domingo, 20 de febrero de 2011

Una academia (36)

Al día siguiente, o al otro, o al de un tiempo de después, le instaba a ella a componer una obra desaforada. "Imagina que estás en trance...", le avisa. Que salgan unos colores fieros y brillantes, un dibujo bronco. Pero ella se niega en redondo. ¿Quién se ha creído que es él? ¡Le sale fácil eso de mandar!
Tutela (no, induce) la metamorfosis de un saber pequeño y noble, de un arte calmado y puro, (digámoslo así: un arte natural), en un extracto de su prescindible indagación, de sus propias dudas y su resquemor. Cambia la afición por una empresa multiforme y caprichosa, vehemente, alborotada. No quiere que cuente, quiere que se explique, que la pintura le sirva de lenguaje de confesión, del gozo o del horror que sintió (o ha de sentir) un día. Como hizo el otro. La obliga a pintar así.
Quizás a ella empieza a enardecerla un juego distinto. Empieza a hartarse de situaciones extrañas. ¿No van a ser nunca normales ellos dos?
Brell se desentiende de objeciones, prodiga los consejos: "No vayas a enmascarar esta pintura moderna con los secretos artesanos del pasado..."
Brell querría que Silvia Jara pudiera entender una cosa como esa. Sólo ser alguien en ella por habérselo explicado en aquel lugar a salvo de la mano de dios y en algún lugar del demonio.
A ella le interesaría que él se diera la vuelta, que la mirara de frente, que acabara el juego. Que fueran como era todo el mundo. Que fueran ésas las reglas a partir de ahora. Ya no le divierte nada de lo que ocurre desde hace días. No entiende ese verse y no verse.
Brell le amenaza entonces: "No vendré más."
Tampoco a ella la volvería a ver, le desafía Silvia Jara.
"Ya estoy en eso", piensa Brell.
Va a desengañarla del dibujo, a provocar que desaprenda. Su tarea ha sido muy meditada. Ese propósito tan sencillo le exime de filosofías y remordimientos. Va a librarla de sofocantes sabidurías (que todavía no domina) para que recale en una genialidad (que no entiende).
Esta tenía antes un don natural y una perspicacia sigilosa en su mirada montés para dibujar sin complicaciones. La imagen prometía la copia, ¿qué si no...? Le bastaba con eso. Ahora Brell porfía, tan inútil en él la inspiración, para que ella alcance lo desusado con la otra mirada más paciente y reflexiva de la emoción sin que pueda corregirla ninguna academia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario