jueves, 7 de agosto de 2025

17

 

Y nuestro hombre acelera el paso: decenas de hermosas piernas danzarinas engalanan sus pensamientos. Pero esa noche otoñal, cálida, de extraño olor a azucenas, ya hubo arroz al mediodía,  cenará coliflor hervida y pescadilla frita, qué remedio: una penitencia venial para el caso. Mientras, la loca distraerá la mirada grande y oscura, se podría pintar esa mirada, viendo fotografías de la nueva moda femenina que ya prepara sus galas para el invierno que se avecina.

Las cosas de la guerra. El mundo patas arriba. Un mundo con la cabeza cortada que da tumbos a traspiés como una gallina guillotinada y moribunda, bailona de acá para allá, salpicando de regueros de sangre que brotan del cuello sajado las paredes, el suelo, la tierra, hasta el mismo cielo alcanzaría esa sangría grotesca y terrible en pleno torbellino…

Qué año, el 37…

Por Paz, pasa delante del Palace de toda la vida y ahora Casa de la Cultura, La Casa dels sabuts, como se la conoce por el pueblo llano, y donde lo difícil es que no encuentres en la puerta a Alberti, a Hemingway, a Dos Passos o a Octavio Paz, que gritan entre ellos, salpicándose de saliva, como si estuvieran en el frente y les estuviese fotografiando Capa, que también anda por la ciudad con la Leica colgada del hombro.

Si quieres candela de verdad y sin peligro de que un intelectual embravecido por el alcohol te desoreje, vete al Hotel Victoria, en Barcas, y apóstate en la acera de enfrente, asiste a esa pequeña troya de mujeres misteriosas, espías, traficantes de armas, agentes del SIM, vividores… entrando y saliendo por las puertas de cristal bajo la marquesina de hierro forjado.

Esta Valencia que bulle, viva… en plena guerra. ¡Valencia puta!

Pero todo recobra la calma, en el mundo y en su espíritu, con una caña de pescar entre las manos contemplando sin perder la vista del anzuelo, ah, cómo reverberan los rayos del sol en la bruñida y azulada superficie del agua, sintiendo en la piel el aire de este septiembre luminoso y azul, lejos de la guerra y de la loca, la paz, la sola paz de los peces tan mudos en la vida y en la muerte: la solución es pasar el ratito. Este buen hombre lo ha descubierto hace muchos años.

No levantar la voz, a todo alcanzamos… Y a pescar.  En silencio.

A poco de instaurarse la República, en años previos a la guerra civil infausta, el joyero putañero se aficionó con fervor a una literatura sicalíptica que pronto derivó de la lúbrica palabra escrita a la mayor crudeza de la estampa explícita, a la violencia sexual de unas imágenes que desafiaban el sentido común. Enormes penes, de un tamaño que él nunca hubiera imaginado, penetraban en todos los orificios posibles del cuerpo desnudo de unas mujeres jóvenes de una morbidez arrebatadora y de una indefensión que alentaba el asalto, y siempre con los ojos cerrados, unos pasivos receptáculos (boca, ano, vagina) que engullían como si nada unos miembros viriles incomparables (al menos respecto al suyo propio). Había empezado a coleccionar postales francesas y otras reliquias pornográficas en forma de libros algo toscos y mal impresos que compraba en un altillo de la Plaza Redonda. El tipo que le aprovisionaba, un tal Müller, a veces se identificaba como alemán, otras checo, y cuando estaba más borracho de lo que era normal en él, juraba que era descendiente de unos nobles terratenientes de la minoría suaba afincada en Rumanía. Pero eso al joyero pornógrafo le interesaba muy poco, y cada vez que ascendía los gastados y estrechos peldaños de madera hasta la buharda sólo le animaba la esperanza de encontrar un puñado de fotografías obscenas y libros con relatos más aberrantes, escenas más sórdidas, mucho más excitantes que las ya vistas una y mil veces y adquiridas hacía tan sólo unos pocos días. Era ese deseo, la pulsión irreprimible, en el fondo, lo que de veras le engañaba al creer que no existían los límites en esas prácticas abyectas pero a la vez tan fascinantes. Solo años más tarde, hastiado de las miles de imágenes tan repetidas, descubrió que lo que de veras le conmocionaba lujuriosamente era contemplar la humillación de la mujer ante el falo del hombre, verla desnuda, sudorosa y doblegada frente a la pujante verga hasta la eyección final del semen sobre su rostro descompuesto, una máscara grotesca casi, con el maquillaje de la sombra de los ojos, el carmín y la crema de los pómulos hecho un estropicio por el sudor y el esperma… sin que no se le ocultara sin embargo que toda aquella proyección de fluidos fuese tan solo un simulacro pornográfico de remate y que acaso pudiera ser un postre de lo más infantil, un combinado de leche condensada o dos claras de huevo con un poco de leche y azúcar: a tragar, nena. Y el alemán (o checo, o suabo) se frotaba las manos con aquel aficionado de última hora cuya avidez por la dosis de droga que le suministraba no paraba de aumentar y llenarle los bolsillos, lo que ayudaba no poco a que él mismo se financiara con holgura su propia dependencia alcohólica de gusto exquisito: le gustaban las bebidas de bodega selecta y los licores caros de importación limitada: tintos españoles de reserva proverbiales, casi de leyenda, destilados ingleses y escoceses, licores franceses conventuales, muy añosos de barrica.

Cada uno con su guerra.

El ahora prefiere la traca del Bataclán o el As de Oros.

Y tomar el café, bien cargado y muy caliente, en el Wodka, durante una de las soirées de Cachupín, rodeado de chicas jovencísimas envueltas por el fragante humo de los elegantes egipcios.

Qué año, el 37…

Qué fiesta la del 39, qué Valencia nada feliz: 440 bombardeos sobre una urbe que ya había apagado las lentejuelas del cabaret y corría atemorizada a esconderse bajo la luz mortecina de alguno de las dos docenas de refugios diseminados por los barrios de la ciudad.

Los Gay y la niña Carmen, en cuanto suenan las sirenas, corren al de la calle Serranos. Pero no rezan, se limitan a esperar.

Lejos de la trinchera, se mata mejor; sin lucha, se elimina al contrario (ayer hermano, primo, sobrino…) con todas las de la ley… de Satán: del cielo caen las bombas.

La loca escondía en la cómoda, en el cajón de las bragas, La Batalla, el periódico del POUM, ¡y en 1938! ¡Se jugaba nuestras dos cabezas!, exclamaba enardecido el pescador-ciclista-joyero de los martes.

A esta la arreglo yo a bastonazos.                                   

De la checa de santa Úrsula, a la sombra de las torres de Quart, al amparo de la noche candente, sacaban bultos ensangrentados de hombres rotos (yo los vi) que arrojaban a una camioneta sin capota amontonándolos hasta que ponían el vehículo en marcha y  los conducían sin mayor disimulo a la fosa anónima donde ni siquiera cien años después se sabrían sus nombres: Cien años atrás desaparecieron; no sabemos más, cuentan las crónicas. La tierra se los tragó. A la  mierda su memoria… 

No enrede a estas alturas (2008).

Hace cien años

Qué año, aquel 36:

Hay que sembrar el terror y eliminar sin escrúpulos a todo aquel que no piense como nosotros

en la ciudad barrían como si fuesen basura los cadáveres de la calzada a fin de despejar el camino para los vehículos: los amontonaban junto a las aceras, cerquita de los alcorques, bajo la sombras de los árboles de julio

le he metido dos tiros en el culo a García Lorca por maricón

Dios está con nosotros (entre el dedo y el gatillo, agazapadito)

qué año, aquel 38

los matamos antes de ser juzgados, por si acaso

las milicias pasean por las calles céntricas de la capital la cabeza de un general clavada en una pica

vox populi, suprema lex: esa noche los paseamos montados en sus propios Hispano-Suiza

dos milicianos juegan al fútbol con la cabeza de un sacerdote asesinado

un sacerdote le arrebata su bebé a una madre a punto de ser fusilada: ¡los rojos no deben criar hijos!

desde el interior de una iglesia se disparan varios tiros que matan a la hermana de un miliciano

una miliciana mata a la hermana de un obispo

un teniente remata disparándoles a la cabeza a sangre fría con su pistola ametralladora a 139 izquierdistas fusilados y caídos en el suelo; luego de una misa (en latín), frente a un altar: prontamente es condecorado

¿podemos quemarlos vivos?

4.000 prisioneros republicanos son  ametrallados y muertos en una plaza de toros; el general matarife que dispuso la orden no albergaba ni una sola duda acerca de su misión: por supuesto que los matamos, no iba a dejarlos atrás, en la retaguardia, para que volvieran a combatir; se tomó la decisión militar más acertada, cualquiera puede entender eso

dicterio falangista: a los rojos sólo un destino: un fraile que les confiese y un arcabuz que los mate

sin formación de causa, 50 maestros de primera enseñanza republicanos son asesinados en una capital de provincias por las fuerzas nacionales

¿qué pasa, pues, en una guerra civil?

que cualquiera puede ser el asesino

que todo el mundo está dispuesto a empuñar una pistola, coger un fusil, disparar a matar

que es la hora de la venganza, de la crueldad y de la omnipotencia del odio

obrero o cura, rico o pobre, militar o miliciano: la diana perfecta en las guerras civiles

se valoraba mucho matar de un tiro certero, uno solo, a un eclesiástico disfrazado de civil

fusilar a 14 seminaristas adquiría más o menos la misma valoración que tumbar al obispo, de acuerdo el protocolo establecido por las pandas de milicianos catalanes dedicados a la captura y ejecución de sacerdotes

guardias de asalto sacan de la cárcel a 70 sacerdotes y los fusilan contra las tapias del cementerio

sin abogado defensor ni sobre fundamento de derecho o razón te juzgaban por la mañana y te fusilaban por la noche, ¡para qué perder el tiempo!

castra a un obispo y luego lo dispara dejándole moribundo hasta que la muerte pone fin a la agonía después de varias horas: su asesino paseaba por la plaza de su pueblo muy orgullo de su hazaña enseñando los testículos del prelado envueltos en un papel

era la caza de la sotana, la caza del maestro, la caza del campesino

era la caza sin cuartel

52 agricultores de ideas conservadoras son ajusticiados por intentar liberar de la prisión a un líder falangista

49 jóvenes estudiantes son fusilados en represalia por un bombardeo nocturno

varios sacerdotes acompañaban en todo instante a grupos de falangistas y requetés que fusilaban indiscriminadamente a todo aquel republicano con el que se toparan: los curas no dejaban de preguntar a los condenados, momentos antes de la ejecución, si tenían a bien confesarse, pues estos curas de Dios ya no distinguían la confesión de la delación

1.500 republicanos son…

1 de abril de 1939:

En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.

2 de abril de 1939:

Millones de españoles son declarados culpables hasta que no se demuestre su inocencia.

Las trincheras han enmudecido bajo la losa de un silencio de muerte y sólo el viento, su silbido entre las ramas de los árboles grises como la ceniza de la pólvora, se bate sobre los campos de batalla.

Pero ahora hablaría, de nuevo, la guadaña del terror: la muerte tenía su caudillo, su bandera y todo el tiempo del mundo.

1940:

300.000 encarcelados en las lúgubres prisiones y campos de concentración de las españas muriéndose de hambre, de frío, de torturas… y el resto de los otros 24 millones de españoles en régimen de libertad condicional.

¿Por qué cuando termina una de las guerras de España vuelve el derrotado al solar patrio en busca de paz, piedad, perdón?

Porque no tiene otro sitio donde ir.

¿Y los que no regresan jamás?

El círculo

La huida es el retorno, los encuentros inesperados de la memoria. Ahí al lado del final está el mar luciente, la madre, el origen. Anónimo, pobre y enfermo se halla no lejos de la patria, ahora escombros, solar de muertos. El corazón es la herida de siempre. También en el final está la infancia. Las olas aquellas son las mismas que hoy susurran estos días azules, este sol.

Y hoy, ¿también te vas a pescar?, preguntaba la loca.

Claros clarines de España.

1940: tenía forma de una espada sucia, polvorienta bajo un sol gris, o blanco, de bonete de cura, de cloaca enrejada, de cruz de metal oxidado.

Ahora todo tenía, como una invertida lectura hegeliana, una Causa General:

¿A ti por qué te fusilaron?

Le negué a un vecino un puñado de sal.

O un poco de azúcar.

¿Y a aquél otro?

Su piso estaba mejor orientado que el de su denunciante.

¿Y a ésta que yace desangrada en el suelo por los doce disparos en el pecho?

Me negó matrimonio (me negó coyunda y mamada).

¿Y ese campesino?

¿Y ese jornalero?

¿Y ese maestro de escuela (pasando tanta hambre… ¡más que un maestro de escuela!)

Cuanta muerte… sin guerra.

El Caudillo de las españas sorbe su café a primera hora de la mañana: Enterado. Al cabo de un rato (cien fusilados), la tinta azul de su pluma (oh, gran letrado, gran militar: ora la espada ora la pluma) se vierte roja sobre el papel de la sentencia, roja como el pecado, como la sangre. Sorbe su café lejos de la fusilería, firma la condena fatal con la mirada esquinada y la frialdad de un reptil, una mirada diríase que pintada por la loca pintora de miradas.

Montones y montones de cadáveres, montones tan altos que llegaban al majestuoso trono de Dios en el cielo, impasible, como cortándose las uñas de los pies, mira, otra pirámide: merecían esto, dice el omnipotente. Es una medida de higiene inevitable, declara con voz falsamente beata un cura celante ante la carnicería perpetrada por los ejércitos nacionales victoriosos, bendecidos por la cruz, por el beso de la Virgen Madre.

¿Hasta el 49 matando? Tantos años después y aún reventando tripas y sesos…

Mucha es la mies, hermano. A ver, esa firma…

1975: muerte del Generalísimo, viejísimo, puro pellejo, en llagas y mudo como un perro, hediondo cuerpo vomitando sangre por el ano, por la boca, por los ojos, por las orejas… por el alma.

Firman el enterado todos estos: los barbudos de la pana, de Cambio 16 y del Triunfo, de los libros de bolsillo de Alianza y los panfletos disimulados de Cuadernos de Anagrama, del cine de Godard y Buñuel y Saura y las inevitables botas militares.

1939-1949: a ningún general con la espada (aún ensangrentada) en la mano puede reprochársele que gane una guerra… Pero ese general es un maldito hijo de Satán si una vez acabada la batalla y erguidas las banderas blancas sigue matando al otro bando ahora rendido y desarmado, perpetúa la escabechina porque quiere el guiso bien adobado con morcilla de sangre:

Se trata de exterminio, mi Generalísimo. Hay que acabar con ellos, los rojos, como si de ratas se tratara, dictamina el cardenal onanista y leucémico de tanto yantar dulzón.

 La España de 1940 huele a mierda y a rata, a bocas podridas, a sotanas y huesos de santo, a alcantarillas y colectores inmundos, a sangre, a incienso de iglesia vendida, a cuerpo ultrajado, a saco de estraperlo, a pólvora fusiladora, a piedras y a lentejas.

1973:

Mira que matamos después de la Santa Cruzada… ¡A cientos de miles! ¡Pero siempre quedan algunos de la camada…! ¡Ratas prolíficas!

¡La patria toda infestada de ratas!

Un siglo más atrás: el militarote español a punto de exhalar su último suspiro, sintiendo el fétido aliento de la muerte que ya le agarra del pescuezo, escucha la exhortación del cura poco antes de morir rodeado de sus seres queridos, auxiliado por los Santos Sacramentos:

Perdona a tus enemigos, hijo mío…

No puedo, padre, los he fusilado a todos.

Pues… ve en paz y que Nuestro Señor te acoja en su seno, que bien te lo mereces.

Esta noche hay saca, don José. Y el capellán de la prisión se paseaba complacido y arrogante por el patio fumando un puro, mirando a los ojos de aquellos condenados que acribillarían a balazos al amanecer: certificaba terrores, adivinaba angustias, la postración final de unas vidas pronto abatidas por las balas, y ello le provocaba grande felicidad: impíos sin arrepentirse de sus pecados, negándose a confesar sus crímenes, caterva de rojos sin alma, ovejas venenosas del rebaño que había que sacrificar para evitar el contagio de las sanas… ¡arderán en el infierno!

A lo mejor, si se aprendían de memoria el catecismo, aún le cambiaban el paredón por la perpetua. ¡Quién sabe!, exclamaba don José sonriendo, representante de Dios en la tierra, que come y bebe del cuerpo de Dios todos los días, que ve a los hombres a través de los ojos de Dios, que perdona en nombre de Dios.

A lo mejor, si aprendían Historia Sagrada le conmutaban la pena de muerte por 35 años de reclusión (justo hasta 1975, El Año Que Murió Franco). Don José asentía con la cabeza: vas por buen camino, hijo mío.

¿En cuántas épocas se divide la Historia Sagrada?

En ocho, que son:

1. Creación del mundo.

2. Noé y el Diluvio universal, que ocurrió el año 1657 de la Creación.

3. Vocación de Abraham, año 2084.

4. Moisés y la Ley escrita, el 2513.

5. Salomón y la reconstrucción del Templo de Jerusalén, año 2992.

6. Nabuconodosor, rey de Babilonia o cautividad de los judíos, año 3416.

7. Venida del Mesías o Cristo, año 4000 de la Creación del mundo.

8. Nuevo Testamento hasta nuestros días, y comprende 1886 años.

(…)

¿En cuántos días hizo Dios el mundo? Es seis, aunque pudo hacerlo en un instante.

(…)

¿Quiénes fueron nuestros primeros padre? Adán y Eva.

(…)

¿Cuáles fueron los primeros hijos de Adán y Eva? Caín y Abel.

¿Qué hizo Caín con su hermano Abel? Matarlo por envidia de su virtud.

¿Fueron malos como Caín todos los hombres? La mayor parte de ellos lo fueron.

Y éstos, ¿de qué murieron?

Bando de guerra.

¿Y aquellos otros?

Ley de fugas.

Entonces, ¿la guerra ha terminado?

1940:

Suboficiales victoriosos, clavan sus machetes en los ojos de los vencidos que van a ser fusilados, vacían con la punta las cuencas, aplastan con la suela de sus botas los globos oculares en el suelo: ven, coge mi mano, yo te llevaré frente al piquete, pasito a pasito, anda, no vayas a tropezar, cuidadito…

Falangistas aburridos sajan las orejas de los prisioneros republicanos; puestas en frascos de alcohol, sirven como recuerdo. Fue moda efímera, hacia 1950 ya era raro encontrar estos trofeos de guerra en casas de nobles y luego también desaparecieron de las vitrinas de las de clase media, y en seguida de las de clase baja. Un antojo de repelente mal gusto pasajero.

Un oficial de la Brigada de Ejecuciones de la Falange se enorgullece de haber llevado a cabo 800 fusilamientos, gran parte de ellos cuando ya se había puesto fin a las hostilidades en el frente.

Proclama falangista:

Además de la dialéctica aristotélica nosotros los fascistas también conocemos la dialéctica de las pistolas, que es la que de verdad convence.

¡Odio infinito, odio!, exclamaba enardecido hasta la congestión otro prohombre falangista (murió de un infarto un día después).

Don José te perdona la vida… eterna, justo en el momento de entrar en capilla para la ejecución: las balas revientan tu pecho.

Hijo, salva tu alma, el cuerpo dalo por perdido: a las primeras luces del día te será arrebatado en justa descarga de fusilería.

Yo te absuelvo, mujer… Y le raparon al cero y le hincharon la barriga con aceite de ricino hasta hacerla casi reventar (no consta si por roja… o por mujer).

Se hallaba más allá de los barrotes de una cárcel, en plena calle, pero daba lo mismo: anda con tiento, mira por encima del hombro: si te descuidas te aplican la Ley de fugas.

¿Tú tienes algo que temer?

¿Quién? ¿Yo?

El joyero monta en bicicleta con su caña de pescar en dirección a la playa y con la idea fija en su cerebro de fornicar el sábado, una vez hecha la digestión de la comida del mediodía, con una de las nuevas putitas vestidas de rosa y zapatitos de tacón que hacen la ronda por Velluters.

La guerra. Qué cosas. Pero ya ha quedado atrás: en un año saco a la luz el oro escondido, que empiece a trabajar, el dinero ya ha empezado a moverse, todo vuelve a su cauce: la loca se nos volvió sumisa, la niña Carmen cada vez menos niña y en el taller el trabajo ya cunde, los cines abren sus grandes telones de terciopelo rojo a la blancura de la pantalla donde has de vivir mil aventuras, mil amores.

I Año Triunfal.

¡Franco, Franco… Rey David! ¡Arpa en tus manos descubro en lugar de espada!, loaba el poeta vanguardista falangista, encorvada la testuz ante el Gran Músico. Y la corte de los milagros, la patulea de serviles y pelotas, estafadores, fulleros y ladrones, corruptos y verdugos, sacerdotes complacientes, gente de toda laya y condición rastrera, prorrumpía en vítores y aplausos, celebraba la buena hora de los nuevos tiempos que tanta promesa de prosperidad llevaban bajo los brazos.

Porque todo parece volver a la normalidad. Los muertos bajo tierra, los vivos al acecho. Los cielos callados (Dios y sus turbias melopeas , ah, señor,  señor, ¿qué vamos a hacer contigo?).

España se pone en marcha. ¿Adónde? ¿De verdad importa adónde? Se pregunta despreocupado y en paz el joyero-ciclista-pescador-putero-estraperlista ese martes bañado por el sol tibio de la mañana primaveral, epifánica, camino del milagro de los peces y de los panes: ¡sabio Mediterráneo! 

¿Cómo arreglamos la realidad?

Tergiversándola, confundiéndola, desarmándola. Puede que al cabo se convierta en otra cosa, pero funciona… como esos relojes a los que desmontas todas sus piezas, las vuelves a montar y entonces descubres que sobre la mesa están sueltos, fuera de la maquinaria, varios de sus componentes, pero las saetas giran y el tic tac no se detiene, y todo funciona a las mil maravillas…

Qué cosas.

Gran España.

El Caudillo ha doblegado al Führer, le ha dejado compuesto y sin novia en un andén, le ha obligado a bajar la cerviz a ese pobre diablo visigodo, a ese bárbaro del norte, a ese germano gesticulante y chillón: los viejos tercios heroicos han resucitado de los andrajos rotos en mil batallas, de las picas astilladas, de los pendones maltrechos, de los estandartes de tela podrida, de las enseñas enmierdadas por el lodo de la última derrota en Flandes un día oscuro, frío, lluvioso y de un viento capaz de desbaratar de una vez por todas los aires de grandeza de las naciones… Pero, ahora,  ¡tiembla, Europa! ¡España de la mano de su Caudillo ha vuelto!

Renace no de las cenizas, sino de la sangre, de la razón y por la gracia de Dios, que no es moco de pavo (apéndice colgajoso y fútil, antiestético).

¿Tú qué crees que se dirían el señor Franco y el señor Hitler en el histórico encuentro de Hendaya del año del Señor de 1940?

Nada, no chistarían una, ni paular ni maular: ni el señor Franco hablaba alemán ni el señor Hitler hablaba español. Diálogo de sordos. Y de mudos.

Para eso estaban los intérpretes, caramba. Ni la mirada ni el gesto necesitan ser traducidos (díselo a la loca).

Entonces lo interesante sería averiguar que se dijeron los intérpretes entre sí mientras el señor Franco y el señor Hitler asistían como testigos fotografiables sin decir esta boca es mía, mirándose a los ojos sin sonreír, deseando levantar el culo del asiento y perder de vista al otro de una maldita vez.

Gente de alcurnia aquellos dos traductores-intérpretes, elegidos para la ocasión memorable, de lealtades inquebrantables y discreción probada, transcribirían lo exacto, lo real, lo…

A saber… Quiero Gibraltar, diría uno; quiero el Mediterráneo, diría el otro.

En algo se entenderían tan grandes estadistas. Ambos se sabían matarifes disfrazados de capitán general. Se reconocían, a pesar del recelo mutuo, de la desconfianza inevitable, cómplices de un devenir histórico donde la mentira, lo ruin y lo sangriento configuran los vértices siniestros del triángulo oscuro de ese... de ese… ¿Ese qué?

Nada bueno podía salir de aquel jardín ferroviario:

Acabar uno en un agujero a treinta metros de la superficie con el cuerpo casi deshecho por los narcóticos, mordiendo una cápsula de cianuro mientras se descerrajaba un tiro en la sien aún con el sabor de la sopa de acelgas y de la tarta de chocolate en la lengua.

Acabar otro alelado y drogado, sujeto a cables y tubos como patas de araña y cagando grumos de sangre en su lecho de muerte (como quien dice) mientras su yerno hacía fotografías de la gloriosa agonía gusanera y bíblica para negociarlas al mejor postor: un par de millones de las antiguas pesetas, para entendernos: ¿Trato hecho? Venga.

¿Aún estamos en el I Año Triunfal?

Su señora, querido Gay, siempre entre libros. ¡Nos salió lectora la consorte!

No crea que no me inquietan tamaños entretenimientos, sólo que, bien mirado, no deja de ser satisfactoria esa afición. Los días de turbio en turbio y las noches de claro en claro: es convenio que me satisface. Mejor que ande entre libros y con el culo quieto que en otras locuras.

La loca lleva a su muñeca (que ya cuenta 13 años) entre rosas, lacitos y tirabuzones de paseo a la plaza de la Virgen y a la de la Reina, en ocasiones se allegan hasta el Parterre (a ver los ficus), y la muñeca, que ha crecido demasiado y demasiado pronto, sólo desea librarse de la mano huesuda y algo húmeda de esa mujer incomprendida y digna de lástima, soñadora, lectora las más de las veces de novelas algo descerebradas (Zamacois, Felipe Trigo y Fernández Flórez, pero asimismo Leopoldo Alas y Blasco Ibáñez; y también Maupassant, Daudet y Hugo a quienes leía regularmente en su idioma valiéndose del francés aprendido en el colegio), una mujer destruida por el desdén inexplicable de su marido y que, aunque a ella, la niña Carmen, le cueste creerlo, es su madre (así es, sin duda ninguna).

Da gracias, niña, de que no te endose a Mariquita Pérez lanzándola a tus brazos: la muñeca vestida de rosa paseando a su muñeca vestida de azul ante los ojos desorbitados de esa vigilanta vestida de negro, seria, alta y delgada, hierática a veces (como una muñeca).

Lo raro es que después de tanto muerto, de tanto cadáver bajo tierra o enterrado a medias, en la España nueva, grande y una sólo huela a mierda cuando también debería oler a carne podrida y a vísceras desparramadas y órganos descompuestos: todos los días se matan hombres y mujeres (les revientan con disparos al pecho y, a veces, a la cabeza) aunque hayan otros hombres y mujeres con las panzas llenas que con los veinte duros en la mano acuden solícitos a los establecimientos correspondientes para comprarle a la nena su Mariquita Pérez, un auténtico aborto de la estética más aberrante del ya de por sí aberrante mundo de las muñecas, engendros monstruosos siempre con los ojos abiertos.

En aquella España convivían como si tal cosa, como lo más natural de un mundo al que se la traía al viento el ojo de Dios encerrado en el triángulo sagrado, Mariquita Pérez y la adolescente fusilada, el desfile victorioso y la camioneta sin capota donde se amontonan los cuerpos sin vida de los prisioneros rematados, las procesiones beatas de cirio grueso, oloroso, chisporreante y las infinitas colas de los desheredados y hambrientos mendigando a las puertas del Auxilio Social la caridad engañosa y cobarde de los vencedores. El desprecio criminal y la adulación convivían como si nada con el rezo y la arenga, el castigo y la muerte, la paz y la guerra: dos cabezas, tres cabezas, cuatro cabezas, decenas de cabezas sobresalientes del tronco de un animal sobrecogedor recién parido y arrojado a la tierra desde los cielos más oscuros: España Una, Libre, Grande.

El padre de Charlie, uno de ellos, cualquiera de esos Charlie que muchos años después andaban trajinando detrás de una barra aguantando a los tipos como un tal Boceto para pagarse las matrículas de la universidad si es lo conseguían, llegó como pudo de Argelés-sur-mer más muerto que vivo, recién cumplidos los veinte años, de una palidez de sudario, esquelético y con los ojos agrandados por el hambre y el horror, y al poco tiempo procuraba alejarse todo lo posible de los cementerios, no fueran a pensar que se había escapado de la tumba y ahora el muerto que era se paseaba entre los vivos para recordarles la verdadera condición y destino de cualquier ser humano sin excepción: ¡Vuelve a la tumba desgraciado, cenizo!

El estigma de rojo no se lo quitó en todos los años que todavía anduvo por las calles como un muerto en vida entre trabajos menores y humillantes con el único beneficio de aplacar el hambre de él y los suyos. Parecía que el mundo se demoraba con la miseria, todo se hacía tarde y mal, o al menos, regular: casado a los cuarenta con alguna lacónica servidora llegada a la ciudad procedente de cualquier poblacho manchego; tres hijos fueron llegando a partir del 59 (este año tenía forma de…): Charlie todos los charlie, salvo alguno que, al infierno de una vez los escrúpulos, le echaría mano subrepticiamente a los billetes de la caja, fue el último de los tres fracasados vástagos: llevaban en la frente la marca del desahuciado. Nada que hacer: el mundo no sería tuyo ni en sueños, ninguno de sus lujos, ninguna de sus fortunas.

Pobre Charlie, proscrito de la ganancia y escanciador de copas: una más, Charlie.

Tu padre, Charlie, también parecía que tenía siempre los ojos abiertos.

Las niñas-muñeca hacían mucha gracia. ¿De qué estaba hecha una muñeca, una niña?

¿Hacían mucha gracia en un país cuyo menú consistía en raciones de pan de maíz, patatas, garbanzos, boniatos, alubias y bacalao y tocino?

¿Y quién comía ese menú?

(Puedes cambiarlo, si es tu gusto: algarrobas, almortas, castañas y un puñado de cacahuetes por añadidura.)

¿Te gusta más?

¡Qué épocas…! (Las del piojo verde.)

Pues, señor, ¿de qué estaba hecha una niña?

¿Una Pepona, una Mariquita Pérez?

De cartón-piedra, y de porcelana la cabezota, pero sólo la de la señorita Pérez: la otra es regalo de pobres, a duro la unidad: acabará en manos de una servidora-niña. La señorita Pérez no se exhibe entre tus posesiones por menos de 20 duros. La señorita Pepona tiene las manos estragadas por las faenas, viste una tela barata y no tiene zapatos… ¡se pinta unos falsos en los pies desnudos y… ¡su pelo también es de mentira! Sin embargo, todo en la señorita Pérez es verdad: su cabello, sus bonitos trajecitos, sus zapatitos Topolino… ¡hasta su ropita interior! Y es de rancio abolengo la niña: llamábanse su papás José Antonio Pérez de la Escalera, militar, y su mamá, de alcurnia vasca, doña María Carvajal y Goicochea; tiene un hermanito, simpático, ocurrente y algo travieso, que se llama Juanín Pérez de la Escalera. Mariquita acude a un colegio de monjas, esquía en Suiza y veranea en la Costa Azul, dispone de un armario donde preserva de la polilla traidora cien vestidos, incluido el de su Primera Comunión, que es de muselina y algodón puro. La otra, la Pepona, está destinada fatalmente a fregar escaleras, agachar el lomo lavando ropa y, andando el tiempo, a perder la virginidad a manos de los hermanos o los hijos de la señorita Pérez.

Y todo este cuento…

Escrito fue por don Torcuato Luca de Tena, de la ilustre casa del ABC.

¿Qué fue de la señorita Pérez?

Le birló la cartera una tal Barbie, o una tal Nancy, y se murió de la pena inmensa. Nunca más se supo de ella. La vida toda es una estafa.

¡Qué épocas!

El mundo es un tiovivo… o el carro de Boecio, según…

¡Los rojos no llevaban sombrero!, advertían las sombrererías en sus anuncios a los hombres de bien: y las calles se atestaron de caballeros con el sombrero de fieltro puesto levemente inclinado ora a la izquierda ora a la derecha… y la mirada galana.

En cuanto a las rojas…

Arriba (diario falangista, crudo y bestial en su primer año de vida pública y general y en los de mucho después): Las rojas eran feas, feísimas. Contemplándose delante del espejo se dieron cuenta que nada podían esperar de sus groseros encantos en el futuro. Sus piernas eran gordas y deformes. Las rojas eran feas, bajas y patizambas, siempre hedían a cebolla y fogón…

Malditas Peponas…

Ni un español sin lumbre, ni un español sin pan, se dice nuestro pescador cara al mar, las olas que van y vienen…

Y de postre, uva de Almería.

La niña Carmen está hasta el moño de su señora madre. Una madre fiera con la dulzura de su sonrisa y el ademán pausado: ahora haremos esto; luego haremos lo otro, y más tarde haremos aquello… Es maestra sabia en la suavidad de las torturas, en la astucia irritante de su dominio inexorable: ¿Sabes,hija?, en el Capitol hacen una con Myrna Loy y William Powell, ese actor americano que se parece a tu padre… con el sombrero puesto. Tenemos que ir a verla, ¿qué tal el miércoles, cuando salgas del colegio? Te voy a enseñar a hacer magdalenas, y natillas, y la receta auténtica del pato a la naranja, y te contaré los secretos de un buen soufflé… Tu padre que siga llenando la barriga con arroces: hoy, paella, ordena. El domingo que viene tú y yo…

La hija del joyero comienza a desarrollar unas maneras más bruscas que delicadamente femeninas o sagaces, cada día que pasa le interesa más ir al grano de las grandes cuestiones, a qué dar rodeos:

No voy a matricularme en la Escuela de Bellas Artes, anuncia con sequedad.

La mujer, la madre, mater amatísima, se queda por unos instantes sin saber qué decir, y tiene los ojos muy abiertos, mucho más de lo habitual en ella, siempre a punto del asombro.

Al final, algo aturdida, elude cualquier objeción.

Creí que querías ser artista, como la mamá.

Quiero estudiar Filología.

Entonces… ¿No te interesa el arte?

Una cosa no impide la otra. Pero no quiero ir a san Carlos. Es más fácil escribir o enseñar que pintar. El arte puede esperar.

¿Qué dice tu padre?

La hija desvía la vista hacia el aparato de radio silenciado. Mudo.

Al pescador no le importa: haz lo que quieras, dice.

Pero tú vas a ser una gran artista…¡Tienes que ser una gran artista!

Ambas mujeres, o la mujer y su muñeca ahora respondona, quién lo iba a adecir, se hallan en el espacioso salón de atrás de la casa bañado por el sol mañanero, de altos ventanales enrejados recayentes a un gran solar lleno de luz y de gatos, de escombros y jaramagos.

La hija la mira con un poco de lástima, con la frialdad de la niña de catorce años que ya sabe perfectamente lo que quiere, o, mejor todavía, lo que no quiere, y lo que no quiere, además de otro millón de cosas que le producen una tirria infinita, es lo que le ha tocado a su madre en la lotería negra de la vida.

Claro que lo seré, concede al final. Pero de momento me voy a Letras. Lo tengo decidido.

Aún es demasiado pronto, musita apenas perceptiblemente la madre encogiéndose de hombros, con expresión desdeñosa. La hija no ha entendido muy bien lo que ha dicho, pero también le da un poco lo mismo.

Ya lo creo que es pronto, piensa la mujer sin despegar los labios, con sus ojazos absortos en algún punto invisible de su mente (la realidad no existe).

Ahora, a esta edad, son como muñecas, tan fáciles de romper, de destriparlas y revelar a la luz el vacío de adentro, lo que no son, un hueco sin rellenar, escondrijos donde camuflarse, que ellas ni siquiera sospechan…

La niña Carmen a su atildadita muñeca, a su Mariquita Pérez, la perfumaba con el pulverizador de cristal esmerilado que cogía del tocador del dormitorio de su madre o le vertía, con un poco de asco y aprensión, gotitas de un frasco de colonia de hierbas a los vestiditos confeccionados a la medida del engendro:

Es que si no, no huele a nada o sólo a cosa indescifrable esta parodia de ser, o a algo incluso peor: a cadáver. Y dos meses después la arrojó por el balcón vestida de novia. Adiós, adiós, mierdosa inescrutable de ojos muertos.

A las puertas de los quince años, caramba, una ya no está para muñecas por más que a tu madre, utilizándote a ti, se le antoje obligado ese tipo de bromas sin sentido paseando por las calles y plazas del centro de Valencia.

Aunque, una, en primavera, lleve puestecito su canesú no demasiado holgado, los brazos al aire, los pequeños senos apuntando con sus pezones desde el liviano tejido al horizonte.

Pero ¿tu quieres a la mamá, verdad? ¿No quieres ser como ella?

(Todas las mujeres quieren ser una mamá,)

Claro que sí, mamá. Y esas palabras atenúan acaso la violencia soterrada de la breve conversación entre la madre y la hija: ya empezaba el distanciamiento fatal: esa mujer y yo... ¡Qué cosas!

La niña Carmen que ya era la joven Carmen de dieciséis años con las fiestas bárbaras muy bien aprendidas, al final no se matriculó en Letras: esa carrera no precisa de ninguna técnica, de ninguna habilidad especial, y ella sabe leer desde que tenía dos años y medio: nadie iba a empezar a enseñarle ahora, y menos esos tipos que huelen a tabaco de picadura, a vino tinto y a bragueta. Y tampoco fue a causa de las instigaciones maternas, que las hubieron de forma insidiosa y constante, sino consecuencia de la búsqueda casi frenética de otro modelo de vida que la alejara de lo que ya sabía que no quería en absoluto, de todos aquellos desafíos medianos de gente acobardada por la época. No decayó en ningún instante en lo hipnótico de esos años capaces de impregnar cualquier sensibilidad de apatía y mediocridad. Se forjó un mundo propio en el que no tenía cabida la realidad de afuera, su mezquindad y sus trampantojos, una realidad tan fácil de sustituir a despecho de la soberbia de sus mandatos y sus carencias miserables. Sólo había que ignorarla, construirse otra realidad cuya arquitectura esencial procediese de ella misma. Además, adivinó aterrada, culpable antes de empezar, empieza una a estudiar Letras y termina escribiendo poemas de mierda en cualquier papel, peor aún, dándoselos a leer a otros, estos sí, inocentes, víctima de tus antojos sentimentales o espirituales (ja).

Al menos la podía haber tirado a la basura, o a la papelera.

¿A quién? ¿A su madre? ¿A la muñeca?

A la muñeca.

La niña Carmen la estrelló contra el pavimento, y hasta le pareció que, reventada sobre el suelo, le salían hilillos de sangre por las orejas, por los ojos… En seguida se alejó de la barandilla y cerró las hojas del balcón sin poder ocultar una sonrisa de lo más perversa. Durante unos momentos se quedó pegada a los visillos, aunque desde esa posición le era imposible atisbar el pequeño revuelo de afuera, pues los transeúntes habían confundido por un momento al pequeño monstruo caído con un bebé; respecto a la naciente Carmen Gay Giner, esa fue la primera y la última vez que sería una mujer entre visillos: a partir de entonces, cuando quería ver la calle, estuviese donde estuviese, abría los balcones y las ventanas de par en par, ventilaba a conciencia los interiores, que entrara toda la luz del mundo: se había librado de los años infames...

¡Qué época!

De modo que en el 43…

¿Qué forma tenía?

