sábado, 26 de febrero de 2011

Una academia (38)

Porque está ciego de ella.
Le cuesta imaginársela.
Se la representa mal, y cada vez la entiende menos de materia, cuando debería ser lo contrario. Silvia Jara es un conjunto de retales de sombras y luces, de cavilación, de ficción sobre todo, de sueños.
Está lejos este tramposo del mundo que puede condenarle, o descubrirle, y se sirve de ella para invocar una caligrafía que le subyuga en plena naturaleza.
[¿La alegoría del paisaje...? ¡El verde y el azul! D.G. (traducía por entonces a...): "A ver, lo interesante sustituye a lo bello. Estamos, pues, ahí, en el mismo ornato, puro y autónomo..."]
Inquiere ella: ¿Por qué es un lenguaje? ¿Por qué debe pensar que es así?
"Para que hables. Para que nos cuentes cosas. Para que dibujes tu pensamiento", le respondía él.
Ella sólo quiere pintar lo que ve.
"Entonces no lo imagines sin verlo. Imagina lo que ves."
¿Cómo va a imaginarlo si antes lo ve?
"Mira todo lo de afuera y mírate tú mirándolo. A partir de entonces, lo verás de otra forma. Todo habrá cambiado, pero sin necesidad de inventar nada de lo que no hay. Tienes que mirarte a ti misma."
¿Mirar... adónde? ¿No será eso cosa de idiotas?
"O de locos", pensaba Brell.
Quizá debería decirle que basta con que se emocione. Nada más que eso. Sin embargo, conversa con alguien muy lejos de Silvia Jara y también muy lejos de él mismo.
A ella le basta con mirar sencillamente.
Quizás se aprende así...
Una copia, una sucesión de copias... Al final, provocará el error, un tronco rojo, la espiral del cielo, un perro verde, por ejemplo... ¡sin querer!

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