jueves, 4 de octubre de 2012

HESSE 77


Antes que cualquier otra cosa una escultura es un objeto y ello prevalece por encima de cualquier otra consideración.

Todo arte es una aproximación.

Por más que porfía en ello, no puede ver el mundo con los ojos de la inocencia. Ni siquiera Picasso lo consiguió, su ojo era tan depravado como el de ella.

M., con la vista fija en la hamburguesa de tres pisos, antes de hincarle el diente: “Todos los artistas en alguna fase de nuestra trayectoria (sic) hacemos una epistemología de lo fútil.

Lo representado no surge de la naturaleza sino del cerebro, algo misterioso, falso y mucho más fascinante que lo que llamamos copia.

Ella (D.A.) se ha dado cuenta de algo horrible: la fotografía no es lo que ella ve, sino lo que la cámara ha visto.
El arte tradicional, o una de sus formas, llevado a cabo en nuestros días es lo que resulta decepcionante para la mayoría de la gente que busca ante todo una fidelidad extrema hacia la naturaleza

El objeto es real.

Era un espectador en verdad recalcitrante: ante una pintura inequívocamente trompe-l’œil insistía todavía más en sus pesquisas: miraba por detrás del lienzo, cavilaba, se decepcionaba ante el rectángulo plano, ARRUGABA EL ENTRECEJO…

Una obra de arte es contemplación antes que información.

Ha sido la imaginación la que ha sustituido por completo a los sistemas normativos.

El arte, como las palabras y las frases más comunes, se gasta.

No hablo yo de emociones, iguales todas en todos. No proyecto eso en mi trabajo. No quiero hacerlo. Yo me expreso artísticamente, que es lo individual.
El Taimado dijo: “En un cuadro de Rothko ponemos los observadores mucho del Rothko torturado que cada uno llevamos dentro”.

La expresión está más allá de toda representación o descripción. Es algo selectivo y, por tanto, incontestable.

Nadie falsificará mis obras… ¡Qué consuelo!
De más están las fotografías radioscópicas, el examen microscópico, los análisis químicos. Respecto a las diferencias estéticas…
Y si lo hicieran…
Un falsificador no crea nada con la mente, lo copia con las manos (sucias). El falsificador hace. El artista crea.

Por muy perfecta que sea técnicamente una copia, el asunto es irrelevante, sin la menor pizca de interés por el debate acerca de las “miserias” de la autenticidad. La técnica por sí misma y sin finalidad estética carece de cualquier merecimiento.

Las razones que pudieran aducirse para adoptar una poética u otra es un misterio, pues el artista, en lo que respecta a su obra, se mueve entre lo conocido y lo desconocido. En lo que a ella concierne, antes se dejaría cortar un brazo que apelar a la palabra “gusto”.
Y en cuanto al corazón del misterio… lo autográfico en sus obras debería buscarse en una “irracionalidad consciente”.
El arte no es una notación lógica.
(W., 1-6-15: “La verdadera cuestión en torno a la que gira todo cuanto escribo no es otra que: ¿hay a priori un orden en el mundo y, si lo hay, en qué consiste?”.

Trabajo en los límites, acaso en los mismos márgenes del conocimiento (sic) de la intuición: del arte, de la disciplina, del lenguaje, del pensamiento… De mí misma.

Son múltiples las herramientas de que se sirve el lenguaje para manifestarse, de un modo lógico o ilógico: así, pues, el arte tan visualmente perceptible por todo el mundo apela a aquello del mundo.

Un abigarramiento, un amontonamiento infantiles.
Es una niña encerrada en un gran armario tan grande como una habitación. Está llena de cosas, es como una inmensa caja de juguetes. Va descubriendo maravillada multutud de cachivaches, fascinándose a medida que reúne en torno a ella decenas de objetos, trastos, cacharros, piezas de antiguos artilugios y mecanismos misteriosos, componentes inclasificables… Es feliz abrumada por esa matemática desafiante, heteróclita y especialmente herética, ajena a todo orden lógico, a la ética del bienintencionado.
Lo religioso en arte es representar el mundo; lo místico, desbaratarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario