1917.
No hay que contar con el pueblo… ¿Para qué? El pueblo entero
es demasiado para la insurrección, que es lo que realmente consigue que triunfe
una revolución… Se necesita una pequeña tropa, fría y violenta, instruida en la
táctica insurreccional.
No necesitamos a los obreros: necesitamos una tropa de
choque. De las fábricas y de los cuarteles hay que sacar elementos seguros y
dispuestos a todo. Es suficiente con eso.
La revolución se consigue con la insurrección, no con una
guerra.
Las cosas peligrosas son siempre extraordinariamente
sencillas: hay que herir en el vientre del capitalismo, eso no hace ruido, es
una táctica. Hay que desdeñar el cañonazo, las barricadas y los grandes
despliegues de masas, pues eso es una estrategia inadecuada para ellas, es
decir, hay que evitar una guerra en la que el obrero y el campesino
siempre serán derrotados.
La insurrección no necesita nada. Se basta a sí misma. Es la
táctica de las “maniobras invisibles”, del sabotaje silencioso. La insurrección
no es un arte, es una máquina. Para ponerla en movimiento hacen falta técnicos…
y sólo otros técnicos, que serán inmediatamente eliminados, serían capaces de
detenerla.
La forma del 87 es… al
gusto. ¿A la plancha? ¿En fritura?
La guerra ha
terminado.
¿Dios existe?, se
pregunta JD., se pregunta Fiodorov.
Boceto con la copa en la mano, diez, veinte
años más tarde, desaparecidos aquellos dos seres calamitosos:
Claro que existe, es
mi más encarnizado enemigo al que siempre abato bajo mis pies y no dejo que me
despelleje así como así.
Ni uno, el hombre, ni
otro, el dios, nos damos la mínima tregua en nuestra personal confrontación. De
momento, vamos igualados en desaires, asechanzas y violencias. Lástima que al
final sea mi sangre la que vaya a correr… y no será por la fuerza de su brazo
sino por la hechura humana tan liviana y fatal que me alberga y sus añagazas de
ente invisible.
¿La forma perfecta,
áurea, del 87?
Un mosaico… ¿quizá?
El mundo entero es un
mosaico… chocante, disparatado.
Año no existe que no
lo sea, confuso, sin forma precisa, se diría que sin objeto: sólo el de
malograr expectativas y vidas, matar y matar a millones de seres que en oleadas
sucesivas pueblan el planeta, que otros nazcan, que otros sean, que sustituyan
a los muertos, que ya no son, que también aquellos sean sustituidos por otros
nacidos para morir, que igualmente… ¡Qué carrusel imparable!: una especie,
entre otras millones y millones de ellas, tan distintas entre sí merced a aquel
divertido error inicial, que, al cabo, sólo se muerde la cola: matarse a
millones y no por la pitanza. Adiós, adiós.
No hay año que no
tenga su capricho.
Ad Parnasum: movimiento y
eternidad: una ambigüedad sin límites en el plano de una estética que convoca
misteriosas relaciones entre el ser y la fantasía… cósmica: su engranaje de
leyes poco a poco adivinadas por la inteligencia humana. Cuando todo sea
esclarecido, no habrá servido para nada: ¿así de fácil era todo?, ¿así de
sencillo?, ¿sólo era esto?
Como el cadáver
tumbado bajo los ojos fatigados del forense, acribillado hasta el último
agujero por la potente luz del foco, desvelado, descuartizado, despedazado,
vaciado, puesto del revés… Muerto, inmóvil, inútil, una cosa fácil de entender:
así de sencillo, así de fácil, materia perecedera… Eso era todo.
Le enviaba su padre a
quitarle el polvo al Lafuente, en aquellos tiempos de entonces, cuando el mierdecilla llamado…
1977: Dentro de unos años
también le quitarás el polvo a esa Historia de España Alfaguara impresa en
edición de bolsillo, aunque de pliegues cosidos, ¡vive Dios, comparar esos
tomitos con el peso de la historia… del Lafuente!
1987:
Plumero en mano, quita
el polvo del tiempo de los estantes…, a los cortes superiores de los tomos de
esa pequeña historia de España de los setenta, publicada, ¡qué osadía!, aún en
vida el Generalísimo de los Ejércitos, Jefe del Estado, Gran Cazador, Gran
Pescador, Gran Timonel…
(Españoles, navegamos en
un barco que es España…)
(Él, el general
pitiminí, el Gran Timonel.)
¡Quién escribiera su
biografía, Excelencia!
Plutarco me parecería
bien, buen glosador, de retórica amena, condescendiente, poco embaucador, fácil
para la lisonja, el halago merecido… No así ese Suetonio, tosco y desmañado,
indigno del aprecio y favor de generales y césares: revelaría todos mis
secretos. Chismoso y despreciable, se enredaría en habladurías denigrantes y
por añadidura cubriría de infamia mi memoria, que ya no me pertenece a mí, sino
a la historia de España, a la vasta crónica mundo y sus hechos incontestables.
¿Y el paralelo?
Debería estudiarse a
fondo esa posibilidad… Alguien a la altura de las épocas del siglo XX, de sus
momentos más cruciales. Un militar… supongo.
¿Otro guerrero?
Sólo nosotros los
guerreros engrandecemos las naciones y creamos su historia.
Sin duda, una espada
(y recuerden los olvidadizos que la mía es la más noble y limpia de Occidente)…
bajo palio.
A fuer de inmodesto,
¿qué vida del siglo XX puede compararse con la mía siempre al servicio sagrado
de la patria y de todos los españoles?
Nada es lo que parece.
El 87, dijo. Hay
muchas cosas ahí, le abres la panza con el bis…, ¡con las uñas de las manos!, y
a veces hueles a rosas y otras a mierda y al hedor de la muerte, al mondongo
mefítico de los culpables y los doctores muerte con las carpetas de sus
designios y decretos abiertas bajo sus narices y promulgando penas y carencias,
y siempre hueles la carne y la piel sucias de muchos de los humanos que andan y
desandan sobre las costras de sus pies.
Mejor el olvido, el
pacto, la transición paliativa, la somnolencia del animal en digestión.
Desde dos años antes,
el ya profesor de Historia del Arte en la facultad de Bellas Artes, de la UPV,
don Ignacio Brell Gay, en viaje académico, ampliaba estudios cada florida
primavera en Amsterdam, merodeaba por las proximidades de Paradiso en busca y compra de hierba de clase superior, más aún, de
calidad suprema. En una de cada tres ocasiones conseguía abastecerse para una
buena temporada sin que el contante y sonante de su faltriquera disminuyese
demasiado. En el 87 dominaba el arte del ensueño sobre sí mismo envuelto por el
humo de los porros liados a la buena de Dios (el Complaciente), le daba a la
hierba de buena manera, pero, lejos de cualquier fatalismo impropio de su
inteligencia, poseía el control viril ante las vicisitudes que le salían al
paso y sobre aquellas flaquezas de su carácter que pudieran malograr un camino
de rosas, calculaba minucioso la medición más estricta en cuanto a las entradas
y salidas del paraíso y mantenía los pasos a gran distancia de todo lo que
pudiera hacerle caer en lo trágico, cosa plebeya y aun de mal gusto propia de
yonquis siempre asomados al borde del abismo, ¡como si eso resultase excitante
o placentero!, y paulatinamente socavados por la pudrición: nada iba a arruinar
su vida -sinecura de por vida, camaradas-, ya quedó establecido sin equívocos,
hasta ahí podíamos llegar, y, además, apareció ella, la impar, la única, unos ojos de gata agrandados por la
picardía, oh, qué gran lujuria festiva la de esas piernas interminables tan
jóvenes, la Gran Paula de inagotable pubis coronado por glotona vagina:
profesor, háblenos de Goya, imploró encantadora y maliciosa…
Y en seguida, como si
tal cosa, como aquel que pasaba por allí, pío, pío, yo no he sido, empezó a hablar de él, de sus
magistrales embelecos desde la cátedra sabedora e irrefutable: puaf: Goya,
dilectos discípulos…, pero era a ella, sólo a ella, a quien quería encandilar,
a ella, ella...
¿No vives, tú, oh Boceto, ya lejos del dolor y el
desahucio?, se decía sin remilgos la misma noche después de haber defendido de
manera brillante y apabullante su laborioso proyecto docente y obtener la
titularidad de profesor universitario por los siglos de los siglos amén, y
truenos y centellas caigan sobre vuestras cabezas que yo ya no me escondo
debajo de la cama ni en milenios: un manto de monedas de cobre…, ¡de oro!, me
ha de proteger de por vida de las inclemencias y la penuria sonrojante.
Y dos años más tarde:
a partir de ahora sólo tú te diviertes a ti mismo, los demás son un
aburrimiento a los que hace tiempo has aniquilado, existen, están ahí, pero no
son, se significan como meros figurantes de colores planos, sin matices.
Por los siglos de los
siglos.
Fácil ha sido, pero…:
tener lo que querías, no ser lo que soñabas. Pero ¿importa algo?
Pero…
La camarilla de tus buenos amigos (Johnny Walker, Jack Daniel’s, William Lawson’s,
el inextricable y enigmático VAT69 y el señor de Ballantines, los whiskies
japoneses) aseguran que no y se ríen de tus dudas infantiles (jamás, jamás,
mortificarse uno a sí mismo, te dice la copa llena, ¿qué estupidez es esa?) y
qué excelentemente bien te hacen sentir sus voluptuosos susurros, tan
amistosos, lenitivos: desoye los cantos de sirena de la virtud, sé maldito con
chequera surtida, diviértete a ti mismo…
El mundo, ahora,
es un lujo, ¡al diablo la canalla!, pero también los otros, esos… Écrasez l’Infáme! (Voltaire dixit).
Tú, que eres
hombre de corbata blanca (¡atrás, villanos!).
El reclamo del
libro de tu vida, caro amigo, debería rezar en frontispicio antes que cualquier
otra cosa, la revelación borgiana (aunque tardía en su caso… ¡y vuelta del
revés en este lugar!): He aquí un hombre que hizo todo lo posible para ser
feliz, y maldito para toda la eternidad quien se entrometa en mi camino
para impedirlo en forma de hombre, mujer, sapo o dios.
Pues he aquí, en pleno
1987, libando de la copa, el año del gato blanco (si de ojos azules, sordo), el
año del cortaúñas, el año de Paula Coloma post Woody Allen (ahora, ya sabe bien
quien es, aunque fue, e.e. Cumings, y también ha empezado a leer Easter Parade: Ninguna de las hermanas Grimes estaba destinada a ser feliz…)
Sabía que te
encontraría alguna vez, sirena.
¿Y podrás hacerme
feliz, profesor?
Querida, yo soy el
mismísimo doctor Gräfenberg. Prepárate para los más deleitosos suplicios: de
tal modo ha de hervirte la sangre en el acto del amor que bien pudieras cocer
en ella tu alma pecadora (¡Joder, Vivales!).
Pienso especializarme
en Pintura (?).Y me encanta, profesor, que nos hable de Paul Klee. No sé si me gusta ser o no una artista, se trata de
que lo soy, esa es la maldita cosa.
Qué fatalidad. Qué
carga pesada en tu conciencia: ser artista.
Sí, Dios o el Diablo
(o ninguno de los dos, vaya usted a saber los caprichos de la naturaleza) han
echado sobre mis hombros esa devastadora misión.
Qué condena horrible.
Aunque, sabe,
profesor, también me atrae la péndola: soy muy de leer abundante poesía. No
dudo que algún día he de ejercitarme en el arte de Polimnia.
¿Me permitiría mi
dilecta alumna rebajar el tono de la plática?
Si vos lo deseáis…
Tampoco es obligado
atenuarla hasta la cháchara insulsa, aunque bien es cierto que la anécdota
instruye a la vez que solaza. ¿Algún nombre de cabecera en el noble ejercicio
del poema?
Ella abre la boca:
venga la nomenclatura improvisada:
Machado, sin duda, y
Juan Ramón, y Neruda y Huidobro, también Guillén y Salinas, y Aleixandre,
Cernuda, y Valente, y Gil de Biedma, y Nicanor Parra, y Ángel González y
Claudio Rodrguez, y algunas cosas de Gimferrer, y bastantes de Blanca Andreu, y
doce de Luis Alberto Cuenca y una de Leopoldo Panero Jr. y como poeta de prosa
enorme Francisco Umbral con Mortal y rosa
(Está muy bien este libro desconcertante. Aunque con un poco de menos lirismo
también nos habríamos apañado, escribió Pla después de leerla con el Montaigne
a la vista)…
Andáis bien surtida de
entretenimientos. No contáis, al parecer, la calderilla.
De los antiguos
Manrique, el cura Juan de la Cruz, la monja Juana Inés, el fraile Luis de León,
y el burlón o elegíaco o místico o amoroso Caballero de Santiago Francisco de
Quevedo y…
Alma líquido fuego transformada…¿Y
también decís Manrique?
El mismo.
Os alabo el gusto.
¿Algún desprecio?
Sólo silencio caiga
sobre los poetastros y plagiarios que desestimo o aquellos que siendo
prescindibles como todos los poetas lo son, se antojan aún más prescindibles.
Ya me tenéis
enamorado.
Más rendido a mis pies
os he de ver.
¿Qué tal leéis en
lenguas secundarias ajenas al Imperio?
Sin necesidad de
intérprete, traductor o diccionario que valga a Shakespeare, Blake, Dickinson,
Anne Sexton y Sylvia Plath y Dylan Thomas, algo de Wallace Stevens y Hart
Crane, y en el noble y cortesano francés a Rimbaud y Baudelaire, cosillas de
Valéry y Nerval, algún otro moderno. Y no olvidéis a Fernando Pessoa ni a los
herméticos italianos, pues me desairías. En realidad, amo a Dylan Thomas:
porque parió a Bob Dylan, porque borracho y putero, porque bebedor nada santo
como el inocente de Joseph Roth, porque ladrón, porque jugaba al póker con la
muerte sin hacer trampas como cualquier escritorzuelo de tres al cuarto que se
las da de maldito, porque bestia genial… o ángel tonto. Y he de comprar uno por
uno, cueste lo que cueste encontrarlos, todos los libros de poemas de esa
poetisa española que se pasaba las noches lanzando piedras al cielo, a ver si
había suerte y le daba a Dios en un ojo, y aun los de aquella otra también
española que nos pide en el día de su muerte un brindis por su olvido con una
copa de Four Roses en la mano, a esa
misma española que también fue en vida aquella muerta figurada a la que le
gustaron la Garbo y los rosales de Pestum.
Algo de todos ellos
sé, igualmente que vos. Me causa asombro vuestra peripecia lectora a tan
temprana edad… Pero atended, señora, de boca de este vasallo el mejor poema que
escribiera el mentado por su nombre, Dylan Thomas, vate galés de armas tomar y
mucho beber:
Pues, señor, he aquí
que fue que en la ciudad de Nueva York, capital del mundo, el día 27 de febrero
de 1952, miércoles por la noche, según leemos en una carta de Truman Capote
fechada el 29 de febrero de 1952 y dirigida a una tal Mary Louise Aswell,
editora de ficción de Harper’s Bazaar,
cuando invitado por otra tal W. Murray Crane, rica filántropa, el señor Dylan
Thomas, en cuyo honor se celebraba el fasto evento, se personó en compañía de
su esposa Caitlin en el domicilio de la mecenas neoyorquina. Al parecer ambos,
poeta y consorte, llegaron bebidos y en plena discusión. Aún antes de sentarse
a la engalanada mesa, las cosas fueron a peor, y la señora Thomas, en un
arrebato, sin que nadie pudiera impedirlo, cogió dos valiosísimos jarrones Ming
de la señora Crane y los estrelló contra el suelo, flores y agua incluidos, lo
que todavía magnificaba más el desastre. A la vista de lo sucedido, y borracho
como una cuba, el señor Thomas tumbó a su esposa de un terrible puñetazo (le
saltaron cuatro dientes y le partió un labio, señala no sin deleite divertido
el señor Capote en su carta) y a continuación, ya en el suelo, procedió a
patearla en el estómago hasta que la mujer perdió el sentido. No contento con
ello, al observar que una de las invitadas lloraba estremecida, se dispuso
a propinarle un patadón en el trasero:
¿Se puede saber por qué coño lloras? Te mereces lo mismo, una buena patada en
el culo. Y, en efecto, derribó a la compungida dama de una coz (como el buen
burro que era él). Acto seguido, y deseando largarse de allí cuanto antes,
preguntó con absoluta corrección a los presentes si alguno de ellos podría
prestarle un par de dólares para coger un taxi.
Nunca, jamás, mi muchacha
andariega
en tierras de cuentos junto al
fogón y hechizados
durmientes,
temas o creas que el lobo con
desvaída capucha de cordero
balando y galopando ha de saltar
brusca y alegremente mi
amada, mi muy amada,
fuera de su guarida en el hato de
hojas, en el año bañado de
rocío,
para comer tu corazón en la morada
del bosque rosado.
