domingo, 25 de noviembre de 2012

HESSE 91


“¿Escribir un poema? Lo que me gustaría es ser poema.” (JGB).
¿Ella es lo que hace o hace lo que es ella?
Nueva York. Mayo de 1970.
La Confesión (I):
Una cosa es lo que me gusta (Gorky) y otra lo que admiro (Oldenburg, Pollock).
Sabes, Warhol, después de todo, es un pintor abstracto. Estoy convencida de que no se puede llegar más lejos en el arte. El y su obra son la misma cosa. Es el artista total. Pienso que eso es a lo aspiro.
En cuanto a Carl Andre… me gusta. Alguna de sus creaciones me recuerdan los campos de concentración. ¿Cómo puede ser posible una cosa así? Lo ignoro completamente. El arte es un misterio.
¿Confundir el arte con la vida?
Es lo que hago cuando me encierro con los materiales. Ellos cobran vida. No quiero que se signifiquen ni que signifiquen. Pero la forma final que adoptan parece brotar de mí misma, ser parte consustancial de mí.
Creo que el arte y la vida de un artista son inseparables. Incluso aunque esa vida no sea la del propio artista, la vida en general, eso es… Tal vez es un error pensar de ese modo.
El arte es intuición, no cálculo. Y es la vida la que está llena de absurdos.
Si algo me resulta inquietante en la vida, de seguro que esa inquietud voy a trasladarla a mi obra.
Sé que no tengo que ser artista para justificar mi existencia. Pero sé que soy una buena artista porque no tengo miedo, ni en el arte ni en la vida.
Lo he dicho otras veces, pero no me importa insistir en ello: el verdadero artista ha de estar, siempre, al borde del precipicio. Es la única forma de atrapar lo desconocido, darle forma, hacerlo existir de una vez por todas. ¡A quien le importa lo ya conocido por todos!
Lo difícil es estar al mismo tiempo que atisbando en el precipicio sostenerte en el filo de la navaja, vivir de un extremo a otro, en el extremo de todo.
En mi vida todo ha sido muy físico. Tal vez por ello me guste trabajar con las manos en ocasiones, aunque en realidad lo que me interesa es el fin, y muy poco el proceso en sí, que sería el simple soporte para llevar a buen término (hacerlo visible) lo que de esencial pudiera encerrar mi obra.
Y a veces pienso que vivimos tras la verdadera realidad de las cosas, aquello que nunca nos será accesible: las aguas de los dioses (¿…?).
[PLATON NO PUEDE EQUIVOCARSE.
EL ARTE ES UNA SEGUNDA VISION.]
1-. La obra del artista está dos veces lejos de la verdad: lo que ves no es y lo que imitas con tu arte de lo que no es todavía lo es menos respecto a la realidad pura de las cosas.
2-. De toda contemplación estética han de derivarse unos efectos formativos y morales. De lo contrario es un juego de niños, un divertimento sin mayor trascendencia.
3-. El arte es una función, a pesar de sus imposibilidades técnicas, de la precariedad de sus medios intelectuales y la insensatez de sus objetivos.
 4-. El verdadero artista es aquél que se dirige más a la inteligencia que a los sentidos, tan fáciles de satisfacer por medio del engaño.
5.- El objeto natural ya es una representación de aquel otro del que es modelo y que se halla más allá de nuestra capacidad de percepción, ¿a qué vienes entonces, encanto descarado de la vida, a turbar todavía más mi conciencia mediante objetos creados por tus manos pecadoras? ¿A qué ordenamiento formal pretendes llegar? Cada paso que das a delante te alejas de la auténtica Forma.
6.- Ningún artista es inocente: es culpable de soberbia y engreimiento… ¡y de ignorancia!
7.- Y puesto que el arte complace al vulgo, es menester que aquél, al tiempo que cause placer, se empeñe en un propósito didáctico antes que estético, ya que las emociones del hombre pueden ser provechosas unas, perjudiciales otras.
8.- Y puesto que el arte atañe a lo humano y lejos se halla de lo sublime, a despecho de los esfuerzos que el artista pone en ello, todo arte debe someterse a estricto control y censura.
9.- Y puesto que la auténtica misión del arte es causar placer, el arte es inofensivo.
10.- Y puesto que La Idea es de imposible imitación al hallarse más allá de los objetos físicos y sus apariencias subsidiarias, oculta a los imperfectos ojos del hombre, se puede concluir que no es necesario que la obra de arte haya de ser copia exacta de algo o tenga que reproducirse de acuerdo a unas normas establecidas de antemano.]

No te pregunto por lo que es propio del arte, sino qué es el arte.
Una joven hermosa.
¡Por Júpiter, Hipias, qué maravillosa respuesta! ¿Eso es todo?
Esto zanja el asunto, Sócrates.
En efecto, las cosas bellas son difíciles.

