jueves, 16 de diciembre de 2010

Una academia (19)

"Pintaba lo mismo que tú", le dice, "árboles, campos, el cielo, el monte, las plantas, el sol, flores. No inventaba nada de lo que veía. Las cosas y los objetos que llevaba a las telas vivían más allá de la imagen que representaban pues un color desusado iluminaba las formas y las líneas con una osadía que nadie había intentado antes. Sus colores eran simples, como su mirada y su vida, pero eran nuevos y ya nunca fue igual..."
Calla para sí: era un arte violento porque él buscaba el sosiego. Propiciaba demasiado la inmolación...
¿Podría ella, sobre todo ella, librarse de la leyenda y la emoción algo fantaseada y espuria del culto. ¿Sabía algo ella de las falsas piedades...? No, que pronto borre de su memoria el nombre y las cosas y los asuntos de ese pobre artista tan raro.
No preguntaría: ¿Dónde conociste a ese hombre? Se puede vivir sin saber eso. ¡Qué le importa a ella!
¿Realmente Brell lo había conocido? Mantenía un silencio absoluto, mientras la otra, sin rostro, oculta, esperaba una respuesta imposible. [B. lo conoció mejor que otros, mucho mejor: en la ciudad de Abajo, entre cosas inservibles y malos oficios. Y lo conoció como todos, maltratando su propia conciencia y la memoria de aquel infeliz desposeído.] De haberlo escuchado T.B. habría aducido razones muy de tener en cuenta (si el retiro no es inminente e inapelable para siempre): "Se embauca a sí mismo rastreando coartadas, aquellas que más le sirven de acomodo. ¡Qué asco de justificaciones!"
¿Quién sabe a cada cuál en la huida, en la paz consigo mismo?
Pasaban los días. Como ella permanecía secreta a su vista, él la veía cada vez más clara, más libre de marañas.
"No te miraré nunca. ¿Para qué verte?"
La sentía cerca, inmersa en el olor de la noche próxima, en los arbustos, en el aire, en los árboles, como crecida del matorral fragante. Inalcanzable a tan sólo unos metros. Oía sus ruidos leves. A veces, hasta oía su respiración vegetal y verde.
Nunca logró saber, ni entonces ni mucho después, quién de los dos era el animal agazapado, quién disponía las sutilezas y argucias de la mecánica laboriosa del cazador oculto.

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