Y
nuestro hombre acelera el paso: decenas de hermosas piernas danzarinas
engalanan sus pensamientos. Pero esa noche otoñal, cálida, de extraño olor a
azucenas, ya hubo arroz al mediodía,
cenará coliflor hervida y pescadilla frita, qué remedio: una penitencia
venial para el caso. Mientras, la loca distraerá la mirada grande y oscura, se
podría pintar esa mirada, viendo fotografías de la nueva moda femenina que ya
prepara sus galas para el invierno que se avecina.
Las
cosas de la guerra. El mundo patas arriba. Un mundo con la cabeza cortada que
da tumbos a traspiés como una gallina guillotinada y moribunda, bailona de acá
para allá, salpicando de regueros de sangre que brotan del cuello sajado las
paredes, el suelo, la tierra, hasta el mismo cielo alcanzaría esa sangría
grotesca y terrible en pleno torbellino…
Qué
año, el 37…
Por
Paz, pasa delante del Palace de toda la vida y ahora Casa de la Cultura, La Casa dels sabuts, como se la conoce
por el pueblo llano, y donde lo difícil es que no encuentres en la puerta a
Alberti, a Hemingway, a Dos Passos o a Octavio Paz, que gritan entre ellos,
salpicándose de saliva, como si estuvieran en el frente y les estuviese
fotografiando Capa, que también anda por la ciudad con la Leica colgada del
hombro.
Si
quieres candela de verdad y sin peligro de que un intelectual embravecido por
el alcohol te desoreje, vete al Hotel Victoria, en Barcas, y apóstate en la
acera de enfrente, asiste a esa pequeña troya de mujeres misteriosas, espías,
traficantes de armas, agentes del SIM, vividores… entrando y saliendo por las
puertas de cristal bajo la marquesina de hierro forjado.
Esta
Valencia que bulle, viva… en plena guerra. ¡Valencia puta!
Pero
todo recobra la calma, en el mundo y en su espíritu, con una caña de pescar
entre las manos contemplando sin perder la vista del anzuelo, ah, cómo
reverberan los rayos del sol en la bruñida y azulada superficie del agua,
sintiendo en la piel el aire de este septiembre luminoso y azul, lejos de la
guerra y de la loca, la paz, la sola paz de los peces tan mudos en la vida y en
la muerte: la solución es pasar el ratito. Este buen hombre lo ha descubierto
hace muchos años.
No
levantar la voz, a todo alcanzamos… Y a pescar.
En silencio.
A
poco de instaurarse la República, en años previos a la guerra civil infausta,
el joyero putañero se aficionó con fervor a una literatura sicalíptica que
pronto derivó de la lúbrica palabra escrita a la mayor crudeza de la estampa
explícita, a la violencia sexual de unas imágenes que desafiaban el sentido
común. Enormes penes, de un tamaño que él nunca hubiera imaginado, penetraban
en todos los orificios posibles del cuerpo desnudo de unas mujeres jóvenes de
una morbidez arrebatadora y de una indefensión que alentaba el asalto, y
siempre con los ojos cerrados, unos pasivos receptáculos (boca, ano, vagina)
que engullían como si nada unos miembros viriles incomparables (al menos
respecto al suyo propio). Había empezado a coleccionar postales francesas y
otras reliquias pornográficas en forma de libros algo toscos y mal impresos que
compraba en un altillo de la Plaza Redonda. El tipo que le aprovisionaba, un
tal Müller, a veces se identificaba como alemán, otras checo, y cuando estaba
más borracho de lo que era normal en él, juraba que era descendiente de unos
nobles terratenientes de la minoría suaba afincada en Rumanía. Pero eso al
joyero pornógrafo le interesaba muy poco, y cada vez que ascendía los gastados
y estrechos peldaños de madera hasta la buharda sólo le animaba la esperanza de
encontrar un puñado de fotografías obscenas y libros con relatos más
aberrantes, escenas más sórdidas, mucho más excitantes que las ya vistas una y
mil veces y adquiridas hacía tan sólo unos pocos días. Era ese deseo, la
pulsión irreprimible, en el fondo, lo que de veras le engañaba al creer que no
existían los límites en esas prácticas abyectas pero a la vez tan fascinantes.
Solo años más tarde, hastiado de las miles de imágenes tan repetidas, descubrió
que lo que de veras le conmocionaba lujuriosamente era contemplar la
humillación de la mujer ante el falo del hombre, verla desnuda, sudorosa y
doblegada frente a la pujante verga hasta la eyección final del semen sobre su
rostro descompuesto, una máscara grotesca casi, con el maquillaje de la sombra
de los ojos, el carmín y la crema de los pómulos hecho un estropicio por el
sudor y el esperma… sin que no se le ocultara sin embargo que toda aquella
proyección de fluidos fuese tan solo un simulacro pornográfico de remate y que
acaso pudiera ser un postre de lo más infantil, un combinado de leche
condensada o dos claras de huevo con un poco de leche y azúcar: a tragar, nena.
Y el alemán (o checo, o suabo) se frotaba las manos con aquel aficionado de
última hora cuya avidez por la dosis de droga que le suministraba no paraba de
aumentar y llenarle los bolsillos, lo que ayudaba no poco a que él mismo se
financiara con holgura su propia dependencia alcohólica de gusto exquisito: le
gustaban las bebidas de bodega selecta y los licores caros de importación
limitada: tintos españoles de reserva proverbiales, casi de leyenda, destilados
ingleses y escoceses, licores franceses conventuales, muy añosos de barrica.
Cada
uno con su guerra.
El
ahora prefiere la traca del Bataclán o el As de Oros.
Y
tomar el café, bien cargado y muy caliente, en el Wodka, durante una de las soirées de Cachupín, rodeado de chicas
jovencísimas envueltas por el fragante humo de los elegantes egipcios.
Qué
año, el 37…
Qué
fiesta la del 39, qué Valencia nada feliz:
440 bombardeos sobre una urbe que ya había apagado las lentejuelas del cabaret
y corría atemorizada a esconderse bajo la luz mortecina de alguno de las dos
docenas de refugios diseminados por los barrios de la ciudad.
Los
Gay y la niña Carmen, en cuanto suenan las sirenas, corren al de la calle
Serranos. Pero no rezan, se limitan a esperar.
Lejos
de la trinchera, se mata mejor; sin lucha, se elimina al contrario (ayer
hermano, primo, sobrino…) con todas las de la ley… de Satán: del cielo caen las
bombas.
La
loca escondía en la cómoda, en el cajón de las bragas, La Batalla, el periódico del POUM, ¡y en 1938! ¡Se jugaba nuestras
dos cabezas!, exclamaba enardecido el pescador-ciclista-joyero de los martes.
A esta la arreglo yo a bastonazos.
De
la checa de santa Úrsula, a la sombra de las torres de Quart, al amparo de la
noche candente, sacaban bultos ensangrentados de hombres rotos (yo los vi) que
arrojaban a una camioneta sin capota amontonándolos hasta que ponían el
vehículo en marcha y los conducían sin
mayor disimulo a la fosa anónima donde ni siquiera cien años después se sabrían
sus nombres: Cien años atrás desaparecieron; no sabemos más, cuentan las
crónicas. La tierra se los tragó. A la
mierda su memoria…
No
enrede a estas alturas (2008).
Hace
cien años
Qué
año, aquel 36:
Hay
que sembrar el terror y eliminar sin escrúpulos a todo aquel que no piense como
nosotros
en
la ciudad barrían como si fuesen basura los cadáveres de la calzada a fin de
despejar el camino para los vehículos: los amontonaban junto a las aceras,
cerquita de los alcorques, bajo la sombras de los árboles de julio
le
he metido dos tiros en el culo a García Lorca por maricón
Dios
está con nosotros (entre el dedo y el gatillo, agazapadito)
qué
año, aquel 38
los
matamos antes de ser juzgados, por si acaso
las
milicias pasean por las calles céntricas de la capital la cabeza de un general
clavada en una pica
vox populi, suprema lex: esa noche los paseamos
montados en sus propios Hispano-Suiza
dos
milicianos juegan al fútbol con la cabeza de un sacerdote asesinado
un
sacerdote le arrebata su bebé a una madre a punto de ser fusilada: ¡los rojos
no deben criar hijos!
desde
el interior de una iglesia se disparan varios tiros que matan a la hermana de
un miliciano
una
miliciana mata a la hermana de un obispo
un
teniente remata disparándoles a la cabeza a sangre fría con su pistola
ametralladora a 139 izquierdistas fusilados y caídos en el suelo; luego de una
misa (en latín), frente a un altar: prontamente es condecorado
¿podemos
quemarlos vivos?
4.000
prisioneros republicanos son
ametrallados y muertos en una plaza de toros; el general matarife que
dispuso la orden no albergaba ni una sola duda acerca de su misión: por
supuesto que los matamos, no iba a dejarlos atrás, en la retaguardia, para que
volvieran a combatir; se tomó la decisión militar más acertada, cualquiera
puede entender eso
dicterio
falangista: a los rojos sólo un destino: un fraile que les confiese y un
arcabuz que los mate
sin
formación de causa, 50 maestros de primera enseñanza republicanos son
asesinados en una capital de provincias por las fuerzas nacionales
¿qué
pasa, pues, en una guerra civil?
que
cualquiera puede ser el asesino
que
todo el mundo está dispuesto a empuñar una pistola, coger un fusil, disparar a
matar
que
es la hora de la venganza, de la crueldad y de la omnipotencia del odio
obrero
o cura, rico o pobre, militar o miliciano: la diana perfecta en las guerras
civiles
se
valoraba mucho matar de un tiro certero, uno solo, a un eclesiástico disfrazado
de civil
fusilar
a 14 seminaristas adquiría más o menos la misma valoración que tumbar al
obispo, de acuerdo el protocolo establecido por las pandas de milicianos
catalanes dedicados a la captura y ejecución de sacerdotes
guardias
de asalto sacan de la cárcel a 70 sacerdotes y los fusilan contra las tapias
del cementerio
sin
abogado defensor ni sobre fundamento de derecho o razón te juzgaban por la
mañana y te fusilaban por la noche, ¡para qué perder el tiempo!
castra
a un obispo y luego lo dispara dejándole moribundo hasta que la muerte pone fin
a la agonía después de varias horas: su asesino paseaba por la plaza de su
pueblo muy orgullo de su hazaña enseñando los testículos del prelado envueltos
en un papel
era
la caza de la sotana, la caza del maestro, la caza del campesino
era
la caza sin cuartel
52
agricultores de ideas conservadoras son ajusticiados por intentar liberar de la
prisión a un líder falangista
49
jóvenes estudiantes son fusilados en represalia por un bombardeo nocturno
varios
sacerdotes acompañaban en todo instante a grupos de falangistas y requetés que
fusilaban indiscriminadamente a todo aquel republicano con el que se toparan:
los curas no dejaban de preguntar a los condenados, momentos antes de la
ejecución, si tenían a bien confesarse, pues estos curas de Dios ya no
distinguían la confesión de la delación
1.500
republicanos son…
1
de abril de 1939:
En
el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, las tropas nacionales han
alcanzado sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.
2
de abril de 1939:
Millones
de españoles son declarados culpables
hasta que no se demuestre su inocencia.
Las
trincheras han enmudecido bajo la losa de un silencio de muerte y sólo el
viento, su silbido entre las ramas de los árboles grises como la ceniza de la
pólvora, se bate sobre los campos de batalla.
Pero
ahora hablaría, de nuevo, la guadaña del terror: la muerte tenía su caudillo,
su bandera y todo el tiempo del mundo.
1940:
300.000
encarcelados en las lúgubres prisiones y campos de concentración de las españas
muriéndose de hambre, de frío, de torturas… y el resto de los otros 24 millones
de españoles en régimen de libertad condicional.
¿Por
qué cuando termina una de las guerras de España vuelve el derrotado al solar
patrio en busca de paz, piedad, perdón?
Porque
no tiene otro sitio donde ir.
¿Y
los que no regresan jamás?
El círculo
La huida es el
retorno, los encuentros inesperados de la memoria. Ahí al lado del final está
el mar luciente, la madre, el origen. Anónimo, pobre y enfermo se halla no
lejos de la patria, ahora escombros, solar de muertos. El corazón es la herida
de siempre. También en el final está la infancia. Las olas aquellas son las
mismas que hoy susurran estos días azules, este sol.
Y
hoy, ¿también te vas a pescar?, preguntaba la loca.
Claros
clarines de España.
1940:
tenía forma de una espada sucia, polvorienta bajo un sol gris, o blanco, de
bonete de cura, de cloaca enrejada, de cruz de metal oxidado.
Ahora
todo tenía, como una invertida lectura hegeliana, una Causa General:
¿A
ti por qué te fusilaron?
Le
negué a un vecino un puñado de sal.
O
un poco de azúcar.
¿Y
a aquél otro?
Su
piso estaba mejor orientado que el de su denunciante.
¿Y
a ésta que yace desangrada en el suelo por los doce disparos en el pecho?
Me
negó matrimonio (me negó coyunda y mamada).
¿Y
ese campesino?
¿Y
ese jornalero?
¿Y
ese maestro de escuela (pasando tanta hambre… ¡más que un maestro de escuela!)
Cuanta
muerte… sin guerra.
El
Caudillo de las españas sorbe su café a primera hora de la mañana: Enterado. Al
cabo de un rato (cien fusilados), la tinta azul de su pluma (oh, gran letrado,
gran militar: ora la espada ora la pluma) se vierte roja sobre el papel de la
sentencia, roja como el pecado, como la sangre. Sorbe su café lejos de la
fusilería, firma la condena fatal con la mirada esquinada y la frialdad de un
reptil, una mirada diríase que pintada por la loca pintora de miradas.
Montones
y montones de cadáveres, montones tan altos que llegaban al majestuoso trono de
Dios en el cielo, impasible, como cortándose las uñas de los pies, mira, otra
pirámide: merecían esto, dice el omnipotente. Es una medida de higiene
inevitable, declara con voz falsamente beata un cura celante ante la carnicería
perpetrada por los ejércitos nacionales victoriosos, bendecidos por la cruz,
por el beso de la Virgen Madre.
¿Hasta
el 49 matando? Tantos años después y aún reventando tripas y sesos…
Mucha
es la mies, hermano. A ver, esa firma…
1975:
muerte del Generalísimo, viejísimo, puro pellejo, en llagas y mudo como un
perro, hediondo cuerpo vomitando sangre por el ano, por la boca, por los ojos,
por las orejas… por el alma.
Firman
el enterado todos estos: los barbudos
de la pana, de Cambio 16 y del Triunfo,
de los libros de bolsillo de Alianza y los panfletos disimulados de Cuadernos
de Anagrama, del cine de Godard y Buñuel y Saura y las inevitables botas
militares.
1939-1949:
a ningún general con la espada (aún ensangrentada) en la mano puede
reprochársele que gane una guerra… Pero ese general es un maldito hijo de Satán
si una vez acabada la batalla y erguidas las banderas blancas sigue matando al
otro bando ahora rendido y desarmado, perpetúa la escabechina porque quiere el
guiso bien adobado con morcilla de sangre:
Se
trata de exterminio, mi Generalísimo. Hay que acabar con ellos, los rojos, como
si de ratas se tratara, dictamina el cardenal onanista y leucémico de tanto
yantar dulzón.
La España de 1940 huele a mierda y a rata, a
bocas podridas, a sotanas y huesos de santo, a alcantarillas y colectores
inmundos, a sangre, a incienso de iglesia vendida, a cuerpo ultrajado, a saco
de estraperlo, a pólvora fusiladora, a piedras y a lentejas.
1973:
Mira
que matamos después de la Santa Cruzada… ¡A cientos de miles! ¡Pero siempre
quedan algunos de la camada…! ¡Ratas prolíficas!
¡La
patria toda infestada de ratas!
Un
siglo más atrás: el militarote español a punto de exhalar su último suspiro,
sintiendo el fétido aliento de la muerte que ya le agarra del pescuezo, escucha
la exhortación del cura poco antes de morir rodeado de sus seres queridos,
auxiliado por los Santos Sacramentos:
Perdona
a tus enemigos, hijo mío…
No
puedo, padre, los he fusilado a todos.
Pues…
ve en paz y que Nuestro Señor te acoja en su seno, que bien te lo mereces.
Esta
noche hay saca, don José. Y el capellán de la prisión se paseaba complacido y
arrogante por el patio fumando un puro, mirando a los ojos de aquellos
condenados que acribillarían a balazos al amanecer: certificaba terrores,
adivinaba angustias, la postración final de unas vidas pronto abatidas por las
balas, y ello le provocaba grande felicidad: impíos sin arrepentirse de sus
pecados, negándose a confesar sus crímenes, caterva de rojos sin alma, ovejas
venenosas del rebaño que había que sacrificar para evitar el contagio de las
sanas… ¡arderán en el infierno!
A
lo mejor, si se aprendían de memoria el catecismo, aún le cambiaban el paredón
por la perpetua. ¡Quién sabe!, exclamaba don José sonriendo, representante de
Dios en la tierra, que come y bebe del cuerpo de Dios todos los días, que ve a
los hombres a través de los ojos de Dios, que perdona en nombre de Dios.
A
lo mejor, si aprendían Historia Sagrada le conmutaban la pena de muerte por 35
años de reclusión (justo hasta 1975, El Año Que Murió Franco). Don José asentía
con la cabeza: vas por buen camino, hijo mío.
¿En
cuántas épocas se divide la Historia Sagrada?
En
ocho, que son:
1.
Creación del mundo.
2.
Noé y el Diluvio universal, que ocurrió el año 1657 de la Creación.
3.
Vocación de Abraham, año 2084.
4.
Moisés y la Ley escrita, el 2513.
5.
Salomón y la reconstrucción del Templo de Jerusalén, año 2992.
6.
Nabuconodosor, rey de Babilonia o cautividad de los judíos, año 3416.
7.
Venida del Mesías o Cristo, año 4000 de la Creación del mundo.
8.
Nuevo Testamento hasta nuestros días, y comprende 1886 años.
(…)
¿En
cuántos días hizo Dios el mundo? Es seis, aunque pudo hacerlo en un instante.
(…)
¿Quiénes
fueron nuestros primeros padre? Adán y Eva.
(…)
¿Cuáles
fueron los primeros hijos de Adán y Eva? Caín y Abel.
¿Qué
hizo Caín con su hermano Abel? Matarlo por envidia de su virtud.
¿Fueron
malos como Caín todos los hombres? La mayor parte de ellos lo fueron.
Y éstos, ¿de qué
murieron?
Bando de guerra.
¿Y aquellos otros?
Ley de fugas.
Entonces, ¿la guerra
ha terminado?
1940:
Suboficiales
victoriosos, clavan sus machetes en los ojos de los vencidos que van a ser
fusilados, vacían con la punta las cuencas, aplastan con la suela de sus botas
los globos oculares en el suelo: ven, coge mi mano, yo te llevaré frente al
piquete, pasito a pasito, anda, no vayas a tropezar, cuidadito…
Falangistas
aburridos sajan las orejas de los prisioneros republicanos; puestas en frascos
de alcohol, sirven como recuerdo. Fue moda efímera, hacia 1950 ya era raro
encontrar estos trofeos de guerra en casas de nobles y luego también
desaparecieron de las vitrinas de las de clase media, y en seguida de las de
clase baja. Un antojo de repelente mal gusto pasajero.
Un
oficial de la Brigada de Ejecuciones de la Falange se enorgullece de haber
llevado a cabo 800 fusilamientos, gran parte de ellos cuando ya se había puesto
fin a las hostilidades en el frente.
Proclama
falangista:
Además
de la dialéctica aristotélica nosotros los fascistas también conocemos la
dialéctica de las pistolas, que es la que de verdad convence.
¡Odio
infinito, odio!, exclamaba enardecido hasta la congestión otro prohombre
falangista (murió de un infarto un día después).
Don
José te perdona la vida… eterna, justo en el momento de entrar en capilla para
la ejecución: las balas revientan tu pecho.
Hijo,
salva tu alma, el cuerpo dalo por perdido: a las primeras luces del día te será
arrebatado en justa descarga de fusilería.
Yo
te absuelvo, mujer… Y le raparon al cero y le hincharon la barriga con aceite
de ricino hasta hacerla casi reventar (no consta si por roja… o por mujer).
Se
hallaba más allá de los barrotes de una cárcel, en plena calle, pero daba lo
mismo: anda con tiento, mira por encima del hombro: si te descuidas te aplican
la Ley de fugas.
¿Tú
tienes algo que temer?
¿Quién?
¿Yo?
El
joyero monta en bicicleta con su caña de pescar en dirección a la playa y con
la idea fija en su cerebro de fornicar el sábado, una vez hecha la digestión de
la comida del mediodía, con una de las nuevas putitas vestidas de rosa y
zapatitos de tacón que hacen la ronda por Velluters.
La
guerra. Qué cosas. Pero ya ha quedado atrás: en un año saco a la luz el oro
escondido, que empiece a trabajar, el dinero ya ha empezado a moverse, todo
vuelve a su cauce: la loca se nos volvió sumisa, la niña Carmen cada vez menos
niña y en el taller el trabajo ya cunde, los cines abren sus grandes telones de
terciopelo rojo a la blancura de la pantalla donde has de vivir mil aventuras,
mil amores.
I
Año Triunfal.
¡Franco, Franco… Rey David! ¡Arpa en
tus manos descubro en lugar de espada!,
loaba el poeta vanguardista falangista, encorvada la testuz ante el Gran
Músico. Y la corte de los milagros, la patulea de serviles y pelotas,
estafadores, fulleros y ladrones, corruptos y verdugos, sacerdotes
complacientes, gente de toda laya y condición rastrera, prorrumpía en vítores y
aplausos, celebraba la buena hora de los nuevos tiempos que tanta promesa de
prosperidad llevaban bajo los brazos.
Porque
todo parece volver a la normalidad. Los muertos bajo tierra, los vivos al
acecho. Los cielos callados (Dios y sus turbias melopeas , ah, señor, señor, ¿qué vamos a hacer contigo?).
España
se pone en marcha. ¿Adónde? ¿De verdad importa adónde? Se pregunta
despreocupado y en paz el joyero-ciclista-pescador-putero-estraperlista ese
martes bañado por el sol tibio de la mañana primaveral, epifánica, camino del
milagro de los peces y de los panes: ¡sabio Mediterráneo!
¿Cómo arreglamos la
realidad?
Tergiversándola,
confundiéndola, desarmándola. Puede que al cabo se convierta en otra cosa, pero
funciona… como esos relojes a los que desmontas todas sus piezas, las vuelves a
montar y entonces descubres que sobre la mesa están sueltos, fuera de la
maquinaria, varios de sus componentes, pero las saetas giran y el tic tac no se
detiene, y todo funciona a las mil maravillas…
Qué cosas.
Gran España.
El Caudillo ha
doblegado al Führer, le ha dejado
compuesto y sin novia en un andén, le ha obligado a bajar la cerviz a ese pobre
diablo visigodo, a ese bárbaro del norte, a ese germano gesticulante y chillón:
los viejos tercios heroicos han resucitado de los andrajos rotos en mil
batallas, de las picas astilladas, de los pendones maltrechos, de los
estandartes de tela podrida, de las enseñas enmierdadas por el lodo de la
última derrota en Flandes un día oscuro, frío, lluvioso y de un viento capaz de
desbaratar de una vez por todas los aires de grandeza de las naciones… Pero, ahora, ¡tiembla, Europa! ¡España de la mano de su
Caudillo ha vuelto!
Renace no de las
cenizas, sino de la sangre, de la razón y por la gracia de Dios, que no es moco
de pavo (apéndice colgajoso y fútil, antiestético).
¿Tú qué crees que se
dirían el señor Franco y el señor Hitler en el histórico encuentro de Hendaya
del año del Señor de 1940?
Nada, no chistarían
una, ni paular ni maular: ni el señor Franco hablaba alemán ni el señor Hitler
hablaba español. Diálogo de sordos. Y de mudos.
Para eso estaban los
intérpretes, caramba. Ni la mirada ni el gesto necesitan ser traducidos (díselo
a la loca).
Entonces lo
interesante sería averiguar que se dijeron los intérpretes entre sí mientras el
señor Franco y el señor Hitler asistían como testigos fotografiables sin decir
esta boca es mía, mirándose a los ojos sin sonreír, deseando levantar el culo
del asiento y perder de vista al otro de una maldita vez.
Gente de alcurnia
aquellos dos traductores-intérpretes, elegidos para la ocasión memorable, de
lealtades inquebrantables y discreción probada, transcribirían lo exacto, lo
real, lo…
A saber… Quiero
Gibraltar, diría uno; quiero el Mediterráneo, diría el otro.
En algo se entenderían
tan grandes estadistas. Ambos se sabían matarifes disfrazados de capitán
general. Se reconocían, a pesar del recelo mutuo, de la desconfianza
inevitable, cómplices de un devenir histórico donde la mentira, lo ruin y lo
sangriento configuran los vértices siniestros del triángulo oscuro de ese... de
ese… ¿Ese qué?
Nada bueno podía salir
de aquel jardín ferroviario:
Acabar uno en un
agujero a treinta metros de la superficie con el cuerpo casi deshecho por los
narcóticos, mordiendo una cápsula de cianuro mientras se descerrajaba un tiro
en la sien aún con el sabor de la sopa de acelgas y de la tarta de chocolate en
la lengua.
Acabar otro alelado y
drogado, sujeto a cables y tubos como patas de araña y cagando grumos de sangre
en su lecho de muerte (como quien dice) mientras su yerno hacía fotografías de
la gloriosa agonía gusanera y bíblica para negociarlas al mejor postor: un par
de millones de las antiguas pesetas, para entendernos: ¿Trato hecho? Venga.
¿Aún estamos en el I
Año Triunfal?
Su señora, querido
Gay, siempre entre libros. ¡Nos salió lectora la consorte!
No crea que no me
inquietan tamaños entretenimientos, sólo que, bien mirado, no deja de ser
satisfactoria esa afición. Los días de turbio en turbio y las noches de claro
en claro: es convenio que me satisface. Mejor que ande entre libros y con el
culo quieto que en otras locuras.
La loca lleva a su
muñeca (que ya cuenta 13 años) entre rosas, lacitos y tirabuzones de paseo a la
plaza de la Virgen y a la de la Reina, en ocasiones se allegan hasta el
Parterre (a ver los ficus), y la muñeca, que ha crecido demasiado y demasiado
pronto, sólo desea librarse de la mano huesuda y algo húmeda de esa mujer
incomprendida y digna de lástima, soñadora, lectora las más de las veces de
novelas algo descerebradas (Zamacois, Felipe Trigo y Fernández Flórez, pero
asimismo Leopoldo Alas y Blasco Ibáñez; y también Maupassant, Daudet y Hugo a
quienes leía regularmente en su idioma valiéndose del francés aprendido en el
colegio), una mujer destruida por el desdén inexplicable de su marido y que,
aunque a ella, la niña Carmen, le cueste creerlo, es su madre (así es, sin duda
ninguna).
Da gracias, niña, de
que no te endose a Mariquita Pérez lanzándola a tus brazos: la muñeca vestida
de rosa paseando a su muñeca vestida de azul ante los ojos desorbitados de esa
vigilanta vestida de negro, seria, alta y delgada, hierática a veces (como una
muñeca).
Lo raro es que después
de tanto muerto, de tanto cadáver bajo tierra o enterrado a medias, en la
España nueva, grande y una sólo huela a mierda cuando también debería oler a
carne podrida y a vísceras desparramadas y órganos descompuestos: todos los
días se matan hombres y mujeres (les revientan con disparos al pecho y, a
veces, a la cabeza) aunque hayan otros hombres y mujeres con las panzas llenas
que con los veinte duros en la mano acuden solícitos a los establecimientos
correspondientes para comprarle a la nena su Mariquita Pérez, un auténtico
aborto de la estética más aberrante del ya de por sí aberrante mundo de las
muñecas, engendros monstruosos siempre con los ojos abiertos.
En aquella España
convivían como si tal cosa, como lo más natural de un mundo al que se la traía
al viento el ojo de Dios encerrado en el triángulo sagrado, Mariquita Pérez y
la adolescente fusilada, el desfile victorioso y la camioneta sin capota donde
se amontonan los cuerpos sin vida de los prisioneros rematados, las procesiones
beatas de cirio grueso, oloroso, chisporreante y las infinitas colas de los
desheredados y hambrientos mendigando a las puertas del Auxilio Social la
caridad engañosa y cobarde de los vencedores. El desprecio criminal y la
adulación convivían como si nada con el rezo y la arenga, el castigo y la
muerte, la paz y la guerra: dos cabezas, tres cabezas, cuatro cabezas, decenas
de cabezas sobresalientes del tronco de un animal sobrecogedor recién parido y
arrojado a la tierra desde los cielos más oscuros: España Una, Libre, Grande.
El padre de Charlie,
uno de ellos, cualquiera de esos Charlie que muchos años después andaban
trajinando detrás de una barra aguantando a los tipos como un tal Boceto para pagarse las matrículas de la
universidad si es lo conseguían, llegó como pudo de Argelés-sur-mer más muerto
que vivo, recién cumplidos los veinte años, de una palidez de sudario,
esquelético y con los ojos agrandados por el hambre y el horror, y al poco
tiempo procuraba alejarse todo lo posible de los cementerios, no fueran a
pensar que se había escapado de la tumba y ahora el muerto que era se paseaba
entre los vivos para recordarles la verdadera condición y destino de cualquier
ser humano sin excepción: ¡Vuelve a la tumba desgraciado, cenizo!
El estigma de rojo no
se lo quitó en todos los años que todavía anduvo por las calles como un muerto
en vida entre trabajos menores y humillantes con el único beneficio de aplacar
el hambre de él y los suyos. Parecía que el mundo se demoraba con la miseria,
todo se hacía tarde y mal, o al menos, regular: casado a los cuarenta con
alguna lacónica servidora llegada a
la ciudad procedente de cualquier poblacho manchego; tres hijos fueron llegando
a partir del 59 (este año tenía forma de…): Charlie todos los charlie, salvo alguno que, al infierno
de una vez los escrúpulos, le echaría mano subrepticiamente a los billetes de
la caja, fue el último de los tres fracasados vástagos: llevaban en la frente
la marca del desahuciado. Nada que hacer: el mundo no sería tuyo ni en sueños,
ninguno de sus lujos, ninguna de sus fortunas.
Pobre Charlie,
proscrito de la ganancia y escanciador de copas: una más, Charlie.
Tu padre, Charlie,
también parecía que tenía siempre los ojos abiertos.
Las niñas-muñeca
hacían mucha gracia. ¿De qué estaba hecha una muñeca, una niña?
¿Hacían mucha gracia
en un país cuyo menú consistía en raciones de pan de maíz, patatas, garbanzos,
boniatos, alubias y bacalao y tocino?
¿Y quién comía ese
menú?
(Puedes cambiarlo, si
es tu gusto: algarrobas, almortas, castañas y un puñado de cacahuetes por
añadidura.)
¿Te gusta más?
¡Qué épocas…! (Las del
piojo verde.)
Pues, señor, ¿de qué
estaba hecha una niña?
¿Una Pepona, una
Mariquita Pérez?
De cartón-piedra, y de
porcelana la cabezota, pero sólo la de la señorita Pérez: la otra es regalo de
pobres, a duro la unidad: acabará en manos de una servidora-niña. La señorita Pérez no se exhibe entre tus
posesiones por menos de 20 duros. La señorita Pepona tiene las manos estragadas
por las faenas, viste una tela barata y no tiene zapatos… ¡se pinta unos falsos
en los pies desnudos y… ¡su pelo también es de mentira! Sin embargo, todo en la
señorita Pérez es verdad: su cabello, sus bonitos trajecitos, sus zapatitos
Topolino… ¡hasta su ropita interior! Y es de rancio abolengo la niña:
llamábanse su papás José Antonio Pérez de la Escalera, militar, y su mamá, de
alcurnia vasca, doña María Carvajal y Goicochea; tiene un hermanito, simpático,
ocurrente y algo travieso, que se llama Juanín Pérez de la Escalera. Mariquita
acude a un colegio de monjas, esquía en Suiza y veranea en la Costa Azul,
dispone de un armario donde preserva de la polilla traidora cien vestidos,
incluido el de su Primera Comunión, que es de muselina y algodón puro. La otra,
la Pepona, está destinada fatalmente a fregar escaleras, agachar el lomo
lavando ropa y, andando el tiempo, a perder la virginidad a manos de los
hermanos o los hijos de la señorita Pérez.
Y todo este cuento…
Escrito fue por don
Torcuato Luca de Tena, de la ilustre casa del ABC.
¿Qué fue de la
señorita Pérez?
Le birló la cartera
una tal Barbie, o una tal Nancy, y se murió de la pena inmensa. Nunca más se
supo de ella. La vida toda es una estafa.
¡Qué épocas!
El mundo es un
tiovivo… o el carro de Boecio, según…
¡Los rojos no llevaban
sombrero!, advertían las sombrererías en sus anuncios a los hombres de bien: y
las calles se atestaron de caballeros con el sombrero de fieltro puesto
levemente inclinado ora a la izquierda ora a la derecha… y la mirada galana.
En cuanto a las rojas…
Arriba (diario falangista, crudo y bestial en
su primer año de vida pública y general y en los de mucho después): Las rojas
eran feas, feísimas. Contemplándose delante del espejo se dieron cuenta que
nada podían esperar de sus groseros encantos en el futuro. Sus piernas eran
gordas y deformes. Las rojas eran feas, bajas y patizambas, siempre hedían a
cebolla y fogón…
Malditas Peponas…
Ni un español sin
lumbre, ni un español sin pan, se dice nuestro pescador cara al mar, las olas
que van y vienen…
Y de postre, uva de
Almería.
La niña Carmen está
hasta el moño de su señora madre. Una madre fiera con la dulzura de su sonrisa
y el ademán pausado: ahora haremos esto; luego haremos lo otro, y más tarde
haremos aquello… Es maestra sabia en la suavidad de las torturas, en la astucia
irritante de su dominio inexorable: ¿Sabes,hija?, en el Capitol hacen una con
Myrna Loy y William Powell, ese actor americano que se parece a tu padre… con
el sombrero puesto. Tenemos que ir a verla, ¿qué tal el miércoles, cuando salgas
del colegio? Te voy a enseñar a hacer magdalenas, y natillas, y la receta
auténtica del pato a la naranja, y te contaré los secretos de un buen soufflé…
Tu padre que siga llenando la barriga con arroces: hoy, paella, ordena. El
domingo que viene tú y yo…
La hija del joyero
comienza a desarrollar unas maneras más bruscas que delicadamente femeninas o
sagaces, cada día que pasa le interesa más ir al grano de las grandes
cuestiones, a qué dar rodeos:
No voy a matricularme
en la Escuela de Bellas Artes, anuncia con sequedad.
La mujer, la madre,
mater amatísima, se queda por unos instantes sin saber qué decir, y tiene los
ojos muy abiertos, mucho más de lo habitual en ella, siempre a punto del
asombro.
Al final, algo
aturdida, elude cualquier objeción.
Creí que querías ser
artista, como la mamá.
Quiero estudiar
Filología.
Entonces… ¿No te
interesa el arte?
Una cosa no impide la
otra. Pero no quiero ir a san Carlos. Es más fácil escribir o enseñar que
pintar. El arte puede esperar.
¿Qué dice tu padre?
La hija desvía la
vista hacia el aparato de radio silenciado. Mudo.
Al pescador no le
importa: haz lo que quieras, dice.
Pero tú vas a ser una
gran artista…¡Tienes que ser una gran artista!
Ambas mujeres, o la
mujer y su muñeca ahora respondona, quién lo iba a adecir, se hallan en el
espacioso salón de atrás de la casa bañado por el sol mañanero, de altos
ventanales enrejados recayentes a un gran solar lleno de luz y de gatos, de
escombros y jaramagos.
La hija la mira con un
poco de lástima, con la frialdad de la niña de catorce años que ya sabe
perfectamente lo que quiere, o, mejor todavía, lo que no quiere, y lo que no
quiere, además de otro millón de cosas que le producen una tirria infinita, es
lo que le ha tocado a su madre en la lotería negra de la vida.
Claro que lo seré,
concede al final. Pero de momento me voy a Letras. Lo tengo decidido.
Aún es demasiado
pronto, musita apenas perceptiblemente la madre encogiéndose de hombros, con
expresión desdeñosa. La hija no ha entendido muy bien lo que ha dicho, pero
también le da un poco lo mismo.
Ya lo creo que es
pronto, piensa la mujer sin despegar los labios, con sus ojazos absortos en
algún punto invisible de su mente (la realidad no existe).
Ahora, a esta edad,
son como muñecas, tan fáciles de romper, de destriparlas y revelar a la luz el
vacío de adentro, lo que no son, un hueco sin rellenar, escondrijos donde
camuflarse, que ellas ni siquiera sospechan…
La niña Carmen a su
atildadita muñeca, a su Mariquita Pérez, la perfumaba con el pulverizador de
cristal esmerilado que cogía del tocador del dormitorio de su madre o le
vertía, con un poco de asco y aprensión, gotitas de un frasco de colonia de
hierbas a los vestiditos confeccionados a la medida del engendro:
Es que si no, no huele
a nada o sólo a cosa indescifrable esta parodia de ser, o a algo incluso peor:
a cadáver. Y dos meses después la arrojó por el balcón vestida de novia. Adiós,
adiós, mierdosa inescrutable de ojos muertos.
A las puertas de los
quince años, caramba, una ya no está para muñecas por más que a tu madre,
utilizándote a ti, se le antoje obligado ese tipo de bromas sin sentido
paseando por las calles y plazas del centro de Valencia.
Aunque, una, en
primavera, lleve puestecito su canesú no demasiado holgado, los brazos al aire,
los pequeños senos apuntando con sus pezones desde el liviano tejido al
horizonte.
Pero ¿tu quieres a la
mamá, verdad? ¿No quieres ser como ella?
(Todas las mujeres
quieren ser una mamá,)
Claro que sí, mamá. Y
esas palabras atenúan acaso la violencia soterrada de la breve conversación
entre la madre y la hija: ya empezaba el distanciamiento fatal: esa mujer y
yo... ¡Qué cosas!
La niña Carmen que ya
era la joven Carmen de dieciséis años con las fiestas bárbaras muy bien
aprendidas, al final no se matriculó en Letras: esa carrera no precisa de
ninguna técnica, de ninguna habilidad especial, y ella sabe leer desde que
tenía dos años y medio: nadie iba a empezar a enseñarle ahora, y menos esos
tipos que huelen a tabaco de picadura, a vino tinto y a bragueta. Y tampoco fue
a causa de las instigaciones maternas, que las hubieron de forma insidiosa y
constante, sino consecuencia de la búsqueda casi frenética de otro modelo de
vida que la alejara de lo que ya sabía que no quería en absoluto, de todos
aquellos desafíos medianos de gente acobardada por la época. No decayó en
ningún instante en lo hipnótico de esos años capaces de impregnar cualquier
sensibilidad de apatía y mediocridad. Se forjó un mundo propio en el que no
tenía cabida la realidad de afuera, su mezquindad y sus trampantojos, una
realidad tan fácil de sustituir a despecho de la soberbia de sus mandatos y sus
carencias miserables. Sólo había que ignorarla, construirse otra realidad cuya
arquitectura esencial procediese de ella misma. Además, adivinó aterrada,
culpable antes de empezar, empieza una a estudiar Letras y termina escribiendo
poemas de mierda en cualquier papel, peor aún, dándoselos a leer a otros, estos
sí, inocentes, víctima de tus antojos sentimentales o espirituales (ja).
Al menos la podía
haber tirado a la basura, o a la papelera.
¿A quién? ¿A su madre?
¿A la muñeca?
A la muñeca.
La niña Carmen la
estrelló contra el pavimento, y hasta le pareció que, reventada sobre el suelo,
le salían hilillos de sangre por las orejas, por los ojos… En seguida se alejó
de la barandilla y cerró las hojas del balcón sin poder ocultar una sonrisa de
lo más perversa. Durante unos momentos se quedó pegada a los visillos, aunque
desde esa posición le era imposible atisbar el pequeño revuelo de afuera, pues
los transeúntes habían confundido por un momento al pequeño monstruo caído con
un bebé; respecto a la naciente Carmen Gay Giner, esa fue la primera y la
última vez que sería una mujer entre visillos: a partir de entonces, cuando
quería ver la calle, estuviese donde estuviese, abría los balcones y las
ventanas de par en par, ventilaba a conciencia los interiores, que entrara toda
la luz del mundo: se había librado de los años infames...
¡Qué época!
De modo que en el 43…
¿Qué forma tenía?