La Confesión (II):
Respeto mucho los materiales con los que trabajo. Jamás traiciono su esencia, puesto que la esencia, aun invisible, es el material más hermoso. Preservo las cualidades de aquello que contribuye a conformar mi obra. No los prostituyo. No los traiciono. Aunque sea yo, naturalmente, quien ejerza el control de su forma y prepare su exhibición final.
Todo esto puede conducirnos, de nuevo, a Marcel Duchamp… Ya resulta aburrido, pero así es.
La clave es el absurdo. Un absurdo mucho más inesperado y hasta extravagante del que se nutren los personajes de Samuel Beckett para persistir en sus andanzas a ninguna parte mientras hablan consigo mismos.
Si tuviera que resumir los polos opuestos que delimitan mi trabajo hablaría, precisamente, de oposiciones y contradicciones. Puedo contradecirme a mí misma cuantas veces me venga en gana, y es lo opuesto lo que me atrae. Orden frente a caos, lo flexible de unos materiales desafiando la rigidez de otros… Lo extremo, pues, la huida permanente de lo correcto, de lo mensurable y previsible.
A veces, hasta lo ridículo puede ser lo mejor en la obra de un artista. Y eso sucede porque el tiempo parece que finalmente te ha dado la razón. Descubres entonces que existía algo que justificaba aquella pieza, pero que, más allá de su plástica, era el futuro el que decidiría qué era eso. Tú tendrías que esperar a averiguarlo, aunque en tu interior sabías que durante el proceso se había dado esa circunstancia tan benéfica para un artista: la conformación entre idea y concreción, la confianza en que por muy desconcertante que ahora pareciese la forma final del trabajo, aquel resultado adquiría una dimensión que, por ajeno ya a ti, alcanzaba una naturaleza y significado propios, una razón de ser. Se había convertido en algo inviolable.
Sé que podría asentarme perfectamente en lo grotesco que, para mí, es una cualidad de la abstracción, al igual que lo es la exageración y la caricatura en las imágenes del arte figurativo al modo de Grosz, algunos cuadros de los expresionistas más señalados y prácticamente todo el surrealismo.
La clase de arte que yo practico exige lo grotesco, lo ridículo y, sobre todo, lo inesperado.
La fibra de vidrio puede ser tan grotesca como la mueca de alguno de los personajes de Goya o Ensor.
La resina es una risotada.
En Hang up, una de mis piezas más tempranas en lo que a la escultura se refiere, lo ridículo se proyecta menos en los materiales que en una construcción sencilla. La obra es de una sencillez insultante, y eso es lo que la define. Su misma escala, que sobrepasa una dimensión normal, acentúa su extravagante desnudez. La varilla de metal que sobresale del marco desde sus extremos alcanza cerca de los tres metros y se apoya en el suelo, aunque en cada exhibición lo haga de manera distinta, no demasiado como para cambiar su disposición final pero tampoco exacta y reiterada de una a otra exposición; en cuanto al marco, hecho de cuerda y bramante, se halla completamente vendado y pintado con acrílico. Es todo. Pero es su construcción la que es capaz de provocar en el espectador un sentimiento de bochorno o de menosprecio hacia mí. No creo que los materiales susciten su perplejidad o rechazo. Simplemente, se sienten ridículos contemplando una obra ridícula, de una nadería sorprendente.
Sin embargo, en Ingeminate, realizada un año antes, son los materiales los que deciden la respuesta del espectador a despecho de su composición, asimismo chocante: papel maché, cuerda, un tubo y dos globos pulverizados con pintura.
Lo abstracto aglutina de igual forma que lo figurativo lo grotesco y lo misterioso, lo impío y lo místico, la crítica que la rebelión, el retrato que la alusión o la metáfora. Lo único diferente son las estrategias plásticas y la elección de los materiales.
Todo esto puede parecer una locura. Ser una locura. Pero también alguien [Cheever] dijo que ¿por qué temer la locura? Hay todo un mundo nuevo en ella.
Puede darse lo antropomórfico en lo abstracto, puesto que todo lo abstracto resulta ser en muchas ocasiones connotativo.
La forma sugiere. Mejor que no describa.
Puede que haya planificado bastante mis obras. Pero eso fue antes. Ahora ya no es así. No merece la pena. A fin de cuentas por muy claro y transparente que sea el día, por muy poderoso que sea el sol, la esencia de las cosas, la esencia del ser, siempre ha de escapársenos: una idea de una idea de una idea de una idea…
Un artista puede hacer obras ridículas. Tiene perfecto derecho a hacerlas siempre que él no sea ridículo.
-¿Qué hay más allá?
-No lo sé-, contesta.
Y lleva la vista a la pared, una pared pintada de blanco, desoladoramente vacía, la verdadera expresión del silencio.
Por eso construye con el material de lo imposible lo desconocido.

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