Ese año probablemente no tenía forma, nunca terminaba de eclosionar, fue el año interminable, el frío horrendo, la pertinaz sequía, las maracas de Antonio Machín…

Imaginemos sin reservas una forma cualquiera, poliédrica, polisémica, plural, intercambiable, imprevista, inesperada:

Gris sordidez, un sol gris, hasta el sol rojo de poniente era gris, las miradas eran grises, los andares, las ropas, las películas tragadas sin chistar eran grises como las píldoras para dormir y soñar era un gris más gris que el amanecer gris que alumbraba el día gris

pues la cara de la futura niña artista proyectaba un leve resplandor azul

sería la Petromaxe

el frío: la figura alta y delgada de tu madre que, friolera, anda tapada hasta el cuello por un abrigo de astracán, destacando debido a su estatura de entre las cabezas de los demás oscuros y cabizbajos viandantes

el frío, que es un frío como nunca se ha visto, un frío que por mucho que te tapes te desnuda, te deja temblando, con los ojos escarchados y con el culo al aire, un frío que de pronto se ha desembarazado del fardo de las prendas de vestir, se posa en la piel y te abre la carne como si se hubiera transformado en un estilete de hielo capaz de penetrar hasta en tu alma caliente

el frío: las castañas asadas de los años siguientes nunca tendrían el sabor helado de las castañas asadas del año 43

las novelas se venden a plazos, incluso las más económicas

el señor Azorín agradece al Caudillo de España su perseverancia en ganar la guerra: de lo contrario no habría podido escribir y leer tranquilamente en mi casa, en la benéfica paz de mi biblioteca, junto al brasero, al lado de la ventana abierta a las copas verdes de los árboles

el día 1 de octubre es el día del Caudillo, ¿tú lo sabías?

el día 18 de julio es el Día del Valor, ¿tú lo sabías?

el día 2 de enero es el 451 aniversario de la conquista de Granada, ¿tú lo sabías?

el día 14 de marzo es el día del Santo Padre, ¿tú lo sabías?

¡tú no sabes nada!

en el 43 tu madre sigue leyendo montones de novelas (este año tercero y triunfal, tumbada desde el término de la radionovela hasta el atardecer, se dedica especialmente a la señora Pearl S. Buck y a los señores Cecil S. Laurent y André Maurois) y se alimenta casi exclusivamente de Ceregumil, asqueada hasta la náusea del comensal arrocero y sus porrones de vino con gaseosa, tampoco ha dejado de pintarrajear día tras día retratos desconocidos, que serían para ella como los recuerdos de otros seres alojados en su propio cerebro

en el 43 huele a muerto por los cuatro costados

en el 43 te resistes, tú, niña Carmen, con todas tus fuerzas a acompañar a tu madre a ver Deliciosamente tontos (0), con Amparo Rivelles y Alfredo Mayo de bochornosos protagonistas; ganas la partida y será el consorte joyero malhumorado quien acuda con ella del brazo al Rialto aunque ciscándose en todos los santos (era sábado, día de putas)

si quieres unos zapatos nuevos con suela de goma, tendrás que entregar los usados…

hecho

hay trueques… yo no sé

como niña con zapatos nuevos, charolados, con el piso de goma.

1943:

rascayú, cuando mueras qué harás tú

tú serás un cadáver nada más

rascayú, cuando mueras que harás tú

será tu itinerario durante años hasta el aburrimiento, artista en ciernes, bella Carmen Gay, con el gran cartapacio de badulaques lleno de bocetos, aguadas y apuntes al carbón bajo el brazo:

de Caballeros, 6, a la plaza del Carmen: poco más de cinco minutos por las antiguas callejas moras, un laberinto de mugrientas casas de dos y tres pisos con olor a maderas viejas, trapería húmeda y capas de apestosos orines de gato: el año 1943, IV Año Triunfal, huele tanto a trasto, tanto a podredumbre y a las pestilentes paredes siempre mojadas como por una lluvia negra, tanto a portales que hieden por las bolsas de gases muertos almacenados en los rincones de sus entradas sombrías y estrechas, tanto a la suciedad de  aceras mínimas, a dos palmos de las paredes, tanto al asco de los lóbregos imbornales en los bordillos de los que brota una fetidez de rata muerta tan reconcentrada… Tanto todo que hasta se podría mascar.

Sale de casa a buen paso, a principios del otoño, recién inaugurado del curso 1943-1944, su primer año de estudiante adulta.

Abandona Caballeros y se mete por la calle de Los Borgia, deja Concordia a la derecha, sigue por Angel Custodio, alcanza La Cruz, continúa hasta Juan de Juanes, desemboca en Roteros y culmina en la plaza del Carmen…

Mis primeras letras, mis primeros óleos…

Helo ahí, la clave del triunfo, la fórmula que conduce a lo picassiano, a las subastas taxativas de Sothebys y Christys a partir de los estilos inmemoriales, el antiguo convento de los carmelitas, de barroco campanario y una fachada que exhibe sin pudor columnas jónicas y salomónicas, hornacinas y esculturas de santones, angelotes rollizos como ménsulas: he ahí la usurpadora Escuela de Bellas Artes de san Carlos de un edificio que desde el siglo XIII hasta el bien metido el siglo XX, y desde el mismo portalón, engendra su actual batiburrillo estilístico: trazas medievales, góticas, renacentistas, neoclásicas y hasta falsamente clasicistas deparan un muestrario arquitectónico que parece cumplir a rajatabla los preceptos el arte de aquellos tiempos de aprendizaje de la sin par Carmen Gay Giner: un eclecticismo y proliferación de vocabularios plásticos elevados a la enésima potencia… de puertas afuera; dentro, la penumbra, las telarañas y los cristales más sucios del mundo, el oscuro silencio de los genios haciéndose en el polvo secular.

Atraviesa a zancadas, sin mirar a un lado o a otro (ella, a lo suyo), el claustro renacentista de sobrias columnas desprovistas de cualquier adorno escultórico.

La vegetación en torno al pozo de brocal de piedra en el centro dota ese breve recorrido de cierto romanticismo que engalana algo la precariedad ostensible del recinto estudiantil: acantos y hiedras, plátanos y acacias, el suelo de tierra musgosa, ese decorado arbóreo y herbal todavía parecen ensombrecer un poco más, aunque no sin despertar cierta fascinación a la vez, la angostura del espacio claustral.

Desemboca en el claustro gótico de bóvedas de crucería simple y figuras heráldicas como molduras donde se apean a media altura los nervios. Desdeñosos estos tiempos de penuria con otros menos vándalos, empieza a ser cruelmente tabicado para los distintos usos académicos destrozando sin reparos una arquitectura antigua y noble que ya nunca será la misma después del sabotaje estético e impune.

La Iniciada elige su lugar: atractiva, misteriosa, callada y ausente de los otros.

Ella no pretende ser más que lo que es, y es mucho, eso la distinguía de la mediocridad de las apariencias.

El profesor, un hombre viejo y mínimo, de pelo blanco alborotado, vestido con una bata corta de color azul demasiado holgada para su  menuda complexión, y unos pantalones negros rebosantes de brillos grasientos, con los lentes caídos sobre el puente de la nariz, se halla justo debajo de una de las grandes ventanas con los cristales polvorientos, repasa en la palma de su mano un conjunto de difuminos con los que el alumno a su lado, delante del caballete, se dispondrá a esfuminar más tarde. El viejo profesor sacude la cabeza de un lado a otro, como dudando.

No sé yo si éste o el otro, o aquel…

¿Qué clase de papel me está utilizando, joven? Sabrá, querido amiguito, que esto influye lo suyo; estraza o Guarro, vitelas o papel de la China.

Este hombrecillo experto en artes babilónicas: En la tremenda Mesopotamia…, de tal manera iniciaba en uno de sus tratados históricos una reflexión realmente apabullante que obviaba, como todos sus librillos en general, el dato científico, incluso el anecdótico. Hombre versátil, también se conocía al dedillo el Diccionario Biográfico de Artistas Valencianos, de El barón de Alcahalí, obra muy celebrada, premiada en los Juegos Florales de lo Rat-Penat el año 1894. Este diccionario, al que no dejaba nuestro hombrecillo de apelar, no carece, ya en su primera página, de cierta gracia, y nos ofrece el tono y el estilo a través de los cuales van a discurrir las aventuras personales y artísticas de la peña valenciana.

Entre otros ejemplos:

ABELLA (Bartolomé). En 29 de Septiembre de 1418, aparece este artista como vendedor de una fincas situadas en la partida de Melilla (Valencia) en los protocolos de Juan Cambra (Archivo General del Reino). Fueron testigos en este Escritura Pedro Arabot y Francisco Gamaiso, pintores.

AGRASOT (Joaquín). Uno de los más destacados representantes del realismo estético de Fortuny. Nació en Orihuela y fue discípulo de Dn. Francisco Martínez.

(…)

Presentó Agrasot en el Certamen Nacional de 1884 dos cuadros, uno de gran tamaño y pretensiones, y otro de género. Titulase el primero Muerte del Excmo. Sr. Marqués del Duero y representa el momento en que un capitán de húsares a caballo transporta, ayudado de otro oficial de infantería, el cadáver del infortunado caudillo. Forzoso es confesar que este cuadro no respondió a lo que podía esperarse del autor de Las dos amigas, y si hemos de ser sinceros, no satisfizo ni a los admiradores más benévolos del artista. ¿A qué puede atribuirse este relativo fracaso, tan sensible como inesperado? Sólo podemos atribuirlo a que el señor Agrasot SE DURMIÓ EN LOS LAURELES…

Tales enseñanzas, tales… ¡Y cuántos modelos más podríamos sacar a la gloriosa palestra…:

Shakespeare inmortalizó en la Inglaterra a Romeo y Julieta; Hartzenbusch inmortalizó en España a Diego Marcilla y a Isabel de Segura, los Amantes de Teruel, pero el inglés no ha tenido la suerte de encontrar un pincel del fuste del de Muñoz Degrain…

SOROLLA (Joaquín). ¿Es ya Sorolla en el arte un astro de primera magnitud? ¿Su talento pictórico es absoluto e indiscutible, o está solo con las exigencias de la crítica a la moderna? Difícil es contestar a estas preguntas que nos vienen a las mientes al tomar la pluma para ocuparnos brevemente de este simpático artista…

Benlliure… ¡Ah, Benlliure!

Vergara… ¡Ah, gran Vergara!

Noble san Carlos cuna de…, cuna de…

Ella con los ojos entornados mide la gradación de la luz, incluso trata de captar la magia esencial de una envoltura invisible, el tono preciso de su atmósfera, calcula las proporciones del horrible yeso frente a ella, examina los diversos pliegues del desvaído ropaje en grises que lo cubre en alguna de sus partes, desenvaina el carboncillo, alisa el papel: a la gloria nos vamos, niña Carmen.

Explora su época, la trama de su universal enredadera, los hilos que la sostienen en el vacío, asida en el borde del abismo de la descreencia y la corrupción estéticas, indefensa ante los peligros que la acechan hasta que, definitivamente, ya no sea tampoco su época. ¿Cómo dar respuesta a esa hilatura invisible que maneja las acciones, las modas, las pulsiones, vivir en El Siglo, hundido en sus lodazales y esperanzas hasta las cejas, y no fuera de él libre de las paredes y los corredores silenciosos del castillo de un alma orando tonterías a dioses invisibles, mudos, ciegos, sordos? ¡Qué embrollo para un artista que descubre cuando ya es poseedor feliz de una técnica que es muy diferente estar en el mundo que ser en el mundo! ¿De qué estamos hechos en realidad? Pues para un artista, si lo es y no acaba en farsante, el verdadero canon que le impulsa para la representación honesta sobre el lienzo o a puntazos con la piedra es escudriñar lo que no se ve, y no la apariencia grosera de las seres y las cosas, tan al alcance de las estadísticas más oficiosas de lo visible. Ser de este siglo, vivir en ese siglo, que son todos, donde han anidado el 43 y los años siguientes hasta el 75 y también los posteriores a éste, y los anteriores y los de más atrás del satánico 36, y más atrás aún del 27, año de tu nacimiento según las estadísticas de lo visible, hasta dos  millones de años más atrás:

Hola, Lucy, bienvenida al caos.

Vivir afuera del castillo, y no acobardada en el recinto de El Gran Silencio lejos de ese mundo que es sólo un páramo ruin, vivir en una selva mefítica pero que es el mundo y no Las Grandes Horas Mustias donde, indistintamente, el cielo, la tierra, la hogaza de pan, el vaso de vino, el pecado eterno, la noche… El Gran Silencio… La Paz. Qué mar de la tranquilidad, pero qué descomunal Retirada, qué gran Solución para el cobarde: ése se refugia en Dios, El Gran Vacío, en lugar de hacerlo entre los hombres, en El Siglo. Será que tiene poco de mártir. Pues en arte si no te la juegas no eres nada aunque te pongan nombre, seguirás siendo nadie, y hasta altar engañoso, ante el que pronto dejarán de postrarse cuando descubran tus engañifas.

Oh, Juan de la Cruz, de sentimientos pródigo, de claridades generoso, pero se escondió en el alma, un arcón de luminosas revelaciones y… no exento de fetideces enmascaradas por los sutiles y más exquisitos perfumes, y luego lo cerró con seis llaves, y otras la dejó para el futuro: las palabras escritas que fueron dejadas afuera, como al desgaire, como el que no quiere la cosa, pero ahí las minúsculas lágrimas sobre mar tan apacible, Espíritu Santo toma mi mano, mueve la pluma, escancia de mi interior bodega, pobre Juan revelado, viendo cómo venía la muerte mientras el santo se pudría, dolorosa e infecta agonía, y así, lentamente, el alma huía, y yo apenas sabía de ello, tanto que me concernía, otra muerte y condición habría menos dolorosas que las que sufría, ni yo miraba cosa, sin otra luz, ni guía, sino la que en el corazón ardía, y el mismo verbo Dios era, que el principio se decía: él moraba en el principio y principio no tenía.

Desprecian su actualidad.

Se ocultan tras la misión silente y sacrificada.

No… Vive en El Siglo, carmelita, libre, lejos de la mazmorra de la soledad y la pureza paralizantes, revuélcate en el lodo, pues todo lo humano te concierne: haz de las trazas de la realidad tu arte.

Ella desprecia los difuminos, esfumina con las yema de los dedos sobre el grueso papel de barba. Desde muy pronto entendió que para ser artista había que arremangarse hasta los codos, o más allá, y palpar cuanto le rodeaba sin miramientos ni escrúpulos de burócrata del arte, chapotear en la charca de la creación con los pies desnudos y el pelo en desorden, pringarse de óleo o de arcilla hasta los ojos abiertos, desmesuradamente abiertos, como brillan a todas horas, grandes y oscuros, se diría que enloquecidos, en el rostro de su madre. ¿Seré como ella?

Cuando llega a casa, a la hora de la comida, su madre le mira las manos manchadas, los dedos teñidos por los tiznes del carboncillo: sonríe con orgullo, eres una gran artista, le dice a la niña Carmen… aunque eso yo ya lo sabía desde hace mucho tiempo: has de ser la más grande artista del mundo. Casi está a punto de besarle las manos tan guarras, costrosas de texturas.

Son años inhóspitos: si te casas y te vas del hogar, tu madre se mata; en consecuencia, sólo se mira a sí misma, a los rayajos sobre el papel, a la paleta en su mano izquierda y el pincel o la espátula en la derecha, al lienzo embadurnado poco a poco con lo que no se ve. No mira en torno a sí, y menos a los caballeros alumnos a un metro de su sitio.

Tus profesores en san Carlos son buena gente y pésimos artistas, mediocres pedagogos, docentes incapaces de enseñar nada más allá de la técnica artesana y cuatro consejos de manual.

¿Sabe? Todos hemos pasado por la Comisión Depuradora: somos personas de probada confianza y leales al Caudillo y a su Régimen: dibujamos su efigie con los ojos cerrados.

1944: ¿Podría usted, distinguido profesor, adentrarnos en la poética, siquiera mínimamente, de Paul Klee?

¿Quién? ¿Yo?

Profesor, háblenos de la Bauhaus…

Un cura sabihondo por esos claustros, habla de un tal Kandinsky, de un tal Chagall, hasta de Picasso perora…

Quizás al joven profesor Bernardo Brell Ferrer, uno de los modernos recién licenciado, integrado en prácticas en el Departamento de Historia, se le alegren las pajarillas si le vais con esas monsergas. El tipo promete, va directo: le echa los tejos a Carmen Gay: a ELLA. 

Pero la época de la loca era siniestra, y era también la época de su hija, como siniestros eran su estilo y sus admiraciones triviales y sus justificaciones amorales.

Ni siquiera, Señor, puede uno, o una, envolver su bocadillo de sardinas en una hoja de periódico (pues falta papel para tanto panfleto: prohibido envolver nada con papel).

¿Por qué, Señor, tanto niño rapado? ¿Qué andamos en campos de concentración?

Acorázate, pues, contra la turba de piojos: rescata del arcón la adarga antigua, la lanza en astillero, recobra la espada mellada y salpicada de orines, fabrica la celada, distrae la bacía del barbero en otra cosa y colócatela brillante como el oro en la cabeza, amurállate con la armadura del peto y el espaldar, y no temas, caballero de El Piojo Verde, las desventuras y desdichas que han de sobrevenirte.

Mientras la niña Carmen (tiembla Picasso) anda y desanda los caminos del arte, las españas alicaídas encuentran flaco alivio en la superchería del fósforo ferrero, del pueribalsam y del aspaime, milagrosos potajes farmacéuticos que previenen de todo los males (incluido el ataque rastrero del piojo verde).

Mejor te hubiera ido, madre de la niña Carmen, suscribiéndote a Medina y haberte desembarazado de esas novelas perniciosas de las que tanto acopio has hecho, bella revista ilustrada que aconseja al marido amar a la mujer pasiva, dulce, que te espera detrás de la cortina con sus rezos y sus labores. ¡Para qué saber más de las recetas de cocina, las oraciones y la tendencias de la moda!

¿Cómo van las cosas de los hombres, cómo sus guerras?

La ilustración guerrera  en la  portada del semanario El Mundo, no exige el pie de foto: ciudades ardiendo, combatientes fusil en ristre zigzagueando con el tronco inclinado bajo las balas enemigas, barcos humeantes partidos en dos hundiéndose en aguas oceánicas, cañones de largo alcance con las bocas encendidas por el reciente disparo…

Pues abandona tales lecturas, que el diablo surrealista de La Codorniz te confunda con todas las de la ley:

Caramba, don Jerónimo, ¡que cambiado está usted!

Es que yo no soy don Jerónimo…

¡Pues más a mi favor!

Tú, ¿cómo es que estás tan bien informado?

Me leo Redención de cabo a rabo: una vez estás entre rejas ya no importa que sepas la verdad.

Dentro… o fuera, das vueltas y vueltas, y ni un solo instante te libras de los grandes ojos del panopticón: eres carnaza fácilmente abatible, te ven desde cualquier lado, eres diana de la mirilla, hijoputa: mueve un dedo y lo comprobarás. Ahora, en el V Año Triunfal, todo es una prisión, entre barrotes y si lejos de ellos entre consignas, advertencias, mandatos, imposiciones, prohibiciones… y hasta garrote vil si se les va la mano.

Chitón (es, digamos, una interjección curiosa, como de otro tiempo, hasta extravagante…)

Silencio, silencio, pues.

Sí, su memoria loca le traía recuerdos que no eran suyos, como si otra vida, otra existencia inimaginable, se hubiera entrelazado con la suya en algún momento del pasado, rastrear el origen de los recuerdos de algo no vivido por ella la volvía loca de remate, la torturaba hasta tal punto que prefería ser cualquier cosa a lo que era, ¿pero estaré yo loca como asegura ese pescador y arrocero de mierda?: porque si a una le quitan los recuerdos propios, el alma suya, su pura conciencia y la modelación de su memoria, y además le endosan ráfagas y destellos, instantes de una vida vivida por un otro o una otra, una rememoración que olvida lo que era ella, sus sueños, sus hechos, sus aspiraciones más secretas y convoca fantasmas, delirios y sucesos que nada tienen que ver con los suyos, ya no queda nada por la que merece vivir, sería una simple ilusión en seguida asaltada en el tiempo por el otro o la otra desconocidos que la transformaba en vicaria, o ni siquiera eso, en mera testigo de una andadura que nunca emprendió y de la que le resultaba difícil sacar algo en claro o entender las causas de sus acciones, hasta un poco de asco le daba, como si hubieran metido sus sesos intactos en la cabeza de otro o de otra, en el cuerpo de otro o de otra, y ahora sintiese un olor corporal ajeno a ella, un gusto en el paladar distinto al recordaba como propio, un aliento raro, su lengua era una extraña sierpe bultosa como siempre lo era, pero ahora no era la que era, en fin, es difícil entender esto, y también la mirada era otra y lo que veía a su alrededor, aun tan sabido le resultaba diferente siendo lo mismo, y una carne y unos pelos y unas uñas que no reconocía al tacto y, sin embargo, se contemplaba en el espejo y se veía igual, era ella, pero otra ella, era el sitio del alma, pero era otro sitio, su encarnadura sin igual y su identidad irrebatible e innegociable se disolvían en un agua regia que la despellejaba, la descarnaba, la arruinaba y la licuaba por entero y al final la haría desaparecer también de la memoria de los otros, aquellos que nunca hubieran podido negar ni su identidad ni su existencia al haber sido culpables usufructuarios de su contemporaneidad, cómplices usurpadores del tiempo y el espacio a la vez que ella, ser en el espacio, pero, estaba segura de ello, también éstos la olvidarían, y una si es olvido universal es que no ha sido, ¿quién ha de saberlo?, no esos que el uno de noviembre pasean entre tumbas y paredes de ladrillo alzadas de filas de nichos con flores artificiales que sobresalen de los búcaros de cerámica o de latón, lápidas de nombres y apellidos dorados semihundidos en la piedra y figuras arcángelicas en relieve que los deudos se apresuran a limpiar sólo ese día de muertos como si los vistieran de domingo y los llevaran a pasear un ratito a los Viveros o a La Alameda hasta que los devolvieran al anochecer refrescaditos por la brisa marina, mediterránea y benéfica, hale, a seguir durmiendo la melopea de siglos, y están los horrendos retratos ovalados sujetos en los mármoles, algunos de ellos sonriendo desde la fotografía recortada a tijerazos de algún otro positivado inocente, lo que ya es el colmo esa asquerosa sonrisa desde la putrefacción, ven, caramba, parecen decirte los plácidos ojos del retratado o la retratada sin sorna, sin entender de sonrisas u otras componendas compositivas esos labios fruncidos desde la eternidad, anímate, hombre, si aquí en tan oscuro agujerito se olvida uno de todo, hasta de sus parientes vivos, que ya es recompensa y felicidad, encerrado a solas entre cuatro tablas, calentito y en silencio, se está muy bien aquí, te lo digo yo, para qué perder el tiempo, si al final torrons, si al final no te vas a escapar, las garras de la Parca te van a coger del pescuezo o de los huevos y no te soltará por nada que sea del mundo y sus entretenimientos, que no valen ni un ochavo, mercado de un rastrillo un domingo por la tarde o así, o sea, cero patatero, qué más dará ahora que después, una comilona más o un polvo menos, un cáncer lento o con ruedas o con alas, los tuyos no te olvidan, tu hijo que te quiere, tus hijos no te olvidan, tus padres no te olvidan, tu esposa no te olvida, tu esposo no te olvida, tu amante no te olvida, tus sobrinos no te olvidan, nadie olvida en los cementerios, nadie olvida porque todos olvidan que van a cascarla, y son muchos los que alzan o bajan la vista y la fijan sobre los retratos de alrededor sólo por curiosidad malsana, mira ésta, qué joven murió, treinta y tres años, quién se lo iba a decir a ella, y ése otro, muerto en el 44, a los cincuenta, culpa del el piojo verde, seguro, ay, qué pena, mira esa criatura, murió a los trece años, sería leucemia, vete a saber, o cayó desde una ventana, y aquel abuelo, tú, 93 años, y en 1952, que tiene su mérito, recién retirada la cartilla del mezquino racionamiento, ¿pero quiénes son los tuyos?, paseantes de cementerios bañados por el plácido sol del otoño, pero ¿por qué ahora la loca entra en manía de acudir al cementerio día sí y día no? Miedo nos da.

Veo gusanos, dice. Gusanos gordos, blancos, lentísimos… se deslizan glotones, con inquietante suavidad, como si supieran muy bien lo que están haciendo y hacia cuál de los pasmados espectadores se dirigen, gusanos que descienden por los bordes de las pantallas gigantes del Savoy, del Jerusalem, del Astoria, del Ribalta, del Junior, del Coliseum, del Ideal, del Pompeya, del Museo… Pues este (o esta), lo quiera o no, sueñe o no, va directo desde la butaca de platea a la gusanera acompañado de su voraz y paciente cortejo gusanil que en andas se lo han de llevar.

Veo gusanos: entre floreros de hojalata, flores pestilentes, letras de falso dorado, fotografías de muertos, y nombres, muchos nombres que valen igual para la identidad de un vivo que para la ridícula posteridad marmórea de un muerto.

Este que veis ahí sonriendo, bien vestido, al menos de cintura para arriba, soy yo, Manolo Pérez García, único, irrepetible… (Tus sobrinos no te olvidan.)

Y sobre todo inútil: solterón, ni siquiera propagó solidariamente la especie como la mayoría de sus congéneres.

Vete acostumbrando. Vivir, como dijo aquel, es una costumbre. Vivir es la costumbre. Morir es perder la costumbre de vivir.

Gusanos… gordos y blandos como el mismo Franco… despacio se escurren sobre la tierra mojada por la sangre de los muertos azules, rojos.

Si un gusano hablara, hablara como el Generalísimo, como el Gran Caudillo de voz atiplada y con un cojón de menos en la bolsa del escroto.

La época toda es una gusanera para las cañas de pescar del joyero, hija mía, ¿a qué tanta extrañeza?

Él tiene su escondite. Que se busque ella el suyo. El primero de todos: no enredar. El segundo: no estorbar.

Si me disfrazo, ¿pasará la muerte de largo?

¿Y a ti que más te da, suicida? En el Iberia echan tres películas…

El suicidio es lo único que refutará la pretendida locura que me endosa el joyero con su habitual frivolidad: los locos siempre quieren joderla, fastidiar al personal; por el contrario, el suicida abandona el escenario (o la pantalla) con la suprema elegancia y el bienhadado propósito de no molestar ni salpicar a nadie salvo lo imprescindible. Ni un gesto de más, ni una palabra innecesaria. Al día siguiente de las exequias todo vuelve a ser normal, cada uno a lo suyo, y el undécimo no estorbar. Te hayas matado en este VI Año Triunfal con una cápsula de cianuro, con una Walther PPK de 7,65 mm. capaz hasta de reventar la cabeza del mismísimo Führer o te lances a la vías del ferrocarril con la cédula de identidad en el bolso junto a la barra de labios, los polvos faciales, la sombra de ojos, el espejito redondo, el pañuelo de color rosa, los caramelos de fresa, la fotografía de cantos mordidos de la niña Carmen, las gafas de lentes oscuras que le defienda del sol temible pero benigno, tan radiante, de Valencia, el llavero y el monedero.

¡Qué pocos días bastan para formar un siglo! (Conde Drácula).

En el año de gracia de 1944, Carmen Giner Bernart cuenta treinta y ocho años (y sólo vivirá seis más, pero ella no lo sabe, y además está a salvo de la tuberculosis, el tifus, la sífilis, la desnutrición, la tracoma, el piojo verde, la lavativa, las purgas, el aceite de ricino, la represión) y siente una irresistible tentación, sobre todo al regreso cansino de la escapada mensual a los teatros y espectáculos de Madrid, de engalanarse de pies a cabeza a la última moda, de ingerir bebidas espirituosas y de contemplarse durante horas en la luna del ropero, maniobras todas ellas que ocultan a sus ojos los terribles gusanos gordos.

Ahora acabada la guerra fratricida, gasta el dinero a manos llenas en vestidos, pamelas y zapatos con plataforma de corcho.

Se gusta de figura enriquecida, de apariencias cortesanas de sastrería exclusiva, de un llevar garboso.

Guarda tu espalda, pues tales aliños indumentarios pueden provocar el interés y aun la reprimenda de alguna de las celadoras de la moralidad que pueden adivinar en ti apetencias viciosas características de las prostitutas en este mundo sinuoso y repelente, denunciarte al Patronato para la Protección de la Mujer: si eres puta, al lupanar, que para eso está y se tolera; las aceras, para el personal que mantiene las formas. Y si caes enferma, ramera inmunda engalanada, vete a toda prisa a la barra de  Chicote, en los madriles, y hazte con un par de gramos de penicilina de contrabando bajo cuerda: no contagies al caballero español.

Bien lo explica el capellán:

Son muchas las mujeres que por no resignarse como debieran a la vida austera que impone cualquier jornal o sueldo, buscan por medio de la prostitución unos ingresos que les permitan el uso de las medias de gasa, los bolsos de piel, las ostentosas pulseras  y collares, se entregan degeneradas al oficio ruin que les proporcione trajes y abrigos al último grito de la moda.

¿Se me estará volviendo puta la demente?, se pregunta con la mirada puesta en el anzuelo nuestro pescador Antonio Miguel Gay. Pero en seguida piensa que eso resulta difícil de creer. No descuida ninguna de sus obligaciones, el arroz siempre en su punto, el porrón fresco, lleno hasta el pitón de tinto y gaseosa,  el plato de la lechuga, la cebolla y el tomate recién salidos de la huerta bien aliñados con aceitunas negras en el centro de la mesa, la hogaza de pan tierno y sabroso al lado del plato… Nada, pues, que objetar. Pero aquí, hay gato encerrado.

La sombra, o el aura, del sucida desmiente su apariencia.

2000 pesetas mensuales son sus gastos y los de la casa que ella administra con cordura insospechada, dinero suficiente hasta para los dispendios más extravagantes…, luego nada hay que temer. No me cuadra la loca como amante o entretenida. Esa suma puede estirarse para sus vestidos y para lo que le venga en gana.

Gira el dial. ¿Lo toma o lo deja? Gira el dial. Diario Hablado.

¿Lo toma o lo deja?

Tampoco son demasiadas las opciones en la grisura.

El matrimonio Gay-Bernart el sábado 4 de noviembre de 1944, a las 20,45, salen de casa y se dirigen de bracete con paso tranquilo al cine Capitol; es largo trayecto, pues desde la Virgen hasta las proximidades de la Plaza de Toros han de atravesar prácticamente todo el centro de la ciudad, pero es un recorrido ameno, ornado de iluminados escaparates a cada paso, de gente festiva y vistosa. Incluso se hace corto el paseo. Qué pena.

En el hogar queda la niña Carmen, a solas, como mejor está y como más se prefiere, haciéndose un autorretrato al pastel: los lápices blandos y pastosos empastran sus dedos, pero eso a ella no le importa, atenta al espejo, maravillándose de sus propias facciones que emergen del grueso papel de barba al dictado de sus manos, y en la mente la figura inevitable del joven profesor: Bernardo Brell: ÉL.

Luz que agoniza.

Buenos espectadores, sin adherencias críticas, ideológicas o analíticas de ninguna clase, los Gay jamás cuestionan lo que acaece en la pantalla. Asisten a la historia mudos y obedientes, totalmente entregados a las magníficas interpretaciones y muy pendientes de la insidiosa trama que los tiene clavados en la butaca. A ambos la película les conmueve profundamente, y al salir de la sala se miran entre sí a hurtadillas, con una inmensa desconfianza mutua que tardará en mitigarse varios días.

Atento, joyero: la semana que viene vigila la cartelera, no llevemos las cosas a extremos peligrosos, a esas crueles identificaciones que en numerosas ocasiones depara el séptimo arte a un espectador no avisado: Me casé con una bruja en el Lys; La loba, en el Rialto.

De modo que, tras una breve reflexión, el marido putañero eligiría sabia y precavidamente ¡Que verde era mi valle!

Y durante el consabido viaje del mes al Madrid teatral: Ya conoces a Paquita, en el Infanta Isabel, con Isabel Garcés. ¡Astucia, amigo pescador! ¡A qué complicar las cosas! Para ello, ellas solas se bastan.

¿Lo toma o lo deja?

En la grisura son pocas las…

y estaba sola, y ha gritado en la oscuridad, y estaba sola, y ha preguntado quién conducía, quién movía aquel horrible tren. Y no le ha contestado nadie, porque estaba sola, porque estaba sola. Y ha seguido días y días, loca, frenética, en el enorme tren vacío, donde no va nadie, donde no conduce nadie.

Mientras el ciclista joyero pasa horas y horas pensando en las musarañas con la vista puesta en ese pedacito de mar reverberante y de sol clamoroso  que es el anzuelo cebado, la loca que no estaba loca aunque en ocasiones sueñe que ella es Aixa (sin duda ninguna) lee estremecida un poemario terrible que habla de ese millón de cadáveres todavía en pie (un millón de muertos que ignoran que lo están y a los que ella, desde tiempo atrás, secretamente pone rostro) que andan, comen, trabajan.

Se arrastraban unos, otros se invisibilizaban y eran como de aire, como de ese aire sucio y gris que parecía oscurecer todo cuanto tocaba en este año de 1945, cuando además del malvado comunista tres eran los enemigos del alma inmortal: El Mundo, el Demonio y la Carne:

¿Tú sabes lo que es un acto impuro?

¿Quién? ¿Yo?

Tú, ¿quién eres de tres las personas distintas siendo Dios las tres personas -¡qué lío!-?

Pche, cualquiera sabe, a lo mejor la paloma lanzallamas. No sé.

Tú, ¿cómo te las apañas, preso trabajador de cárcel?

Con dos bollos, dos puñados de malta y azúcar, tocino, judías y pan. Soy el recluso perfecto: trabajo diez horas diarias: mi ganancia es de 14 pesetas diarias; mi contribución a las arcas públicas es de 9 pesetas; mis gastos de mantenimiento en reclusión: 1,50 pesetas; el resto, 3 pesetas, se pierde por el camino o se lo entregan a mi esposa o a mi madre: quedan 0,50 céntimos, la parte sobrante del salario diario que me corresponde: el sábado al mediodía recibo puntualmente esa cantidad multiplicada por seis: 3 pesetas.

¿Te quejas?

¡Dios me libre, alcaide!

Sabes, pues, lo que te conviene.

Y así van las cosas de bien.

Enciende el cigarrillo de basta picadura pero bien liado, atiende el sedal. El horizonte… qué cosas, sigue pensando el pescador. Hoy: arrós del senyoret.

En lo más alto del Reichstag de un Berlín humeante, ardiendo en ruinas, ondea la gran bandera roja. Es una fotografía en picado impresionante: la tela con la hoz y el martillo tan llamativos en un ángulo flamea al viento mientras un soldado soviético trata de encaramar el asta entre los salientes del pináculo de la fachada; el plano permite divisar la destrucción de abajo donde los últimos bastiones de la resistencia nazi se resisten a dar un paso atrás entre los escombros que se amontonan en las aceras y en torno a los edificios machacados por las bombas y los disparos de mortero, por el cañonazo súbito de los tanques avanzando metro a metro hasta el mismo búnker donde se hallan incinerados pero aún reconocibles los cadáveres de Adolf Hitler y Eva Braun.

Kaputt.

Son tiempos de grisura, cenizas.

El mundo ha trastornado. Hasta el dios yel diablo enmudecen.

Al otro lado del mundo, Litle Boy y Fat Man descienden del cielo a la tierra como dos ángeles dorados enviados por Dios para dar la buena nueva a los hombres de bien del comienzo de la Nueva Era Atómica.

En las españas lo que no suele caer del cielo es agua. Una pertinaz sequía transforma la huerta en yermos estériles, los campos en eriales, agrieta los cauces secos de los ríos.

Pues saca el cuerpo incorrupto de san Isidro en procesión, que los capitulares del cabildo y los cofrades paseen la urna de plata por calles y plazas y que sus rezos conmuevan al santo labrador y propicie la llegada de las ansiadas lluvias.

El frío, sin embargo, criadero de sabañones y propagador de pulmonías no falta a su cita: pues aprovecha la semana del duro y compra ropa de abrigo.

Llegó el frío, y se fue. Llovió y no llovió. Volvió la primavera: también ha de irse.

Llovió y no llovió.

Ahora no llueve nunca.

La mamá de la artista luce en este tiempo en lo alto de la frente un arriba España que quita el hipo y delinean su esbelta figura unos vestidos estampados bastante ceñidos que, a su paso, hacen girar la cabeza a más de un galante caballero.

¿Ocultará un amante esta loca?, se pregunta de nuevo el joyero-pescador-comedor de arroz.

No las tiene todas consigo el ciclista. Aquí hay gato encerrado y mosca tras la oreja. Lanza el anzuelo a la plácida lámina de agua azul que reverbera al sol de junio. Luego, con parsimonia de pescador antiguo, extrae de la cajetilla un ideal… cigarrillo selecto al cuadrado.

En realidad, lamentable descubrimiento al que llegará sin tardanza el comedor de arroz, Carmen Giner Bernart está escribiendo una novela…

¡Cristo! ¡Lo que nos faltaba, rediós! ¡A esta la enveneno yo con el fanodormo!

Sobre la mesilla de noche de la loca descansa un ejemplar de Nada, la novela de moda, la que al parecer va a inaugurar una nueva etapa en la literatura española de los años siguientes, sobre todo la escrita por mujeres.

En 1945 todas las jovencitas y treinteañeras soñadoras aspiran a recibir el próximo Premio Nadal, y se entregan con ardor a llenar holandesas y cuartillas; de hecho, algunas lo consiguen y acaban integrando una nómina de féminas novelistas no todas exentas de mérito y beneplácito unánime, logrando publicar con mayor o menor fortuna segundas y terceras novelas.

Pues, en estos tiempos de penuria y secretos, de silencio, ¿quién de las jóvenes españolas no es Andrea?

Al leer cómo la muchacha baja las escaleras sombrías de aquella casa siempre entre grisuras, ¿quién de ellas no ha sentido una viva emoción al recordar la terrible esperanza, el anhelo de vida que alguna vez deseó con todas sus fuerza…? Andrea se marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor…

Don César González Ruano, periodista ilustre y falaz, pródigo articulista, astuto traficante de judíos, excelente poeta oculto y frustrado concursante en la primera convocatoria del Nadal, sugiere que en adelante, y visto lo visto ante tanta jovencita escritora en ciernes, se le llame al concurso Premio Dedal.

Carmen Giner, no tan jovencita, a un palmo de los cuarenta, escribe su novela La cautiva, un ajuste de cuentas con todo el mundo, con todo lo del mundo y, desde luego, con el joyero comedor incansable de cuantas recetas con arroz de la albufera puedan imaginarse.

La cautiva es un título que no está nada mal si consideramos las circunstancias biográficas y cuasi lacerantes de la autora, pensamos nosotros (sic).

