viernes, 16 de abril de 2010

Dripping

Bebe una taza de café. Hay testimonio de ello. Borracho observa caer la lluvia a través de la enorme ventana con los cristales rotos. Se precipita la noche, que todo lo enciende. Por los agujeros astillados entra un viento helado (algo malo de lejos). Las grandes pinturas se apoyan en el suelo vueltas contra la pared a su espalda. (Fue un día antes de matarse lanzando su coche al vacío, entre el vértigo y la locura. El acto tan posterior al suicidio solar de 1890 ratifica toda la maldición posible, la vida hecha pedazos, un dripping que salpica a lo sumo la conciencia dormida. Se le ha revelado, al igual que a aquel de Arlés, que le sobra el cuadro, el monstruo es él.)

Ha prorrogado una curiosa permanencia en el mundo, hasta el infinito arbitrario de sus apariencias. La tragedia lo habita, saberse maldito y desearlo más que nada. Mira hacia adentro el negativo atroz, lo que niega la común visión sedienta de realidad e imagen complaciente, la perfecta forma de la nada y también su perfecto color.

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