jueves, 7 de agosto de 2025

19

 1917.

No hay que contar con el pueblo… ¿Para qué? El pueblo entero es demasiado para la insurrección, que es lo que realmente consigue que triunfe una revolución… Se necesita una pequeña tropa, fría y violenta, instruida en la táctica insurreccional.

No necesitamos a los obreros: necesitamos una tropa de choque. De las fábricas y de los cuarteles hay que sacar elementos seguros y dispuestos a todo. Es suficiente con eso.

La revolución se consigue con la insurrección, no con una guerra.

Las cosas peligrosas son siempre extraordinariamente sencillas: hay que herir en el vientre del capitalismo, eso no hace ruido, es una táctica. Hay que desdeñar el cañonazo, las barricadas y los grandes despliegues de masas, pues eso es una estrategia inadecuada para ellas, es decir, hay que evitar una guerra en la que el obrero y el campesino siempre  serán derrotados.

La insurrección no necesita nada. Se basta a sí misma. Es la táctica de las “maniobras invisibles”, del sabotaje silencioso. La insurrección no es un arte, es una máquina. Para ponerla en movimiento hacen falta técnicos… y sólo otros técnicos, que serán inmediatamente eliminados, serían capaces de detenerla.

La forma del 87 es… al gusto. ¿A la plancha? ¿En fritura?

La guerra ha terminado.

¿Dios existe?, se pregunta JD., se pregunta Fiodorov.

Boceto con la copa en la mano, diez, veinte años más tarde, desaparecidos aquellos dos seres calamitosos:

Claro que existe, es mi más encarnizado enemigo al que siempre abato bajo mis pies y no dejo que me despelleje así como así.

Ni uno, el hombre, ni otro, el dios, nos damos la mínima tregua en nuestra personal confrontación. De momento, vamos igualados en desaires, asechanzas y violencias. Lástima que al final sea mi sangre la que vaya a correr… y no será por la fuerza de su brazo sino por la hechura humana tan liviana y fatal que me alberga y sus añagazas de ente invisible.

¿La forma perfecta, áurea, del 87?

Un mosaico… ¿quizá?

El mundo entero es un mosaico… chocante, disparatado.

Año no existe que no lo sea, confuso, sin forma precisa, se diría que sin objeto: sólo el de malograr expectativas y vidas, matar y matar a millones de seres que en oleadas sucesivas pueblan el planeta, que otros nazcan, que otros sean, que sustituyan a los muertos, que ya no son, que también aquellos sean sustituidos por otros nacidos para morir, que igualmente… ¡Qué carrusel imparable!: una especie, entre otras millones y millones de ellas, tan distintas entre sí merced a aquel divertido error inicial, que, al cabo, sólo se muerde la cola: matarse a millones y no por la pitanza. Adiós, adiós.

No hay año que no tenga su capricho.

Ad Parnasum: movimiento y eternidad: una ambigüedad sin límites en el plano de una estética que convoca misteriosas relaciones entre el ser y la fantasía… cósmica: su engranaje de leyes poco a poco adivinadas por la inteligencia humana. Cuando todo sea esclarecido, no habrá servido para nada: ¿así de fácil era todo?, ¿así de sencillo?, ¿sólo era esto?

Como el cadáver tumbado bajo los ojos fatigados del forense, acribillado hasta el último agujero por la potente luz del foco, desvelado, descuartizado, despedazado, vaciado, puesto del revés… Muerto, inmóvil, inútil, una cosa fácil de entender: así de sencillo, así de fácil, materia perecedera… Eso era todo.

Le enviaba su padre a quitarle el polvo al Lafuente, en aquellos tiempos de entonces, cuando el mierdecilla llamado…

1977: Dentro de unos años también le quitarás el polvo a esa Historia de España Alfaguara impresa en edición de bolsillo, aunque de pliegues cosidos, ¡vive Dios, comparar esos tomitos con el peso de la historia… del Lafuente!

1987:

Plumero en mano, quita el polvo del tiempo de los estantes…, a los cortes superiores de los tomos de esa pequeña historia de España de los setenta, publicada, ¡qué osadía!, aún en vida el Generalísimo de los Ejércitos, Jefe del Estado, Gran Cazador, Gran Pescador, Gran Timonel…

(Españoles, navegamos en un barco que es España…)

(Él, el general pitiminí, el Gran Timonel.)

¡Quién escribiera su biografía, Excelencia!

Plutarco me parecería bien, buen glosador, de retórica amena, condescendiente, poco embaucador, fácil para la lisonja, el halago merecido… No así ese Suetonio, tosco y desmañado, indigno del aprecio y favor de generales y césares: revelaría todos mis secretos. Chismoso y despreciable, se enredaría en habladurías denigrantes y por añadidura cubriría de infamia mi memoria, que ya no me pertenece a mí, sino a la historia de España, a la vasta crónica mundo y sus hechos incontestables.

¿Y el paralelo?

Debería estudiarse a fondo esa posibilidad… Alguien a la altura de las épocas del siglo XX, de sus momentos más cruciales. Un militar… supongo.

¿Otro guerrero?

Sólo nosotros los guerreros engrandecemos las naciones y creamos su historia.

Sin duda, una espada (y recuerden los olvidadizos que la mía es la más noble y limpia de Occidente)… bajo palio.

A fuer de inmodesto, ¿qué vida del siglo XX puede compararse con la mía siempre al servicio sagrado de la patria y de todos los españoles?

Nada es lo que parece.

El 87, dijo. Hay muchas cosas ahí, le abres la panza con el bis…, ¡con las uñas de las manos!, y a veces hueles a rosas y otras a mierda y al hedor de la muerte, al mondongo mefítico de los culpables y los doctores muerte con las carpetas de sus designios y decretos abiertas bajo sus narices y promulgando penas y carencias, y siempre hueles la carne y la piel sucias de muchos de los humanos que andan y desandan sobre las costras de sus pies.

Mejor el olvido, el pacto, la transición paliativa, la somnolencia del animal en digestión.

Desde dos años antes, el ya profesor de Historia del Arte en la facultad de Bellas Artes, de la UPV, don Ignacio Brell Gay, en viaje académico, ampliaba estudios cada florida primavera en Amsterdam, merodeaba por las proximidades de Paradiso en busca y compra de hierba de clase superior, más aún, de calidad suprema. En una de cada tres ocasiones conseguía abastecerse para una buena temporada sin que el contante y sonante de su faltriquera disminuyese demasiado. En el 87 dominaba el arte del ensueño sobre sí mismo envuelto por el humo de los porros liados a la buena de Dios (el Complaciente), le daba a la hierba de buena manera, pero, lejos de cualquier fatalismo impropio de su inteligencia, poseía el control viril ante las vicisitudes que le salían al paso y sobre aquellas flaquezas de su carácter que pudieran malograr un camino de rosas, calculaba minucioso la medición más estricta en cuanto a las entradas y salidas del paraíso y mantenía los pasos a gran distancia de todo lo que pudiera hacerle caer en lo trágico, cosa plebeya y aun de mal gusto propia de yonquis siempre asomados al borde del abismo, ¡como si eso resultase excitante o placentero!, y paulatinamente socavados por la pudrición: nada iba a arruinar su vida -sinecura de por vida, camaradas-, ya quedó establecido sin equívocos, hasta ahí podíamos llegar, y, además, apareció ella, la impar, la única, unos ojos de gata agrandados por la picardía, oh, qué gran lujuria festiva la de esas piernas interminables tan jóvenes, la Gran Paula de inagotable pubis coronado por glotona vagina: profesor, háblenos de Goya, imploró encantadora y maliciosa…

Y en seguida, como si tal cosa, como aquel que pasaba por allí, pío, pío,  yo no he sido, empezó a hablar de él, de sus magistrales embelecos desde la cátedra sabedora e irrefutable: puaf: Goya, dilectos discípulos…, pero era a ella, sólo a ella, a quien quería encandilar, a ella, ella...

¿No vives, tú, oh Boceto, ya lejos del dolor y el desahucio?, se decía sin remilgos la misma noche después de haber defendido de manera brillante y apabullante su laborioso proyecto docente y obtener la titularidad de profesor universitario por los siglos de los siglos amén, y truenos y centellas caigan sobre vuestras cabezas que yo ya no me escondo debajo de la cama ni en milenios: un manto de monedas de cobre…, ¡de oro!, me ha de proteger de por vida de las inclemencias y la penuria sonrojante.

Y dos años más tarde: a partir de ahora sólo tú te diviertes a ti mismo, los demás son un aburrimiento a los que hace tiempo has aniquilado, existen, están ahí, pero no son, se significan como meros figurantes de colores planos, sin matices.

Por los siglos de los siglos.

Fácil ha sido, pero…: tener lo que querías, no ser lo que soñabas. Pero ¿importa algo?

Pero…

La camarilla de tus buenos amigos (Johnny Walker, Jack Daniel’s, William Lawson’s, el inextricable y enigmático VAT69 y el señor de Ballantines, los whiskies japoneses) aseguran que no y se ríen de tus dudas infantiles (jamás, jamás, mortificarse uno a sí mismo, te dice la copa llena, ¿qué estupidez es esa?) y qué excelentemente bien te hacen sentir sus voluptuosos susurros, tan amistosos, lenitivos: desoye los cantos de sirena de la virtud, sé maldito con chequera surtida, diviértete a ti mismo…

El mundo, ahora, es un lujo, ¡al diablo la canalla!, pero también los otros, esos… Écrasez l’Infáme! (Voltaire dixit).

Tú, que eres hombre de corbata blanca (¡atrás, villanos!).

El reclamo del libro de tu vida, caro amigo, debería rezar en frontispicio antes que cualquier otra cosa, la revelación borgiana (aunque tardía en su caso… ¡y vuelta del revés en este lugar!): He aquí un hombre que hizo todo lo posible para ser feliz, y maldito para toda la eternidad quien se entrometa en mi camino para impedirlo en forma de hombre, mujer, sapo o dios.

Pues he aquí, en pleno 1987, libando de la copa, el año del gato blanco (si de ojos azules, sordo), el año del cortaúñas, el año de Paula Coloma post Woody Allen (ahora, ya sabe bien quien es, aunque fue, e.e. Cumings, y también ha empezado a leer Easter Parade: Ninguna de las hermanas Grimes estaba destinada a ser feliz…)

Sabía que te encontraría alguna vez, sirena.

¿Y podrás hacerme feliz, profesor?

Querida, yo soy el mismísimo doctor Gräfenberg. Prepárate para los más deleitosos suplicios: de tal modo ha de hervirte la sangre en el acto del amor que bien pudieras cocer en ella tu alma pecadora (¡Joder, Vivales!).

Pienso especializarme en Pintura (?).Y me encanta, profesor, que nos hable de Paul Klee. No sé si me gusta ser o no una artista, se trata de que lo soy, esa es la maldita cosa.

Qué fatalidad. Qué carga pesada en tu conciencia: ser artista.

Sí, Dios o el Diablo (o ninguno de los dos, vaya usted a saber los caprichos de la naturaleza) han echado sobre mis hombros esa devastadora misión.

Qué condena horrible.

Aunque, sabe, profesor, también me atrae la péndola: soy muy de leer abundante poesía. No dudo que algún día he de ejercitarme en el arte de Polimnia.

¿Me permitiría mi dilecta alumna rebajar el tono de la plática?

Si vos lo deseáis…

Tampoco es obligado atenuarla hasta la cháchara insulsa, aunque bien es cierto que la anécdota instruye a la vez que solaza. ¿Algún nombre de cabecera en el noble ejercicio del poema?

Ella abre la boca: venga la nomenclatura improvisada:

Machado, sin duda, y Juan Ramón, y Neruda y Huidobro, también Guillén y Salinas, y Aleixandre, Cernuda, y Valente, y Gil de Biedma, y Nicanor Parra, y Ángel González y Claudio Rodrguez, y algunas cosas de Gimferrer, y bastantes de Blanca Andreu, y doce de Luis Alberto Cuenca y una de Leopoldo Panero Jr. y como poeta de prosa enorme Francisco Umbral con Mortal y rosa (Está muy bien este libro desconcertante. Aunque con un poco de menos lirismo también nos habríamos apañado, escribió Pla después de leerla con el Montaigne a la vista)…

Andáis bien surtida de entretenimientos. No contáis, al parecer, la calderilla.

De los antiguos Manrique, el cura Juan de la Cruz, la monja Juana Inés, el fraile Luis de León, y el burlón o elegíaco o místico o amoroso Caballero de Santiago Francisco de Quevedo y…

Alma líquido fuego transformada…¿Y también decís Manrique?

El mismo.

Os alabo el gusto. ¿Algún desprecio?

Sólo silencio caiga sobre los poetastros y plagiarios que desestimo o aquellos que siendo prescindibles como todos los poetas lo son, se antojan aún más prescindibles.

Ya me tenéis enamorado.

Más rendido a mis pies os he de ver.

¿Qué tal leéis en lenguas secundarias ajenas al Imperio?

Sin necesidad de intérprete, traductor o diccionario que valga a Shakespeare, Blake, Dickinson, Anne Sexton y Sylvia Plath y Dylan Thomas, algo de Wallace Stevens y Hart Crane, y en el noble y cortesano francés a Rimbaud y Baudelaire, cosillas de Valéry y Nerval, algún otro moderno. Y no olvidéis a Fernando Pessoa ni a los herméticos italianos, pues me desairías. En realidad, amo a Dylan Thomas: porque parió a Bob Dylan, porque borracho y putero, porque bebedor nada santo como el inocente de Joseph Roth, porque ladrón, porque jugaba al póker con la muerte sin hacer trampas como cualquier escritorzuelo de tres al cuarto que se las da de maldito, porque bestia genial… o ángel tonto. Y he de comprar uno por uno, cueste lo que cueste encontrarlos, todos los libros de poemas de esa poetisa española que se pasaba las noches lanzando piedras al cielo, a ver si había suerte y le daba a Dios en un ojo, y aun los de aquella otra también española que nos pide en el día de su muerte un brindis por su olvido con una copa de Four Roses en la mano, a esa misma española que también fue en vida aquella muerta figurada a la que le gustaron la Garbo y los rosales de Pestum.

Algo de todos ellos sé, igualmente que vos. Me causa asombro vuestra peripecia lectora a tan temprana edad… Pero atended, señora, de boca de este vasallo el mejor poema que escribiera el mentado por su nombre, Dylan Thomas, vate galés de armas tomar y mucho beber:

Pues, señor, he aquí que fue que en la ciudad de Nueva York, capital del mundo, el día 27 de febrero de 1952, miércoles por la noche, según leemos en una carta de Truman Capote fechada el 29 de febrero de 1952 y dirigida a una tal Mary Louise Aswell, editora de ficción de Harper’s Bazaar, cuando invitado por otra tal W. Murray Crane, rica filántropa, el señor Dylan Thomas, en cuyo honor se celebraba el fasto evento, se personó en compañía de su esposa Caitlin en el domicilio de la mecenas neoyorquina. Al parecer ambos, poeta y consorte, llegaron bebidos y en plena discusión. Aún antes de sentarse a la engalanada mesa, las cosas fueron a peor, y la señora Thomas, en un arrebato, sin que nadie pudiera impedirlo, cogió dos valiosísimos jarrones Ming de la señora Crane y los estrelló contra el suelo, flores y agua incluidos, lo que todavía magnificaba más el desastre. A la vista de lo sucedido, y borracho como una cuba, el señor Thomas tumbó a su esposa de un terrible puñetazo (le saltaron cuatro dientes y le partió un labio, señala no sin deleite divertido el señor Capote en su carta) y a continuación, ya en el suelo, procedió a patearla en el estómago hasta que la mujer perdió el sentido. No contento con ello, al observar que una de las invitadas lloraba estremecida, se dispuso a  propinarle un patadón en el trasero: ¿Se puede saber por qué coño lloras? Te mereces lo mismo, una buena patada en el culo. Y, en efecto, derribó a la compungida dama de una coz (como el buen burro que era él). Acto seguido, y deseando largarse de allí cuanto antes, preguntó con absoluta corrección a los presentes si alguno de ellos podría prestarle un par de dólares para coger un taxi.

Nunca, jamás, mi muchacha

andariega

en tierras de cuentos junto al

fogón y hechizados

durmientes,

temas o creas que el lobo con

desvaída capucha de cordero

balando y galopando ha de saltar

brusca y alegremente mi

amada, mi muy amada,

fuera de su guarida en el hato de

hojas, en el año bañado de

rocío,

para comer tu corazón en la morada

del bosque rosado.

Un poema, o un intento de poema, podríamos hacer tú que conmigo vas, a la manera de aquel de veras dos veces maldito:

(Compañero, me acompañas/Amigo, a la provenzal/Amado, porque me amas/Camarada, porque somos más que dos.) (2).

y yo del año 87.

El año 87 tiene una forma….

¿Quieres ver otra de Allen?

Léeme un poema de Thomas.

Escríbelo tú. Tales ingredientes a meter en la coctelera antes de agitar la mezcla: la niebla de Gales, una huida nocturna, dos brujas inventadas, el orgullo, las hadas cabalgando sobre las olas de plata a la medianoche, el pájaro, las colinas de Swansea, la religión terrible, el miedo, la sexualidad abrupta, la infancia feliz (maldita), la gracia de vivir, el terror de vivir para la muerte, el paisaje informe o nítido de los otros, siempre el otro en su opacidad misteriosa e inescrutable, el canto como escondido sollozo por ser débil y haberlo sabido mucho antes de morir, y las anécdotas de Greenwich Village, los bares del Soho, la taberna White Horse, los escándalos del borracho, la euforia, la magia y el sopor del borracho con una pluma en la mano, junto al papel y la copa de whisky (tan lejos del mar y las colinas de Swansea, tan solo y desengañado en realidad).

El poema (que ya existe antes de su alumbramiento, un chispazo verbal que buscara su dibujo) se vierte en las palabras escritas que quieren expresar lo inexpresable, he ahí su único mérito y justificación: no habla del hombre si no es a través del símbolo, pues su cercanía a la tierra, a lo pedestre, su miseria material y moral, lo empequeñecesin remedio: elévalo a los cielos visibles e inexistentes, al mito, incluso a la mentira de un dios soberano de toda vida porque dios no es el símbolo del hombre ni el hombre es el símbolo de ningún dios: la tierra sola es el símbolo de todo: alza tus símbolos de ella. Y que el poeta, no su poesía, sucumba en su destino feliz o trágico o grotesco.

Mis lectores, esos extraños, escribió sin pudor una vez Dylan Thomas. Pero en tus poemas somos tus hermanos en tu canto y tu conocimiento, aunque no nos veas andamos agazapados o a cuatro patas entre verso y verso, tú, nuestro yo.

Sin embargo él, como demiurgo elegido, nos resulta extraño a sus lectores: Mis poemas están escritos por amor al hombre y en alabanza de Dios. (Mucho nos extraña el segundo de tus dictados.)

Y a continuación, sin haber calculado todavía la métrica ni la rima, pobre, se tomó 18 copas de whisky (buen provecho) de una sola sentada, una detrás de otra, como si, sin papel y sin pluma, fuera a escribir el poema más excelso. Y vivió (sólo unas horas más) para contarlo. A vuestra salud, cuenta la leyenda que dijo.

Luego, se desplomó sobre sí mismo como un fardo y mucho menos como un hombre y mucho menos como un dios, atónitos nos quedamos los de la cofradía festiva ante ese cadáver relleno de alcohol aún palpitante, descompuesto como muñeco en el suelo, sacudido por pequeños espasmos eléctricos.

No volvió a abrir los ojos ni la boca. Que hable la posteridad.

Y he aquí, por fin, que el hombre que se convirtió en poema.

Agita la coctelera.

En su caso no fue, pues, y trasiégalo a fondo, hasta las heces, un modelo teórico la poesía, un patrón intelectual, una simple construcción de lo inaprensible, pero tampoco alcanzaría a ser una celebración: el hombre, es decir, el dios, abdicó ante lo terrenal. Adiós, adiós.

Henos aquí convertidos en símbolo sus extraños lectores.

Por no ser ni ángel ni bestia.

¿Nos celebraba a nosotros, a los de a ras del suelo?

En el 87 algún ángel habría de alas doradas… e invisibles surcando los cielos aún más invisibles. Bestias, todos, y los más ocultando procedencia, raza y rango a través de indumentarias y los oficios adecuados: charlatanes de partido, sacerdotes que miran a lo alto y nunca a lo bajo y los maestros falsos de variado pelaje que asoman las jetas por alguna de las cuatro esquinas de la televisión omnipotente encandilando a base de tontunas y lugares comunes al público en general, ese que cena todos los días con la bandeja sobre las rodillas y las narices metidas en la pantalla muerto de sueño (sin que él lo sepa).

Agita la coctelera.

La coctelera moderna respecto a esos dos calamitosos hermanos de Boceto nada tiene que con aquella otra del 68 donde sazonaban convenientemente las copas con una flotante rodaja de limón Hegel, Marx, Lenin, Mao, Heidegger, Freud, Lukács, Reich, Horkheimer, Adorno y Marcuse y –la inevitable guinda- Che Guevara. En el 87, acabada hace muchos años la fiesta, recogido los desperdicios y fregadas con lejía las pistas del baile dionisíaco, el Hermano Mayor y el Hermano Menor se hallan en el mejor de los mundos, aquel donde la tesis principal que les insufla aliento es la que afirma que sólo quienes viven al margen de la sociedad de su tiempo –sea el que fuere- tienen todavía un ideal auténticamente revolucionario. Huyen estos exilados de sí mismos no porque no acepten las reglas del juego social trivializado al máximo, sino porque ya no existen las reglas, ya no se combate, en el fondo, a ningún enemigo reconocible.

 Agitó la coctelera… y salió el conejo blanco de las grandes orejas, el de… pato-conejo: lo importante es ver a la vez la cabeza del pato y la cabeza del conejo, pero... (Y entonces Wittgenstein nos suelta de la mano, nos abandona en un mundo sin forma, global, extremadamente complicado y…: ahí te las compongas.

1987 tiene forma de conejo.

1987 tiene forma de pato.

1987 es al mismo tiempo un pato y un conejo, y es mejor que lo veas de ese modo.

El anamorfismo es como el juego de hacer casitas: en realidad se trata del año 7891, el año internacional del alambre de púas.

Déjalo. Los chinos tienen su propio calendario, como los musulmanes, los indios y alguna tribu africana escondida a los ojos del traicionero hombre blanco que habla por boca de serpiente y cualquiera que se precie lo tiene también.

¿Tú sabes qué año del calendario chino es el año 1987 del calendario gregoriano?

¿Quién? ¿Yo?

Pues cada año tiene su lenguaje, te haces mayor: empiezas a afeitarte por el cuello cuando siempre habías comenzado a rasurarte por la mejilla derecha, ganas una palabra o pierdes una palabra pero ya no tienes las mismas palabras que has tenido hasta ese instante, pierdes un amigo, te compras un perro, te cambias de casa, dejas de comer remolacha, vendes tu segunda residencia o acabas de pagar la primera, dejas de comer carne de cerdo, empiezas a beber al principio con moderación y luego con desenfreno, te someten a una operación: carcinoma benigno, vuelves a fumar, pío, pío, yo no he sido, engañas a tu mujer por sexta vez, te regalan un libro que no leerás jamás, cambias de coche, dejas de peinarte con la raya a la izquierda y te echas el pelo hacia atrás, te devuelven un libro que habías prestado un año atrás que nunca habías leído y que seguramente tampoco habrá leído el tardío prestatario ese de los cojones, este año es el año de tu primer implante dental, emprendes tu cuarto viaje a Nueva York, dejas de creer en el arte moderno, aprendes a montar a caballo, tu médico de cabecera te receta somníferos, mal asunto, pues, mal empezamos, decides votar en blanco, a mí se me da un ardite cualquiera de estos gárrulos con sus culos amantes de la poltrona, comienzas a cepillarte los dientes de arriba a abajo, dejas de rellenar crucigramas, pruebas el verdadero caviar, el de Beluga, por vez primera, descubres apenado que ya no te excita para nada el cuerpo de tu mujer, es como si te masturbaras, -¡miserable!-, valiéndote de su vagina, cambias de marca de cerveza, discutes con tu agente de seguros el reciente alza de las primas del seguro de hogar, te divorcias de tu mujer, te compras una nueva báscula para el baño, la anterior, estás seguro de ello, mentía con todo el descaro del mundo, la hijoputa, vuelves a beber zumos con sabor a violeta, dejas de subir a los árboles, de repente notas un dolor raro en un costado, desconocido hasta ese momento, esto es nuevo… y malo, te dices con todos los sentidos alerta, nada bueno puede augurar, te aficionas a dar paseos en solitario, pareces ausente en los crepúsculos, como muy lejos de allí, como muy lejos de todo, un poco alarmado, la luz del amanecer parece del color de un sudario, tienes miedo, nunca moriré, ¿está claro?, porque eso está claro, ¿no?, te dices machaconamente, yo soy eterno, y luego, va, un día, uno cualquiera, puede que hasta el más anodino, un miércoles o un viernes, puede que  un lunes, lo que ya es empezar mal, te mueres, adiós, adiós, como tiene su forma (mucha gente fallece santamente y deja espacio para los que nacen, que serán como los muertos, qué si no: absolutamente prescindibles) y hasta su olor, yo un año, no recuerdo cuál, ni siquiera voy a intentar traerlo a la memoria, tendría forma de globo y ha volado, estuve todos los días oliendo a fresa: cuando no era una prenda de vestir, era un objeto, cuando no era un ramalazo de aire cualquiera sabe de donde procedente que me golpeaba el rostro, era la luminosa y suave fragancia que dejaba tras de sí una niña con trenzas descuidadas, casi deshechas por el calor del juego inocente en la tibia noche de un sábado eterno sin deberes escolares, cuando no era la mano lenitiva de mi madre acariciando mi frente ardiendo de calentura, era el hermoso recuerdo de un bello día primaveral de la adolescencia dorada por el sol de media tarde paseando por la orilla del mar, en Malvarrosa, de la mano de ella, la de los quince años tiene mi amor; cuando no era mi propia piel, era las páginas de un libro de versos, una pieza escultórica, una fotografía antigua, la colegial goma de borrar, mis propios labios, y la sensación del cuerpo joven, eterno, cuando no era…, cuando era todo eterno… eterno… En fin, sólo olía a fresa, ese empalagoso aroma.

El año 1987 muy bien pudiera ser el año internacional de la buhardilla (sin poeta péndola en mano que esté sentado pálido e inspirado a la mesa, a la luz vacilante de la vela de sebo maloliente): la buhardilla, erguida y humilde sobre las tejas, sencilla, húmeda, sin ornato ni ocupante recitador y sufriente, como una oscura telaraña sin su dueño y orfebre acechador. Una buhardilla sin historia empinada al cielo de la nada, envuelta en una niebla parisina y decimonónica. Una buhardilla sin versos… El colmo.

En el 87 yo también soy el otro para los demás, que me siguen siendo tan desconocidos sin necesidad de que vengan del infierno, como cualquier  año pasado o como cualquiera de los que sucedan al actual, el 87.

Hay un olor a fresa (¿una reminiscencia?) que no logro precisar de donde viene.

Tal vez ese olor sólo sea un recuerdo. ¿Huelen los recuerdos? Es el olor a fresa lo que me trae el recuerdo; es el aroma a tabaco holandés de pipa lo que te recuerda a tu padre; es el sabor de la magdalena el que revela el tiempo machacado, el olor… como esos libros infantiles que al abrir sus páginas se yergen figuras, árboles, objetos y casas ante la sorprendida mirada infantil… Es el olor la fuerza motriz que te desplaza al pasado con la nave interestelar de irás y volveras, irás y volverás….

El recuerdo no huele, y muchos de ellos duelen, sólo duelen.

En el 87 a JD. le dieron 100.000 castañas al ganar el primer premio en un concurso de cuentos de terror, El espejo, llamábase el engendro (máximo cinco folios a doble espacio, seis copias a carbón): todo lo que ese terrorífico azogue reflejaba no era de este mundo, estaba mucho más allá de él, procedente de un mundo desconocido donde las formas a nada humano parecían referirse, y eran imágenes inconcebibles, excéntricas, pero sobre todo enigmáticas puesto que no recordaban a nada por mucho que intentaras descifrarlas, y sin que apenas te dieras cuenta, de pronto, un dibujo horrendo, grotesco, de rasgos irreconocibles, una figura apenas antropomórfica, una copia inadmisible por irregular y zafia, tú en otro mundo, descubres tu yo brotando de esa lámina de aguas y plata cambiantes, vívidas líneas que delimitaban un bulto de tonos verdes y azules, un algo viviente marino, un gemelo que eras tú sin que en nada se te pareciese, pero eras tú porque así te recordabas: eres tú fuera del mundo a pesar de que estés en el mundo (JD., algo perverso, dejaba la cita implícita sin mencionar a su dueño Albert Camus: al final todo consiste en querer vivir aunque sea para la nada, una buena bofetada en los dos carrillos a todos los dioses gordos a reventar de comilonas, borrachos, inventados y por inventar).

En el 87 para unos las cosas dejaron definitivamente de ser como eran y para otros se inició un camino de vino y rosas a ninguna parte cuyo único destino era el viaje mismo.

Salut, les compains.

¿Estaban locos tus hermanos?

Brell el Viejo: estos dos cabestros de tus hermanos son hijos del mayo del 68. La cabeza aún les da vueltas.

¿Lo creía de veras el viejo inofensivo y egoísta?

Los tengo montados en un tiovivo: un adoquín reventó los sesos.

(Giran y giran los Brell bajo las luces tan festivas.)

Éste es un hijo del mayo del 68, dijo uno señalando a otro.

¿Del 68? ¡Menuda broma aquella noche de aquel día! ¿De qué nos sirvió, querido antepasado?

¡Pero se liberalizaron muchas de las antiguas costumbres…!

Vaya a Pompeya o a la Roma de los césares, y ya me dirá. O al Berlín de los años veinte. O al París de siempre: sé de una puta muy acicalada que hace el amor con un hámster.

¡En el 86 todavía somos hijos del 68!

¡Si sólo son cifras… puestas del revés!

¿Cuántos padres han sido ahorcados por sus hijos desde entonces, que es lo que tenía que haber ocurrido después de aquella dionisíaca algarada de matemos al padre, al estado y al súmmum corda? Yo se lo diré: ninguno. Fue una manera más de divertirse unos miles de jóvenes con el estómago lleno antes de las vacaciones de verano, bendito verano. Si el 68 viviera en esta ciudad, yo no pasaría por su calle ni para escupir que diría Capote. A aquellos jovenzuelos enfadados les bastaba con romper la luna de un escaparate con una piedra, medio leer textos ininteligibles escritos por oscuros paranoicos intelectuales y aparentar una seriedad adusta de cojones (seriedad de burro).

87 pre-Paula, otro año (pero ya asomando la patita):

Boceto, aún sin saber del inminente cataclismo sentimental que pronto nublara su mente:

¿Qué más da cristiana, hebrea o sarracena…?, solía replicarle a la puta carísima pero dorada de perifollos y embalsamada de perfumes vulgares estructurados muy lejos de lo alto de la pirámide.

(Con lo que cuesta… ¡y el disfraz tan barato!)

Será por los constantes manoseos, lengüetazos y sacudidas brutales que no hay ducha que alivie en menos de veinticuatro horas.

Nada es lo que parece.

Paula te apaciguará. Todos los instrumentos de tortura los tiene en los ojos. Las manos, sabias, trabajan por sí solas.

Quién iba a decirlo, profesor, se admira ella.

Así somos en el 87.

De hecho, hasta ese momento, a Paula nuestro Boceto pre-Allen, aunque muy atractivo, su charleta le había parecido más insípida que una gardenia por mucho canto que la celebre.

Mi aspecto engaña mucho. Andando el tiempo confesará sin escrúpulos una simpleza arrogante y algo miserable: pertenezco a una familia cuyos santos  y preclaros varones eran de mucha afición a ir de putas.

Un  caballero español de pelo en pecho: seis arcabuces, un fraile y tres caballos bastan para conquistar un continente, descubrir un océano, crear un idioma universal.

Y ella, la mujer siempre con la herida al descubierto: a veces el caballero español, espada enhiesta, le abría las piernas con afán tan violento, irreprimible, que parecía que iba a descoyuntarla.

¿Es usted quién va a escribir la vida número 24 de nuestra colección Biografías Ilustres?

El mismo.

¿Quién será el biografiado de la 25?

Estamos en ello, pero tiene que ser alguien de altura mundial, del todo correspondiente. No es fácil la decisión. ¿Franco?

Sin embargo, el Generalísimo era de pata corta.

