lunes, 17 de octubre de 2011

HESSE 13

Una razón de ser: he aquí los fundamentos:
Es, dijo uno (o una) con la copa en la mano, bañado/a por la irreal luz de los 100 vatios, rodeado/a de periodistas escépticos, espectadores y otras gentes de pelaje artístico y/o comercial. Ella ya estaba muerta. Deambula el Testigo entre los figurantes de la plástica necrofilia. La exposición escatológica, por ejemplo: Eva Hesse: A Memorial Exhibition (Solomon R. Guggenheim, Nueva York, 1972.)
En realidad (es decir, en cierto modo, lo que parece, lo evidente…) es que la artista se halla por encima del Objectum. Digamos que el Subjectum sustancia la morfología de esa biología pensante en forma de trastos: dirige la construcción/disposición matérica en todo momento (diga lo que diga ella para marear la perdiz), el fundamentum de estas esforzadas maniobras es el sujeto, espectador/quien contempla, a su cerebro va proyectada la bala: la obra es el Mac Guffin. La eidos que esconde la turbamulta del objeto, lo efímero, es su verdadero arte inmortal.
En el fondo, no es nada romántica.
No va pintada, a pesar de ser bonita: otro gimmick.
Es una lógica, le aterra lo inductivo.
Duda: dilemas: trilemas. Todo es un enigma. Incluso los sentidos lo son. Si se ve ella misma, se aterra de su poquedad, de lo azaroso de su existencia: ¿podría trasladar su pequeñez criminal a lo universal? ¿Su obra es el testimonio de una experiencia particular?
Más a gusto se siente lejos de la heurística y laborando inmersa en algún proceso lógico.
La Hesse deductiva hurga y roba del mundo para amontonar su pequeño castillo de arena: sigue siendo la misma niña de Coney Island que vigilaba con el cubito azul y la pala roja en las manos artesanas que nadie pisoteara las almenas de su fortaleza dorada por el sol de la playa.
Y, sin embargo, el azar…
Todo es la realidad del mundo. Por mínima que ella sea, es un apéndice irrebatible de él.
Albers, dios encorbatado y pulcro de la razón, acompañaba a Hesse a la puerta guardando todos los miramientos, a pesar de su repugnancia por lo altisonante y desbarajustado de la obra en ciernes de la artista condenada. Cerraba el docto profesor y artista meticuloso tras de ellos con siete llaves el despacho tutorial rebosante de libros, mesura y ordenadas geometrías coloristas: “Hágame caso”, dictaminaba, “no se deje embaucar por la mera eufonía del caos, nada de ese desorden debería complacernos… Es una trampa saducea.”
A ella, se lo decía a ella, que sentía las células de su cerebro en plena correría, revoltosas y rebeldes, de aquí a acullá, aprendices de saltimbanqui criminal.
Desde lo alto del magisterio impecable, la corrección y la frialdad del sacerdocio edificante, encubierto por la discreción acusadora, la mira con pena mientras ella desciende al abismo de la entropía por derecho propio, rauda como el brillo del cuchillo.
El hombre respira teoría, cientifismo. La suya es una razón bien desvelada, nada de sueños ni de monstruos: la mente sabia, el ojo alerta, la camisa bien planchada, todo bien programado, lejos del chafarrinón.
Ella bajaría al infierno de las analogías, del símil indescifrable por la hondura de sus raíces. Perfecto juguete para el ajedrecista Duchamp.
Manoteaba en las olas del caos.
Es una bracera del alma, de lo que no se ve y es imposible representar con la sombra y la silueta platónicas. Y el crisol de donde extrae la leyenda humea dolorosos venenos:
Extrae la pócima sacrílega, reta a lo desconocido, blande la espada contra los más formidables enemigos de la convención y el plagio en pos de la piedra filosofal de lo extraordinario, lo oculto, lo real lejos de la mimesis.
¿Qué otra cosa podía hacer? Su lenguaje es el de una Eva recién despertada, aún con legañas en los ojos, maravillada por un paraíso donde a todo había que ponerle nombre.
Sabe lo que le espera: “Por Dios, que no sea demasiado rápido. Sólo quiero un poco más de tiempo…”
Ni hablar. Ya sabes como se las gasta Yahvé el Iracundo: a cuchillo, a sangre y fuego celebra degollinas, se complace en carnicerías y mil sacrificios, quema su cólera la pobre piel humana de niños y mayores, por no adorarle, por no postrarse de hinojos frente a él, el Sapientísimo, el Único, el Hacedor de Todas las Cosas.

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