miércoles, 30 de marzo de 2011

Una academia (45)

A quien arruinan los conflictos es a este bizantino enredador. [Si al menos hubiese sido un desatino, una muerte violenta o brusca por su intemperancia... Pero ¡anónimo!] Se confiesa: “Esta existencia dura y dura en una lamentable sucesión de chirlas y miradas vacías...” El siempre ha estado en embrollos. Tal vez el paisaje que ahora descubre inaugura por fin el viaje a alguna parte. Está aferrado a esa esperanza.
Ella, hermosa o no, ha de desmentir una adecuada creación del mundo (la que él ha elegido) y su feliz panorama: es una presencia ni insólita ni excesivamente pródiga en la tierra fecunda de la montaña, una majestad natural, un andar más noble. [Silvia Jara/V.G,: no se disputa con el sol, la tierra tiene el rango que le otorga aquél. El artista está en absoluta sincronía con esas leyes sabias. Sin finales que le atosiguen en el principio, es un ser vivo dichoso en encuentro afortunado con la naturaleza.]
Silvia Jara es sencilla, o de una complicada sencillez, como el agua, o el aire que no se ve, como el color de la sangre o la mentira del ojo.
El paisaje encendido. El sol que labra su discurso sobre la tierra, y ante él, se discierne lo que se siente y lo que se puede, pues todo descansa en una antinomia llevadera de la realidad y la simulación.
Ahora, ya puede que exista una grandeza en los cuadros de esa cervantina (todos destruidos años más tarde, o así adivino yo que habrá ocurrido tanto tiempo después de todo esto), que exista de verdad algo de poesía y mucha pasión encerrada en la oscuridad de unos corrales.
Es cierto que pintar, que es mucho oficio, (oficio mayor, aunque, al igual que en literatura, sin regla que mida) se nutre del testimonio y la generosidad de un saber antiguo y honrado, y hace parecer al oficiante contemporáneo más de lo que es, y hace creerle a él mucho más de lo que cavila. Pero bien aprovecha ella el encantamiento. La pastora ha entrado de lleno en la vida de la montaña: su tiza, que tiene alma y vida, encierra mucha tonalidad y obedece sus deseos con inteligencia. Silvia Jara pinta con el desparpajo de quien está ni lejos ni cerca de lo de atrás. La disciplina de la copia la abruma. Puede que su espíritu, que no sus ojos, vea lo que ve minúsculo o sombrío, memorable o repelente, estéril o imprescindible... Ella dibuja y pinta sobre la tierra, ese es el asunto.
Cada día le resulta más difícil tener que hablar de espaldas a ella. “Es algo que comienza a resultarme ridículo. Además, creo que todo esto ya no tiene ninguna gracia, de manera que en lo que a mí concierne se acabó la martingala.”
Y amenazaba que iba a darse la vuelta de una vez por todas, descubriéndola, pero se quedaba inmóvil y en una mudez huraña, esperando quizás las palabras de consentimiento de ella.
Silvia Jara no contestaba nada. Brell, después de una pausa, hablaba agitado de cualquier cosa (que llueve, que no llueve, este invierno ha de nevar...). Se quedaba quieto, hasta sin emoción al cabo. O podía oír unos tenues pasos sobre la maleza, sentir una presencia innegable a sus espaldas, sutil como la brisa (era que ella le dejaba a un lado el cuadro todavía oloroso del óleo reciente).
Al rato, miraba él la pintura. Notaba adentro del pecho el peso de la culpa, el temor por esa profanación reiterada tantas veces ya.
.....................................................................................................
[J.D. Brell conocía prácticamente de memoria los 857 cuadros y los 869 dibujos de V.v.G. catalogados por J.B. de la F., en la edición de 1928, así como la reedición más autorizada de 1970, incluidas cerca de tres centenares de falsificaciones, y dos docenas de obras apócrifas aunque de dudosa autenticidad.]
....................................................................................................
[Se dice B.: coge ella la tierra, la estampa contra el lienzo, ve el cuadro, el otro cuadro, un cuadro solo, el definitivo... Qué genial epifanía, es una conversión radiante la de S.J.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario