miércoles, 24 de octubre de 2012

HESSE 82


Pelucas.
¿Y si fuera una neoyorquina elegante?
El Literato soñaba en otro tiempo de atrás donde las épocas fueran acaso más sosegadas: iba de la mano de la Vreeland del Harper’s Bazaar y del suntuoso Vogue, hombro con hombro junto a los cuentistas bien pagados, arrastrando la Remington perfumada con aceite de esencias y provista de un silenciador de plata: a todos ellos les instigaba un miedo cerval a lo prosaico. Precisamente lo que Él buscaba en su circunvalación literata (pero enseguida descubrió la vulgaridad que se escondía tras aquellas biblias de la sofisticación, de las máscaras y los disfraces: disertaban sobre algo tan evanescente para el mundo, sus miserias y terrores, como el vuelo de una mariposa vistosa que sólo sobreviviese una mañana australiana).
¿Y Ella?
Adelante con la fibra de vidrio y los demás envenenamientos del futuro.
¿Y la apariencia?
Esas mujeres, esos lectores, creen en la inmortalidad, “somos eternos”, se confiesan a sí mismos elegantemente ocultos tras una trapería minuciosa y mundana: les aterra lo enfermo, lo precario, el desaliño, esa media-tarde del ser humano agotado que casi arrastra los pies cuando el cielo se agrisa y comienzan a hervir de cansancio las calles y su espesura. Unos toman camino del cóctel, al compromiso social donde las sonrisas son tan frías en realidad como los cubitos de hielo en el fondo del vaso corto de la bebida; a otros les basta llegar al apartamento maloliente o a la casa de madera de las afueras, ducharse, cenar y plantarse frente el televisor o hojear una revista ilustrada mientras oyen música en el canal clásico de la radio. (También los hay que leen a Ayn Rand, Yerby, Jacquie Susan y Leon Uris o escuchan musique canaille o se embelesan con la Paramount, la Metro y la Columbia Pictures en sus versiones más pedestres de chico-encuentra-chica.)
Pelucas.
He ahí la cosa.
Sigue siendo el mundo: pero como sus reflejos en los cristales de los cuadros de Richard Estes.
La Mujer del Sombrero ha dado paso a La Mujer Calva.
Una mujer con sombrero ha de enseñar, aunque sea poco, algo de cabello. Es ahí donde está la gracia.
Lo maravilloso: Anna Karina en Bande à part. Jamás un sombrero dio tanto de sí ni la cámara de Godard, a lo largo de sus filmografía, se regodeó de tal forma en una imagen.
Es un arte éste indetectable. Nadie tiene por qué conocer su verdadera función. “Que cabello precioso, y que corte tan esmerado y preciso”. Indetectable.
Pelucas:
De modo que indetectable. Un arte sutil. Las apariencias engañan. Una peluca es todo un engaño, pero no como objeto, que es tan real como lo parece, sino como función.
Notas algo raro. Pero no descubres nada.
Existe en la expresión una huella de desaliento que no parece coincidir con la magnífica tersura y fantástico brillo de la melena dorada o nogalina.
¿Buscas lo que hay debajo?
Tal vez.
¿Qué esperas encontrar?
Un tumor.
Pelucas:
La caída del cabello es un efecto secundario de resultas de un tratamiento con quimioterapia. Los efectos secundarios de los fármacos administrados a La Mujer Calva producen en los f0lículos pilosos una acción devastadora que acaba destruyéndolos, lo que provoca con carácter temporal la pérdida del pelo. ¿Temporal? En cualquier caso, se trata de una carrera contra el tiempo entre los beneficios terapéuticos y la muerte. Arrojar la peluca al cubo de la basura sería el triunfo de la técnica sobre el mal. No obstante, nos hallamos ante una patología en extremo traidora frente a la cual no sirven los esquemas previos. El protocolo es, simplemente, lo que la experiencia clínica ha demostrado como más aceptable en la práctica oncológica. Cancerosa, no se deje engañar. Huya de las prótesis capilares permanentes, pues sus pegamentos y cintas de doble cara ahogan en buena medida los folículos pilosos del cuero cabelludo impidiendo a éste que respire durante al menos las siete horas recomendadas. Algo tan sencillo que puede llevarse a cabo mientras dormimos, hacemos el amor o leemos de cabo a rabo el New York Times del domingo. Elija la peluca oncológica o estética fabricada a medida. Puede mantener su imagen de siempre o darle un giro copernicano: si rubia antes, morena ahora; si antes morena, luzca ahora su melena dorada. Color y textura, corte y estilo conforman la base estética de La Nueva Mujer. Puede usted encasquetarse una peluca de cabello natural: se fabrican sobre una base transpirable y transparente; se ajustan a la piel mediante una tira de silicona, de modo que su colocación es segura y confortable: en ningún momento notará que está calva, ¡hasta usted misma creerá que el pelo es suyo! Además de materiales como el tul de hilo tramado, se confeccionan en su parte alta con monofilamento y cabello natural implantado a mano; por este motivo en las zonas más expuestas, el área frontal y el vértex, el nacimiento del cabello parece absolutamente natural, como si creciese de su mismo cuero cabelludo (ahora pelón). El modo de fijación es natural, sin adhesivos de ninguna clase. Como interesante colofón añadiremos que el origen étnico del cabello humano utilizado responde a todas las garantías deseables de salubridad, sin que en ningún instante sean añadidos en su composición pelos de origen animal (caballo, yak, oveja, cabra…)
Escucha, alemana: en la Roma imperial te habrías quedado sin cabellera: entre las damas patricias reinaba la moda de las pelucas rubias, y éstas se confeccionaban con los cabellos de los antiguos habitantes de los pueblos germánicos sometidos al Imperio a los que se les despellejaba sin mayores miramientos con objeto de hacerse con sus tirabuzones trigueños y sus melenas amarillas como el sol.
U3-A (existen los universos binarios, sabes.):
La industria del crecepelo ha evolucionado de una forma prodigiosa. Por el momento, se están llevando a cabo estudios y sesudas investigaciones sobre el gen responsable de la caída del cabello. En unos años: adiós, pelucón.
Entretanto, los dermatólogos y otros charlatanes ya disponen de un auténtico arsenal que destierre de una vez las cabelleras postizas y fraudulentas como un cuadro falsificado de míster Warhol o monsieur Monet.
La luz láser es capaz de inyectar nueva energía a las raíces y activar la circulación sanguínea al oxigenar de nuevo a aquéllas, lo que a su vez resucita el nacimiento del cabello.
Existe, asimismo, la estética del plasma. Un salto más en la evolución procesual del discurso alopécico. Veamos: se aplican micro-infiltraciones en determinadas áreas del cuero cabelludo mediante el PRFC (Plasma Rico en Factores de Crecimiento) del propio paciente, obtenido extrayéndole cierta cantidad de sangre a la que se separan los factores de crecimiento del plasma. Su finalidad es palmaria hasta para un profano en estas artes: estimular la formación de colágeno y aumentar la vascularización del folículo piloso.
Incluso en U3-A el dinero, como en el planeta Tierra, es el cebo para entretener el espacio de tiempo que media entre el nacimiento y la muerte. El entretenido es el charlatán; el pagano, el calvo: cuesta 250 pavos el baño de las unidades foliculares que se van a implantar, a modo de plus, en aquel suero rico en proteínas y factores de crecimiento. Y otros 200 pavos la sesión de mesoterapia por el mantenimiento consistente en infiltrar sustancias revitalizantes y fecundos compuestos de vitaminas, oligoelementos, minerales y principios activos de origen misterioso en el cuero cabelludo. Por 675 dólares usted tiene vía libre a la carboxiterapia, ¿o no sabía usted que la aportación de CO2 al cuero cabelludo incrementa la microcirculación sanguínea y suministra una buena cantidad de aminoácidos esenciales?
Una vez superada la barrera de los 10.000 dólares nos hallamos en el fértil campo de los trasplantes y la clonación del cabello. Entonces el cuero cabelludo, ya en barbecho, puede recibir una de las dos clases de trasplante de siembra, a tiras, o por medio de la técnica FUE. Respecto a la clonación… En fin, todavía se encuentra en fase experimental en el laboratorio a través de ratas.

¿Utilizan ratas para sus experimentos?
Grandes y peludas. Aunque todas acaban muertas y con el pelo al cero.
Investigan con ratas. Como en el cáncer. Qué te parece…
Eso es.

Contre Sainte-Beuve.
ContraBorges (2015-David Grau).
Contra la quimio:
Luz blanca directa a la cara; poco fondo, tenue.
Y la peluca. Es todo.
A rodar.

-Cáncer de pulmón.
-¿Era fumadora?
-No. Era mala persona.
-Dios te castigó.
-Tu arte es malo.
-Es maligno.
-Una proliferación de malentendidos.

-Me llamo John Smith. Nací en 1920, en Nueva York. Después de la escuela secundaria estudié Economía en un Instituto Técnico y enseguida empecé a trabajar en una entidad financiera. No fui a la guerra a causa de mi mala vista. Siempre he tenido problemas serios con los ojos. Me casé en 1945. En realidad, yo era un conformista. He trabajado en el banco Limerman&Stein Savings durante 27 años. En 1961 terminé de pagar la hipoteca de nuestra casa en Cobble Hill, en Brooklyn. En el 62 alcancé el puesto de director en una sucursal de Queens. En el curso de los años he realizado varias inversiones inteligentes que van a garantizar de sobra los años de Universidad de mis hijos. Todo marchaba como la seda. He cambiado de coche cuatro veces a lo largo de mi vida. El actual es un Chevrolet azul del 68. Seguramente será el último volante que coja. Tengo cáncer de garganta. Y ha metastizado. Ha ido deslizándose hasta el esófago y los pulmones. En fin, nunca me lo hubiera imaginado. Pero así son las cosas. Yo creo haber sido una buena persona, o al menos trabajadora, incapaz de cometer cualquier delito o infracción del tipo que fuese. Nunca he sido violento. He amado a mi patria. No tengo deudas. Pagaba mis impuestos escrupulosamente (alguien lo tendrá que seguir haciendo, después de todo). Fumaba una cajetilla de cigarrillos ChesterField al día, algo que ahora me atormenta cada minuto que pasa, y, al anochecer, tomaba una copa de bourbon, quizá dos, paladeaba el licor tranquilamente mientras hojeaba el periódico de la tarde. He sido un hombre moderado, sin fanatismos de ninguna clase y, según creo, accesible, aunque algo reacio a manifestar mis emociones en público. Mis distracciones consistían en escuchar la radio después de la cena, y luego, años más tarde, quedarme embobado frente a la pantalla del televisor.  Veía los noticiarios de Walter Cronkite y concursos del tipo de Quiz Show. Siempre terminaba en la cama antes de las once. Y siempre he dormido como un niño, de un tirón. Creo que jamás he tenido una mala pesadilla. También solía ir un par de semanas al año a pescar a Island Current, aunque tardé bastante en comprarme una buena caña de pescar, una Penn con un reel squidder modelo K que superaba con creces mis expectativas. Creo en Dios. En su bondad infinita. Aunque no pertenezco a ninguna iglesia. He tenido dos hijos, chico y chica, John y Mary Ann. Se llevan un año y medio. Buenos muchachos los dos, inteligentes y divertidos, no demasiado estrafalarios para los tiempos que corren. Estudian en la Universidad Pública de Nueva York. Mi mujer, Eva Miller,  es de ascendencia judía. Ha sido una estupenda ama de casa y una excelente esposa entregada por entero a su familia. Nuestro hogar es bonito y confortable. Por la tarde, Eva vendía productos de Avon. Y ganaba un buen dinero. Ya de jovencita era muy inteligente relacionándose con el dinero, tenía un don especial para eso. Siempre le decía que habría hecho mucha más carrera que yo trabajando en la banca, sobre todo en la de inversiones, o incluso en la comercial. Pero ahora, debido a mi enfermedad… no sé. He tenido una vida tranquila, yo diría que una buena vida, y hasta muy buena (el amor y el cariño de Eva, el nacimiento de mis hijos, mis días de pesca). No me gustaría que esto acabase, y sigo deseando cosas buenas, sentarme en una terraza arbolada del Village al atardecer y tomar una copa junto a mi esposa y unos amigos, charlar con mis hijos mientras nos desayunamos un domingo por la mañana, pasear por la playa de Coney sland sintiendo el aire y el olor marinos en el rostro mientras escucho llegar a la orilla las olas infatigables después de un largo viaje… La muerte no puede ser buena, ni aceptable, pero, sí, al menos me gustaría que fuese tranquila… En fin. Mis padres… No se me ocurre nada que pudiera decir acerca de ellos… Se divorciaron cuando yo tenía 7 años y quedé al cuidado de mis dos abuelas viudas. Ambas han muerto. Una de ellas vivía en Manhattan. La otra nunca salió de Brooklyn... que yo recuerde. Pero lo curioso de veras es que no logro adivinar desde hace tiempo quien era la abuela materna y quien la abuela paterna, quien era la que vivía en Brooklyn y cual de las dos la que vivía en Manhattan. Aunque ahora que lo pienso…
(El padre de John Smith era un tipo que aún olía al aceite industrial de Nassau cuando se casó y de quien lo último que se supo era que vivía en Detroit agarrado a una botella de whisky: a veces aparecía tambaleándose por las inmediaciones de Renaissance Center, donde, al parecer, mendigaba los dólares necesarios para proveerse de alcohol. Un amanecer gélido y nevado de cielos inhóspitos fue hallado muerto en River Rouge. Ella, la madre, era una damita muy ambiciosa de Suffolk County capaz de maquillarse tres veces al día y cambiar de vestido otras tantas. Unos años después de dar a luz a John Smith se dejó seducir por un vendedor de Saks y voló del nido, y tres años más tarde, luego del crac del 29, volvió a volar y desapareció sin dejar rastro cuando su seductor cometió una serie de desfalcos que lo metieron entre rejas.)
John Smith, hijo de John Smith y Sussy Bird, nacido en Brooklyn, Nueva York,  el 7 de Julio de 1920, murió después de una larga enfermedad, la noche del 14 de Mayo de 1970 en Brooklyn, Nueva York, pocos días después de haber escrito un sucinto resumen de su vida a instancias de nuestra empresa Last Words, especializada en imprimir, encuadernar y editar los últimos deseos y recuerdos de sus seres más queridos en bellos volúmenes de cuero gofrado y teñido a la antigua usanza con letrería y portadas orladas en oro.
[Fundido en negro.]

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