miércoles, 21 de noviembre de 2012

HESSE 90

Heidegger: el hombre no está en el espacio, es en el espacio.
El objeto hace que me recree en él, no en aquel ilusionismo que, a la postre, no era más que un espejismo.
La moderna geometría que configura el nuevo arte agudiza mi percepción, fortalece una retentiva que ha podido, por fin, librarse de lo figurativo para ejercer como medio de reflexión y asunto de dilucidación plástica.
La imagen es el objeto. En sí mismo.
Después de todo, espectador, es posible que tampoco me dirija a ti.
Morris: el tipo que una vez realizó una escultura hecha de vapor. Una pompa de jabón.
Entre Picasso y el niño beocio.
¡Plaf!
Preciso un silabario: tu arte me lo exige. Empecemos de nuevo. La “b” con la “a”, ba; la “d” con la “e”, de. Etcétera. Tenemos que aprender a leer otra vez. Fascinante.
Una Gramática Universal que sibilinamente sostuviera todas las demás, aquellas que van de la mano de los miles de parloteos distintos entre sí que ensordecen el natural rumor de las cosas de la tierra en una despreciable babel de gruñidos.
La verdadera estrategia del ajedrez es el silencio.
Todo Duchamp es un convento.
Carl Andre, El Amigo de las Niñas Desaparecidas Eva Hesse y Ana Mendieta, se comió muy ufano un billete de 5 dólares en Cedar Tavern a finales de los magníficos años cincuenta. Provocó una escandalera. Un par de días después un tipo desconocido engulló uno de 20 ante la indiferencia general. Sólo un borrachín en el fondo oscuro del bar se apiadó de él: le dio unas palmaditas en la espalda y le invitó a una copa digestiva. Nunca más se supo del hecho. No ha quedado registrado en Los Anales de las Excentricidades.
La excentricidad es excéntrica a su debida hora. Fracasa tristemente si no es el momento justo. Como los colores de moda del año pasado.
¿Para qué sirve el dinero en esta Era del Arte Moderno de los 60?
Para nada. Aún son los herederos de la Calle 10. Hay que darles tiempo.
Te cambio un concepto por un trago de bourbon.
Hecho.
No me digas lo que haces. Basta que digas en voz alta lo que piensas.
No me hagas leer ese maldito libro. Dime lo que te proponías. (Y cuenta de antemano con mi aprobación.)
Mejor aún. Resume su contenido en el transcurso de una charleta en la barra del bar mientras tomamos unas copas. Ahórrate el escribirlo. Líbrate del objeto. Indúltanos de la fatiga de sus páginas: todo libro será nada.
Morris, el tipo que se pasea por la Óctuple Senda del Arte con una caja de fotografías de sí mismo desnudo.
Te compro ese gesto a cambio de una mueca.
Hecho.
La Urdidora acecha. Eva ya no se halla en mantillas.
Nueva York, febrero del 68, una colectiva a instancias de Richard Bellamy, recién aterrizado de Goldwsky: tubos de neón, cristal, caucho, plomo, cueros y sogas…
“De manera que esto es  todo…”.
Es fácilmente superable, se dice. Ella es capaz de bañarse en una tina llena hasta los bordes de resinas, catalizadores, viscosas porquerías.
El Arte es el mejor linimento de la sangrienta historia en su devenir: escenas de guerra, el busto broncíneo de los próceres que la desencadenaron con el puro en la boca y los botones del chaleco a punto de saltar, bucólicas estampas de la tierra natal, el cadáver del héroe, los sueño de gloria, de piedra, de sangre, de muerte.
1969. Los cimientos del Whitney y hasta los dorados clavos de la tumba de Gertrude Vanderbilt Whitney se sacuden un tanto. Los padres de la Patria, sin embargo, permanecen inmutables. Los propios billetes de banco de curso legal abonan la serenidad: In God we trust. Dios y el Dinero.
Los ínclitos Lachaise, Zorach, Archipenko, Bellows, Sloan, Hopper, Marsh (¿Por qué no toma la línea L?), Evergood, O’keeffe, Tanguy, Gabo y hasta los Grandes Salvajes de la Modernidad Gorky, Stuart Davis, De Kooning, Pollock, Kline y Rothko parecen cavernícolas colgados en las paredes de la noble institución ante la caterva de Hijos de Saturno y la riada de los nuevos materiales artísticos que, cual una profanación en todo regla, arrumbaban de un solo golpe los óleos sagrados y la patricia vetustez del bronce: polvo de harina, tierra, madera quemada, heno, grasa, acero, hierro oxidado, cristal, cobre, látex líquido, tubos de neón, vidrio coloreado, piedra pintada, plomo, espuma de poliestireno, bloques de hielo, ramas secas, cemento, caucho, resinas, fibra de vidrio, tela metálica, plásticos, vinilo, antimonio, cordel, goma, aluminio, cinc, agua…
El tronar de los cascos de los caballos al galope tardaría en dejar de oírse entre las densas, sobrias y elegantes paredes del edificio de Breuer en la circunspecta Madison.
Señales del asalto permanecerían durante mucho tiempo visibles en la sufriente arquitectura de ese templo del arte americano. Heridas perpetradas por el plomo fundido, las salpicaduras del sucio hielo derretido sobre las pulidas baldosas, las grapas hendidas en las paredes, los rayones en el suelo, las manchas sobre el techo, los agujeros, los golpes, escoriaciones de todo tipo en la piel santa bendecida por el acervo artístico de ilustres desharrapados anteriores.
He aquí la sucesión. Las puertas estaban abiertas. No se derribaron los muros. Y no fue la sangre derramada.
Hesse: teje con fibra de vidrio; borda con resina; cose el látex.
Desenredar el ovillo… hacia atrás.
El verdadero acto, el verdadero Atlante, un Sísifo sin ganas de cargar nada en su conciencia: el artista ha hecho depositar sobre el suelo de la galería una roca de una tonelada y media: exactamente el peso de su talento; exactamente el peso de la bóveda celeste.
Otro dispensa al paladar de los congregantes un plato de comida para perros.
(Un plato de comida precocinada para perros.)
(Un plato de comida precocinada de desechos al borde de la putrefacción para perros).
(Un plato de comida precocinada de desechos al borde de la putrefacción enlatada muy poco antes del agusanamiento para perros).
Los perros más hambrientos.
Somos los perros del arte, una jauría que avanza sobre la frialdad de la nieve alejándose más y más de Disneylandia.
Alejáos de Disneylandia: peligroso lugar. Una bomba atómica.
“Eva Hesse: enormemente divertida” (E.W., Artforum, 5 de enero de 1969).
¡Qué sentido del humor!

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