Ese año probablemente
no tenía forma, nunca terminaba de eclosionar, fue el año interminable, el frío
horrendo, la pertinaz sequía, las maracas de Antonio Machín…
Imaginemos sin
reservas una forma cualquiera, poliédrica, polisémica, plural, intercambiable,
imprevista, inesperada:
Gris sordidez, un sol
gris, hasta el sol rojo de poniente era gris, las miradas eran grises, los
andares, las ropas, las películas tragadas sin chistar eran grises como las
píldoras para dormir y soñar era un gris más gris que el amanecer gris que
alumbraba el día gris
pues la cara de la
futura niña artista proyectaba un leve resplandor azul
sería la Petromaxe
el frío: la figura
alta y delgada de tu madre que, friolera, anda tapada hasta el cuello por un
abrigo de astracán, destacando debido a su estatura de entre las cabezas de los
demás oscuros y cabizbajos viandantes
el frío, que es un
frío como nunca se ha visto, un frío que por mucho que te tapes te desnuda, te
deja temblando, con los ojos escarchados y con el culo al aire, un frío que de
pronto se ha desembarazado del fardo de las prendas de vestir, se posa en la
piel y te abre la carne como si se hubiera transformado en un estilete de hielo
capaz de penetrar hasta en tu alma caliente
el frío: las castañas
asadas de los años siguientes nunca tendrían el sabor helado de las castañas
asadas del año 43
las novelas se venden
a plazos, incluso las más económicas
el señor Azorín
agradece al Caudillo de España su perseverancia en ganar la guerra: de lo
contrario no habría podido escribir y
leer tranquilamente en mi casa, en la benéfica paz de mi biblioteca, junto al
brasero, al lado de la ventana abierta a las copas verdes de los árboles
el día 1 de octubre es
el día del Caudillo, ¿tú lo sabías?
el día 18 de julio es
el Día del Valor, ¿tú lo sabías?
el día 2 de enero es
el 451 aniversario de la conquista de Granada, ¿tú lo sabías?
el día 14 de marzo es
el día del Santo Padre, ¿tú lo sabías?
¡tú no sabes nada!
en el 43 tu madre
sigue leyendo montones de novelas (este año tercero y triunfal, tumbada desde
el término de la radionovela hasta el atardecer, se dedica especialmente a la
señora Pearl S. Buck y a los señores Cecil S. Laurent y André Maurois) y se
alimenta casi exclusivamente de Ceregumil, asqueada hasta la náusea del
comensal arrocero y sus porrones de vino con gaseosa, tampoco ha dejado de
pintarrajear día tras día retratos desconocidos, que serían para ella como los
recuerdos de otros seres alojados en su propio cerebro
en el 43 huele a
muerto por los cuatro costados
en el 43 te resistes,
tú, niña Carmen, con todas tus fuerzas a acompañar a tu madre a ver Deliciosamente tontos (0), con Amparo
Rivelles y Alfredo Mayo de bochornosos protagonistas; ganas la partida y será
el consorte joyero malhumorado quien acuda con ella del brazo al Rialto aunque
ciscándose en todos los santos (era sábado, día de putas)
si quieres unos
zapatos nuevos con suela de goma, tendrás que entregar los usados…
hecho
hay trueques… yo no sé
como niña con zapatos
nuevos, charolados, con el piso de goma.
1943:
rascayú, cuando mueras qué harás tú
tú serás un cadáver nada más
rascayú, cuando mueras que harás tú…
será tu itinerario
durante años hasta el aburrimiento, artista en ciernes, bella Carmen Gay, con
el gran cartapacio de badulaques lleno de bocetos, aguadas y apuntes al carbón
bajo el brazo:
de Caballeros, 6, a la
plaza del Carmen: poco más de cinco minutos por las antiguas callejas moras, un
laberinto de mugrientas casas de dos y tres pisos con olor a maderas viejas,
trapería húmeda y capas de apestosos orines de gato: el año 1943, IV Año Triunfal,
huele tanto a trasto, tanto a podredumbre y a las pestilentes paredes siempre
mojadas como por una lluvia negra, tanto a portales que hieden por las bolsas
de gases muertos almacenados en los rincones de sus entradas sombrías y
estrechas, tanto a la suciedad de aceras
mínimas, a dos palmos de las paredes, tanto al asco de los lóbregos imbornales
en los bordillos de los que brota una fetidez de rata muerta tan reconcentrada…
Tanto todo que hasta se podría mascar.
Sale de casa a buen
paso, a principios del otoño, recién inaugurado del curso 1943-1944, su primer
año de estudiante adulta.
Abandona Caballeros y
se mete por la calle de Los Borgia, deja Concordia a la derecha, sigue por
Angel Custodio, alcanza La Cruz, continúa hasta Juan de Juanes, desemboca en
Roteros y culmina en la plaza del Carmen…
Mis primeras letras, mis primeros óleos…
Helo ahí, la clave del
triunfo, la fórmula que conduce a lo picassiano, a las subastas taxativas de
Sothebys y Christys a partir de los estilos inmemoriales, el antiguo convento
de los carmelitas, de barroco campanario y una fachada que exhibe sin pudor
columnas jónicas y salomónicas, hornacinas y esculturas de santones, angelotes
rollizos como ménsulas: he ahí la usurpadora Escuela de Bellas Artes de san
Carlos de un edificio que desde el siglo XIII hasta el bien metido el siglo XX,
y desde el mismo portalón, engendra su actual batiburrillo estilístico: trazas
medievales, góticas, renacentistas, neoclásicas y hasta falsamente clasicistas
deparan un muestrario arquitectónico que parece cumplir a rajatabla los
preceptos el arte de aquellos tiempos de aprendizaje de la sin par Carmen Gay
Giner: un eclecticismo y proliferación de vocabularios plásticos elevados a la
enésima potencia… de puertas afuera; dentro, la penumbra, las telarañas y los
cristales más sucios del mundo, el oscuro silencio de los genios haciéndose en el polvo secular.
Atraviesa a zancadas,
sin mirar a un lado o a otro (ella, a lo suyo), el claustro renacentista de
sobrias columnas desprovistas de cualquier adorno escultórico.
La vegetación en torno
al pozo de brocal de piedra en el centro dota ese breve recorrido de cierto
romanticismo que engalana algo la precariedad ostensible del recinto
estudiantil: acantos y hiedras, plátanos y acacias, el suelo de tierra musgosa,
ese decorado arbóreo y herbal todavía parecen ensombrecer un poco más, aunque
no sin despertar cierta fascinación a la vez, la angostura del espacio
claustral.
Desemboca en el
claustro gótico de bóvedas de crucería simple y figuras heráldicas como
molduras donde se apean a media altura los nervios. Desdeñosos estos tiempos de
penuria con otros menos vándalos, empieza a ser cruelmente tabicado para los
distintos usos académicos destrozando sin reparos una arquitectura antigua y
noble que ya nunca será la misma después del sabotaje estético e impune.
La Iniciada elige su
lugar: atractiva, misteriosa, callada y ausente de los otros.
Ella no pretende ser
más que lo que es, y es mucho, eso la distinguía de la mediocridad de las
apariencias.
El profesor, un hombre
viejo y mínimo, de pelo blanco alborotado, vestido con una bata corta de color
azul demasiado holgada para su menuda
complexión, y unos pantalones negros rebosantes de brillos grasientos, con los
lentes caídos sobre el puente de la nariz, se halla justo debajo de una de las
grandes ventanas con los cristales polvorientos, repasa en la palma de su mano
un conjunto de difuminos con los que el alumno a su lado, delante del
caballete, se dispondrá a esfuminar más tarde. El viejo profesor sacude la
cabeza de un lado a otro, como dudando.
No sé yo si éste o el
otro, o aquel…
¿Qué clase de papel me
está utilizando, joven? Sabrá, querido amiguito, que esto influye lo suyo;
estraza o Guarro, vitelas o papel de la China.
Este hombrecillo
experto en artes babilónicas: En la tremenda Mesopotamia…, de tal manera
iniciaba en uno de sus tratados históricos una reflexión realmente apabullante
que obviaba, como todos sus librillos en general, el dato científico, incluso
el anecdótico. Hombre versátil, también se conocía al dedillo el Diccionario Biográfico de Artistas
Valencianos, de El barón de Alcahalí, obra muy celebrada, premiada en los
Juegos Florales de lo Rat-Penat el año 1894. Este diccionario, al que no dejaba
nuestro hombrecillo de apelar, no carece, ya en su primera página, de cierta
gracia, y nos ofrece el tono y el estilo a través de los cuales van a discurrir
las aventuras personales y artísticas de la peña valenciana.
Entre otros ejemplos:
ABELLA (Bartolomé). En 29 de Septiembre de 1418, aparece este
artista como vendedor de una fincas situadas en la partida de Melilla
(Valencia) en los protocolos de Juan Cambra (Archivo General del Reino). Fueron
testigos en este Escritura Pedro Arabot y Francisco Gamaiso, pintores.
AGRASOT (Joaquín). Uno de los más destacados representantes
del realismo estético de Fortuny. Nació en Orihuela y fue discípulo de Dn.
Francisco Martínez.
(…)
Presentó Agrasot en el Certamen Nacional de 1884 dos
cuadros, uno de gran tamaño y pretensiones, y otro de género. Titulase el primero
Muerte del Excmo. Sr. Marqués del Duero y representa el momento en que un
capitán de húsares a caballo transporta, ayudado de otro oficial de infantería,
el cadáver del infortunado caudillo. Forzoso es confesar que este cuadro no
respondió a lo que podía esperarse del autor de Las dos amigas, y si hemos de
ser sinceros, no satisfizo ni a los admiradores más benévolos del artista. ¿A
qué puede atribuirse este relativo fracaso, tan sensible como inesperado? Sólo
podemos atribuirlo a que el señor Agrasot SE DURMIÓ EN LOS LAURELES…
Tales enseñanzas, tales… ¡Y cuántos modelos más podríamos
sacar a la gloriosa palestra…:
Shakespeare inmortalizó en la Inglaterra a Romeo y Julieta;
Hartzenbusch inmortalizó en España a Diego Marcilla y a Isabel de Segura, los Amantes
de Teruel, pero el inglés no ha tenido la suerte de encontrar un pincel del
fuste del de Muñoz Degrain…
SOROLLA (Joaquín). ¿Es ya Sorolla en el arte un astro de
primera magnitud? ¿Su talento pictórico es absoluto e indiscutible, o está solo
con las exigencias de la crítica a la moderna? Difícil es contestar a estas
preguntas que nos vienen a las mientes al tomar la pluma para ocuparnos
brevemente de este simpático artista…
Benlliure… ¡Ah, Benlliure!
Vergara… ¡Ah, gran Vergara!
Noble san Carlos cuna de…,
cuna de…
Ella con los ojos
entornados mide la gradación de la luz, incluso trata de captar la magia
esencial de una envoltura invisible, el tono preciso de su atmósfera, calcula
las proporciones del horrible yeso frente a ella, examina los diversos pliegues
del desvaído ropaje en grises que lo cubre en alguna de sus partes, desenvaina
el carboncillo, alisa el papel: a la gloria nos vamos, niña Carmen.
Explora su época, la
trama de su universal enredadera, los hilos que la sostienen en el vacío, asida
en el borde del abismo de la descreencia y la corrupción estéticas, indefensa
ante los peligros que la acechan hasta que, definitivamente, ya no sea tampoco su época. ¿Cómo dar
respuesta a esa hilatura invisible que maneja las acciones, las modas, las
pulsiones, vivir en El Siglo, hundido en sus lodazales y esperanzas hasta las
cejas, y no fuera de él libre de las paredes y los corredores silenciosos del
castillo de un alma orando tonterías a dioses invisibles, mudos, ciegos,
sordos? ¡Qué embrollo para un artista que descubre cuando ya es poseedor feliz
de una técnica que es muy diferente estar en el mundo que ser en el mundo! ¿De
qué estamos hechos en realidad? Pues para un artista, si lo es y no acaba en
farsante, el verdadero canon que le impulsa para la representación honesta
sobre el lienzo o a puntazos con la piedra es escudriñar lo que no se ve, y no
la apariencia grosera de las seres y las cosas, tan al alcance de las
estadísticas más oficiosas de lo visible. Ser de este siglo, vivir en ese
siglo, que son todos, donde han anidado el 43 y los años siguientes hasta el 75
y también los posteriores a éste, y los anteriores y los de más atrás del
satánico 36, y más atrás aún del 27, año de tu nacimiento según las
estadísticas de lo visible, hasta dos
millones de años más atrás:
Hola, Lucy, bienvenida
al caos.
Vivir afuera del
castillo, y no acobardada en el recinto de El Gran Silencio lejos de ese mundo
que es sólo un páramo ruin, vivir en una selva mefítica pero que es el mundo y
no Las Grandes Horas Mustias donde, indistintamente, el cielo, la tierra, la
hogaza de pan, el vaso de vino, el pecado eterno, la noche… El Gran Silencio…
La Paz. Qué mar de la tranquilidad, pero qué descomunal Retirada, qué gran
Solución para el cobarde: ése se refugia en Dios, El Gran Vacío, en lugar de
hacerlo entre los hombres, en El Siglo. Será que tiene poco de mártir. Pues en
arte si no te la juegas no eres nada aunque te pongan nombre, seguirás siendo
nadie, y hasta altar engañoso, ante el que pronto dejarán de postrarse cuando
descubran tus engañifas.
Oh, Juan de la Cruz,
de sentimientos pródigo, de claridades generoso, pero se escondió en el alma,
un arcón de luminosas revelaciones y… no exento de fetideces enmascaradas por
los sutiles y más exquisitos perfumes, y luego lo cerró con seis llaves, y
otras la dejó para el futuro: las palabras escritas que fueron dejadas afuera,
como al desgaire, como el que no quiere la cosa, pero ahí las minúsculas
lágrimas sobre mar tan apacible, Espíritu Santo toma mi mano, mueve la pluma, escancia
de mi interior bodega, pobre Juan revelado, viendo cómo venía la muerte
mientras el santo se pudría, dolorosa e infecta agonía, y así, lentamente, el
alma huía, y yo apenas sabía de ello, tanto que me concernía, otra muerte y
condición habría menos dolorosas que las que sufría, ni yo miraba cosa, sin
otra luz, ni guía, sino la que en el corazón ardía, y el mismo verbo Dios era,
que el principio se decía: él moraba en el principio y principio no tenía.
Desprecian su
actualidad.
Se ocultan tras la misión
silente y sacrificada.
No… Vive en El Siglo,
carmelita, libre, lejos de la mazmorra de la soledad y la pureza paralizantes,
revuélcate en el lodo, pues todo lo humano te concierne: haz de las trazas de
la realidad tu arte.
Ella desprecia los
difuminos, esfumina con las yema de los dedos sobre el grueso papel de barba.
Desde muy pronto entendió que para ser artista había que arremangarse hasta los
codos, o más allá, y palpar cuanto le rodeaba sin miramientos ni escrúpulos de
burócrata del arte, chapotear en la charca de la creación con los pies desnudos
y el pelo en desorden, pringarse de óleo o de arcilla hasta los ojos abiertos,
desmesuradamente abiertos, como brillan a todas horas, grandes y oscuros, se
diría que enloquecidos, en el rostro de su madre. ¿Seré como ella?
Cuando llega a casa, a
la hora de la comida, su madre le mira las manos manchadas, los dedos teñidos
por los tiznes del carboncillo: sonríe con orgullo, eres una gran artista, le
dice a la niña Carmen… aunque eso yo ya lo sabía desde hace mucho tiempo: has
de ser la más grande artista del mundo. Casi está a punto de besarle las manos
tan guarras, costrosas de texturas.
Son años inhóspitos:
si te casas y te vas del hogar, tu madre se mata; en consecuencia, sólo se mira
a sí misma, a los rayajos sobre el papel, a la paleta en su mano izquierda y el
pincel o la espátula en la derecha, al lienzo embadurnado poco a poco con lo que no se ve. No mira en torno a sí,
y menos a los caballeros alumnos a un metro de su sitio.
Tus profesores en san
Carlos son buena gente y pésimos artistas, mediocres pedagogos, docentes
incapaces de enseñar nada más allá de la técnica artesana y cuatro consejos de
manual.
¿Sabe? Todos hemos
pasado por la Comisión Depuradora: somos personas de probada confianza y leales
al Caudillo y a su Régimen: dibujamos su efigie con los ojos cerrados.
1944: ¿Podría usted,
distinguido profesor, adentrarnos en la poética, siquiera mínimamente, de Paul
Klee?
¿Quién? ¿Yo?
Profesor, háblenos de
la Bauhaus…
Un cura sabihondo por
esos claustros, habla de un tal Kandinsky, de un tal Chagall, hasta de Picasso
perora…
Quizás al joven
profesor Bernardo Brell Ferrer, uno de los modernos recién licenciado,
integrado en prácticas en el Departamento de Historia, se le alegren las
pajarillas si le vais con esas monsergas. El tipo promete, va directo: le echa
los tejos a Carmen Gay: a ELLA.
Pero la época de la
loca era siniestra, y era también la época de su hija, como siniestros eran su
estilo y sus admiraciones triviales y sus justificaciones amorales.
Ni siquiera, Señor,
puede uno, o una, envolver su bocadillo de sardinas en una hoja de periódico
(pues falta papel para tanto panfleto: prohibido envolver nada con papel).
¿Por qué, Señor, tanto
niño rapado? ¿Qué andamos en campos de concentración?
Acorázate, pues,
contra la turba de piojos: rescata del arcón la adarga antigua, la lanza en
astillero, recobra la espada mellada y salpicada de orines, fabrica la celada,
distrae la bacía del barbero en otra cosa y colócatela brillante como el oro en
la cabeza, amurállate con la armadura del peto y el espaldar, y no temas,
caballero de El Piojo Verde, las desventuras y desdichas que han de
sobrevenirte.
Mientras la niña
Carmen (tiembla Picasso) anda y desanda los caminos del arte, las españas
alicaídas encuentran flaco alivio en la superchería del fósforo ferrero, del
pueribalsam y del aspaime, milagrosos potajes farmacéuticos que previenen de
todo los males (incluido el ataque rastrero del piojo verde).
Mejor te hubiera ido,
madre de la niña Carmen, suscribiéndote a Medina
y haberte desembarazado de esas novelas perniciosas de las que tanto acopio has
hecho, bella revista ilustrada que aconseja al marido amar a la mujer pasiva,
dulce, que te espera detrás de la cortina con sus rezos y sus labores. ¡Para qué
saber más de las recetas de cocina, las oraciones y la tendencias de la moda!
¿Cómo van las cosas de
los hombres, cómo sus guerras?
La ilustración
guerrera en la portada del semanario El Mundo, no exige el pie de foto: ciudades ardiendo, combatientes fusil
en ristre zigzagueando con el tronco inclinado bajo las balas enemigas, barcos
humeantes partidos en dos hundiéndose en aguas oceánicas, cañones de largo
alcance con las bocas encendidas por el reciente disparo…
Pues abandona tales
lecturas, que el diablo surrealista de La
Codorniz te confunda con todas las de la ley:
Caramba, don Jerónimo,
¡que cambiado está usted!
Es que yo no soy don
Jerónimo…
¡Pues más a mi favor!
Tú, ¿cómo es que estás
tan bien informado?
Me leo Redención de cabo a rabo: una vez estás
entre rejas ya no importa que sepas la verdad.
Dentro… o fuera, das
vueltas y vueltas, y ni un solo instante te libras de los grandes ojos del
panopticón: eres carnaza fácilmente abatible, te ven desde cualquier lado, eres
diana de la mirilla, hijoputa: mueve un dedo y lo comprobarás. Ahora, en el V
Año Triunfal, todo es una prisión, entre barrotes y si lejos de ellos entre
consignas, advertencias, mandatos, imposiciones, prohibiciones… y hasta garrote
vil si se les va la mano.
Chitón (es, digamos,
una interjección curiosa, como de otro tiempo, hasta extravagante…)
Silencio, silencio,
pues.
Sí, su memoria loca le
traía recuerdos que no eran suyos, como si otra vida, otra existencia
inimaginable, se hubiera entrelazado con la suya en algún momento del pasado,
rastrear el origen de los recuerdos de algo no vivido por ella la volvía loca
de remate, la torturaba hasta tal punto que prefería ser cualquier cosa a lo
que era, ¿pero estaré yo loca como asegura ese pescador y arrocero de mierda?:
porque si a una le quitan los recuerdos propios, el alma suya, su pura
conciencia y la modelación de su memoria, y además le endosan ráfagas y
destellos, instantes de una vida vivida por un otro o una otra, una
rememoración que olvida lo que era ella, sus sueños, sus hechos, sus
aspiraciones más secretas y convoca fantasmas, delirios y sucesos que nada
tienen que ver con los suyos, ya no queda nada por la que merece vivir, sería
una simple ilusión en seguida asaltada en el tiempo por el otro o la otra
desconocidos que la transformaba en vicaria, o ni siquiera eso, en mera testigo
de una andadura que nunca emprendió y de la que le resultaba difícil sacar algo
en claro o entender las causas de sus acciones, hasta un poco de asco le daba,
como si hubieran metido sus sesos intactos en la cabeza de otro o de otra, en
el cuerpo de otro o de otra, y ahora sintiese un olor corporal ajeno a ella, un gusto en el paladar distinto al
recordaba como propio, un aliento raro, su lengua era una extraña sierpe
bultosa como siempre lo era, pero ahora no era la que era, en fin, es difícil
entender esto, y también la mirada era otra y lo que veía a su alrededor, aun
tan sabido le resultaba diferente siendo lo mismo, y una carne y unos pelos y
unas uñas que no reconocía al tacto y, sin embargo, se contemplaba en el espejo
y se veía igual, era ella, pero otra ella, era el sitio del alma, pero era otro sitio, su encarnadura sin igual y
su identidad irrebatible e innegociable se disolvían en un agua regia que la
despellejaba, la descarnaba, la arruinaba y la licuaba por entero y al final la
haría desaparecer también de la memoria de los otros, aquellos que nunca
hubieran podido negar ni su identidad ni su existencia al haber sido culpables
usufructuarios de su contemporaneidad, cómplices usurpadores del tiempo y el
espacio a la vez que ella, ser en el
espacio, pero, estaba segura de ello, también éstos la olvidarían, y una si
es olvido universal es que no ha sido, ¿quién ha de saberlo?, no esos que el
uno de noviembre pasean entre tumbas y paredes de ladrillo alzadas de filas de
nichos con flores artificiales que sobresalen de los búcaros de cerámica o de
latón, lápidas de nombres y apellidos dorados semihundidos en la piedra y
figuras arcángelicas en relieve que los deudos se apresuran a limpiar sólo ese
día de muertos como si los vistieran de domingo y los llevaran a pasear un
ratito a los Viveros o a La Alameda hasta que los devolvieran al anochecer
refrescaditos por la brisa marina, mediterránea y benéfica, hale, a seguir
durmiendo la melopea de siglos, y están los horrendos retratos ovalados sujetos
en los mármoles, algunos de ellos sonriendo desde la fotografía recortada a
tijerazos de algún otro positivado inocente, lo que ya es el colmo esa
asquerosa sonrisa desde la putrefacción, ven, caramba, parecen decirte los
plácidos ojos del retratado o la retratada sin sorna, sin entender de sonrisas
u otras componendas compositivas esos labios fruncidos desde la eternidad,
anímate, hombre, si aquí en tan oscuro agujerito se olvida uno de todo, hasta
de sus parientes vivos, que ya es recompensa y felicidad, encerrado a solas
entre cuatro tablas, calentito y en silencio, se está muy bien aquí, te lo digo
yo, para qué perder el tiempo, si al final torrons,
si al final no te vas a escapar, las garras de la Parca te van a coger del
pescuezo o de los huevos y no te soltará por nada que sea del mundo y sus
entretenimientos, que no valen ni un ochavo, mercado de un rastrillo un domingo
por la tarde o así, o sea, cero patatero, qué más dará ahora que después, una comilona
más o un polvo menos, un cáncer lento o con ruedas o con alas, los tuyos no te
olvidan, tu hijo que te quiere, tus hijos no te olvidan, tus padres no te
olvidan, tu esposa no te olvida, tu esposo no te olvida, tu amante no te
olvida, tus sobrinos no te olvidan, nadie olvida en los cementerios, nadie
olvida porque todos olvidan que van a cascarla, y son muchos los que alzan o
bajan la vista y la fijan sobre los retratos de alrededor sólo por curiosidad
malsana, mira ésta, qué joven murió, treinta y tres años, quién se lo iba a
decir a ella, y ése otro, muerto en el 44, a los cincuenta, culpa del el piojo
verde, seguro, ay, qué pena, mira esa criatura, murió a los trece años, sería
leucemia, vete a saber, o cayó desde una ventana, y aquel abuelo, tú, 93 años,
y en 1952, que tiene su mérito, recién retirada la cartilla del mezquino
racionamiento, ¿pero quiénes son los tuyos?, paseantes de cementerios bañados
por el plácido sol del otoño, pero ¿por qué ahora la loca entra en manía de
acudir al cementerio día sí y día no? Miedo nos da.
Veo gusanos, dice.
Gusanos gordos, blancos, lentísimos… se deslizan glotones, con inquietante
suavidad, como si supieran muy bien lo que están haciendo y hacia cuál de los
pasmados espectadores se dirigen, gusanos que descienden por los bordes de las
pantallas gigantes del Savoy, del Jerusalem, del Astoria, del Ribalta, del
Junior, del Coliseum, del Ideal, del Pompeya, del Museo… Pues este (o esta), lo
quiera o no, sueñe o no, va directo desde la butaca de platea a la gusanera acompañado
de su voraz y paciente cortejo gusanil que en andas se lo han de llevar.
Veo gusanos: entre
floreros de hojalata, flores pestilentes, letras de falso dorado, fotografías
de muertos, y nombres, muchos nombres que valen igual para la identidad de un
vivo que para la ridícula posteridad marmórea de un muerto.
Este que veis ahí
sonriendo, bien vestido, al menos de cintura para arriba, soy yo, Manolo Pérez
García, único, irrepetible… (Tus sobrinos no te olvidan.)
Y sobre todo inútil:
solterón, ni siquiera propagó solidariamente la especie como la mayoría de sus
congéneres.
Vete acostumbrando.
Vivir, como dijo aquel, es una costumbre. Vivir es la costumbre. Morir es
perder la costumbre de vivir.
Gusanos… gordos y
blandos como el mismo Franco… despacio se escurren sobre la tierra mojada por
la sangre de los muertos azules, rojos.
Si un gusano hablara,
hablara como el Generalísimo, como el Gran Caudillo de voz atiplada y con un
cojón de menos en la bolsa del escroto.
La época toda es una
gusanera para las cañas de pescar del joyero, hija mía, ¿a qué tanta extrañeza?
Él tiene su escondite.
Que se busque ella el suyo. El primero de todos: no enredar. El segundo: no
estorbar.
Si me disfrazo,
¿pasará la muerte de largo?
¿Y a ti que más te da,
suicida? En el Iberia echan tres películas…
El suicidio es lo
único que refutará la pretendida locura que me endosa el joyero con su habitual
frivolidad: los locos siempre quieren joderla, fastidiar al personal; por el
contrario, el suicida abandona el escenario (o la pantalla) con la suprema
elegancia y el bienhadado propósito de no molestar ni salpicar a nadie salvo lo
imprescindible. Ni un gesto de más, ni una palabra innecesaria. Al día
siguiente de las exequias todo vuelve a ser normal, cada uno a lo suyo, y el
undécimo no estorbar. Te hayas matado en este VI Año Triunfal con una cápsula
de cianuro, con una Walther PPK de 7,65 mm. capaz hasta de reventar la cabeza
del mismísimo Führer o te lances a la
vías del ferrocarril con la cédula de identidad en el bolso junto a la barra de
labios, los polvos faciales, la sombra de ojos, el espejito redondo, el pañuelo
de color rosa, los caramelos de fresa, la fotografía de cantos mordidos de la
niña Carmen, las gafas de lentes oscuras que le defienda del sol temible pero
benigno, tan radiante, de Valencia, el llavero y el monedero.
¡Qué pocos días bastan
para formar un siglo! (Conde Drácula).
En el año de gracia de
1944, Carmen Giner Bernart cuenta treinta y ocho años (y sólo vivirá seis más,
pero ella no lo sabe, y además está a salvo de la tuberculosis, el tifus, la
sífilis, la desnutrición, la tracoma, el piojo verde, la lavativa, las purgas,
el aceite de ricino, la represión) y siente una irresistible tentación, sobre
todo al regreso cansino de la escapada mensual a los teatros y espectáculos de
Madrid, de engalanarse de pies a cabeza a la última moda, de ingerir bebidas
espirituosas y de contemplarse durante horas en la luna del ropero, maniobras
todas ellas que ocultan a sus ojos los terribles gusanos gordos.
Ahora acabada la guerra
fratricida, gasta el dinero a manos llenas en vestidos, pamelas y zapatos con
plataforma de corcho.
Se gusta de figura
enriquecida, de apariencias cortesanas de sastrería exclusiva, de un llevar
garboso.
Guarda tu espalda,
pues tales aliños indumentarios pueden provocar el interés y aun la reprimenda
de alguna de las celadoras de la moralidad que pueden adivinar en ti apetencias
viciosas características de las prostitutas en este mundo sinuoso y repelente,
denunciarte al Patronato para la Protección de la Mujer: si eres puta, al
lupanar, que para eso está y se tolera; las aceras, para el personal que
mantiene las formas. Y si caes enferma, ramera inmunda engalanada, vete a toda
prisa a la barra de Chicote, en los madriles, y hazte con un par de gramos de
penicilina de contrabando bajo cuerda: no contagies al caballero español.
Bien lo explica el
capellán:
Son muchas las mujeres
que por no resignarse como debieran a la vida austera que impone cualquier
jornal o sueldo, buscan por medio de la prostitución unos ingresos que les
permitan el uso de las medias de gasa, los bolsos de piel, las ostentosas
pulseras y collares, se entregan
degeneradas al oficio ruin que les proporcione trajes y abrigos al último grito
de la moda.
¿Se me estará
volviendo puta la demente?, se pregunta con la mirada puesta en el anzuelo
nuestro pescador Antonio Miguel Gay. Pero en seguida piensa que eso resulta
difícil de creer. No descuida ninguna de sus obligaciones, el arroz siempre en
su punto, el porrón fresco, lleno hasta el pitón de tinto y gaseosa, el plato de la lechuga, la cebolla y el
tomate recién salidos de la huerta bien aliñados con aceitunas negras en el
centro de la mesa, la hogaza de pan tierno y sabroso al lado del plato… Nada,
pues, que objetar. Pero aquí, hay gato encerrado.
La sombra, o el aura,
del sucida desmiente su apariencia.
2000 pesetas mensuales
son sus gastos y los de la casa que ella administra con cordura insospechada,
dinero suficiente hasta para los dispendios más extravagantes…, luego nada hay
que temer. No me cuadra la loca como amante o entretenida. Esa suma puede
estirarse para sus vestidos y para lo que le venga en gana.
Gira el dial. ¿Lo toma o lo deja? Gira el dial. Diario Hablado.
¿Lo toma o lo deja?
Tampoco son demasiadas
las opciones en la grisura.
El matrimonio
Gay-Bernart el sábado 4 de noviembre de 1944, a las 20,45, salen de casa y se
dirigen de bracete con paso tranquilo al cine Capitol; es largo trayecto, pues
desde la Virgen hasta las proximidades de la Plaza de Toros han de atravesar prácticamente
todo el centro de la ciudad, pero es un recorrido ameno, ornado de iluminados
escaparates a cada paso, de gente festiva y vistosa. Incluso se hace corto el
paseo. Qué pena.
En el hogar queda la
niña Carmen, a solas, como mejor está y como más se prefiere, haciéndose un
autorretrato al pastel: los lápices blandos y pastosos empastran sus dedos,
pero eso a ella no le importa, atenta al espejo, maravillándose de sus propias
facciones que emergen del grueso papel de barba al dictado de sus manos, y en
la mente la figura inevitable del joven profesor: Bernardo Brell: ÉL.
Luz que agoniza.
Buenos espectadores,
sin adherencias críticas, ideológicas o analíticas de ninguna clase, los Gay
jamás cuestionan lo que acaece en la pantalla. Asisten a la historia mudos y
obedientes, totalmente entregados a las magníficas interpretaciones y muy
pendientes de la insidiosa trama que los tiene clavados en la butaca. A ambos
la película les conmueve profundamente, y al salir de la sala se miran entre sí
a hurtadillas, con una inmensa desconfianza mutua que tardará en mitigarse
varios días.
Atento, joyero: la
semana que viene vigila la cartelera, no llevemos las cosas a extremos
peligrosos, a esas crueles identificaciones que en numerosas ocasiones depara
el séptimo arte a un espectador no avisado: Me
casé con una bruja en el Lys; La loba,
en el Rialto.
De modo que, tras una
breve reflexión, el marido putañero eligiría sabia y precavidamente ¡Que verde era mi valle!
Y durante el consabido
viaje del mes al Madrid teatral: Ya
conoces a Paquita, en el Infanta Isabel, con Isabel Garcés. ¡Astucia, amigo
pescador! ¡A qué complicar las cosas! Para ello, ellas solas se bastan.
¿Lo toma o lo deja?
En la grisura son
pocas las…
y estaba sola, y ha gritado en la oscuridad, y estaba sola,
y ha preguntado quién conducía, quién movía aquel horrible tren. Y no le ha
contestado nadie, porque estaba sola, porque estaba sola. Y ha seguido días y
días, loca, frenética, en el enorme tren vacío, donde no va nadie, donde no
conduce nadie.
Mientras el ciclista
joyero pasa horas y horas pensando en las musarañas con la vista puesta en ese
pedacito de mar reverberante y de sol clamoroso
que es el anzuelo cebado, la loca que no estaba loca aunque en ocasiones
sueñe que ella es Aixa (sin duda ninguna)
lee estremecida un poemario terrible que habla de ese millón de cadáveres
todavía en pie (un millón de muertos que ignoran que lo están y a los que ella,
desde tiempo atrás, secretamente pone rostro) que andan, comen, trabajan.
Se arrastraban unos,
otros se invisibilizaban y eran como de aire, como de ese aire sucio y gris que
parecía oscurecer todo cuanto tocaba en este año de 1945, cuando además del
malvado comunista tres eran los enemigos del alma inmortal: El Mundo, el
Demonio y la Carne:
¿Tú sabes lo que es un
acto impuro?
¿Quién? ¿Yo?
Tú, ¿quién eres de
tres las personas distintas siendo Dios las tres personas -¡qué lío!-?
Pche, cualquiera sabe,
a lo mejor la paloma lanzallamas. No sé.
Tú, ¿cómo te las
apañas, preso trabajador de cárcel?
Con dos bollos, dos
puñados de malta y azúcar, tocino, judías y pan. Soy el recluso perfecto:
trabajo diez horas diarias: mi ganancia es de 14 pesetas diarias; mi
contribución a las arcas públicas es de 9 pesetas; mis gastos de mantenimiento
en reclusión: 1,50 pesetas; el resto, 3 pesetas, se pierde por el camino o se
lo entregan a mi esposa o a mi madre: quedan 0,50 céntimos, la parte sobrante
del salario diario que me corresponde: el sábado al mediodía recibo
puntualmente esa cantidad multiplicada por seis: 3 pesetas.
¿Te quejas?
¡Dios me libre,
alcaide!
Sabes, pues, lo que te
conviene.
Y así van las cosas de
bien.
Enciende el cigarrillo
de basta picadura pero bien liado, atiende el sedal. El horizonte… qué cosas,
sigue pensando el pescador. Hoy: arrós
del senyoret.
En lo más alto del Reichstag de un Berlín humeante,
ardiendo en ruinas, ondea la gran bandera roja. Es una fotografía en picado
impresionante: la tela con la hoz y el martillo tan llamativos en un ángulo
flamea al viento mientras un soldado soviético trata de encaramar el asta entre
los salientes del pináculo de la fachada; el plano permite divisar la
destrucción de abajo donde los últimos bastiones de la resistencia nazi se
resisten a dar un paso atrás entre los escombros que se amontonan en las aceras
y en torno a los edificios machacados por las bombas y los disparos de mortero,
por el cañonazo súbito de los tanques avanzando metro a metro hasta el mismo
búnker donde se hallan incinerados pero aún reconocibles los cadáveres de Adolf
Hitler y Eva Braun.
Kaputt.
Son tiempos de
grisura, cenizas.
El mundo ha
trastornado. Hasta el dios yel diablo enmudecen.
Al otro lado del
mundo, Litle Boy y Fat Man descienden del cielo a la tierra
como dos ángeles dorados enviados por Dios para dar la buena nueva a los hombres
de bien del comienzo de la Nueva Era Atómica.
En las españas lo que
no suele caer del cielo es agua. Una pertinaz
sequía transforma la huerta en yermos estériles, los campos en eriales,
agrieta los cauces secos de los ríos.
Pues saca el cuerpo
incorrupto de san Isidro en procesión, que los capitulares del cabildo y los
cofrades paseen la urna de plata por calles y plazas y que sus rezos conmuevan
al santo labrador y propicie la llegada de las ansiadas lluvias.
El frío, sin embargo,
criadero de sabañones y propagador de pulmonías no falta a su cita: pues
aprovecha la semana del duro y compra ropa de abrigo.
Llegó el frío, y se
fue. Llovió y no llovió. Volvió la primavera: también ha de irse.
Llovió y no llovió.
Ahora no llueve nunca.
La mamá de la artista
luce en este tiempo en lo alto de la frente un arriba España que quita el hipo y delinean su esbelta figura unos
vestidos estampados bastante ceñidos que, a su paso, hacen girar la cabeza a
más de un galante caballero.
¿Ocultará un amante
esta loca?, se pregunta de nuevo el joyero-pescador-comedor de arroz.
No las tiene todas
consigo el ciclista. Aquí hay gato encerrado y mosca tras la oreja. Lanza el
anzuelo a la plácida lámina de agua azul que reverbera al sol de junio. Luego,
con parsimonia de pescador antiguo, extrae de la cajetilla un ideal… cigarrillo
selecto al cuadrado.
En realidad,
lamentable descubrimiento al que llegará sin tardanza el comedor de arroz,
Carmen Giner Bernart está escribiendo una novela…
¡Cristo! ¡Lo que nos
faltaba, rediós! ¡A esta la enveneno yo con el fanodormo!
Sobre la mesilla de
noche de la loca descansa un ejemplar de Nada,
la novela de moda, la que al parecer va a inaugurar una nueva etapa en la
literatura española de los años siguientes, sobre todo la escrita por mujeres.
En 1945 todas las
jovencitas y treinteañeras soñadoras aspiran a recibir el próximo Premio Nadal,
y se entregan con ardor a llenar holandesas y cuartillas; de hecho, algunas lo
consiguen y acaban integrando una nómina de féminas novelistas no todas exentas
de mérito y beneplácito unánime, logrando publicar con mayor o menor fortuna
segundas y terceras novelas.
Pues, en estos tiempos
de penuria y secretos, de silencio, ¿quién de las jóvenes españolas no es
Andrea?
Al leer cómo la
muchacha baja las escaleras sombrías de aquella casa siempre entre grisuras,
¿quién de ellas no ha sentido una viva emoción al recordar la terrible
esperanza, el anhelo de vida que alguna vez deseó con todas sus fuerza…? Andrea
se marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la
vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor…
Don César González
Ruano, periodista ilustre y falaz, pródigo articulista, astuto traficante de
judíos, excelente poeta oculto y frustrado concursante en la primera convocatoria
del Nadal, sugiere que en adelante, y visto lo visto ante tanta jovencita
escritora en ciernes, se le llame al concurso Premio Dedal.
Carmen Giner, no tan
jovencita, a un palmo de los cuarenta, escribe su novela La cautiva, un ajuste de cuentas con todo el mundo, con todo lo del
mundo y, desde luego, con el joyero comedor incansable de cuantas recetas con
arroz de la albufera puedan imaginarse.
La cautiva es un título que no
está nada mal si consideramos las circunstancias biográficas y cuasi lacerantes
de la autora, pensamos nosotros (sic).