Un
poema, o un intento de poema, podríamos hacer tú que conmigo vas, a la manera
de aquel de veras dos veces maldito:
(Compañero, me acompañas/Amigo, a la provenzal/Amado, porque me amas/Camarada, porque somos más que dos.)
(2).
y
yo del año 87.
El
año 87 tiene una forma….
¿Quieres
ver otra de Allen?
Léeme
un poema de Thomas.
Escríbelo
tú. Tales ingredientes a meter en la coctelera antes de agitar la mezcla: la
niebla de Gales, una huida nocturna, dos brujas inventadas, el orgullo, las
hadas cabalgando sobre las olas de plata a la medianoche, el pájaro, las
colinas de Swansea, la religión terrible, el miedo, la sexualidad abrupta, la
infancia feliz (maldita), la gracia de vivir, el terror de vivir para la
muerte, el paisaje informe o nítido de los otros, siempre el otro en su
opacidad misteriosa e inescrutable, el canto como escondido sollozo por ser
débil y haberlo sabido mucho antes de morir, y las anécdotas de Greenwich
Village, los bares del Soho, la taberna White
Horse, los escándalos del borracho, la euforia, la magia y el sopor del
borracho con una pluma en la mano, junto al papel y la copa de whisky (tan
lejos del mar y las colinas de Swansea, tan solo y desengañado en realidad).
El
poema (que ya existe antes de su alumbramiento, un chispazo verbal que buscara
su dibujo) se vierte en las palabras escritas que quieren expresar lo
inexpresable, he ahí su único mérito y justificación: no habla del hombre si no
es a través del símbolo, pues su cercanía a la tierra, a lo pedestre, su
miseria material y moral, lo empequeñecesin remedio: elévalo a los cielos
visibles e inexistentes, al mito, incluso a la mentira de un dios soberano de
toda vida porque dios no es el símbolo del hombre ni el hombre es el símbolo de
ningún dios: la tierra sola es el símbolo de todo: alza tus símbolos de ella. Y
que el poeta, no su poesía, sucumba en su destino feliz o trágico o grotesco.
Mis
lectores, esos extraños, escribió sin pudor una vez Dylan Thomas. Pero en tus
poemas somos tus hermanos en tu canto y tu conocimiento, aunque no nos veas
andamos agazapados o a cuatro patas entre verso y verso, tú, nuestro yo.
Sin
embargo él, como demiurgo elegido,
nos resulta extraño a sus lectores: Mis poemas están escritos por amor al
hombre y en alabanza de Dios. (Mucho nos extraña el segundo de tus dictados.)
Y
a continuación, sin haber calculado todavía la métrica ni la rima, pobre, se
tomó 18 copas de whisky (buen provecho) de una sola sentada, una detrás de
otra, como si, sin papel y sin pluma, fuera a escribir el poema más excelso. Y
vivió (sólo unas horas más) para contarlo. A vuestra salud, cuenta la leyenda que
dijo.
Luego,
se desplomó sobre sí mismo como un fardo y mucho menos como un hombre y mucho
menos como un dios, atónitos nos quedamos los de la cofradía festiva ante ese
cadáver relleno de alcohol aún palpitante, descompuesto como muñeco en el
suelo, sacudido por pequeños espasmos eléctricos.
No
volvió a abrir los ojos ni la boca. Que hable la posteridad.
Y
he aquí, por fin, que el hombre que se convirtió en poema.
Agita
la coctelera.
En
su caso no fue, pues, y trasiégalo a fondo, hasta las heces, un modelo teórico
la poesía, un patrón intelectual, una simple construcción de lo inaprensible,
pero tampoco alcanzaría a ser una celebración: el hombre, es decir, el dios,
abdicó ante lo terrenal. Adiós, adiós.
Henos
aquí convertidos en símbolo sus extraños lectores.
Por
no ser ni ángel ni bestia.
¿Nos
celebraba a nosotros, a los de a ras del suelo?
En
el 87 algún ángel habría de alas doradas… e invisibles surcando los cielos aún
más invisibles. Bestias, todos, y los más ocultando procedencia, raza y rango a
través de indumentarias y los oficios adecuados: charlatanes de partido,
sacerdotes que miran a lo alto y nunca a lo bajo y los maestros falsos de
variado pelaje que asoman las jetas por alguna de las cuatro esquinas de la
televisión omnipotente encandilando a base de tontunas y lugares comunes al
público en general, ese que cena todos los días con la bandeja sobre las
rodillas y las narices metidas en la pantalla muerto de sueño (sin que él lo
sepa).
Agita
la coctelera.
La
coctelera moderna respecto a esos dos
calamitosos hermanos de Boceto
nada tiene que con aquella otra del 68 donde sazonaban convenientemente las
copas con una flotante rodaja de limón Hegel, Marx, Lenin, Mao, Heidegger,
Freud, Lukács, Reich, Horkheimer, Adorno y Marcuse y –la inevitable guinda- Che Guevara. En el 87, acabada hace
muchos años la fiesta, recogido los desperdicios y fregadas con lejía las
pistas del baile dionisíaco, el Hermano Mayor y el Hermano Menor se hallan en
el mejor de los mundos, aquel donde la tesis principal que les insufla aliento
es la que afirma que sólo quienes viven al margen de la sociedad de su tiempo
–sea el que fuere- tienen todavía un ideal auténticamente revolucionario. Huyen
estos exilados de sí mismos no porque no acepten las reglas del juego social
trivializado al máximo, sino porque ya no
existen las reglas, ya no se combate, en el fondo, a ningún enemigo
reconocible.
Agitó la coctelera… y salió el conejo blanco
de las grandes orejas, el de… pato-conejo:
lo importante es ver a la vez la cabeza del pato y la cabeza del conejo,
pero... (Y entonces Wittgenstein nos suelta de la mano, nos abandona en un
mundo sin forma, global, extremadamente complicado y…: ahí te las compongas.
1987
tiene forma de conejo.
1987
tiene forma de pato.
1987
es al mismo tiempo un pato y un conejo, y es mejor que lo veas de ese modo.
El
anamorfismo es como el juego de hacer casitas: en realidad se trata del año
7891, el año internacional del alambre de púas.
Déjalo.
Los chinos tienen su propio calendario, como los musulmanes, los indios y
alguna tribu africana escondida a los ojos del traicionero hombre blanco que
habla por boca de serpiente y cualquiera que se precie lo tiene también.
¿Tú
sabes qué año del calendario chino es el año 1987 del calendario gregoriano?
¿Quién?
¿Yo?
Pues
cada año tiene su lenguaje, te haces mayor: empiezas a afeitarte por el cuello
cuando siempre habías comenzado a rasurarte por la mejilla derecha, ganas una
palabra o pierdes una palabra pero ya no tienes las mismas palabras que has
tenido hasta ese instante, pierdes un amigo, te compras un perro, te cambias de
casa, dejas de comer remolacha, vendes tu segunda residencia o acabas de pagar
la primera, dejas de comer carne de cerdo, empiezas a beber al principio con
moderación y luego con desenfreno, te someten a una operación: carcinoma
benigno, vuelves a fumar, pío, pío, yo no he sido, engañas a tu mujer por sexta
vez, te regalan un libro que no leerás jamás, cambias de coche, dejas de
peinarte con la raya a la izquierda y te echas el pelo hacia atrás, te devuelven
un libro que habías prestado un año atrás que nunca habías leído y que
seguramente tampoco habrá leído el tardío prestatario ese de los cojones, este
año es el año de tu primer implante dental, emprendes tu cuarto viaje a Nueva
York, dejas de creer en el arte moderno, aprendes a montar a caballo, tu médico
de cabecera te receta somníferos, mal asunto, pues, mal empezamos, decides
votar en blanco, a mí se me da un ardite cualquiera de estos gárrulos con sus
culos amantes de la poltrona, comienzas a cepillarte los dientes de arriba a
abajo, dejas de rellenar crucigramas, pruebas el verdadero caviar, el de
Beluga, por vez primera, descubres apenado que ya no te excita para nada el
cuerpo de tu mujer, es como si te masturbaras, -¡miserable!-, valiéndote de su
vagina, cambias de marca de cerveza, discutes con tu agente de seguros el
reciente alza de las primas del seguro de hogar, te divorcias de tu mujer, te
compras una nueva báscula para el baño, la anterior, estás seguro de ello,
mentía con todo el descaro del mundo, la hijoputa, vuelves a beber zumos con
sabor a violeta, dejas de subir a los árboles, de repente notas un dolor raro
en un costado, desconocido hasta ese momento, esto es nuevo… y malo, te dices
con todos los sentidos alerta, nada bueno puede augurar, te aficionas a dar
paseos en solitario, pareces ausente en los crepúsculos, como muy lejos de
allí, como muy lejos de todo, un poco alarmado, la luz del amanecer parece del
color de un sudario, tienes miedo, nunca moriré, ¿está claro?, porque eso está
claro, ¿no?, te dices machaconamente, yo soy eterno, y luego, va, un día, uno
cualquiera, puede que hasta el más anodino, un miércoles o un viernes, puede
que un lunes, lo que ya es empezar mal,
te mueres, adiós, adiós, como tiene su forma (mucha gente fallece santamente y
deja espacio para los que nacen, que serán como los muertos, qué si no:
absolutamente prescindibles) y hasta su olor, yo un año, no recuerdo cuál, ni
siquiera voy a intentar traerlo a la memoria, tendría forma de globo y ha volado,
estuve todos los días oliendo a fresa: cuando no era una prenda de vestir, era
un objeto, cuando no era un ramalazo de aire cualquiera sabe de donde
procedente que me golpeaba el rostro, era la luminosa y suave fragancia que
dejaba tras de sí una niña con trenzas descuidadas, casi deshechas por el calor
del juego inocente en la tibia noche de un sábado eterno sin deberes escolares,
cuando no era la mano lenitiva de mi madre acariciando mi frente ardiendo de
calentura, era el hermoso recuerdo de un bello día primaveral de la
adolescencia dorada por el sol de media tarde paseando por la orilla del mar,
en Malvarrosa, de la mano de ella, la
de los quince años tiene mi amor; cuando no era mi propia piel, era las páginas
de un libro de versos, una pieza escultórica, una fotografía antigua, la
colegial goma de borrar, mis propios labios, y la sensación del cuerpo joven,
eterno, cuando no era…, cuando era todo eterno… eterno… En fin, sólo olía a
fresa, ese empalagoso aroma.
El
año 1987 muy bien pudiera ser el año internacional de la buhardilla (sin poeta
péndola en mano que esté sentado pálido e inspirado a la mesa, a la luz
vacilante de la vela de sebo maloliente): la buhardilla, erguida y humilde
sobre las tejas, sencilla, húmeda, sin ornato ni ocupante recitador y
sufriente, como una oscura telaraña sin su dueño y orfebre acechador. Una
buhardilla sin historia empinada al cielo de la nada, envuelta en una niebla
parisina y decimonónica. Una buhardilla sin versos… El colmo.
En
el 87 yo también soy el otro para los
demás, que me siguen siendo tan desconocidos sin necesidad de que vengan del
infierno, como cualquier año pasado o
como cualquiera de los que sucedan al actual, el 87.
Hay
un olor a fresa (¿una reminiscencia?) que no logro precisar de donde viene.
Tal
vez ese olor sólo sea un recuerdo. ¿Huelen los recuerdos? Es el olor a fresa lo
que me trae el recuerdo; es el aroma a tabaco holandés de pipa lo que te
recuerda a tu padre; es el sabor de la magdalena el que revela el tiempo
machacado, el olor… como esos libros infantiles que al abrir sus páginas se
yergen figuras, árboles, objetos y casas ante la sorprendida mirada infantil…
Es el olor la fuerza motriz que te desplaza al pasado con la nave interestelar
de irás y volveras, irás y volverás….
El
recuerdo no huele, y muchos de ellos duelen, sólo duelen.
En
el 87 a JD. le dieron 100.000 castañas al ganar el primer premio en un concurso
de cuentos de terror, El espejo,
llamábase el engendro (máximo cinco folios a doble espacio, seis copias a
carbón): todo lo que ese terrorífico azogue reflejaba no era de este mundo,
estaba mucho más allá de él, procedente de un mundo desconocido donde las
formas a nada humano parecían referirse, y eran imágenes inconcebibles,
excéntricas, pero sobre todo enigmáticas puesto que no recordaban a nada por
mucho que intentaras descifrarlas, y sin que apenas te dieras cuenta, de
pronto, un dibujo horrendo, grotesco, de rasgos irreconocibles, una figura
apenas antropomórfica, una copia inadmisible por irregular y zafia, tú en otro
mundo, descubres tu yo brotando de esa lámina de aguas y plata cambiantes,
vívidas líneas que delimitaban un bulto de tonos verdes y azules, un algo
viviente marino, un gemelo que eras tú sin que en nada se te pareciese, pero
eras tú porque así te recordabas: eres
tú fuera del mundo a pesar de que estés en el mundo (JD., algo perverso, dejaba
la cita implícita sin mencionar a su dueño Albert Camus: al final todo consiste
en querer vivir aunque sea para la nada, una buena bofetada en los dos
carrillos a todos los dioses gordos a reventar de comilonas, borrachos,
inventados y por inventar).
En
el 87 para unos las cosas dejaron definitivamente de ser como eran y para otros
se inició un camino de vino y rosas a ninguna parte cuyo único destino era el
viaje mismo.
Salut, les compains.
¿Estaban
locos tus hermanos?
Brell
el Viejo: estos dos cabestros de tus hermanos son hijos del mayo del 68. La
cabeza aún les da vueltas.
¿Lo
creía de veras el viejo inofensivo y egoísta?
Los
tengo montados en un tiovivo: un adoquín reventó los sesos.
(Giran
y giran los Brell bajo las luces tan festivas.)
Éste
es un hijo del mayo del 68, dijo uno señalando a otro.
¿Del
68? ¡Menuda broma aquella noche de aquel día! ¿De qué nos sirvió, querido
antepasado?
¡Pero
se liberalizaron muchas de las antiguas costumbres…!
Vaya
a Pompeya o a la Roma de los césares, y ya me dirá. O al Berlín de los años
veinte. O al París de siempre: sé de una puta muy acicalada que hace el amor
con un hámster.
¡En
el 86 todavía somos hijos del 68!
¡Si
sólo son cifras… puestas del revés!
¿Cuántos
padres han sido ahorcados por sus hijos desde entonces, que es lo que tenía que
haber ocurrido después de aquella dionisíaca algarada de matemos al padre, al
estado y al súmmum corda? Yo se lo diré: ninguno. Fue una manera más de
divertirse unos miles de jóvenes con el estómago lleno antes de las vacaciones
de verano, bendito verano. Si el 68 viviera en esta ciudad, yo no pasaría por
su calle ni para escupir que diría Capote. A aquellos jovenzuelos enfadados les
bastaba con romper la luna de un escaparate con una piedra, medio leer textos
ininteligibles escritos por oscuros paranoicos intelectuales y aparentar una
seriedad adusta de cojones (seriedad de burro).
87
pre-Paula, otro año (pero ya asomando la patita):
Boceto, aún sin saber del inminente cataclismo sentimental que pronto nublara su mente:
¿Qué
más da cristiana, hebrea o sarracena…?, solía replicarle a la puta carísima
pero dorada de perifollos y embalsamada de perfumes vulgares estructurados muy
lejos de lo alto de la pirámide.
(Con
lo que cuesta… ¡y el disfraz tan barato!)
Será
por los constantes manoseos, lengüetazos y sacudidas brutales que no hay ducha
que alivie en menos de veinticuatro horas.
Nada
es lo que parece.
Paula
te apaciguará. Todos los instrumentos de tortura los tiene en los ojos. Las
manos, sabias, trabajan por sí solas.
Quién
iba a decirlo, profesor, se admira ella.
Así
somos en el 87.
De
hecho, hasta ese momento, a Paula nuestro Boceto
pre-Allen, aunque muy atractivo, su charleta le había parecido más insípida que
una gardenia por mucho canto que la celebre.
Mi
aspecto engaña mucho. Andando el tiempo confesará sin escrúpulos una simpleza
arrogante y algo miserable: pertenezco a una familia cuyos santos y preclaros varones eran de mucha afición a
ir de putas.
Un caballero español de pelo en pecho: seis
arcabuces, un fraile y tres caballos bastan para conquistar un continente,
descubrir un océano, crear un idioma universal.
Y
ella, la mujer siempre con la herida al descubierto: a veces el caballero español,
espada enhiesta, le abría las piernas con afán tan violento, irreprimible, que
parecía que iba a descoyuntarla.
¿Es
usted quién va a escribir la vida número 24 de nuestra colección Biografías Ilustres?
El
mismo.
¿Quién
será el biografiado de la 25?
Estamos
en ello, pero tiene que ser alguien de altura mundial, del todo
correspondiente. No es fácil la decisión. ¿Franco?
Sin
embargo, el Generalísimo era de pata corta.
Mirada
de halcón avizor, brazo de largo alcance, grandísimo entendimiento…
En
el 87, queridos nietos bienamados, vuestro abuelo tenía 27 años (el mundo es
mío).
Dentro
de 50 años (piensa vivirlos sin el menor pudor, uno a uno sin mesura, con todas
las de la ley y aun la de la otra más golfa y forajida: que otros se mueran de
hambre o se maten a tiros entre ellos por un quítame allá esa bandera o esa
oración) vuestro tierno abuelito será un saco de huesos rotos. ¡Qué maldición!
¡Naturaleza injusta!
Pero
aún será, vivito y coleando, tan
dueño del mundo como cualquier otro de sus semejantes, pese a Dios y a toda la
turbamulta de su parentela de haraganes celestiales.
2037:
año de los niños (rubios) probeta (2036 fue el de las jirafas de cuello en
franca reducción, y ha de ser 2038 el año de las mujeres y hombres de la
limpieza que odian las hamburguesas):
Para
entonces, un Brell el Joven no tan viejo, pero mucho más cansado (y
sorprendente cumplidor: a ojo de buen cubero ha añadido al legendario e
inacabable mamotreto Klee 1.200
páginas más), el incombustible Boceto todavía
envalentonado, prodiga merecidos descansos a su polla heroica y lucidora. Ahora
prefiere, una vez por semana (semen
retumtum, venenum est), meter la minga en las bocas jugosas, frescas y
jóvenes de meretrices estrenando mayoría de edad y quédense las vaginas para el
parto y otros menesteres fisiológicamente mujeriles y harto desalentadores a
los ojos de un bebedor impenitente pero pulcro y sin ganas ya de hurgar en
oquedades fluyentes, ovuladoras o resecas de mozas, semiviejas exaltadas y
viejas sin posible remedio de eufemismos piadosos.
1987:
Ese
año inolvidable muchos caballeros españoles y personajes de la beautiful people se sometieron a un
alargamiento de pene tramposo y denigrante, pues en contados casos
fructificaría realmente como no fuera la única ventaja la de provisionarse de
un repugnante prepucio más carnoso y pellejoso (o de bálano despellejado, según
el gusto de cada cual) que el que sustituía quirúrgicamente.
¿Pues
que no sería el 87 un año couché?
Lo
fue.
Corolario
adecuado del 68, la década roja española de los 80, así llamada en honor a sus
gobernantes por un cronista que, bien abrigado en su casa, a salvo de los
vendavales de la historia doméstica, desde un sillón de mimbre adjetivaba,
Olivetti por medio, lo habido y por haber en el solar patrio en un tiempo en
que lo libertario y aun lo rebelde acabaría ahogándose en las copas balón de
los coñacs franceses y en el vaso largo de los cubalibres de ron o del
aromático bourbon de importación.
Uno
se inventa la Historia que le viene al pairo, cualquiera de ellas y de
cualquier clase y de cualquier tiempo, como se inventa la mujer que le conviene
por muchas maldades que esconda bajo su piel suave, dorada y fragante.
Sé
del año 87 (pues así mienten los
periódicos, no se enteran):
como
saber de la sed
los
mismos perros, los mismos yates
¿tú
has visto a un banquero en chándal?
y
hasta en la cárcel lo he visto
yo
en la televisión veía El tiempo es oro
parece
una incongruencia, y el título una broma si consideras a lo que realmente
invita la televisión: a la inacción intelectual y material más absolutas
y
sigo grabando en casetes la colección de vinilos de música clásica de mi padre,
pero ahora las cintas son transparentes, lo que me dejaba dudoso y con algo de
recelo al principio
en
sus celdas, tras los barrotes, los financieros comen bocadillos de chorizo: lo
hacen con delectación
qué
cosas, antes la comida era una necesidad, ahora es un placer romano
no
ha de pasar mucho tiempo que instalen vomitorios contiguos a los salones
reservados de los restaurantes más prestigiosos
el
tipo ese del bocadillo de chorizo lo come con voracidad, debe ser hambre
o
miedo, ansiedad
si
tiene más dinero que yo, que coma dos veces, y hasta tres o cuatro, vomitonas
por medio
por
entonces había muchas cosas raras
costumbres
ibéricas de lo más tradicional y apestoso y criminal
asociaciones
peculiares
mataban
animales vivos (desarmados) a espada
(dejaron
de matarlos de tal guisa, pero daba lo mismo: ahora les hundían un puñal en la
nuca)
yo
tenía un amigo que pertenecía a la asociación Amigos de la Vespa, la suya era de color rojo sangre, con sidecar,
a mí me utilizaba de contrapeso en sus viajes largos, un auténtico mamón, más
de una vez estuve a punto de romperme la crisma al encarar una curva
Asociación de Antiguos Lectores de
Rocambole
una
hubo, asociación sólo de mujeres, que declararon la guerra al cardado y a la
laca infame
Asociación de Sólo Lectores de Libros
de Bolsillo aunque de Pliegos Cosidos
yo
sé de cosas más raras todavía: un ministro socialista custodiaba las llaves de
la cueva de Alí Babá: señalaba a uno de los cuarenta ladrones y le abría la
puerta dándole vía franca: venga, amigo, aprovecha el tiempo, afana, afana, que
otro vendrá que bueno te hará
Asociación de Padres Compradores de Pianos e Hijas
muertas
alégrate
de la muerte de tu padre en accidente de aviación: ahora ya está en el cielo,
te asegura tu madre felicísima, prontamente teñida de rubio
se
cumple el veinticinco aniversario de la introducción del bate de béisbol en la
política como instrumento dialéctico de precisión
el
libro de cabecera de los insomnes era por aquellos años Guía para la cría del cerdo
lo
más acertado, convienen en decir los recientes patriotas de naciones figuradas,
es matar a los niños tras los que se escudan los esbirros armados del poder:
dicho y hecho, una bomba enmascarada tras el trapo de la nueva bandera revienta
a cinco niñas de entre 3 y 12 años de edad: las fronteras, dicen los libros de
historia, se trazan con sangre (y de ésta, la más pura)
Asociación de Prochinos Rama Lin Piao
Andando el tiempo, no demasiado, en este país
que ni se lee ni se escribe tampoco ha de hablarse: mejor a garrotazo limpio
por
entonces el BOE resultaba ser el mejor libro de autoayuda
tantos
años, tantos vicios, y loro viejo no aprende a hablar
yo
le regalé a mi mujer una Epilady y
estuve un mes durmiendo en el sofá: hijo de perra ¿me tomas por la mujer
barbuda?
un
error de cálculo
la
mujer española es muy susceptible
y
quiera o no quiera, también algo peluda, mire sino aquellas axilas de los años
cincuenta, cuando aún no se estilaba el afeite, advierta las pelusillas sobre
los labios de esas féminas, ¿y qué me dice de la mata negra e hirsuta del
pubis?, metías ahí la mano y desaparecía por completo, esa pequeña jungla
enredosa y negra como la noche no se andaba con bromas
hembras
bravías, pero ya en los ochenta muy suavizadas, de gesto desenvuelto y sexo
rasurado, presto al disfrute como si hubiere de estrenarlo cada día
¡sufre, mamón, devuélveme a mi chica o
te retorcerás entre polvos pica-pica!
te
levantas, abres el periódico y te desayunas con sapos y culebras como cualquier
politiquillo de tres al cuarto mentiroso y mendaz
yo
me desayuno con leche vitaminada y Kellogs
All-Bran y luego me hago unas carreras por la urbanización antes de ponerme
debajo de la ducha, por lo demás, sólo me importan aquellas noticias, y siempre
las escucho por la radio o la televisión, que revalidan o se ajustan a mi
concepción del mundo
en el periódico de hoy se informa de un
atentado: decenas de muertos al estallar una bomba en el interior del maletero
de un coche estacionado en el aparcamiento subterráneo de un centro comercial:
¿la culpa?, de ellos, de los malos a uno y otro lado del abismo
en
el periódico de hoy un tipo niega que haya dado alguna vez un pelotazo: me he
limitado a ganar 5.000 millones de pesetas en cinco semanas: mi madre estaría
orgullosa de mí
en
esta fecha, en un periódico de ultraderecha español se publica la definitiva
escala cromática de los hombres y mujeres negros y mulatos de origen hispano:
1)
café (solo)
2)
café con leche (normal)
3)
café con leche (larguito)
4)
café con leche (cortito)
5)
café con leche (tocadito)
1987:
el
gobernador del Banco de España, oculto tras un nombre falso, incrementa su
patrimonio mobiliario a través de chanchullos reprobables, defrauda al fisco,
nos birla la cartera y te quita la novia
todos rieron (y comenzaron a leer Teoría de la clase ociosa del señor
Thornstein Veblen)
entre
monja y turco estoy
a
la caída de la tarde son pocos los que se cobijan en la casa: fuera de ella,
callejeando entre los cafés, los casinos y los teatritos buscan el consuelo de
los otros tan huérfanos pero tan deseosos de verdadero refugio como ellos,
fuera de casa, dicen, como en ningún sitio
sabrá
usted, querido amigo batueco, que nada es lo que parece en sus pagos, ¡qué
tierras! ¡qué gentes de orgullo imperial! ¡este país…!
¿escribe
usted?
¿quién?,
¿yo?
de
lo poco que quisieron enseñarnos nada quisimos aprender y sólo leemos, continúa
esclareciendo el pobrecito hablador, en los ojos de nuestras amantes que no
son, precisamente, filosofía de altos vuelos
por
la lengua pecamos, y por ella hemos de morir, con ella nos defendemos y con
ella matamos sañudos, sentenciaba el pobrecito hablador
¿y
qué iba yo a escribir si no se lee?, nací industrioso y huyo de la bagatela
estéril
desde
tiempo de muy atrás se vio en las españas que mejor el garrote que la razón,
pues los más de sus pobladores son duros de mollera y sin nada de entendederas,
y la lengua, pues, mejor quieta
no
se habla porque no se escucha
y
si así fuera ¿qué?
que
el tiempo no ha pasado
pasan
las cosas, los seres, hasta los cielos pasan, pero no pasa el tiempo
se
pasa la vida, se viene la muerte
el
garrote, entonces
con
cara infantil y bobalicona también yo ando en busca de público
le
será difícil encontrarlo: no vende usted pasatiempos vanos ni falsas
felicidades, ni celebra, me temo, la estupidez ilustrada, que son enfermedades
que ahora se llevan mucho aunque estén muy bien disfrazadas por la tantísima
cacharrería digital que ha proliferado sin que nos demos cuenta
en
alguna parte debe hallarse
¿el
qué?
el
público
¿el
pueblo?
come,
Sancho, come, que tú no eres caballero andante, naciste para comer, que tú
pisas fuerte con las abarcas la tierra firme
Sancho…
¿es público?
Huele
a ajo y cebolla, a hogaza encerrada en alforja y a vinazo de bota, enfunda
calzones sucios y demasiado llevados, es testigo replicador, cazurro
impenitente, buen conversador si anda llena la panza, de palabra franca,
refranero a trote y moche, de buena cachaza ante las prisas de un país que anda
a la pata coja, compañero leal, llorón y sentimental, amante de su Teresona y
de ninguna más, nada proclive a la extravagancia pero conforme con ella, ¡qué
remedio en qué país: relleno de moscas, curas, mangas verdes e hijosdalgos!
dígame,
usted que escribe ¿lee mucho?
¿qué
he de decirle?
lo
que sea verdad
para
las dos cosas no hay horas y, además, ¿qué había yo de leer que me importe de
los otros pues si a nadie le importa lo que yo escribo?, a algún muerto leo,
quizás, a don Miguel de Cervantes Saavedra y a don Francisco de Quevedo y
Villegas, y la parla de la enorme celestina, y mucho del cancionero y al cura
Calderón, gente análoga, y ahí me quedo, pues los vivos, digan lo que digan
algunos capellanes y doctores del asunto, andan muy perdidos en novelas de
costumbres o de tiros, y es sabido, matas la obra si muere la costumbre que
evidencia, esa que tan perenne nos parecía, y hasta la reputación la pierdes
por andar en temas a la moda mediante prosa funcionarial, medrosona y olvidable
a pesar, qué cosa la eficacia, de estar libre de enredos y no perderse ni una
línea ni una palabra, qué cosas, en jardines literarios, qué cosas misteriosas
éstas de la novelería de escritura invisible, de la escritura fácil y llevadera y sólo
sustento de una historia, pues a la postre también se desvanece sin gloria una
vez parado el vehículo, nada, algunas monedas con que entretener a las tripas
del ayuno de hoy
Batuecas
peregrinas, entre libros y pucheros
usted
tiene mucho de hablador y poco de pobrecito
el
adjetivo apela a su vocecita inaudible, que nadie se presta a escuchar
(lo
compensaría no muchos años después el pistoletazo de salida, como trueno sonó
en alguna conciencia, qué humor negro el jueguecito de palabras)
andamos
de hito en hito
eso
nos provoca el español, yo a mí mismo me conozco y no me engaño, tal como
vosotros, qué trágicos somos, y si lo contrario, botarates o indiferentes del
todo, y tampoco nos conmovió mucho el disparo de aquel desdichado
en
Madrid todo es un baile
e vivimos desterrados, deseosos de
volver donde salimos
somos encima de
aficiones fúnebres, allá que vamos a ese museo patibulario de enajenados por
los amores y las pasiones, los desengaños y la locura, el arrebato mortal,
donde huele la polilla de la aparatosa utilería romántica, y allí nos plantamos
decididos y morbosos imaginando el trance fatal, y entre tanto decorado hasta
escuchar el disparo nos parece contemplando tras el cristal el arma con la que
el dandy se reventó a sangre fría los sesos, limpia, atractiva esa pistola, un
llamativo pisapapeles haría yo de ella en el XXI
¿pues no escribió este
mismo, Fígaro el suicida, un artículo
sobre las calaveras?
más que las era los, un giro malicioso que diría el mismo literato que aún yendo
cada uno por su lado, ambos concluyen en lo mismo: una vaciedad total la una calavera por descarnada; y el uno calavera por imbecilidad y vicio
incontenible
empieza con la
calavera del mismo Hamlet
eso es cosa de dudar
usted delo por hecho y
facilitamos el diálogo entre los dos, que buena falta nos hace a las dos
españas
el calavera-langosta
ladea más el sombrero que el calavera a secas y además luce corbatas más negligé
habla asimismo del
calavera-temerón y de otra curiosa especie, el calavera lampiño, y aun otro más
perteneciente a la clase de calavera silvestre que, por español, puede ser
homicida pero jamás asesino y es chulo nato (¡manola, el parné, o te doy!)
en las españas todo
está confundido, donde leíste polaco se escribió palco
entonces como ahora,
tardan en cambiar las cosas en el tiempo
ahora vamos tirando
porque nos lleva la época, y no le ponemos freno como en siglos de atrás, se
han invisibilizado el curatón y el espadón, hasta las moscas quedan congeladas
e invisibles en el espacio
nada de falta les
hacen ya esos dos palafreneros a los poderosos que perdidos todos los temores
al mono azul (también invisibilizado) se dedican con buena maña a sus negocios
y ganancias, ya no precisan ni de cruz ni de espada:
la guerre est fini
y ahora las españas de
boñiga y albañales huelen a agua de rosas de Omán
¡la hostia!
la calavera acaba en
manos de cómicos o colgada como adorno en el tren de la bruja, cosa risible
para párvulos asustadizos
el calavera termina en
boda ventajosa
estas son las cartas
de un necio, dicen que dijo el desdichado al entregar ese atadillo de su alma a
la adorada y altiva amante y corresponsal
ella, a ese hombre
vencido, le dice (según dicen): el muerto eres tú, ¡deja de soñar!, y la mujer,
conseguido lo que vino a buscar, huye a toda prisa de ese gabinete donde tanta desesperanza
y desengaño ha venido a ocupar, donde tanto camino se ha cegado y donde tantas
palabras se han escrito en vano para el periódico de mañana
¿quién pondría en la
mano del amante desengañado de patria, de familia y de querida la pistola que
ha de matarlo?
poca cosa parece esa
mujer antojadiza y pueril para que un hombre como él termine destruyéndose sin
pensárselo dos veces: aún no había puesto la otra (también adúltera) con el
bolso abultado por los furtivos billetes de las citas y las cartas un pie en la
calle, cuando la bala que se dispara en la cabeza lo abate sin remedio, ¿quién,
pues?
Fuenteovejuna a una, a
lo grande, a toda una voz de un extremo a otro extremo de las españas, que es
un albero fétido y homicida donde el único clamor unánime sólo se alza a los
cielos ante los mulos destripados regando de intestinos la arena de oro y rojo
y el degüello definitivo del animal y a veces hasta el del hombre de luces
pues, ¿qué clase de
sociedad es ésa?, ¿qué cosas se traen entre manos ya que no en las molleras sus
apáticos pobladores que parecen estancados en el tiempo, acarreando a rastras
el atraso proverbial?
¿qué cosas?, el
bachiller no deja una sin nombrar (y todavía le faltan cientos más de cosas por
decir cuando la muerte, que él mismo apresura asqueado en plena intemperie
emocional, se lo lleva hasta el hoyo agarrándole del tupé)
a los perros salvajes
se les cortan las cuerdas bucales, de la garganta sólo emerge un estertor…
pero es suficiente con
eso, porque ese jadeo apenas audible aunque rabioso es como una tinta simpática
que termina esclareciéndose a los ojos de aquellos lectores cuyo ánimo y
voluntad andan lejos de la mojigatería general
en el último año ha
sido un animal moribundo (probablemente sin él saberlo, pobrecito hablador),
pero restañaba a solas las heridas, respetaba a su esposa, quería a sus hijos,
entretenía a su querida y colmaba sus caprichos, seguía adelante, y escribía,
alborotaba con pluma insobornable y sátira afilada y explícita la hispana
siesta secular de modorra vergonzosa, refrescaba la resaca de siglos de
decadencia, la atmósfera asfixiante de las Batuecas: todo podía ser mejor, todo
podía hacerse de otra manera en esa región infausta donde nada de lo viejo
terminaba de morir y lo nuevo no acababa de nacer, vuelva usted mañana, o
vuelva usted pasado mañana, o no vuelva usted nunca
así página a página,
día a día, y en las cosas de las españas nada cambiaba salvo aquellas formas de
la abulia aún por descubrir, pues todo lo malo es susceptible de empeorar en
esta nación de figurones sin un ochavo, castellanos viejos, calaveras de salón,
funcionarios badulaques, petimetres envarados, curas panzudos, leguleyos
corrompidos, políticos necios y gente cuartelera sin nada que les entretenga
nada más que el vino de la cantina y sacar los caballos de las cuadras dos
veces al año en disputas propias de mozo de cuerdas a pesar de los vistosos
uniformes y de desenvainar y descubrir a la luz los sables de hoja reluciente
como el sol, que para nada han de valer pues al cabo les basta con las miradas
furibundas y los insultos, envainose la
espada, tocose el sombrero, miró de soslayo, fuese, y no hubo nada
aquí la fiesta es
hablar y rezar con cuatro amigos en tu casa, aquí se duerme la siesta a toda
hora, ¿y qué hace el que no duerme?, pues está despierto pensando en las
musarañas y nada más, por aquí a la noche el teatro, que un poco sí hay, aunque
es para cuatro gatos que siempre son los mismos, así que uno ya se aburre sólo
con verlos en el palco y se le quitan las ganas de pasar por taquilla, aquí hay
corridas de toros para los ibéricos más gustosos de la sangre, y todos los
otros, la pobre clase media, pues la clase baja cuando la hora del asueto se
contenta con las castañuelas y el pandero y el jipío, si la faltriquera lo
permite, el lujo de seis o siete duros por boca, y si no, mete la familia y
hasta la abuela si existe en un coche de punto y se van directos a una fonda de
las afueras, de las de medio duro, donde todo es puerco: mantel, servilletas,
vasos, platos y mozos, donde al agua con yerba le llaman sopa, las aceitunas
están magulladas, los fritos de sesos de
relleno con más pan que otra cosa, el pollo que masticamos el que por
desaliento dejaron otros ayer, de espanto para las narices la ternera mechada,
y el postre final el que hartos de roña dejaremos nosotros intacto a los
desdichados comensales que han de pecar mañana entrando por la puerta por la
que escapamos hoy nosotros, y donde el vino del principio al fin que ayude a
trasegar ese miserable condumio bien parece ser el de la fuente de la calle a
tres pasos del mesón terrible, morapio se diría bienhechor que por ligero,
insípido y transparente no embrutece y deja en aguas benditas el estómago
buena es esta España
que a la horca madruga, poco amiga de levantarse pronto, a veces hasta a horas
intempestivas lo hace, como a las diez de la mañana, qué madrugón vil, aunque
ya lo tiene todo hecho a esa hora y a la de todas, al igual que ese lechuguino
que come de gratis, se viste de ganga y vive de prestado y que al salir por la
puerta de la fonda con expresión grave y noble, y no esconde tras la apariencia
más que chulería de corrala y bajeza de arroyo, proclama con voz de señorío que
mañana le pediré a usted la cuenta, mesonero
así que ya lo sabe
usted, y vuelva mañana, o al otro, o al otro día de después, que aquí el
trabajo es andar de zascandil, meterse en fondas a comer de gorra o a
empuercarse, parecer mucho de lo que no se es tras una máscara y vivir del
cuento o del ningún dar un palo al agua, pues aún andamos en tiempos de
cristiano viejo, de hidalguías con la sangre limpia de la ralea de judíos y
moros
y con lo que se
escribe, vaya si se escribe, al menos la mitad de los españoles lo hace, vaya
si lo hace, pero no se lee, al menos la mitad de ellos nunca lo hace, qué va ha
hacer, ésa es la verdad lejos de todo chascarrillo vistoso y bienhumorado
entonces la mitad que
escribe es la mitad que… ¡se lee a sí misma!, ¡por Belcebú, qué frugal
entremés, qué sainete, qué zarzuela, qué esperpento, qué decepción, qué
desolación, qué cosa estas españas!
España, aparta de mí
este cáliz, dice hasta el extranjero harto de exotismos
les duele España, y en
lugar de librarse de ella, se matan los poetas como si fuesen ellos la pena y
también la causa de su dolor, ¡qué tragedia si no fuera a la vez comedia!
tragicomedia
a los poetas
simplemente se les ignora si no son de los del ripio o aficionados al romance
recitado y facilón de taberna, y si son de los otros, románticos y con el mal
del siglo, se les deja en paz con su pistola en la mano, esos se bastan ellos
solos para matarse sin mayores alharacas por un desaire de amor o por un asco
repentino
a los perros rabiosos,
puesto éstos piensan más allá del gesto y el dandismo exteriores que tanto
confunde al inepto, se les dispara hasta matarlos aunque vistan levita lucida,
chaleco de tisú y corbata de seda, hablen con tino y hagan de su elegancia una
lección continuada de mesura a los precipitados, a los toscos y a los zafios
y a los otros, poetas
perros de menor calibre, mejor o peor vestidos, mansurrones de ojos tristes por
mucho que ladren con una pluma en la mano, que no tienen más crimen para morir
que el ser más débiles que sus verdugos, se les pone frente al toro para que
los reviente a cornadas en un santiamén ante el regocijo público que se deleita
al contemplar como la arena amarilla del redondel va tiñiéndose de rojo a lo
largo de la fiesta nacional
poetas… no he conocido
ni uno solo que no tema de su madre/madrastra España un bestial azote en el
culo, que los reparte a diestro y siniestro cuando le viene en gana, y sin
parar en mientes, así que han sido pocos los que se han librado de ellos,
incluso los más pudibundos e insignificantes, meros pendolistas de domingo y
toda esa tropa de funcionarios de la rima, huyen del coscorrón como si
estuvieran a la altura de los señores Quevedo, Machado, Neruda, Rodríguez,
Valente, Cernuda, Aleixandre, Blas de Otero, Gil de Biedma, Ángel González, y
otros sin tierra, espejos de anónimos y proscritos…
esa pistola tiene un
mango pulido tan fascinante, dan ganas de acariciar su madera suave, asirla,
pegarse un tiro en la sien y… ¡empezarlo todo!
el fiel y último
encanto de estar solo
qué tiempos…,
¿universidades?, que baste con la tauromaquia
que súbditos
qué rey… y los
políticos que le siguieron, qué dignos de su vileza por estar más al tanto de
su interés que del bien general
¿artículos, dices que
escribe?, al final son todos un epitafio, un enterramiento de las ganas, nada
queda del vigor que infundía la esperanza de los años aún más jóvenes, un hastío
y un asco que ya busca en lo más hondo de la tierra el apaciguamiento, la pluma
no basta, seca como una hija podrida de aquella madre marchita, terrible, sabe
el escritor que esta patria es cementerio, solar de un presente aborrecido,
pero también espacio de lo futuro
¿qué queda?, un dandy
más bien feo de facciones morunas, pelo negrísimo en tupé, labio abultado y
estatura corriente, duelista sin sangre ni primera ni última, le basta la
pluma, tertuliano de café a media mañana o a medianoche pero con el trabajo
cumplido, esposo desconcertante y contrariado, padre invisible, adúltero
seducido y abandonado por la amante
de España ni mentarla,
que no hay remedio
ni siquiera puedes
experimentar con el lenguaje amigo Fígaro,
en tus españas, respecto a la prosa, ha sido declarado delito toda innovación y
cualquier novedad en ella es objeto de sátira sino de desdén indisimulado
malos tiempos para la
literatura cuando la prosa se hace teatro pues ni siquiera la escritura te
queda
Talía no sabe si reír
o llorar (tal vez bosteza)
la querida que reclama
sus cartas decide en el último acto, definitorio pues, optar por la mediocridad
sin sobresalto junto al marido cornudo, la rutina muelle de los días sin
precipicios, antes que la bulla incendiaria en la mente de un amante genial
pero imprevisible
y ahora que corra el
telón
apagad las luces
silencio, silencio
fúnebre, las exequias al rabo en buenas horas
el disparo a la cabeza
es el punto final.
Escribir, ¿para qué?
No para desesperar.
El arte es feliz.
Difícil (extremadamente en ocasiones), pero no ha de alcanzar nunca los límites
de una tortura, pues sería cosa majadera.
Sé extravagante.
Una
buena estratagema de venta sería escribir un relato bastante largo con el
título también bastante largo pero fascinante de El Café La Reina Negra del
Padre Flanagan. Incluso escrito en español, y aunque tratara de maricas y
drogadictos, los tipos de The New Yorker
o de Harper’s no dudarían ni un
segundo en comprártelo.
Y
recuérdalo tú y recuérdaselos a otros, eres culpable siempre, sin duda.
¡Y
qué!:
490
pecados registra el celo desatado del reverendo Jabes Branderham: son
demasiados para no haber incurrido en alguno de ellos.
Todos
pecan, y más en literaturas: don caballero y don lechuga, que aquí andamos
entre birloches sin barriguera, lacayos, escribientes, sastres, mozos de
cordel, tenderos, mesoneros, aguadores, calaveras… y todos don caballero.
En
fin, tenemos Rey y tenemos Papa (pues ya lo tenemos todo).
En
fin.
En
fin, que un domingo cualquiera por la tarde termina uno riendo y aplaudiendo
las gracias de la celebrada comedia nueva en cuatro actos de don Manuel Eduardo
Gorostiza titulada Contigo, pan y cebolla.
El asunto, y no adelantaremos más, es idea feliz y nos muestra implacable y
fluida las causas y consecuencias de los desastrados amores que alcanza a
propiciar la descabellada idea romántica del matrimonio sólo guiado por el amor
ciego, algo que ya registraran las crónicas antiguas, desde Píramo y Tisbe,
hasta Leando y Hero, como bien señala el satisfecho espectador del gran teatro
del mundo en su nota crítica, nuestro Fígaro,
diablo cojuelo espía de las costumbres y gentes del lugar, duendecillo no poco
arrogante, juez severo de la sociedad de su época, que es ver y dejarse ver,
aparentar y poca cosa más, y escribidor excelente.
Murió
joven, dicen las necrológicas, a saber el centón sucio de su alma, sin que nada
de lo desarreglado en el país que enumeró y censuró en sus cuartillas quedara
enderezado ni por pienso. Más o menos como su propia vida, que deja todo a
mitad: profesión, matrimonio, hijos, la España suya, la España nuestra…
Ninguna
muerte explica una vida: un solo acto, y además, el último, aunque estrambote,
aunque fuese suicida, no basta para esclarecer o contrarrestar los otros
cientos de miles más de actos que quedan atrás. No explica una vida ni le da
sentido, pero el trueno que la finiquita la corona de mansedumbre o de rebeldía
invencible o simplemente la concluye de normalidad, de acatamiento… o de
desafío ante un destino inevitable al que por orgullo se le quiere despojar de
la máscara ilusoria cuanto antes. Pero sobre todo un suicidio, salvo el que es
producto de los avatares de la misma vida, es acabamiento mental. Un hombre
puede ser destrozado, pero no derrotado, diría un siglo más tarde otro suicida
al que también al final le quemaba la pluma en la mano. Precipitar la muerte es
dejar a los sobrevivientes sin palabras, enredarlos en conjeturas y dudas.
Matarse joven, aún sin caries en los dientes, qué escándalo, que estallido en
la razón, es una gratuidad, y uno nunca se mata por aburrimiento: lo hace por
vencimiento definitivo.
Vuelva usted mañana, o al otro, o al
otro de después, o no vuelva usted nunca…
No
vuelva usted nunca.
Quedó
el cuento inacabado.
¿Las
españas? Bien, bien, a Dios y a sus mercedes gracias: a rastras avanzan hacia
el horizonte, que es ilusión, humo y nada, y así lleva dos siglos ya. ¡Que una
fuera Imperio y Jefa del mundo todo… y ahora esta miseria!, exclama sin pudor
ninguno cada glorioso (mohoso) amanecer la renqueante, la que se cubre con
vestiduras adeudadas que disimulan los harapos de debajo.
Fue
nuestro cronista lenguaraz demasiado pusilánime, hasta insomne apabullado, poco
feroz: tendríamos que haberte cortado las orejas como a los perros de batalla
para calentarte de una vez la sangre, y aquello de las españas y tu pluma fuera
un Troya a dentelladas.
Mártir
de nada ni de nadie ni por nada, reza el primer y único mandamiento en el año
de gracia de 2008, nada menos, ¡voilá!,
siglo arriba, siglo abajo, cuando al suelo se vienen los castillos de aire,
arena y naipes, cuando los espejismos se resquebrajan y la piel del oso era el
velo de tu engaño, más de doscientos años después, que no es moco de pavo, de
aquella detonación pistolera contra sí mismo de un gran cansado y husmeador
disfrazado de petimetre en una calle cualquiera de aquel poblachón manchego que
era un Madrid delineado entre albañales, arroyos pestilentes y las montañas de
mierda de las ganaderías domésticas que acampaban a sus anchas y que ni era
rompeolas de las españas ni ciudad digna de condición de capital ni de nada de
nada y sólo era vividero de parásitos, plumíferos canallas y serviles, vagos,
maleantes y chusma sin oficio ni beneficio que medraban a costa de la innúmera
e ingente ralea de los aposentadores de la malhadada corte de los milagros que
se turnaban para joder de lo lindo y hasta a lo bestia a las españas
periféricas que ni siquiera por entonces asomaba la patita autonómica…, en fin,
todo llegará, porque llega.
En
cuanto a mí, Charlie, no me conviene despreciarme, eso sólo me conduciría de
nuevo al punto de partida, y ni en mis peores pesadillas sucede tamaño dislate,
dónde te has equivocado, dónde no te has equivocado, qué no supiste aprender,
de qué forma perdía el tiempo aprendiendo tonterías triviales, de qué te
acobardaste, cuándo fuiste valiente, qué has hecho, qué dejaste de hacer, qué
desierto de hombre, qué risa…, y todas las copas bebidas hasta las heces,
curiosa expresión que, digámoslo de una vez por todas, alude a ese poso de la
penúltima copa que siempre sabe a mierda y fango, ese olor nauseabundo que
despide el arrepentimiento, tampoco lograrán que me torne sentimental y llorón
y me compadezca de…, de… ¿de qué? ¡Al diablo con todo!
¿Pues
no soy yo como Odin? Sabio y tuerto. Indiferente, como todos los dioses, a la
rara presencia de la bondad; divertido ante los mil disfraces de la maldad y
sus ardides. Sobre mi conciencia todo; sobre mis espaldas nada, confiesa el
otro articulista, gacetillero que si no de costumbres rijosas bien avisado está
de los pasatiempos de sus contemporáneos tan lejos de los nuestros, los
provincianos de su época, inspirado más que por las calles, sus andantes y sus
máscaras (la sociedad, ¡ah, la sociedad!) por la docena de cafés tan negros
como su alma que se echa diariamente al coleto como si bebiera agua y los
cincuenta cigarrillos de hebra, de negrura hispánica, que asola y pudre sus
pulmones.
Moja
la pluma en el líquido más negro y en los humos nocivos que sólo a él lo matan:
una actitud que dispara al aire sin herir a nadie de sus compatriotas, un
inocuo tirachinas.
(¿La
sociedad? Bien, bien, a Dios gracias. Perfectamente saludable y perfectamente
idiota. Sin un rasguño.)
Escancia,
cobarde.
