonrisa en los labios aún inocentes el chasquido del disparador.
Veía luego las fotografías, lo fabricado en una décima de segundo por la cámara: de modo que eso era el tiempo, y eso era ella.
Un dibujo cabal del concepto.
Lo invertía: ese sonriente manchón blanco y negro y gris a duras penas expresaba la enorme complejidad que se escondía debajo de la falda, más allá de la carne, circulando invisible en los torrentes sanguíneos, subiendo y bajando entre los escollos de unos órganos y sustancias que alimentaban tan sólo lo visible, lo físico.
Ella era un millón de veces más difícil de dibujar que la fotografía que atestiguaba una apariencia sin duda fiel e inequívoca.
Descubrió, entonces, la vacuidad de la representación: el pensamiento debería carecer de un forma predeterminada, incluso reconocible.
El pensamiento era el objeto.

Anot. (c. 2/1961): Ha leído el breakfast de Capote.
Pero ella nunca quiso ser Holly Golightly, falsa e inútil y es posible que completamente idiota.
Subrayó algunas frases (solíamos ir al bar de Joe Bell en la esquina de Lexington Avenue unas seis o siete veces al día, no para beber, o al menos no siempre, sino para telefonear…) y encuadró con tinta verde un pasaje: el rodeo que dan ella y el escritor en ciernes para evitar el zoológico con los animales enjaulados y que tan difícil de soportar le resulta a la chica.
¿Qué piensa del tipo que escribe?
Lee a Simenon. Eso ya es una garantía siendo un… novelista norteamericano.
¿Cómo puede un auténtico escritor interesarse por una chica que tiene un gato, toca la guitarra, pronuncia merde y se lava la cabeza sólo cuando hace sol? Además canta tonterías como viajar por las praderas del cielo y ripios semejantes.
Amigo, eso sólo ya vale por un montón de chicas aseadas y… tediosas que, sin duda ninguna, nunca se tomarán un par de “manhattans” seguidos ni tres cócteles de champaña sin desplomarse al suelo.
Qué tipo… Un enano que no vende nada de lo que escribe y encima tiene la indecencia de publicar en una revistucha universitaria que no tiene la menor intención de pagarle ni un centavo por su trabajo.
Ella no lo hubiera consentido, se rebela ante eso.
Al final, él vende dos cuentos y se queda con el gato. Aunque su poco talento aún da para mañas: ha reemplazado los rieles del travelling por una silla de ruedas.
Ella ahueca el ala.
Fin.

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