Lástima que las
entretenidas peripecias, desdichados sucesos y encuentros fantásticos (un poco
a la manera del Bulgakov de El Maestro y
Margarita, libro y autor de los que, sin duda ninguna, Carmen Giner como el
resto los españoles de por entonces lo ignoraban todo) que le acaecen a la
protagonista, una dama española alta y esbelta, morena, de grandes ojos oscuros
y mirada ensoñadora, se detuviesen fatalmente en la cuartilla número veintidós,
cuando en los recoletos jardines del Real se da de bruces con un tipo ataviado
con un traje de dominó que habla una especie de esperanto que sólo ella, la
protagonista, Amanda, entiende. Iniciaban un diálogo algo misterioso, pero a la
mitad de la página (línea doce, palabra séptima) el lector se queda en blanco
absolutamente y para siempre porque en ese punto acaba el manuscrito que nunca
sería reanudado. Por lo demás, según columbramos de lo ya leído, la tal Amanda,
la supuesta heroína, no se ha casado, y no tiene pareja ni hijo alguno, lo que,
entendemos nosotros, es un golpe maestro por parte de la autora para refutar
aquella injuria con que los críticos sañudos destripan con la pluma, como si
valiéndose de un puñal se tratara, las primeras obras de los novelistas aún no
multíparos con la habitual declaración descalificadora: No cabe duda del
carácter autobiográfico que emponzoña esta primera novela…
(Etcétera).
Una novela sólo es la
peripecia temporal y paradójicamente solitaria de un tipo que inventa hasta la
pluma con la que escribe, miente y roba.
La novela
autobiográfica literaria no existe dígalo quien lo diga, el Papa o el profeta
Nab: es la misma paparrucha que la novela literaria a secas: mentiras bien
adobadas; a veces, con ingenio (las medianas); a veces con inteligencia (las
buenas), y otras veces indagando en lo desconocido o en aquello que todavía
carece de nombre y hay que ponérselo de un modo u otro (las mejores, las imprescindibles, que diría un crítico
bien pertrechado con sus instrumentos habituales
de tortura china).
Noviembre de 1945: Los
Gay-Bernart en Madrid asisten a una representación de Don Magín el de las Magias del maestro Benavente y al Don Juan de Amparo Rivelles y Armando
Calvo, en El Español.
Durante su lánguida
estancia de tres días en la capital, comieron
en varias ocasiones en algunos de los mesones del barrio de las Huertas,
pero en silencio, como muy tristes, tanto como ese mes de noviembre de sol
desmayado. Al contrario que otras veces, no pasearon en barca en las plácidas
aguas del estanque del Retiro. Aunque sí estuvieron visitando durante unas
horas el museo de El Prado, deteniéndose especialmente en las salas de
Velázquez, Goya y El Bosco, y por expreso de él, en las de las gordas de Rubens
(que escribiría en su diario de viajes la delgadísima y morena consorte).
Tampoco dieron las cuatro vueltas turísticas de rigor paseando bajo los
soportales de la Plaza Mayor. En realidad, ya no volverían a hacerlo nunca más.
Ninguno de los dos viajaría de nuevo a Madrid, ni juntos ni por separado.
Y a partir de ahora,
¿qué?
¿Qué hacer sin el
pescador y sin Madrid, sin…?
¿Qué hacer en la casa
sin la caña de pescar? Pues radio y arroz, y todo lo demás ni verlo.
¿Qué hacer los dos,
uno lejos del otro?
El joyero, por su
parte:
He de buscarme una
querida como sea… Una querida es lo que me hace falta, una tipa lúbrica de
carne tierna y todavía no engolfada, una querida… (de balcón, geranios y
canario). Y que la loca haga lo que se le antoje, que vaya a su aire: sólo es
cuestión de dinero, unos vestidos por temporada, zapatería, sus pamelas y
bolsos, peluquería… Nada que no se pueda comprar con unas monedas.
La
lectora-escritora-pinta retratos imaginarios:
Tengo a mi hija, y me
tengo a mí, y duros no me han de faltar para lo que me dé el gusto o la ocurrencia…
La niña Carmen, cada
día más entregada a su afición, enmarranándose las manos con tizas y
carboncillos, con óleos y tintas como sólo una verdadera artista acaba haciendo
sin pamplinas, y a veces hasta sin escrúpulos, hundiéndose de veras en la
materia del arte:
Estos dos, son. Pero no están: tú a lo tuyo. Brochazo a brochazo, a espatulazos, como si
pudiera romper el mundo de mediocridades y rancias domesticidades que le
confunde, que le marea, que la aboca decididamente a ese otro mundo más
fascinante y enriquecedor, tan único, tan suyo, que se halla detrás de los ojos
cerrados.
La madre queda cada
vez más lejos, más desconocida, más estorbo: ya sólo vive en un armisticio
peligroso.
¿De qué nos
disfrazamos hoy?, pregunta la Madre. ¿Disfrazarse? ¡A qué santo! Hoy soy
Marlene Dietrich con vestido de noche con bordados en strass. El espejo lo
dice. (Pero los espejos mienten.)
¿Y quién serás mañana,
loca?
Merle Oberon con un
vestido de encajes (el espejo es mi mejor amigo, me lo cuenta todo). Tal, por
la mañana; porque por la tarde es Joan Crawford: un garboso bolero con lazo cae
desde los hombros hasta alcanzar casi el fajín de la cintura ornado con una
gran hebilla cuadrada de plata del que cuelga con elegancia el vuelo de la
falda.
Intenta quererse, pero
el recuerdo del mal home le agua la
fiesta. Se mira una y otra vez en el espejo, cambiada, retocada (¿soy Amparito Rivelles?), engalanada de decenas de
indumentarias, de caros complementos. Lo intenta tenaz: esta noche es la
deslenguada Carole Lombard en pantalones cortos de color negro con detalles
marineros y un top a rayas de estilo náutico.
Esta mañana que no
luce el sol, anda con cierta premura ataviada con un traje sastre de un gris
oscuro y un bolso negro en bandolera.
Esta tarde comprueba
el indeseable efecto de unas mangas dolman:
no le favorece nada esta ocurrencia de la moda a sus brazos tan delgados.
Esta otra noche de
fantasmas ella recorría los corredores sumidos en el silencio con un vestido de
muselina de seda blanca de amplio vuelo, casi levitaba entre las paredes
oscuras.
Bonita combinación se
dice ante el espejo encendido, pues urde combinaciones del rojo y el negro, el
caramelo, el esmeralda…
Al fin, retales de una
rebelión silenciosa y perdida de antemano, vestiduras efímeras, aseados harapos.
Si al home se le pudiera exterminar con el DDT
pulverizándolo como a los insectos… Panza arriba, con la boca abierta, los ojos
en blanco, con el alma en vuelo (?) hacia el infierno, ahí, tendido en el suelo del comedor, con el plato de arroz a
medio terminar en la mesa, el porrón esplendente a un lado lanzando destellos
brillantes como el rubí, el aparato de radio encima del aparador parloteando el
Diario Hablado.
Por la radio suena una
canción de Gloria Laso. La oye desde su dormitorio, que desde hace años no
visita el joyero. Por la radio, la radio novela de sobremesa. Por la radio
habla la patria…
Por la radio una
ventana donde perder la mirada más interior.
Por la radio… el dial
del mundo.
Grande es la casa de
Caballeros, 6: si una quisiera, que no lo quiere, ¡pobre de ella!, podría
esconderse del home y de la niña
durante días, hurtarse a su vista como si tal cosa.
La loca lee Fotogramas. El señor de la casa compró
el primer número de la revista recién llegado a los quioscos de prensa, todavía
con olor a imprenta. Ambos, el joyero y su santa, son grandes cinéfilos de la última sesión de los sábados: el
último reducto de los matrimonios alicaídos por los tiempos.
De
modo que el señor lleva del brazo a su señora, vestida con suma elegancia, a
las majestuosas plateas de las salas de proyección de los cines de estreno que,
en cuanto se apaguen las luces, abracadabra:
(Cf. abraxas).1. m. Voz cabalística
que se escribía en once renglones, con una letra menos en cada uno de ellos, de
modo que formasen un triángulo, y a la cual se atribuía la propiedad de curar
ciertas enfermedades.
Empiezan
los sueños… ¡ah, el séptimo arte! ¡Qué prodigiosa invención!
Hagámoslo
bien, se había dicho recién acaba la guerra nuestro hombre sin pensarlo dos
veces (por orden cronológico): Raza, Harka, Escuadrilla, El crucero
Baleares, ¡A mí la legión!, El santuario no se rinde, Legión de héroes…
¡Joder,
qué tropa!
De
ahí derechos y tiesos como un palo a Inés
de Castro, Agustina de Aragón, Locura de amor y La leona de Castilla…
CIFESA
al completo (y en los entreactos, Canelita
en rama y Alma baturra).
Todos
tus ancestros terminaban con el culo pegado a la felpa de las confortables
butacas de los cines.
Las
épocas: si les quitas la cama a todos esos cónyuges del dios y del diablo, la
jodienda lenta o rápida, ¿qué les queda?
El cine.
Por su parte, la HOAC
aleja al obrero de las malas tentaciones: y le ponen en la mano el catecismo y
las buenas obras y le abren el puño y le quitan el adoquín (probable arma
arrojadiza).
La huelga es un acto
criminal contra la patria merecedora del mayor de los castigos.
Se vuelca un tranvía,
o dos: ¿para qué llevar las cosas más lejos? Pero dejémoslo ahí. Ya es
suficiente con eso.
Pueden hasta fusilarte
por saboteador. Si quieres acción y arriesgar el pellejo hazte con una
semiautomática Máuser, vete al monte y únete al maquis: juégatela de veras.
El Guerrillero
Estudiantes,
obreros, campesinos, seguid nuestro ejemplo. Vuestro puesto está en la
guerrilla. ¡Por la Libertad! ¡Viva la República!
Sé luchador.
Joven: sé
guerrillero.
Mañana a trabajar.
El pescador: Huir de la realidad de esta mujer… Una huida
hacia delante... Pero, ¡para qué correr? Delante sólo está la muerte.
Obreros:
págales lo bastante para que no se mueran de hambre.
La
dama argentina cruza el océano, pone los pies en el suelo sagrado de la Madre
Patria.
¿Su
afición, señora?
Los
diamantes azules del tamaño de un huevo de paloma.
La
señora, granero del mundo, cuenta con un joyero valorado en centenares de
millones de pesetas. Lástima que no pueda lucir todas las joyas a la vez.
(Tal
vez en un futuro no demasiado lejano pueda lograrse un prodigio de tal
naturaleza.)
La
señora, madre de los pobres, posee un
guardarropa que alcanza los 400 vestidos de alta costura y un centenar de
abrigos de piel; cuenta con un zapatero que alberga 800 pares de zapatos, gran
número de ellos de piel de cocodrilo, de lagarto y de serpiente; su colección
de sombreros suma más de 600 y su ropa interior es exclusivamente de seda.
En
1947 la señora está en su punto: eterna.
(Cinco
años más tarde estaba muerta.)
¿Tienes hambre,
desgraciado?
Pues cómete un
bocadillo de carne de ballena, barata y muy nutritiva, al igual que los
saltamontes, las hormigas y las lombrices: pura proteína.
Anda, Charlie, coge
coctelera y prepara sin prisas un porto
flip (oporto, yema de huevo y avellanas), que ando escaso de fuerzas y la
noche maravillosa promete felicidades a este varón.
Esas eran las épocas…
Aunque en estas españas parecía que no pasara el tiempo entre el No-Do, la
consigna, la cartilla del racionamiento y las fiestas de guardar.
Usted me asiste a la
santa misa, se me confiesa y me comulga.
Usted me quita el
plano 167 (en su totalidad), el 481 me lo retoca (subir escotes), en el 502 me
borra el beso en los labios y en el 591 me cambia la frase: ¿Usted fuma, caballero? por ¿Tiene usted lumbre, caballero?
La loca empezó a
emborracharse dulcemente con anís Marathon. Empezaba a media mañana, cuando el
ciclista pedaleaba ya hacia el mar con su bocadillo de sardinas de bota. Lo bebía
en unas copitas de vidrio tallado, de un tono bellamente azulado. Una detrás de
otra, de un trago. Una es lo que es… o lo que no es: ni Reina del Hogar ni el
Reposo del Guerrero. Estas copitas son muy pequeñas, es mínima la cantidad de
líquido que pueden contener… Poco daño han de hacerme. Así que, copita va
copita viene… Pero el arroz en su perfecto punto de cocción, y en la mesa a su
hora debida, justo cuando empieza el Diario
Hablado de Radio Nacional de España.
Mientras esto siga
así…, se dice sosegado el joyero, complacido del orden armonioso del mundo y
del universo todo, mirando ora su plato bien colmado de arroz ora con disimulo
hacia su señora, Antoñita la Fantástica.
Y usted, eximio
novelista, futuro nobel, Camilón, ¿dónde nos trabaja en esta larga postguerra
llena de penurias?
Sección de Censura de
Revistas, turno de tarde.
Uno se ganaba 200 ó
300 pesetas metiendo el dedo aquí o allá. Cosas sin importancia. La vida no era
broma pequeña como para andar con el estómago vacío en aquel entonces. Oiga,
hasta yo mismo censuré una docena de páginas de mi primera novela. Así, sin el
menor remordimiento las arrojé a la hoguera purificadora. No se libraba ni Dios
del lápiz rojo. Los tiempos eran censorios, qué le vamos a hacer.
Un Ortega viejo,
cansado, sumiso, maestro alicaído de fuegos de artificios verbales, al decir
del catalán Gaziel, sentado rígidamente debajo de los retratos colgados en la
pared de Franco y José Antonio, ¡presente!, despacha una de sus conferencias,
divaga en torno una filosofía algo rancia, como el tabaco de picadura de la
época.
El vino en un barco
de nombre extranjero,
lo encontré en el puerto
un anochecer
cuando el blanco faro
sobre los veleros
su beso de plata
dejaba caer…
Sobrevuela esa canción
de pegadiza (o desgarrada) melodía por encima de arroces y guisos, hecha de sus
mismos olores, se desliza por deslunados y patios de luces tristísimos, repta
hasta las ventanas despintadas, atraviesa puertas, salva los muros de la casa
cerrada. Brota de la radio infinita, inagotable, como si al fin llegaran nuevos
tiempos luminosos –ella había escrito en su diario, quizás atinadamente,
azules- en estos años de oscuridad y grisura.
(Era hermoso y rubio como la cerveza, el pecho tatuado con un corazón…)
Diario Hablado de Radio Nacional de
España.
¡Viva Franco!
¡Arriba España!
Surca los mares el
Azor… plus ultra.
¿Tú sabías que Franco
ha pescado una ballena? ¡Un cetáceo de veinte toneladas de peso! ¡Qué bárbaro,
el Generalísimo!
El joyero pescador
jamás creyó tal baladronada, pues atentaba contra el mínimo sentido común... O
tal vez fuera ¡esa mezquina envidia del pescador ante el arrojo y la fortuna de
otro cofrade!
¿Tú sabías que a
partir de ahora las mujeres de España, ricas y pobres, agraciadas o feas,
habremos puesto fin a todos nuestros problemas sentimentales, de belleza y del
hogar?
¿Y eso quién lo dice?
La Francis.
¡Qué hostias! ¿La
mula?
La señora Francis…
Ella lo dice, y sabe muy por qué lo dice y a quién debe decirlo: a esa hora
desmayada y suicida de las siete de la tarde, cuando hierve la sangre aún con
la esperanza de la noche y su promesa o se marchita y se seca entre dos luces,
cuando sabes de sobra que el día, este día, también fue robado.
(Él se fue una tarde con rumbo ignorado en el mismo barco que lo trajo
aquí…)
A la loca, su señor, le regala una Turmix.
Aunque bien pensado, de poco valdrá para guisar sus arroces (los de él,
naturalmente), que para tales menesteres sobra con la paellera, el pollo, el
conejo y la verdura, el agua, el aceite, la sal y el pimentó.
Querida señora ELENA
FRANCIS,
Estas líneas que hoy
me atrevo a enviarle son la expresión más pura de la desesperación que me
tortura desde mucho tiempo atrás.
Me hallo, créame, en
los umbrales del abatimiento, dispuesta a tirar definitivamente la toalla en
esta vida de sufrimiento y soledad que sólo me ocasiona una gran angustia.
Casada infelizmente
con un hombre al que sólo le intereso como cocinera y administradora de su casa
y con una hija próxima a los veinte años, estudiante de arte, y que en muy poco
tiene mi condición de madre y de consejera, pues siempre va a lo suyo, como si
la vida de los demás no le importase en absoluto. Bien es cierto que
materialmente no me falta de nada, antes al contrario. Siento crueles
remordimientos al pensar en tantas carencias que afligen al pueblo honrado en
estas duras épocas por las que atraviesa nuestra patria cuando la situación
económica de mi familia no deja de ser cada día más boyante.
Pero me siento sola,
tremendamente sola. Y ya no sé qué hacer.
A mi marido sólo le
preocupan sus negocios, las comidas a su hora y la pesca, que no deja de
practicar todos los días del año. Se desentiende de mí como del animalito dócil
que aguarda resignado no ya una caricia, ni siquiera eso, sino, al menos, que
le dirijan una mirada de cariño…
No sé qué voy a hacer.
No sé, no sé, no sé…
Firmado: DESESPERADA.
DESESPERADA, amiga
mía, ya que no puede usted ser una esposa feliz, una mujer correspondida, sea
al menos una esposa abnegada y una madre sacrificada por el bien de los suyos.
Usted es una mujer
española, católica, y yo la supongo trabajadora y buena, madre excelente. No
deje que los negros pensamientos se apoderen de usted. A veces nos da por
pensar que el mal cien años dura y, créame usted a mí, amiga mía, es posible
que cuando menos se lo espere sus asuntos den un giro inesperado y la felicidad
y el cariño que tanto espera llamen a su puerta, entren en su hogar y no le
abandonen nunca más.
Querida mía, arduo
difícil es la convivencia marital. A las mujeres, y todas somos Eva, quiere
Dios ponernos a prueba en cada instante de nuestra vida por mor de aquella
desobediencia fatal en el Edén, y nosotras debemos sobreponernos a nuestra
condición culpable y a esta circunstancia del pecado original.
Y respecto a su hija,
tenga paciencia, bien pronto los desengaños y las decepciones que le esperan, y
que tanto se ceban en la juventud, le harán volver los ojos hacia usted, hacia
su madre, hacia ese ser que le ha dado la vida y que también estaría dispuesta
a sacrificar la suya propia, si preciso fuera, con tal de salvar la de ella.
Esta joven, confundida por su temprana edad y quién sabe si por las malas
compañías, en breve comprenderá la dicha de tener una madre como usted.
Sea optimista, confíe
en la Providencia y, sobre todo, no permita que la vida, que es de Dios, le
abrume. Su recompensa está cerca, cada día más cerca.
Un fuerte abrazo mi
querida y sufriente amiga. Dios está contigo.
Y, ahora, amigas mías,
os diré la forma correcta de comer naranjas (de la China) en la mesa.
He aquí, amas de casa
de España, el secreto para lograr una excelente filloa...
Y a todas vosotras,
fieles radioyentes, os recomiendo la leche limpiadora francis, los correctores de celulitis francis-2 y la crema para las arrugas francis-3, productos todos garantizados por el Salón de Belleza
Francis.
Oh, Soberana Gran
Inspectora General
Oh, Sublime Princesa
de Los Reales Secretos
Gran Elena Francis
1950:
La Salvación de la
Mujer Española está en tus manos.
La puta, y andamos por
las 200.000 en tales épocas cubriendo la
geografía española, una vez ha terminado su reclusión en una de las
numerosas instituciones religiosas creadas a ese fin, mira en la palma de la
mano las 61 pesetas y los 5 céntimos que le entregan para iniciar una nueva
vida. En fin, con un poco de buena voluntad por parte de todos… la prostitución
en España habrá quedado atrás, muy lejos ya, como una de esas cosas perniciosas
y disolventes que aquella república rijosa y marxista, indecente y atea, con su
liberalismo y relajación de costumbres,
nos trajo a los españoles de bien.
Anda, ve e inscribe a
tu hijo en un Curso Intensivo de Felicidad. ¿Pues no sabes que son la fórmula
del éxito?
Feliz don Ramón Gómez
de la Serna que en su viaje de ida y vuelta de Buenos Aires a Madrid siente en su espíritu el encanto de regresar
y ver a la nación de nuevo mostrando su verdadera esencia gracias a Franco.
Ya estoy en la Plaza Mayor. ¿Y ahora?
Todos tendríamos que
hacer un Curso Intensivo de Felicidad.
¿Quién lo dice?
Teresa, la revista para todas las amas de casa
de los hogares cristianos.
Viajó a Madrid… pero
Madrid no estaba.
¡Comunistas…! Yo tengo un cuchillo para ellos.
Los tranvías circulan
vacíos. La gente protesta, y suben al de san Fernando.
Cuchillo de cocina mal afilado, que es el que merecen para
cortarles el cuello.
Los españoles íbamos
por el camino del bien y, sin embargo…
El tranvía viene vacío
y parece inocente, pero trae un olor a cuchillo…
Dijo: esta mujer está
sacada de una mala película.
Esa mujer…
… había un olor como a muñeca de cartón.
Ramón, el de las
vanguardias, el escritor circense, ventrílocuo:
Que Dios me perdone, que es lo único que me interesa.
El Gran Libro: El
Libro de los Borrones.
Toda traición se paga. Todo es lo mismo.
A morir en ultramar.
Ava Gardner en Madrid:
bellísima, fiestera, borracha de Martinis y una buena pieza en la cama, una
mujer de armas tomar capaz de dejar para el arrastre de una tacada a un torero,
a un actor mafioso y a un poeta, y es posible que, si por su gusto fuera, a los
tres juntos al mismo tiempo: beber la vida como ella hizo tendrías que haber
hecho tú, DESESPERADA.
La niña Carmen, que ya
no tiene nada de niña, se desayuna con prisas en la cocina antes de poner pies
en polvorosa hacia la Escuela de Bellas Artes, donde hace prácticas desde el
curso pasado de profesora ayudante en la asignatura de Dibujo Antiguo y del
Ropaje: el tazón de leche con un poco de café, las Fontaneda, el vaso de zumo.
Hace un bonito día de
primavera.
Ponte una falda de
estampados, querida.
Adiós, mamá.
Adiós, adiós.
¿Y ese retrato?
Ese retrato es el
último.
¿Y cómo es?
Imperfecto,
incorregible.
¡Qué un día de ahora
mismo o de dentro de mil años, nazca un monstruo de carne y hueso con esa cara,
con esa máscara! ¡Hasta le pondrán nombre!, se decía la mamá que ya era una
rama pura y hueca por dentro.
Ojalá matarse en una
pesadilla, no en la realidad tan detestable. Despertar o no despertar… Pero
¿cuál es la pesadilla y cual la realidad?
Soñaba con
hombrecillos deformes, inescrutables, por
encima de ella, que sujetaban por los largos astiles martillos y golpeaban
objetos metálicos, piezas de acero, hierros sombríos que anidaban debajo de
oscuros y anacrónicos vagones.
¿Qué hacer? La verdad
de todo es un suplicio… No vale disimular, pero es el disimulo lo que permite
ir adelante, hacia la verdad… que es la muerte. No queda refugio donde ir.
Líbrate del mundo y
sus paparruchas, especialmente de ti. Eres una desconocida, mamá. Ya no te
reconoces, ya no te sirve pensar en lo que eres, en lo que hubieras podido ser.
Me libraré de mí misma y de todo y de todos.
Se puso sus mejores
galas, el más lindo atuendo primaveral y se precipitó a la calle.
En cada bar que le
salía al encuentro se tomaba un zumo. Sólo tenía sed de zumos, muy frescos,
azucarados, de rápido empalago, que le dejaban los labios pegajosos.
Alcanza La Glorieta.
Delante del ficus:
escóndete, huye entre esa raíces, permanece oculta, inmóvil, así, años y años,
siempre, sin dejar de respirar.
Ya en la estación de
Aragón.
Esperó en los andenes,
con los brazos caídos a los lados. Ahora, de pronto, se percató de que, en
alguno de los bares, pero habría tenido que ser en el último, había perdido el
bolso o lo había olvidado o se lo habían robado, ¿qué había sido de él?, y en
su interior estaban las llaves de la casa, su documentación, dinero, la barra
de labios, un espejito de marco de plata ovalado… Una mujer de edad intermedia,
con un hermoso vestido estampado, el cabello suelto a la brisa olorosa,
embriagadora de los árboles de marzo. Las manos vacías, sin nada. Esbozó una
levísima sonrisa… de lástima. Casi desnuda. Indefensa.
Vio el momento
adecuado para el sacrificio: el monstruo que humeaba por sus fauces cada vez
estaba más próximo.
Ahora o nunca.
Que sea ahora.
Se arrojó al paso del
tren.
Sabiéndose ya perdida
fatalmente, sintió terror ante aquella fuerza y aquel ruido inmensos, aquel
tremendo océano de oscuridad, golpes y rojos fucilazos que en una décima de
segundo empezaba a estrujarla, destruirla y matarla, y aún tuvo tiempo de
preguntarse, fuera del cuerpo ya: ¿Dónde
estoy, qué he hecho?
Cuando los hijos
suframos, o agonizantes, o muertos:
No… Stabat Mater. Nadie elevará los ojos a
tu perfil caído.
1976, otro bello día
de primavera:
Nunca más Stabat Mater… los tres hijos de Brell el
Viejo: ninguna mujer-madre asistiría a sus tres finales dichosos o infaustos.
Y la vida sigue. Como
si nada. 1951:
Antonio Miguel Gay Bernart
Amparo Ferrer Andreu
Le comunican el próximo enlace matrimonial de sus hijos
don
Bernardo Brell Ferrer
doña
Carmen Gay Giner
La
ceremonia religiosa se celebrará en la
Iglesia
de San Juan de la Ribera de esta ciudad,
el
día 15 de abril de 1951
Celebráronse las
bodas.
Se otorgaron
capitulaciones.
Hubo banquete, y hasta
brindis hubieron a pesar de los lutos recientes.
Bienvenidos a.
JD. nació el 30 de
marzo de 1952, perdonadle, cuando los buenos españoles iban a Barcelona a rezar
el Santo Rosario, año este, precisamente, de la canonización del iluminado
Antonio María Claret. Entretanto, cinco jóvenes anarquistas son fusilados sin
miramientos en la misma ciudad condal y en la misma mañana cuando 810 nuevos
sacerdotes son ordenados con toda la pompa católica y vaticana en Montjuich,
aprovechando el XXXV Congreso Eucarístico Internacional, durante la santa misa
oficiada por su eminencia el cardenal Tedeschini y a la que asisten, bajo
palio, Su Excelencia el Jefe del Estado y su esposa Carmen Polo, ambos confesos
y comulgantes en tan señalada celebración eucarística.
Hombre, ya de paso… Un
muerto arriba, un muerto abajo (millón más, millón menos, que dirían años más
tarde los que desfalcaron el Coca, los que saqueaban cualquier banco que se
pusiera a tiro en las españas de antes y de después).
Pan y Vino que
transubstancian la Carne y Sangre de Cristo… El tipo este, el nazareno, tenía
mucho de anarquista: ni trabajo, ni casa, ni familia: tampoco tenía el hombre
ninguna idea de adónde iba. Al final, El Cristo y El Anarquista colgados en la
misma Cruz.
Pero, oh, bien tuvo
él, conforme testimonian las escrituras llamadas sagradas, la dicha en la
agonía: Stabat Mater…
1952, buena cosecha.
Nació, perdonadle, en
casa acomodada, con ropero y despensa…
Nació en la edad del
sol en los terrados, cuando el hecho de estar vivo exige algo… Palabras de
compromiso, por ejemplo.
Nació, como sin
querer, como nos nacen a todos, y gruñó y lloró a lágrima viva, pero sus
llantos y mocos no le sirvieron de nada y el mundo lo apresó, se apoderó de él
y empezó a vapulearlo como si fuese suyo desde el primer minuto fuera del
útero.
Nació el mismo año que
murió la señora argentina de los 400 vestidos, 600 sombreros y 800 pares de
zapatos: tal vez se cruzaron por el mismo pasillo estrecho, largo y blanco de
ida y vuelta a la eternidad que es la nada:
Buena suerte. Que
usted lo pase bien allí en la tierra..
Adiós, adiós. Y usted
que lo vea desde el más allá.
Ese año, que tenía
forma oblonga y como un aire a cosa gastada, a rancio, fue el año de la bomba
H. Unos años más tarde sería el ejemplar más buscado de una colección de
cromos, Armas y Bombas del Siglo XX,
empezada por el abuelo Antonio Miguel que, a modo de testamento (murió unos
meses después en un burdel por poco no aplastando bajo su sexo a una cuasi
niña), le regaló a JD. al cumplir cinco años por ser temática muy apropiada en
aquellos tiempos y a aquella edad y que, por puro mimetismo o inercia infantil,
prácticamente todos los compadres del primogénito de los Brell de 1ª-A, en los
Agustinos, comenzaron también a coleccionar. Cuando JD., al cabo de 86 sobres
dobles comprados en los quioscos, consiguió hacerse con el cromo de marras,
descubrió que la bomba H tenía un grosero e inesperado parecido con la vaina
hinchada y rechoncha de una judía fresca.
Pues yo soy del año de
la bomba H.
Así se las gastaban en
el 52.
En el 52, yo lo he
visto, dijo uno, lo juro por Dios, los curas a la entrada de los templos
palpaban las pantorrillas de las señoras para comprobar que llevaban medias y
podían así asistir a la liturgia con el recato debido.
Ese uno que lo vio y
lo dijo se casó no ha mucho con una Hija de María, pero al poco tiempo ha hecho
amante suya a una devota bobalicona de Acción Católica. Me aposté debajo del
carillón… y allí estaba ella, musitando oraciones, elevando de cuando en cuando
los ojos a un Cristo Rey de buena factura estatuaria y excelentes dorados... Me
conquistó cual una imagen de la Dolorosa.
Giró ella la cabeza…
¡y al otro, al Cristo, creyó ver en mí bajo la magna luz de oro de los velones!
Aquello fue Troya.
¡Mujeres!
Aun con velo en la
cabeza y medias en las piernas, ¡mujeres!, exclamó otro solterón con Las Provincias dominical debajo del
brazo, impenitente onanista sabatino y atracador de pastelerías a la salida de
la santa misa de 12.
Lo que más me pone de
esa cachonda feligresa con medias de cristal, confesó el seductor de beatas,
son los suspiros, hondos, voluptuosos, quemantes, y las lamentaciones piadosas,
la contrición, el peso de la culpa que del alma sale a borbollones por la boca:
¡Ay, Señor! ¡Ay, Señor, loado seas! ¡Pecadora de mí! ¡No merezco tu perdón!
¡Loado seas! A lo bueno, o a lo mejor, es que se creen que está follando con
Dios, y no es eso, caramba, porque a mí no es que me falte instrumental, pero
tampoco me sobra, que humano soy, a qué engañarnos entre sí con alardes los
buenos españoles, cristianos viejos, en estos menesteres de la cópula. A cada
uno lo suyo.
Ese año también es el
de El mártir del Calvario (0).
El mártir del Calvario (0) es todos
los años, infeliz. ¿Pues qué te pensabas?
El recién casado
profesor Bernardo Brell Ferrer, aún en intentos de impresionar a su joven
esposa, Carmen Gay Giner, impregna de varonía las veladas radiofónicas después
de la cena, antes de acostarse, con lanzadas contundentes que vaticinan
embestidas más placenteras un rato más tarde, ya entre las sábanas:
Querida mía, más que
miedo a morir lo que tengo en esta España de zarzuela, militarotes, curas,
moscas barojianas y oprobio continuado, de indefensión moral y ética, es miedo
a matar.
Son otras las tornas,
pero se diría que nada parece haber cambiado, o que ha cambiado todo para que
todo siga igual, al oír al profesor de arte, el rey en su tesoro, a la vera su
reposo, la consorte agradecida de sus caricias:
Lo primero que hay que
hacer al llevar a casa un perrito o una mujer… es comprarle un collar, aconseja
el señor Jardiel, y acto seguido, 1952, año de las orejitas de ratoncito, lo
mató en un instante luego de una agonía silenciosa ante el estupor familiar,
que eran dos hermanas vírgenes tan menudas como él.
La embarazada, que
todavía ignora el feliz estado, lejos de cualquier impresión positiva o
negativa, desde luego nada admirativa, evita mirar a los ojos a su joven
esposo, notorio eyaculador precoz, penosa circunstancia que con el tiempo y una
larga experiencia, lograría remediar:
Era como el Sam de la
película, el de tócala, Sam, que no tocaba realmente el piano.
Cabalgata Fin de semana: seis millones
de jinetes montados a la grupa de sus señoras… ¡colosal ejército de sementales
sabatinos al mando del inimitable señor Deglané y al son que tocaba!
Por el salón a media
luz, entre las paredes de color matizadas por la insinuante penumbra, limpia ya
la mesa de los restos de la cena, navegan los suaves acordes de La melodía misteriosa…
De manera, futuro
conspirador y escritor huraño y torturado y al cabo agricultor que fuiste,
engendrado entre Las mujeres opinan,
espacio patrocinado por Medias Vilma y ¿Dónde
estará el avión?, divertidos minutos de intriga patrocinados por Gallina
Blanca, las suculentas sopas de sobre que ningún buen español puede dejar de
probar.
Esa misma radio
anuncia ante la indiferencia general (e injusta) la declaración del insigne
Azorín, escritor enmudecido desde mucho tiempo atrás:
Mi vida literaria ha
terminado. Ya estoy cansado. He escrito artículos desde los ocho años… Ha oído
usted bien, cogí la péndola a esa temprana edad y hora es de que la suelte. A
partir de entonces no era raro descubrir a nuestro novelista asistiendo a la
primera sesión de tarde en los cines de estreno de la capital: El cine, qué
cosas, es un verdadero arte, el séptimo dicen que es… A mí me gusta mucho Gary
Cúper, y esa otra chica italiana.., Loran, o Laron… Yo, como no duermo la
siesta, después de comer, todos los días me meto en un cine. Es muy agradable
hacerlo, muy entretenido…
¿La bomba H?
JD., infante inocente
y sobre todo desprevenido: tu primer hermano está en camino. ¡Qué pronto le
arrebatan a uno el reino, el trono, la corona, el cetro, los oros, el plato de
lentejas, los cromos… ¡la bomba H!
En breve, asomará su
cerviz por el recodo.
Como Marshall, el
amigo americano.
1953 siembra el
terreno patrio de bombas atómicas, como si fuesen cebollinos.
Grande ha de ser la
cosecha.
Mucha es la mies.
¿Y esa ave fabulosa
que corona los cielos?
Un B-47 Stratojet
cargado con bombas de 10.000 kilos.
El destino de Carlos
Brell Gay (a) Fiodorov estaba escrito
en las estrellas entre las que navegaban los bombarderos americanos como
grandes pájaros de plata lucientes bajo los rayos del sol invencible (¡Joder,
Vivales!).
En el mismo momento de
nacer Fiodorov, alguien le encasquetó
un solideo invisible en el cogote húmedo de sangre y fluidos. Sólo a Dios. Estaba marcado: entregó su
vida al sacrificio y la lucha, se inmoló en aras de una pretendida solidaridad
ecuménica, una especie de abrazo musculoso entre todas las razas y clases del
mundo todo.
El mediano siempre es
un mártir (protomártir) que se lleva la peor parte del pastel familiar.
A finales del año, tu
padre se compró un 1400. Creo recordar que era verde oscuro, de mullida moqueta
y tapizado de tela hasta el techo. Aún recuerdo el brillo del cromado del
salpicadero.
A pesar de dejar bien abierta
la vagina, tu madre cerró el grifo: vamos a cerrar la guardería de una puta
vez. Un descansito para el molde. ¡Buena era ella!
(Al menos, de momento:
una de los cientos de miles de millones de estrellas del firmamento que ha de
buscar su pesebre, su buey y su mula en la tierra llevaba grabado a fuego
sagrado, indeleble, un nombre: Ignacio Brell Gay.)
Quibi sibi nomen imposuit… :
BOCETO: Urbi
et orbe.
Dime, hermano mayo,
¿qué va a ocurrir?
Don Mariano Castillo y
Ocsiero no predice grandes males, tampoco grandes remedios, aunque anuncia
malas digestiones, epidemia gripal, súbitas caries, cólicos alevosos, migrañas
a destiempo y lluvias desusadas en las comarcas del norte, medianas en las del
centro y escasas en el sur.
¿Y como andamos de
cosechas?
Pregúntaselo al
romanero. Tanto tienes, tanto vales.
Que la vida de un
hombre dé muchas o pocas vueltas o ninguna, eso no importa nada, pues a la
postre se acaba en lo mismo, cuánto bueno por aquí, doña Parca. Y usted que lo
diga. A mandar.
En 1953 el joyero sigue
más aferrado que nunca a su caña de pescar, a sus colecciones de cromos y… ¡se
nos ha vuelto ferroviario! Ha hecho del suelo de su casa de Caballeros, de la
que es único ocupante, la estación del Norte, la estación de Atocha, la
estación Victoria, la estación Austerliz, la Alexander-Platz, la
Milano-Termini, la Central Station… La ha poblado de vías férreas, de vagones y
locomotoras, de pasos con barrera y pasos sin barrera, de lucecitas verdes y
rojas, de montecillos y túneles, de airosas y rústicas maquetas de ciudades
alzadas sobre verdes prados de musgo artificial. Su hija, al recordar la muerte
cruel de la madre, cuando descubrió la nueva ocurrencia del
joyero-ciclista-pescador-putero-ferroviario, a punto, lo que se dice en un
tris, estuvo de atravesarle el cuello y rebanárselo con la punta roma de una
espátula: así iba a sufrir el cabrón.
El doctor Freud, desde
el más allá, ¿podría explicar tamaño dislate?
Podría. Existe una
explicación para todo.
¿Hacerse maquinista de
La General fue un error?
¿Hacerse revisor a lo
Juan Benet, viudo asimismo de enajenada suicida, de la línea Madrid-Albacete
fue un error?
¿Hacerse jefe de
estación (incluida la gorra con cinta
roja y el bastón forrado también de rojo) a lo Boumil Hrabal fue un error?
¿A qué llamamos error?
¿Qué es un error en
términos freudianos? Lo que conviene a la teoría.
El joyero, comedor
ahora de arroces infectos en restaurantes a la carta, en bares de barrio y
casas de comida para estudiantes, en hoteles con pretensiones, incluso en La
Pilarica o en Casa Cesáreo (en realidad, buscaba infructuosamente la mano, el sabor y estilo arroceros,
inconfundibles y perdidos para siempre de la loca, cocinera sin par de tales
guisos en toda la provincia), frecuente merodeador de Velluters a la busca de
la putita vestida de organdí, rosada, tierna y viciosa, se vengaba de ese modo,
aun inconscientemente, de la última trastada de aquella malhadada Carmen Gay
Giner, que fuera todo en una, artista, loca y suicida.
¡Gran fulero nuestro
ferroviario, que de ideas inconscientes pronto convierte lo consciente!
La represión en
cualquier orden es como el estreñimiento, sentenció en una ocasión a los
artesanos de su taller. No registran las crónicas en virtud de qué razonamiento
o argumentación sorprendente se reveló con semejante dicho ante sus
boquiabiertos subordinados.
Qué tiempos de
correcciones.
Qué días de confusión.
El inconsciente es
como… jugar con las heces, dijo otro en no menos memorable trance,
administrador de fincas urbanas y uno de los escasos amigos del joyero (los
joyeros-pescadores-ciclistas-puteros-ferroviarios acostumbran a ser por
definición hombres poco dicharacheros y reacios al chafardeo, amigos de la
introspección y nada proclives a la confesión íntima).
Gran coartada el
inconsciente… el comodín perfecto, la piedra axial, la palabra reina para la
universal elucidación del crucigrama, el damero maldito, la sopa de letras,
resolver el jeroglífico…
Antonio Miguel Gay
Bernart se aburrió plácidamente (a veces ni se daba cuenta de ello) en los años
que siguieron desde la traumática desaparición de su santa descuartizada por
las ruedas de una locomotora y la boda de su niña Carmen un año después hasta
su propia, temprana y súbita muerte. ¿Y cómo se aburría nuestro joyero
hermético, severo y egoistón?: escuchando los parloteos, las melodías, los
concursos y los diarios hablados que llegaban infatigables a través de su
aparato de radio Telefunken (modelo Gran
Vals), en la búsqueda callejera, esperanzada y tenaz de adentrarse en un
(dos, tres) estrella michelin o en
una taberna oscura del casco antiguo y regodearse de nuevo con los sabores y texturas inolvidables
de los variados y suculentos arroces cocinados por la difunta, se aburría con
su rencor (inconsciente) ferroviario y se aburría incluso al ejecutar, semen retentum venenum est, las
preceptivas cópulas semanales (3) con su adorable meretriz… en cuyos cortos y
rollizos brazos entregó un día, martes maldito, su espíritu en un santiamén,
quietecito, apenas eyaculado, con la polla laxa aún encoñada, desinflándose
entre un horrible dolor en el pecho y el placer que ya se alejaba de él como
una ola de fuego en reflujo. Puro Freud.
