miércoles, 21 de marzo de 2012

HESSE 49

Del diario secreto II
Inventaba los recuerdos como otros imaginan el futuro.

No importa cómo lo hagas, pero hazlo divertido.

Una historia ontológica del arte esparcida en el suelo: los materiales asociados a ella serían siempre novedosos.
Historia natural de la literatura: una porción de idiomas a la deriva, modificándose, disolviéndose, desapareciendo desde la primera sofisticación del habla y sus técnicas innatas.

La enfermedad es un robo.
La muerte, un asesinato en toda regla.
¿Quién va a juzgar tamaños crímenes?

Niños que nacen en jardines…

Pero el reposo no es estar tumbada en la cama con lo ojos fijos en el techo. El descanso viene a mí alejada de esos estúpidos que hacen del arte un medio para chapotear en el fango de su vidas tras un éxito fácil. Si enfermo, serán el único objeto de mi odio la cama, la silla de ruedas, la compasión, la derrota... Y, por encima de todo, las doce palabras de consuelo de artistas como él que revolotearán alrededor de mi agonía: engreídos y olvidables, cuervos ni siquiera negros.

Manos a la obra, me digo. Encerrada entre las paredes queridas y manchadas de mi estudio. A salvo de muchas de las cosas buenas de este país, pero también de las malas: “Después de las armas, los productos de mayor venta en la nación son el whisky y las drogas”, me dice R. Y apuntualiza: “Lo ha soltado Ch. durante una entrevista en Partisan.”
“Toda una autoridad en la maledicencia... ¡sobre sí mismo!”.

Excavaba en su rostro como en una mina a cielo abierto. “Ahora aparecerá el miedo, el asco, la alegría, la duda…”
Ya eran todo grietas en la cara de tierra. De un momento a otro atravesaría el cráneo y podría mirar el vacío al otro lado.

Me pregunto quién es la enferma…
K.: seconal, nembutal…
R.: esconde las pastillas en las bolsas de pañales de su bebé.
N.: viajes e histerismo.
D.: “Afortunadamente, me mantengo limpio, en forma.” Durante la comida se ha bebido una botella de vino, antes se tomó dos cócteles de ginebra y vermú, y ya al anochecer, cuando nos invita a su estudio, no deja de vaciar copas de whisky, aunque trata de disimularlo mezclándolo con soda. Sólo él bebe alcohol. A. y yo (la verdad, bastante interesados en lo que dice) pasamos el rato con el horrible té con sabor a pis para los invitados que guarda en la alacena junto a una planta de hojas mustias.

No se trata de alteridad. Me observo en el espejo: no me reconozco, o sí, pero de tanto escudriñarme me parece estar frente a una desconocida: es imposible que mis pensamientos se escondan bajo esa máscara.

He descubierto algo al salir de la casa de los T., en Park Avenue: los rascacielos son monótonos, carecen de la diversión y el misterio de las brumas, alevosías y carruajes del siglo XIX. ¿Qué clase de pensamientos evocarán estas moles rectilíneas dentro de un siglo? Más tarde, lo comenté con C.A.: se reía. ¿De veras? ¿Entonces qué piensas de las obras de…?
Pero tú eres la chica que odia “lo bonito”.
Dejo pasar la tarde contemplando los edificios de dos y tres plantas de la calle 42. Por la mañana, también había estado en Greene Street, en Spring, extasiada ante los edificios de hierro colado.

¿Cuál mi naturaleza?
Pero, ¿tiene esto importancia en realidad?
En cualquier caso, equívoca.
Todo es una ilusión de los sentidos, me digo cuando deshago irritada una forma de maraña (que me ha constado una tarde entera de urdir) y contemplo en el suelo sólo una maraña, un montón de hilos sin sentido, un rebujo. ¿Lo tenía antes? ¡Por supuesto! Yo le insuflé como una diosa el aliento de lo vivo, fue deliberado. Fui su creadora, y eso era un hecho incuestionable. Y, ahora, como la diosa que soy, la destruyo, y la forma que se gesta, ese informe bulto, ya no es nada, es obra del azar, de lo aleatorio. No es arte, me repito una y otra vez, una y otra vez…