Mirada de halcón avizor, brazo de largo alcance, grandísimo entendimiento…

En el 87, queridos nietos bienamados, vuestro abuelo tenía 27 años (el mundo es mío).

Dentro de 50 años (piensa vivirlos sin el menor pudor, uno a uno sin mesura, con todas las de la ley y aun la de la otra más golfa y forajida: que otros se mueran de hambre o se maten a tiros entre ellos por un quítame allá esa bandera o esa oración) vuestro tierno abuelito será un saco de huesos rotos. ¡Qué maldición! ¡Naturaleza injusta!

Pero aún será, vivito y coleando, tan dueño del mundo como cualquier otro de sus semejantes, pese a Dios y a toda la turbamulta de su parentela de haraganes celestiales.

2037: año de los niños (rubios) probeta (2036 fue el de las jirafas de cuello en franca reducción, y ha de ser 2038 el año de las mujeres y hombres de la limpieza que odian las hamburguesas):

Para entonces, un Brell el Joven no tan viejo, pero mucho más cansado (y sorprendente cumplidor: a ojo de buen cubero ha añadido al legendario e inacabable mamotreto Klee 1.200 páginas más), el incombustible Boceto todavía envalentonado, prodiga merecidos descansos a su polla heroica y lucidora. Ahora prefiere, una vez por semana (semen retumtum, venenum est), meter la minga en las bocas jugosas, frescas y jóvenes de meretrices estrenando mayoría de edad y quédense las vaginas para el parto y otros menesteres fisiológicamente mujeriles y harto desalentadores a los ojos de un bebedor impenitente pero pulcro y sin ganas ya de hurgar en oquedades fluyentes, ovuladoras o resecas de mozas, semiviejas exaltadas y viejas sin posible remedio de eufemismos piadosos.

1987:

Ese año inolvidable muchos caballeros españoles y personajes de la beautiful people se sometieron a un alargamiento de pene tramposo y denigrante, pues en contados casos fructificaría realmente como no fuera la única ventaja la de provisionarse de un repugnante prepucio más carnoso y pellejoso (o de bálano despellejado, según el gusto de cada cual) que el que sustituía quirúrgicamente.

¿Pues que no sería el 87 un año couché?

Lo fue.

Corolario adecuado del 68, la década roja española de los 80, así llamada en honor a sus gobernantes por un cronista que, bien abrigado en su casa, a salvo de los vendavales de la historia doméstica, desde un sillón de mimbre adjetivaba, Olivetti por medio, lo habido y por haber en el solar patrio en un tiempo en que lo libertario y aun lo rebelde acabaría ahogándose en las copas balón de los coñacs franceses y en el vaso largo de los cubalibres de ron o del aromático bourbon de importación.

Uno se inventa la Historia que le viene al pairo, cualquiera de ellas y de cualquier clase y de cualquier tiempo, como se inventa la mujer que le conviene por muchas maldades que esconda bajo su piel suave, dorada y fragante.

Sé del año 87 (pues así mienten los periódicos, no se enteran):

como saber de la sed

los mismos perros, los mismos yates

¿tú has visto a un banquero en chándal?

y hasta en la cárcel lo he visto

yo en la televisión veía El tiempo es oro

parece una incongruencia, y el título una broma si consideras a lo que realmente invita la televisión: a la inacción intelectual y material más absolutas

y sigo grabando en casetes la colección de vinilos de música clásica de mi padre, pero ahora las cintas son transparentes, lo que me dejaba dudoso y con algo de recelo al principio

en sus celdas, tras los barrotes, los financieros comen bocadillos de chorizo: lo hacen con delectación

qué cosas, antes la comida era una necesidad, ahora es un placer romano

no ha de pasar mucho tiempo que instalen vomitorios contiguos a los salones reservados de los restaurantes más prestigiosos

el tipo ese del bocadillo de chorizo lo come con voracidad, debe ser hambre

o miedo, ansiedad

si tiene más dinero que yo, que coma dos veces, y hasta tres o cuatro, vomitonas por medio

por entonces había muchas cosas raras

costumbres ibéricas de lo más tradicional y apestoso y criminal

asociaciones peculiares

mataban animales vivos (desarmados) a espada

(dejaron de matarlos de tal guisa, pero daba lo mismo: ahora les hundían un puñal en la nuca)

yo tenía un amigo que pertenecía a la asociación Amigos de la Vespa, la suya era de color rojo sangre, con sidecar, a mí me utilizaba de contrapeso en sus viajes largos, un auténtico mamón, más de una vez estuve a punto de romperme la crisma al encarar una curva

Asociación de Antiguos Lectores de Rocambole

una hubo, asociación sólo de mujeres, que declararon la guerra al cardado y a la laca infame

Asociación de Sólo Lectores de Libros de Bolsillo aunque de Pliegos Cosidos

yo sé de cosas más raras todavía: un ministro socialista custodiaba las llaves de la cueva de Alí Babá: señalaba a uno de los cuarenta ladrones y le abría la puerta dándole vía franca: venga, amigo, aprovecha el tiempo, afana, afana, que otro vendrá que bueno te hará

Asociación de Padres Compradores de Pianos e Hijas muertas

alégrate de la muerte de tu padre en accidente de aviación: ahora ya está en el cielo, te asegura tu madre felicísima, prontamente teñida de rubio

se cumple el veinticinco aniversario de la introducción del bate de béisbol en la política como instrumento dialéctico de precisión

el libro de cabecera de los insomnes era por aquellos años Guía para la cría del cerdo

lo más acertado, convienen en decir los recientes patriotas de naciones figuradas, es matar a los niños tras los que se escudan los esbirros armados del poder: dicho y hecho, una bomba enmascarada tras el trapo de la nueva bandera revienta a cinco niñas de entre 3 y 12 años de edad: las fronteras, dicen los libros de historia, se trazan con sangre (y de ésta, la más pura)

Asociación de Prochinos Rama Lin Piao

Andando el tiempo, no demasiado, en este país que ni se lee ni se escribe tampoco ha de hablarse: mejor a garrotazo limpio

por entonces el BOE resultaba ser el mejor libro de autoayuda

tantos años, tantos vicios, y loro viejo no aprende a hablar

yo le regalé a mi mujer una Epilady y estuve un mes durmiendo en el sofá: hijo de perra ¿me tomas por la mujer barbuda?

un error de cálculo

la mujer española es muy susceptible

y quiera o no quiera, también algo peluda, mire sino aquellas axilas de los años cincuenta, cuando aún no se estilaba el afeite, advierta las pelusillas sobre los labios de esas féminas, ¿y qué me dice de la mata negra e hirsuta del pubis?, metías ahí la mano y desaparecía por completo, esa pequeña jungla enredosa y negra como la noche no se andaba con bromas

hembras bravías, pero ya en los ochenta muy suavizadas, de gesto desenvuelto y sexo rasurado, presto al disfrute como si hubiere de estrenarlo cada día

¡sufre, mamón, devuélveme a mi chica o te retorcerás entre polvos pica-pica!

te levantas, abres el periódico y te desayunas con sapos y culebras como cualquier politiquillo de tres al cuarto mentiroso y mendaz

yo me desayuno con leche vitaminada y Kellogs All-Bran y luego me hago unas carreras por la urbanización antes de ponerme debajo de la ducha, por lo demás, sólo me importan aquellas noticias, y siempre las escucho por la radio o la televisión, que revalidan o se ajustan a mi concepción del mundo

 en el periódico de hoy se informa de un atentado: decenas de muertos al estallar una bomba en el interior del maletero de un coche estacionado en el aparcamiento subterráneo de un centro comercial: ¿la culpa?, de ellos, de los malos a uno y otro lado del abismo

en el periódico de hoy un tipo niega que haya dado alguna vez un pelotazo: me he limitado a ganar 5.000 millones de pesetas en cinco semanas: mi madre estaría orgullosa de mí

en esta fecha, en un periódico de ultraderecha español se publica la definitiva escala cromática de los hombres y mujeres negros y mulatos de origen hispano:

1) café (solo)

2) café con leche (normal)

3) café con leche (larguito)

4) café con leche (cortito)

5) café con  leche (tocadito)

1987:

el gobernador del Banco de España, oculto tras un nombre falso, incrementa su patrimonio mobiliario a través de chanchullos reprobables, defrauda al fisco, nos birla la cartera y te quita la novia

 todos rieron (y comenzaron a leer Teoría de la clase ociosa del señor Thornstein Veblen)

entre monja y turco estoy

a la caída de la tarde son pocos los que se cobijan en la casa: fuera de ella, callejeando entre los cafés, los casinos y los teatritos buscan el consuelo de los otros tan huérfanos pero tan deseosos de verdadero refugio como ellos, fuera de casa, dicen, como en ningún sitio

sabrá usted, querido amigo batueco, que nada es lo que parece en sus pagos, ¡qué tierras! ¡qué gentes de orgullo imperial! ¡este país…!

¿escribe usted?

¿quién?, ¿yo?

de lo poco que quisieron enseñarnos nada quisimos aprender y sólo leemos, continúa esclareciendo el pobrecito hablador, en los ojos de nuestras amantes que no son, precisamente, filosofía de altos vuelos

por la lengua pecamos, y por ella hemos de morir, con ella nos defendemos y con ella matamos sañudos, sentenciaba el pobrecito hablador

¿y qué iba yo a escribir si no se lee?, nací industrioso y huyo de la bagatela estéril

desde tiempo de muy atrás se vio en las españas que mejor el garrote que la razón, pues los más de sus pobladores son duros de mollera y sin nada de entendederas, y la lengua, pues, mejor quieta

no se habla porque no se escucha

y si así fuera ¿qué?

que el tiempo no ha pasado

pasan las cosas, los seres, hasta los cielos pasan, pero no pasa el tiempo

se pasa la vida, se viene la muerte

el garrote, entonces

con cara infantil y bobalicona también yo ando en busca de público

le será difícil encontrarlo: no vende usted pasatiempos vanos ni falsas felicidades, ni celebra, me temo, la estupidez ilustrada, que son enfermedades que ahora se llevan mucho aunque estén muy bien disfrazadas por la tantísima cacharrería digital que ha proliferado sin que nos demos cuenta

en alguna parte debe hallarse

¿el qué?

el público

¿el pueblo?

come, Sancho, come, que tú no eres caballero andante, naciste para comer, que tú pisas fuerte con las abarcas la tierra firme

Sancho… ¿es público?

Huele a ajo y cebolla, a hogaza encerrada en alforja y a vinazo de bota, enfunda calzones sucios y demasiado llevados, es testigo replicador, cazurro impenitente, buen conversador si anda llena la panza, de palabra franca, refranero a trote y moche, de buena cachaza ante las prisas de un país que anda a la pata coja, compañero leal, llorón y sentimental, amante de su Teresona y de ninguna más, nada proclive a la extravagancia pero conforme con ella, ¡qué remedio en qué país: relleno de moscas, curas, mangas verdes e hijosdalgos!

dígame, usted que escribe ¿lee mucho?

¿qué he de decirle?

lo que sea verdad

para las dos cosas no hay horas y, además, ¿qué había yo de leer que me importe de los otros pues si a nadie le importa lo que yo escribo?, a algún muerto leo, quizás, a don Miguel de Cervantes Saavedra y a don Francisco de Quevedo y Villegas, y la parla de la enorme celestina, y mucho del cancionero y al cura Calderón, gente análoga, y ahí me quedo, pues los vivos, digan lo que digan algunos capellanes y doctores del asunto, andan muy perdidos en novelas de costumbres o de tiros, y es sabido, matas la obra si muere la costumbre que evidencia, esa que tan perenne nos parecía, y hasta la reputación la pierdes por andar en temas a la moda mediante prosa funcionarial, medrosona y olvidable a pesar, qué cosa la eficacia, de estar libre de enredos y no perderse ni una línea ni una palabra, qué cosas, en jardines literarios, qué cosas misteriosas éstas de la novelería de escritura invisible, de  la escritura fácil y llevadera y sólo sustento de una historia, pues a la postre también se desvanece sin gloria una vez parado el vehículo, nada, algunas monedas con que entretener a las tripas del ayuno de hoy

Batuecas peregrinas, entre libros y pucheros

usted tiene mucho de hablador y poco de pobrecito

el adjetivo apela a su vocecita inaudible, que nadie se presta a escuchar

(lo compensaría no muchos años después el pistoletazo de salida, como trueno sonó en alguna conciencia, qué humor negro el jueguecito de palabras)

andamos de hito en hito

eso nos provoca el español, yo a mí mismo me conozco y no me engaño, tal como vosotros, qué trágicos somos, y si lo contrario, botarates o indiferentes del todo, y tampoco nos conmovió mucho el disparo de aquel desdichado

en Madrid todo es un baile

e vivimos desterrados, deseosos de volver donde salimos

somos encima de aficiones fúnebres, allá que vamos a ese museo patibulario de enajenados por los amores y las pasiones, los desengaños y la locura, el arrebato mortal, donde huele la polilla de la aparatosa utilería romántica, y allí nos plantamos decididos y morbosos imaginando el trance fatal, y entre tanto decorado hasta escuchar el disparo nos parece contemplando tras el cristal el arma con la que el dandy se reventó a sangre fría los sesos, limpia, atractiva esa pistola, un llamativo pisapapeles haría yo de ella en el XXI

¿pues no escribió este mismo, Fígaro el suicida, un artículo sobre las calaveras?

más que las era los, un giro malicioso que diría el mismo literato que aún yendo cada uno por su lado, ambos concluyen en lo mismo: una vaciedad total la una calavera por descarnada; y el uno calavera por imbecilidad y vicio incontenible

empieza con la calavera del mismo Hamlet

eso es cosa de dudar

usted delo por hecho y facilitamos el diálogo entre los dos, que buena falta nos hace a las dos españas

el calavera-langosta ladea más el sombrero que el calavera a secas y además luce corbatas más negligé

habla asimismo del calavera-temerón y de otra curiosa especie, el calavera lampiño, y aun otro más perteneciente a la clase de calavera silvestre que, por español, puede ser homicida pero jamás asesino y es chulo nato (¡manola, el parné, o te doy!)

en las españas todo está confundido, donde leíste polaco se escribió palco

entonces como ahora, tardan en cambiar las cosas en el tiempo

ahora vamos tirando porque nos lleva la época, y no le ponemos freno como en siglos de atrás, se han invisibilizado el curatón y el espadón, hasta las moscas quedan congeladas e invisibles en el espacio

nada de falta les hacen ya esos dos palafreneros a los poderosos que perdidos todos los temores al mono azul (también invisibilizado) se dedican con buena maña a sus negocios y ganancias, ya no precisan ni de cruz ni de espada:

la guerre est fini

y ahora las españas de boñiga y albañales huelen a agua de rosas de Omán

¡la hostia!

la calavera acaba en manos de cómicos o colgada como adorno en el tren de la bruja, cosa risible para párvulos asustadizos

el calavera termina en boda ventajosa

estas son las cartas de un necio, dicen que dijo el desdichado al entregar ese atadillo de su alma a la adorada y altiva amante y corresponsal

ella, a ese hombre vencido, le dice (según dicen): el muerto eres tú, ¡deja de soñar!, y la mujer, conseguido lo que vino a buscar, huye a toda prisa de ese gabinete donde tanta desesperanza y desengaño ha venido a ocupar, donde tanto camino se ha cegado y donde tantas palabras se han escrito en vano para el periódico de mañana

¿quién pondría en la mano del amante desengañado de patria, de familia y de querida la pistola que ha de matarlo?

poca cosa parece esa mujer antojadiza y pueril para que un hombre como él termine destruyéndose sin pensárselo dos veces: aún no había puesto la otra (también adúltera) con el bolso abultado por los furtivos billetes de las citas y las cartas un pie en la calle, cuando la bala que se dispara en la cabeza lo abate sin remedio, ¿quién, pues?

Fuenteovejuna a una, a lo grande, a toda una voz de un extremo a otro extremo de las españas, que es un albero fétido y homicida donde el único clamor unánime sólo se alza a los cielos ante los mulos destripados regando de intestinos la arena de oro y rojo y el degüello definitivo del animal y a veces hasta el del hombre de luces

pues, ¿qué clase de sociedad es ésa?, ¿qué cosas se traen entre manos ya que no en las molleras sus apáticos pobladores que parecen estancados en el tiempo, acarreando a rastras el atraso proverbial?

