jueves, 22 de septiembre de 2011

HESSE 6 (Ensayos para un estilo)

Fairy Tales:
el libro, de tapas duras, hermoso, repleto de grandes ilustraciones azules, rosas, grises y amarillas, las siluetas negras de los mejores dibujantes de su época, y quizás de las de todas: Arthur Rackham, Nielsen, Kate Greenaway, los colores planos de Denslow, los ensueños cromáticos de Watter Crane y los animalarios de la Potter, la solitaria, la emilydickinson de Hill Top…: el mejor escondite para una imaginación infantil.
Mientras la bruja, antes de morir, ve rodar su propia cabeza junto al árbol maravilloso, los viandantes, bien abrigados, pasan delante de la cerillera a la que el frío y la nieve sumen para siempre en el sueño, cerca del negro callejón bordeado de cubos de basura donde disfrazada de buhonera la Dama de las Nieves se las ve y se las desea para arrancar del seno de los hombres los pensamientos y las fuerzas del espíritu.
Ah, pero a la ideología subyacente ahora se le añadía el veneno de la figuración: qué mundos, qué añoranza: desea con pasión vergonzante al soldado con espada, tan marcial, sueña como la pobre cerillera imágenes pretéritas, se rodea riendo por lo bajo de flores casquivanas, es la princesa delicada, admira a la cocinera glotona que calza zapatos con tacones rojos y trasiega inocente de culpas un buen trago de vino, un trago tras otro trago, y otro más, lo que la hacía valiente a la vez que ingeniosa. Sabed que los muertos no bailan: tienen cosas más importantes que hacer (Andersen dixit), y sobre la tumba de los pobres brota la atanasia, y, en fin, como ocurre con frecuencia en el mundo, los que poseen cabezas muy pequeñas son los más dichosos, y esto es suficiente como introducción.
Por lo demás, cálzate unos zapatos rojos y entérate de una vez que todos no podemos ser nobles y es preciso que cada uno haga su trabajo, y como suele decirse, aquel que lleve a cabo gestas increíbles se casará con la hija del rey y entrará en posesión de la mitad del reino.
Otrosí: el escarabajo tomó esposa y el primer día lo pasó muy bien; el segundo, mejor aún. Pero al tercer día tuvo que pensar en alimentar a la parienta, así que… se marchó volando en busca de unas herraduras de oro como las que llevaba en sus pezuñas el caballo del emperador.
Las palabras adquieren volumen, levitan, se transforman en figuras, objetos: paisajes y personajes danzan en una zarabanda inolvidable y gitana.
Cenicienta, Caperucita Roja, Blancanieves, La Bella Durmiente, Alicia, Eva Hesse: escribió (tan cuidadosa ella) en los márgenes del cuaderno escolar con tinta verde.
Y nunca tuvo ninguna duda acerca de quien de todas era ella: La Reina de las Hadas.
La Casa Encantada, La Fantasía, se desmoronan.
1970.
Suena el despertador. Como sabe que está viva, le repugna despertar. Se hallaba tan acogida en los brazos de las tinieblas, un lugar tan muelle, acomodaticio, a salvo de las aguas y de las palabras dichas en voz alta, de la brusquedad del día y de los otros. ¿Qué Reino era ése? El de los Sueños. Extiende la mano, pero con los ojos cerrados todavía. Nacen las sombras: temor al alba. El cuerpo ahora parece de madera, una materia rígida y dura, inflexible. ¿Qué podría hacerse con él? No modelarlo, este barro ya no sirve. Tal vez tallarlo con el mejor cincel, la más resistente bujarda... desbastarlo con la imaginación. El cuerpo que tanto nos traiciona al fin… Debe moverlo de sitio, accionarlo, obligarle a la ejecución de alguna de sus funciones fisiológicas. Contrólalo. Sé su dueña, aunque sea él quien va a matarte. Pídele agua. Ordénale que excrete. Pídele que se vuelva de costado, que estire las piernas, que expanda los pulmones, que salive la boca reseca, que deje quieto el corazón.
¿Es la hora testamentaria?
¿Qué hay del negro, el alónimo?
Ábrele tu corazón: que sea el quien invente.
¿Qué cuenta el Talmud en estos casos?
El recetario de los despropósitos confía demasiado en el sentido común y la bondad de los desconocidos.
¿Quieres ser inmaterial?
Érase una vez una pequeña judía que voló hasta el País de Nunca Jamás para convertirse en La Reina de las Hadas. Etcétera.
¿Qué se esconde en lo más profundo e invisible del cerebro? La nada. Ese grumo viscoso y blanquecino de obsolescencia programada es de una petulancia y miserabilidad manifiestas a despecho de su sofisticado mecanismo y enredosa geografía de causas, reacciones y efectos. En una, todo era una brutal aunque silenciosa reacción química, combinaciones físicas propias de autómatas a fin de cuentas, hombres y mujeres máquinas blandas que huelen, albergan fluidos, excretan, se pudren aún en vida y desaparecen.
Despiertas, te acciona un mero reflejo (si bien misterioso), todo es temible. Comienza el escrutinio de ti misma. No hace falta que
te palpes, te reconoces, te nombras, enseguida te has recuperado del benéfico letargo de las sombras y la luz, de aquella luz que tanto amabas como la buena artista que eras, y que ahora ya comparece amenazadora, revelando los decorados a punto de desmoronarse.
Y querrías no ser, desencadenar el pensamiento de la miserable y taimada adición de la carne, recrearse en los interiores paisajes de ti misma.
Sólo querrías dormir, adentrarte en el sopor de Rip vanWinkle: dejar que las cosas se arreglen o mueran solas. Ejecutor, el tiempo. Siempre lo es. No deja de serlo ni un solo segundo. Con sorna funcionarial, que él, El Gran Balduque, se encargue de marear gavetas aquí a cullá por las covachuelas y el oscuro negocio de los días.
La princesita está triste: el país de las hadas es contiguo al campo de concentración, y la bruma del bosque encantado se entremezcla con el gas de las cámaras de exterminio: yacer en el lecho perfumado bajo dosel del Príncipe Azul no se halla ni un centímetro más lejos del hediondo camastro lleno de piojos del kapo.
La vida… En efecto, es un cuento: sin final feliz. Te seré sincero, princesita, no es la imaginación la que le da las formas, dibuja sus trazas cochineras o la invade de felices regiones donde sus habitantes trabajan, aman, son dichosos y no se mueren nunca.
No, así. Todo es muy diferente con los humanos y las humanas cosas con fecha de caducidad, de obsolescencia programada.
Ya no existe el cuerpo, la materia que tanto te ha dado. Levitas por encima del detritus, de los trastos y herramientas oxidadas, de los malos olores del polímero. Vuelas, y a diferencia de mamá se trata de un vuelo eterno, incesante, ni siquiera el aire te roza, te mantienes en el espacio de las hadas, donde todo es etéreo, intangible, toda materia es un soplo de aire, música las voces, las miradas de oro, la dulce nieve de las alas de los ángeles.
¿De qué está hecha una hada?
De lo que todos.
Y a la ventura del… hado.
Campanilla cierra el libro.
De golpe. ¡Plaf!
Un polvillo dorado sale disparado de las hojas aplastadas por las tapa, se esparce en el aire espeso y púrpura de la tarde hasta desaparecer.
Se acabó la fiesta.

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