Una/uno, siempre se muere en el tiempo antiguo, cuando las cosas de entonces están pasadas de moda. Cinco años después de tu muerte, el mundo te recuerda antiguo. No hay nadie que muera adelantado a su tiempo. Y, si es así como parece, son los demás, los coetáneos y sobrevivientes, los que no te entendían ni entonces ni ahora, y nada clarividente había en ellos. ¿Sucede lo mismo con las obras de arte, se posa sobre ellas la pátina de lo desfasado…? ¡Pero yo no hago obras de arte! Son… un testimonio de lo efímero, llevan implícita la idea de la decadencia, y nada resuelven, y nada significan más allá de su intención procesual y, después de mi muerte…

“Lo que haces es poco relevante”, dijo.
“No importa”, repuse, “mientras sea revelador...”
“¿Para quién?”
“…aunque sólo sea para, que es exactamente lo que me propongo.”
Ya no acierta a decir nada más. Desvía la vista, sonríe con notorio desdén. Al carecer de una réplica adecuada, mantiene un silencio embarazoso. Se aburre.
(La clase de conversaciones que me repugnan, y a la que me veo lanzada cada vez que se produce un encuentro entre F. y yo, sea en el lugar que fuere. Desde Yale, hace una eternidad, no lo había visto. Confío en volverlo a ver… ¡dentro de otros dos años! ¡Para entonces tendré otra respuesta preparada!).

Judson Dance Theater: acudo en compañía de T., L. y K.
Si yo no pintara… (1960). ¡Es la materia real, contundente e inequívoca la que ha de prevalecer como alfabeto del artista!
Observando esta coreografía del ritmo y la expresión libérrima, me asalta la evidencia de un arte que también se base en la línea fugitiva. El movimiento que desaparece apenas impreso en la retina, el espacio inventado, la gracia del vuelo sobre el suelo (la tierra, en definitiva), han de ser las constantes de un nuevo entendimiento visual. Y todo tan telúrico, tan denso, pero a la vez tan próximo a la fractura como una piedra de cristal.
Una metamorfosis del lenguaje plástico que se funde en la estética evanescente del aire: brazos-picasso, cinturas-matisse, ondas-léger, huecos-picabia…

Vivir es caro aquí. Incluso en la ciudad de los huevos, una omelette nature es inalcanzable para mí.

Toda la luz del exterior, la transpariencia de una mañana otoñal fría y rotunda de noviembre en Nueva York, se colorea de un gris sucio y oscuro, desalentador, en el interior de los minúsculos apartamentos del Midtown, la claridad deslumbrante de afuera se transforma adentro en una veladura de tonos óseos que hasta parece oler a polvo de siglos.

Una semántica: inventar enseguida los estatutos de su lógica.

Le dijo que esa chica vivía (en realidad, sólo dormía) en un apartamento en Patchin Place que no tenía cocina (aunque sí cucarachas, una cama, un grifo y un enchufe), de modo que se agenció un hornillo para guisar las chuletas de cerdo y hervir sus verduras. Se cubría la cabeza con un gorro de lona verde oliva, calzaba botas de suela gruesa y en cualquier época del año vestía un mono amarillo de trabajo con grandes bolsillos laterales que en invierno ocultaba a medias varios jerseys de lana y en verano una simple camiseta. Pero era todo lo que necesitaba, y en cuanto amanecía se precipitaba a la calle con una bolsa de papel llena de plátanos y zanahorias, su única comida hasta la cena de regreso al apartamento, y a buen paso recorría las siete manzanas que le separaban del garaje temporalmente sin uso donde pintaba óleos a pequeña escala sobre masonite: retratos y figuras imaginarios que terminaban recordando el sombrío dramatismo de las vidas reales que uno podía observar a su alredor en esta parte de la ciudad, el Village, que no dejaba de abastecer un material de ese tipo a todas horas.
“Pero esa muerta de hambre enajenada podíamos ser cualquiera de nosotras en algún momento de nuestra vida”, repuso con una sonrisa desdeñosa. “Lo importante era mantener la misantropía a raya y creer en lo que una llevaba entre manos. Lo que no era nada fácil rodeada de chinches, comida de lata y la ropa interior siempre húmeda aunque estuviera secándose colgada de la barra de la ducha una semana entera.”
Querido amigo, eran los tiempos aquellos cuando nunca dejaba de llover en Nueva York y a zancadas por sus calles había que batirse contra la tristeza y hasta con la sombra que dejabas atrás.
En resumen, íbamos a convertirnos en los Más Grandes Artistas Contemporáneos del Mundo de entonces, así que éramos para que nos echaran de comer aparte.

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