martes, 27 de septiembre de 2011

HESSE 7 (Ensayos para un estilo)

Respecto a mí. Soy Clov. ¿Dónde nos metemos?
¿Qué tal en un cuadro?
No es demasiado original. Estoy segura de que otros lo habrán imaginado igualmente.
Lo que importa es lo que hagamos nosotros. Estamos en cuadro.
De acuerdo. ¿Qué cuadro?
Me parece que uno de Pollock.
¿Por qué no Albers, o Picasso?
¿Qué me dices de Balthus?
Mejor Klee.
Entonces nos quedamos en los contenedores de basura: el mundo se ha venido abajo, las aguas todo lo cubren, los cielos se han teñido de negro en pleno mediodía, ha cesado la voz, las miradas han muerto…

Pollock: enérgico anda alrededor de un lienzo en el suelo:
-¿Sabes? Es posible, viendo la pintura, comprobando donde soltaba los chorros de pintura, dibujar la excursión en torno al cuadro, sus idas y venidas por el espacio del sucio garaje de Springs. Las sendas metafísicas, el estupor de la borrachera, la intuición prodigiosa, el tropezón del torpe, el genio de la nueva estética.

El viaje a Amsterdam: el tren de los niños a Treblinka, a Bergen-Belse, Auschwitz… (ay, no el Tren de la Bruja y la escoba de los domingos soleados en la Feria de las Navidades, en la alameda inocente, al otro lado del río).
En todas las épocas, todo niño cree que el mundo le reserva algo bueno y hermoso, sin embargo éstos, camino del gas de cianuro, ya ven el infierno que se esconde tras la negrura de la noche, no les engañan, y les domina el terror mientras se mean encima cogidos de la mano sin dejar de andar, sin dejar de andar…

Fugitiva ella (del infierno). Pero recuerda que sólo unas décadas atrás has atravesado Ellis Island. Siempre, alguien, franquea el paso a alguien en esta vida de cancerberos: dinero, mano de obra, ganado.

Enclave judeo-alemán en Washington Heights. Esta chica lista ni siquiera se pelea con las compañeras del Pratt Institute. Va a lo suyo, con los libros bien sujetos contra el pecho y la mirada decidida adelante, sin fijarse en los sementales de granos y tupé. No es rica, funciona con becas, llega hasta Yale. Donde llegaría si no…
Ella, a lo suyo.

Josef Albers. Yale. Escuela de Artes Visuales. El color. Y el viejo alemán discursea sobre razones cromáticas. Los tiene como conejillos de indias, el teórico. Escribe libros. “Compradlos”, dice. “Aprended de ahí”. No se aprende a pintar en los libros. De ahí tanto fracasado en el siglo XX, cuando la teoría era la sangre negra que circulaba por las venas.

Quiere vestirse. Diseña. Crea un mundo un poco mejor hecho. Vamos a decirlo de ese modo.
He aquí un traje de papel. De lejos parece de seda, unas gasas de colores pastel…
Se ha creado un personaje. Era lo que faltaba. Su yo. Podrá activarlo, manipularlo, maquillarlo, disfrazarlo… o dejarlo desnudo. Yo, la otra.
Oye, espejo…

Recién salida de la adolescencia: terapias psiquiátricas. ¿Cómo no iba a querer ser Catherine?
Todo parece una lucha.
Es una breve guerra.
Todo sucede tan aprisa, y todo es terminante, sin que pueda constituir el revés de las cosas:
“Madre, no soy culpable en absoluto de todo lo malo que ha ocurrido en mi vida. Ni un solo gesto, ni una sola mirada o pensamiento míos, ni una sola acción, han podido ser causantes de mi desgracia. He amado con pasión la vida, he amado de ella todo, hasta lo más pequeño y de escaso precio. No he merecido este final que no entiendo y al que me he resistido hasta el último aliento.”

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