Lástima que las entretenidas peripecias, desdichados sucesos y encuentros fantásticos (un poco a la manera del Bulgakov de El Maestro y Margarita, libro y autor de los que, sin duda ninguna, Carmen Giner como el resto los españoles de por entonces lo ignoraban todo) que le acaecen a la protagonista, una dama española alta y esbelta, morena, de grandes ojos oscuros y mirada ensoñadora, se detuviesen fatalmente en la cuartilla número veintidós, cuando en los recoletos jardines del Real se da de bruces con un tipo ataviado con un traje de dominó que habla una especie de esperanto que sólo ella, la protagonista, Amanda, entiende. Iniciaban un diálogo algo misterioso, pero a la mitad de la página (línea doce, palabra séptima) el lector se queda en blanco absolutamente y para siempre porque en ese punto acaba el manuscrito que nunca sería reanudado. Por lo demás, según columbramos de lo ya leído, la tal Amanda, la supuesta heroína, no se ha casado, y no tiene pareja ni hijo alguno, lo que, entendemos nosotros, es un golpe maestro por parte de la autora para refutar aquella injuria con que los críticos sañudos destripan con la pluma, como si valiéndose de un puñal se tratara, las primeras obras de los novelistas aún no multíparos con la habitual declaración descalificadora: No cabe duda del carácter autobiográfico que emponzoña esta primera novela…

(Etcétera).

Una novela sólo es la peripecia temporal y paradójicamente solitaria de un tipo que inventa hasta la pluma con la que escribe, miente y roba.

La novela autobiográfica literaria no existe dígalo quien lo diga, el Papa o el profeta Nab: es la misma paparrucha que la novela literaria a secas: mentiras bien adobadas; a veces, con ingenio (las medianas); a veces con inteligencia (las buenas), y otras veces indagando en lo desconocido o en aquello que todavía carece de nombre y hay que ponérselo de un modo u otro (las mejores, las imprescindibles, que diría un crítico bien pertrechado con sus instrumentos habituales de tortura china).

Noviembre de 1945: Los Gay-Bernart en Madrid asisten a una representación de Don Magín el de las Magias del maestro Benavente y al Don Juan de Amparo Rivelles y Armando Calvo, en El Español.

Durante su lánguida estancia de tres días en la capital, comieron  en varias ocasiones en algunos de los mesones del barrio de las Huertas, pero en silencio, como muy tristes, tanto como ese mes de noviembre de sol desmayado. Al contrario que otras veces, no pasearon en barca en las plácidas aguas del estanque del Retiro. Aunque sí estuvieron visitando durante unas horas el museo de El Prado, deteniéndose especialmente en las salas de Velázquez, Goya y El Bosco, y por expreso de él, en las de las gordas de Rubens (que escribiría en su diario de viajes la delgadísima y morena consorte). Tampoco dieron las cuatro vueltas turísticas de rigor paseando bajo los soportales de la Plaza Mayor. En realidad, ya no volverían a hacerlo nunca más. Ninguno de los dos viajaría de nuevo a Madrid, ni juntos ni por separado.

Y a partir de ahora, ¿qué?

¿Qué hacer sin el pescador y sin Madrid, sin…?

¿Qué hacer en la casa sin la caña de pescar? Pues radio y arroz, y todo lo demás ni verlo.

¿Qué hacer los dos, uno lejos del otro?

El joyero, por su parte:

He de buscarme una querida como sea… Una querida es lo que me hace falta, una tipa lúbrica de carne tierna y todavía no engolfada, una querida… (de balcón, geranios y canario). Y que la loca haga lo que se le antoje, que vaya a su aire: sólo es cuestión de dinero, unos vestidos por temporada, zapatería, sus pamelas y bolsos, peluquería… Nada que no se pueda comprar con unas monedas.

La lectora-escritora-pinta retratos imaginarios:

Tengo a mi hija, y me tengo a mí, y duros no me han de faltar para lo que me dé el gusto o la ocurrencia…

La niña Carmen, cada día más entregada a su afición, enmarranándose las manos con tizas y carboncillos, con óleos y tintas como sólo una verdadera artista acaba haciendo sin pamplinas, y a veces hasta sin escrúpulos, hundiéndose de veras en la materia del arte:

Estos dos, son. Pero no están: tú a lo tuyo. Brochazo a brochazo, a espatulazos, como si pudiera romper el mundo de mediocridades y rancias domesticidades que le confunde, que le marea, que la aboca decididamente a ese otro mundo más fascinante y enriquecedor, tan único, tan suyo, que se halla detrás de los ojos cerrados.

La madre queda cada vez más lejos, más desconocida, más estorbo: ya sólo vive en un armisticio peligroso.

¿De qué nos disfrazamos hoy?, pregunta la Madre. ¿Disfrazarse? ¡A qué santo! Hoy soy Marlene Dietrich con vestido de noche con bordados en strass. El espejo lo dice.  (Pero los espejos mienten.)

¿Y quién serás mañana, loca?

Merle Oberon con un vestido de encajes (el espejo es mi mejor amigo, me lo cuenta todo). Tal, por la mañana; porque por la tarde es Joan Crawford: un garboso bolero con lazo cae desde los hombros hasta alcanzar casi el fajín de la cintura ornado con una gran hebilla cuadrada de plata del que cuelga con elegancia el vuelo de la falda.

Intenta quererse, pero el recuerdo del mal home le agua la fiesta. Se mira una y otra vez en el espejo, cambiada, retocada (¿soy  Amparito Rivelles?), engalanada de decenas de indumentarias, de caros complementos. Lo intenta tenaz: esta noche es la deslenguada Carole Lombard en pantalones cortos de color negro con detalles marineros y un top a rayas de estilo náutico.

Esta mañana que no luce el sol, anda con cierta premura ataviada con un traje sastre de un gris oscuro y un bolso negro en bandolera.

Esta tarde comprueba el indeseable efecto de unas mangas dolman: no le favorece nada esta ocurrencia de la moda a sus brazos tan delgados.

Esta otra noche de fantasmas ella recorría los corredores sumidos en el silencio con un vestido de muselina de seda blanca de amplio vuelo, casi levitaba entre las paredes oscuras.

Bonita combinación se dice ante el espejo encendido, pues urde combinaciones del rojo y el negro, el caramelo, el esmeralda…

Al fin, retales de una rebelión silenciosa y perdida de antemano, vestiduras efímeras, aseados harapos.

Si al home se le pudiera exterminar con el DDT pulverizándolo como a los insectos… Panza arriba, con la boca abierta, los ojos en blanco, con el alma en vuelo (?) hacia el infierno, ahí, tendido en  el suelo del comedor, con el plato de arroz a medio terminar en la mesa, el porrón esplendente a un lado lanzando destellos brillantes como el rubí, el aparato de radio encima del aparador parloteando el Diario Hablado.

Por la radio suena una canción de Gloria Laso. La oye desde su dormitorio, que desde hace años no visita el joyero. Por la radio, la radio novela de sobremesa. Por la radio habla la patria…

Por la radio una ventana donde perder la mirada más interior.

Por la radio… el dial del mundo.

Grande es la casa de Caballeros, 6: si una quisiera, que no lo quiere, ¡pobre de ella!, podría esconderse del home y de la niña durante días, hurtarse a su vista como si tal cosa.

La loca lee Fotogramas. El señor de la casa compró el primer número de la revista recién llegado a los quioscos de prensa, todavía con olor a imprenta. Ambos, el joyero y su santa, son grandes cinéfilos de la última sesión de los sábados: el último reducto de los matrimonios alicaídos por los tiempos.

De modo que el señor lleva del brazo a su señora, vestida con suma elegancia, a las majestuosas plateas de las salas de proyección de los cines de estreno que, en cuanto se apaguen las luces, abracadabra:

(Cf. abraxas).1. m. Voz cabalística que se escribía en once renglones, con una letra menos en cada uno de ellos, de modo que formasen un triángulo, y a la cual se atribuía la propiedad de curar ciertas enfermedades.

Empiezan los sueños… ¡ah, el séptimo arte! ¡Qué prodigiosa invención!

Hagámoslo bien, se había dicho recién acaba la guerra nuestro hombre sin pensarlo dos veces (por orden cronológico): Raza, Harka, Escuadrilla, El crucero Baleares, ¡A mí la legión!, El santuario no se rinde, Legión de héroes

¡Joder, qué tropa!

De ahí derechos y tiesos como un palo a Inés de Castro, Agustina de Aragón, Locura de amor y La leona de Castilla

CIFESA al completo (y en los entreactos, Canelita en rama y Alma baturra).

Todos tus ancestros terminaban con el culo pegado a la felpa de las confortables butacas de los cines.

Las épocas: si les quitas la cama a todos esos cónyuges del dios y del diablo, la jodienda lenta o rápida, ¿qué les queda?

El cine.

Por su parte, la HOAC aleja al obrero de las malas tentaciones: y le ponen en la mano el catecismo y las buenas obras y le abren el puño y le quitan el adoquín (probable arma arrojadiza).

La huelga es un acto criminal contra la patria merecedora del mayor de los castigos.

Se vuelca un tranvía, o dos: ¿para qué llevar las cosas más lejos? Pero dejémoslo ahí. Ya es suficiente con eso.

Pueden hasta fusilarte por saboteador. Si quieres acción y arriesgar el pellejo hazte con una semiautomática Máuser, vete al monte y únete al maquis: juégatela de veras.

 

El Guerrillero

Estudiantes, obreros, campesinos, seguid nuestro ejemplo. Vuestro puesto está en la guerrilla. ¡Por la Libertad! ¡Viva la República!

Sé luchador.

Joven: sé guerrillero.

 

Mañana a trabajar.

El pescador: Huir de la realidad de esta mujer… Una huida hacia delante... Pero, ¡para qué correr? Delante sólo está la muerte.

Obreros: págales lo bastante para que no se mueran de hambre.

La dama argentina cruza el océano, pone los pies en el suelo sagrado de la Madre Patria.

¿Su afición, señora?

Los diamantes azules del tamaño de un huevo de paloma.

La señora, granero del mundo, cuenta con un joyero valorado en centenares de millones de pesetas. Lástima que no pueda lucir todas las joyas a la vez.

(Tal vez en un futuro no demasiado lejano pueda lograrse un prodigio de tal naturaleza.)

La señora, madre de los pobres, posee un guardarropa que alcanza los 400 vestidos de alta costura y un centenar de abrigos de piel; cuenta con un zapatero que alberga 800 pares de zapatos, gran número de ellos de piel de cocodrilo, de lagarto y de serpiente; su colección de sombreros suma más de 600 y su ropa interior es exclusivamente de seda.

En 1947 la señora está en su punto: eterna.

(Cinco años más tarde estaba muerta.)

¿Tienes hambre, desgraciado?

Pues cómete un bocadillo de carne de ballena, barata y muy nutritiva, al igual que los saltamontes, las hormigas y las lombrices: pura proteína.

Anda, Charlie, coge coctelera y prepara sin prisas un porto flip (oporto, yema de huevo y avellanas), que ando escaso de fuerzas y la noche maravillosa promete felicidades a este varón.

Esas eran las épocas… Aunque en estas españas parecía que no pasara el tiempo entre el No-Do, la consigna, la cartilla del racionamiento y las fiestas de guardar.

Usted me asiste a la santa misa, se me confiesa y me comulga.

Usted me quita el plano 167 (en su totalidad), el 481 me lo retoca (subir escotes), en el 502 me borra el beso en los labios y en el 591 me cambia la frase: ¿Usted fuma, caballero? por ¿Tiene usted lumbre, caballero?

La loca empezó a emborracharse dulcemente con anís Marathon. Empezaba a media mañana, cuando el ciclista pedaleaba ya hacia el mar con su bocadillo de sardinas de bota. Lo bebía en unas copitas de vidrio tallado, de un tono bellamente azulado. Una detrás de otra, de un trago. Una es lo que es… o lo que no es: ni Reina del Hogar ni el Reposo del Guerrero. Estas copitas son muy pequeñas, es mínima la cantidad de líquido que pueden contener… Poco daño han de hacerme. Así que, copita va copita viene… Pero el arroz en su perfecto punto de cocción, y en la mesa a su hora debida, justo cuando empieza el Diario Hablado de Radio Nacional de España.

Mientras esto siga así…, se dice sosegado el joyero, complacido del orden armonioso del mundo y del universo todo, mirando ora su plato bien colmado de arroz ora con disimulo hacia su señora, Antoñita la Fantástica.

Y usted, eximio novelista, futuro nobel, Camilón, ¿dónde nos trabaja en esta larga postguerra llena de penurias?

Sección de Censura de Revistas, turno de tarde.

Uno se ganaba 200 ó 300 pesetas metiendo el dedo aquí o allá. Cosas sin importancia. La vida no era broma pequeña como para andar con el estómago vacío en aquel entonces. Oiga, hasta yo mismo censuré una docena de páginas de mi primera novela. Así, sin el menor remordimiento las arrojé a la hoguera purificadora. No se libraba ni Dios del lápiz rojo. Los tiempos eran censorios, qué le vamos a hacer.

Un Ortega viejo, cansado, sumiso, maestro alicaído de fuegos de artificios verbales, al decir del catalán Gaziel, sentado rígidamente debajo de los retratos colgados en la pared de Franco y José Antonio, ¡presente!, despacha una de sus conferencias, divaga en torno una filosofía algo rancia, como el tabaco de picadura de la época.

El vino en un barco

de nombre extranjero,

lo encontré en el puerto

un anochecer

cuando el blanco faro

sobre los veleros

su beso de plata

dejaba caer

Sobrevuela esa canción de pegadiza (o desgarrada) melodía por encima de arroces y guisos, hecha de sus mismos olores, se desliza por deslunados y patios de luces tristísimos, repta hasta las ventanas despintadas, atraviesa puertas, salva los muros de la casa cerrada. Brota de la radio infinita, inagotable, como si al fin llegaran nuevos tiempos luminosos –ella había escrito en su diario, quizás atinadamente, azules- en estos años de oscuridad y grisura.

(Era hermoso y rubio como la cerveza, el pecho tatuado con un corazón…)

Diario Hablado de Radio Nacional de España.

¡Viva Franco!

¡Arriba España!

Surca los mares el Azor… plus ultra.

¿Tú sabías que Franco ha pescado una ballena? ¡Un cetáceo de veinte toneladas de peso! ¡Qué bárbaro, el Generalísimo!

El joyero pescador jamás creyó tal baladronada, pues atentaba contra el mínimo sentido común... O tal vez fuera ¡esa mezquina envidia del pescador ante el arrojo y la fortuna de otro cofrade!

¿Tú sabías que a partir de ahora las mujeres de España, ricas y pobres, agraciadas o feas, habremos puesto fin a todos nuestros problemas sentimentales, de belleza y del hogar?

¿Y eso quién lo dice?

La Francis.

¡Qué hostias! ¿La mula?

La señora Francis… Ella lo dice, y sabe muy por qué lo dice y a quién debe decirlo: a esa hora desmayada y suicida de las siete de la tarde, cuando hierve la sangre aún con la esperanza de la noche y su promesa o se marchita y se seca entre dos luces, cuando sabes de sobra que el día, este día, también fue robado.

(Él se fue una tarde con rumbo ignorado en el mismo barco que lo trajo aquí…)

 A la loca, su señor, le regala una Turmix. Aunque bien pensado, de poco valdrá para guisar sus arroces (los de él, naturalmente), que para tales menesteres sobra con la paellera, el pollo, el conejo y la verdura, el agua, el aceite, la sal y el pimentó.

Querida señora ELENA FRANCIS,

Estas líneas que hoy me atrevo a enviarle son la expresión más pura de la desesperación que me tortura desde mucho tiempo atrás.

Me hallo, créame, en los umbrales del abatimiento, dispuesta a tirar definitivamente la toalla en esta vida de sufrimiento y soledad que sólo me ocasiona una gran angustia.

Casada infelizmente con un hombre al que sólo le intereso como cocinera y administradora de su casa y con una hija próxima a los veinte años, estudiante de arte, y que en muy poco tiene mi condición de madre y de consejera, pues siempre va a lo suyo, como si la vida de los demás no le importase en absoluto. Bien es cierto que materialmente no me falta de nada, antes al contrario. Siento crueles remordimientos al pensar en tantas carencias que afligen al pueblo honrado en estas duras épocas por las que atraviesa nuestra patria cuando la situación económica de mi familia no deja de ser cada día más boyante.

Pero me siento sola, tremendamente sola. Y ya no sé qué hacer.

A mi marido sólo le preocupan sus negocios, las comidas a su hora y la pesca, que no deja de practicar todos los días del año. Se desentiende de mí como del animalito dócil que aguarda resignado no ya una caricia, ni siquiera eso, sino, al menos, que le dirijan una mirada de cariño…

No sé qué voy a hacer.

No sé, no sé, no sé… Firmado: DESESPERADA.

DESESPERADA, amiga mía, ya que no puede usted ser una esposa feliz, una mujer correspondida, sea al menos una esposa abnegada y una madre sacrificada por el bien de los suyos.

Usted es una mujer española, católica, y yo la supongo trabajadora y buena, madre excelente. No deje que los negros pensamientos se apoderen de usted. A veces nos da por pensar que el mal cien años dura y, créame usted a mí, amiga mía, es posible que cuando menos se lo espere sus asuntos den un giro inesperado y la felicidad y el cariño que tanto espera llamen a su puerta, entren en su hogar y no le abandonen nunca más.

Querida mía, arduo difícil es la convivencia marital. A las mujeres, y todas somos Eva, quiere Dios ponernos a prueba en cada instante de nuestra vida por mor de aquella desobediencia fatal en el Edén, y nosotras debemos sobreponernos a nuestra condición culpable y a esta circunstancia del pecado original.

Y respecto a su hija, tenga paciencia, bien pronto los desengaños y las decepciones que le esperan, y que tanto se ceban en la juventud, le harán volver los ojos hacia usted, hacia su madre, hacia ese ser que le ha dado la vida y que también estaría dispuesta a sacrificar la suya propia, si preciso fuera, con tal de salvar la de ella. Esta joven, confundida por su temprana edad y quién sabe si por las malas compañías, en breve comprenderá la dicha de tener una madre como usted.

Sea optimista, confíe en la Providencia y, sobre todo, no permita que la vida, que es de Dios, le abrume. Su recompensa está cerca, cada día más cerca.

Un fuerte abrazo mi querida y sufriente amiga. Dios está contigo.

Y, ahora, amigas mías, os diré la forma correcta de comer naranjas (de la China) en la mesa.

He aquí, amas de casa de España, el secreto para lograr una excelente filloa...

Y a todas vosotras, fieles radioyentes, os recomiendo la leche limpiadora francis, los correctores de celulitis francis-2 y la crema para las arrugas francis-3, productos todos garantizados por el Salón de Belleza Francis.

Oh, Soberana Gran Inspectora General

Oh, Sublime Princesa de Los Reales Secretos

Gran Elena Francis

1950:

La Salvación de la Mujer Española está en tus manos.

La puta, y andamos por las 200.000 en tales épocas cubriendo la geografía española, una vez ha terminado su reclusión en una de las numerosas instituciones religiosas creadas a ese fin, mira en la palma de la mano las 61 pesetas y los 5 céntimos que le entregan para iniciar una nueva vida. En fin, con un poco de buena voluntad por parte de todos… la prostitución en España habrá quedado atrás, muy lejos ya, como una de esas cosas perniciosas y disolventes que aquella república rijosa y marxista, indecente y atea, con su liberalismo y relajación de costumbres,  nos trajo a los españoles de bien.

Anda, ve e inscribe a tu hijo en un Curso Intensivo de Felicidad. ¿Pues no sabes que son la fórmula del éxito?

Feliz don Ramón Gómez de la Serna que en su viaje de ida y vuelta de Buenos Aires a Madrid siente en su espíritu el encanto de regresar y ver a la nación de nuevo mostrando su verdadera esencia gracias a Franco.

Ya estoy en la Plaza Mayor. ¿Y ahora?

Todos tendríamos que hacer un Curso Intensivo de Felicidad.

¿Quién lo dice?

Teresa, la revista para todas las amas de casa de los hogares cristianos.

Viajó a Madrid… pero Madrid no estaba.

¡Comunistas…! Yo tengo un cuchillo para ellos.

Los tranvías circulan vacíos. La gente protesta, y suben al de san Fernando.

Cuchillo de cocina mal afilado, que es el que merecen para cortarles el cuello.

Los españoles íbamos por el camino del bien y, sin embargo…

El tranvía viene vacío y parece inocente, pero trae un olor a cuchillo…

Dijo: esta mujer está sacada de una mala película.

Esa mujer…

había un olor como a muñeca de cartón.

Ramón, el de las vanguardias, el escritor circense, ventrílocuo:

Que Dios me perdone, que es lo único que me interesa.

El Gran Libro: El Libro de los Borrones.

Toda traición se paga. Todo es lo mismo. A morir en ultramar.

Ava Gardner en Madrid: bellísima, fiestera, borracha de Martinis y una buena pieza en la cama, una mujer de armas tomar capaz de dejar para el arrastre de una tacada a un torero, a un actor mafioso y a un poeta, y es posible que, si por su gusto fuera, a los tres juntos al mismo tiempo: beber la vida como ella hizo tendrías que haber hecho tú, DESESPERADA.

La niña Carmen, que ya no tiene nada de niña, se desayuna con prisas en la cocina antes de poner pies en polvorosa hacia la Escuela de Bellas Artes, donde hace prácticas desde el curso pasado de profesora ayudante en la asignatura de Dibujo Antiguo y del Ropaje: el tazón de leche con un poco de café, las Fontaneda, el vaso de zumo.

Hace un bonito día de primavera.

Ponte una falda de estampados, querida.

Adiós, mamá.

Adiós, adiós.

¿Y ese retrato?

Ese retrato es el último.

¿Y cómo es?

Imperfecto, incorregible.

¡Qué un día de ahora mismo o de dentro de mil años, nazca un monstruo de carne y hueso con esa cara, con esa máscara! ¡Hasta le pondrán nombre!, se decía la mamá que ya era una rama  pura y  hueca por dentro.

Ojalá matarse en una pesadilla, no en la realidad tan detestable. Despertar o no despertar… Pero ¿cuál es la pesadilla y cual la realidad?

Soñaba con hombrecillos deformes, inescrutables, por encima de ella, que sujetaban por los largos astiles martillos y golpeaban objetos metálicos, piezas de acero, hierros sombríos que anidaban debajo de oscuros y anacrónicos vagones.

¿Qué hacer? La verdad de todo es un suplicio… No vale disimular, pero es el disimulo lo que permite ir adelante, hacia la verdad… que es la muerte. No queda refugio donde ir.

Líbrate del mundo y sus paparruchas, especialmente de ti. Eres una desconocida, mamá. Ya no te reconoces, ya no te sirve pensar en lo que eres, en lo que hubieras podido ser.

Me libraré de mí misma y de todo y de todos.

Se puso sus mejores galas, el más lindo atuendo primaveral y se precipitó a la calle.

En cada bar que le salía al encuentro se tomaba un zumo. Sólo tenía sed de zumos, muy frescos, azucarados, de rápido empalago, que le dejaban los labios pegajosos.

Alcanza La Glorieta.

Delante del ficus: escóndete, huye entre esa raíces, permanece oculta, inmóvil, así, años y años, siempre, sin dejar de respirar.

Ya en la estación de Aragón.

Esperó en los andenes, con los brazos caídos a los lados. Ahora, de pronto, se percató de que, en alguno de los bares, pero habría tenido que ser en el último, había perdido el bolso o lo había olvidado o se lo habían robado, ¿qué había sido de él?, y en su interior estaban las llaves de la casa, su documentación, dinero, la barra de labios, un espejito de marco de plata ovalado… Una mujer de edad intermedia, con un hermoso vestido estampado, el cabello suelto a la brisa olorosa, embriagadora de los árboles de marzo. Las manos vacías, sin nada. Esbozó una levísima sonrisa… de lástima. Casi desnuda. Indefensa.

Vio el momento adecuado para el sacrificio: el monstruo que humeaba por sus fauces cada vez estaba más próximo.

Ahora o nunca.

Que sea ahora.

Se arrojó al paso del tren.

Sabiéndose ya perdida fatalmente, sintió terror ante aquella fuerza y aquel ruido inmensos, aquel tremendo océano de oscuridad, golpes y rojos fucilazos que en una décima de segundo empezaba a estrujarla, destruirla y matarla, y aún tuvo tiempo de preguntarse, fuera del cuerpo ya: ¿Dónde estoy, qué he hecho?

Cuando los hijos suframos, o agonizantes, o muertos:

No… Stabat Mater. Nadie elevará los ojos a tu perfil caído.

1976, otro bello día de primavera:

Nunca más Stabat Mater… los tres hijos de Brell el Viejo: ninguna mujer-madre asistiría a sus tres finales dichosos o infaustos.

Y la vida sigue. Como si nada. 1951:

Antonio Miguel Gay Bernart 

Amparo Ferrer Andreu

Le comunican el próximo enlace matrimonial de sus hijos

don Bernardo Brell Ferrer

doña Carmen Gay Giner

La ceremonia religiosa se celebrará en la

Iglesia de San Juan de la Ribera de esta ciudad,

el día 15 de abril de 1951

Celebráronse las bodas.

Se otorgaron capitulaciones.

Hubo banquete, y hasta brindis hubieron a pesar de los lutos recientes.

Bienvenidos a.

JD. nació el 30 de marzo de 1952, perdonadle, cuando los buenos españoles iban a Barcelona a rezar el Santo Rosario, año este, precisamente, de la canonización del iluminado Antonio María Claret. Entretanto, cinco jóvenes anarquistas son fusilados sin miramientos en la misma ciudad condal y en la misma mañana cuando 810 nuevos sacerdotes son ordenados con toda la pompa católica y vaticana en Montjuich, aprovechando el XXXV Congreso Eucarístico Internacional, durante la santa misa oficiada por su eminencia el cardenal Tedeschini y a la que asisten, bajo palio, Su Excelencia el Jefe del Estado y su esposa Carmen Polo, ambos confesos y comulgantes en tan señalada celebración eucarística.

Hombre, ya de paso… Un muerto arriba, un muerto abajo (millón más, millón menos, que dirían años más tarde los que desfalcaron el Coca, los que saqueaban cualquier banco que se pusiera a tiro en las españas de antes y de después).

Pan y Vino que transubstancian la Carne y Sangre de Cristo… El tipo este, el nazareno, tenía mucho de anarquista: ni trabajo, ni casa, ni familia: tampoco tenía el hombre ninguna idea de adónde iba. Al final, El Cristo y El Anarquista colgados en la misma Cruz.

Pero, oh, bien tuvo él, conforme testimonian las escrituras llamadas sagradas, la dicha en la agonía: Stabat Mater

1952, buena cosecha.

Nació, perdonadle, en casa acomodada, con ropero y despensa…

Nació en la edad del sol en los terrados, cuando el hecho de estar vivo exige algo… Palabras de compromiso, por ejemplo.

Nació, como sin querer, como nos nacen a todos, y gruñó y lloró a lágrima viva, pero sus llantos y mocos no le sirvieron de nada y el mundo lo apresó, se apoderó de él y empezó a vapulearlo como si fuese suyo desde el primer minuto fuera del útero.

Nació el mismo año que murió la señora argentina de los 400 vestidos, 600 sombreros y 800 pares de zapatos: tal vez se cruzaron por el mismo pasillo estrecho, largo y blanco de ida y vuelta a la eternidad que es la nada:

Buena suerte. Que usted lo pase bien allí en la tierra..

Adiós, adiós. Y usted que lo vea desde el más allá.

Ese año, que tenía forma oblonga y como un aire a cosa gastada, a rancio, fue el año de la bomba H. Unos años más tarde sería el ejemplar más buscado de una colección de cromos, Armas y Bombas del Siglo XX, empezada por el abuelo Antonio Miguel que, a modo de testamento (murió unos meses después en un burdel por poco no aplastando bajo su sexo a una cuasi niña), le regaló a JD. al cumplir cinco años por ser temática muy apropiada en aquellos tiempos y a aquella edad y que, por puro mimetismo o inercia infantil, prácticamente todos los compadres del primogénito de los Brell de 1ª-A, en los Agustinos, comenzaron también a coleccionar. Cuando JD., al cabo de 86 sobres dobles comprados en los quioscos, consiguió hacerse con el cromo de marras, descubrió que la bomba H tenía un grosero e inesperado parecido con la vaina hinchada y rechoncha de una judía fresca.

Pues yo soy del año de la bomba H.

Así se las gastaban en el 52.

En el 52, yo lo he visto, dijo uno, lo juro por Dios, los curas a la entrada de los templos palpaban las pantorrillas de las señoras para comprobar que llevaban medias y podían así asistir a la liturgia con el recato debido.

Ese uno que lo vio y lo dijo se casó no ha mucho con una Hija de María, pero al poco tiempo ha hecho amante suya a una devota bobalicona de Acción Católica. Me aposté debajo del carillón… y allí estaba ella, musitando oraciones, elevando de cuando en cuando los ojos a un Cristo Rey de buena factura estatuaria y excelentes dorados... Me conquistó cual una imagen de la Dolorosa.

Giró ella la cabeza… ¡y al otro, al Cristo, creyó ver en mí bajo la magna luz de oro de los velones!

Aquello fue Troya.

¡Mujeres!

Aun con velo en la cabeza y medias en las piernas, ¡mujeres!, exclamó otro solterón con Las Provincias dominical debajo del brazo, impenitente onanista sabatino y atracador de pastelerías a la salida de la santa misa de 12.

Lo que más me pone de esa cachonda feligresa con medias de cristal, confesó el seductor de beatas, son los suspiros, hondos, voluptuosos, quemantes, y las lamentaciones piadosas, la contrición, el peso de la culpa que del alma sale a borbollones por la boca: ¡Ay, Señor! ¡Ay, Señor, loado seas! ¡Pecadora de mí! ¡No merezco tu perdón! ¡Loado seas! A lo bueno, o a lo mejor, es que se creen que está follando con Dios, y no es eso, caramba, porque a mí no es que me falte instrumental, pero tampoco me sobra, que humano soy, a qué engañarnos entre sí con alardes los buenos españoles, cristianos viejos, en estos menesteres de la cópula. A cada uno lo suyo.

Ese año también es el de El mártir del Calvario (0).

El mártir del Calvario (0) es todos los años, infeliz. ¿Pues qué te pensabas?

El recién casado profesor Bernardo Brell Ferrer, aún en intentos de impresionar a su joven esposa, Carmen Gay Giner, impregna de varonía las veladas radiofónicas después de la cena, antes de acostarse, con lanzadas contundentes que vaticinan embestidas más placenteras un rato más tarde, ya entre las sábanas:

Querida mía, más que miedo a morir lo que tengo en esta España de zarzuela, militarotes, curas, moscas barojianas y oprobio continuado, de indefensión moral y ética, es miedo a matar.

Son otras las tornas, pero se diría que nada parece haber cambiado, o que ha cambiado todo para que todo siga igual, al oír al profesor de arte, el rey en su tesoro, a la vera su reposo, la consorte agradecida de sus caricias:

Lo primero que hay que hacer al llevar a casa un perrito o una mujer… es comprarle un collar, aconseja el señor Jardiel, y acto seguido, 1952, año de las orejitas de ratoncito, lo mató en un instante luego de una agonía silenciosa ante el estupor familiar, que eran dos hermanas vírgenes tan menudas como él.

La embarazada, que todavía ignora el feliz estado, lejos de cualquier impresión positiva o negativa, desde luego nada admirativa, evita mirar a los ojos a su joven esposo, notorio eyaculador precoz, penosa circunstancia que con el tiempo y una larga experiencia, lograría remediar:

Era como el Sam de la película, el de tócala, Sam, que no tocaba realmente el piano.

Cabalgata Fin de semana: seis millones de jinetes montados a la grupa de sus señoras… ¡colosal ejército de sementales sabatinos al mando del inimitable señor Deglané y al son que tocaba!

Por el salón a media luz, entre las paredes de color matizadas por la insinuante penumbra, limpia ya la mesa de los restos de la cena, navegan los suaves acordes de La melodía misteriosa

De manera, futuro conspirador y escritor huraño y torturado y al cabo agricultor que fuiste, engendrado entre Las mujeres opinan, espacio patrocinado por Medias Vilma y ¿Dónde estará el avión?, divertidos minutos de intriga patrocinados por Gallina Blanca, las  suculentas sopas de sobre que ningún buen español puede dejar de probar.

Esa misma radio anuncia ante la indiferencia general (e injusta) la declaración del insigne Azorín, escritor enmudecido desde mucho tiempo atrás:

Mi vida literaria ha terminado. Ya estoy cansado. He escrito artículos desde los ocho años… Ha oído usted bien, cogí la péndola a esa temprana edad y hora es de que la suelte. A partir de entonces no era raro descubrir a nuestro novelista asistiendo a la primera sesión de tarde en los cines de estreno de la capital: El cine, qué cosas, es un verdadero arte, el séptimo dicen que es… A mí me gusta mucho Gary Cúper, y esa otra chica italiana.., Loran, o Laron… Yo, como no duermo la siesta, después de comer, todos los días me meto en un cine. Es muy agradable hacerlo, muy entretenido…

¿La bomba H?

JD., infante inocente y sobre todo desprevenido: tu primer hermano está en camino. ¡Qué pronto le arrebatan a uno el reino, el trono, la corona, el cetro, los oros, el plato de lentejas, los cromos… ¡la bomba H!

En breve, asomará su cerviz por el recodo.

Como Marshall, el amigo americano.

1953 siembra el terreno patrio de bombas atómicas, como si fuesen cebollinos.

Grande ha de ser la cosecha.

Mucha es la mies.

¿Y esa ave fabulosa que corona los cielos?

Un B-47 Stratojet cargado con bombas de 10.000 kilos.

El destino de Carlos Brell Gay (a) Fiodorov estaba escrito en las estrellas entre las que navegaban los bombarderos americanos como grandes pájaros de plata lucientes bajo los rayos del sol invencible (¡Joder, Vivales!).

En el mismo momento de nacer Fiodorov, alguien le encasquetó un solideo invisible en el cogote húmedo de sangre y fluidos. Sólo a Dios. Estaba marcado: entregó su vida al sacrificio y la lucha, se inmoló en aras de una pretendida solidaridad ecuménica, una especie de abrazo musculoso entre todas las razas y clases del mundo todo.

El mediano siempre es un mártir (protomártir) que se lleva la peor parte del pastel familiar.

A finales del año, tu padre se compró un 1400. Creo recordar que era verde oscuro, de mullida moqueta y tapizado de tela hasta el techo. Aún recuerdo el brillo del cromado del salpicadero.

A pesar de dejar bien abierta la vagina, tu madre cerró el grifo: vamos a cerrar la guardería de una puta vez. Un descansito para el molde. ¡Buena era ella!

(Al menos, de momento: una de los cientos de miles de millones de estrellas del firmamento que ha de buscar su pesebre, su buey y su mula en la tierra llevaba grabado a fuego sagrado, indeleble, un nombre: Ignacio Brell Gay.)

Quibi sibi nomen imposuit… :

BOCETO: Urbi et orbe.

Dime, hermano mayo, ¿qué va a ocurrir?

Don Mariano Castillo y Ocsiero no predice grandes males, tampoco grandes remedios, aunque anuncia malas digestiones, epidemia gripal, súbitas caries, cólicos alevosos, migrañas a destiempo y lluvias desusadas en las comarcas del norte, medianas en las del centro y escasas en el sur.

¿Y como andamos de cosechas?

Pregúntaselo al romanero. Tanto tienes, tanto vales.

Que la vida de un hombre dé muchas o pocas vueltas o ninguna, eso no importa nada, pues a la postre se acaba en lo mismo, cuánto bueno por aquí, doña Parca. Y usted que lo diga. A mandar.

En 1953 el joyero sigue más aferrado que nunca a su caña de pescar, a sus colecciones de cromos y… ¡se nos ha vuelto ferroviario! Ha hecho del suelo de su casa de Caballeros, de la que es único ocupante, la estación del Norte, la estación de Atocha, la estación Victoria, la estación Austerliz, la Alexander-Platz, la Milano-Termini, la Central Station… La ha poblado de vías férreas, de vagones y locomotoras, de pasos con barrera y pasos sin barrera, de lucecitas verdes y rojas, de montecillos y túneles, de airosas y rústicas maquetas de ciudades alzadas sobre verdes prados de musgo artificial. Su hija, al recordar la muerte cruel de la madre, cuando descubrió la nueva ocurrencia del joyero-ciclista-pescador-putero-ferroviario, a punto, lo que se dice en un tris, estuvo de atravesarle el cuello y rebanárselo con la punta roma de una espátula: así iba a sufrir el cabrón.

El doctor Freud, desde el más allá, ¿podría explicar tamaño dislate?

Podría. Existe una explicación para todo.

¿Hacerse maquinista de La General fue un error?

¿Hacerse revisor a lo Juan Benet, viudo asimismo de enajenada suicida, de la línea Madrid-Albacete fue un error?

¿Hacerse jefe de estación  (incluida la gorra con cinta roja y el bastón forrado también de rojo) a lo Boumil Hrabal fue un error?

¿A qué llamamos error?

¿Qué es un error en términos freudianos? Lo que conviene a la teoría.

El joyero, comedor ahora de arroces infectos en restaurantes a la carta, en bares de barrio y casas de comida para estudiantes, en hoteles con pretensiones, incluso en La Pilarica o en Casa Cesáreo (en realidad, buscaba infructuosamente la mano, el sabor y estilo arroceros, inconfundibles y perdidos para siempre de la loca, cocinera sin par de tales guisos en toda la provincia), frecuente merodeador de Velluters a la busca de la putita vestida de organdí, rosada, tierna y viciosa, se vengaba de ese modo, aun inconscientemente, de la última trastada de aquella malhadada Carmen Gay Giner, que fuera todo en una, artista, loca y suicida.

¡Gran fulero nuestro ferroviario, que de ideas inconscientes pronto convierte lo consciente!

La represión en cualquier orden es como el estreñimiento, sentenció en una ocasión a los artesanos de su taller. No registran las crónicas en virtud de qué razonamiento o argumentación sorprendente se reveló con semejante dicho ante sus boquiabiertos subordinados.

Qué tiempos de correcciones.

Qué días de confusión.

El inconsciente es como… jugar con las heces, dijo otro en no menos memorable trance, administrador de fincas urbanas y uno de los escasos amigos del joyero (los joyeros-pescadores-ciclistas-puteros-ferroviarios acostumbran a ser por definición hombres poco dicharacheros y reacios al chafardeo, amigos de la introspección y nada proclives a la confesión íntima).

Gran coartada el inconsciente… el comodín perfecto, la piedra axial, la palabra reina para la universal elucidación del crucigrama, el damero maldito, la sopa de letras, resolver el jeroglífico…

Antonio Miguel Gay Bernart se aburrió plácidamente (a veces ni se daba cuenta de ello) en los años que siguieron desde la traumática desaparición de su santa descuartizada por las ruedas de una locomotora y la boda de su niña Carmen un año después hasta su propia, temprana y súbita muerte. ¿Y cómo se aburría nuestro joyero hermético, severo y egoistón?: escuchando los parloteos, las melodías, los concursos y los diarios hablados que llegaban infatigables a través de su aparato de radio Telefunken (modelo Gran Vals), en la búsqueda callejera, esperanzada y tenaz de adentrarse en un (dos, tres) estrella michelin o en una taberna oscura del casco antiguo y regodearse de  nuevo con los sabores y texturas inolvidables de los variados y suculentos arroces cocinados por la difunta, se aburría con su rencor (inconsciente) ferroviario y se aburría incluso al ejecutar, semen retentum venenum est, las preceptivas cópulas semanales (3) con su adorable meretriz… en cuyos cortos y rollizos brazos entregó un día, martes maldito, su espíritu en un santiamén, quietecito, apenas eyaculado, con la polla laxa aún encoñada, desinflándose entre un horrible dolor en el pecho y el placer que ya se alejaba de él como una ola de fuego en reflujo. Puro Freud.