Y
por aquí andamos, la grey…
¿Hacia qué mundo
vamos, en este 2008 de nuestros pecados?
Paula (millones de paulas como ella que en el mundo son) ha
reflexionado sobre esa dirección: a la nada, ha dilucidado no sin cierto
destello pasajero pero de inevitable espanto en su mirada desdeñosa (la señora,
que está en su punto a estas edades, piensa vivir mil años, y cualquier
amenaza, por pequeña que sea, tiene que ser neutralizada de inmediato).
Luego, habrá que
rectificar, se dice Paula, paladín:
Los pedos y eructos de
las vacas son los culpables de la destrucción de la naturaleza del mundo: hay
que matar a las vacas cuanto antes para que mis nietos sean felices cerditos
roncadores en una atmósfera límpida y refrescante.
¿Y eso?
¡Ah, los gases de las
malditas vacas…!
¿Acabaremos con ellas?
Corbon Balance and Management:
La emisión de metano
(CH4) por parte de los rumiantes es un 11% superior a lo que habíamos calculado
hasta ahora. Este gas de efecto invernadero resulta altamente potente con un
índice de GWP de 25.” Recordemos (¡cómo no, cómo vamos a olvidarlo, padre
Agustín!) que un millón de toneladas de metano equivale a emitir 25 millones de
toneladas de CO2.
¿Y cómo evitar las
futuras catástrofes que sobrevendrían con el calentamiento global?:
evitando,
naturalmente, los pedos de las sucias vacas.
¿Existe un remedio
eficaz para ello?:
Por supuesto: el
compuesto 3-nitrooxypropanol, una molécula de síntesis que inhibe una enzima de
los microorganismos que producen metano en el interior del rumen de los
malditos bovinos.
De venta en los mejores establecimientos del ramo.
Escápate a Venecia,
metáfora del hundimiento y la mugre milenaria improvisada.
¿A Venecia? ¿Y para
qué? ¿Pues que no será la moda más repugnante desde doscientos años atrás en lo
que respecta a los viajes inútiles? Aguas malolientes a punto de tragarse de
una maldita vez todas las fachadas de piedra decadente y sus inútiles y
sórdidos ornatos carcomidos por los siglos…
Todas las agencias de
viajes son un cuento chino: te lo puedo demostrar: puedes creerme sin dudar un
segundo: también Venecia puede oler como el pedo natural aunque nauseabundo de
una pacífica vaca tirolesa.
Qué ruin idea del
tiempo de uno, malgastándolo en curiosidades vicarias, tan ajenas a tu
verdadero yo.
Es ese único decorado
de parque temático propicio en los actuales tiempos para americanos gordos de
Ohio, españoles horteras con dinero sobrante que tirar y japoneses ávidos,
ciegos por las cámaras fotográficas que velan minuto a minuto sus auténticos
ojos, ahogándose a codazos y miradas homicidas entre ellos en los canales
putrefactos, o tal vez hinchándose hasta reventar de bocadillos de gambas,
todos ellos bebiendo sin parar Martinis hasta acabar derrumbándose en el
camastro del último piso de un palazzo que huele a podrido y está a punto de
venirse abajo, o peor aún, dolientes y resacosos atiborrándose de comprimidos
de ibuprofeno en la habitación de un hotel aséptico y funcional, concebido con
crueldad para el turisteo masificado del solo y patéticamente yo estuve allí, yo, el turista nada
accidental: puedes jurarlo por tu vida, estas son las fotos, estas las heridas
de hoy en el rostro envejecido, cientos de fotografías ridículas y pretenciosas
que intentan eternizar un paisaje, una calle extraña, media docena de escenas
urbanas, un edificio sin gracia, tan imponente que parecía, perpetuarme yo a mí mismo escondido en las tripas de
una irrisoria cámara digital, una foto que probablemente nadie, ni siquiera
tú, vuelva a visualizar jamás, puedo
enumerar hasta algunos de los condumios, las amistades casuales hechas y
deshechas durante el aperitivo del mediodía, las conversaciones con los otros
compañeros inútiles de viaje tan frívolos y superficiales como yo, los
atardeceres aburridos y agotadores hasta la hora de la cena, las excursiones
nocturnas y breves sobre el cuerpo de mi pareja desfallecida y con los pies
inflados por la caminatas diurnas a ninguna parte.
Sólo en Venecia,
rodeado de sucias palomas mendicantes, bajo un cielo gris y asfixiante, he
creído verdaderamente que iba a sobrevenirme un infarto masivo en andanzas tan
grotescas: más que impulsos eléctricos, lo que parecía recibir mi corazón eran
puñetazos: curiosamente, los flashbacks
que en seguida me desplazaban del tiempo presente sólo iban para atrás unos
minutos de mi existencia actual, como los propios del cine más reciente, y no
retrocedían a años retrospectivos hasta arañar en la costra de pedernal del
mismo pasado el origen de todo, de ese
mal de ahora.
Y al fin y a la
postre, la verdad última escondida en el fondo de su mismo dandismo
afrancesado, pues era inevitable aceptarlo, tan evidente era como los males de
las españas:
me creo mis mentiras
cuando, por desgracia, hay pocas verdades que creer:
francamente, creo que
valgo más que mi criado:
si así no fuese, le
serviría yo a él, lo cual es una manera de invertir los papeles que me resulta
francamente desagradable...
En fin… (el fin).
Si tu vida no te
gusta… no te mates, plagia la de otro, que hay donde elegir:
Fígaro: Es de advertir que siempre que escriba
sobre un asunto que haya tratado otro escritor, al cual yo me crea inferior,
creo mi deber robarle cuanto me venga en gana, y no por eso dejaré de llamar
original a lo que de aquí resulte.
Contrariamente a
mister Shakespeare: robo de los malos poetas lo que me place… de la misma forma
que un padre aparta a sus hijos de las malas influencias para mejorarlos.
¿Qué hacer con Fígaro?
Te vamos a utilizar
como espantapájaros de las modernas españas: tupé en lo alto, barba recortada,
frac elegante, media de seda, chaleco de tisú de oro, literato y escritor,
lector de día y noche, bailarín sin alegría…
Vistoso palitroque, a
fe mía.
¡Silencio, pues,
hombre borracho! Ya es sabido que aquí de cada piedra nace un necio. Nada has
de decir que no sepamos, y tú, que de sobra conoces las miserias de tus
contemporáneos, pues hasta te matas, quer tan bien andas lejos del remedio o de
las ganas de meterte a cirujano de almas. Dejas las cosas en paz o en guerra,
pero las dejas, ¡y aún no has llegado a los treinta, cobardón!
Tieso como Gerineldo,
brazos en cruz, impertérrito ante el frío de la nieve, inmóvil en la ventolera
de marzo, indiferente al calor de julio, los ojos de paja, y la sangre también
de paja: espantadas las avecillas glotonas, salvada la cosecha… ¿aun en el
erial de solo paja? ¡Menuda recolección!
Los espantapájaros
siempre aparecen vestidos de frac, solemnes y envarados, usted primero, doña
Cuaresma, que todo el año es Carnaval. De remate, a algunos, qué escarnio, les
coronan la cabezota redonda como una luna con una chistera, tremendo oxímoron
en tan grotesca figura, para el desconcierto, supongo, de aves y extraños
pusilánimes.
Espantapájaros… y
resulta que ésos, los turistas que se deslizan de un extremo a otro por la bola
del mundo como auténticas cucarachas, insolentes e intrusas, sobrevivientes a
cualquier exterminio, abrevan y triscan por decenas de millones en un año a lo
largo y ancho de la tierra patria como si nada, sin miedos ni prejuicios de
ninguna clase, tirándose pedos como las vacas, lo que desmiente muchos tópicos
acerca del guiri, ni siquiera, qué sorpresa, les duele España: no asustas ni a
las cucarachas. A lo mejor, incluso les divierte contemplarte ahí, la escultura
de un payaso que no produce temor, y, además, mudo, incapaz de una
reivindicación por nimia que fuere de las cosas todavía nobles y memorables que
perviven en la nación, callado y sumiso ante el vendaval de la historia cruel y
voluble, reiterada y digna de olvido por ser mera cronología de guerras
sangrientas y trapicheos canallas de gabinete político, ahí te yergues a lo
alto desde el suelo de barro de las españas, resignado a tu papel estrafalario
de colorido monigote, lo que te hace víctima de los insultos más obscenos de
los niños deslenguados y cabroncetes, esa prole mocosa y anónima, ya un poco
asquerosa, que cuando adultos asirán en la mano el palo con el que arrear los
golpes a su replicador y no la pluma para explicarse.
¿De verdad me hallo en
compañía de seres humanos?, se pregunta la narradora (contadora) Nelly Dean.
Cambiar de país de
nada te habría servido. Francia te hubiera vuelto un poeta lelo. En Londres
habrías acabado pintando aceras. El exilio te excluye de una realidad acuciante
y te sume en la ilusión, en el espejismo más culpable.
¿Cómo creer en España
en cualquier siglo pasado, presente o venidero?
Arroja el palo lo más
lejos posible de ti, y a ser posible, también la pluma: limpio de corazón, sé
un JD.
Cierra los ojos y ten
fe.
¿Sólo la fe me es
necesaria?
Y sólo de una clase.
Dos trascendentales de
ellas nos enseña el evangelio: para creer en la existencia de Dios basta, al
parecer, la fe sin más, puesto que nadie puede demostrar lo contrario, su no
existencia; para creer en la concepción milagrosa de María, llamada la Virgen,
asunto meramente biológico, ya es inevitable echar mano de la fe del carbonero.
Feliz, o nada, España.
España que trisilabea.
(Demasiado tiempo
hemos creído en esa disyuntiva mentirosa, que no deja lugar a alternativas más
piadosas.)
Sólo con que fuera de
carne y hueso, de la materia humana como sus hijos…
Pero, ¿qué país es
éste que uno de sus más señeros pensadores no dudó en aconsejar: Ay, España,
ay, si aquí te dan un premio invéntate un cáncer, que luego han de ir al
degüello.
… a ese lorenzo, lorenzo que me des la
vuelta que ya estoy tostado por este lado, como las sardinas, lorenzo, como
sardinitas pobres, humildes, ya me he tostado, el sol tuesta, va tostando, va
amojamando, san lorenzo era un macho, no gritaba, no gritaba, estaba en
silencio mientras lo tostaban torquemadas paganos, estaba en silencio y sólo
dijo —la historia sólo recuerda que dijo— dame la vuelta que por este lado ya
estoy tostado… y el verdugo le dio la vuelta por una simple cuestión de
simetría.
Simple ley de
compensación… en el juego de la envidia, y juego porque me toca. Si premio es
las españas, proclámate un cáncer.
La segunda pregunta me
interesa mucho: Heathcliff, ¿es un ser humano? Y si lo es, ¿está loco? ¿O es un
demonio?
Nada es inmutable.
Todo es perfectible. Pudrible.
1976.
Servidora. (Comentando un reno de qualité, no del
todo manoseado por alguna poseedora previa, equivocada sin duda, dejado a medio
leer seguramente, pues quien quiera que fuese la lectora lo había creído un
folletín más de los de Pérez Escrich y análogos, y cundió la decepción, o lo
conceptuó como noveleta de amores
descarriados y tremebundos, violentos hasta el paroxismo, todo lo contrario de
las amables y felices tramas de Corín Tellado, y más o menos al tercer
capítulo, páginas inmaculadas a partir de entonces, llegó la capitulación y
arrojaron el libro a un lado: Cumbres
borrascosas, nuevecito, casi intocable):
No lo puedo evitar,
niño, soy una romántica del tipo zorra sensiblera.
Así me gustas más,
lectora y puta.
Se excitaba el joven a
la espera del segundo polvo de la tarde.
He llorado como una
loca. ¡Qué novela tan apasionante! Se
nota que su bendito autor conoce a la perfección el alma femenina y sus
desasosiegos…
Boceto. (La interrumpe impaciente ante ese
vocabulario de aprendiza aplicada con las manos oliendo a lejía o a la reciente
peladura de ajos para la comida del mediodía):
Ese libro lo escribió
una joven (una joven vieja, piensa para sí), una inglesa aburrida y solterona
algunos años mayor que tú, y en cuestión de doce meses. Luego, al año
siguiente, se murió…
Servidora:
Ah, Pues no sabía yo… Bueno, es igual. Es
un libro precioso. Se diría que sus personajes viven nada más que para el amor,
y por él mueren. ¡Qué tiempo de finales terribles! ¡Qué hombres, qué mujeres! ¡Abrir la
sepultura de la amada, con ella yacer!
Boceto. (Cabizbajo, en un aparte):
¡Qué épocas de
confusión y sexo reprimido hasta la tortura más basta y bruta! Y anda la
lectora con lloriqueos decimonónicos…
Servidora:
Y todos se miran unos
a otros… de forma lisonjera.
Boceto (en un aparte, desabrochándose la
bragueta con cierto nerviosismo por las prisas):
A ésta con los renos la estoy volviendo loca… Empieza a
perder el juicio, como el chalado de Alonso Quijano. Que vaya abriendo la
boca… ¡Se la voy a meter entera a la
romántica!
(Hay que ver como pasa
el tiempo.)
1982.
(Año de la gramática
parda.)
Perdido en mi habitación
sin saber qué hacer se me pasa el tiempo.
En el mundo todo es
fiesta: todo el mundo invita, caprichoso y carnavalesco, al jolgorio.
Servidora. (Desafiante frente a la esposa del
financiero adúltero que se acuesta con ella, una servidora de las de siempre, y se la jode tres veces por semana hasta
quedar para el arrastre el tipo (los huevos quedan rígidos y pegados al culo
como los de los tigres y la polla cuelga exánime como un dátil oscuro), con la
pérfida sonrisa en los labios de quien se sabe inmune a las venganzas beatas de
esa pobre desgraciada e insípida esposa lloriqueante, sidua visitante de El
Corte Inglés con tarjeta de crédito y débito ilimitadas, temerosa sino de Dios
y sus oscuros designios sí del cáncer traidor y silente de mama, sobrecogida
por el temor de la droga caída directamente del cielo a las manos de su prole,
nene y nena aún con las tapas de los carpesanos luciendo fotografías de los
grupos musicales más de moda, recién escapados de los estribillos blandengues
de Parchís, recelosa de la España
cuesta abajo por culpa de esta democracia socialista de todos los demonios,
asustada por el mundo desconocido y procaz que ha venido y nadie sabe como ha
sido, pero es, y, principalmente,
asustada por la vida y sus sucios fluidos, oh, Dios, oh, Dios, adónde hemos
venido a parar):
Mire, señora, a mí me
gusta que me follen, disfruto como una bestia tirándome a los tíos y
chupándoles la polla… Yo no hago ningún mal siguiendo mis instintos de hembra
bien hecha y bien nacida, y a la que no le guste que se tire a un tren o que
reviente hinchándose de tortilla de patatas (a la española).
Amén.
Otrosí:
Tan niño y ya tan
retorcido el señorito, dijo para sí Servidora
entre intensos suspiros, a cuatro patas sobre la cama, con las tetas colgando y
oscilando de un lado a otro por los furiosos embates del infante centauro,
sintiendo como el muy libidinoso prestador de libros la enculaba sin guardar
excesivos cuidados, la penetraba con violencia blasfemando a cada sacudida…
¡Ah, este hombre implacable y feroz como un lobo, este… Heathcliff, esta bestia
de hombre!
Y todavía más pasado
el tiempo, veinte años, que no son nada, sus hojas frágiles de un calendario
imposible, que es un suspiro entre cambalaches, jodiendas, nacimientos y
muertes.
2002.
Servidora (Plácida Albentosa Campillo, 49 años,
separada, sin hijos, empleada a horario completo desde 1995 en la residencia de
ancianos El Bienestar, sita en
Godella, Valencia), en sus ratos libres, que son todos los que le permiten
intermitentemente la somnolencia sempiterna y la higiene volandera de los
viejos puestos a su vigilancia, lee y lee como si fuese a acabarse el mundo.
Lecturas de la última semana: tres novelas anoréxicas de Amelie Nothomb (en el
transcurso de esos siete días, el jueves, recuerda, murió pacíficamente
mientras dormía don Enrique Eduardo Tamarit Altallana, notario jubilado de 87
años, residente en El Bienestar desde
abril de 1995, el mismo mes de la incorporación de Plácida Albentosa Campillo, una servidora, a la plantilla de la
residencia, circunstancia que hizo de ellos dos muy buenos camaradas en lo
sucesivo, don Enrique era gran degustador de los caramelos Sugus, a los que
aficionó a nuestra Plácida, y lector amantísimo de don Vicente Blasco Ibáñez,
de quien había leído enteramente los seis tomos de sus obras completas editadas
por Aguilar, volúmenes en piel y papel biblia que donaría, según nota
manuscrita hallada en su mesilla de noche que dejaba muy claro su deseo, a la
ya identificada Plácida, a la que había hecho, asimismo, fervorosa lectora del
escritor valenciano, heredera feliz que recordaría mucho tiempo después, en
edades de hacer recuento biográfico (2018, año que no se nos permite atisbar en
ninguna de sus celdillas), que también hubieron dos ingresos en la semana Amelie Nothomb de aquel lejano
entonces: doña Carolina Maestro Salvat y don Julio Peris Grau, de 81 y 78 años
de edad respectivamente, en la actualidad (2002) ambos en plena etapa de
adaptación a la rutina residencial: la vida sigue… ¡lo que quede de ella!);
próximas lecturas (en dos semanas): La
reina del Sur, de Pérez Reverte; La
pequeña pasión, de Pilar Pedraza; Tranvía
a la Malvarrosa (una reelectura: va a leerla por tercera vez), de Manuel
Vicent y Querido Corto Maltesse, de
Susana Fortes.