¿qué cosas?, el bachiller no deja una sin nombrar (y todavía le faltan cientos más de cosas por decir cuando la muerte, que él mismo apresura asqueado en plena intemperie emocional, se lo lleva hasta el hoyo agarrándole del tupé)

a los perros salvajes se les cortan las cuerdas bucales, de la garganta sólo emerge un estertor…

pero es suficiente con eso, porque ese jadeo apenas audible aunque rabioso es como una tinta simpática que termina esclareciéndose a los ojos de aquellos lectores cuyo ánimo y voluntad andan lejos de la mojigatería general

en el último año ha sido un animal moribundo (probablemente sin él saberlo, pobrecito hablador), pero restañaba a solas las heridas, respetaba a su esposa, quería a sus hijos, entretenía a su querida y colmaba sus caprichos, seguía adelante, y escribía, alborotaba con pluma insobornable y sátira afilada y explícita la hispana siesta secular de modorra vergonzosa, refrescaba la resaca de siglos de decadencia, la atmósfera asfixiante de las Batuecas: todo podía ser mejor, todo podía hacerse de otra manera en esa región infausta donde nada de lo viejo terminaba de morir y lo nuevo no acababa de nacer, vuelva usted mañana, o vuelva usted pasado mañana, o no vuelva usted nunca

así página a página, día a día, y en las cosas de las españas nada cambiaba salvo aquellas formas de la abulia aún por descubrir, pues todo lo malo es susceptible de empeorar en esta nación de figurones sin un ochavo, castellanos viejos, calaveras de salón, funcionarios badulaques, petimetres envarados, curas panzudos, leguleyos corrompidos, políticos necios y gente cuartelera sin nada que les entretenga nada más que el vino de la cantina y sacar los caballos de las cuadras dos veces al año en disputas propias de mozo de cuerdas a pesar de los vistosos uniformes y de desenvainar y descubrir a la luz los sables de hoja reluciente como el sol, que para nada han de valer pues al cabo les basta con las miradas furibundas y los insultos, envainose la espada, tocose el sombrero, miró de soslayo, fuese, y no hubo nada

aquí la fiesta es hablar y rezar con cuatro amigos en tu casa, aquí se duerme la siesta a toda hora, ¿y qué hace el que no duerme?, pues está despierto pensando en las musarañas y nada más, por aquí a la noche el teatro, que un poco sí hay, aunque es para cuatro gatos que siempre son los mismos, así que uno ya se aburre sólo con verlos en el palco y se le quitan las ganas de pasar por taquilla, aquí hay corridas de toros para los ibéricos más gustosos de la sangre, y todos los otros, la pobre clase media, pues la clase baja cuando la hora del asueto se contenta con las castañuelas y el pandero y el jipío, si la faltriquera lo permite, el lujo de seis o siete duros por boca, y si no, mete la familia y hasta la abuela si existe en un coche de punto y se van directos a una fonda de las afueras, de las de medio duro, donde todo es puerco: mantel, servilletas, vasos, platos y mozos, donde al agua con yerba le llaman sopa, las aceitunas están magulladas, los  fritos de sesos de relleno con más pan que otra cosa, el pollo que masticamos el que por desaliento dejaron otros ayer, de espanto para las narices la ternera mechada, y el postre final el que hartos de roña dejaremos nosotros intacto a los desdichados comensales que han de pecar mañana entrando por la puerta por la que escapamos hoy nosotros, y donde el vino del principio al fin que ayude a trasegar ese miserable condumio bien parece ser el de la fuente de la calle a tres pasos del mesón terrible, morapio se diría bienhechor que por ligero, insípido y transparente no embrutece y deja en aguas benditas el estómago

buena es esta España que a la horca madruga, poco amiga de levantarse pronto, a veces hasta a horas intempestivas lo hace, como a las diez de la mañana, qué madrugón vil, aunque ya lo tiene todo hecho a esa hora y a la de todas, al igual que ese lechuguino que come de gratis, se viste de ganga y vive de prestado y que al salir por la puerta de la fonda con expresión grave y noble, y no esconde tras la apariencia más que chulería de corrala y bajeza de arroyo, proclama con voz de señorío que mañana le pediré a usted la cuenta, mesonero

así que ya lo sabe usted, y vuelva mañana, o al otro, o al otro día de después, que aquí el trabajo es andar de zascandil, meterse en fondas a comer de gorra o a empuercarse, parecer mucho de lo que no se es tras una máscara y vivir del cuento o del ningún dar un palo al agua, pues aún andamos en tiempos de cristiano viejo, de hidalguías con la sangre limpia de la ralea de judíos y moros

y con lo que se escribe, vaya si se escribe, al menos la mitad de los españoles lo hace, vaya si lo hace, pero no se lee, al menos la mitad de ellos nunca lo hace, qué va ha hacer, ésa es la verdad lejos de todo chascarrillo vistoso y bienhumorado

entonces la mitad que escribe es la mitad que… ¡se lee a sí misma!, ¡por Belcebú, qué frugal entremés, qué sainete, qué zarzuela, qué esperpento, qué decepción, qué desolación, qué cosa estas españas!

España, aparta de mí este cáliz, dice hasta el extranjero harto de exotismos

les duele España, y en lugar de librarse de ella, se matan los poetas como si fuesen ellos la pena y también la causa de su dolor, ¡qué tragedia si no fuera a la vez comedia!

tragicomedia

a los poetas simplemente se les ignora si no son de los del ripio o aficionados al romance recitado y facilón de taberna, y si son de los otros, románticos y con el mal del siglo, se les deja en paz con su pistola en la mano, esos se bastan ellos solos para matarse sin mayores alharacas por un desaire de amor o por un asco repentino

a los perros rabiosos, puesto éstos piensan más allá del gesto y el dandismo exteriores que tanto confunde al inepto, se les dispara hasta matarlos aunque vistan levita lucida, chaleco de tisú y corbata de seda, hablen con tino y hagan de su elegancia una lección continuada de mesura a los precipitados, a los toscos y a los zafios

y a los otros, poetas perros de menor calibre, mejor o peor vestidos, mansurrones de ojos tristes por mucho que ladren con una pluma en la mano, que no tienen más crimen para morir que el ser más débiles que sus verdugos, se les pone frente al toro para que los reviente a cornadas en un santiamén ante el regocijo público que se deleita al contemplar como la arena amarilla del redondel va tiñiéndose de rojo a lo largo de la fiesta nacional

poetas… no he conocido ni uno solo que no tema de su madre/madrastra España un bestial azote en el culo, que los reparte a diestro y siniestro cuando le viene en gana, y sin parar en mientes, así que han sido pocos los que se han librado de ellos, incluso los más pudibundos e insignificantes, meros pendolistas de domingo y toda esa tropa de funcionarios de la rima, huyen del coscorrón como si estuvieran a la altura de los señores Quevedo, Machado, Neruda, Rodríguez, Valente, Cernuda, Aleixandre, Blas de Otero, Gil de Biedma, Ángel González, y otros sin tierra, espejos de anónimos y proscritos…

esa pistola tiene un mango pulido tan fascinante, dan ganas de acariciar su madera suave, asirla, pegarse un tiro en la sien y… ¡empezarlo todo!

el fiel y último encanto de estar solo

qué tiempos…, ¿universidades?, que baste con la tauromaquia

que súbditos

qué rey… y los políticos que le siguieron, qué dignos de su vileza por estar más al tanto de su interés que del bien general

¿artículos, dices que escribe?, al final son todos un epitafio, un enterramiento de las ganas, nada queda del vigor que infundía la esperanza de los años aún más jóvenes, un hastío y un asco que ya busca en lo más hondo de la tierra el apaciguamiento, la pluma no basta, seca como una hija podrida de aquella madre marchita, terrible, sabe el escritor que esta patria es cementerio, solar de un presente aborrecido, pero también espacio de lo futuro

¿qué queda?, un dandy más bien feo de facciones morunas, pelo negrísimo en tupé, labio abultado y estatura corriente, duelista sin sangre ni primera ni última, le basta la pluma, tertuliano de café a media mañana o a medianoche pero con el trabajo cumplido, esposo desconcertante y contrariado, padre invisible, adúltero seducido y abandonado por la amante

de España ni mentarla, que no hay remedio

ni siquiera puedes experimentar con el lenguaje amigo Fígaro, en tus españas, respecto a la prosa, ha sido declarado delito toda innovación y cualquier novedad en ella es objeto de sátira sino de desdén indisimulado

malos tiempos para la literatura cuando la prosa se hace teatro pues ni siquiera la escritura te queda

Talía no sabe si reír o llorar (tal vez bosteza)

la querida que reclama sus cartas decide en el último acto, definitorio pues, optar por la mediocridad sin sobresalto junto al marido cornudo, la rutina muelle de los días sin precipicios, antes que la bulla incendiaria en la mente de un amante genial pero imprevisible

y ahora que corra el telón

apagad las luces

silencio, silencio fúnebre, las exequias al rabo en buenas horas

el disparo a la cabeza es el punto final.

Escribir, ¿para qué? No para desesperar.

El arte es feliz. Difícil (extremadamente en ocasiones), pero no ha de alcanzar nunca los límites de una tortura, pues sería cosa majadera.

Sé extravagante.

Una buena estratagema de venta sería escribir un relato bastante largo con el título también bastante largo pero fascinante de El Café La Reina Negra del Padre Flanagan. Incluso escrito en español, y aunque tratara de maricas y drogadictos, los tipos de The New Yorker o de Harper’s no dudarían ni un segundo en  comprártelo.

Y recuérdalo tú y recuérdaselos a otros, eres culpable siempre, sin duda.

¡Y qué!: 

490 pecados registra el celo desatado del reverendo Jabes Branderham: son demasiados para no haber incurrido en alguno de ellos.

Todos pecan, y más en literaturas: don caballero y don lechuga, que aquí andamos entre birloches sin barriguera, lacayos, escribientes, sastres, mozos de cordel, tenderos, mesoneros, aguadores, calaveras… y todos don caballero.

En fin, tenemos Rey y tenemos Papa (pues ya lo tenemos todo).

En fin.

En fin, que un domingo cualquiera por la tarde termina uno riendo y aplaudiendo las gracias de la celebrada comedia nueva en cuatro actos de don Manuel Eduardo Gorostiza titulada Contigo, pan y cebolla. El asunto, y no adelantaremos más, es idea feliz y nos muestra implacable y fluida las causas y consecuencias de los desastrados amores que alcanza a propiciar la descabellada idea romántica del matrimonio sólo guiado por el amor ciego, algo que ya registraran las crónicas antiguas, desde Píramo y Tisbe, hasta Leando y Hero, como bien señala el satisfecho espectador del gran teatro del mundo en su nota crítica, nuestro Fígaro, diablo cojuelo espía de las costumbres y gentes del lugar, duendecillo no poco arrogante, juez severo de la sociedad de su época, que es ver y dejarse ver, aparentar y poca cosa más, y escribidor excelente.

Murió joven, dicen las necrológicas, a saber el centón sucio de su alma, sin que nada de lo desarreglado en el país que enumeró y censuró en sus cuartillas quedara enderezado ni por pienso. Más o menos como su propia vida, que deja todo a mitad: profesión, matrimonio, hijos, la España suya, la España nuestra…

Ninguna muerte explica una vida: un solo acto, y además, el último, aunque estrambote, aunque fuese suicida, no basta para esclarecer o contrarrestar los otros cientos de miles más de actos que quedan atrás. No explica una vida ni le da sentido, pero el trueno que la finiquita la corona de mansedumbre o de rebeldía invencible o simplemente la concluye de normalidad, de acatamiento… o de desafío ante un destino inevitable al que por orgullo se le quiere despojar de la máscara ilusoria cuanto antes. Pero sobre todo un suicidio, salvo el que es producto de los avatares de la misma vida, es acabamiento mental. Un hombre puede ser destrozado, pero no derrotado, diría un siglo más tarde otro suicida al que también al final le quemaba la pluma en la mano. Precipitar la muerte es dejar a los sobrevivientes sin palabras, enredarlos en conjeturas y dudas. Matarse joven, aún sin caries en los dientes, qué escándalo, que estallido en la razón, es una gratuidad, y uno nunca se mata por aburrimiento: lo hace por vencimiento definitivo.

Vuelva usted mañana, o al otro, o al otro de después, o no vuelva usted nunca

No vuelva usted  nunca.

Quedó el cuento inacabado.

¿Las españas? Bien, bien, a Dios y a sus mercedes gracias: a rastras avanzan hacia el horizonte, que es ilusión, humo y nada, y así lleva dos siglos ya. ¡Que una fuera Imperio y Jefa del mundo todo… y ahora esta miseria!, exclama sin pudor ninguno cada glorioso (mohoso) amanecer la renqueante, la que se cubre con vestiduras adeudadas que disimulan los harapos de debajo.

Fue nuestro cronista lenguaraz demasiado pusilánime, hasta insomne apabullado, poco feroz: tendríamos que haberte cortado las orejas como a los perros de batalla para calentarte de una vez la sangre, y aquello de las españas y tu pluma fuera un Troya a dentelladas.

Mártir de nada ni de nadie ni por nada, reza el primer y único mandamiento en el año de gracia de 2008, nada menos, ¡voilá!, siglo arriba, siglo abajo, cuando al suelo se vienen los castillos de aire, arena y naipes, cuando los espejismos se resquebrajan y la piel del oso era el velo de tu engaño, más de doscientos años después, que no es moco de pavo, de aquella detonación pistolera contra sí mismo de un gran cansado y husmeador disfrazado de petimetre en una calle cualquiera de aquel poblachón manchego que era un Madrid delineado entre albañales, arroyos pestilentes y las montañas de mierda de las ganaderías domésticas que acampaban a sus anchas y que ni era rompeolas de las españas ni ciudad digna de condición de capital ni de nada de nada y sólo era vividero de parásitos, plumíferos canallas y serviles, vagos, maleantes y chusma sin oficio ni beneficio que medraban a costa de la innúmera e ingente ralea de los aposentadores de la malhadada corte de los milagros que se turnaban para joder de lo lindo y hasta a lo bestia a las españas periféricas que ni siquiera por entonces asomaba la patita autonómica…, en fin, todo llegará, porque llega.

En cuanto a mí, Charlie, no me conviene despreciarme, eso sólo me conduciría de nuevo al punto de partida, y ni en mis peores pesadillas sucede tamaño dislate, dónde te has equivocado, dónde no te has equivocado, qué no supiste aprender, de qué forma perdía el tiempo aprendiendo tonterías triviales, de qué te acobardaste, cuándo fuiste valiente, qué has hecho, qué dejaste de hacer, qué desierto de hombre, qué risa…, y todas las copas bebidas hasta las heces, curiosa expresión que, digámoslo de una vez por todas, alude a ese poso de la penúltima copa que siempre sabe a mierda y fango, ese olor nauseabundo que despide el arrepentimiento, tampoco lograrán que me torne sentimental y llorón y me compadezca de…, de… ¿de qué? ¡Al diablo con todo!

¿Pues no soy yo como Odin? Sabio y tuerto. Indiferente, como todos los dioses, a la rara presencia de la bondad; divertido ante los mil disfraces de la maldad y sus ardides. Sobre mi conciencia todo; sobre mis espaldas nada, confiesa el otro articulista, gacetillero que si no de costumbres rijosas bien avisado está de los pasatiempos de sus contemporáneos tan lejos de los nuestros, los provincianos de su época, inspirado más que por las calles, sus andantes y sus máscaras (la sociedad, ¡ah, la sociedad!) por la docena de cafés tan negros como su alma que se echa diariamente al coleto como si bebiera agua y los cincuenta cigarrillos de hebra, de negrura hispánica, que asola y pudre sus pulmones.

Moja la pluma en el líquido más negro y en los humos nocivos que sólo a él lo matan: una actitud que dispara al aire sin herir a nadie de sus compatriotas, un inocuo tirachinas.

(¿La sociedad? Bien, bien, a Dios gracias. Perfectamente saludable y perfectamente idiota. Sin un rasguño.)

Escancia, cobarde.

Y por aquí andamos, la grey…

¿Hacia qué mundo vamos, en este 2008 de nuestros pecados?

Paula (millones de paulas como ella que en el mundo son) ha reflexionado sobre esa dirección: a la nada, ha dilucidado no sin cierto destello pasajero pero de inevitable espanto en su mirada desdeñosa (la señora, que está en su punto a estas edades, piensa vivir mil años, y cualquier amenaza, por pequeña que sea, tiene que ser neutralizada de inmediato).

Luego, habrá que rectificar, se dice Paula, paladín:

Los pedos y eructos de las vacas son los culpables de la destrucción de la naturaleza del mundo: hay que matar a las vacas cuanto antes para que mis nietos sean felices cerditos roncadores en una atmósfera límpida y refrescante.

¿Y eso?

¡Ah, los gases de las malditas vacas…!

¿Acabaremos con ellas?

Corbon Balance and Management:

La emisión de metano (CH4) por parte de los rumiantes es un 11% superior a lo que habíamos calculado hasta ahora. Este gas de efecto invernadero resulta altamente potente con un índice de GWP de 25.” Recordemos (¡cómo no, cómo vamos a olvidarlo, padre Agustín!) que un millón de toneladas de metano equivale a emitir 25 millones de toneladas de CO2.

¿Y cómo evitar las futuras catástrofes que sobrevendrían con el calentamiento global?:

evitando, naturalmente, los pedos de las sucias vacas.

¿Existe un remedio eficaz para ello?:

Por supuesto: el compuesto 3-nitrooxypropanol, una molécula de síntesis que inhibe una enzima de los microorganismos que producen metano en el interior del rumen de los malditos bovinos.

De venta en los mejores establecimientos del ramo.

Escápate a Venecia, metáfora del hundimiento y la mugre milenaria improvisada.

¿A Venecia? ¿Y para qué? ¿Pues que no será la moda más repugnante desde doscientos años atrás en lo que respecta a los viajes inútiles? Aguas malolientes a punto de tragarse de una maldita vez todas las fachadas de piedra decadente y sus inútiles y sórdidos ornatos carcomidos por los siglos…

Todas las agencias de viajes son un cuento chino: te lo puedo demostrar: puedes creerme sin dudar un segundo: también Venecia puede oler como el pedo natural aunque nauseabundo de una pacífica vaca tirolesa.

Qué ruin idea del tiempo de uno, malgastándolo en curiosidades vicarias, tan ajenas a tu verdadero yo.

Es ese único decorado de parque temático propicio en los actuales tiempos para americanos gordos de Ohio, españoles horteras con dinero sobrante que tirar y japoneses ávidos, ciegos por las cámaras fotográficas que velan minuto a minuto sus auténticos ojos, ahogándose a codazos y miradas homicidas entre ellos en los canales putrefactos, o tal vez hinchándose hasta reventar de bocadillos de gambas, todos ellos bebiendo sin parar Martinis hasta acabar derrumbándose en el camastro del último piso de un palazzo que huele a podrido y está a punto de venirse abajo, o peor aún, dolientes y resacosos atiborrándose de comprimidos de ibuprofeno en la habitación de un hotel aséptico y funcional, concebido con crueldad para el turisteo masificado del solo y patéticamente yo estuve allí, yo, el turista nada accidental: puedes jurarlo por tu vida, estas son las fotos, estas las heridas de hoy en el rostro envejecido, cientos de fotografías ridículas y pretenciosas que intentan eternizar un paisaje, una calle extraña, media docena de escenas urbanas, un edificio sin gracia, tan imponente que parecía, perpetuarme yo a mí mismo escondido en las tripas de una irrisoria cámara digital, una foto que probablemente nadie, ni siquiera tú,  vuelva a visualizar jamás, puedo enumerar hasta algunos de los condumios, las amistades casuales hechas y deshechas durante el aperitivo del mediodía, las conversaciones con los otros compañeros inútiles de viaje tan frívolos y superficiales como yo, los atardeceres aburridos y agotadores hasta la hora de la cena, las excursiones nocturnas y breves sobre el cuerpo de mi pareja desfallecida y con los pies inflados por la caminatas diurnas a ninguna parte.

Sólo en Venecia, rodeado de sucias palomas mendicantes, bajo un cielo gris y asfixiante, he creído verdaderamente que iba a sobrevenirme un infarto masivo en andanzas tan grotescas: más que impulsos eléctricos, lo que parecía recibir mi corazón eran puñetazos: curiosamente, los flashbacks que en seguida me desplazaban del tiempo presente sólo iban para atrás unos minutos de mi existencia actual, como los propios del cine más reciente, y no retrocedían a años retrospectivos hasta arañar en la costra de pedernal del mismo pasado el origen de todo, de ese mal de ahora.

Y al fin y a la postre, la verdad última escondida en el fondo de su mismo dandismo afrancesado, pues era inevitable aceptarlo, tan evidente era como los males de las españas:

me creo mis mentiras cuando, por desgracia, hay pocas verdades que creer:

francamente, creo que valgo más que mi criado:

si así no fuese, le serviría yo a él, lo cual es una manera de invertir los papeles que me resulta francamente desagradable...

En fin… (el fin).

Si tu vida no te gusta… no te mates, plagia la de otro, que hay donde elegir:

Fígaro: Es de advertir que siempre que escriba sobre un asunto que haya tratado otro escritor, al cual yo me crea inferior, creo mi deber robarle cuanto me venga en gana, y no por eso dejaré de llamar original a lo que de aquí resulte.

Contrariamente a mister Shakespeare: robo de los malos poetas lo que me place… de la misma forma que un padre aparta a sus hijos de las malas influencias para mejorarlos.

¿Qué hacer con Fígaro?

Te vamos a utilizar como espantapájaros de las modernas españas: tupé en lo alto, barba recortada, frac elegante, media de seda, chaleco de tisú de oro, literato y escritor, lector de día y noche, bailarín sin alegría…

Vistoso palitroque, a fe mía.

¡Silencio, pues, hombre borracho! Ya es sabido que aquí de cada piedra nace un necio. Nada has de decir que no sepamos, y tú, que de sobra conoces las miserias de tus contemporáneos, pues hasta te matas, quer tan bien andas lejos del remedio o de las ganas de meterte a cirujano de almas. Dejas las cosas en paz o en guerra, pero las dejas, ¡y aún no has llegado a los treinta, cobardón!

Tieso como Gerineldo, brazos en cruz, impertérrito ante el frío de la nieve, inmóvil en la ventolera de marzo, indiferente al calor de julio, los ojos de paja, y la sangre también de paja: espantadas las avecillas glotonas, salvada la cosecha… ¿aun en el erial de solo paja? ¡Menuda recolección!

Los espantapájaros siempre aparecen vestidos de frac, solemnes y envarados, usted primero, doña Cuaresma, que todo el año es Carnaval. De remate, a algunos, qué escarnio, les coronan la cabezota redonda como una luna con una chistera, tremendo oxímoron en tan grotesca figura, para el desconcierto, supongo, de aves y extraños pusilánimes.

Espantapájaros… y resulta que ésos, los turistas que se deslizan de un extremo a otro por la bola del mundo como auténticas cucarachas, insolentes e intrusas, sobrevivientes a cualquier exterminio, abrevan y triscan por decenas de millones en un año a lo largo y ancho de la tierra patria como si nada, sin miedos ni prejuicios de ninguna clase, tirándose pedos como las vacas, lo que desmiente muchos tópicos acerca del guiri, ni siquiera, qué sorpresa, les duele España: no asustas ni a las cucarachas. A lo mejor, incluso les divierte contemplarte ahí, la escultura de un payaso que no produce temor, y, además, mudo, incapaz de una reivindicación por nimia que fuere de las cosas todavía nobles y memorables que perviven en la nación, callado y sumiso ante el vendaval de la historia cruel y voluble, reiterada y digna de olvido por ser mera cronología de guerras sangrientas y trapicheos canallas de gabinete político, ahí te yergues a lo alto desde el suelo de barro de las españas, resignado a tu papel estrafalario de colorido monigote, lo que te hace víctima de los insultos más obscenos de los niños deslenguados y cabroncetes, esa prole mocosa y anónima, ya un poco asquerosa, que cuando adultos asirán en la mano el palo con el que arrear los golpes a su replicador y no la pluma para explicarse.

¿De verdad me hallo en compañía de seres humanos?, se pregunta la narradora (contadora) Nelly Dean.

Cambiar de país de nada te habría servido. Francia te hubiera vuelto un poeta lelo. En Londres habrías acabado pintando aceras. El exilio te excluye de una realidad acuciante y te sume en la ilusión, en el espejismo más culpable.

¿Cómo creer en España en cualquier siglo pasado, presente o venidero?

Arroja el palo lo más lejos posible de ti, y a ser posible, también la pluma: limpio de corazón, sé un JD.

Cierra los ojos y ten fe.

¿Sólo la fe me es necesaria?

Y sólo de una clase.

Dos trascendentales de ellas nos enseña el evangelio: para creer en la existencia de Dios basta, al parecer, la fe sin más, puesto que nadie puede demostrar lo contrario, su no existencia; para creer en la concepción milagrosa de María, llamada la Virgen, asunto meramente biológico, ya es inevitable echar mano de la fe del carbonero.

Feliz, o nada, España.

España que trisilabea.

(Demasiado tiempo hemos creído en esa disyuntiva mentirosa, que no deja lugar a alternativas más piadosas.)

Sólo con que fuera de carne y hueso, de la materia humana como sus hijos…

Pero, ¿qué país es éste que uno de sus más señeros pensadores no dudó en aconsejar: Ay, España, ay, si aquí te dan un premio invéntate un cáncer, que luego han de ir al degüello.

… a ese lorenzo, lorenzo que me des la vuelta que ya estoy tostado por este lado, como las sardinas, lorenzo, como sardinitas pobres, humildes, ya me he tostado, el sol tuesta, va tostando, va amojamando, san lorenzo era un macho, no gritaba, no gritaba, estaba en silencio mientras lo tostaban torquemadas paganos, estaba en silencio y sólo dijo —la historia sólo recuerda que dijo— dame la vuelta que por este lado ya estoy tostado… y el verdugo le dio la vuelta por una simple cuestión de simetría.

Simple ley de compensación… en el juego de la envidia, y juego porque me toca. Si premio es las españas, proclámate un cáncer.

La segunda pregunta me interesa mucho: Heathcliff, ¿es un ser humano? Y si lo es, ¿está loco? ¿O es un demonio?

Nada es inmutable. Todo es perfectible. Pudrible.

1976.

Servidora. (Comentando un reno de qualité, no del todo manoseado por alguna poseedora previa, equivocada sin duda, dejado a medio leer seguramente, pues quien quiera que fuese la lectora lo había creído un folletín más de los de Pérez Escrich y análogos, y cundió la decepción, o lo conceptuó  como noveleta de amores descarriados y tremebundos, violentos hasta el paroxismo, todo lo contrario de las amables y felices tramas de Corín Tellado, y más o menos al tercer capítulo, páginas inmaculadas a partir de entonces, llegó la capitulación y arrojaron el libro a un lado: Cumbres borrascosas, nuevecito, casi intocable):

No lo puedo evitar, niño, soy una romántica del tipo zorra sensiblera.

Así me gustas más, lectora y puta.

Se excitaba el joven a la espera del segundo polvo de la tarde.

He llorado como una loca.  ¡Qué novela tan apasionante! Se nota que su bendito autor conoce a la perfección el alma femenina y sus desasosiegos…

Boceto. (La interrumpe impaciente ante ese vocabulario de aprendiza aplicada con las manos oliendo a lejía o a la reciente peladura de ajos para la comida del mediodía):

Ese libro lo escribió una joven (una joven vieja, piensa para sí), una inglesa aburrida y solterona algunos años mayor que tú, y en cuestión de doce meses. Luego, al año siguiente, se  murió…

Servidora:
Ah, Pues no sabía yo… Bueno, es igual. Es un libro precioso. Se diría que sus personajes viven nada más que para el amor, y por él mueren. ¡Qué tiempo de finales terribles!  ¡Qué hombres, qué mujeres! ¡Abrir la sepultura de la amada, con ella yacer!

Boceto. (Cabizbajo, en un aparte):

¡Qué épocas de confusión y sexo reprimido hasta la tortura más basta y bruta! Y anda la lectora con lloriqueos decimonónicos…

Servidora:

Y todos se miran unos a otros… de forma lisonjera.

Boceto (en un aparte, desabrochándose la bragueta con cierto nerviosismo por las prisas):

A ésta con los renos la estoy volviendo loca… Empieza a perder el juicio, como el chalado de Alonso Quijano. Que vaya abriendo la boca…  ¡Se la voy a meter entera a la romántica!

(Hay que ver como pasa el tiempo.)

1982.

(Año de la gramática parda.)

Perdido en mi habitación sin saber qué hacer se me pasa el tiempo.

En el mundo todo es fiesta: todo el mundo invita, caprichoso y carnavalesco, al jolgorio.

Servidora. (Desafiante frente a la esposa del financiero adúltero que se acuesta con ella, una servidora de las de siempre,  y se la jode tres veces por semana hasta quedar para el arrastre el tipo (los huevos quedan rígidos y pegados al culo como los de los tigres y la polla cuelga exánime como un dátil oscuro), con la pérfida sonrisa en los labios de quien se sabe inmune a las venganzas beatas de esa pobre desgraciada e insípida esposa lloriqueante, sidua visitante de El Corte Inglés con tarjeta de crédito y débito ilimitadas, temerosa sino de Dios y sus oscuros designios sí del cáncer traidor y silente de mama, sobrecogida por el temor de la droga caída directamente del cielo a las manos de su prole, nene y nena aún con las tapas de los carpesanos luciendo fotografías de los grupos musicales más de moda, recién escapados de los estribillos blandengues de Parchís, recelosa de la España cuesta abajo por culpa de esta democracia socialista de todos los demonios, asustada por el mundo desconocido y procaz que ha venido y nadie sabe como ha sido, pero es, y, principalmente, asustada por la vida y sus sucios fluidos, oh, Dios, oh, Dios, adónde hemos venido a parar):

Mire, señora, a mí me gusta que me follen, disfruto como una bestia tirándome a los tíos y chupándoles la polla… Yo no hago ningún mal siguiendo mis instintos de hembra bien hecha y bien nacida, y a la que no le guste que se tire a un tren o que reviente hinchándose de tortilla de patatas (a la española).

Amén.

Otrosí:

Tan niño y ya tan retorcido el señorito, dijo para sí Servidora entre intensos suspiros, a cuatro patas sobre la cama, con las tetas colgando y oscilando de un lado a otro por los furiosos embates del infante centauro, sintiendo como el muy libidinoso prestador de libros la enculaba sin guardar excesivos cuidados, la penetraba con violencia blasfemando a cada sacudida… ¡Ah, este hombre implacable y feroz como un lobo, este… Heathcliff, esta bestia de hombre!

Y todavía más pasado el tiempo, veinte años, que no son nada, sus hojas frágiles de un calendario imposible, que es un suspiro entre cambalaches, jodiendas, nacimientos y muertes.

2002.

Servidora (Plácida Albentosa Campillo, 49 años, separada, sin hijos, empleada a horario completo desde 1995 en la residencia de ancianos El Bienestar, sita en Godella, Valencia), en sus ratos libres, que son todos los que le permiten intermitentemente la somnolencia sempiterna y la higiene volandera de los viejos puestos a su vigilancia, lee y lee como si fuese a acabarse el mundo. Lecturas de la última semana: tres novelas anoréxicas de Amelie Nothomb (en el transcurso de esos siete días, el jueves, recuerda, murió pacíficamente mientras dormía don Enrique Eduardo Tamarit Altallana, notario jubilado de 87 años, residente en El Bienestar desde abril de 1995, el mismo mes de la incorporación de Plácida Albentosa Campillo, una servidora, a la plantilla de la residencia, circunstancia que hizo de ellos dos muy buenos camaradas en lo sucesivo, don Enrique era gran degustador de los caramelos Sugus, a los que aficionó a nuestra Plácida, y lector amantísimo de don Vicente Blasco Ibáñez, de quien había leído enteramente los seis tomos de sus obras completas editadas por Aguilar, volúmenes en piel y papel biblia que donaría, según nota manuscrita hallada en su mesilla de noche que dejaba muy claro su deseo, a la ya identificada Plácida, a la que había hecho, asimismo, fervorosa lectora del escritor valenciano, heredera feliz que recordaría mucho tiempo después, en edades de hacer recuento biográfico (2018, año que no se nos permite atisbar en ninguna de sus celdillas), que también hubieron dos ingresos en la semana Amelie Nothomb de aquel lejano entonces: doña Carolina Maestro Salvat y don Julio Peris Grau, de 81 y 78 años de edad respectivamente, en la actualidad (2002) ambos en plena etapa de adaptación a la rutina residencial: la vida sigue… ¡lo que quede de ella!); próximas lecturas (en dos semanas): La reina del Sur, de Pérez Reverte; La pequeña pasión, de Pilar Pedraza; Tranvía a la Malvarrosa (una reelectura: va a leerla por tercera vez), de Manuel Vicent y Querido Corto Maltesse, de Susana Fortes.

