lunes, 19 de abril de 2010

Poéticas - J.B. (18)

Thor, II

Respecto a la actitud de los “escultores de la tierra” es difícil conciliar en la tendencia dos propuestas que parecen repelerse a efectos plásticos en cuanto a su señalización en el paisaje o de la integración espacial de la intervención artística. Signos diametralmente opuestos se perciben en una u otra corriente del land-art. Así, determinadas experiencias alteran simplemente una realidad natural para provocar una estética que no parece desdeñar el artificio que la anima: inclusive en clave de ostentación; otras, aprovechan esa realidad natural para enmarcar el hecho artístico. La utilización que llevan a cabo unos artistas de un paisaje natural, del espacio ya propuesto por la misma naturaleza, les sirve para subrayar una actuación plástica, y en modo alguno osan transformar aquel paisaje. Sin embargo, otros son capaces de alteraciones e incluso modificaciones aparatosas y algunas veces hasta irreversibles: colorear químicamente una playa, “vaciar” montañas o realizar intervenciones que desvían el curso de un río. Lo que realmente consigue el land-art es dinamizar el concepto del espacio, y es en los escenarios naturales donde la sintaxis abrupta del paisaje se nos ofrece desmitificada, propiciando en consecuencia el lugar idóneo para una conducta artística procesual que necesita de lo amplificado, de lo desmesurado de un escenario que dota de morfología natural a la obra para su manifestación. Sólo el arte y sus alusiones serán los que nos transformen una realidad que, probablemente, no exigía para su constatación de ninguna de las alteraciones o provocaciones que efectúa una plástica deliberada. La censura, por tanto, es inexistente, y las referencias posibles a una degradación de lo natural revierten sobre el suceso artístico. La connotación sería, de admitirla por parte del espectador (que, insistimos de manera especial en ello, se halla muy lejos del lugar originario donde existió el proceso de la intervención), únicamente estética, un guiño espectacular sobre la función artística. De hecho, sabemos de artistas que contrastan el paisaje natural con el artificial, lo que evidencia una motivación sólo accionada por los móviles del arte, sin que importen demasiado a efectos de una preservación de la naturaleza las consecuencias contradictorias en el terreno ecológico de su quehacer artístico, puesto que prevalecen por encima de todo derivaciones sociales y culturales.

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