El año 2002 tenía
forma de calabaza, creo recordar, aunque no estoy muy seguro, no sé… Charlie,
ilumíname, que ando algo embotado esta noche.
(Escancia, cobarde.)
Que son todas, y no
sólo esta noche, baboso hijo de puta, piensa el Charlie de hoy, cuarentón,
bajo, de cabello gris peinado a un lado (el derecho: anomalía, pues) y sin
ninguna esperanza de mejora laboral en lo sucesivo, lo que hace de él un
perfecto y solícito servidor de los clientes nocturnos y pacífico oyente de sus
miserias, penoso horario de jornada éste de la medianoche del que ya no podrá
liberarse nunca el paciente Charlie si quiere comer al día siguiente y al otro
de después y al otro: ningún oficio serio el del escanciador de las copas de
los borrachos ilustrados que hacen del ingenio (ese arte menor) su poesía, y nada
de beneficio ni renta salvo trabajar, pobre Sísifo de clase baja, para seguir
pagando por respirar y engullir la tortilla de patatas, y chitón, pues, el
cliente siempre tiene razón.. y tiempo de sobra a ese lado de la barra a la que
tan buen aficionado es: larga es la noche, poca la mies, pero algo es algo.
Muchas son las historias y sandeces de mil clases que uno aguanta, inagotable
anecdotario, copa va, copa viene, horas y horas…
¿Acaso sabías tú,
Charlie amigo, que el vicioso y borracho hermano de las Brontë, que de una
curda reventó por todas las costuras, si no escritor como las hermanitas de la
caridad de aquellas, sí como amanuense tuvo una rara habilidad para asombro de
propios y extraños?
Ignoro cuál puede ser
esa habilidad, jefe.
En realidad no tiene
ni idea de quienes son esas Brontë, ¿Primas del señor, quizá? ¿Compañeras de
trabajo? ¿Putas ocasionales de carretera?
Yo te lo diré.
Pero antes renueva la
copa, Dioniso.
El tipo, el hermano
echado a perder era capaz de escribir dos cartas de distinto contenido a la
vez, una con cada mano.
Cada uno es genio a su
manera: hasta para acabar en el circo de las pulgas.
Todo es aprovechable a
los ojos del Señor: una rosa, un borracho insomne, un rufián de burdel, un
perro ahorcado, las campanadas del ángelus, el tipo con una pluma en cada mano…
Su hermana…
¿La hermana de quién?
Del tipo ambidextro…
Ah.
Pues ésa, una de
ellas, no recuerdo cual de las tres, tenía un dogo feroz llamado Keeper.
Keeper es un nombre verdaderamente extraño.
Puede que en inglés no
lo sea tanto, pues es idioma dúctil.
Cualquiera sabe.
Yo, si hubiera sido
una de las Brontë (cualquiera de ellas) y hubiera tenido un dogo (feroz) le
habría llamado Heathcliff, uno de los
personajes más repulsivos de la literatura universal.
¿Más que el tío
Grandet, que el arcediano Fermín de Pas, que el boticario Homais, que…?
Mucho más. Esos sabían
de sobra de qué metal andaban hechos y que fuego los chamuscaba. Heathcliff
mordía al mundo (como un dogo feroz) sin tener ni una sola razón clara para
hacerlo, sólo escupía veneno sobre los vivos porque amaba a una muerta
incorrupta que cuando niña era su compañera de juegos salvajes. Ese Heathcliff,
con su rabia y su alma de lobo, debió ser sin duda la encarnación humana de Keeper, el perro fiero de su madre
literaria, uno de esos bichos que muerden sólo por el placer de morder.
No le andaba a la zaga
la otra, la amante (en el buen sentido, tengamos la fiesta en paz) del dogo: en
cierta ocasión un perro rabioso atacó a su Keeper,
y la dama sin pensárselo dos veces se interpuso entre los canes y fue mordida
por el perro atacante. Sabedora de los estragos de la rabia, corrió veloz a
casa y sin titubear un segundo calentó al rojo vivo un hierro de los utilizados
para tablear tocados y se lo aplicó a la herida hasta casi carbonizar la carne.
Todos los perros
terminan pareciéndose a sus dueños... y algunos de estos a sus perros.
¿Sabemos algo más del
ambidextro? Con esto de los hermanos hay que irse con tiento, te la pueden
meter hasta doblada, nunca se sabe.
Poco más conocemos del
pelanas, aunque lo suficiente: opio, láudano, alcohol.
Bonita combinación que
le llevaría sin gran demora al delirium
tremens.
Dicen que es
espectáculo inenarrable el tal delirium.
Algo de ese delirio
contribuyó a la presencia fantasmagórica y tenebrosa de las almas en pena del
pasado y del futuro, nunca del presente, que se deslizan por los sórdidos
corredores que pueblan de principio a fin la novela del falso Ellis Bell: bien
se diría que el desdichado Branwell susurra al oído de la anónima escritora
desde la sepultura de la vida.
Ese corazón en
penumbras…
(¡Joder, Vivales!)
Entre las tres
hermanas no sumaron ni cien años de vida. Adiós, adiós.
Un perfecto
entretenimiento para las gentes de los páramos la escritura y sus cuentos:
Muy aplicadamente, de
pequeñas, las Brontë contaban tumbas desde las ventanas del hogar, pues la casa
se hallaba en medio de un cementerio siempre envuelto en brumas húmedas: una
manera de jugar en cuanto despuntaba a duras penas el día envuelto en espesas
nieblas, magníficas esas noches a la luz del pabilo trémulo junto al fuego de
la chimenea, rodeada por hoyos llenos de muertos la familia del clérigo
taciturno (y ha de ver, más taciturno aún, muertos a sus seis hijos antes de
morir él mismo).
Llueve afuera, y silba
el viento, los rostros de las niñas inconscientes y perversas pegados al
cristal de la ventana: una tumba, dos, tres, cuatro…
Tras ellas, en una
alcoba, sumida en una luz gris, agoniza la madre, que sólo nació para llegar a
Haworth, a esa casa rodeada de muertos, parir, cerrar los ojos en silencio y
extinguirse.
Esas niñas y ese niño
opiáceo, un despropósito, crecen débiles y diminutos: no comen carne por
prescripción pastoral del cabeza de familia, que sabe lo que se lleva entre
manos (así mueren, todos antes que él): no les daba para la cena nada más que
patatas. ¿No han de ser poetas? Que aprendan, sobrios y ayunos.
Luego, el segundo
entretenimiento del día: atentos a la lectura del progenitor: un par de docenas
de los 31.102 versículos de la aparatosa Biblia que el reverendo custodia con
celo.
¿Qué puede nacer de
ese aire enfermo, del bramido del viento y de las áridas y oscuras colinas de
alrededor?
El espíritu de piedra
de los moors.
Es buen ambiente esa
grisura y esa dureza de pedernal: los niños aprenden a leer solos…, aprender a
escribir, pues, no será más arduo: la imaginación, esa variante de la realidad,
suplanta la razón aunque la fantasía se enmascare de gravedad y del halo
trágico que empaña a todo ser viviente a medida que crece, puesto que nace para
morir.
Heathcliff nace de un
poema, como un ángel rebelde, una planta azul. Ni siquiera es malvado: no es un
hombre de carne y hueso, por sus venas corre una tinta negra, es la metáfora
del mal, una invención etérea. El tipo no debía ni oler, un ectoplasma
inasible, inodoro…, emanado de una mente desenfrenada. Raro que no levitara
desde las páginas enmohecidas del amarillo tétrico de mi edición (Doménech,
Valencia, 1914).
¿Cómo se curte a esas
gentes resignadas unas, feroces otras?
Se les templa sin
contemplaciones a medida que crecen: un potaje de avena hervida durante el día;
a la noche pan sin manteca mojado en un vaso de leche mezclada con agua.
Fortalecida el alma,
la vida no vale un ardite ser vivida.
De tal modo se forja a
los poetas (de muerte temprana).
¡Qué plumas fáciles,
Charlie! ¡Pero qué tránsito brutal hasta alcanzar la gloria!
(Y dijo –y hasta
escribió- sin remordimientos la gloria, la condenada hija de puta: la
gloria… eso que dura en el mundo de los vivos el mismo tiempo que emplean los
gusanos necrófagos en dar cumplida cuenta de tu carroña vestidita de domingo en
el interior del féretro.)
¡La gloria… qué
precio!, exclamaba el bourbon de buena malta y mejor centeno, un timbre
extrañísimo: la gloria...
¿?
Charlie,
¿tú eres español, no?
Sí
(aunque algo mezclado, como todos ellos).
Habrás
leído el Quijote, claro.
Por
supuesto que no. ¿Otra copa, jefe?
Y
allá chapotea, tan… ¡sobrenatural a la luz del día, sobrante de todo!:
Profesor,
háblenos de Goya.
Y
Lucientes.
Y
por ello te pagan, aunque permanezcas mudo las más de las veces: y cuando abres
la bocaza es para hablar de artistas, lo más fácil, y en modo alguno para
esclarecer la constante evolución del arte íntimamente ligada a aquellos, lo
más difícil.
Y
otros, en la oscuridad de los sótanos y los cobertizos, escondidos a la vista,
sin ayuda ni consejo ninguno, crecen como los tubérculos, medran a solas,
virgilianos ellos sin alboroto, tan lejos de cualquier sinecura, de las
inútiles cátedras.
Hablaremos
del Quijote en otra ocasión… Quizás vaya siendo hora de regresar al hogar donde
aguarda mi dicha y mis felicidades. ¿Qué día es hoy, Charlie?
¿De
la semana o del mes?
¿Qué
galimatías es ése?
Si
de esta semana, viernes; si del mes, 21.
Me
falta el año.
Eso
puede descubrirlo usted solito.
¿2002?
¿1987? ¿1976? ¿2008?
Aquel
reno fue de lo más productivo, fértil
hasta decir basta: las mamadas gloriosas
se repetían sin descanso, y además sin una madre que rondara por los pasillos
espiando la malsana palidez de sus vástagos: caballete y pinceles en mano la
dama ya había emprendido el vuelo a la gloria.
Durante dos semanas no dejaron de flaquearme las piernas, recordaría años
después.
¿Cualquier
tiempo pasado fue mejor?, se preguntaba el hijo.
No
le entiendo, jefe.
Ahora
sabemos que, cuando menos, no fue decisivamente dañino, tampoco mortal… Aunque
como las horas, esa sutil y silenciosa cuchilla bien afilada, hiriera y
terminara dejándolo a uno maltrecho.
Todas hieren; la última mata. ¿Sabías eso, Charlie? Es un sabio acertijo.
Todo
el mundo sabe eso, jefe. Es un lugar común inscrito en la tapa de los relojes.
Sí,
es posible. Hasta aparece ya en las galletas de la suerte y en las bolsitas de
azúcar de los bares de barrio, esos del neón más sórdido. Este mundo rueda
hacia su desastre: cantado está desde que existen tipos y tipas dispuestos a
salvar a las ballenas.
Ni
picas, ni hoces, ni siquiera cócteles molotov:
a las masas les ha bastado con la televisión para imponer urbi et orbe sus gustos intelectuales: una colección de un
fascículo y nos sale usted doctorado: universitas por entero, sin exigencias de
señorito, sin pérdidas de tiempo.
Ortega
siempre tuvo razón: hoy en día la cultura se adquiere con esas píldoras que hay
en el platillo junto a la taza de café. Pueden tomarse hasta seis o siete de
ellas de un solo trago. ¡Y qué rasero el del público que tanto buscara el
pobrecito hablador: lo deja todo al nivel de la basura!
¿Adónde
va toda esa masa?
Al
cine… ¡a tragar palomitas!
Por
donde pasa no vuelve a crecer la hierba: o lo hace más rala. ¡Qué galopar
atilaniano!
Cuando la masa actúa por sí misma, lo
hace sólo de una manera, porque no tiene otra: lincha.
Por
fin se ha hecho justicia: el mundo a imagen y semejanza de ellos: lo dice la
televisión, ahí se exhiben, ahí se contemplan a sí mismos, son ellos, ellos son los filósofos, los músicos, los científicos,
los escritores, los artistas, incluso tiene sus caras, sus nombres, han nacido
de la misma madre, se reconocen, se huelen los culos como los perros, mira,
mamá, es como yo, ése imbécil soy yo: lo dice la televisión y eso va a misa (de
doce).
Tal
vez hagan uso de su legítimo derecho: ser lo que son sin que por ello sean
desposeídos de razón o les obliguen a ser lo que no quieren ser, y quieren ser
lo que la televisión les dice que son sin tapujo ninguno, aunque a veces, para
despistar, gustan de contemplar el otro yo
oculto: Ese de la tele es como yo, es un don
nadie.
Me
gustan las series policiales porque yo jamás he tenido una pistola en la mano
ni me he follado una rubia ardiente de
pechos turgentes en mi vida.
Me
gusta ver en las películas de la televisión a tipos que leen un libro porque yo
no he leído un libro en mi vida.
Bueno,
hasta los escritores más exquisitos son víctimas de cuando en cuando de algún
desfallecimiento intelectual, como acontece a los del pueblo llano con sus
frases hechas, sus lugares comunes, su desidia verbal:
Capote,
experimentado estilista (se azotaba masoquista los espaldares con una pluma en
forma de látigo divino), escribió en uno de los últimos párrafos que pudo
culminar a despecho del alcohol y las pastillas que por entonces ingería por
decenas: Me flaquearon las piernas; mi polla latía y tenía los huevos prietos como el
puño de un avaro.
Ahí
queda eso. Puro Baroja... aunque más atrevido.
A
fin de cuentas, la cultura, que no siempre es antagónica, no es sino… un
comportamiento, una disposición, una costumbre, difícilmente una aspiración,
tan cerca de la imposición por muy
buenas intenciones que albergue a causa de su empeño en la conquista de la
igualdad unánime, pues sería cosa de tontos creerlo de ese modo. El derecho a
leer un libro, cualquiera que fuese su contenido, no significa la obligación de
hacerlo.
El
pueblo, que buscaba aquél… o el público (que es lo mismo aunque vestido de
domingo), es un Groucho sin ironía ni
divertido cinismo: Estas son mis costumbres; tendrán que gustarle, no
tengo otras; además, no las pienso cambiar ni loco.
Mantén
tú, por la cuenta que te trae, las tuyas a salvo de que cualquier hortera envanecido te las enmierde.
Más
diabólicas trampas que las que ofrece el rasero cultural ecuménico se ciernen
sobre las paulas del mundo debido a
una inocencia patética, y entre ellas la de creer que el tiempo, que mata, pero
que antes hiere, puede detenerse mediante alguna triquiñuela en las tripas de
su reloj oculto, ah, Paula, Paula, en 2008 (año y sucesos que en estas páginas
van a quedar a oscuras por imperativo histórico), se publicitaba en su ególatra
y grotesco perfil de internet como actriz, directora, guionista, bloguera,
tuitstar, dibujante, ensayista y analista de perfomers…, una gata sabia con siete vidas por delante, ella, la
elegida, tiene cogidas a las siete musas (y una más) por el pescuezo, y todo
eso sin variar la velocidad de su sonrisa, apenas esbozada, sigilosa, lo importante
en este siglo prodigioso es captar lo esencial de los asuntos en los que una
está metida, se decía, y el mejor asunto de tu vida eres tú misma, de modo que
echa mano de todo aquello que puede mejorar tu estilo de baile a la vez que
mantienes ese aire de ingenuidad, e incluso de orfandad, que tanto seduce a los
apocados, a los incapaces para los engaños frívolos y a todos los que se dejan
morir sin antes haberse aseado lo suficiente, y eso, en el mundo de los vivos
restaurados ya les hacía parecer polvorientos y descompuestos años atrás de El
Gran Viaje sin Maletas: nadie diría que el tiempo pasa para ti, qué cosas, tú
tienes un pacto con el diablo, estás siempre joven, te mantienes en condiciones
tan espléndidas… etcétera, suelen decir los admiradores sin saber de
restauraciones, apliques y cirujías, tontos ellos, aunque de todas formas, daba
lo mismo una cosa que otra, salvo la sensación gratificante siempre de sentirte
a gusto contigo misma debajo del pellejo retocado, porque la eternamente joven también
se dirigía pasito a pasito, al igual que ellos menos ajustados y pulidos, al
Asilo de las Arrugas y al Cementerio de los Elefantes:
2008:
¿Tú
como acabaste en este embrollo?
Como
todos: ni una sola ha de escapar con arrugas disimuladas o visibles.
Todos
vamos cumpliendo edades, lo cual es una gran putada porque es algo que una no quiere en absoluto pero no tiene ni zorra
idea de cómo evitarlo y un día malhadado la ginecóloga te habla del suelo
pélvico, que es un asunto en el que aún no se te había ocurrido andar metida, y
mucho menos dar saltitos: No te preocupes, querida, todavía estamos lejos de su
fatal deterioro. De eso ya hablaremos cuando te llegue la menopausia…
O
sea, que existe un fatal deterioro, y antes, malditos sean, suenan los clarines
del miedo:
Una
pequeña incontinencia, una meadilla, ¿sabe, doctora? Los nervios quizás, ¿no?
La
otra sonríe complacida: bienvenida al club.
No
es nada, pero son tres o cuatro bragas al día, un fastidio serio.
Te
presento al señor Kegel, dice la doctora, y ese tipo sí que está metido en el
suelo pélvico hasta las cejas.
¿Y
eso en qué consiste?
Meros
ejercicios especialmente indicados para tonificar la musculatura y evitar su
flojera.
¿Bastará
con eso?
El
plan B sería quirúrgico: habría que colocarte una banda suburetral debajo de la
uretra. Suena feo, pero es una chorrada, una especie de pequeño cabestrillo que
la sostiene firme.
Demonios…
Creo que empezaremos con el señor Kegel.
Tenemos
otra opción: una buena andanada de láser de CO2 o el de erbio. Quedas como
nueva. La maniobra incluso rejuvenece la vagina, lo que sin duda representa una
ganancia adicional nada desdeñable. Recuperas sensaciones de la juventud que
creías abandonadas para siempre.
A
fin de cuentas, querida, es algo puramente físico: se trata de músculos,
fascias y ligamentos: cacharrería nada más.
El
cambio hormonal en una mujer como yo es un maldito tornado… ¡un huracán! Una
maldición bíblica… Qué desgracia.
(Y
por una puta manzana… toda esta maldición del deterioro inevitable).
Lo
es, querida, pero a grandes males, grandes remedios.
La
gama es amplia (y contrastada por la muy exigente FDA norteamericana).
Primero
se restauran la jeta, y luego…:
Retocada
la máscara, recompuesta la silueta, nos quedan las partes bajas, querida, ¡a
por ellas!
Me
atrae enormemente la idea de recuperar mi juventud… en esa zona íntima, aunque
no como algo adicional, sino prioritario, era todo tan especial entonces…
La
juventud dorada, las vides de entonces… ¡Los placeres!
(Saca
la zarpa de ahí, Vivales.)
Es
perfectamente posible en su caso. Y es fácil: bastan unas pocas sesiones de
láser y radiofrecuencias para estrechar las paredes vaginales: saldrá por la
puerta con la excitación de una adolescente granosa y hormonada hasta los ojos
y con un río de flujo que resbalando por los muslos alcanzará el suelo (y no
pélvico), iluminado el rostro con la sonrisa torcida de esas niñas perversas
que cuando llegan a casa por la noche lo hacen con las bragas marranas en la
mano y andan de puntillas en busca de la ducha: hogar feliz, o al menos anodino
y lejos del sobresalto, donde papá y mamá caídos en el sofá del salón, con las
bandejas de la cena fría a un lado escuchan obedientes y curados de todo
espanto el telediario: la rutina de la muerte, los accidentes de tráfico, las violaciones,
el niño estrangulado por su padre vengándose de la madre y esposa que fue a la
vez, la guerra de siempre cada mes en un sitio diferente, las Bolsas europeas,
los aranceles chinos, el bitcoin, el
frío o el calor, el festival de Eurovisión, los goles del sábado, o del
domingo…, y la nena, nuestra Barbie manchada y ultrajada por sus propios
deseos, ya en la casa protectora (te hemos oído, niña, ¿qué pensabas?) bajo la
ducha purificadora de todos los pecados de la carne (que diría Vivales).
¿Hablamos
de cultura acaso?
Nada
hay que no lo sea, incluso el asco que produce en algunos.
Sea
usted Napoleón Bonaparte para terminar desterrado en una isla llena de ratas,
miles de ratas pululando a tu alrededor: al final, Sire dormía entre media docena de ratas bajo las sábanas de su
cama. Ni siquiera malograban sus pesadillas horribles.
Napoleón
se aburría: 1.500 libros era todo lo que le ayudaba a olvidar el destierro, la
enfermedad, las ratas y, lo peor de todo, que había sido Napoleón, el amo de
Europa.
Ahora
sólo quería luchar contra el tiempo… para dejarse vencer del todo. Al
anochecer: ánimo, otro día que muere… ya queda menos, Rey de las ratas.
¿No
es cultura la apariencia de tu cuerpo? Trabaja en él y asombra al mundo, como
si fuese una obra de arte.
Napoleón
Bonaparte no tenía una figura demasiado airosa, y posiblemente, la taimada
Josefina así lo insinúa como quien tira la piedra y esconde la mano, era un
eyaculador precoz y no excesivamente dotado.
Todas
las mujeres son unas zorras rencorosas, dijo el tipo antes de darle patada a la
silla, en pleno cataclismo emocional de desamor, y caer directito con las
vértebras y el cuello rotos en el infierno: bienvenido a la caldera, onanista.
Para
explicar de una pieza a este borracho delirante, siempre de la ceca a la meca
sin solución de continuidad, redomado liante y cabrón perdedor de horas, se
dice Charlie desviando la vista del rostro brillante por el sudor frente a él,
huyendo de la mirada borrosa y triste del jefe
que se inclina hacia la copa vacía como si no se lo creyera (escancia, cobarde)
sobre la oscura y pulida madera de la barra, se necesitarían diez mil notas a
pie de página.
¿Cómo
te hicieron?
Y
el tipo, doctorando de sí mismo, ni siquiera se digna enseñarte la bibliografía
selecta.
Al
final descubres que es un plagio… de miles de millones de tipos tan
intranscendentes como él. Pero es que una copa en la mano y a determinadas
horas engaña mucho, como esos párrafos académicos calculadamente farragosos
ante el tribunal de birretes y mucetas (¡qué esperpentos!).
Mucho
podría abundar en ello nuestro discreto JD., caracol o nabo en la actualidad,
antaño negro a tanto por página:
UNA POETICA DEL SOPORTE
PLÁSTICO
Que
el discurso plástico en la actualidad se revista de un polimorfismo
prácticamente inagotable es una evidencia irrebatible. La pluralidad de
soportes, procedimientos, formas, acciones y/o instalaciones suplanta
decididamente aquellas viejas teorías que maquinaban la lingüística de sus
textos plásticos desde la imposición genérica, temática e incluso formal y
hasta técnica.
La modernidad ha arrumbado con todo ello al
tiempo que ha fundamentado no sólo los mismos procedimientos técnicos, elevados
ya a categorías estéticas, sino que ha librado la práctica del arte de todo
tipo de encasillamientos y ordenamientos canónicos.
Una de las propuestas más significativas de
nuestra época es aquélla que renueva sus postulados desde el soporte de la
creación: lo que sustenta la obra es, a su vez, parte consustancial de la
misma. Otro tanto pudiera decirse de lo que contribuye a su materialización, lo
connotativo que sugiere de la misma praxis.
El
soporte, por tanto, condiciona y califica una obra artística en la que nada hay
de improvisación más allá de lo aleatorio que a una escala mínima pueda surgir
en el transcurso del proceso creativo, en cuyo caso sólo afectaría a lo aparencial y en una lectura muy
primaria. Esta intencionalidad, que poco o nada descuida en la manipulación semántica del discurso que se ofrece
finalmente al espectador…
Etcétera, etcétera.
¿Es
usted un consumidor responsable?
Mantenga
el perico a raya.
Cabalgue
con sensatez a lomos de su caballo.
Dosifique
las píldoras del doctor Andreu.
Escoja
y deje bien lavada la hierba que ha de aromatizar sus más ensoñadores momentos.
En
los sesenta la mitad de los varones adultos españoles eran adictos a la drogas
duras de Veterano o el engalanado Terry, y a la vista de todo el mundo, sin
inhibiciones ni melindres fuera de lugar, acodados en las barras de los bares
menestrales de barrio mientras discutían de fútbol, y las señoras amas de casa,
que nunca fueron moco de pavo a la hora del asueto vespertino, eran gustosas
aficionadas a las más blandas pero igualmente temibles bebidas Anís del Mono y
Calisay a la vez que jugaban al burro o a la brisca. Pero las cosas,
conjuntamente con los Planes de Desarrollo, funcionaban: hemos llegado hasta
aquí, se dicen viejos y torcidos ellos y ellas, los sobrevivientes encerrados
ante el televisor admirándose de los sorprendentes giros del español de Puerto
Rico, sentados beatíficamente en los sofás de lucida tapicería plástica, a
resguardo de la realidad de afuera de casa en el interior de los cajones de 60
metros cuadrados de los uniformados edificios que se alzan en los suburbios,
auténticos tapaderos de frustraciones sin cuento y miserias aseadas
(disimuladas) cuando salen de los escondrijos con olor a repollo a la luz del
sol.
Lo
hemos logrado. Unos y otros: carceleros y presos, y cada uno en su sitio, sin
estorbarse mutuamente: pero no te salgas de los límites del cuadro.
Después
de todo, la solución estaba en la televisión.
Y
tú, ¿de qué manera te limpiabas los ojos?
En
un espejo negro:
Hace
rato, un rato de cien años, confesaba el viejo Brell (no cariacontecido), que
he perdido la sustancia del todo, la vida y su paisaje mortecino, qué cosa
insípida, de modo que meto ahí los ojos, en ese espejo negro que también
utilizaba Van Gogh, y refresco la mirada moribunda, renuevo el mundo: hola,
perro.
Tiempos
felices.
No
corras demasiado: por entonces, recién estrenada la década, a tu padre (uno
cualquiera, todavía un perdedor de la pasada guerra civil), le ataron las manos
a un poste con un rosario y le metieron quince balas dum-dum en el corazón.
Corres
demasiado, te digo. Haces de la temporalidad una caja de sorpresas.
(O
una linterna mágica.)
¿De
veras quieres contar ordenadamente una vida? En una sola hora tu pensamiento ha
hecho un viaje de atrás adelante y de adelante atrás, de un lado a otro lado y
de otro lado a un lado, se ha desplazado de un millón de sitios a otro millón
de sitios, se ha figurado cien rostros, mil objetos, diez mil frases, un millón
de palabras, has pensado en ti, en ella o en él, en mí, en el dios o el diablo,
en los muertos y es posible que incluso en los aún no nacidos y en el mundo
todo (El mundo… ¡qué cosa!). ¿Qué clase de linealidad cronológica esperas de
una loca (el pensamiento) culo de mal asiento en una noche eterna de
soliloquios en donde un prodigioso silencio va y viene en forma de dibujos que
son una voz o dos voces (la tuya y tu réplica) muchas voces acribillado por los
fogonazos de luz que proyecta tu memoria?
El
primer recuerdo que me viene a la mente es una agresión: tengo tres años, es el
atardecer de un día de verano, estoy tumbado de espaldas sobre la hierba, no
lejos de casa, me distraigo viendo en lo alto el espectáculo de un cielo
amarillo y rojo, con franjas azules y grises, y un niño algo mayor que yo, de
unos cuatro o cinco años, de pie, sin dejar de sonreír, deja caer un pedrusco
sobre mi cabeza… pero me aparto a un lado en el último instante y me libro del
golpe fatal.
Deberías
haberle cortado los brazo a ese niño.
Lo
hice: lo he matado con el olvido, lo tengo bien sepultado bajo las toneladas y
toneladas de mierda del pasado, y cuando la memoria recobra, así, de improviso,
cuando menos me lo espero, su faz de caramelo sonriente y cruel, su cabellera
rizada de color avellana, su boca húmeda y entreabierta, su pequeña mirada de animal depredador,
todo instinto, lo despedazo, pero antes lo agarro de los pies, lo alzo del suelo
como si fuese una pluma y luego de unas cuantas vueltas sobre mí mismo para
tomar impulso homicida le estrello el cráneo contra la pared, lo que produce un
ruido de crujido inusual, un estremecedor crac de hueso roto: varios trozos
sanguinolentos de los sesos me salpican el rostro y los ojos, que, aunque me
los lavo enseguida con agua fría, me escuecen hasta el día siguiente, me hacen
pasar una muy mala noche, la verdad. Luego, despierto (es decir, recupero la
cordura de animal civilizado, cabal y reprimido, un preso cultural y…
pacífico).
Sólo
puedo ser terrible con la imaginación, que no mancha las manos, o eso creo, las
manos limpias al abrir de nuevo los ojos, vaya uno a saber en cualquier caso si
mancha las manos inocentes o no las mancha: si eres animal, eres inocente… sin
mácula (sin cultura represora).
Deja
las manos en paz, meros instrumentos de un pensamiento oculto, sólo son una
herramienta al dictado de tu instinto (también pueden ser unos apéndices
siniestros).
Ensueños
estos embriagado por el aroma dulzón y penetrante de las barritas de sándalo,
droga inofensiva donde las hubiere.
Son
los tiempos.
En
el año que tú naciste tu madre aún le quitaba los zapatos a tu padre cuando
llegaba a casa: el reposo del guerrero: hoy los he suspendido a todos, querida,
he sido malo, malo, y lo que más deseo después de cenar es que esta noche mi
mujercita sea mala, mala, mala de verdad.
¿Tu
madre era así?
Quizá
no… era el espíritu del momento.
Es importante recordar tus
obligaciones matrimoniales: si él siente
la necesidad de dormir, que así sea, no le presiones o estimules. Si tu marido
sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que
su satisfacción es más importante que la de una mujer. Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido tuyo
será suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar.
Son
los tiempos.
Y
a callar (y a dormir después del sacrificio, ya te lavarás al amanecer):
Si tu marido solicitara de ti
prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes. Luego, tu esposo
caerá en un sueño profundo (y te dejará en
paz).
Y
mañana, luego de la purificación del baño o la refrescante ducha, será otro
día: avista el alba sereno y plácido que de Oriente llega con sus galas de oro.
(¡Joder,
Vivales!)
¿Tú
viste a tu padre y a tu madre en unión?
¿Quién?
¿Yo?
Alguna
vez los pesqué de niño, cuando mentiroso, entrometido, fisgón a toda hora,
impertinente y mala sombra, pero no me daba cuenta cabal de qué era en realidad
lo que se llevaban entre manos (entre piernas).
Qué
nos importará la cronología. Si el niño del pedrusco hubiese cometido su primer
crimen nada de todo esto (desde la página 5) se habría sabido.
Pues
hubiéramos escrito acerca del niño homicida hasta su triste final, aún no
acabada su juventud: se precipitó al vacío desde la planta 29 de un edificio de
apartamentos (duodécima línea de playa) en Benidorm, cuando limpiaba las
venecianas de su apartamento, todavía con la hipoteca a medio pagar: el banco
se lo arrebató a la viuda en un pis pas.
Ya
veremos ahora mismito qué más hay que saber: ¡tanto da una vida que contar!
Hay
quien busca una lógica temporal en su existencia, y eso está muy bien, pero
¿qué necesidad tiene de buscarla en otra parte, meterse en el vértigo del
pensamiento de otro, que va y viene el zascandil como Pedro por su casa,
abierta a todas las ventoleras imaginables de un relato que sólo es un
paréntesis entre la vida y la muerte y además es la loca de la casa que
descubriera Teresa de Ávila debajo de la cama, en la alacena o en un rincón del
excusado?
¿Cómo
le cortaste los brazos? ¿Cuándo le estampaste contra la pared? ¿Hubo entierro
de sus restos a lo carroza, a lo federica?
Aquel
presunto homicida infantil le plantaba cara a la vida hasta que ésta le dio la
patada en el culo en cuanto bajó la guardia (como a todos más tarde o más
temprano): todo un triunfador: abogado fiscal con bufete puesto en Marqués de
Sotelo, Alberto Lopez de
Huez&Asociados, y hermano atrabiliario funcionario de Hacienda: la
combinación perfecta: tú inúndale de terror con tus dentelladas, hermano mío,
probo inspector Keeper, no lo sueltes
de entre los dientes aunque sea él quien aúlle, luego, sin ir más lejos (¿para
qué?), aparezco yo con el asesoramiento y otras triquiñuelas legales como el
que lleva la cartera de piel de cerdo a la manera de una azada al hombro o una
espada al cinto…: te ahorrarás unos miles de pavos, caro amigo, atiende mi
consejo profesional y… acata mis honorarios. Qué putada, tan bien que iba todo:
al abismo en un santiamén, y todo por unas cagaditas de paloma en las
persianas, y allá, no muy lejos, antes de precipitarse al suelo, en lontananza,
un vistazo encandilado, casi fugitivo, al mar azul y brillante bajo el sol, la mar, como gustaba el difunto de
denominarlo, ya haciendo prácticas a lo marinero, a punto de adquirir su primer
barquito de vela de no excesiva eslora pero de diseño y silueta más que
aparentes una vez amarrado se balanceara airoso sobre las aguas tranquilas del
Club Náutico, y, naturalmente, abastecerse de los complementos adecuados: la
gorra de plato de color azulón con la anclita dorada cosida a un lado, la
camiseta a rayas azules o rojas, a elegir, el pantalón pirata y… la pata de
palo por añadidura.
¿Qué
tal el parche en un ojo?
Bastará
con ese andar a la pata coja de viejo navegante ultramarino zarandeado por mil
tormentas que tan difícilmente se sostiene sobre la tierra llena de pecados, y
punto final, puesto que algunas apariencias por profusión irresponsable de
distintivos específicos bien pueden construir sin proponérselo sus propias
caricaturas.
Lo
cierto, infante homicida, es que uno (o una) es un triunfador cuando saborea yakiniku o sushi de
esas vacas japonesas que sólo se alimentan del pasto de las verdes praderas de
Gifu, vacas y bueyes melómanos a los que la música (incluso la de la Escuela de
Mannheim, pero en especial la de cámara de Haydn) aleja del estrés y las
mantiene en una sosería perpetua que macera sus faldas, sus magros, sus
solomillos y sus generosos filetes en aromas inigualables. Una mínima
degustación supondría el equivalente de una docena de ladridos del corrupto
funcionario de la Hacienda Pública: 325 euros el kilo de su carne, una
mantequilla rosa de suavísima textura que se deshace en la boca.
¿Y
la regadita?
Difícil
maridaje, no mucho menos de esos euros ha de costar la botella del caldo que
acompañe el yantar.
Habría
que pensárselo dos veces antes de solicitar a la mesa el sumiller, ese tipo siempre serio, alto y delgado, pálido, de ojos
pequeños y oscuros y nariz picuda que le trae al pairo mostrarte a las claras
su desdén hacia no se sabe qué. Sólo del comensal le atrae su gasto alcohólico
y para gusto, el suyo.
Antes
del ágape, funerales. O a la inversa, da lo mismo, el rito se cumplirá: el
muerto al hoyo…
Descanse
en la paz del Señor (como rezaba su esquela de tamaño mediano en Las Provincias) aquel hijo de perra
finalmente leguleyo que casi pone fin a mi vida aún en el cascarón antes de
estrellar la suya contra el pavimento. Poco previsor y poco amigo del ahorro,
viva yo a lo grande, Charlie, amigo, aunque (escancia, cobarde) no precise del
concurso de vacas tan sagradas ni vinos de tanta crianza y relumbrón.
De
aquel tipo nunca más se supo. Ni un mensaje del más allá.
Quizás
sus deudos.
Os espero impaciente, rezaba la lápida.
¿Todavía
se envían telegramas…?
En
el último cumpleaños de tu padre, en el 91, su amigo el guionista, hombre de
zumba, le envió uno de su propia cosecha: Ánimo. Stop. Ya queda menos. Stop.
Y
resultó ser cierto… sólo un año más tarde, poco tiempo le quedaba al
destinatario: antes del otoño del 92 él y el mundo de él y todo lo imaginable
que en él vivía, hombre, animal, planta, desaparecieron por completo. Incluso
las piedras, porque las piedras, a despecho de su quietud mineral y hasta
eterna, viven: eran barro, son piedra, han de erosionarse, hacerse polvo, ser
barro de nuevo por la lluvia, otra vez piedra: reencarnación.
Lo
que fue broma de mal gusto terminó en siniestro vaticinio.
Al
menos éste no se come a los niños crudos: los guisa antes. Y hasta los entretiene
con tebeos.
¿Qué
estás leyendo?
Rey Furia.
En
esa serie andaba yo de mago. Tantas cosas saqué de la chistera (hubiera llegado
hasta el canibalismo con tal de mantener el interés cuaderno a cuaderno de sus
diabólicos argumentos -continuará la próxima
semana-) que su dibujante, José Grau, tuvo que ordenarlas con la espada en
la mano.
Qué
imaginación.
¿Tú
que quieres ser? ¿Equilibrista? ¿Payaso? ¿Domador?
A
fe mía que se puede ser las tres cosas a la vez. De hecho, esas tres cosas en
una, como la santísima trinidad, resulta el hombre sabio: yo le pongo como
ejemplo al mismísimo Nietzsche, aquel hombre que era un destino.
En la cuerda floja, funámbulo,
de tu genialidad se mofan, bufón,
con un látigo has de instruirlos, amansador.
Manos
a la obra, dijo el guionista con una ancha sonrisa de satisfacción en su rostro
de muñeco de ventrílocuo.
Porque
¿a ti te gustan los tebeos, no? Pues, venga, vamos a escribir uno que conmueva
de una vez al mundo (inmundo), que no se entera.
JD.:
¿Cómo se escribe un guión de tebeo?
Con
la espada en la mano.
Eso
ya lo he oído antes.
Esa
es la respuesta que recibirás siempre si preguntas al tipo adecuado.
A
los catorce años su deslealtad a Rey
Furia ya era notoria y, alguien,
quizá demasiado prematuramente (sin embargo, por entonces ya leía libros que
exigían hacerlo con una sola mano), acunó a Nietzsche en su regazo… y allí
estaba el hombre que prefería ser un sátiro que un santo, mirándole desde su
bigotazo en busca de acatamiento.
¿Cómo
se escribe el guión del tebeo del mundo?
Chapoteando
en las alcantarillas, respirando el hedor de los colectores, procurando no
aplastar a las pacíficas ratas inocentes y confiadas: mira, ése es uno de los
nuestros, se revuelca en la pestilencia de la mierda.
(El
Gran Sátiro un día lo hizo.)
¿Quién
puso de moda a Nietzsche?
Alianza
Editorial (se las sabían todas esta buena gente, y por si fuera poco contaban
con el cebo de las portadas, un auténtico guiño a los universitarios
desprevenidos, a los barbudos ceñudos setenteros siempre con un libraco en la
mano, apestando al celtas corto y a la pana laborable).
Padre,
¿cómo es posible que sólo fueras capaz de leer la Recherche en los siete tomos descabalados de Alianza?
(Además
de la canónica de Gallimard, para la comparanza con la traducción.)
Porque
ésa, mierdecilla, es mi primera edición real,
la de mi primera lectura de la obra. Las otras nunca huelen igual… y tampoco la tipografía es la misma, ni el
tamaño de las páginas, ni el color del papel, ni la impresión tan recia. Leí
tarde yo a Proust, pero aún estuve a punto.
Padre,
me reprochabas a mí que de mis viajes parisinos trajese en la mochila juvenil
revuelta entre la ropa sucia mi edición
de Le Rouge et le Noir cuando seis
ejemplares de ese libro del señor Beyle se atesoraban en el feliz aunque
huérfano y cultísimo hogar de los Brell (bendito sea por todos los diablos y
libre de todos los dioses)… También yo quería mi propio olor en mi cueva a
salvo de la lluvia y el viento, de la contingencia.
El
padre (todos los padres de todos los mierdecillas):
Haced lo que yo diga, no lo que yo
haga.
Bonito
epitafio para andar de santo póstumo.
Ya
se dijo:
¿Cómo
me hiciste, padre?
Imitándome.
Pues
tal para cual.
Huele
demasiado al dios de los cristianos, tufo palabrero.
¿Estuvo
Nietzsche mucho tiempo de moda?
Nietzsche
se libró enseguida de todas las paparruchas relgiosas: eso le permitiría
dedicarse a reflexionar y pontificar sobre asuntos serios: a mí dejadme en mis
cosas, nubes de fantasmas celestes, andrajosas huestes ciegas, sordas, mudas,
ejércitos de muertos a los que sólo nutre el silencio eterno
(¡Joder,
Vivales!)
Hablabas
de tebeos: cada cosa a su tiempo.
Toda
una filosofía: uno escribe la peripecia; otro la rescata de la palabra, que es invisible, y le confiere imagen y
semejanza, la visibiliza: una identificación.
Podríamos
meter hasta a Platón en este juego del dibujo y la palabra: la mera sombra de
la imagen. (Wittgenstein miraría por el rabillo del ojo, atento al menor desliz
para saltar contra quien fuera con el atizador de la chimenea en la mano: ojo
con tu cabeza.)
En
Nietzsche se suman las paradojas como los mosquitos en la charca del verano: un
Dioniso bien jodido el pobre, filosofa no con un martillo, que más quisiera él,
sino de la mano de ese asesino imbatible del siglo XIX, treponema pallidum, contraído allí donde se obtiene el placer.
El
cuento más admirable que he leído (hasta ahora) es el último que escribió
Maupassant completamente loco unos pocos días antes de morir a causa de las
heridas infligidas por el tal señor Treponema Pallidum.
¡Qué
religión de intrigas y sórdidos disimulos! ¡Digna, pues, de aquellas arañas
negras que padecieras en tu educación escolar, alumno indefenso ante las
perversiones sutiles y corrupciones tan fáciles en la oscuridad de las capillas
cerradas!
¿Quién
fue ese papa que murió con la piel completamente verde?
Alguno
de los que los brujos del Vaticano y sus catacumbas envenenarían.
Ocurrió
pasada la mitad del siglo XX.
Época
siniestra, de oscurantismo a pesar de sus cielos luminosos y tierras protegidas
por la espada de Yahvé, la OTAN y (todavía) El Pacto de Varsovia.
Sería
el de los 34 días.
El
tal Nietzsche (de tales hombres glosamos) viajaba mucho, siempre cargado con el
baúl lleno de papeles manuscritos repletos de tachaduras y correcciones (todo
un grafómano nuestro pobre hombre), el traje de repuesto, la ropa blanca, el
pijama y la bata, de un lado a otro con sus espantosos dolores de cabeza, la
visión turbia, el insomnio atroz, la huida perenne de la locura hasta que
finalmente lo apresa entre sus garras para no soltarlo, lo sume en las
asquerosidades del manicomio de Jena donde la fiera (por qué soy tan sabio, por
qué soy tan inteligente, por qué escribo tan buenos libros, por qué soy un
destino) es internada: El paciente, el
llamado Friedrich Nietzsche, se unta las piernas con excrementos, come
excrementos, orina en su vaso, bebe la orina, se impregna la piel con ella…
Viajero
de aquel tiempo, un tiempo lentísimo de incomodidades sin fin, de cuando el
paquebote y las columnas blancas del humo del ferrocarril. Paquidermo,
paquebote, ferrocarril, baúl del viajero… ¿a qué lugares fascinantes te
transporta toda esta maravillosa denominación? A los países con olor animal.
A
pesar de todo, visionario cegato, aquellos días, las lecturas del amanecer, las
tardes quietas con la pluma en la mano, la noche eterna de los ojos abiertos,
era la felicidad. Ahora lo sabes.
Viajero
de sí mismo, escribió en alguna parte, allá donde fuese, donde estuviese.
Le
llevaba al destino desconocido, inimaginable:
El
brutal sol latino, los gritos de la mañana fría y luminosa que acuchillan la
Piazza Carlo Alberto en Turín, y ese hombre cruel abusando hasta el crimen de
la indefensión del animal pacífico… eran la faz obscena maquillada de afeites
de la locura: con las manos vacías, sin fuerzas para nada, ni levantarse puede
del suelo oscuro y húmedo envuelto por la claridad azul del día, y solloza y
babea impotente.
Respuesta
a la pregunta 23 del test de Sominonis por parte de I.B.G., estudiante de
Historia del Arte de esta Universidad de Valencia:
Lo
peor de todo (lo peor de todo lo peor) es que un día despiertes y no sepas
donde estás, pero no se trata de que salgas del sueño desorientado, aún a
brazadas con ese piélago de imágenes inextricables aturrullando sin cesar el
cerebro hasta dejarlo momentáneamente hecho papilla, sino que despiertes y no
vuelvas a saber nunca más en qué sitio estás. La locura perfecta: no reconocer
el mundo pero sí las sensaciones que te transmite. Y eso puede perfectamente
ocurrir: no abrir la boca jamás porque no hay nada que puedas explicar o
entender y replicar lo que te explican los demás. Estás en medio de la nada:
¿dónde estoy? Y te quedas con la boca cerrada (para que no entren moscas): un
impulso, un mero reflejo de vegetal inoperante esperando la respuesta hasta el
día de tu muerte.
El
tipo, uno de ellos, o los dos a la vez, qué más da, aún pensaba, el uno por
loco y el otro por demasiado joven, que se
ha puesto de manifiesto la desproporción entre la grandeza de mi tarea y la
pequeñez de mis contemporáneos…
Hace
tiempo –se dijeron los señores JD. y Fiodorov
a comienzos de los ochenta- que las cosas empezaron a ir un poco mejor, cuando
dejamos de leer a santones como Lear o Watts y nos dejamos convencer por tipos
como Chomsky y señoras como Susan Sontag, y hasta por media docena de poetas
españoles, inclusive aquella poetisa memorable que lanzaba piedras al cielo con
la esperanza de saltarle un ojo al mismísimo dios.
¿Quién
puso de moda a Friedrich Nietzsche?
(1965-1990):
esa fue la época más exultante.
Las
modas sugieren, cuando no imponen, nombres y hechos, usos y costumbres,
creencias, aficiones, vestuarios, lenguajes, rituales.
La
Historia de la Moda es la Historia de las Dejaciones, sean del signo que
fueren.
El
contestatario del 68, 69, 70 y ss. se
fulmina a comienzos del siglo XXI con los bolsillos de la trenca vacíos de
piedras y llenos de billetes de banco, con las tarjetas de crédito entre los
dientes y ya con la hipoteca sobre la vivienda pagada y los hijos a punto de
salir de la universidad, viendo series sobrevaloradas en su televisor de
pantalla plana, que es lo que se lleva, y mal leyendo al año cuatro libros sin
ningún interés literario: se nos ha hecho enólogo, entusiasta de la cocina
creativa y lector impenitente de revistas de una subcultura consumista de
automóviles, relojes de alta gama, artilugios electrónicos, hágase usted mismo su pan y ávido
coleccionista de folletos de viajes… cuando no está enganchado a Internet
viendo pornografía y chistecitos gráficos propios de barra de bar o con el
móvil en la oreja hablando con algún camarada que comparte semejantes
aspiraciones acerca precisamente de
los últimos modelos de móviles puestos a la venta.
¿Quién
puso de moda a Friedrich Nietzsche?
¿Quién
a…?
¿Cuándo?
¿Por
qué…?
Sopa
de letras:
Pon
agua mineral a calentar en el puchero; antes del hervor ve introduciendo los
ingredientes; salpimenta con una pizca de sal y pimienta (blanca o negra, roja,
amarilla, verde, azul, al gusto); añade una hojita de laurel (seca o recién
arrancada de la rama, todavía rezumante) de hierbabuena, de menta (ambas de
alguna de aquellas dos cualidades ya registradas); mantén a fuego lento, lo más
lento posible, y reza al Gran Dios de los Cocineros para que todo salga en su
punto (luz, aire, fuego):
La
Gran Mezcla de todos los Demonios:
tragantonas
hasta 1984, qué estómago gran cerdo Gargantúa, bocazas Pantagruel, orwelliano
preámbulo, año de los hartazgos, de las situaciones, de las disoluciones, de
las sustituciones… Y después de entonces… ¡el Diluvio Universal!:
La lección del maestro...
tan
confiado, tan niño todavía, tan necio abre las páginas de ese podría ser libro… de arena…
Métrica
Ha
perdido el poeta el verso. En su soledad. En su silencio. A oscuras lo
mascullaba. Pensaba el amor que no tenía el ladrón de sentimientos. ¡Pues no
fingía aquello que no era! Y si era ¿por qué escribirlo? Sentirlo. Tenerlo.
Serlo. Busca en la blancura de la página ese verso innecesario el poeta
encerrado bajo llave.
1984 (1), ¿Qué hace
que los hogares de hoy sean tan diferentes, tan atractivos?, Edtaonisl, Sonata
en fa sostenido mayor (MC), El príncipe, Concerto grosso nº 2 (AC), Monstruo en
alerta, La Regenta, Homero, El fantasma de la Opera, Tener o no tener, Tal como
éramos, Paisaje chino a la luz de la luna, Música para cuerda y trompa,
Sinfonía nº 3 en re mayor (ACG),
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