El año 2002 tenía forma de calabaza, creo recordar, aunque no estoy muy seguro, no sé… Charlie, ilumíname, que ando algo embotado esta noche.

(Escancia, cobarde.)

Que son todas, y no sólo esta noche, baboso hijo de puta, piensa el Charlie de hoy, cuarentón, bajo, de cabello gris peinado a un lado (el derecho: anomalía, pues) y sin ninguna esperanza de mejora laboral en lo sucesivo, lo que hace de él un perfecto y solícito servidor de los clientes nocturnos y pacífico oyente de sus miserias, penoso horario de jornada éste de la medianoche del que ya no podrá liberarse nunca el paciente Charlie si quiere comer al día siguiente y al otro de después y al otro: ningún oficio serio el del escanciador de las copas de los borrachos ilustrados que hacen del ingenio (ese arte menor) su poesía, y nada de beneficio ni renta salvo trabajar, pobre Sísifo de clase baja, para seguir pagando por respirar y engullir la tortilla de patatas, y chitón, pues, el cliente siempre tiene razón.. y tiempo de sobra a ese lado de la barra a la que tan buen aficionado es: larga es la noche, poca la mies, pero algo es algo. Muchas son las historias y sandeces de mil clases que uno aguanta, inagotable anecdotario, copa va, copa viene, horas y horas…

¿Acaso sabías tú, Charlie amigo, que el vicioso y borracho hermano de las Brontë, que de una curda reventó por todas las costuras, si no escritor como las hermanitas de la caridad de aquellas, sí como amanuense tuvo una rara habilidad para asombro de propios y extraños?

Ignoro cuál puede ser esa habilidad, jefe.

En realidad no tiene ni idea de quienes son esas Brontë, ¿Primas del señor, quizá? ¿Compañeras de trabajo? ¿Putas ocasionales de carretera?

Yo te lo diré.

Pero antes renueva la copa, Dioniso.

El tipo, el hermano echado a perder era capaz de escribir dos cartas de distinto contenido a la vez, una con cada mano.

Cada uno es genio a su manera: hasta para acabar en el circo de las pulgas.

Todo es aprovechable a los ojos del Señor: una rosa, un borracho insomne, un rufián de burdel, un perro ahorcado, las campanadas del ángelus, el tipo con una pluma en cada mano…

Su hermana…

¿La hermana de quién?

Del tipo ambidextro…

Ah.

Pues ésa, una de ellas, no recuerdo cual de las tres, tenía un dogo feroz llamado Keeper.

Keeper es un nombre verdaderamente extraño.

Puede que en inglés no lo sea tanto, pues es idioma dúctil.

Cualquiera sabe.

Yo, si hubiera sido una de las Brontë (cualquiera de ellas) y hubiera tenido un dogo (feroz) le habría llamado Heathcliff, uno de los personajes más repulsivos de la literatura universal.

¿Más que el tío Grandet, que el arcediano Fermín de Pas, que el boticario Homais, que…?

Mucho más. Esos sabían de sobra de qué metal andaban hechos y que fuego los chamuscaba. Heathcliff mordía al mundo (como un dogo feroz) sin tener ni una sola razón clara para hacerlo, sólo escupía veneno sobre los vivos porque amaba a una muerta incorrupta que cuando niña era su compañera de juegos salvajes. Ese Heathcliff, con su rabia y su alma de lobo, debió ser sin duda la encarnación humana de Keeper, el perro fiero de su madre literaria, uno de esos bichos que muerden sólo por el placer de morder.

No le andaba a la zaga la otra, la amante (en el buen sentido, tengamos la fiesta en paz) del dogo: en cierta ocasión un perro rabioso atacó a su Keeper, y la dama sin pensárselo dos veces se interpuso entre los canes y fue mordida por el perro atacante. Sabedora de los estragos de la rabia, corrió veloz a casa y sin titubear un segundo calentó al rojo vivo un hierro de los utilizados para tablear tocados y se lo aplicó a la herida hasta casi carbonizar la carne.

Todos los perros terminan pareciéndose a sus dueños... y algunos de estos a sus perros.

¿Sabemos algo más del ambidextro? Con esto de los hermanos hay que irse con tiento, te la pueden meter hasta doblada, nunca se sabe.

Poco más conocemos del pelanas, aunque lo suficiente: opio, láudano, alcohol.

Bonita combinación que le llevaría sin gran demora al delirium tremens.

Dicen que es espectáculo inenarrable el tal delirium.

Algo de ese delirio contribuyó a la presencia fantasmagórica y tenebrosa de las almas en pena del pasado y del futuro, nunca del presente, que se deslizan por los sórdidos corredores que pueblan de principio a fin la novela del falso Ellis Bell: bien se diría que el desdichado Branwell susurra al oído de la anónima escritora desde la sepultura de la vida.

Ese corazón en penumbras…

(¡Joder, Vivales!)

Entre las tres hermanas no sumaron ni cien años de vida. Adiós, adiós.

Un perfecto entretenimiento para las gentes de los páramos la escritura y sus cuentos:

Muy aplicadamente, de pequeñas, las Brontë contaban tumbas desde las ventanas del hogar, pues la casa se hallaba en medio de un cementerio siempre envuelto en brumas húmedas: una manera de jugar en cuanto despuntaba a duras penas el día envuelto en espesas nieblas, magníficas esas noches a la luz del pabilo trémulo junto al fuego de la chimenea, rodeada por hoyos llenos de muertos la familia del clérigo taciturno (y ha de ver, más taciturno aún, muertos a sus seis hijos antes de morir él mismo).

Llueve afuera, y silba el viento, los rostros de las niñas inconscientes y perversas pegados al cristal de la ventana: una tumba, dos, tres, cuatro…

Tras ellas, en una alcoba, sumida en una luz gris, agoniza la madre, que sólo nació para llegar a Haworth, a esa casa rodeada de muertos, parir, cerrar los ojos en silencio y extinguirse.

Esas niñas y ese niño opiáceo, un despropósito, crecen débiles y diminutos: no comen carne por prescripción pastoral del cabeza de familia, que sabe lo que se lleva entre manos (así mueren, todos antes que él): no les daba para la cena nada más que patatas. ¿No han de ser poetas? Que aprendan, sobrios y ayunos.

Luego, el segundo entretenimiento del día: atentos a la lectura del progenitor: un par de docenas de los 31.102 versículos de la aparatosa Biblia que el reverendo custodia con celo.

¿Qué puede nacer de ese aire enfermo, del bramido del viento y de las áridas y oscuras colinas de alrededor?

El espíritu de piedra de los moors.

Es buen ambiente esa grisura y esa dureza de pedernal: los niños aprenden a leer solos…, aprender a escribir, pues, no será más arduo: la imaginación, esa variante de la realidad, suplanta la razón aunque la fantasía se enmascare de gravedad y del halo trágico que empaña a todo ser viviente a medida que crece, puesto que nace para morir.

Heathcliff nace de un poema, como un ángel rebelde, una planta azul. Ni siquiera es malvado: no es un hombre de carne y hueso, por sus venas corre una tinta negra, es la metáfora del mal, una invención etérea. El tipo no debía ni oler, un ectoplasma inasible, inodoro…, emanado de una mente desenfrenada. Raro que no levitara desde las páginas enmohecidas del amarillo tétrico de mi edición (Doménech, Valencia, 1914).

¿Cómo se curte a esas gentes resignadas unas, feroces otras?

Se les templa sin contemplaciones a medida que crecen: un potaje de avena hervida durante el día; a la noche pan sin manteca mojado en un vaso de leche mezclada con agua.

Fortalecida el alma, la vida no vale un ardite ser vivida.

De tal modo se forja a los poetas (de muerte temprana).

¡Qué plumas fáciles, Charlie! ¡Pero qué tránsito brutal hasta alcanzar la gloria!

(Y dijo –y hasta escribió- sin remordimientos la gloria, la condenada hija de puta: la gloria… eso que dura en el mundo de los vivos el mismo tiempo que emplean los gusanos necrófagos en dar cumplida cuenta de tu carroña vestidita de domingo en el interior del féretro.)

¡La gloria… qué precio!, exclamaba el bourbon de buena malta y mejor centeno, un timbre extrañísimo: la gloria...

¿?

Charlie, ¿tú eres español, no?

Sí (aunque algo mezclado, como todos ellos).

Habrás leído el Quijote, claro.

Por supuesto que no. ¿Otra copa, jefe?

Y allá chapotea, tan… ¡sobrenatural a la luz del día, sobrante de todo!:

Profesor, háblenos de Goya.

Y Lucientes.

Y por ello te pagan, aunque permanezcas mudo las más de las veces: y cuando abres la bocaza es para hablar de artistas, lo más fácil, y en modo alguno para esclarecer la constante evolución del arte íntimamente ligada a aquellos, lo más difícil.

Y otros, en la oscuridad de los sótanos y los cobertizos, escondidos a la vista, sin ayuda ni consejo ninguno, crecen como los tubérculos, medran a solas, virgilianos ellos sin alboroto, tan lejos de cualquier sinecura, de las inútiles cátedras.

Hablaremos del Quijote en otra ocasión… Quizás vaya siendo hora de regresar al hogar donde aguarda mi dicha y mis felicidades. ¿Qué día es hoy, Charlie?

¿De la semana o del mes?

¿Qué galimatías es ése?

Si de esta semana, viernes; si del mes, 21.

Me falta el año.

Eso puede descubrirlo usted solito.

¿2002? ¿1987? ¿1976? ¿2008?

Aquel reno fue de lo más productivo, fértil hasta decir basta: las mamadas gloriosas se repetían sin descanso, y además sin una madre que rondara por los pasillos espiando la malsana palidez de sus vástagos: caballete y pinceles en mano la dama ya había emprendido el vuelo a la gloria. Durante dos semanas no dejaron de flaquearme las piernas, recordaría años después.

¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?, se preguntaba el hijo.

No le entiendo, jefe.

Ahora sabemos que, cuando menos, no fue decisivamente dañino, tampoco mortal… Aunque como las horas, esa sutil y silenciosa cuchilla bien afilada, hiriera y terminara dejándolo a uno maltrecho.

Todas hieren; la última mata. ¿Sabías eso, Charlie? Es un sabio acertijo.

Todo el mundo sabe eso, jefe. Es un lugar común inscrito en la tapa de los relojes.

Sí, es posible. Hasta aparece ya en las galletas de la suerte y en las bolsitas de azúcar de los bares de barrio, esos del neón más sórdido. Este mundo rueda hacia su desastre: cantado está desde que existen tipos y tipas dispuestos a salvar a las ballenas.

Ni picas, ni hoces, ni siquiera cócteles molotov: a las masas les ha bastado con la televisión para imponer urbi et orbe sus gustos intelectuales: una colección de un fascículo y nos sale usted doctorado: universitas por entero, sin exigencias de señorito, sin pérdidas de tiempo.

Ortega siempre tuvo razón: hoy en día la cultura se adquiere con esas píldoras que hay en el platillo junto a la taza de café. Pueden tomarse hasta seis o siete de ellas de un solo trago. ¡Y qué rasero el del público que tanto buscara el pobrecito hablador: lo deja todo al nivel de la basura!

¿Adónde va toda esa masa?

Al cine… ¡a tragar palomitas!

Por donde pasa no vuelve a crecer la hierba: o lo hace más rala. ¡Qué galopar atilaniano!

Cuando la masa actúa por sí misma, lo hace sólo de una manera, porque no tiene otra: lincha.

Por fin se ha hecho justicia: el mundo a imagen y semejanza de ellos: lo dice la televisión, ahí se exhiben, ahí se contemplan a sí mismos, son ellos, ellos son los filósofos, los músicos, los científicos, los escritores, los artistas, incluso tiene sus caras, sus nombres, han nacido de la misma madre, se reconocen, se huelen los culos como los perros, mira, mamá, es como yo, ése imbécil soy yo: lo dice la televisión y eso va a misa (de doce).

Tal vez hagan uso de su legítimo derecho: ser lo que son sin que por ello sean desposeídos de razón o les obliguen a ser lo que no quieren ser, y quieren ser lo que la televisión les dice que son sin tapujo ninguno, aunque a veces, para despistar, gustan de contemplar el otro yo oculto: Ese de la tele es como yo, es un don nadie.

Me gustan las series policiales porque yo jamás he tenido una pistola en la mano ni me he follado una rubia ardiente de pechos turgentes en mi vida.

Me gusta ver en las películas de la televisión a tipos que leen un libro porque yo no he leído un libro en mi vida.

Bueno, hasta los escritores más exquisitos son víctimas de cuando en cuando de algún desfallecimiento intelectual, como acontece a los del pueblo llano con sus frases hechas, sus lugares comunes, su desidia verbal:

Capote, experimentado estilista (se azotaba masoquista los espaldares con una pluma en forma de látigo divino), escribió en uno de los últimos párrafos que pudo culminar a despecho del alcohol y las pastillas que por entonces ingería por decenas: Me flaquearon las piernas; mi polla latía y tenía los huevos prietos como el puño de un avaro.

Ahí queda eso. Puro Baroja... aunque más atrevido.

A fin de cuentas, la cultura, que no siempre es antagónica, no es sino… un comportamiento, una disposición, una costumbre, difícilmente una aspiración, tan cerca  de la imposición por muy buenas intenciones que albergue a causa de su empeño en la conquista de la igualdad unánime, pues sería cosa de tontos creerlo de ese modo. El derecho a leer un libro, cualquiera que fuese su contenido, no significa la obligación de hacerlo.

El pueblo, que buscaba aquél… o el público (que es lo mismo aunque vestido de domingo), es un Groucho sin ironía ni  divertido cinismo: Estas son mis costumbres; tendrán que gustarle, no tengo otras; además, no las pienso cambiar ni loco.

Mantén tú, por la cuenta que te trae, las tuyas a salvo de que  cualquier hortera envanecido te las enmierde.

Más diabólicas trampas que las que ofrece el rasero cultural ecuménico se ciernen sobre las paulas del mundo debido a una inocencia patética, y entre ellas la de creer que el tiempo, que mata, pero que antes hiere, puede detenerse mediante alguna triquiñuela en las tripas de su reloj oculto, ah, Paula, Paula, en 2008 (año y sucesos que en estas páginas van a quedar a oscuras por imperativo histórico), se publicitaba en su ególatra y grotesco perfil de internet como actriz, directora, guionista, bloguera, tuitstar, dibujante, ensayista y analista de perfomers…, una gata sabia con siete vidas por delante, ella, la elegida, tiene cogidas a las siete musas (y una más) por el pescuezo, y todo eso sin variar la velocidad de su sonrisa, apenas esbozada, sigilosa, lo importante en este siglo prodigioso es captar lo esencial de los asuntos en los que una está metida, se decía, y el mejor asunto de tu vida eres tú misma, de modo que echa mano de todo aquello que puede mejorar tu estilo de baile a la vez que mantienes ese aire de ingenuidad, e incluso de orfandad, que tanto seduce a los apocados, a los incapaces para los engaños frívolos y a todos los que se dejan morir sin antes haberse aseado lo suficiente, y eso, en el mundo de los vivos restaurados ya les hacía parecer polvorientos y descompuestos años atrás de El Gran Viaje sin Maletas: nadie diría que el tiempo pasa para ti, qué cosas, tú tienes un pacto con el diablo, estás siempre joven, te mantienes en condiciones tan espléndidas… etcétera, suelen decir los admiradores sin saber de restauraciones, apliques y cirujías, tontos ellos, aunque de todas formas, daba lo mismo una cosa que otra, salvo la sensación gratificante siempre de sentirte a gusto contigo misma debajo del pellejo retocado, porque la eternamente joven también se dirigía pasito a pasito, al igual que ellos menos ajustados y pulidos, al Asilo de las Arrugas y al Cementerio de los Elefantes: 

2008:

¿Tú como acabaste en este embrollo?

Como todos: ni una sola ha de escapar con arrugas disimuladas o visibles.

Todos vamos cumpliendo edades, lo cual es una gran putada porque es algo que una no quiere en absoluto pero no tiene ni zorra idea de cómo evitarlo y un día malhadado la ginecóloga te habla del suelo pélvico, que es un asunto en el que aún no se te había ocurrido andar metida, y mucho menos dar saltitos: No te preocupes, querida, todavía estamos lejos de su fatal deterioro. De eso ya hablaremos cuando te llegue la menopausia…

O sea, que existe un fatal deterioro, y antes, malditos sean, suenan los clarines del miedo:

Una pequeña incontinencia, una meadilla, ¿sabe, doctora? Los nervios quizás, ¿no?

