lunes, 12 de diciembre de 2011

HESSE 34

¿Y ése que contigo va? Un escritorzuelo del demonio. El cronista del pasado que se aburría y bajó a la tierra, un seudocreador de puñados de planos interrelacionándose donde termina borrado finalmente a despecho de su omnisciencia. La sombra de una sombra. Un notario que levanta actas de materiales apócrifos, retales deshonestos, suposiciones, mentiras… Un negro con el depósito de la estilográfica demasiado cargado que mancha de tinta azul (la sangre más repugnante y cobarde) todo aquello que queda a su alcance.
Ella: necesita todo el espacio y mucho más de seis días. Es la Diosa. Y no descansa el séptimo día. ¿Para qué? El tiempo vuela.
Tampoco necesita un hombre a su lado.
Es una diosa, y eso es mucho más que un dios.
Aunque si cometes una transgresión tal vez sólo seas impuro hasta la puesta del sol (Levítico, III, 11-24).
Sed santos, porque santo soy yo (Levítico, IV, 19-3).
Ella, pura o no, improvisa levíticos, autos sacramentales de propia inspiración.
He aquí, mis hermanos en la muerte del arte, su Kashrut, un conjunto de leyes que no ha de demandar la consigna ni la prohibición en ninguna de las manifestaciones artísticas del futuro. Ejerce el libre albedrío. La fe sólo es el vacío, el miedo a la nada.
Eva, hoy, es la nada, está en la nada.
La libertad absoluta: mente, cuerpo y materia forman un revoltijo del que la afición ha de nutrirse.
1948: Así pues, dedico este modesto dibujo a mi daddy y al público en general.
Porque su vida en nada se parece a la de los otros, y sus sendas son extrañas (Sabiduría, I, 2-14).
¿Acaso no era su propósito vaciar la obra de toda condición estética aun sin incluirla en el discurso diario de las trivialidades humanas? Tal vez el arte, el objeto final susceptible de especulación y observación descabellada sea un maldito juego, un entretenimiento, pero no lo es en modo alguno la intervención del artista, levítica y solitaria, de recogimiento, y el proceso coadyuvante de su plasmación.
Y he ahí el fracaso, pues más tarde o más temprano, dependerá del cambalache programado, la obra adquiere una validez financiera (cuando no la tenía estética por deliberación), o plástica o histórica: se ha convertido en un producto artístico lo que sólo era lo residual de un proceso mágico, alquímico, esclarecedor y luminoso como el rayo gótico que de improviso recorre la oscuridad del espacio sagrado de la catedral y desvela el caleidoscopio de las vidrieras.
Una obrera del arte: unos, se manchan; otros, se envenenan. Los demás son los farsantes que comercian e inflan sus estómagos de aire: porque es desdichado quien desprecia la sabiduría y la disciplina, sus esperanzas son vanas y sus afanes estériles (Sabiduría, I, 3-11).
Come resina, respira óxido, úntate de cáncer. Muere por tu obra. Si es preciso, te cortas una oreja, te descerrajas un tiro en el pecho y tardas dos días en morir como el bueno de Vincent. ¡Bella agonía!
Puedes ahorcarte. Estrellarte con un automóvil. Cortarte las venas. Arrojarte al vacío. Galopar a lomos del caballo con la lanza de Thor clavada en el brazo. Ser más hombre que artista (o ser sólo hombre).
Y entonces estará el justo en gran seguridad frente a los que le afligían y menospreciaban sus obras (Sabiduría, I, 5-1).
O ser Picasso, sencillamente: El Gran Español Feliz

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