miércoles, 29 de septiembre de 2010

Ensayos para un estilo (16)

Tenía una absoluta obsesión con los cuadernos de notas, con los apuntes y los diarios. Se diría que deseaba registrarlo todo, como si el arte no bastara. Y ella necesitaba hacerse entender por encima de todo, lo cual no dejaba de extrañarme, ya que la clave de su arte residía en mantenerlo lejos de lo denotativo, y tampoco creía en las sutilezas e ingenios de la connotación que, a su juicio, siempre terminaba malogrando la poética procesual de la plástica. Pero he aquí que ella se nos hace visible en sus diarios y anotaciones personales y artísticas. Una mezcla de vida y obra en la que sí creía, una dualidad en la que siempre confió y que consideraba indivisible. Una yuxtaposición descarnada, en verdad reveladora. Luego la totalidad de sus obras nos proyectan un reflejo de la auténtica E. Veamos: ¿Era esto lo que nos proponías? ¿Qué nos decías, qué construías alejada de un lenguaje representacional tan vacuo e ineficaz ya luego de tantos estilos, de la pluralidad de una estética de la imagen tan devastada por tan multitudinaria afición a lo largo de los siglos? ¿A qué nos convocas?
De repente, la ciudad de Nueva York se había vuelto dadivosa.
La última exposición individual de E.: “News Drawings, 1970”, en la Fischbach Gallery, N.Y. El círculo se cierra: su primera exposición individual, en 1963: “Recents Drawings”, en Allan Stone Gallery, N.Y.
También ese año funeral de 1970 cerca de una treintena de exposiciones colectivas presentan trabajos de la artista.
Mayo de 1970: entrevista de Cindy Nemser.
Una semana después E. estaba muerta.
En las calles ya se siente el hedor del verano, la fetidez del aire cargado de tibieza y manteca frita que emerge de las oficinas, de los bares y cafeterías, las aceras se adensan de olores, una primavera de los sentidos que deja en el paladar un sabor a piedra quemada y gasolina, a asfalto viejo y rastros corporales.
Sesenta y dos plantas más arriba de la mescolanza de olores. Asisto sentado, en un ángulo de la espaciosa habitación, que huele a rico papel, a tintas insólitas, a maderas. De cuando en cuando dejo vagar la vista a través del enorme ventanal sin cortinas, diviso a lo lejos el Hudson, la serpenteante autopista que corre a lo largo de su curso, una lámina grisácea, silenciosa como el resto de la ciudad que se hace visible desde este lugar, un silencio sólo roto por las palabras casi susurrantes de las dos mujeres a diez metros de mí. Escucho cosas que ya sé, pero me resultan tan nuevas dichas en este momento que presto una atención religiosa, y presiento su muerte, adivino la total ausencia de E. al verla sentada, plácida y extraña, como de otro universo. Sabía que iba a morir, y, apartando la vista de la luminosa ventana la miraba una y otra vez reteniéndola, capturando todas sus imágenes desde hacía días: dormida, leyendo, junto a la ventana, con la taza de café en la mano, mirándose en el espejo, alisando una prenda de vestir, con un libro sobre el regazo y los ojos cerrados…
Entrevista: “En cierto sentido soy una artesana intelectual (?), no puedo desligar esa faceta de mi trabajo. XXX.

Una tarde especialmente fría me acerco a la librería de R.Y., en la calle Green, en el Village. R., muy concentrado, revisa algo en la caja registradora. R. tiene alrededor de cuarenta años, es de baja estatura, fornido, de aspecto campesino y, sin embargo, es el intelectual más reflexivo que he conocido, a la vez que el más coherente con su propio y endiablado carácter. El clásico tipo que no cambiaría sus camisas de cuadros ni sus pantalones anchos de pana ni por un millón de dólares. En invierno un tabardo marinero lo protege del frío. No usa gafas para leer y anda despeinado constantemente. Lo ha leído todo, al menos todo lo que entra en su librería, una especie de tienda de libros mixta cuya escasa venta de novedades la compensa con el libro usado. Es un librero a la antigua usanza, inmediatamente te hace ver el interés que siente por los libros que compras que, naturalmente, ya ha leído. Muchas veces oculta su desdén con la ironía, pero son las menos. Fue E. quien me presentó (quizá sería mejor decir que me señaló) a R. en el transcurso de una fiesta a la que fuimos invitados. R., sentado en un sillón, completamente dormido, se derrengaba a un lado con un libro entre las manos. Eran más de las doce de la noche, una hora absolutamente intempestiva para un librero honrado.
-Se ha estropeado –dice al verme entrar.
-Vuelve a los viejos tiempos, cuando el dinero se metía en un cajón.
Levanta la vista sonriendo, aún con las manos sumidas en el artefacto que se alza en una esquina del pequeño mostrador curvo.
-Hace años que debería haberlo hecho. Facturo menos que el tipo que vende perritos calientes en la esquina.
Finalmente descubre que se ha atascado un pedazo de papel en el rodillo.
He venido por un par de libros.
Escucha con atención los títulos y deniega con la cabeza:
-Me temo que no tengo ninguno de los dos en este momento.
-No importa –le contesto-, puedo pasar otro día.
-En una semana, si te parece.
-De acuerdo.
Salgo de la librería y busco una boca de metro.
Una hora más tarde, en la calle Brodway, los encuentro fácilmente. Los compro. Un comprador de libros (un comprador compulsivo) es lo más infiel que puede echarse uno a la cara. Se lo digo al cabo de tres días, cuando vuelvo a la librería en busca de E., que había acordado esperarme allí esa tarde.
-Pero que español comprador de libros raros más hijo de puta.
-Oxímoron –pronuncio en castellano.
-¿Qué…?
Pregunto por otro libro. Este lo tiene: un volumen de poesías de la colección Pocket Poets. Ferlinghetti y él habían sido muy amigos hasta que aquél se aburrió de Nueva York y se marchó a San Francisco. Durante mucho tiempo ha recibido libros de la City Lights Press Collection y antiguas ediciones en rústica publicadas por la misma librería regentada por aquél. Cuando voy a pagarle aún me embarga un invencible sentimiento de culpabilidad, así que merco también una de las novedades del año.
A su pesar, me mira con extrañeza y unos segundos más tarde con absoluta incredulidad.

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