La otra sonríe complacida: bienvenida al club.

No es nada, pero son tres o cuatro bragas al día, un fastidio serio.

Te presento al señor Kegel, dice la doctora, y ese tipo sí que está metido en el suelo pélvico hasta las cejas.

¿Y eso en qué consiste?

Meros ejercicios especialmente indicados para tonificar la musculatura y evitar su flojera.

¿Bastará con eso?

El plan B sería quirúrgico: habría que colocarte una banda suburetral debajo de la uretra. Suena feo, pero es una chorrada, una especie de pequeño cabestrillo que la sostiene firme.

Demonios… Creo que empezaremos con el señor Kegel.

Tenemos otra opción: una buena andanada de láser de CO2 o el de erbio. Quedas como nueva. La maniobra incluso rejuvenece la vagina, lo que sin duda representa una ganancia adicional nada desdeñable. Recuperas sensaciones de la juventud que creías abandonadas para siempre.

A fin de cuentas, querida, es algo puramente físico: se trata de músculos, fascias y ligamentos: cacharrería nada más.

El cambio hormonal en una mujer como yo es un maldito tornado… ¡un huracán! Una maldición bíblica… Qué desgracia.

(Y por una puta manzana… toda esta maldición del deterioro inevitable).

Lo es, querida, pero a grandes males, grandes remedios.

La gama es amplia (y contrastada por la muy exigente FDA norteamericana).

Primero se restauran la jeta, y luego…:

Retocada la máscara, recompuesta la silueta, nos quedan las partes bajas, querida, ¡a por ellas!

Me atrae enormemente la idea de recuperar mi juventud… en esa zona íntima, aunque no como algo adicional, sino prioritario, era todo tan especial entonces…

La juventud dorada, las vides de entonces… ¡Los placeres!

(Saca la zarpa de ahí, Vivales.)

Es perfectamente posible en su caso. Y es fácil: bastan unas pocas sesiones de láser y radiofrecuencias para estrechar las paredes vaginales: saldrá por la puerta con la excitación de una adolescente granosa y hormonada hasta los ojos y con un río de flujo que resbalando por los muslos alcanzará el suelo (y no pélvico), iluminado el rostro con la sonrisa torcida de esas niñas perversas que cuando llegan a casa por la noche lo hacen con las bragas marranas en la mano y andan de puntillas en busca de la ducha: hogar feliz, o al menos anodino y lejos del sobresalto, donde papá y mamá caídos en el sofá del salón, con las bandejas de la cena fría a un lado escuchan obedientes y curados de todo espanto el telediario: la rutina de la muerte, los accidentes de tráfico, las violaciones, el niño estrangulado por su padre vengándose de la madre y esposa que fue a la vez, la guerra de siempre cada mes en un sitio diferente, las Bolsas europeas, los aranceles chinos, el bitcoin, el frío o el calor, el festival de Eurovisión, los goles del sábado, o del domingo…, y la nena, nuestra Barbie manchada y ultrajada por sus propios deseos, ya en la casa protectora (te hemos oído, niña, ¿qué pensabas?) bajo la ducha purificadora de todos los pecados de la carne (que diría Vivales).

¿Hablamos de cultura acaso?

Nada hay que no lo sea, incluso el asco que produce en algunos.

Sea usted Napoleón Bonaparte para terminar desterrado en una isla llena de ratas, miles de ratas pululando a tu alrededor: al final, Sire dormía entre media docena de ratas bajo las sábanas de su cama. Ni siquiera malograban sus pesadillas horribles.

Napoleón se aburría: 1.500 libros era todo lo que le ayudaba a olvidar el destierro, la enfermedad, las ratas y, lo peor de todo, que había sido Napoleón, el amo de Europa.

Ahora sólo quería luchar contra el tiempo… para dejarse vencer del todo. Al anochecer: ánimo, otro día que muere… ya queda menos, Rey de las ratas.

¿No es cultura la apariencia de tu cuerpo? Trabaja en él y asombra al mundo, como si fuese una obra de arte.

Napoleón Bonaparte no tenía una figura demasiado airosa, y posiblemente, la taimada Josefina así lo insinúa como quien tira la piedra y esconde la mano, era un eyaculador precoz y no excesivamente dotado.

Todas las mujeres son unas zorras rencorosas, dijo el tipo antes de darle patada a la silla, en pleno cataclismo emocional de desamor, y caer directito con las vértebras y el cuello rotos en el infierno: bienvenido a la caldera, onanista.

Para explicar de una pieza a este borracho delirante, siempre de la ceca a la meca sin solución de continuidad, redomado liante y cabrón perdedor de horas, se dice Charlie desviando la vista del rostro brillante por el sudor frente a él, huyendo de la mirada borrosa y triste del jefe que se inclina hacia la copa vacía como si no se lo creyera (escancia, cobarde) sobre la oscura y pulida madera de la barra, se necesitarían diez mil notas a pie de página.

¿Cómo te hicieron?

Y el tipo, doctorando de sí mismo, ni siquiera se digna enseñarte la bibliografía selecta.

Al final descubres que es un plagio… de miles de millones de tipos tan intranscendentes como él. Pero es que una copa en la mano y a determinadas horas engaña mucho, como esos párrafos académicos calculadamente farragosos ante el tribunal de birretes y mucetas (¡qué esperpentos!).

Mucho podría abundar en ello nuestro discreto JD., caracol o nabo en la actualidad, antaño negro a tanto por página:

UNA POETICA DEL SOPORTE PLÁSTICO

Que el discurso plástico en la actualidad se revista de un polimorfismo prácticamente inagotable es una evidencia irrebatible. La pluralidad de soportes, procedimientos, formas, acciones y/o instalaciones suplanta decididamente aquellas viejas teorías que maquinaban la lingüística de sus textos plásticos desde la imposición genérica, temática e incluso formal y hasta técnica.

La modernidad ha arrumbado con todo ello al tiempo que ha fundamentado no sólo los mismos procedimientos técnicos, elevados ya a categorías estéticas, sino que ha librado la práctica del arte de todo tipo de encasillamientos y ordenamientos canónicos.

Una de las propuestas más significativas de nuestra época es aquélla que renueva sus postulados desde el soporte de la creación: lo que sustenta la obra es, a su vez, parte consustancial de la misma. Otro tanto pudiera decirse de lo que contribuye a su materialización, lo connotativo que sugiere de la misma praxis.

El soporte, por tanto, condiciona y califica una obra artística en la que nada hay de improvisación más allá de lo aleatorio que a una escala mínima pueda surgir en el transcurso del proceso creativo, en cuyo caso sólo afectaría a lo aparencial y en una lectura muy primaria. Esta intencionalidad, que poco o nada descuida en la manipulación semántica del discurso que se ofrece finalmente al espectador…

Etcétera, etcétera.

¿Es usted un consumidor responsable?

Mantenga el perico a raya.

Cabalgue con sensatez a lomos de su caballo.

Dosifique las píldoras del doctor Andreu.

Escoja y deje bien lavada la hierba que ha de aromatizar sus más ensoñadores momentos.

En los sesenta la mitad de los varones adultos españoles eran adictos a la drogas duras de Veterano o el engalanado Terry, y a la vista de todo el mundo, sin inhibiciones ni melindres fuera de lugar, acodados en las barras de los bares menestrales de barrio mientras discutían de fútbol, y las señoras amas de casa, que nunca fueron moco de pavo a la hora del asueto vespertino, eran gustosas aficionadas a las más blandas pero igualmente temibles bebidas Anís del Mono y Calisay a la vez que jugaban al burro o a la brisca. Pero las cosas, conjuntamente con los Planes de Desarrollo, funcionaban: hemos llegado hasta aquí, se dicen viejos y torcidos ellos y ellas, los sobrevivientes encerrados ante el televisor admirándose de los sorprendentes giros del español de Puerto Rico, sentados beatíficamente en los sofás de lucida tapicería plástica, a resguardo de la realidad de afuera de casa en el interior de los cajones de 60 metros cuadrados de los uniformados edificios que se alzan en los suburbios, auténticos tapaderos de frustraciones sin cuento y miserias aseadas (disimuladas) cuando salen de los escondrijos con olor a repollo a la luz del sol.

Lo hemos logrado. Unos y otros: carceleros y presos, y cada uno en su sitio, sin estorbarse mutuamente: pero no te salgas de los límites del cuadro.

Después de todo, la solución estaba en la televisión.

Y tú, ¿de qué manera te limpiabas los ojos?

En un espejo negro:

Hace rato, un rato de cien años, confesaba el viejo Brell (no cariacontecido), que he perdido la sustancia del todo, la vida y su paisaje mortecino, qué cosa insípida, de modo que meto ahí los ojos, en ese espejo negro que también utilizaba Van Gogh, y refresco la mirada moribunda, renuevo el mundo: hola, perro.

Tiempos felices.

No corras demasiado: por entonces, recién estrenada la década, a tu padre (uno cualquiera, todavía un perdedor de la pasada guerra civil), le ataron las manos a un poste con un rosario y le metieron quince balas dum-dum en el corazón.

Corres demasiado, te digo. Haces de la temporalidad una caja de sorpresas.

(O una linterna mágica.)

¿De veras quieres contar ordenadamente una vida? En una sola hora tu pensamiento ha hecho un viaje de atrás adelante y de adelante atrás, de un lado a otro lado y de otro lado a un lado, se ha desplazado de un millón de sitios a otro millón de sitios, se ha figurado cien rostros, mil objetos, diez mil frases, un millón de palabras, has pensado en ti, en ella o en él, en mí, en el dios o el diablo, en los muertos y es posible que incluso en los aún no nacidos y en el mundo todo (El mundo… ¡qué cosa!). ¿Qué clase de linealidad cronológica esperas de una loca (el pensamiento) culo de mal asiento en una noche eterna de soliloquios en donde un prodigioso silencio va y viene en forma de dibujos que son una voz o dos voces (la tuya y tu réplica) muchas voces acribillado por los fogonazos de luz que proyecta tu memoria?

El primer recuerdo que me viene a la mente es una agresión: tengo tres años, es el atardecer de un día de verano, estoy tumbado de espaldas sobre la hierba, no lejos de casa, me distraigo viendo en lo alto el espectáculo de un cielo amarillo y rojo, con franjas azules y grises, y un niño algo mayor que yo, de unos cuatro o cinco años, de pie, sin dejar de sonreír, deja caer un pedrusco sobre mi cabeza… pero me aparto a un lado en el último instante y me libro del golpe fatal.

Deberías haberle cortado los brazo a ese niño.

Lo hice: lo he matado con el olvido, lo tengo bien sepultado bajo las toneladas y toneladas de mierda del pasado, y cuando la memoria recobra, así, de improviso, cuando menos me lo espero, su faz de caramelo sonriente y cruel, su cabellera rizada de color avellana, su boca húmeda y entreabierta, su pequeña mirada de animal depredador, todo instinto, lo despedazo, pero antes lo agarro de los pies, lo alzo del suelo como si fuese una pluma y luego de unas cuantas vueltas sobre mí mismo para tomar impulso homicida le estrello el cráneo contra la pared, lo que produce un ruido de crujido inusual, un estremecedor crac de hueso roto: varios trozos sanguinolentos de los sesos me salpican el rostro y los ojos, que, aunque me los lavo enseguida con agua fría, me escuecen hasta el día siguiente, me hacen pasar una muy mala noche, la verdad. Luego, despierto (es decir, recupero la cordura de animal civilizado, cabal y reprimido, un preso cultural y… pacífico).

Sólo puedo ser terrible con la imaginación, que no mancha las manos, o eso creo, las manos limpias al abrir de nuevo los ojos, vaya uno a saber en cualquier caso si mancha las manos inocentes o no las mancha: si eres animal, eres inocente… sin mácula (sin cultura represora).

Deja las manos en paz, meros instrumentos de un pensamiento oculto, sólo son una herramienta al dictado de tu instinto (también pueden ser unos apéndices siniestros).

Ensueños estos embriagado por el aroma dulzón y penetrante de las barritas de sándalo, droga inofensiva donde las hubiere.

Son los tiempos.

En el año que tú naciste tu madre aún le quitaba los zapatos a tu padre cuando llegaba a casa: el reposo del guerrero: hoy los he suspendido a todos, querida, he sido malo, malo, y lo que más deseo después de cenar es que esta noche mi mujercita sea mala, mala, mala de verdad.

¿Tu madre era así?

Quizá no… era el espíritu del momento.

Es importante recordar tus obligaciones matrimoniales: si él  siente la necesidad de dormir, que así sea, no le presiones o estimules. Si tu marido sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer. Cuando alcance el  momento culminante, un pequeño gemido tuyo será suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar.

Son los tiempos.

Y a callar (y a dormir después del sacrificio, ya te lavarás al amanecer):

Si tu marido solicitara de ti prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes. Luego, tu esposo caerá en un sueño profundo (y te dejará en paz).

Y mañana, luego de la purificación del baño o la refrescante ducha, será otro día: avista el alba sereno y plácido que de Oriente llega con sus galas de oro.

(¡Joder, Vivales!)

¿Tú viste a tu padre y a tu madre en unión?

¿Quién? ¿Yo?

Alguna vez los pesqué de niño, cuando mentiroso, entrometido, fisgón a toda hora, impertinente y mala sombra, pero no me daba cuenta cabal de qué era en realidad lo que se llevaban entre manos (entre piernas).

Qué nos importará la cronología. Si el niño del pedrusco hubiese cometido su primer crimen nada de todo esto (desde la página 5) se habría sabido.

Pues hubiéramos escrito acerca del niño homicida hasta su triste final, aún no acabada su juventud: se precipitó al vacío desde la planta 29 de un edificio de apartamentos (duodécima línea de playa) en Benidorm, cuando limpiaba las venecianas de su apartamento, todavía con la hipoteca a medio pagar: el banco se lo arrebató a la viuda en un pis pas.

Ya veremos ahora mismito qué más hay que saber: ¡tanto da una vida que contar!

Hay quien busca una lógica temporal en su existencia, y eso está muy bien, pero ¿qué necesidad tiene de buscarla en otra parte, meterse en el vértigo del pensamiento de otro, que va y viene el zascandil como Pedro por su casa, abierta a todas las ventoleras imaginables de un relato que sólo es un paréntesis entre la vida y la muerte y además es la loca de la casa que descubriera Teresa de Ávila debajo de la cama, en la alacena o en un rincón del excusado?

¿Cómo le cortaste los brazos? ¿Cuándo le estampaste contra la pared? ¿Hubo entierro de sus restos a lo carroza, a lo federica?

Aquel presunto homicida infantil le plantaba cara a la vida hasta que ésta le dio la patada en el culo en cuanto bajó la guardia (como a todos más tarde o más temprano): todo un triunfador: abogado fiscal con bufete puesto en Marqués de Sotelo, Alberto Lopez de Huez&Asociados, y hermano atrabiliario funcionario de Hacienda: la combinación perfecta: tú inúndale de terror con tus dentelladas, hermano mío, probo inspector Keeper, no lo sueltes de entre los dientes aunque sea él quien aúlle, luego, sin ir más lejos (¿para qué?), aparezco yo con el asesoramiento y otras triquiñuelas legales como el que lleva la cartera de piel de cerdo a la manera de una azada al hombro o una espada al cinto…: te ahorrarás unos miles de pavos, caro amigo, atiende mi consejo profesional y… acata mis honorarios. Qué putada, tan bien que iba todo: al abismo en un santiamén, y todo por unas cagaditas de paloma en las persianas, y allá, no muy lejos, antes de precipitarse al suelo, en lontananza, un vistazo encandilado, casi fugitivo, al mar azul y brillante bajo el sol, la mar, como gustaba el difunto de denominarlo, ya haciendo prácticas a lo marinero, a punto de adquirir su primer barquito de vela de no excesiva eslora pero de diseño y silueta más que aparentes una vez amarrado se balanceara airoso sobre las aguas tranquilas del Club Náutico, y, naturalmente, abastecerse de los complementos adecuados: la gorra de plato de color azulón con la anclita dorada cosida a un lado, la camiseta a rayas azules o rojas, a elegir, el pantalón pirata y… la pata de palo por añadidura.

¿Qué tal el parche en un  ojo?

Bastará con ese andar a la pata coja de viejo navegante ultramarino zarandeado por mil tormentas que tan difícilmente se sostiene sobre la tierra llena de pecados, y punto final, puesto que algunas apariencias por profusión irresponsable de distintivos específicos bien pueden construir sin proponérselo sus propias caricaturas.

