viernes, 23 de diciembre de 2011

HESSE 36

Corrige a Dios: crear el arte nuevo, adánico, sin modelo, mirar a su oscuridad o a la luz escondida dentro de sí.
Su barro inerte sin hechuras humanas.
Descripción de una lucha:
Delgadas láminas de material orgánico se mueven al compás del viento, los leves zarandeos provocan diversos estados en su forma, es lo aleatorio el principal factor del juego artístico, el que niega el principio de validez inmutable de lo escultórico: la piedra, la estatua incólume de Miguel Angel se mueve, se dobla y cambia de postura para desentumecerse, deshacerse, abstraerse de la forma, componerse de trastos, y finalmente resuelve por sí sola la infinita combinatoria formal recreada de mil pedazos distintos: lo que es es lo que ves.
Comprendo. La belleza es.
No hablamos de belleza, al menos en el sentido convencional de la acepción.
Hesse, eres literatura: una obra como una colección de tableaux diversos en la gran mesa del ingenio y la improvisación, alterables, intercambiables. Ninguna regla prevalece en su ordenamiento, pues su disposición obedece a un alumbramiento sin fórceps ni medicinas preventivas, y fue la gestación el fluido constante de un pensamiento sin trabas mientras:
se duerme,
se sueña,
se anda por las calles,
se come con una amiga,
se asiste a una obra de teatro off-Broadway,
se adquiere un libro de segunda mano (que resulta ser una joya bibliográfica) en The Green Train,
se contempla extasiada fragmentos inexplorados de cuadros en el Whitney,
se admira catástrofes en el museo de los monstruos de Queens,
se pasea inspirada a lo largo y ancho de Great Lawn, en Central Park, recordando viejas canciones de los años cincuenta,
se deambula (¡de nuevo!) por Coney Island, bajo un sol de oro y un mar de tópica turquesa,
está una sentada en la butaca afelpada de un cine de la calle 42,
está una oculta en el río primaveral e incesante de personas de la calle 23 a las 18 p.m.,
está una, sucia y cansada de la noche de julio, bajo la marquesina de Birdland a las cinco de la madrugada viendo salir a los jazzmen exhaustos,
está una en silencio, absorta en el círculo de su sangre, aferrada al crepúsculo lluvioso de noviembre,
está una, lúcidamente, quieta,
está una frente al puente de Brooklyn y recuerda la vida y la obra de aquellos dos poetas que fueron el vate de barba blanca y el suicida que miraba al Sur,
está una cansada,
reniega de Dios,
arroja otra creación al mundo como quien lanza una piedra a sus enemigos,
tiene miedo
y cae moribunda,
cierra los ojos
y está muerta.
“Ya te enseñaré yo a ti a hacer cosas incomprensibles, deicida.”

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