miércoles, 6 de octubre de 2010

Ensayos para un estilo (19 e imagen)


JUSTO DESPUES, 1969.
Finales del verano.
De la que me he librado.
Ya le ha crecido el pelo, aunque aún no puede peinarse.
En cuanto pasen unos días ya no se notará la cicatriz.
Estás guapa. Y eres muy valiente.
Mira, me he comprado un vestido (ligero, vaporoso y de colores vivos).
Te sienta de maravilla y, además, deja ver tus piernas tan bonitas.
Antes de que llegue el invierno… (dice con expresión pícara), y gira sobre sí misma sin dejar de sonreír.

Algo acerca de esta pequeña judía alemana (sólo más tarde sería una estadounidense de origen alemán, cuando el tiempo decante, cristalice… etcétera, qué le vamos a hacer).
-A ver, ¿tus padres te leen la Torah?
-Y The saturday evening post y Colliers y los sucesos del Daily News.
Muy ortodoxos no eran. A decir verdad, nada. Eran prácticos y tenaces alemanes que procedían de hacendosos, callados, prácticos y tenaces alemanes. Si habían podido huir de los nazis y los campos de exterminio serían capaces de huir de todo aquello que pudiera malograrlos. Sin embargo, la muerte…
Al grano.
De acuerdo, se americanizó muy pronto. Sólo tenía 3 años al pisar la tierra prometida. ¿Qué sabes en yiddish? Qué va a saber, todavía anda entre pishachs, a pesar del cuento de la emigración. Y, luego, están los guisos de costillas de cerdo a la miel, las patatas rellenas de carne de cerdo y picadillo de cebolla, las salchichas de cerdo especiadas…
-¿Qué sabes de alemán?
1939: kaputt.
1970: kaputt.
En 1965 intentó expresarse correctamente en alemán. Nunca lo consiguió: se hacía entender. Eso parecía ser todo.
El benefactor alemán, algo desconcertado (1965): es usted una auténtica americana.

Le gustaban las piedras, de todas formas y colores.
Nada de gemas, ni de cuarzos, ni de ópalos. ¿Y qué demonios es eso de “ojo de tigre”?
Se agacha. Elige formas y colores, durezas y texturas, la pátina del tiempo.
Piedras vulgares. De un millón de años. Y gratis.

Curiosamente el pensamiento, la conciencia, se pudre sin despedir olores y muere mucho antes que el propio cuerpo, que tarda sus días en hacerlo, descomponiéndose asquerosamente. La materia se toma su tiempo. Ya lo hizo antes: 4.000 millones de años. No obstante, la conciencia (chasquea los dedos), zas, en un santiamén, adiós, hasta nunca. A saber… en qué cementerio acaba esa volandera.
-Doctor… Se muere.
-No sufre.
-Parece que quiere hablar.
-Es un acto reflejo –masculla el doctor suspirando.
De repente, todo ha acabado. Y, sin embargo…

Primera exposición importante de E.: 1968, “Polímeros”, Finch G. N.Y.
¿Polímeros?
Vamos a entendernos.

Historias de la clínica. Una paciente sumisa. No vayamos a hacer una nnovela de todo esto. (Para más adelante, pero sólo tres o cuatro páginas).

Interrogatorio.
TUMOR: E. era muy aficionada a leer en su adolescencia libros de medicina.
Descripciones médicas, incluso tecnicismos, patologías: se hizo una experta en ello. Velaba en la conversación esas adicciones, lo secreto, a lo que nunca alcanzamos del otro.
Extraía metáforas. El material es una metáfora.
De pequeña sin duda habría celebrado con entusiasmo el regalo navideño de una valija repleta de instrumental quirúrgico, mucho más que los libros de arte que su padre le traía en una caja. Libros que la aburrían: “Toda mi obra es un atentado”, debería haber proclamado a los cuatro vientos.
Literatura de anticipación: hubieron trastornos psíquicos, ciertamente, aunque resultaron ser un de fácil psicologismo, la misma vida, las relaciones sociales, sus veleidades artísticas, los matrimonios y divorcios si los hubieren, el dinero, la cultura, las penas diarias tan necesarias para las posteriores satisfacciones, en fin, hubieran solucionado las cosas en el cerebro de esta pequeña dama judía emigrante, pero, mira por donde, nos salió artista..
Paseo por los alrededores del Met. Luego bajamos hasta el lago. Empieza a anochecer. De repente, desaparece, se disuelve en el aire como el humo, como la niebla ensoñadora de Jennie. ¿Qué has hecho? Peor ¿qué no has hecho?
Todo, absolutamente todo, es irreal, un juego perverso y desdeñable de la mente.
En fin, la veo de nuevo, de entre los arbustos, pálida de entre los muertos.

De acuerdo, 1966. Tienes la edad de la incredulidad, un lustre entusiasta delata la impaciencia que escondes en tu interior por ensanchar el caudal de tus conocimientos, sobre todo de aquéllos que más tarde podrían informar de tu especificidad individual. Sabes que eres un individuo resuelto en lo colectivo con una revista debajo del brazo, un libro de bolsillo guardado en la chaqueta de mezclilla, el seso alerta y la mirada huidiza pero quieres saber qué cosas y acontecimientos harán que te distingas en lo esencial de otros muchos, de qué serás capaz, de las transformaciones, de las implicaciones, de las complicaciones...
Si empezamos por el principio, un toque de estilo, ante todo eso.
Así que 1966...

JUSTO DESPUES DE TODO, 1970.
Bien, se acabó la Navidad, sabes que vas a morir: no existen los milagros. Lo sé desde la niñez. ¿Dónde quieres que hablemos? Me es indiferente. Hay dos lugares mágicos para mí, los dos son jardines: en el museo Rodin y el que exhibe las esculturas del MOMA; elige. ¿Qué tal aquí sentados, junto la ventana? Es primavera, podemos ir adonde desees. No tengo ganas de salir a la calle. Te haré un ramo de flores. Vete a la mierda. ¿Qué tal un par de copas de quimioterapia en el bar de Charlie? No me hacen maldita gracia tus chistes. Será un paseo o un viaje larguísimo, ¿tal vez los Urales? ¿la Patagonia? Ya no sirve de nada, acércame el libro. ¿Qué tal si la abro? ¿Cómo? La ventana. Ah, bien; está mejor así. ¿Qué lees? Whitman. No me lo puedo creer. Ya se respira la fragancia de las hojas. Yo sólo puedo leer poesía en español, toda traducción cuenta únicamente lo que ocurre en el poema, el tema, lo menos interesante. Nunca he estado en el museo Rodin, descríbeme el jardín. Pura poesía.

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