lunes, 14 de febrero de 2011

Una academia (34)

Está acalorado del aroma de ella, de su presencia seductora e invisible. La viva materia que ya es hecha de soles y carne permanece mucho después y durante mucho rato en su mente, hora tras hora le queda un regusto en la boca de agua estancada (en París T.B. escanciaba la absenta en diminutas copas de cristal tallado de color rosa, también un licor denso, meloso, verde claro, ese sabor en la lengua..., idéntico). Sentirá la maraña confusa del sexo lejano en lo peor de la noche.
Baja de la montaña a otras montañas. Y por otras sendas alcanza collados; luego, un camino de recodos bordeado de pinares. Finalmente la pista de guijarros y tierra blanca que deja atrás las barrancas angostas y tenebrosas. El pueblo, a lo lejos, se le figura como un destino de pobreza, de retiro y de muerte.
Caminaba sin saber, sin ver el paisaje fantasmal, confundido en casi todo, tornándose histérico a cada paso. Era ya taciturno. Así, un día y otro.
¿Qué podría haber sido él? Distante de las habilidades oficiosas...
Se recrea en largos paseos de solitario. Andar solo tiene la lógica quisquillosa del escondido, del fracasado o del genio. Imaginarse otra cosa distinta de sí mismo es un puro guiñol, traficar en la nada. Y esto a un coste terrible. Ser un monstruo, tal vez. Un prometeo.
Cuando termina en el refugio de su habitación helada y sin color, solitaria y pobre, en la noche, fuera del sol, evoca el único suceso de una jornada vacía hasta la hora de su encuentro con Silvia Jara. La recuerda a ella y desmiente el acto del tiempo y su eterno e inútil rotar, y va pensando cómo se quiere él mejor, o a ella peor. El caso es llevar su conciencia a la pacífica duermevela en torno al fuego de Beyle o a la absoluta inanidad de un dormir bruto. Otras noches de pasar más alegre le da por habitar la vida con los personajes que nacen de los sueños o de los cuadros pintados en el pasado, por todo menos por la realidad. El sería un dios más justo, menos ruin y más explicable. Un creador menor, pero sentimental. Descansa o acaba rendido en esa postración de bestia o aburrido. Cuando abra los ojos será otro día que hilvanará con la misma trampa, el mismo frenesí o el mismo galimatías.
Al deshacer la reunión siempre se lleva el cuerpo de ella tras él, o delante. Un cuerpo que ni conoce ni ha tentado: ni siquiera lo descubre atinadamente en su pensamiento, pero lo configura de deseos prohibidos, de mudas canalladas. La mancilla con la ficción, y alienta su dibujo mediante líneas y volúmenes impostados. Es un mistificador y anuncia disparates, se distrae con las imágenes más falsas de ella disfrazando la divagación de pretensiones ridículas. La crea distinta cada día pero nunca termina de crearla. No sabe pintarla.
No sabe pintar… Se le hace difícil la comprensión del mundo, tan ordenado aparentemente. Se exalta a solas. Urde planes soberbios. Recela de todo, pero degenera en otro que ni será violento ni majestuoso. Tan poco moderno es éste que se atormenta y le cuesta procurarse alivios.

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