 

1957. ¿Es usted Carmen Gay Giner?

….

Llamamos desde la comisaría del distrito centro.

….

Le llamamos por un asunto judicial.

….

Debe usted personarse en esta comisaría lo más rápidamente posible. Ha ocurrido un accidente.

….

¿Su marido? No. Se trata de su padre. En la cartera hemos encontrado su documento de identidad y el número de teléfono suyo.

….

Sí, un accidente. Podemos considerarlo de ese modo.

….

¿Qué clase de accidente?

….

No, no es de tráfico.

….

Al parecer ha tenido un ataque cardíaco.

….

¿En qué hospital? Pues…

….

Tranquilícese, señora… Lo sabrá en seguida que llegue a la comisaría. De momento es todo cuanto puedo decirle.

….

Disculpe que la interrumpa, pero…

….

Me temo, señora, que antes tendrá que pasar usted por esta comisaría para tramitar una diligencia. Será cuestión de unos minutos.

¿Y ahora qué?

¿Qué es estodo esto de una muerte aunque sea la del padre?

Cuelga el auricular. Carmen Gay tiene un pálpito: sabe que le mienten, pero no sabe hasta qué punto le mienten. Todo suena muy raro. ¿Qué va a pasar?, se pregunta mientras fija la vista en el aparato negro y rotundo sobre la mesa del despacho del catedrático, acariciada su figura algo rígida, inmóvil, por la luz dorada y densa de primeras horas de la tarde que atraviesa suavemente las cortinas livianas. En la habitación, de suelo de parqué, tapizada de hileras de libros hasta el techo, reina una quietud solemne, estupefaciente. No saldría jamás, ahora, de ese recinto sosegado, de absoluto recogimiento: cuadros, libros, esculturas, los sofás gemelos de piel de vaca teñida de negro, la banker de pantalla verde, marina, sobre un ángulo de la mesa, el pulido brillante de tanta madera… Ha de abandonar esa envoltura protectora y cálida, enfrentarse al desafío de un pequeño o grande suceso, ha de peinarse, maquillarse algo, ponerse un vestido de calle, y está el crío… Siente una mezcla de ansiedad y temor… ¡injustos!, logra definir al  fin.

Le tiemblan las manos: el peor de los síntomas que ella reconoce en sí misma. ¿Qué he hecho yo para este castigo de otros?

Raro, muy raro. Pero está todo tan quieto, tan normal, tan en silencio en este instante…

Martes: día de brujas. 16 horas, 31 minutos de la tarde. La huérfana coge de la mano al futuro Fiodorov de cuatro años y, sin saberlo aún, convencida de que su padre yacerá en un estado de mayor o menor gravedad en la cama de un hospital al cuidado de los médicos, se va al encuentro del cadáver de su putero progenitor escoltada por su hijo mediano armado de adarga, lanza y espada a la cintura y que a duras penas (pues no vemos la cabalgadura por ninguna parte) puede caminar al paso de sus zancadas apresuradas.

J.D., recién egresado de párvulos, en primer curso de primaria, se halla en el colegio intercambiando cromos y pringándose con las tizas de colores: Te cambio el 28 por el 59. Vale. La sonrisa tutelar y complacida del padre Román, testigo del trueque, aprueba el intercambio. Coleccionar cromos es una excelente manera de familiarizarse con los números, aprender a sumar, restar, multiplicar… Armas y Bombas del siglo XX: magnífica pedagogia, qué niños, qué épocas, qué desparpajo, se dice el agustino orondo, bonachón, prácticamente un eunuco.

A esas mismas horas del día, pacíficas, como de pausa en el orden de una jornada que parece declinar sin prisas, en el paraninfo de la facultad de Historia, el eximio catedrático Bernardo Brell tocado con el birrete morado asiste a la ceremonia de investidura, en la apertura de curso, de un colega como doctor honoris causa, un acto de presencia inexcusable: Colegas todos…, empieza a decir el tipo togado, hinchado como un pavo, de faz aún rubicunda a causa de las copas de vino trasegadas durante la comida en su honor, colmado por las adulaciones, entontecido por una vanidad pavorosa.

Cada uno a lo suyo.

(A cada uno su muerto.)

A Fiodorov, el Terrible, no se le olvidaría jamás aquella tarde y aquella muerte. No vio ningún cadáver, por supuesto, y no entendió ninguna de las palabras de una conversación indescifrable, entrecortada y seria. Veía a su madre al lado, sin apenas abrir los labios, inmóvil, monosilábica, con el rostro empalidecido, pero sin derramar una sola lágrima, mientras escuchaba a un señor que vestía de oscuro y que, de cuando en cuando, le lanzaba a él, cogido de la mano de su madre que le transmitía un temblor irrefrenable, allá abajo, sin armadura ni corcel, lejos de cualquier espada con la que enfrentarse al mundo, al demonio y a la carne, a la altura casi del suelo, una mirada de absoluta extrañeza cuando no perplejidad. Al niño le parece todo lo del mundo raro, muy raro, y todo es grande, muy grande: nunca descubría que había encima de las mesas.

Viernes, 11 de octubre de 1957. No existen los presagios: el augurio no existe a pesar de ser palabra de uso, como el indicio.

¿Cómo olvidar tamaño castigo? ¿No eras inocente? La madre soñadora y suicida; el padre pescador a toda hora con el corazón reventado en brazos de una puta disfrazada de muñeca…

¿Qué va a pasar ahora? ¿Cómo olvidar tanta vergüenza, toda esa cámara oscura familiar de pecados?

¿Cómo se sigue adelante?

¿Para qué seguir adelante?

Hay que seguir adelante.

Lunes, 14 de octubre del 57: una descomunal masa de nubes grises, negras, aterradoras, estalla una decena de kilómetros al noroeste de la ciudad indefensa, cruzada de un extremo a otro bajo diez puentes por un río Turia regularmente de aguas mezquinas, casi un arroyo formado por charcos y regueros malolientes, pero que esta vez, en cuestión de unas horas, desbordará impresionante como un océano enrabietado los pretiles de viejas piedras, anegará un cauce colmado hasta sus márgenes como nunca se había visto a lo largo de su pacífica historia.

Nada podrá borrar esta nueva ignominia de mi mente, se dice la mujer descalabrada por unos progenitores, digamos, algo raros, muy raros…

1964, un domingo otoñal, festivo e inocuo, camino del Parterre, a ver los ficus y, no muy lejos de las desmesuradas raíces de esos enrejados arbóreos, contemplar después estupefactos durante unos minutos a los catalanes bailando sardanas, la danza más insípida e irritante a la que pueda uno asistir:

Brell el Viejo a la pequeña manada de los Brell jóvenes endomingados y con el pelo rezumante de agua de colonia: 12, 11 y 4 años en orden decreciente de aparición en este mundo tan raro, muy raro: Hasta aquí, dice el patriarca en Barcas con Pintor Sorolla, elevando el brazo un metro por encima de su cabeza, llegó el agua de la riada del 57…

Más de dos millones de toneladas de barro, escombros, animales muertos hinchados, a punto de reventar por los cuatro costados, enseres y muebles desbaratados y ennegrecidos por el agua y la humedad y colchones destripados, sobre todo colchones curiosamente, hubo que retirar de las calles de la ciudad en las semanas siguientes. Por toda la urbe se extendía un olor a mierda, a podredumbre, que llegamos a pensar con desánimo que nunca nos libraríamos de esa pestilencia y que ese hedor penetrante del barro adherido a las puertas y fachadas permanecería para siempre enseñoreándose de calles y plazas.

Todo hubo que limpiarlo. Hasta el asombro y las penas.

Y, meses después, todo volvió a su cauce.

Con parsimonia, tan natural como ese río que volvía a ser mezquino, nada extraordinario, un mero arroyo insignificante deslizándose lentamente entre  los pretiles.

Todo, la catástrofe y los días felices, termina por olvidarse o... simplemente aceptarlo como se acata la vida y su fardo de incongruencias y sorpresas, una provisionalidad la de la vida que, en realidad, si bien se piensa, es rara, muy rara.

Qué cosas, la riada de desgracias, el oprobio, la muerte, la.

En 1957 don Bernardo Brell Ferrer decide que hay que pasar a la acción: Paul Klee y, acaso, aunque el asunto requiere un análisis de las posibles consecuencias académicas y económicas, el FELIPE, una organización política de oposición que golpea las murallas de la fortaleza franquista con el rabo de una escoba.

A los 37 años de edad, en plena sazón, todo es posible, todo lograble.

Onomástica que aún excluye el cinismo, la cruel evidencia:

¿Andamos de años?

En efecto, amigo, es mi cumpleaños.

Ánimo. Ya queda menos.

(Para abandonar este valle de lágrimas.)

¿El hogar? Bien, gracias. Todo en su sitio. Una gran mujer, mi esposa. Una excelente ama de casa y una estupenda madre que está sacando adelante, con la ayuda inestimable de los padres agustinos, a mis dos animalitos perpetuadores de la especie (¡ja!)

Todo en su debido cauce.

Una llamada telefónica para don Bernardo: el oprobio tan inesperado como injusto (¡ja!)

Tu suegro ha muerto en un burdel, calzaba zapatos charolados de tacón y llevaba puestas unas bragas rosas y un sujetador con las cazuelas llenas de retales. Se tocaba la testa con un sombrero frutal.

Ya empiezan las tergiversaciones, los malentendidos, las infamias interesadas, la trama deleznable con que algunos sazonan sus historietas subidas de tono. ¿A qué estas obscenas  mixtificaciones?

El joyero ha muerto con la verga al aire, desnudo como el diablo lo puso en la tierra de nuestros pecados. Era la putita la que lucía unas atractivas braguitas rosas, desnudita de cintura para arriba y con la boca todavía inflamada por la mamada eterna y concienzuda: 300 pesetas de vellón. El joyero siempre tiene a bien pagar un servicio hecho a conciencia, sin prisas, sin remilgos: te lo vas a tragar todo, todito.

En los umbrales de la vejez, abandonado por la artista pecadora, treinta años más tarde, el yerno comenzará a emular al suegro, adicto incluso a la gama cromática de los rosas.

Empiezo a tener una edad que donde más a gusto estoy es en el yo.

Como aquél que del placer murió derrengado treinta años atrás, más que la penetración anal o vaginal de la nínfula a cuatro patas, a nuestro profesor sesentón en las décadas de los ochenta y lo poquito que tocó de la del noventa, le atraía la morosa mamada, proferir la blasfemia y el insulto sobre ese cuerpo joven desnudo, degradado y comprado, de rodillas trajinándole la polla con una boca tragadora y quemante, con los ojos cerrados, con una fruición que se diría única, como si lo que más le gustara en este perro mundo (llámese inmundo y de todas formas disparatado) fuese sorber, lamer, acariciar con la punta de la lengua una verga poderosa y tiesa.

Tu padre con la pipa en la mano, tabaco aromático, embriagador, un verdadero amsterdamer

Semen retentum venenum est.

¡Qué gran máxima para el potro español!

Así que, ¿por qué no? Interesa este FELIPE: ¿te van a meter en la cárcel por llevar una escoba en la mano?

Los tiempos están cambiando. Tiene que llover, tiene que llover.

Hazte ver, aunque sólo sea sacando la patita. Bastará simplemente con eso.

Contra Franco: esa es la clave para pisar firme en el futuro democrático que ha sobrevenir sin que nadie pueda impedirlo.

Como la pala del hornero: de madera, no transmite el calor, inofensiva.

La huelga está prohibida, sancionada toda manifestación de protesta, pero según el estratega Lenin, el táctico Trotsky y el soldado Stalin, las revoluciones se fabrican mejor en el desorden: las sociedades caen como una fruta madura (podrida). El desorden es el mejor aliado de la desesperación; el embrollo, la mecha que ha de encenderlo todo. Que entre el arte salvaje.

Ese se limitó a hacer una revolución con una paleta carolus, una espátula isósceles y media docena de pinceles de pelo duro (del 21): le daba por los colores cálidos al hombre, por la serie xántica:

Es donde mejor me apaño, ¿sabe usted?

Otro hizo la suya soliviantando a las masas por medio de astillas de enebro quemadas y sujetas a una tabla de nogal.

Todo un revolucionario nuestro artista.

Haz del arte tu arma perfecta. El lenguaje abstracto enmascara la protesta evidente. Lo ininteligible a nivel lingüístico y formal, intraducible, enigmático, se convierte en soflama y bandería en su apariencia plástica: es el espectador el que añade el arma.

A nadie le meten en la cárcel por tener colgado encima del sofá un cuadro abstracto, una arpillera pintada de rojo y negro, una tabla quemada, una tela metálica que reverbera desde la pared, el estallido cromático fugaz sobre un fondo negro. Por lo demás, ¿quién lee las cartelas de los cuadros?, ¿quién se entera de los títulos explícitos, aquellos que bien podría delatar su carácter revolucionario (y judeomasónico, por añadidura)?

Ah, este nuevo arte:

Viene de la Prehistoria

y va a la eternidad.

Escribió en versos de bronce (la materia, qué digo la materia, la propia sangre solidificada de los muertos ilustres) el maestro D’Ors.

A Apeles le bastaba una línea para mejorar la geometría del mundo.

Y otro tanto a Probógenes.

¿Y eso quién lo dice?

Brell (Plinio) el Joven.

Es decir, que nada representaban, nada referenciaban: las líneas escuetas, sutiles, fascinantes, solas en el cuadro sin mayores alharacas enunciadoras. ¿Para qué más?

Lo que sobra es la técnica… salvo cuando deviene metafísica en arte y en literatura, al decir de monsieur Jean Paul Sartre.

Toda morfología sobra en los cuadros y obras abstractas: esas piezas insignes y descaradas se bastan a sí mismas sin necesidad de declararse desde una estructura plausible.

Un cuadro absolutamente negro sólo roto por un lanzazo amarillo de oro en un ángulo puede significar algo o nada. Depende.

Título:

El asesinato de Francisco Franco visto desde el puente de Los Franceses. Ya lo ha dicho todo.

Título: Negro y Amarillo. Ya lo ha dicho todo.

Título:  Composición 23. Ya lo ha dicho todo.

Título: Pintura.

Ya lo ha dicho todo… ¿Hay alguien ahí que pueda negarlo? ¡Qué digo! ¡Nadie puede ni siquiera dudarlo! Palabra de artista va a misa…

(De misa y olla.)

Curiosos tiempos en las españas, que unos pintamonas astutos se rebelan contra el Régimen a través de unos cuadros que ni dicen ni proponen ni sugieren: basta lo indescifrable para entrever entre las cuatro esquinas de los bastidores sin marco un ataque en toda regla contra la dictadura; basta el rayón quebrado para entender lo que se esconde tras las sonrisas del Régimen: prisión, padecimientos, torturas, sangre, muerte.

No expliques nunca nada, como si lo dejas todo en blanco, sin color, sin escritura. Procúrate la mirada del desdén del artista.

Profesor, háblenos de Goya.

Y Lucientes.

El aragonés sueña pesadillas bajo cielos extraños: el contorno de las nubes, oculto por una representación, la de la propia nube, sencilla y bien perceptible, incuestionable en su apariencia, resulta el gráfico demoníaco, una tinta simpática que desvela las miserias y los pecados… de Dios. El perfil es la línea reveladora.

De ahí a pensar que Dios es el capricho más disparatado del hombre, un paso.

En 1957 Francisco de Goya y Luciente está más vivo que nunca. Al igual que los disparates.

Qué pinturas las de estos chicos, se dicen los prohombres del Régimen en el XVIII Año Triunfal.

Diario Hablado de Radio Nacional de España:

Llueven sin pausa (llueven del cielo católico y español) los grandes premios para el arte hispánico ante el asombro general de Europa.

Gritan en Sao Paulo y gritan en Venecia. Fomentemos estas estridentes chácharas plásticas, pues esto interesa y nos presta solvencia sin riesgo.

Incluso el retrato más inocente, promueve el horror.

Incluso la mancha más anodina, incita al disparo.

Incluso la rasgadura más inocua nos produce temor y nos invade la angustia.

¿Quién lo dice?

Pero, ¿cómo saberlo sin están mudos sus artífices? Te miran con gesto displicente, con un cansancio infinito junto a sus obras incendiarias y sólidas pero… incomprensibles. Te miran como traspasando tu envoltura carnal hasta alcanzar el más allá de lo cercano, lo utilitario, lo real, lo prescindible, en suma: al otro lado del horizonte se hallan mis visiones, mis alucinaciones y delirios, aquello que tú, miserable espectador, jamás podrías comprender: William Blake redivivo.

Sin embargo, viven del presente, de sus monedas, de sus regalías y fiascos. Porque además de arte, es discurso. He ahí el enganche que reparte las credulidades al tiempo que obtiene los variados plácemes.

La bala es el chorro que suelta el tubo de pintura bajo la presión de tus dedos revolucionarios. No importa el calibre: mata… si es una buena pintura.

Los churretones y estragos en tu paleta de pintor rejuvenecen y modernizan esta-vieja-piel-de-toro que resurge de las cenizas de todas sus guerras perdidas: España Grande, tierra de artistas y guerreros, de poetas y soldados, de conquistadores y visionarios, misioneros y santos.

Una subversión tan visible como inadvertida ésta de los cuadros.

Vanguardia estética: pero sobre todo vanguardia en cualquier frente abierto entre la realidad y el deseo: el signo de cualquier índole es el tiro que te descerrajo entre ceja y ceja y ahí queda marcado para siempre jamás: tus ojos abiertos me guían la puntería, espectador… se dice el creador con sonrisa displicente.

La ambigüedad es el mejor punto de disparo para el artista y cazador oculto… y el mejor asiento del banquete: caen como moscas los compradores, se quitan las obras de las manos, codiciosos elegantes que hablan de arte y cultura con la copa en la mano en la galería atestada de ese tipo de gente a la que años más tarde, cuando todas las revoluciones habían desaguado por el sumidero de la transición, se le tildaría de guapa y progre, bella, en especial, bella, sin girar la cabeza ni un instante a un lado o a otro, sorbiendo el buen vino sin engarabitar el dedo meñique, modernos y desenvueltos, con indiferencia calculada, con un gesto apenas esbozado que es en el fondo (no demasiado en el fondo) un comedido desprecio hacia los otros con sus mismos gustos e idénticas ambiciones, y no les domina sino la avidez más flagrante, la ganancia que barruntan o, peor todavía, evidenciar ante el mundo (inmundo) el signo material más adecuado, junto con otras bagatelas de precio alto y nadería obvia, que determine sin ambages su estatus y sus privilegios.

¿Cuánto?, preguntó en un aparte al artista revolucionario, a espaldas del galerista y su comisión.

….

Lo compro, sentenció (de una vez por todas, con todas las de la ley). Y allá que se fueron los dos al cochambroso estudio.

Y  se firmó el armisticio.

La realidad histórica es lo que es. Y el negocio es el negocio.

Perfecto ha de quedar encima de uno de los sofás del salón:  (negros, y los cojines verdes manzana).

Nosotros, artistas independientes…, así rezaban las primeras líneas del manifiesto.

El pincel es la espada; el artista el paladín que se adentra en el bcampo de batalla social y con sus solas imágenes nos abre los ojos y nos induce al compromiso, a la revolución (?).

En todo caso, el artista también come, como tú, y como aquel, y si come dos veces al día, mejor.

Los artistas, cuando muerden, se muerden a ellos mismos, y son capaces hasta de matarse a puñados en diferentes épocas y en diferentes lugares: no he conocido a ningún artista que muerda la mano que le acaricia el lomo y le arroja de cuando en cuando un pedazo de pan a los morros.

