Cuando conocí al maestro me doblaba la edad. Pasó el tiempo
y los dos sumábamos más años. Un día, el maestro murió.
El tiempo se detuvo. Para él, no para mí. Así, pues, desde entonces el maestro me llevaba cada vez menos años. Dentro de poco
el maestro habrá muerto del todo. Irremediablemente yo olvidaré su rostro que, al igual que los días, fue tan sólo de polvo.
viernes, 19 de noviembre de 2010
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