lunes, 7 de febrero de 2011

Una academia (31)

[Aún en L. Habla Brell, ahora ante una acuarela de Blake que nos llamó la atención: "Lo más enriquecedor ha sido siempre lo erróneo, la equivocación. ¿No somos todos producto de un error, una mala copia desbaratada por una prisa insensata de algo que se movía y no sabía para qué? No existe el dibujo perfecto, ni la forma correcta, ni... ¡Qué imbecilidad! ¿Qué vamos a hacerle, si no es así?"] Verdaderamente, recelaba Brell cada vez más de sus reflexiones, que ignoraba adónde iban a llevarle. Se refugiaba en la duda, que es un excelente aposento para librarse del ridículo y la jactancia. Toda la caterva de sus razonamientos, incluso los elementos más nobles implícitos en ellos, terminaban diluyéndose en la interrogación más desesperanzada: "¿Y todo esto para qué?"
Por supuesto que la figura del mundo era un rompecabezas un poco más embolicado cada amanecer; pero también por supuesto que las cosas siempre eran las mismas aunque el dibujo no fuese correspondiente al de ayer. Se modificaban las formas de la tierra inevitablemente, siglo a siglo, alejándose más y más del paradigma original, pero si el mundo, inopinadamente, comenzara a replegarse al principio... ¿Estaría allí el modelo primero de todo, el dios canónico y único, la forma de las formas, un espíritu inaugural que inspirase decididamente imágenes categóricas, totalizadoras, allí donde imperara el pensamiento más lúcido o el más atroz, el final o el comienzo de todo...?
Si así no fuera, y no es, ¿de qué nos sirven los modelos? Mejor dibuja el alma, un alma, la tuya.

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