lunes, 14 de noviembre de 2011

HESSE 26

Sueña.
ARES.
No sabe si le gusta. Recordad que el verano del 69 en Nueva York fue algo terrible, abatido por una ola de calor en verdad asfixiante. Se hallan desnudos debajo de la ventana sobre una sábana blanca, lo único que les separa de las baldosas del piso. El sol del mediodía se cierne sobre el suelo donde yacen. Hesse parece irreal, increíble su piel húmeda de calor, traslúcida su carne rosada, pasmosa la cabellera que se derrama en cascada a un lado del rostro. Bañada de luz cruda, apoteósica, de una quemazón apenas resistible. Es hermosa hasta acribillada por el rayo más cruel del sol. Se vuelve hacia él y se tumba de costado, apoyando la cara contra las manos juntas. Los ojos brillan risueños en el mar cegador que fluye del hueco abierto y se abate sobre los cuerpos: “Eres Ares”. Escrito en castellano suena de una prosa cacofónica, de una precariedad evidente, hasta incómoda. Disonancia reiterativa no desdeñable tampoco en el discurso angloamericano. Sonríe cegado por la luz: en la brutal claridad la recrea, recorre con ojos entornados la incitante excursión desde el cuello a los senos, el vientre terso, la mata profusa y negrísima de fascinante judía que cubre el pubis, los muslos y las piernas recogidos sobre ella misma en postura semifetal, alumbrándose de una fiereza carnal, de una potencia ígnea, y el blancor del tejido que ha de cubrirles a medias en el calor de la noche. Ares, luchador tenaz siempre vencido. Aborrecido por los dioses, poco amado. Sólo libre próximo a la muerte. Y, sin embargo…

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