Lo cierto, infante homicida, es que uno (o una) es un triunfador cuando saborea yakiniku  o sushi de esas vacas japonesas que sólo se alimentan del pasto de las verdes praderas de Gifu, vacas y bueyes melómanos a los que la música (incluso la de la Escuela de Mannheim, pero en especial la de cámara de Haydn) aleja del estrés y las mantiene en una sosería perpetua que macera sus faldas, sus magros, sus solomillos y sus generosos filetes en aromas inigualables. Una mínima degustación supondría el equivalente de una docena de ladridos del corrupto funcionario de la Hacienda Pública: 325 euros el kilo de su carne, una mantequilla rosa de suavísima textura que se deshace en la boca.

¿Y la regadita?

Difícil maridaje, no mucho menos de esos euros ha de costar la botella del caldo que acompañe el yantar.

Habría que pensárselo dos veces antes de solicitar a la mesa el sumiller, ese tipo siempre serio, alto y delgado, pálido, de ojos pequeños y oscuros y nariz picuda que le trae al pairo mostrarte a las claras su desdén hacia no se sabe qué. Sólo del comensal le atrae su gasto alcohólico y para gusto, el suyo.

Antes del ágape, funerales. O a la inversa, da lo mismo, el rito se cumplirá: el muerto al hoyo…

Descanse en la paz del Señor (como rezaba su esquela de tamaño mediano en Las Provincias) aquel hijo de perra finalmente leguleyo que casi pone fin a mi vida aún en el cascarón antes de estrellar la suya contra el pavimento. Poco previsor y poco amigo del ahorro, viva yo a lo grande, Charlie, amigo, aunque (escancia, cobarde) no precise del concurso de vacas tan sagradas ni vinos de tanta crianza y relumbrón.

De aquel tipo nunca más se supo. Ni un mensaje del más allá.

Quizás sus deudos.

Os espero impaciente, rezaba la lápida.

¿Todavía se envían telegramas…?

En el último cumpleaños de tu padre, en el 91, su amigo el guionista, hombre de zumba, le envió uno de su propia cosecha: Ánimo. Stop. Ya queda menos. Stop.

Y resultó ser cierto… sólo un año más tarde, poco tiempo le quedaba al destinatario: antes del otoño del 92 él y el mundo de él y todo lo imaginable que en él vivía, hombre, animal, planta, desaparecieron por completo. Incluso las piedras, porque las piedras, a despecho de su quietud mineral y hasta eterna, viven: eran barro, son piedra, han de erosionarse, hacerse polvo, ser barro de nuevo por la lluvia, otra vez piedra: reencarnación.

Lo que fue broma de mal gusto terminó en siniestro vaticinio.

Al menos éste no se come a los niños crudos: los guisa antes. Y hasta los entretiene con tebeos.

¿Qué estás leyendo?

Rey Furia.

En esa serie andaba yo de mago. Tantas cosas saqué de la chistera (hubiera llegado hasta el canibalismo con tal de mantener el interés cuaderno a cuaderno de sus diabólicos argumentos -continuará la próxima semana-) que su dibujante, José Grau, tuvo que ordenarlas con la espada en la mano.

Qué imaginación.

¿Tú que quieres ser? ¿Equilibrista? ¿Payaso? ¿Domador?

A fe mía que se puede ser las tres cosas a la vez. De hecho, esas tres cosas en una, como la santísima trinidad, resulta el hombre sabio: yo le pongo como ejemplo al mismísimo Nietzsche, aquel hombre que era un destino.

En la cuerda floja, funámbulo,

de tu genialidad se mofan, bufón,

con un látigo has de instruirlos, amansador.

Manos a la obra, dijo el guionista con una ancha sonrisa de satisfacción en su rostro de muñeco de ventrílocuo.

Porque ¿a ti te gustan los tebeos, no? Pues, venga, vamos a escribir uno que conmueva de una vez al mundo (inmundo), que no se entera.

JD.: ¿Cómo se escribe un guión de tebeo?

Con la espada en la mano.

Eso ya lo he oído antes.

Esa es la respuesta que recibirás siempre si preguntas al tipo adecuado.

A los catorce años su deslealtad a Rey Furia ya era notoria y, alguien, quizá demasiado prematuramente (sin embargo, por entonces ya leía libros que exigían hacerlo con una sola mano), acunó a Nietzsche en su regazo… y allí estaba el hombre que prefería ser un sátiro que un santo, mirándole desde su bigotazo en busca de acatamiento.

¿Cómo se escribe el guión del tebeo del mundo?

Chapoteando en las alcantarillas, respirando el hedor de los colectores, procurando no aplastar a las pacíficas ratas inocentes y confiadas: mira, ése es uno de los nuestros, se revuelca en la pestilencia de la mierda.

(El Gran Sátiro un día lo hizo.)

¿Quién puso de moda a Nietzsche?

Alianza Editorial (se las sabían todas esta buena gente, y por si fuera poco contaban con el cebo de las portadas, un auténtico guiño a los universitarios desprevenidos, a los barbudos ceñudos setenteros siempre con un libraco en la mano, apestando al celtas corto y a la pana laborable).

Padre, ¿cómo es posible que sólo fueras capaz de leer la Recherche en los siete tomos descabalados de Alianza?

(Además de la canónica de Gallimard, para la comparanza con la traducción.)

Porque ésa, mierdecilla, es mi primera edición real, la de mi primera lectura de la obra. Las otras nunca huelen igual… y tampoco la tipografía es la misma, ni el tamaño de las páginas, ni el color del papel, ni la impresión tan recia. Leí tarde yo a Proust, pero aún estuve a punto.

Padre, me reprochabas a mí que de mis viajes parisinos trajese en la mochila juvenil revuelta entre la ropa sucia mi edición de Le Rouge et le Noir cuando seis ejemplares de ese libro del señor Beyle se atesoraban en el feliz aunque huérfano y cultísimo hogar de los Brell (bendito sea por todos los diablos y libre de todos los dioses)… También yo quería mi propio olor en mi cueva a salvo de la lluvia y el viento, de la contingencia.

El padre (todos los padres de todos los mierdecillas):

Haced lo que yo diga, no lo que yo haga.

Bonito epitafio para andar de santo póstumo.

Ya se dijo:

¿Cómo me hiciste, padre?

Imitándome.

Pues tal para cual.

Huele demasiado al dios de los cristianos, tufo palabrero.

¿Estuvo Nietzsche mucho tiempo de moda?

Nietzsche se libró enseguida de todas las paparruchas relgiosas: eso le permitiría dedicarse a reflexionar y pontificar sobre asuntos serios: a mí dejadme en mis cosas, nubes de fantasmas celestes, andrajosas huestes ciegas, sordas, mudas, ejércitos de muertos a los que sólo nutre el silencio eterno

(¡Joder, Vivales!)

Hablabas de tebeos: cada cosa a su tiempo.

Toda una filosofía: uno escribe la peripecia; otro la rescata de la palabra, que es invisible, y le confiere imagen y semejanza, la visibiliza: una identificación.

Podríamos meter hasta a Platón en este juego del dibujo y la palabra: la mera sombra de la imagen. (Wittgenstein miraría por el rabillo del ojo, atento al menor desliz para saltar contra quien fuera con el atizador de la chimenea en la mano: ojo con tu cabeza.)

En Nietzsche se suman las paradojas como los mosquitos en la charca del verano: un Dioniso bien jodido el pobre, filosofa no con un martillo, que más quisiera él, sino de la mano de ese asesino imbatible del siglo XIX, treponema pallidum, contraído allí donde se obtiene el placer.

El cuento más admirable que he leído (hasta ahora) es el último que escribió Maupassant completamente loco unos pocos días antes de morir a causa de las heridas infligidas por el tal señor Treponema Pallidum.

¡Qué religión de intrigas y sórdidos disimulos! ¡Digna, pues, de aquellas arañas negras que padecieras en tu educación escolar, alumno indefenso ante las perversiones sutiles y corrupciones tan fáciles en la oscuridad de las capillas cerradas!

¿Quién fue ese papa que murió con la piel completamente verde?

Alguno de los que los brujos del Vaticano y sus catacumbas envenenarían.

Ocurrió pasada la mitad del siglo XX.

Época siniestra, de oscurantismo a pesar de sus cielos luminosos y tierras protegidas por la espada de Yahvé, la OTAN y (todavía) El Pacto de Varsovia.

Sería el de los 34 días.

El tal Nietzsche (de tales hombres glosamos) viajaba mucho, siempre cargado con el baúl lleno de papeles manuscritos repletos de tachaduras y correcciones (todo un grafómano nuestro pobre hombre), el traje de repuesto, la ropa blanca, el pijama y la bata, de un lado a otro con sus espantosos dolores de cabeza, la visión turbia, el insomnio atroz, la huida perenne de la locura hasta que finalmente lo apresa entre sus garras para no soltarlo, lo sume en las asquerosidades del manicomio de Jena donde la fiera (por qué soy tan sabio, por qué soy tan inteligente, por qué escribo tan buenos libros, por qué soy un destino) es internada:  El paciente, el llamado Friedrich Nietzsche, se unta las piernas con excrementos, come excrementos, orina en su vaso, bebe la orina, se impregna la piel con ella…

Viajero de aquel tiempo, un tiempo lentísimo de incomodidades sin fin, de cuando el paquebote y las columnas blancas del humo del ferrocarril. Paquidermo, paquebote, ferrocarril, baúl del viajero… ¿a qué lugares fascinantes te transporta toda esta maravillosa denominación? A los países con olor animal.

A pesar de todo, visionario cegato, aquellos días, las lecturas del amanecer, las tardes quietas con la pluma en la mano, la noche eterna de los ojos abiertos, era la felicidad. Ahora lo sabes.

Viajero de sí mismo, escribió en alguna parte, allá donde fuese, donde estuviese.

Le llevaba al destino desconocido, inimaginable:

El brutal sol latino, los gritos de la mañana fría y luminosa que acuchillan la Piazza Carlo Alberto en Turín, y ese hombre cruel abusando hasta el crimen de la indefensión del animal pacífico… eran la faz obscena maquillada de afeites de la locura: con las manos vacías, sin fuerzas para nada, ni levantarse puede del suelo oscuro y húmedo envuelto por la claridad azul del día, y solloza y babea impotente.

Respuesta a la pregunta 23 del test de Sominonis por parte de I.B.G., estudiante de Historia del Arte de esta Universidad de Valencia:

Lo peor de todo (lo peor de todo lo peor) es que un día despiertes y no sepas donde estás, pero no se trata de que salgas del sueño desorientado, aún a brazadas con ese piélago de imágenes inextricables aturrullando sin cesar el cerebro hasta dejarlo momentáneamente hecho papilla, sino que despiertes y no vuelvas a saber nunca más en qué sitio estás. La locura perfecta: no reconocer el mundo pero sí las sensaciones que te transmite. Y eso puede perfectamente ocurrir: no abrir la boca jamás porque no hay nada que puedas explicar o entender y replicar lo que te explican los demás. Estás en medio de la nada: ¿dónde estoy? Y te quedas con la boca cerrada (para que no entren moscas): un impulso, un mero reflejo de vegetal inoperante esperando la respuesta hasta el día de tu muerte.

El tipo, uno de ellos, o los dos a la vez, qué más da, aún pensaba, el uno por loco y el otro por demasiado joven, que se ha puesto de manifiesto la desproporción entre la grandeza de mi tarea y la pequeñez de mis contemporáneos…

Hace tiempo –se dijeron los señores JD. y Fiodorov­ a comienzos de los ochenta- que las cosas empezaron a ir un poco mejor, cuando dejamos de leer a santones como Lear o Watts y nos dejamos convencer por tipos como Chomsky y señoras como Susan Sontag, y hasta por media docena de poetas españoles, inclusive aquella poetisa memorable que lanzaba piedras al cielo con la esperanza de saltarle un ojo al mismísimo dios.

¿Quién puso de moda a Friedrich Nietzsche?

(1965-1990): esa fue la época más exultante.

Las modas sugieren, cuando no imponen, nombres y hechos, usos y costumbres, creencias, aficiones, vestuarios, lenguajes, rituales.

La Historia de la Moda es la Historia de las Dejaciones, sean del signo que fueren.

El contestatario del 68, 69, 70 y ss. se fulmina a comienzos del siglo XXI con los bolsillos de la trenca vacíos de piedras y llenos de billetes de banco, con las tarjetas de crédito entre los dientes y ya con la hipoteca sobre la vivienda pagada y los hijos a punto de salir de la universidad, viendo series sobrevaloradas en su televisor de pantalla plana, que es lo que se lleva, y mal leyendo al año cuatro libros sin ningún interés literario: se nos ha hecho enólogo, entusiasta de la cocina creativa y lector impenitente de revistas de una subcultura consumista de automóviles, relojes de alta gama, artilugios electrónicos, hágase usted mismo su pan y ávido coleccionista de folletos de viajes… cuando no está enganchado a Internet viendo pornografía y chistecitos gráficos propios de barra de bar o con el móvil en la oreja hablando con algún camarada que comparte semejantes aspiraciones acerca precisamente de los últimos modelos de móviles puestos a la venta.

¿Quién puso de moda a Friedrich Nietzsche?

¿Quién a…?

¿Cuándo?

¿Por qué…?

Sopa de letras:

Pon agua mineral a calentar en el puchero; antes del hervor ve introduciendo los ingredientes; salpimenta con una pizca de sal y pimienta (blanca o negra, roja, amarilla, verde, azul, al gusto); añade una hojita de laurel (seca o recién arrancada de la rama, todavía rezumante) de hierbabuena, de menta (ambas de alguna de aquellas dos cualidades ya registradas); mantén a fuego lento, lo más lento posible, y reza al Gran Dios de los Cocineros para que todo salga en su punto (luz, aire, fuego):

La Gran Mezcla de todos los Demonios:

tragantonas hasta 1984, qué estómago gran cerdo Gargantúa, bocazas Pantagruel, orwelliano preámbulo, año de los hartazgos, de las situaciones, de las disoluciones, de las sustituciones… Y después de entonces… ¡el Diluvio Universal!:

La lección del maestro...

tan confiado, tan niño todavía, tan necio abre las páginas de ese podría ser libro… de arena

Métrica

Ha perdido el poeta el verso. En su soledad. En su silencio. A oscuras lo mascullaba. Pensaba el amor que no tenía el ladrón de sentimientos. ¡Pues no fingía aquello que no era! Y si era ¿por qué escribirlo? Sentirlo. Tenerlo. Serlo. Busca en la blancura de la página ese verso innecesario el poeta encerrado bajo llave.

Afuera el sol,

y la lluvia,

el aire.

Venga, pues, el gran recuento, nueva guía de perplejos:

1984 (1), ¿Qué hace que los hogares de hoy sean tan diferentes, tan atractivos?, Edtaonisl, Sonata en fa sostenido mayor (MC), El príncipe, Concerto grosso nº 2 (AC), Monstruo en alerta, La Regenta, Homero, El fantasma de la Opera, Tener o no tener, Tal como éramos, Paisaje chino a la luz de la luna, Música para cuerda y trompa, Sinfonía nº 3 en re mayor (ACG), rson WellesOEl miedo a la libertad, Sinfonía nº 103 en mi bemol mayor “Redoble de timbal”, La judía, Contrapunto, Cabeza en granito de un Johan, El Proceso, Obertura Orfeo, El bufón Pablos de Valladolid, H-30, Ulises, Mafalda, La rebelión de las masas, Construcción superficie desarrollable, Rayuela, Concierto para orquesta y piano en do mayor (MC), La jauría humana, Con la paz al hombro, El conocimiento humano, Eva, El buscavidas (1), Ángel, aún a tientas, El arte y el hombre, Demian, Surcos, Sinfonía nº 85 en si bemol mayor “La reina”, Los forajidos, El perro que nunca existió y el anciano padre que tampoco, Sonata en mi menor (GFH), El animador, Sátiras de Juvenal, Los misterios de París, Las claves de la Sociología, El niño republicano, Reseña, Por favor, Paisaje (1), El baño turco, Música acuática, El encanto de la bohemia, Homo faber, Composición K. IV, Alegoría de la primavera, Fantasía filandesa, La dama de las camelias (1), Rinoceronte, Música para Marcel Duchamp, Los hijos muertos, Epigramas, Cartelera  Turia,  Moral y  Sociedad,  El  cine  según  Hitchcock,

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