1957. ¿Es usted Carmen
Gay Giner?
….
Llamamos desde la
comisaría del distrito centro.
….
Le llamamos por un
asunto judicial.
….
Debe usted personarse
en esta comisaría lo más rápidamente posible. Ha ocurrido un accidente.
….
¿Su marido? No. Se
trata de su padre. En la cartera hemos encontrado su documento de identidad y
el número de teléfono suyo.
….
Sí, un accidente.
Podemos considerarlo de ese modo.
….
¿Qué clase de
accidente?
….
No, no es de tráfico.
….
Al parecer ha tenido
un ataque cardíaco.
….
¿En qué hospital?
Pues…
….
Tranquilícese, señora…
Lo sabrá en seguida que llegue a la comisaría. De momento es todo cuanto puedo decirle.
….
Disculpe que la
interrumpa, pero…
….
Me temo, señora, que
antes tendrá que pasar usted por esta comisaría para tramitar una diligencia.
Será cuestión de unos minutos.
¿Y ahora qué?
¿Qué es estodo esto de
una muerte aunque sea la del padre?
Cuelga el auricular.
Carmen Gay tiene un pálpito: sabe que le mienten, pero no sabe hasta qué punto
le mienten. Todo suena muy raro. ¿Qué va a pasar?, se pregunta mientras fija la
vista en el aparato negro y rotundo sobre la mesa del despacho del catedrático,
acariciada su figura algo rígida, inmóvil, por la luz dorada y densa de
primeras horas de la tarde que atraviesa suavemente las cortinas livianas. En
la habitación, de suelo de parqué, tapizada de hileras de libros hasta el
techo, reina una quietud solemne, estupefaciente. No saldría jamás, ahora, de ese recinto sosegado, de
absoluto recogimiento: cuadros, libros, esculturas, los sofás gemelos de piel
de vaca teñida de negro, la banker de pantalla verde, marina, sobre un ángulo
de la mesa, el pulido brillante de tanta madera… Ha de abandonar esa envoltura
protectora y cálida, enfrentarse al desafío de un pequeño o grande suceso, ha
de peinarse, maquillarse algo, ponerse un vestido de calle, y está el crío…
Siente una mezcla de ansiedad y temor… ¡injustos!, logra definir al fin.
Le tiemblan las manos:
el peor de los síntomas que ella reconoce en sí misma. ¿Qué he hecho yo para
este castigo de otros?
Raro, muy raro. Pero
está todo tan quieto, tan normal, tan en silencio en este instante…
Martes: día de brujas.
16 horas, 31 minutos de la tarde. La huérfana coge de la mano al futuro Fiodorov de cuatro años y, sin saberlo
aún, convencida de que su padre yacerá en un estado de mayor o menor gravedad
en la cama de un hospital al cuidado de los médicos, se va al encuentro del
cadáver de su putero progenitor escoltada por su hijo mediano armado de adarga,
lanza y espada a la cintura y que a duras penas (pues no vemos la cabalgadura
por ninguna parte) puede caminar al paso de sus zancadas apresuradas.
J.D., recién egresado
de párvulos, en primer curso de primaria, se halla en el colegio intercambiando
cromos y pringándose con las tizas de colores: Te cambio el 28 por el 59. Vale.
La sonrisa tutelar y complacida del padre Román, testigo del trueque, aprueba
el intercambio. Coleccionar cromos es una excelente manera de familiarizarse
con los números, aprender a sumar, restar, multiplicar… Armas y Bombas del siglo XX: magnífica pedagogia, qué niños, qué
épocas, qué desparpajo, se dice el agustino orondo, bonachón, prácticamente un
eunuco.
A
esas mismas horas del día, pacíficas, como de pausa en el orden de una jornada
que parece declinar sin prisas, en el paraninfo de la facultad de Historia, el
eximio catedrático Bernardo Brell tocado con el birrete morado asiste a la ceremonia
de investidura, en la apertura de curso, de un colega como doctor honoris causa, un acto de presencia
inexcusable: Colegas todos…, empieza a decir el tipo togado, hinchado como un
pavo, de faz aún rubicunda a causa de las copas de vino trasegadas durante la
comida en su honor, colmado por las adulaciones, entontecido por una vanidad pavorosa.
Cada uno a lo suyo.
(A cada uno su
muerto.)
A Fiodorov, el Terrible, no se le olvidaría jamás aquella tarde y
aquella muerte. No vio ningún cadáver, por supuesto, y no entendió ninguna de
las palabras de una conversación indescifrable, entrecortada y seria. Veía a su
madre al lado, sin apenas abrir los labios, inmóvil, monosilábica, con el
rostro empalidecido, pero sin derramar una sola lágrima, mientras escuchaba a
un señor que vestía de oscuro y que, de cuando en cuando, le lanzaba a él,
cogido de la mano de su madre que le transmitía un temblor irrefrenable, allá
abajo, sin armadura ni corcel, lejos de cualquier espada con la que enfrentarse
al mundo, al demonio y a la carne, a la altura casi del suelo, una mirada de
absoluta extrañeza cuando no perplejidad. Al niño le parece todo lo del mundo
raro, muy raro, y todo es grande, muy grande: nunca descubría que había encima
de las mesas.
Viernes, 11 de octubre
de 1957. No existen los presagios: el augurio no existe a pesar de ser palabra
de uso, como el indicio.
¿Cómo olvidar tamaño
castigo? ¿No eras inocente? La madre soñadora y suicida; el padre pescador a
toda hora con el corazón reventado en brazos de una puta disfrazada de muñeca…
¿Qué va a pasar ahora?
¿Cómo olvidar tanta vergüenza, toda esa cámara oscura familiar de pecados?
¿Cómo se sigue
adelante?
¿Para qué seguir
adelante?
Hay que seguir
adelante.
Lunes, 14 de octubre
del 57: una descomunal masa de nubes grises, negras, aterradoras, estalla una
decena de kilómetros al noroeste de la ciudad indefensa, cruzada de un extremo
a otro bajo diez puentes por un río Turia regularmente de aguas mezquinas, casi
un arroyo formado por charcos y regueros malolientes, pero que esta vez, en
cuestión de unas horas, desbordará impresionante como un océano enrabietado los
pretiles de viejas piedras, anegará un cauce colmado hasta sus márgenes como
nunca se había visto a lo largo de su pacífica historia.
Nada podrá borrar esta
nueva ignominia de mi mente, se dice la mujer descalabrada por unos
progenitores, digamos, algo raros, muy raros…
1964, un domingo
otoñal, festivo e inocuo, camino del Parterre, a ver los ficus y, no muy lejos
de las desmesuradas raíces de esos enrejados arbóreos, contemplar después
estupefactos durante unos minutos a los catalanes bailando sardanas, la danza
más insípida e irritante a la que pueda uno asistir:
Brell el Viejo a la
pequeña manada de los Brell jóvenes endomingados y con el pelo rezumante de agua
de colonia: 12, 11 y 4 años en orden decreciente de aparición en este mundo tan
raro, muy raro: Hasta aquí, dice el patriarca en Barcas con Pintor Sorolla,
elevando el brazo un metro por encima de su cabeza, llegó el agua de la riada
del 57…
Más de dos millones de
toneladas de barro, escombros, animales muertos hinchados, a punto de reventar
por los cuatro costados, enseres y muebles desbaratados y ennegrecidos por el
agua y la humedad y colchones destripados, sobre todo colchones curiosamente,
hubo que retirar de las calles de la ciudad en las semanas siguientes. Por toda
la urbe se extendía un olor a mierda, a podredumbre, que llegamos a pensar con
desánimo que nunca nos libraríamos de esa pestilencia y que ese hedor
penetrante del barro adherido a las puertas y fachadas permanecería para
siempre enseñoreándose de calles y plazas.
Todo hubo que
limpiarlo. Hasta el asombro y las penas.
Y, meses después, todo
volvió a su cauce.
Con parsimonia, tan
natural como ese río que volvía a ser mezquino, nada extraordinario, un mero
arroyo insignificante deslizándose lentamente entre los pretiles.
Todo, la catástrofe y
los días felices, termina por olvidarse o... simplemente aceptarlo como se
acata la vida y su fardo de incongruencias y sorpresas, una provisionalidad la
de la vida que, en realidad, si bien se piensa, es rara, muy rara.
Qué cosas, la riada de
desgracias, el oprobio, la muerte, la.
En 1957 don Bernardo
Brell Ferrer decide que hay que pasar a la acción: Paul Klee y, acaso, aunque
el asunto requiere un análisis de las posibles consecuencias académicas y
económicas, el FELIPE, una organización política de oposición que golpea las
murallas de la fortaleza franquista con el rabo de una escoba.
A los 37 años de edad,
en plena sazón, todo es posible, todo lograble.
Onomástica que aún
excluye el cinismo, la cruel evidencia:
¿Andamos de años?
En efecto, amigo, es
mi cumpleaños.
Ánimo. Ya queda menos.
(Para abandonar este
valle de lágrimas.)
¿El hogar? Bien,
gracias. Todo en su sitio. Una gran mujer, mi esposa. Una excelente ama de casa
y una estupenda madre que está sacando adelante, con la ayuda inestimable de
los padres agustinos, a mis dos animalitos perpetuadores de la especie (¡ja!)
Todo en su debido
cauce.
Una llamada telefónica
para don Bernardo: el oprobio tan inesperado como injusto (¡ja!)
Tu suegro ha muerto en
un burdel, calzaba zapatos charolados de tacón y llevaba puestas unas bragas
rosas y un sujetador con las cazuelas llenas de retales. Se tocaba la testa con
un sombrero frutal.
Ya empiezan las tergiversaciones,
los malentendidos, las infamias interesadas, la trama deleznable con que
algunos sazonan sus historietas subidas de tono. ¿A qué estas obscenas mixtificaciones?
El joyero ha muerto
con la verga al aire, desnudo como el diablo lo puso en la tierra de nuestros
pecados. Era la putita la que lucía unas atractivas braguitas rosas, desnudita
de cintura para arriba y con la boca todavía inflamada por la mamada eterna y
concienzuda: 300 pesetas de vellón. El joyero siempre tiene a bien pagar un servicio
hecho a conciencia, sin prisas, sin remilgos: te lo vas a tragar todo, todito.
En los umbrales de la
vejez, abandonado por la artista pecadora, treinta años más tarde, el yerno
comenzará a emular al suegro, adicto incluso a la gama cromática de los rosas.
Empiezo a tener una
edad que donde más a gusto estoy es en el yo.
Como aquél que del
placer murió derrengado treinta años atrás, más que la penetración anal o
vaginal de la nínfula a cuatro patas, a nuestro profesor sesentón en las
décadas de los ochenta y lo poquito que tocó de la del noventa, le atraía la
morosa mamada, proferir la blasfemia y el insulto sobre ese cuerpo joven
desnudo, degradado y comprado, de rodillas trajinándole la polla con una boca
tragadora y quemante, con los ojos cerrados, con una fruición que se diría
única, como si lo que más le gustara en este perro mundo (llámese inmundo y de
todas formas disparatado) fuese sorber, lamer, acariciar con la punta de la
lengua una verga poderosa y tiesa.
Tu padre con la pipa
en la mano, tabaco aromático, embriagador, un verdadero amsterdamer…
Semen retentum venenum est.
¡Qué gran máxima para
el potro español!
Así que, ¿por qué no?
Interesa este FELIPE: ¿te van a meter en la cárcel por llevar una escoba en la
mano?
Los tiempos están
cambiando. Tiene que llover, tiene que llover.
Hazte ver, aunque sólo
sea sacando la patita. Bastará simplemente con eso.
Contra Franco: esa es
la clave para pisar firme en el futuro democrático que ha sobrevenir sin que
nadie pueda impedirlo.
Como la pala del
hornero: de madera, no transmite el calor, inofensiva.
La huelga está
prohibida, sancionada toda manifestación de protesta, pero según el estratega
Lenin, el táctico Trotsky y el soldado Stalin, las revoluciones se fabrican
mejor en el desorden: las sociedades caen como una fruta madura (podrida). El
desorden es el mejor aliado de la desesperación; el embrollo, la mecha que ha
de encenderlo todo. Que entre el arte salvaje.
Ese se limitó a hacer
una revolución con una paleta carolus,
una espátula isósceles y media docena de pinceles de pelo duro (del 21): le
daba por los colores cálidos al hombre, por la serie xántica:
Es donde mejor me
apaño, ¿sabe usted?
Otro hizo la suya
soliviantando a las masas por medio de astillas de enebro quemadas y sujetas a
una tabla de nogal.
Todo un revolucionario
nuestro artista.
Haz del arte tu arma
perfecta. El lenguaje abstracto enmascara la protesta evidente. Lo
ininteligible a nivel lingüístico y formal, intraducible, enigmático, se
convierte en soflama y bandería en su apariencia plástica: es el espectador el
que añade el arma.
A nadie le meten en la
cárcel por tener colgado encima del sofá un cuadro abstracto, una arpillera
pintada de rojo y negro, una tabla quemada, una tela metálica que reverbera
desde la pared, el estallido cromático fugaz sobre un fondo negro. Por lo
demás, ¿quién lee las cartelas de los cuadros?, ¿quién se entera de los títulos
explícitos, aquellos que bien podría delatar su carácter revolucionario (y
judeomasónico, por añadidura)?
Ah, este nuevo arte:
Viene de la Prehistoria
y va a la eternidad.
Escribió en versos de
bronce (la materia, qué digo la materia, la propia sangre solidificada de los
muertos ilustres) el maestro D’Ors.
A Apeles le bastaba
una línea para mejorar la geometría del mundo.
Y otro tanto a
Probógenes.
¿Y eso quién lo dice?
Brell (Plinio) el
Joven.
Es decir, que nada
representaban, nada referenciaban: las líneas escuetas, sutiles, fascinantes,
solas en el cuadro sin mayores alharacas enunciadoras. ¿Para qué más?
Lo que sobra es la
técnica… salvo cuando deviene metafísica en arte y en literatura, al decir de monsieur Jean Paul Sartre.
Toda morfología sobra
en los cuadros y obras abstractas: esas piezas insignes y descaradas se bastan
a sí mismas sin necesidad de declararse desde una estructura plausible.
Un cuadro
absolutamente negro sólo roto por un lanzazo amarillo de oro en un ángulo puede
significar algo o nada. Depende.
Título:
El asesinato de Francisco Franco visto desde el puente de
Los Franceses. Ya lo ha dicho todo.
Título: Negro y Amarillo. Ya lo ha dicho todo.
Título: Composición
23. Ya lo ha dicho todo.
Título: Pintura.
Ya lo ha dicho todo…
¿Hay alguien ahí que pueda negarlo? ¡Qué digo! ¡Nadie puede ni siquiera
dudarlo! Palabra de artista va a misa…
(De misa y olla.)
Curiosos tiempos en
las españas, que unos pintamonas astutos se rebelan contra el Régimen a través
de unos cuadros que ni dicen ni proponen ni sugieren: basta lo indescifrable
para entrever entre las cuatro esquinas de los bastidores sin marco un ataque
en toda regla contra la dictadura; basta el rayón quebrado para entender lo que
se esconde tras las sonrisas del Régimen: prisión, padecimientos, torturas,
sangre, muerte.
No expliques nunca
nada, como si lo dejas todo en blanco, sin color, sin escritura. Procúrate la
mirada del desdén del artista.
Profesor, háblenos de
Goya.
Y Lucientes.
El aragonés sueña
pesadillas bajo cielos extraños: el contorno de las nubes, oculto por una
representación, la de la propia nube, sencilla y bien perceptible,
incuestionable en su apariencia, resulta el gráfico demoníaco, una tinta
simpática que desvela las miserias y los pecados… de Dios. El perfil es la
línea reveladora.
De ahí a pensar que
Dios es el capricho más disparatado del hombre, un paso.
En 1957 Francisco de
Goya y Luciente está más vivo que nunca. Al igual que los disparates.
Qué pinturas las de
estos chicos, se dicen los prohombres del Régimen en el XVIII Año Triunfal.
Diario Hablado de
Radio Nacional de España:
Llueven sin pausa
(llueven del cielo católico y español) los grandes premios para el arte
hispánico ante el asombro general de Europa.
Gritan en Sao Paulo y
gritan en Venecia. Fomentemos estas estridentes chácharas plásticas, pues esto
interesa y nos presta solvencia sin riesgo.
Incluso el retrato más
inocente, promueve el horror.
Incluso la mancha más
anodina, incita al disparo.
Incluso la rasgadura
más inocua nos produce temor y nos invade la angustia.
¿Quién lo dice?
Pero, ¿cómo saberlo
sin están mudos sus artífices? Te miran con gesto displicente, con un cansancio
infinito junto a sus obras incendiarias y sólidas pero… incomprensibles. Te
miran como traspasando tu envoltura carnal hasta alcanzar el más allá de lo
cercano, lo utilitario, lo real, lo prescindible, en suma: al otro lado del
horizonte se hallan mis visiones, mis alucinaciones y delirios, aquello que tú,
miserable espectador, jamás podrías comprender: William Blake redivivo.
Sin embargo, viven del
presente, de sus monedas, de sus regalías y fiascos. Porque además de arte, es
discurso. He ahí el enganche que reparte las credulidades al tiempo que obtiene
los variados plácemes.
La bala es el chorro
que suelta el tubo de pintura bajo la presión de tus dedos revolucionarios. No
importa el calibre: mata… si es una buena pintura.
Los churretones y
estragos en tu paleta de pintor rejuvenecen y modernizan
esta-vieja-piel-de-toro que resurge de las cenizas de todas sus guerras
perdidas: España Grande, tierra de artistas y guerreros, de poetas y soldados,
de conquistadores y visionarios, misioneros y santos.
Una subversión tan
visible como inadvertida ésta de los cuadros.
Vanguardia estética:
pero sobre todo vanguardia en cualquier frente abierto entre la realidad y el
deseo: el signo de cualquier índole es el tiro que te descerrajo entre ceja y
ceja y ahí queda marcado para siempre jamás: tus ojos abiertos me guían la
puntería, espectador… se dice el creador con sonrisa displicente.
La ambigüedad es el
mejor punto de disparo para el artista y cazador oculto… y el mejor asiento del
banquete: caen como moscas los compradores, se quitan las obras de las manos,
codiciosos elegantes que hablan de arte y cultura con la copa en la mano en la
galería atestada de ese tipo de gente a la que años más tarde, cuando todas las
revoluciones habían desaguado por el sumidero de la transición, se le tildaría
de guapa y progre, bella, en especial, bella, sin girar la cabeza ni un
instante a un lado o a otro, sorbiendo el buen vino sin engarabitar el dedo
meñique, modernos y desenvueltos, con indiferencia calculada, con un gesto
apenas esbozado que es en el fondo (no demasiado en el fondo) un comedido
desprecio hacia los otros con sus mismos gustos e idénticas ambiciones, y no
les domina sino la avidez más flagrante, la ganancia que barruntan o, peor
todavía, evidenciar ante el mundo (inmundo) el signo material más adecuado,
junto con otras bagatelas de precio alto y nadería obvia, que determine sin
ambages su estatus y sus privilegios.
¿Cuánto?, preguntó en
un aparte al artista revolucionario, a espaldas del galerista y su comisión.
….
Lo compro, sentenció
(de una vez por todas, con todas las de la ley). Y allá que se fueron los dos
al cochambroso estudio.
Y se firmó el armisticio.
La realidad histórica
es lo que es. Y el negocio es el negocio.
Perfecto ha de quedar
encima de uno de los sofás del salón:
(negros, y los cojines verdes manzana).
Nosotros, artistas
independientes…, así rezaban las primeras líneas del manifiesto.
El pincel es la
espada; el artista el paladín que se adentra en el bcampo de batalla social y
con sus solas imágenes nos abre los ojos y nos induce al compromiso, a la
revolución (?).
En todo caso, el
artista también come, como tú, y como aquel, y si come dos veces al día, mejor.
Los artistas, cuando
muerden, se muerden a ellos mismos, y son capaces hasta de matarse a puñados en
diferentes épocas y en diferentes lugares: no he conocido a ningún artista que
muerda la mano que le acaricia el lomo y le arroja de cuando en cuando un
pedazo de pan a los morros.
