miércoles, 23 de febrero de 2011

Una academia (37)

Ella sería como una especie de párvulo, una incoherente pintamonas con el cerebro alerta. Ha aprendido a mirar, y esa asunción le salva de la simpleza y la inocencia. Plagia la realidad con verdadera astucia. [R.M., en el cuaderno 10, "Sobre libros": puedo hallar la obra de arte en la propia naturaleza y reaccionar ante ella como frente a una obra de arte]. Será capaz de asumirla a la vez que disfrazarla de ella misma. Luego, la señora se recrea, ¿lo comprende o no?
En cierto sentido: Mira por vez primera lo que ya sabe.
El amarillo que ve acaba de nacer con el mundo, tan nuevo y brillante y limpio como él, bajo un cielo todavía no enmarranado por el hombre ni por su aliento, y aún no hay palabras ni voces en ese suelo recién hecho, sin hollar por nadie, ni pensamientos hay tan siquiera, o si los hay están desordenados, esperando que un verbo los cifre finalmente en un orden inteligible. Ya nunca será del mismo modo a partir de ese único instante, y a medida que pasen los días ese color perderá su brillo original, la pureza de la primera visión...
(Está a punto de volverse y encontrársela por fin, mirar sus ojos. No lo hace, tal vez porque en ese momento no se oye nada. Una invencible melancolía le anega de pronto. Lo que pudo haber sido y no fue, la evidencia absoluta de todas sus incapacidades...
¿Cómo decirle a ella...?)
Inmediatamente después de esa ocasión inicial menguan la magnificencia del color y su enigmática novedad en el mundo. También las formas son nuevas, inobjetables, pero enseguida dejarán de ser de la tierra virgen. De repente, una sucesión de fantasías y caprichos parecen corromperlo y ensuciarlo todo. Sin embargo... un pálido reflejo de lo esencial ha llegado hasta nosotros, y nos recuerda lo que de verdad hubo cuando la luz primera, el azul, el verde...
"Está la memoria...", le dice en voz alta a la otra.
Qué extravagantes pasatiempos. No estaba él en el principio, ni tan siquiera ella. No estaba nadie.
(T.B.: “Lo que más recuerdo de Brell era su fingida melancolía. Francamente, nunca se creyó perdido del todo. Llevaba a cuestas, adonde fuese, toda la literatura de su yo." [17/09/2001]. Lo dijo otra tarde de setiembre (1991), menos maldita que la definitiva, cuando se mató. Pero antes, dorado ocaso, y verde, también azul, sentados en la terraza encristalada de Y., frente a la huerta y el mar, entre naranjos de hojas y frutos brillantes. Charlamos mucho, durante horas y horas, y bebimos mucho, ella en especial, unos combinados -aprendidos en P., de Claude- de fantásticos colores diamantinos, en copas anchas. Llevaba ella... sí, dos preciosas agujas de carey le sujetaban la roja cabellera de una manera informal y graciosa... Hoy mismo, con el cielo falso y la luz turbia, se cumplen años de su muerte, 9/2002.) Quizás Van Gogh, que estuvo allí, menos corrompido que muchos, lo recordaba en sus solares excursiones.
Otro día Brell ya cambió el curso del aprendizaje: "Niégalo todo", le exige.
Y una vez, antes que les cubra la noche, recuerda a Van Gogh: No es fácil imitar de verdad aquellos cuadros tan simples, dice con odiosa lentitud, intrigante. Habla y habla.
(¿Qué la pintura tiene verbo?)

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