En lugar de meterle una bala en plena cara a ese asqueroso burgués, trueca una muestra de sus pinceles por un fajo de billetes procedentes de la plusvalía del trabajo obrero. Y después que cuelgue la obra maestra donde prefiera: en el cuarto de baño, en la cocina o en el salón hasta el día de la puja, y, de nuevo, como el que no quiere la cosa, recoja más plusvalía.

Épocas…

Muros de la patria mía del año 57 que no derribara ni Josué el trompetista.

Ah, artistas, bien pertrechados de cascos de acero y cuadros semiautomáticos de gatillo fácil, atiborrados de pervitín: ¡Sus, y a ellos!

Excelencia, los subversivos.

Que pasen.

¿Cómo diablos me van a mover la poltrona unos cuadros que nada expresan, que nada significan más allá de su vistosidad y acierto plásticos? ¿Estos artistillas son los que me van a birlar la cartera, los que me van a robar España? ¡Qué miedo!

También están los realistas.

Dale metáforas al pueblo llano (si no tienen pan, que coman metáforas) y sus buenas gentes te morderán el cuello hasta hacerte sangrar. Una crónica de la realidad que pervierte sus bases de previa inteligibilidad, que confunde la primera y fiel lectura de su figuración, que enmaraña su oportunidad temática (El Guerrero del Antifaz en el despacho del notario), promueve la extrañeza, la dispersión y, finalmente, el desprecio del buen español.

Otrosí:

¿dónde cojones van a meter esos cuadrazos políticamente indefensos, inescrutables, indescifrables?

¿En una vivienda social?: 42 metros cuadrados (25.000 pesetas, y te la llevas puesta, hasta con grifos).

El arte es una toma de partido. La violencia gestual, la fiereza cromática, el desgarro y la rotura, el chamuscado y el hierro oxidado brutales esclarecen la crueldad de los actuales mandatarios del país. El compromiso es ineludible. Este lenguaje abstracto que preconizamos es la traducción plástica de los males que corroen nuestra sociedad. El arte es una crítica de la realidad que lo inspira o sólo es una mancha figurativa o no figurativa, un borrón: es el estigma lo que debes ver. La basura que sustenta mi ideario y lenguaje estéticos es la basura y el detritus que los bienes y el latrocinio del burgués, los desmanes del empresario capitalista y el político comprado que lo salvaguarda del castigo social expelen y con la que infestan nuestra sociedad de clases. Es la injusticia la que gesta nuestro lenguaje violento y sólo plástico: dice cuanto tiene que decir sin retóricas de gobernante falaz. No se trata de una rebelión: es la revolución.

No es el toro de Picasso en el que pedaleamos.

No es el urinario de Duchamp en el que meamos.

No somos el cuadro blanco de Malevitch en el que nos ahogamos.

No es la mierda enlatada de artista de la que nos alimentamos.

¿Qué ves?

….

¿No eres capaz de verlo? ¿Pero cómo es posible que no lo veas?

….

Está bien. Un poquito de pedagogía plástica nos vendría muy bien a todos desde el mismo día que nacemos (o incluso antes: un comportamiento predeterminado, tipos y tipas técnica e intelectualmente ya programados desde el útero mágico). Lo que ves es una reflexión crítica sobre la sociedad, pero también sobre el mismo acto de hacer arte: lo procesual elevado a categoría artística por imperativo legal del creador: es así, y punto, el proceso se erige asimismo como un componente más de la obra que se invisibiliza tras su culminación, se diluye en lo no tocable, en lo no textual: pero ahí está, y era quizá lo más importante, lo realmente sustancial al margen de que se cumpla el objetivo que inspiraba nuestros pasos, y lo sabemos como sabe el alquimista que si tras un millón de ensayos consiguiera hacerse con la piedra filosofal se desplomaría al suelo entre retortas, crisoles, tubos y aguas destiladas de un ataque cardíaco para no abrir los ojos jamás.

Porque el arte es un trabajo. Un procedimiento mágico, alquímico, irracional.

A ese lo fusilaron en su chalet residencial con los ojos vendados y contra la pared del salón suntuario de cuarenta y dos metros cuadrados, justo en medio de la jarronería china, tres cuadros informalistas y dos expresionistas abstractos sin piedad ninguna. Le dieron de lleno en el pecho. Y aún lo remató uno del arte povera con su arma reglamentaria (de gatillo fácil).

Este ejército de pintores revolucionarios nos es sumamente recomendable: disparan humo y, sin embargo, allende nuestras fronteras, los ingenuos malvados judeomasónicos imaginan en esos trazos y rayajos tiros sangrientos, revueltas y disturbios en el solar patrio cuando, de hecho, las torpes especulaciones de esos pintorzuelos fortalecen nuestra imagen, liberan el arte nuestro de la tradición más rancia y nos colocan como país en la vanguardia cultural de la Europa de las libertades: no reprimamos el arte abstracto, como hicieran el nazismo y el comunismo, ergo ninguna libertad es refrenada en nuestra nación. Loor a ella, a su sagrado arte, a la Gran Democracia.

Y como tal, se paga, además. Buenos dividendos…

¿Tú como representarías el rostro de un dios, de los dioses?

¿Quién? ¿Yo?

De Dios, uno y solo, si lo prefieres, para simplificar las cosas, ese dios terrible de los cristianos.

No lo haría: me limitaría a pintar a secas,  intentando que su mano me guiara… alla prima.

¡Su mano… con firma! ¡La hostia consagrada…! O mejor todavía: pintarlo sin figurármelo pero invocándolo con el pensamiento, creándolo yo mismo puesto que jamás lo he visto… (Como tampoco lo han visto las locas que visten a sus hijas de doce años como una muñeca, guisan todos los días arroces sabrosos, leen a destiempo, pintan retratos imaginarios de absolutos desconocidos mientras escuchan los atinados consejos de la señora Elena Francis, beben copita tras copita de anís Marathon y acaban tirándose a las vías del tren.)

Tipo taumaturgo.

(Qué tipo más raro, ¿verdad?

Es, digamos… de distinto querer, como ese artista incomprendido del que hablaba Ortega.)

Sólo el arte abstracto es religioso: te deja frente a un vacío que tú mismo has de llenar con los labios sellados. Lo demás sólo es iconografía… o belleza que únicamente revela uno de los aspectos más honrosos del ser humano, pero de él, que no del dios, que debe de ser de una fealdad inimaginable (y por tanto irreproducible), ya que lo malvado, lo sucio y corrupto, también nace de él.

¿Tú ves a Dios por algún sitio? Pues si no lo ves, ¿cómo diablos (a través de qué diablos) lo vas a retratar?

Siento su presencia con los ojos del espíritu.

¿Qué espíritu? El espíritu, místico de los cojones, es un pedacito minúsculo de seso viscoso encerrado en uno de los huecos más sombríos del cráneo, con toda probabilidad el más repugnante.

En 1957 el juego de hacer cuadros… no es un juego.

En 1957 todo es un vicio solitario... si piensas en esta vida que nos hace pedazos.

¿Y ese trazo rojo, sobresaliente, tan texturado…?

La ira del justo, la quinta del sordo, los fusilamientos de mayo, la pelea a garrotazos hundidos hasta la rodilla en la tierra sucia y rota y maldita de este país.

¿Y ese azul?

Don Antonio Machado, cierra los ojos, está muerto (evoca el sol de la infancia): no es el calor del astro el que se posa benigno en la piel del rostro, es la fiebre de la muerte y luego, poco a poco, el frío azul, glacial.

¿Y esa…?

¿Y ese…?

Dijo que el arte abstracto es sagrado.

¿Porque requiere de la fe?

Porque las grandes cuestiones del hombre son inexpresables. La única manera de orar ante lo desconocido es la única manera de pintar de Rothko, del informalista español: ruego o blasfemia, temor o revolución: se trata de una escritura plástica que se yergue sobre las ruinas de lo viejo, no se alza desde el horizonte de lo nuevo.

La total abstracción en el arte barre del universo de las catedrales y los templos, de las vidrieras, de los altares, de las capillas, de las hornacinas, al inocente imaginero y sus ardides artesanos, desprecia e ignora sin remilgos la unción mentirosa y estéticamente patética de unos ojos de cristal que no miran a ninguna parte. A las imágenes bendecidas se les suplanta con la materia de la que están hechas: el Cristo, ahora, es la madera escueta, sin labra, apenas manipulada, colgada en la pared o sostenida sobre un pedestal (mejor aún, sobre una piedra vulgar, milenaria).

Pater Roig: Es lo abstracto, lo no figurativo en el arte, lo que más verdadera y auténticamente representa los misterios sagrados.

El enigma repele el símbolo fácil, la apariencia arbitraria y reconocible.

Si la respuesta es imposible, la pregunta debería ser indescifrable, cuando menos confusa, que no alardeara de claridad antes que la respuesta.

Excelencia, nos desafían…

Esos contestatarios huelen demasiado a pintura… ¡y deberían oler a pólvora! ¡El juego de hacer cuadros! Deja que el mercado los extinga. Todos tenemos una faltriquera vacía esperando las treinta monedas. Y esos, más que ninguno: se prestan al uso y al abuso. Acabarán encerraditos en su torre de marfil y pegándose capas y capas de hormigón armado debajo de los pies, aupándose ridículos al bronce de la posteridad: la posteridad de uno la celebran los que no eres tú, que ni te vas a enterar, pazguato. El único bronce que resiste la posteridad por lo siglos de los siglos es el del guerrero, el del soldado victorioso en mil batallas…

Eminencia… digo, Excelencia…

Calle de una vez, Arrese, que las Españas andan en orden  y sujetas a un atadillo que ni Dios, vamos, ni Dios lo desanuda…

Ríase usted del Tercer Reich y sus Mil Años al lado del Régimen Nacido el 18 de Julio.

En el 57, en la última noche de su vida, el último sueño del joyero ciclista fue tan reconocible, arbitrario e indescifrable como todos los que tuvo a lo largo de su vida de durmiente desapasionado e incrédulo: su mujer, muerta en el 50, vestida de blanco, luminosa entre las sombras doradas del salón a media tarde, observa mayestática, en absoluto silencio, una hilera de muñecas de porcelana apoyadas contra la pared, tocadas con grandes sombreros y ataviadas con largos vestidos de cuello alto y drapeado a la moda de principios de siglo, frufú de una belle époque abigarrado de detalles, volantes, cintas, encajes y pliegues: de pronto, todas comienzan a manar sangre por los ojos. La muerta, alta, esbelta, pálida y seria se disipa en la luz decadente, las muñecas comienzan a moverse, se diría que van a dar sus primeros pasos…. Entonces nuestro joyero pescador despierta sin comprender nada de nada. Pero no le importa, los sueños, sueños son y nada pueden decir, y menos explicar, porque son puros disparates, y no hay más que hablar. Él nunca ha entendido ninguno de sus sueños, y además, los olvida inmediatamente, en cuanto da comienzo al afeitado. Ese día se acicala especialmente. Es martes. Un día como otro cualquiera para un putero de raza como él: hoy, antes del mediodía laborable y anodino, hora del perfecto sátiro, toca putita. Los sábados que se la engrasen otros a la niña, ya está harto de aficionados sabatinos anegados de colonias secas guardando turno.

¿Escuchaba tu padre La Pirenaica?

Cualquiera sabe. Seguramente. Era un hombre, perdonadle, que nació con las ondas y la radio de galena.

Mi niñez nació picoteando trozos de galena; al son de ese triste sonido de azufre y plomo bailábamos con los ojos en blanco, piensa el viejo Brell con los ojos muertos, yernísimo y viudo tan putero como el suegro, aunque sabido es la sentencia que ha de acabar exculpándolos: semen retentum venenum est, ¡cuánta verdad reza el latín!

¿Tu sabías que por aquellos tiempos del cuplé y de Matilde, Perico y Periquín había madres españolas que, al tiempo que canturreaban fumando espero al hombre que más quiero, se habían dedicado años atrás a adoptar, así, como si fuesen los negritos, amarillitos y rojitos indios del Domund, nazis talluditos a fin de que no pudieran deportarlos a sus países de origen?

En el 57 yo tenía 12 años y un hermanastro adoptado de 37, alto como el Miguelete, rubio como la cerveza, que había combatido como oficial integrado en las SS en Stalingrado, en el norte de África, en Las Ardenas y entre las ruinas del Berlín de mayo del 45 donde se hartó de matar soldados rusos por la espalda con un rifle provisto de mira telescópica, que había ganado en sañuda y lid criminal dos cruces de hierro (una de ellas con hojas de roble), saludaba a la romana y fumaba los cigarrillos en largas boquillas plateadas.

Qué país…, dijo uno sacudiendo la cabeza a un lado  y otro, desesperanzado sin remisión. Y lanzó varias toneladas de bombas de insecticida (gasificado) Orión que acabó de una vez por todas con los millones de moscas (barojianas) voladoras por los cielos de España, moscas machadianas, vulgares, moscas de todas las horas, vosotras, amigas viejas, voraces como estos nuevos hijos de la patria con dedos tan largos como pértigas.

Sería Ortega.

Aquí Radio España Independiente:

Aprenda a disecar.

De buen agrado lo habrían hecho con El Momio los residentes en el penal de Burgos (Dios los cría y ellos se juntan).

Fue una noche de mediados de octubre del 59, sábado sería, y sería una noche otoñal típica valenciana, tibia casi, suavemente marina, y los señores vendrían del cinema. Los niños, JD. y Fiodorov, estarían al cuidado de una de las servidoras que por entonces, en un buen número, circularon por el hogar de los Brell, incluso La envenenadora de Valencia, que pasó de puntillas, a Dios le sean dadas las gracias. En el dormitorio a media luz, sólo encendida una de las lamparillas de mesa, tendida sobre la cama matrimonial, Carmen Gay Giner baja la guardia y se sube el camisón: Brell el Viejo, que entonces se halla en la plenitud de sus 39 años de centauro infatigable, arremete una y otra vez con todas sus fuerzas, se diría que hasta furioso, violento, en la entrepierna de su consorte entregada:

concebido nuestro ínclito Boceto (causa primera: Tyrone Power, Stewan Granger, Dick Powell, la lujuria verde y felina de los ojos de la Gardner, la sonrisa descarada e insinuante de la Montiel, o inclusive la sosería física de Grace Kelly…, vaya usted a saber; causa segunda y determinante: la verga enhiesta y henchida del semental libre del engorroso condón de los cojones, que al final nada sabe en su frenética penetración de una Baby doll o una Femme fatale, y no hace distingos, que le trae al fresco).

¿Qué tomarían estos dos en el ambigú que propició tamaña pasión y jodienda?

Cualquiera sabe. Un combinado, quizás. En los cines de antaño, de tan lujosas plateas y butacas tapizadas de terciopelo, con araña en el techo y pasillos muellemente enmoquetados, de suelo en suave declive, el confort y el decorado parecía estudiado con elegancia: no ibas simplemente a ver una película, ibas a un acto festivo y social, bien vestido, experimentabas un cúmulo de sensaciones, y algunas de ellas se alejaban del mero espectáculo.

Brell el Viejo, varias veces empalmado durante la noche, varias veces penetró la vagina de la artista postergada, a su Siringe, y varias veces desaguó nuestro garañón, pánico jinete, Príapo víctima de Hera, abusador de ninfas en el futuro, hijo predilecto del alocado Dioniso: no tenías escapatoria, joven Brell, esa noche de pasión conyugal a la que se entregaron papá y mamá el mundo (¡te vas a enterar!) te agarró del pescuezo y te hizo suyo a las primeras de cambio: tenías que ser tú entre otros quinientos millones y tal vez algunos más, de nadadores ciegos, contumaces y suicidas navegando enloquecidos hasta el desfallecimiento: el Primero de la Clase, al Cuadro de Honor, amigo, Medalla de oro… el Único, el Invencible… ¡Menudo ejemplar! ¡Allá voy!

Años más tarde, pongamos 1972, el benjamín de los Brell, indagador precoz e impenitente andaba atosigando al progenitor ya algo escamado, coleccionista infatigable de los programas de mano de los cines, lo asediaba con su peregrina petición, ¡quería saber!, ¡atar cabos!: en especial los programas de mano del 59: padre, venga… ¿Cuál fue la Gran Causa de mi llegada al mundo (inmundo)? ¿Qué o Quién encendió la lujuria?

Mierdecilla, ¡qué insistencia fastidiosa!

El saber no ocupa lugar, y menos en el cine tan efímero.

¿No sería la Monroe de Con faldas y a lo loco? ¿La Turner descafeinada de Imitación a la vida? ¿el seductor infatigable Rock Hudson de Confidencias a medianoche? ¿La dulce Maria Shell de El árbol del ahorcado? ¿El austero y decidido Peter Finch de Historia de una monja? ¿La gata Taylor y el Newman atormentado (a la par) de La gata sobre el tejado de cinc? ¿Kim Novak en Vértigo? ¿Cómo un torrente? ¿Gigi? ¿Una cierta sonrisa? ¿Lee Remick en Anatomía de un asesinato? ¿De repente el último verano? ¡¿Dónde vas, Alfonso XII?! ¡¿El destino de Sissi?! ¡¿La Velasco de El día de los enamorados?! ¡Habla, Padre! Pues todo ese bagaje precede inmediatamente mi nacimiento.

En el nombre de hoy, veintiséis de abril y mil novecientos cincuenta y nueve, domingo…

(Pero antes de ir adelante

desde esta página quiero

enviar un saludo a mis padres,

que no me estarán leyendo…)

Lástima… ¡por unos meses! Fue más adelante, más adelante.

Más cerca:

Definitivamente

Parece confirmarse que este invierno

Que viene, será duro.

En la noche de octubre,

mientras leo entre líneas el periódico

(1959, 17 de octubre, sábado.)

Querido, tú llegaste a este mundo a lomos de un burro-taxi, que esas eran las épocas, como si fueses un turista escandinavo o alemán. Estabas bendecido por Dios y protegido por el Diablo, que ya no te soltó de la mano hasta el día de hoy, 17 de los corrientes y de todos los de delante. Llevabas la bota de vino de tu abuelo (sólo que en versión idiota para extranjeros en busca del souvenir más extravagante) colgada del cuello, nueva, recién comprada, de cuero reluciente, aún con el brocal sin estrenar, como si del exótico país de los salvajes del sur te llevases de vuelta a casa el trofeo del verano, pura bagatela, una nadería, y la divertida experiencia de la cabalgadura asnal bajo los cielos de la España de Don Quijote.

No te olvides de la foto, mister:

Me and burro-taxi.

Spain, julio de 1960.

Pero, padre, se trata de una investigación científica. ¡Saber el instante de mi concepción!

Déjate de chuminadas y curiosidades malsanas, qué digo malsanas, obscenas y hasta inicuas. Anda, vete a inspeccionar las entrañas del dichoso ficus.

¡Qué prurito a estas alturas, Brell el Viejo!

¡Todos nacemos de lo mismo y de donde lo mismo!

Que el niño coja su traje de buzo y que descienda entre las raíces hasta el mismo centro de la tierra, precisamente como si se adentrase en El Gran Chumino.

¡A qué remover antiguas infamias…! Ese dormitorio donde tantas trastadas irreflexivas se han cometido, esa cama doble de los revolcones, las debilidades, la perversión, el sexo con olor a coliflor y a la pescadilla del mediodía.

¿Quién eras, padre, cuando yo nací?

(¿De veras quiere oír la respuesta?)

Esforzado profesor con una buena faltriquera de ideas, creencias y ocurrencias propias: en la historia del arte, mierdecilla, no basta la cronología, impera el capricho y hasta la arbitrariedad.

Rastignac… al ataque. ¡Sus y a ellos! Tiembla facultad.

Distinguido Profesor a los veinte años.

Catedrático antes de los treinta y cinco.

¿Para cuando los laureles ciñendo la broncínea frente?

(Nunca les hables de Goya, que se explica solo desde su propia pintura y su azarosa biografía y su sordera magnífica y su duro mutismo, todo ello muy fácilmente expone a la luz al hombre y al artista.)

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