martes, 20 de septiembre de 2011

HESSE 5 (Ensayos para un estilo)

Alicia cumple 10 años.
Feliz cumpleaños, Eva.
Su padre, sin poder contener las lágrimas, entrega a la llorosa pequeña Hesse Alicia en el País de las Maravillas, una bonita edición ilustrada con tinta china de color y tapas de tela de azul de mar. Una obra de arte tipográfica.
El cuento había nacido el 4 de julio de 1862, una tarde de calor, perfumada por la vegetación exuberante que cubría la ribera del río estival. Tan distinta a este mediodía del viernes 11 de enero del 46, gris y frío, lluvioso, aterrador.
Su padre: llora por las hijas, por el mundo.
3 días atrás: su antes esposa, madre siempre de sus dos hijas, se suicida: a volar.
Tal vez en el 42 ó en el 43, si en la guerrera Germania hubiera seguido, habría sido rata en los campos de exterminio, y su muerte, tan cruel e injusta, fuera más sacra en la futura arqueología del recuerdo.
Al agujero.
Hizo la lista de los bichos que aparecen en el libro: conejo, ratón, lirón, gato…
En otro tiempo también fue una rata-niño. Una pequeña Evchen del 1 por 100 que infestaba el mapa de los arios bosques de Germania mangoneando de su savia.
El tío Mengele, el buen doctor de los niños aplicados y las niñas aseadas, aguarda tu llegada con una chocolatina en la mano: eres una excelente materia prima para sus felices experimentos, tu vaginilla infantil es un buen tesoro donde escarbar. Antes, un bonito corte de pelo, kilos de cabello infantil acrecientan una montaña en el suelo: una vez hilado sirve para la fabricación de calcetines de fieltro.
Una judía alemana de Hamburgo, una Reichsdeutsche, que se libraría del primero de los estigmas: la estrella de David de color amarillo cosida a la ropa. Atrás quedarían en algún mercadillo callejero los enseres domésticos en almoneda, las pruebas materiales del origen y los ancestros, que más tarde o más temprano acabarían asesinados en Minsk, Kaunas o Riga o en la misma Tierra del Señor de Auschwitz: se arrastraban cansados, pero ignorantes de su suerte, bajo las copas cargadas de flores que pueblan el arbolado camino hacia las duchas del mortífero gas.
Pero papá sabe lo que se hace desde hace años. Precisamente, tú ya naciste sin el pañal cagado de una bandera, justo el año que se promulga una ley (?) alemana que niega a los judíos nacidos entre sus fronteras la nacionalidad del reich milenario.
Sin patria: una hebrea, una paria salida del desierto (que es tierra de nadie) llegada desde Hamburgo y Lódz a un barracón de ladrillo rojo, a la Casita Roja o a la Casita Blanca, y de allí a la purificación por el fuego sin figurar ni siquiera en el Totenbuch.
Aunque en la desbandada no compartió la suerte de las otras doscientas mil ratas-niño exterminadas en Auschwitz y Bikernau, a las que ni siquiera se les dio la oportunidad de un tumor o un accidente de automóvil acechando en una esquina del destino inescrutable de después.
Tras el expolio de la casa amplia y lujosa, la relegación a un apartamento más pequeño en una zona delimitada para los impuros; después, la masificación de la colmena judía y, luego, las alcantarillas. De ahí, al crematorio. O al enterramiento prematuro: las descargas de las armas hacen caer al hoyo eterno a esos muertos en vida, de pie en el mismo borde de la zanja, que ni imploran misericordia. Mueren con la sumisión del animal manso y honrado. Son enterrados con premura. Al día siguiente, puede verse la tierra moviéndose. Todavía siguen con vida algunos de los sepultados, que malheridos rebullen en su agonía bajo la superficie que cubre el agujero negro y fatal.
Luego de la Kristallnacht, el patriarca levanta la tienda y huye con el rebaño temiendo lo peor, que siempre llega.
La Gran Alemania ya es judenfrei.
Deja atrás el resplandor rojizo de la sinagoga incendiada y se aleja de una curiosa piedad que, en breve, sustenta sus razones humanitarias de exterminio en la rapidez del gas frente a la tortura del hambre y la inanición.
Un mecanismo de gran efectividad que reúne a la vez la fábrica de matar y la pronta depuración de los cadáveres.
Ésta también es la cara oculta de la luna del ser humano y su atrabiliaria y remota condición: la deliberada y fría destrucción de sus compañeros de especie por una simple cuestión de matiz.
Aquella tierra de promisión entre dos ríos al suroeste de Polonia iba a ser el destino.
Mas hubo una pausa (sea, pues, artista, sentenció el oráculo).
Y de ella, naces tú, artistilla.
No engañabas a nadie, pequeña seta venenosa.
A pesar de su vistoso atavío, del color brillante y prometedor, el hongo que se oculta tras el disfraz es tóxico y letal. No habrá compasión para estas pequeñas arpías que, llegadas a la edad adulta, se transforman en prolíficas paridoras de monstruos con los rollos de la Torá bajo el brazo y la faltriquera escondida entre sus ropas de cuervo. Aplastad con la suela de la bota reluciente esas setas malditas y conspiradoras.
ARBEIT MACHT FREI
¡Nunca dejaste de hacerlo!
La mies es mucha. ¡Qué pocos los días!
Soñando. Por ello trabajaba.
Un vislumbre.
Una épica en la que ya no existían los héroes, sólo las víctimas, los victimarios, los castigos.
La ninfa convertida en álamo plateado.
A lo largo de su vida pensó que la impregnaba en todo momento lo mitológico. ¿Cómo podía ser de otra manera? Bien pronto todo empezó a ser extraordinario. Por las aceras, y lo reflejaban los cristales de las tiendas y las cafeterías, y también su mente lo proyectaba a cada instante delante de ella, allanando el camino, anduvo un mito –ella habla en pasado-; fue la protagonista ejemplar de unos hechos extraordinarios y misteriosos: la vida y la muerte, los hechos.
Aporía: tu arte nada representa.
Se representa muy bien a sí mismo: cuerda, madera, la química excrecencia.
Lo mutilas de cualquier comprensión. Se invalida en el preciso instante de su creación.
Su valor irá en aumento, pues has sido desgraciada, hasta trágica.

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