En lugar de meterle
una bala en plena cara a ese asqueroso burgués, trueca una muestra de sus pinceles por un fajo de billetes procedentes de la
plusvalía del trabajo obrero. Y después que cuelgue la obra maestra donde
prefiera: en el cuarto de baño, en la cocina o en el salón hasta el día de la
puja, y, de nuevo, como el que no quiere la cosa, recoja más plusvalía.
Épocas…
Muros de la patria mía
del año 57 que no derribara ni Josué el trompetista.
Ah, artistas, bien
pertrechados de cascos de acero y cuadros semiautomáticos de gatillo fácil,
atiborrados de pervitín: ¡Sus, y a ellos!
Excelencia, los
subversivos.
Que pasen.
¿Cómo diablos me van a
mover la poltrona unos cuadros que nada expresan, que nada significan más allá
de su vistosidad y acierto plásticos? ¿Estos artistillas son los que me van a
birlar la cartera, los que me van a robar España? ¡Qué miedo!
También están los
realistas.
Dale metáforas al
pueblo llano (si no tienen pan, que coman metáforas) y sus buenas gentes te
morderán el cuello hasta hacerte sangrar. Una crónica de la realidad que
pervierte sus bases de previa inteligibilidad, que confunde la primera y fiel
lectura de su figuración, que enmaraña su oportunidad temática (El Guerrero del Antifaz en el despacho
del notario), promueve la extrañeza, la dispersión y, finalmente, el desprecio
del buen español.
Otrosí:
¿dónde cojones van a
meter esos cuadrazos políticamente indefensos, inescrutables, indescifrables?
¿En una vivienda
social?: 42 metros cuadrados (25.000 pesetas, y te la llevas puesta, hasta con
grifos).
El arte es una toma de
partido. La violencia gestual, la fiereza cromática, el desgarro y la rotura,
el chamuscado y el hierro oxidado brutales esclarecen la crueldad de los
actuales mandatarios del país. El compromiso es ineludible. Este lenguaje
abstracto que preconizamos es la traducción plástica de los males que corroen
nuestra sociedad. El arte es una crítica de la realidad que lo inspira o sólo
es una mancha figurativa o no figurativa, un borrón: es el estigma lo que debes
ver. La basura que sustenta mi ideario y lenguaje estéticos es la basura y el
detritus que los bienes y el latrocinio del burgués, los desmanes del
empresario capitalista y el político comprado que lo salvaguarda del castigo
social expelen y con la que infestan nuestra sociedad de clases. Es la
injusticia la que gesta nuestro lenguaje violento y sólo plástico: dice cuanto
tiene que decir sin retóricas de gobernante falaz. No se trata de una rebelión:
es la revolución.
No es el toro de
Picasso en el que pedaleamos.
No es el urinario de
Duchamp en el que meamos.
No somos el cuadro
blanco de Malevitch en el que nos ahogamos.
No es la mierda
enlatada de artista de la que nos alimentamos.
¿Qué ves?
….
¿No eres capaz de
verlo? ¿Pero cómo es posible que no lo veas?
….
Está bien. Un poquito
de pedagogía plástica nos vendría muy bien a todos desde el mismo día que
nacemos (o incluso antes: un comportamiento predeterminado, tipos y tipas
técnica e intelectualmente ya programados desde el útero mágico). Lo que ves es
una reflexión crítica sobre la sociedad, pero también sobre el mismo acto de
hacer arte: lo procesual elevado a categoría artística por imperativo legal del
creador: es así, y punto, el proceso se erige asimismo como un componente más
de la obra que se invisibiliza tras su culminación, se diluye en lo no tocable,
en lo no textual: pero ahí está, y era quizá lo más importante, lo realmente
sustancial al margen de que se cumpla el objetivo que inspiraba nuestros pasos,
y lo sabemos como sabe el alquimista que si tras un millón de ensayos
consiguiera hacerse con la piedra filosofal se desplomaría al suelo entre
retortas, crisoles, tubos y aguas destiladas de un ataque cardíaco para no
abrir los ojos jamás.
Porque el arte es un
trabajo. Un procedimiento mágico, alquímico, irracional.
A ese lo fusilaron en
su chalet residencial con los ojos vendados y contra la pared del salón
suntuario de cuarenta y dos metros cuadrados, justo en medio de la jarronería
china, tres cuadros informalistas y dos expresionistas abstractos sin piedad
ninguna. Le dieron de lleno en el pecho. Y aún lo remató uno del arte povera con su arma reglamentaria
(de gatillo fácil).
Este ejército de
pintores revolucionarios nos es sumamente recomendable: disparan humo y, sin
embargo, allende nuestras fronteras, los ingenuos malvados judeomasónicos
imaginan en esos trazos y rayajos tiros sangrientos, revueltas y disturbios en
el solar patrio cuando, de hecho, las torpes especulaciones de esos
pintorzuelos fortalecen nuestra imagen, liberan el arte nuestro de la tradición
más rancia y nos colocan como país en la vanguardia cultural de la Europa de
las libertades: no reprimamos el arte abstracto, como hicieran el nazismo y el
comunismo, ergo ninguna libertad es refrenada en nuestra nación. Loor a ella, a
su sagrado arte, a la Gran Democracia.
Y como tal, se paga,
además. Buenos dividendos…
¿Tú como
representarías el rostro de un dios, de los dioses?
¿Quién? ¿Yo?
De Dios, uno y solo,
si lo prefieres, para simplificar las cosas, ese dios terrible de los
cristianos.
No lo haría: me
limitaría a pintar a secas, intentando que su mano me guiara… alla prima.
¡Su mano… con firma!
¡La hostia consagrada…! O mejor todavía: pintarlo sin figurármelo pero
invocándolo con el pensamiento, creándolo
yo mismo puesto que jamás lo he visto… (Como tampoco lo han visto las locas
que visten a sus hijas de doce años como una muñeca, guisan todos los días
arroces sabrosos, leen a destiempo, pintan retratos imaginarios de absolutos
desconocidos mientras escuchan los atinados consejos de la señora Elena
Francis, beben copita tras copita de anís Marathon y acaban tirándose a las
vías del tren.)
Tipo taumaturgo.
(Qué tipo más raro,
¿verdad?
Es, digamos… de
distinto querer, como ese artista incomprendido del que hablaba Ortega.)
Sólo el arte abstracto
es religioso: te deja frente a un vacío que tú mismo has de llenar con los
labios sellados. Lo demás sólo es iconografía… o belleza que únicamente revela
uno de los aspectos más honrosos del ser humano, pero de él, que no del dios,
que debe de ser de una fealdad inimaginable (y por tanto irreproducible), ya
que lo malvado, lo sucio y corrupto, también nace de él.
¿Tú ves a Dios por
algún sitio? Pues si no lo ves, ¿cómo diablos (a través de qué diablos) lo vas
a retratar?
Siento su presencia
con los ojos del espíritu.
¿Qué espíritu? El
espíritu, místico de los cojones, es un pedacito minúsculo de seso viscoso
encerrado en uno de los huecos más sombríos del cráneo, con toda probabilidad
el más repugnante.
En 1957 el juego de
hacer cuadros… no es un juego.
En 1957 todo es un
vicio solitario... si piensas en esta vida que nos hace pedazos.
¿Y ese trazo rojo,
sobresaliente, tan texturado…?
La ira del justo, la
quinta del sordo, los fusilamientos de mayo, la pelea a garrotazos hundidos
hasta la rodilla en la tierra sucia y rota y maldita de este país.
¿Y ese azul?
Don Antonio Machado,
cierra los ojos, está muerto (evoca el sol de la infancia): no es el calor del
astro el que se posa benigno en la piel del rostro, es la fiebre de la muerte y
luego, poco a poco, el frío azul, glacial.
¿Y esa…?
¿Y ese…?
Dijo que el arte
abstracto es sagrado.
¿Porque requiere de la
fe?
Porque las grandes
cuestiones del hombre son inexpresables. La única manera de orar ante lo
desconocido es la única manera de pintar de Rothko, del informalista español:
ruego o blasfemia, temor o revolución: se trata de una escritura plástica que
se yergue sobre las ruinas de lo viejo, no se alza desde el horizonte de lo
nuevo.
La total abstracción
en el arte barre del universo de las catedrales y los templos, de las
vidrieras, de los altares, de las capillas, de las hornacinas, al inocente
imaginero y sus ardides artesanos, desprecia e ignora sin remilgos la unción mentirosa y estéticamente
patética de unos ojos de cristal que no miran a ninguna parte. A las imágenes
bendecidas se les suplanta con la materia de la que están hechas: el Cristo,
ahora, es la madera escueta, sin labra, apenas manipulada, colgada en la pared
o sostenida sobre un pedestal (mejor aún, sobre una piedra vulgar, milenaria).
Pater Roig: Es lo
abstracto, lo no figurativo en el arte, lo que más verdadera y auténticamente
representa los misterios sagrados.
El enigma repele el
símbolo fácil, la apariencia arbitraria y reconocible.
Si la respuesta es
imposible, la pregunta debería ser indescifrable, cuando menos confusa, que no
alardeara de claridad antes que la respuesta.
Excelencia, nos
desafían…
Esos contestatarios
huelen demasiado a pintura… ¡y deberían oler a pólvora! ¡El juego de hacer
cuadros! Deja que el mercado los extinga. Todos tenemos una faltriquera vacía
esperando las treinta monedas. Y esos, más que ninguno: se prestan al uso y al
abuso. Acabarán encerraditos en su torre de marfil y pegándose capas y capas de
hormigón armado debajo de los pies, aupándose ridículos al bronce de la
posteridad: la posteridad de uno la celebran los que no eres tú, que ni te vas a enterar, pazguato. El único bronce que
resiste la posteridad por lo siglos de los siglos es el del guerrero, el del
soldado victorioso en mil batallas…
Eminencia… digo,
Excelencia…
Calle de una vez,
Arrese, que las Españas andan en orden y
sujetas a un atadillo que ni Dios, vamos, ni Dios lo desanuda…
Ríase usted del Tercer
Reich y sus Mil Años al lado del Régimen Nacido el 18 de Julio.
En el 57, en la última
noche de su vida, el último sueño del joyero ciclista fue tan reconocible,
arbitrario e indescifrable como todos los que tuvo a lo largo de su vida de
durmiente desapasionado e incrédulo: su mujer, muerta en el 50, vestida de
blanco, luminosa entre las sombras doradas del salón a media tarde, observa
mayestática, en absoluto silencio, una hilera de muñecas de porcelana apoyadas
contra la pared, tocadas con grandes sombreros y ataviadas con largos vestidos
de cuello alto y drapeado a la moda de principios de siglo, frufú de una belle époque abigarrado de detalles,
volantes, cintas, encajes y pliegues: de pronto, todas comienzan a manar sangre
por los ojos. La muerta, alta, esbelta, pálida y seria se disipa en la luz
decadente, las muñecas comienzan a moverse, se diría que van a dar sus primeros
pasos…. Entonces nuestro joyero pescador despierta sin comprender nada de nada.
Pero no le importa, los sueños, sueños son y nada pueden decir, y menos
explicar, porque son puros disparates, y no hay más que hablar. Él nunca ha
entendido ninguno de sus sueños, y además, los olvida inmediatamente, en cuanto
da comienzo al afeitado. Ese día se acicala especialmente. Es martes. Un día
como otro cualquiera para un putero de raza como él: hoy, antes del mediodía
laborable y anodino, hora del perfecto sátiro, toca putita. Los sábados que se
la engrasen otros a la niña, ya está harto de aficionados sabatinos anegados de
colonias secas guardando turno.
¿Escuchaba tu padre La Pirenaica?
Cualquiera sabe.
Seguramente. Era un hombre, perdonadle, que nació con las ondas y la radio de
galena.
Mi niñez nació
picoteando trozos de galena; al son de ese triste sonido de azufre y plomo
bailábamos con los ojos en blanco, piensa el viejo Brell con los ojos muertos,
yernísimo y viudo tan putero como el suegro, aunque sabido es la sentencia que
ha de acabar exculpándolos: semen retentum venenum est, ¡cuánta
verdad reza el latín!
¿Tu sabías que por
aquellos tiempos del cuplé y de Matilde,
Perico y Periquín había madres españolas que, al tiempo que canturreaban fumando espero al hombre que más quiero,
se habían dedicado años atrás a adoptar, así, como si fuesen los negritos,
amarillitos y rojitos indios del Domund, nazis talluditos a fin de que no
pudieran deportarlos a sus países de origen?
En el 57 yo tenía 12
años y un hermanastro adoptado de 37, alto como el Miguelete, rubio como la cerveza, que había
combatido como oficial integrado en las SS en Stalingrado, en el norte de
África, en Las Ardenas y entre las ruinas del Berlín de mayo del 45 donde se
hartó de matar soldados rusos por la espalda con un rifle provisto de mira
telescópica, que había ganado en sañuda y lid criminal dos cruces de hierro
(una de ellas con hojas de roble), saludaba a la romana y fumaba los
cigarrillos en largas boquillas plateadas.
Qué país…, dijo uno
sacudiendo la cabeza a un lado y otro,
desesperanzado sin remisión. Y lanzó varias toneladas de bombas de insecticida
(gasificado) Orión que acabó de una vez por todas con los millones de moscas
(barojianas) voladoras por los cielos de España, moscas machadianas, vulgares,
moscas de todas las horas, vosotras, amigas viejas, voraces como estos nuevos
hijos de la patria con dedos tan largos como pértigas.
Sería Ortega.
Aquí Radio España
Independiente:
Aprenda a disecar.
De buen agrado lo
habrían hecho con El Momio los
residentes en el penal de Burgos (Dios los cría y ellos se juntan).
Fue una noche de
mediados de octubre del 59, sábado sería, y sería una noche otoñal típica
valenciana, tibia casi, suavemente marina, y los señores vendrían del cinema.
Los niños, JD. y Fiodorov, estarían
al cuidado de una de las servidoras
que por entonces, en un buen número, circularon por el hogar de los Brell,
incluso La envenenadora de Valencia,
que pasó de puntillas, a Dios le sean dadas las gracias. En el dormitorio a
media luz, sólo encendida una de las lamparillas de mesa, tendida sobre la cama
matrimonial, Carmen Gay Giner baja la guardia y se sube el camisón: Brell el
Viejo, que entonces se halla en la plenitud de sus 39 años de centauro
infatigable, arremete una y otra vez con todas sus fuerzas, se diría que hasta
furioso, violento, en la entrepierna de su consorte entregada:
concebido nuestro
ínclito Boceto (causa primera: Tyrone
Power, Stewan Granger, Dick Powell, la lujuria verde y felina de los ojos de la
Gardner, la sonrisa descarada e insinuante de la Montiel, o inclusive la
sosería física de Grace Kelly…, vaya usted a saber; causa segunda y
determinante: la verga enhiesta y henchida del semental libre del engorroso
condón de los cojones, que al final nada sabe en su frenética penetración de una
Baby doll o una Femme fatale, y no hace distingos, que le trae al fresco).
¿Qué tomarían estos
dos en el ambigú que propició tamaña pasión y jodienda?
Cualquiera sabe. Un
combinado, quizás. En los cines de antaño, de tan lujosas plateas y butacas
tapizadas de terciopelo, con araña en el techo y pasillos muellemente
enmoquetados, de suelo en suave declive, el confort y el decorado parecía
estudiado con elegancia: no ibas simplemente a ver una película, ibas a un acto
festivo y social, bien vestido, experimentabas un cúmulo de sensaciones, y
algunas de ellas se alejaban del mero espectáculo.
Brell el Viejo, varias
veces empalmado durante la noche, varias veces penetró la vagina de la artista
postergada, a su Siringe, y varias veces desaguó nuestro garañón, pánico
jinete, Príapo víctima de Hera, abusador de ninfas en el futuro, hijo
predilecto del alocado Dioniso: no tenías escapatoria, joven Brell, esa noche
de pasión conyugal a la que se entregaron papá y mamá el mundo (¡te vas a
enterar!) te agarró del pescuezo y te hizo suyo a las primeras de cambio:
tenías que ser tú entre otros quinientos millones y tal vez algunos más, de
nadadores ciegos, contumaces y suicidas navegando enloquecidos hasta el
desfallecimiento: el Primero de la Clase, al Cuadro de Honor, amigo, Medalla de
oro… el Único, el Invencible… ¡Menudo ejemplar! ¡Allá voy!
Años más tarde,
pongamos 1972, el benjamín de los Brell, indagador precoz e impenitente andaba
atosigando al progenitor ya algo escamado, coleccionista infatigable de los
programas de mano de los cines, lo asediaba con su peregrina petición, ¡quería
saber!, ¡atar cabos!: en especial los programas de mano del 59: padre, venga…
¿Cuál fue la Gran Causa de mi llegada al mundo (inmundo)? ¿Qué o Quién encendió
la lujuria?
Mierdecilla, ¡qué
insistencia fastidiosa!
El saber no ocupa
lugar, y menos en el cine tan efímero.
¿No sería la Monroe de
Con faldas y a lo loco? ¿La Turner descafeinada de Imitación a la vida? ¿el seductor infatigable Rock Hudson de Confidencias a medianoche? ¿La dulce Maria
Shell de El árbol del ahorcado? ¿El
austero y decidido Peter Finch de Historia de una monja? ¿La gata Taylor y
el Newman atormentado (a la par) de La
gata sobre el tejado de cinc? ¿Kim Novak en Vértigo? ¿Cómo un torrente?
¿Gigi? ¿Una cierta sonrisa? ¿Lee Remick en Anatomía de un asesinato? ¿De
repente el último verano? ¡¿Dónde
vas, Alfonso XII?! ¡¿El destino de
Sissi?! ¡¿La Velasco de El día de los
enamorados?! ¡Habla, Padre! Pues todo ese bagaje precede inmediatamente mi
nacimiento.
En el nombre de hoy,
veintiséis de abril y mil novecientos cincuenta y nueve, domingo…
(Pero antes de ir adelante
desde esta página quiero
enviar un saludo a mis padres,
que no me estarán leyendo…)
Lástima… ¡por unos
meses! Fue más adelante, más adelante.
Más cerca:
Definitivamente
Parece confirmarse que este invierno
Que viene, será duro.
En la noche de octubre,
mientras leo entre líneas el periódico…
(1959, 17 de octubre,
sábado.)
Querido, tú llegaste a
este mundo a lomos de un burro-taxi, que esas eran las épocas, como si fueses
un turista escandinavo o alemán. Estabas bendecido por Dios y protegido por el
Diablo, que ya no te soltó de la mano hasta el día de hoy, 17 de los corrientes
y de todos los de delante. Llevabas la bota de vino de tu abuelo (sólo que en
versión idiota para extranjeros en busca del souvenir más extravagante) colgada del cuello, nueva, recién
comprada, de cuero reluciente, aún con el brocal sin estrenar, como si del
exótico país de los salvajes del sur te llevases de vuelta a casa el trofeo del
verano, pura bagatela, una nadería, y la divertida experiencia de la
cabalgadura asnal bajo los cielos de la España de Don Quijote.
No te olvides de la
foto, mister:
Me and burro-taxi.
Spain, julio de 1960.
Pero, padre, se trata
de una investigación científica. ¡Saber el instante de mi concepción!
Déjate de chuminadas y
curiosidades malsanas, qué digo malsanas, obscenas y hasta inicuas. Anda, vete
a inspeccionar las entrañas del dichoso ficus.
¡Qué prurito a estas
alturas, Brell el Viejo!
¡Todos nacemos de lo mismo
y de donde lo mismo!
Que el niño coja su
traje de buzo y que descienda entre las raíces hasta el mismo centro de la
tierra, precisamente como si se adentrase en El Gran Chumino.
¡A qué remover
antiguas infamias…! Ese dormitorio donde tantas trastadas irreflexivas se han
cometido, esa cama doble de los revolcones, las debilidades, la perversión, el
sexo con olor a coliflor y a la pescadilla del mediodía.
¿Quién eras, padre,
cuando yo nací?
(¿De veras quiere oír
la respuesta?)
Esforzado profesor con
una buena faltriquera de ideas, creencias y ocurrencias propias: en la historia
del arte, mierdecilla, no basta la cronología, impera el capricho y hasta la
arbitrariedad.
Rastignac… al ataque.
¡Sus y a ellos! Tiembla facultad.
Distinguido Profesor a
los veinte años.
Catedrático antes de
los treinta y cinco.
¿Para cuando los
laureles ciñendo la broncínea frente?
(Nunca les hables de
Goya, que se explica solo desde su propia pintura y su azarosa biografía y su
sordera magnífica y su duro mutismo, todo ello muy fácilmente expone a la luz
al hombre y al artista.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario